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LA EDUCACIÓN DEL NIÑO EN SUS PRIMEROS AÑOS

Desde tiempos inmemoriales la educación ha sido un tema que ha preocupado al


hombre. Para qué educar, qué se debe enseñar y cómo hacerlo, eran aspectos que ya se
plantearon los antiguos griegos y frente a estas interrogantes se han dado múltiples
respuestas a lo largo de la historia de la humanidad. Sin embargo se suele encontrar con
cierta frecuencia el propósito de que el educando pueda ser feliz el día de mañana,
desplegando todas las potencialidades que trae.
Pero este planteamiento es demasiado general y su puesta en práctica puede tener
muchos matices, que obedecen principalmente a la concepción que el hombre tiene de sí
mismo. Lo que se va a plantear a continuación será la mirada antroposófica, que considera
al hombre no sólo en su dimensión física, sino en forma mucho más relevante lo contempla
desde su esencialidad anímico espiritual.
La Antroposofía es una corriente relativamente nueva, de sólo un siglo de vida, que
nace a partir de la vida de Rudolf Steiner, un filósofo alemán dotado de ciertas capacidades
cognitivas extraordinarias, que intenta renovar todo el quehacer cultural actual a partir de
esta concepción ampliada del hombre, como ser biológico, anímico y espiritual.
Desde este punto de partida crea y da el impulso para el desarrollo de una serie de
disciplinas dentro de nuestra cultura, tales como la pedagogía Waldorf, la medicina
antroposófica, la pedagogía curativa, la agricultura biodinámica, la arquitectura orgánica, la
comunidad de cristianos, etc.
En términos muy generales se puede decir que el ser humano está formado por la
integración de una parte biológica y otra anímica espiritual. La primera es la que nos viene
de nuestros padres con toda una carga hereditaria, a la cual se junta al nacer esa
esencialidad anímica y espiritual que va a dar la individualidad a ese niño, y que será la
responsable de que ese ser recorra en su vida un camino único, tenga una biografía y un
destino propio que lo identifican.
Ese ser que llega requiere desplegar todas las potencialidades que trae y aprender
otras nuevas. Para ello necesita ese cuerpo con sus órganos de los sentidos sanos para
percibir correctamente su entorno, y también necesita ese cuerpo para moverse en este
mundo y dejar su huella particular. En los primeros años de vida el niño aprende a conocer
y dominar su cuerpo para que el día de mañana sea un instrumento dúctil para cumplir los
fines que su existencia trae. Tal vez esta sea la etapa más importante de la vida. Todo lo que
se haga en esta fase, sea bueno o malo tendrá consecuencias futuras como en ninguna de las
etapas posteriores.
Hay tres grandes hitos que el niño alcanza en sus primeros 3 años, cuya magnitud y
trascendencia no son equiparables por ningún otro logro en la vida futura: aprender a
ponerse erguido y caminar, aprender a hablar y luego a pensar, tres rasgos que caracterizan
lo más noble y esencial del ser humano y que muchas veces no valoramos en toda su
magnitud. ¿Y cómo aprende estos tres grandes logros? Por imitación. Nosotros como
padres o educadores no somos muy conscientes de la importancia trascendental que
tenemos en servir de modelos de imitación a nuestros hijos. Por ejemplo, nuestra postura
física y la forma cómo nos paramos y caminamos será la piedra fundamental desde donde
se desplegará más tarde todo lo que constituyen las características más relevantes de un ser
humano, llegando incluso a su postura moral frente a las demandas de la vida. Por esta
razón, toma aquí todo su significado esa frase tan antigua y llena de sabiduría: “Educar a un

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niño es autoeducarse”. Rudolf Steiner también se refiere a lo mismo cuando asevera: “La
función pedagógica sólo es eficiente cuando el profesor continua educándose”.

