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(Montessori:1978)
El recién nacido debe formar su campo psíquico. Ya no es un embrión físico y tampoco se
parece al hombre que será más tarde. Este periodo se define como periodo formativo, es un
periodo de vida embriológica constructiva que hace del niño un embrión espiritual. La
humanidad tiene dos periodos embrionarios: uno prenatal, similar a los animales, y otro
postnatal, exclusivo del hombre. Lo que distingue al hombre de los animales es la larga
infancia. Debemos estudiar el desarrollo del niño y del hombre en su aspecto psíquico.
Espíritu e inteligencia deben ser el soporte de la existencia individual y de todas las
funciones del cuerpo. El hombre entero se desarrolla dentro de un halo espiritual. A través
de experiencias prácticas vamos descubriendo perturbaciones fisiológicas que dependen de
hechos psíquicos porque el espíritu no se ocupó de dominarlas. Los primeros cuidados
deberían dirigirse particularmente hacia la vida psíquica del recién nacido, y no solo hacia
la vida física. Debe considerarse la vida psíquica.
La encarnación es el proceso de una energía que animara el cuerpo inerte del recién nacido.
La diferencia psíquica entre el animal y el hombre es que el animal es como un objeto
fabricado en serie, cada individuo reproduce rápidamente los caracteres uniformes de toda
la especie. En cambio, el hombre es como un objeto fabricado a mano: cada uno es
diferente del otro, cada uno tiene su propio espíritu creador. Pero el trabajo es más lento y
prolongado. Existe un trabajo íntimo, la creación de un tipo nuevo. El hombre debe
encarnarse con ayuda de su propia voluntad, se pertenece a sí mismo. La parte constructiva
y directriz se ha dejado a la energía individual, energía que es supernatural y que se
sobrepone a la naturaleza. En el niño y la niña debe existir una vida psíquica que precede a
la vida motriz. Los instintos y los músculos se retraen para esperar la voluntad del espíritu
humano, donde construirá voluntariamente todas sus funciones de relación con el ambiente,
será el creador de un nuevo ser. Este plan psíquico y sus directrices de desarrollo, son
potenciales y extremadamente delicadas. La intervención del adulto puede anular estos
proyectos o desviar su oculta realización. El niño y la niña en etapa de Embrión Espiritual
poseen una activa vida psíquica aunque no puede manifestarla, porque está elaborando
internamente y en forma lenta sus realizaciones. Este embrión necesita ser protegido por un
ambiente exterior animado, cálido y amoroso, en el que todo sea acogedor y nada
obstaculice su desarrollo. Hay una estrecha relación entre el embrión espiritual y el
ambiente, en el individuo se forma y perfecciona. El niño hace esfuerzos para asimilar el
ambiente y de estos esfuerzos nace la unidad profunda de su personalidad.
Esta obra lenta y gradual es una toma de posesión continua del instrumento por parte del
espíritu. Este deberá velar por su soberanía para que el movimiento no termine en inercia o
se uniforme con los mecanismos. Debe mandar continuamente para que el movimiento no
lleve al caos. En una creación siempre hay una energía constructiva de lo nuevo. Así se
forma la personalidad humana, como el embrión, y el niño crea al hombre.
(Montessori:1998)
La Doctora Montessori dice que es en este periodo donde los primeros cuidados, los que
tienen preferencia sobre todos los demás, deberán dirigirse particularmente hacia la vida
psíquica del recién nacido, y no sólo hacia la vida física, como habitualmente se ha dado. El
niño y la niña, al igual que todo organismo lleva en sí una misión cósmica latente que debe
germinar y cumplirse, de alguna manera, nos dice que la esencia del hombre debe
desarrollarse de manera activa para desarrollar la propia personalidad y esto se debe a que
somos seres libres y evolutivos, para crecer desde el impulso interior y desplegarse en el
ambiente en el cual forma parte.
(Montessori: 1998)
Es el ambiente y la colaboración de los adultos, quienes acompañan al niño y la niña en su
propia construcción. La verdadera ayuda que los padres y adultos pueden hacer a sus niños
y niñas es acompañarlos de manera amorosa y respetuosa para que alcancen su verdadera
dignidad en el desarrollo de sus potencialidades.
(Montessori: 1998)
EMBRIÓN FÍSICO, EMBRIÓN ESPIRITUAL Y EMBRIÓN SOCIAL, EN LA
FORMACIÓN DE LA PERSONA HUMANA.
