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En Beatriz Colombi, Viaje intelectual. Migraciones y desplazamientos en América
Latina (1880-1915), Rosario, Beatriz Viterbo, 2004.
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Algunos de estos testimonios dicen: “Groussac ha sido creador en nuestro país de
la crítica científica” (Ramón J. Cárcano, 22), “Groussac nos ha enseñado a construir
la obra histórica” (José Luis Romero,107), “La Francia educadora se nos presentó
en este trabajador serio y sólido, que nos enseñó las primeras nociones del método”
(Alberto Gerchunoff, 63) ,“Le ha incumbido a un extranjero la tarea de organizar
nuestra vida intelectual” (José Bianco, 81). En el número también colaboran Jorge
Luis Borges, Alejandro Korn, Ricardo Levene, Alfonso Reyes, Roberto Giusti, entre
otros. Nosotros, a. XXIII, n. LXV, 1929. También la revista Síntesis, Artes, Ciencias
y Leras, a. III, n. 27, 1929, le dedicó artículos de Juan Canter, Narciso Binayán y
Amado Alonso.
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Véase Ricardo Piglia Crítica y Ficción (1990), Miguel Vitagliano “Paul Groussac y
Ricardo Rojas o el lugar de los intelectuales” (1999), Miguel Dalamaroni “Literatura y
Estado (Payró, Groussac, Lugones)” (2000), Alejandro Eujanian “Estudio preliminar”
a Los que pasaban (2001) y “Paul Groussac y la crítica historiográfica” (2003).
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Alejando Eujanian señala que la elaboración de su autoimagen responde a la
conjunción de marginalidad y omnipresencia, paradoja que define muy bien su
estrategia de incorporación al medio extranjero (Eujanian 2003).
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Viaje intelectual
Groussac equiparó al viaje con la lectura, lo consideró una vía para el
conocimiento tan lícita como el estudio y, como no podía ser de otro modo, la
práctica y el género no quedaron excluidos de sus intereses, mucho menos
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Alfonso Reyes, “El secreto dolor de Groussac” (Nosotros 1929: 208-209)
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Entre una y otra serie, se ubica la gira de 1893 que da lugar a Del Plata al Niágara.
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He sufrido, pues, la ley del medio; y acaso más intensamente que otros, habiendo
nacido y educádome en Francia, para sufrir, en pleno desarrollo, tan brusco
trasplante y cambio de atmósfera. A la operación siempre delicada de ingerir en un
cerebro adulto un nuevo instrumento verbal, se agregaba en mi caso la
permanencia en un ambiente exótico, que no es el del tronco ni propiamente el del
injerto (Groussac 1904: 9).
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Groussac participa en una polémica sobre el idioma nacional en 1891 y frente a las
propuestas “criollistas” su posición será conservar la lengua española, tradición viva
de la raza –concepto ligado al pensamiento de Renan-, pero apartándose del uso
literario a la manera española. Véase el análisis de esta polémica en Arturo Costa
Álvarez, “Groussac y la lengua” (Nosotros 1929: 119-128)
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Reunido en Viaje intelectual. Segunda serie (1920).
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La verdadera razón del desgano, que todos sienten y nadie expresa, es que no se
había venido sino a oír al que calla, para llevarse y conservar como reliquias sus
menores palabras. Pero no hay quien se atreva a perturbar la muda y al parecer
honda abstracción del maestro taciturno. Se le ve por momentos dejar caer sus
párpados sobre la incierta mirada; y cuando, a ratos, -engaño melancólico que en
otro movería a sonrisa,- percibe un sonido articulado en algún grupo, suele
inclinarse a medias en vago ademán de agradecimiento. Por efecto de la costumbre,
la última noción consciente, que sobre su adormecimiento queda flotando, es que
toda frase ante él pronunciada ha de contener una alabanza; y por eso –detalle
entre ridículo y chocante- saluda en torno suyo, a la ventura.” (Groussac 1920: 119).
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En los relatos de viaje del siglo XX una de las más memorables entrevistas es la
de Paul Theroux a Jorge Luis Borges, “El subterráneo de Buenos Aires” (Theroux:
1981: 311-323).
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Las notas aparecieron originariamente en La Nación, La Biblioteca y Le Courrier
de La Plata y fueron recopiadas en libro en 1897. En una “Notice bibliographique”
escrita en mayo de 1924, donde se reconoce como “escritor francés e
hispanoamericano”, señalaba que este libro era considerado “a los ojos de algunos,
como su mejor obra” (Benarós 11998: 37).
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¡Oh! ¡el espectáculo político de esta América española, que acabo de atravesar y ya
conozco casi en su conjunto, es sombrío y desalentador! Por todas partes: el
desgobierno, la estéril o sangrienta agitación, la desenfrenada anarquía con
remitencias (sic) de despotismo, la parodia del “sufragio popular”, la mentira de las
frases sonoras y huecas como campanas, los “sagrados derechos” de las mayorías
compuestas de rebaños humanos que visten poncho o zarape y tienen una tinaja de
chicha o pulque por urna electoral, -el eterno sarcasmo y el escamoteo de la efímera
y vigésima Constitución (Groussac 1925: 207).
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“Recibimos un mundo nuevo, bárbaro, despoblado, sin el menor síntoma de
organización nacional ¡mírese la América de hoy, cuéntense los centenares de
millares de extranjeros que viven felices en su suelo, nuestra industria, la
explotación de nuestras riquezas, el refinamiento de nuestro gustos, las formas
definitivas de nuestro organismo político, y dígasenos qué pedazo del mundo ha
hecho una evolución semejante en medio siglo.” (Cané 1996: 14-15).