El andar
Al nacer no hay control del movimiento y el andar comienza con el movimiento de
los ojos. Los ojos son los únicos órganos de los sentidos que nos comunican con el cielo y
son los responsables de las manifestaciones primordiales del niño que nace.
Progresivamente hay una maduración que sigue las leyes del desarrollo de cefálico a
caudal: afirma la cabeza, luego el cuello, el tronco y las manos, finalmente los pies, gatea,
alcanza la posición erguida y finalmente camina.
El poder juntar las manos, es unir ambos hemisferios derecho e izquierdo, lo cual
conduce al encuentro de sí mismo. En esta etapa, debe evitarse el sobrestímulo sensorial
con objetos o móviles, que pueden interferir en el normal encuentro de las manos, al igual
que ciertas posiciones en que se acuesta al bebé. Si no se promueven las ocasiones para que
el niño junte sus manos, sin lugar a dudas surgirán disturbios en su motricidad más
adelante. De aquí se deduce que mientras menor sea el niño, debe permanecer mayor
tiempo de espaldas para la estimulación de la mirada y las manos. Cuando necesite
desarrollar la parte motora general, la posición ventral es la más adecuada.
Cuando el niño logra ponerse de pie por sí mismo, su relación con el mundo queda
determinada para el resto de la vida en ese acto. Es importante respetar todo este proceso,
interfiriendo lo menos posible en el sentido de apurar o retrasar los logros que el niño es
capaz de alcanzar. Andadores, saltarinas, inmovilidad de vida moderna, (sillas de
transporte), madres aprehensivas que no dejan que su hijo se ensucie, etc. van a dificultar la
integración neurosensorial del niño y con ello su confianza en su relación con el mundo.
Otro aspecto importante a destacar, es que la adquisición de logros motores ocurre primero
en movimiento, para luego realizarlos en reposo. Permanecer de pie es una función activa
que requiere de toda la musculatura en movimiento. Y esa madurez motora se alcanza
gracias a que el niño se movió mucho en distintas posiciones, logrando un equilibrio. Andar
es romper ese equilibrio que fue conquistado con tanto esfuerzo, a través de la incansable
repetición de dos tendencias polares: levantarse y caer. Ese primer paso necesita coraje,
símbolo de muchos primeros pasos que se darán en la vida en otros ámbitos.
Todas las características de adquisición de la postura erecta se transforman
más tarde en características de postura moral frente a la vida.
Un fenómeno común hoy en día es colocar a los niños tempranamente frente al
televisor. Los departamentos y casas son chicos, no hay espacio suficiente, y los niños se
quedan quietos, permitiendo hacer a los adultos que los cuidan otras actividades. Éste es un
excelente medio para inhibir la movilidad espontánea que deben ejercitar en esas etapas de
la vida. Un agravante de la pantalla del televisor es que reduce la realidad tridimensional a
una imagen plana, obstaculizando en el niño la conquista del espacio. En parte, la
hiperactividad se explicaría en algunos niños porque no se movió lo suficiente en las
primeras etapas de su vida, como para tener la quietud necesaria más adelante.
En el primer año de vida, el niño aprende a ponerse en relación con el espacio
exterior, conquistando finalmente la posición erecta como un gran acto de voluntad.
¿Cuáles son las condiciones para que el niño doblegue la ley de gravedad? En primer lugar
necesita moverse por cuenta propia en un espacio determinado. Luego personas adultas que
estén de pie, que se transformen en un modelo a imitar. Y por último, condiciones
corporales sanas adecuadas para una hazaña de este tipo.

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El primer espacio que un niño domina es su propio cuerpo. Esta primera conquista
modifica el tórax y la boca. El tórax se vuelve vertical y la boca horizontal, lo cual es
condición fundamental para el desarrollo del habla.