(Montessori: 2004)
La humanidad tiene tres periodos embrionarios: uno prenatal, similar a los animales, y otro
postnatal, exclusivo del hombre. El tercero aparece en el segundo plano de desarrollo, que
es el embrión social. Este ser humano va naciendo muchas veces, abriéndose de una etapa
a otra de manera sincrónica e integral, este proceso los llama embriones intelectuales,
donde están el embrión físico antes del nacimiento en su gestación, el embrión espiritual
que comienza cuando nace hasta los 18 meses, espacio que generalmente alcanza la
posición erguida. Por último, en la etapa de la niñez entre los 6 a los 12 años, aparece el
embrión social, cuando alcanza autonomía en la formación de juicios e ideas de la vida.
En el seno materno, todas las necesidades del niño y la niña son atendidos por la madre,
cuando nace se produce la separación del bebe con su mamá de manera paulatina. El
embrión físico que se dió en el periodo prenatal, sucede al embrión espiritual, donde
comienza a construirse una persona singular independiente de sus progenitores. Dentro del
útero, el bebé recibe información, sin embargo, las percepciones son inapreciables en
comparación con todo lo que vivirá después.
(Montessori: 1998)
El niño y la niña son agentes cósmicos, no sólo encarnan y absorben el ambiente sino que
también lo modifican, es una relación recíproca. Tienen una gran necesidad de contribuir y
de pertenecer al lugar en el que ha nacido. Con la adaptación van creciendo, pero siempre
manteniendo su individualidad, conociéndose a sí mismo y entendiendo cuál es su tarea
cósmica podrá contribuir al cambio para una sociedad mejor. Por esto es muy importante
fomentar en los niños su personalidad, que sepan reconocer sus destrezas, tanto hereditarias
como adquiridas, que no pierdan el contacto con ellos mismos para que reconozcan su tarea
cósmica, aquello con lo que ellos pueden contribuir para hacer un mundo mejor.
Lo que distingue al hombre de los animales es la larga infancia. Los primeros cuidados
deberían dirigirse particularmente hacia la vida psíquica del recién nacido, y no solo hacia
la vida física. Debe considerarse la vida psíquica, la cual debería comenzar desde el
nacimiento. En el niño debe existir una vida psíquica que precede a la vida motriz. Los
instintos y los músculos se retraen para esperar la voluntad del espíritu humano. El recién
nacido debe formar su campo psíquico, ya no es un embrión físico y tampoco se parece al
hombre que será más tarde. Este periodo se define como periodo formativo, es un periodo
de vida embriológica constructiva que hace del niño un embrión espiritual. Se debe estudiar
el desarrollo del niño y del hombre en su aspecto psíquico. Espíritu e inteligencia deben ser
el soporte de la existencia individual y de todas las funciones del cuerpo. El hombre entero
se desarrolla dentro de un halo espiritual. La diferencia psíquica entre el animal y el hombre
es que el animal es como un objeto fabricado en serie, cada individuo reproduce
rápidamente los caracteres uniformes de toda la especie. En cambio, el hombre es como un
objeto fabricado a mano: cada uno es diferente del otro, cada uno tiene su propio espíritu
creador. Pero el trabajo es más lento y prolongado. Existe un trabajo íntimo, la creación de
un tipo nuevo. El hombre, entonces, debe encarnarse con ayuda de su propia voluntad, se
pertenece a sí mismo y la parte constructiva y directriz se ha dejado a la energía individual,
energía que es supernatural y que se sobrepone a la naturaleza. El niño construirá
voluntariamente todas sus funciones de relación con el ambiente, será el creador de un
nuevo ser.
Para formar el carácter del niño y la niña hay que educar en el trabajo, permitiéndoles que a
través de la experiencia se sirvan de su poder creador. Se debe educar en la libertad, pues
educar en libertad es educar en la confianza que todo ser humano posee una voz interior
que lo guiara a lo que verdaderamente nos hace plenos. Esta confianza en sí mismo, implica
un autoconocimiento que involucra el fortalecimiento de la vida interior, que nos permitirá
conocernos desde nuestra esencia, saber quiénes somos, qué queremos y hacia dónde
vamos. Cómo dice Sócrates en el oráculo de Delfos, el camino de la sabiduría es conocerse
a sí mismo, confiar en las verdades internas del ser humano y en su evolución.
Bibliografía