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El desplazamiento a contrapelo de las propuestas de Groussac, al menos para los
países del sur, es la gira de Manuel Ugarte de 1911-1913, evocada en El destino de
un continente (1923) donde uno de los propósitos centrales será la refutación de las
teorías raciales. También José Vasconcelos en el marco de su gira por Brasil y
Argentina reunida en La raza cósmica (1925), confronta nominalmente el
darwinismo social y el pensamiento positivista, no obstante, termina esgrimiendo un
mestizaje con restricciones, sustentando una teoría biologista de la “eugenesia
estética”, para conformar una raza cósmica que tendría su asiento en América: “Los
tipos bajos de la especie serán absorbidos por el tipo superior. De esta suerte
podría redimirse, por ejemplo, el negro, y poco a poco, por extinción voluntaria, las
estirpes más feas irán cediendo el paso a las más hermosas” (Vasconcelos 1980:
31).
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por eso se apoya en una retícula que oficia de contralor de cualquier juicio
apurado:
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En “Groussac: las ironías y los privilegios” Viñas lo caracteriza como un “turista
señorial” consustanciado con los valores de los gentleman del 80 (Viñas1998).
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“’Tenemos –dicen- todas las cosas más grandes del mundo!’ en efecto, estamos
allí en el país de Brobdingnag: tienen el Niágara, el puente de Brooklyn, la estatua
de la Libertad, los cubos de veinte pisos, el cañón de dinamita, Vanderbilt, Gould,
sus diarios y sus patas” (Darío 1998: 452).
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Justo Sierra, visitante de Chicago concluida la Exposición, hará observaciones
semejantes respecto al pot-pourri arquitectónico, la falta de estilo y la sordidez de la
ciudad-matadero: “Era claro que entrábamos en una inmensa víscera, en una
formidable entraña de uno de los tres o cuatro cuerpos que en el orden económico
componen la Unión; Chicago no es un cerebro, ni un corazón, es un estómago o
cosa así; turbio, frío, incoloro, compuesto de masas de construcciones toscas, sin la
menor intención estética, pero grandísimas, pero deformes, aquella ciudad que tiene
dos tercios de siglo de edad, me hizo el efecto de una Nueva York descascarada de
todo estilo, de toda hermosura, de todo color y originalidad”. (Sierra 2000: 118). Los
planificadores del terreno dedicado al certamen habían optado por un estilo
neoclásico criticado en su momento por considerarse retardatario de la arquitectura
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con diversas respuestas por parte de los visitantes, ya que, casi sin
excepción, no hay relato del siglo XIX que no lo incluya. Sarmiento, Eduarda
Mansilla, Miguel Cané, Paul Groussac, Justo Sierra, entre otros, ofrecen
distintas versiones de un mismo tema como intérpretes virtuosos de una
pieza consagrada, que en poesía tendrá también su expresión, desde la Oda
al Niágara (1824) del cubano José María Heredia (1803-1839) al Poema al
Niágara (1882) del venezolano José Antonio Pérez Bonalde (1846-1892).
Sarmiento se expone al vacío de la caída enfundado en su capa de goma y
califica a la experiencia de “sublime”, un tópico del viaje romántico que la
modernidad irá erosionando. Eduarda Mansilla se abstiene, temiendo
desbocar su corazón propenso al vértigo emocional y prefiere la
contemplación, en el lobby del hotel, del cuadro que reproduce la catarata,
con el trasfondo del estruendo amortiguado por los vidrios. Justo Sierra
presiente la melancolía de la desilusión, aunque una vez en el mirador llegue
al límite de la alucinación que se prolongará como una borrachera. Groussac
intenta un desvío sacralizador: la visita nocturna. Como un pintor
impresionista, sorprende a las cataratas en su hora más secreta. Como el
más romántico de los escritores, elige la noche (cita a Chateaubriand y su
Voyage en Amerique). De este modo, el relato puede finalizar con el tono alto
de una autenticidad recuperada luego de tanta profanación democrática.
Visité la galería Corcoran con ese pobre iluminado de José Martí, entonces lleno de
bríos e ilusiones emancipadoras, y que había de caer estérilmente, un año después,
bajo una de esas balas anónimas que tanto despreciaba. Y la triste memoria evoca
a otra más triste aún, que para mí se adhiere indeleble a los alrededores tan
pintorescos y apacibles del distrito federal. (1925: 364).
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“El puente de Brooklyn”, en La América, New York, junio de 1883.
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las citas literarias e históricas que arman una red metafórica contrastante con
las referidas a Chicago -centro de la faena ganadera- como “porcópolis” o
“ciudad matadero” elegidas por Groussac, Sierra o Darío.
Del narigón lo llevaba el zagal, por una vara enganchada en las argollas, seguido de
sus hembras. El, corpulento, impetuoso, duro al palo: ellas pequeñas, adamadas,
mansas, como traídas a tierra por el peso de las ubres. Mugía, cabeceaba, parecía
hender con la pezuña la tierra cada vez que asentaba el paso elástico. La cabeza
pequeña, el cuerno poco, la mirada sanguinosa, alta la cruz, el lomo ondeado, la
grupa baja y caída, parecía digno ‘Pedro’, como los toros Apis, de las danzas
ardientes en que se ofrecían a la vista de la divinidad pujante las doncellas: los
perfumes del templo merecían su hermosura: en las astas y lomos le hubieran
estado bien las guirnaldas de flores. (“Gran exposición de ganado” LN, 2/07/1887,
1964 XIII: 490).