Hablar
La segunda conquista que el niño alcanza es el habla. Acostado, la voz es más
grave, menos clara. Ahora se internaliza un movimiento dentro del organismo y emite
sonoridades, al principio, sonidos que revelan sensaciones propias de su organismo, luego,
sonidos que imitan fenómenos de su medio circundante. Simultáneamente aprende a
escucharse a sí mismo y también al resto, estableciéndose un intercambio: habla porque
escucha y a la vez habla más porque se escucha a sí mismo. Para que el habla se inicie se
requiere en primer lugar que el niño desarrolle la comprensión. Ésta va surgiendo por
medio de la gestualidad corporal, la mímica, el tono de la voz de la madre o del educador.
El niño imita no el significado, sino la melodía de las palabras, la prosodia, que van
guiando su accionar futuro.
El espacio donde esto sucede es de naturaleza social, entre seres humanos, no es un
espacio físico como cuando aprendió a caminar o a estar de pie.
A esta edad el niño desarrolla una sensibilidad especial acerca de la veracidad de
aquello que se está diciendo. Es lo verídico en el hablar lo que educa a los niños. De la
misma manera que el niño aprende a ponerse de pie cuando tiene al lado a un ser humano
que no sólo está de pie a su lado, sino que está internamente de pie, firme, recto, honesto,
seguro de sí mismo. Eso es lo que al niño le llega como aprendizaje. En ese momento se
pone de pie. Con el hablar es lo mismo, no es suficiente hablar articulado y correctamente,
además se debe hablar de lo que brota o emerge del interior, del corazón. Se dificulta este
proceso de aprendizaje si se habla con verdades a medias, con mentiras piadosas, en
definitiva con falsedad. Esto se ve incrementado por el uso de equipos electrónicos que
reproducen mecánicamente la voz humana, como casettes, videos, radio, TV, etc. no sólo
por la falsedad de los medios de comunicación, sino porque detrás de esos estímulo no hay
un ser humano capaz de sentimientos con el cual entre en relación el niño. La aparición de
disturbios del habla ya desde las primeras etapas de la infancia puede deberse a este factor.
Un niño va a hablar si tiene al frente a otro ser humano con el cual anhela comunicarse.
En síntesis, podemos decir que el aprendizaje correcto del habla en los niños precisa
de un adulto que hable correctamente, con un lenguaje normal de adulto, bien articulado y
que por sobre todo sea verídico.
El educador debe acoger el lenguaje del niño, sin corregirlo conscientemente, por el
contrario, ofrecerle un patrón de imitación lo más noble posible y tal vez un detalle
gravitante: ¡aprender a escucharlo! Si al niño no se le escucha y da la oportunidad de
hablar, se va a atrasar en la adquisición de esta cualidad. Este es un mal de nuestra época: ni
siquiera nosotros como adultos nos escuchamos.
El niño necesita primero caminar para poder hablar; hablar para poder
pensar.

Pensar
Esta es la capacidad de dar coherencia, sentido y orden a todo lo que
experimentamos en la vida. En las primeras etapas esta capacidad está íntimamente ligada a
nuestros órganos de los sentidos. El niño capta simultáneamente el mundo de los sentidos

