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Cuando leemos el ‘Quijote’, leemos a Cervantes.


Francisco R&*@

La figura del autor en la Literatura se ha recuperado inteligentemente en los últimos


tiempos, superando la etapa estructuralista y neoformalista que decretaba de forma
sofista su «muerte» (Barthes, 1968) o su disolución (Foucault, 1969). La deconstrucción
postulaba de este modo una suerte de nihilismo mágico desde el que trataba de
suprimir formalmente la presencia del autor. Pero como han señalado muchos críticos,
entre ellos Dámaso López García, «al autor, como a la materia, le cuesta desaparecer»
(1993: 64). Dicho de otro modo: el autor es una realidad ontológicamente inderogable.
Y como tal, exige gnoseológicamente una formalización crítica capaz de explicarlo.
Uno de los últimos libros publicados a este respecto es el consagrado a El autor en
el Siglo de Oro. Su estatus intelectual y social, a cargo de Manfred Tietz (et al. 2011).
Este volumen contiene más de treinta contribuciones sobre el tema monográfico del
autor en la literatura española aurisecular, y constituye una publicación de referencia
en este campo4.
En La deshumanización del arte (1925/1983: 35), Ortega recuerda etimológi-
camente que «autor viene de auctor, el que aumenta. Los latinos llamaban así al
general que ganaba para la patria un nuevo territorio». La autoridad del autor parece
emanar de su capacidad para incrementar un poder efectivo sobre una parte inédita
de la realidad. Sin embargo, como consecuencia de las ideas kantianas acerca de
la autonomía de la obra de arte, el siglo XX irá introduciendo cada vez con mayor
intensidad la deshumanización de los materiales literarios, y el primero de ellos será

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Entre los diferentes hispanistas que intervienen, Claudia Hammerschmidt ha sintetizado
valiosamente algunas de las contribuciones que sobre el autor se han publicado en los últimos
años: «Para un concepto del autor escolástico medieval: Minnis (1984); para el desarrollo del
concepto de autor profesional en el Siglo de Oro español: Strosetzki (1987); para la autoconciencia
poética de Boscán a Góngora y las estrategias editoriales: Ruiz Pérez (2009); para una sociología
del autor en el siglo XVII francés: Viala (1985); para una historia de la autoconcepción del autor
desde 1630 a 1900: Goulemot y Oster (1992); desde la Ilustración hasta la actualidad (sobre todo
en la literatura alemana): Selbmann (1994)» (Hammerschmidt, 2011: 157-158). En la misma
dirección cabe situar el trabajo de Pedro Ruiz, al advertir que el proceso de recuperación del
autor «fue estudiado por Chartier (2000) y desmontado por Burke (1992) y López García (1993),
a los que siguió el rotundo libro de Bernas (2001). Mientras Bénichou (1996) o Couturier (1995)
reconstruían desde distintas perspectivas la figura del autor y su discurso, se desarrollaban
numerosos estudios centrados en la constitución del autor, la formación de su conciencia y la
proyección de su discurso en las prácticas literarias y la formalización de los textos en diferentes
espacios históricos y culturales, no faltaban revisiones de conjunto, como las recopiladas en los
volúmenes de Jacques-Lefèvre (2001) y Brunn (2001), o reconstrucciones de este proceso en el
marco jurídico y legal (Edelman, 2004)» (Ruiz Pérez, 2011: 360). Sobre el autor como «material
literario», vid. mi monografía al respecto (Maestro, 2007b).

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