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con el de los pensamientos. Todo lo que ve, escucha, siente, etc. de inmediato va asociado a
un pensamiento: “mamá”, “papa” en un principio ese es su mundo.
Progresivamente ese mundo se va ampliando, papá, hermanos, los sonidos del
entorno, comienza a nombrar las cosas, las acciones y los eventos que le ocurren. En su
relación con los hermanos o con las personas que constituyen su entorno familiar va
aprendiendo patrones de imitación, vimos que para andar y hablar ello es fundamental.
También aquí es gravitante esa influencia: de la armonía entre el decir, el hacer y la
consecución de metas de los adultos, se va conformando el mundo valórico de ese niño,
dentro del cual tamizará todo lo que le llegue de afuera.
En esta etapa el niño comienza a jugar imitando lo que él observa y recuerda del
mundo. Y estos recuerdos no son cosas abstractas; para él son realidades físicas
trascendentes. Tal vez tome un zapato o cualquier objeto y lo mueva como el auto del papá.
En estos juegos de imitación se integran la capacidad de percepción, el pensar y la
memoria.
Aquí entra a tallar otro aspecto importante en educación: ¿qué juguete le paso al
niño? Una muñeca de plástico, de colores y múltiples detalles muy realistas, que camina
como robot y habla por un parlante interior, llama la atención por un rato del niño pero
pronto queda abandonada.
Un buen juguete debe ser de materiales nobles y no muy acabado, donde se logre
una integración armónica de los estímulos sensoriales y se insinúen condiciones que el niño
complete con su imaginación. El mismo gesto que hicimos para enseñar a caminar a un
niño: ayudarlo a ponerse de pie y luego retirarnos unos pasos y esperar que el cubra ese
espacio que media, tiene que repetirse en todo proceso de aprendizaje futuro. Ofrecerle
estímulos sensoriales que despierten su curiosidad y entusiasmo y permitan desplegar todo
un mundo de imaginaciones. Aquí es de vital importancia el contacto con la naturaleza.
Hay un momento de la vida del niño, alrededor de los 3 años, cuando es capaz de
tener sus primeros recuerdos conscientes, recuerdos que no vienen gatillados por un
estímulo externo, ni por una palabra, sino afloran espontáneamente en ciertos momentos de
quietud interior y el niño es capaz de seguir elaborando pensamientos imaginativos en torno
a ese recuerdo. Este es un momento trascendente en la vida de toda persona, porque
significa al mismo tiempo el despertar de la propia autoconciencia. Toda evocación de una
vida humana comienza en ese instante del primer recuerdo consciente, donde el niño
establece una separación definitiva entre él y su entorno. Gestos de distanciamiento, actitud
de oposición, cuestionamiento a todo. El niño necesita conocer los límites y por ello,
alrededor de los 3 años, comienza a provocar a los adultos para conocerlos. Quiere percibir
a sus padres. Anímicamente quiere sentir la resistencia del adulto, lo que suele ser cansador
para el educador. A veces basta con sentir un límite físico. No deben tomar sus decisiones,
no es el momento, los niños quieren límites, no les gusta pero se sienten seguros, "hay
alguien responsable por ellos". También ésta es la cansadora fase del “¿por qué…?” y las
preguntas más filosóficas. Debemos entender el trasfondo de la pregunta y dar imágenes,
no explicaciones intelectuales. Esta es tarea del educador y de los padres.
A esta altura de la vida toman su máxima importancia la narración o lectura de
cuentos como los de los hermanos Grimm o algunos de Andersen, que estimulan la
imaginación y fantasía del niño, y además permiten hacer la relación del pensar con el
lenguaje.
Todo lo que hagamos en este sentido en esta etapa, permitirá en años de adultez el
despliegue de capacidades creadoras y la posibilidad de concebir lo espiritual en la vida.

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Entrar con conceptos intelectuales y razonamientos abstractos antes de que el niño
comience con el cambio de los dientes de leche, lo desvitaliza. Aquí resulta igualmente
nociva la influencia de la TV. Por una parte absorbe de tal modo la atención del niño y
reduce todo su mundo a una pantalla donde todo está comprendido, que no permite la
emergencia de ningún contenido pensante.
Por otro lado, los contenidos televisivos llevan a saltarse etapas maduracionales.
Los niños a esta edad se sienten más atraídos por los comerciales, los que con sus cantos y
ritmos capturan su alma y lo llevan a un consumismo de productos fuera de contexto:
comida chatarra, juguetes que no son congruentes con la esencialidad del niño, ropa
determinada por modas y una serie de otros valores distorsionados. con respecto a las
directrices que estamos sentando aquí. Por ejemplo, las famosas muñecas Barbies con todos
sus accesorios, son juguetes llamativos pero que no producen al tacto la evocación de
sentimientos cálidos como los que despierta una muñeca de trapo o lana. Allí se apela al
glamour y la conquista amorosa, en términos sexies del otro. Cuando esto se entrega antes
que el niño haya desarrollado con suficiente fuerza un trasfondo afectivo y valórico, que se
fundamenta dentro de la familia en el lapso que va hasta la adolescencia, conduce a que ese
niño el día de mañana se enfrente con su sexualidad y establezca relaciones humanas desde
una perspectiva muy biológica, sin su contexto afectivo que le de significado. Además los
niños ven telenovelas cuyos contenidos adolecen en su gran mayoría de esta misma falta de
contextualización valórica. Todo esto conduce a la larga a un despertar sexual precoz y una
relativización de los afectos.
En síntesis, con el andar conquisto un espacio físico, con el hablar un espacio social
y con el pensar un espacio interior individual, con todo un mundo propio que se contrapone
con el mundo exterior. Para que este espacio interior sea congruente de tal modo que
permita al niño pensar correctamente, va a necesitar también un adulto congruente en su
ejemplo. Es curioso notar que estas tres conquistas básicas del niño requieren un año cada
una para instaurarse, el mismo lapso que necesita la tierra para girar alrededor del sol. Sin
embargo, en la actualidad el hombre se mueve más rápido, perdiendo su relación con los
movimientos cósmicos. Los medios de comunicación, viajes, exigencias de la vida diaria,
etc. han introducido perturbaciones en los procesos de aprendizaje, con la aparición de
precocidades, que indudablemente traerán consecuencias negativas más adelante.
En el niño es posible apreciar en estos primeros años, cuando se aventura en esta
conquista de su lugar en el mundo, tres características o cualidades básicas. La primera es
el estar abierto al mundo: el recién nacido tiene todos sus sentidos abiertos y es por ello
que ante cualquier estímulo se estremece: una luz, alguien que se aproxima, un ruido, etc.
Incluso cuando mama, no es una actividad limitada a la boca, sino es todo el cuerpo el que
se mueve y reacciona. En la medida que el niño va creciendo y tomando mayor conciencia,
se van formando como finos velos o cortinas que cierran paulatinamente esta receptividad
tan amplia a los estímulos.
La segunda característica es la confianza: en ese estado de abertura al mundo, el
bebé muestra una confianza infinita en el entorno humano. ¡Nunca más un ser humano se
entrega a otro después en la vida, con la confianza que deposita un recién nacido en sus
padres! Con el tiempo esa confianza se va minando porque la actuación de los adultos que
rodean al niño no sigue estando a la altura de sus expectativas. La abertura y la confianza se
dan al unísono cuando el niño dirige su mirada a los ojos de la persona que tiene al frente y
esboza una sonrisa. Si pensamos en los múltiples errores o deficiencia que se cometen día a
día en el trato con los niños, se tendería a pensar que nunca se cumple ese ideal de

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“continuar la labor de los ángeles en la tierra”. Sin embargo el niño es extraordinariamente
benevolente y olvida todas las malas experiencias del día, si por lo menos en ese lapso vive
un contacto significativo de uno a uno. Lo más decisivo en este sentido es que exista una
persona en la vida del niño que se ocupe en forma exclusiva de él por lo menos en algún
instante del día. Ella es la “persona de referencia” que se menciona prácticamente en todas
las corrientes pedagógicas. El niño, si al menos tiene un contacto diario de calidez, cercanía
y afectividad, podrá superar momentos cotidianos difíciles.
El gran defecto que se vive hoy es el abandono, con madres que trabajan todo el día
mientras los niños son confinados a guarderías infantiles o el cuidado de otras personas que
no les brindan el cobijo requerido. Por ello se hace absolutamente necesario establecer un
vínculo individual significativo con el niño, aunque sea sólo unos instantes al día, para
neutralizar las condiciones de vida nefastas que se vive en el mundo moderno.
La tercera característica es que el niño de esta edad es todo movimiento: desde que
nace el niño está en un constante movimiento. En la medida que alcanza un dominio
corporal va actuando en el mundo con tal intensidad, que ningún adulto es capaz de
mantener ese mismo ritmo por mucho tiempo.
Moverse incansablemente, confiar sin un asomo de duda y abertura infinita, son las
tres cualidades que el niño muestra en esta fase de la vida y que se transforman en nuestros
“profesores”: ellas se convierten en virtudes en el plano anímico, así en el ámbito de la
voluntad el movimiento constante se torna perseverancia. La base para una elevación de la
vida de los sentimientos es la confianza. Si yo desconfío, los sentimientos se hunden en lo
corpóreo y me torno egoísta. A su vez, la apertura es una condición indispensable para un
pensar vivo. Mi pensar se torna rápidamente dogmático si yo me cierro.
Estas tres cualidades son fundamentales para el sano desarrollo de la voluntad, del
sentir y pensar y en este proceso no somos nosotros los que enseñamos al niño, sino es él
quien nos enseña a nosotros. Estas tres cualidades son la base de la pedagogía. ¿Si yo como
educador no tengo confianza en mi educando y no persevero en mis rutinas educativas, al
igual que la gota que día a día cae sobre la roca hasta perforarla, cómo podré esperar
buenos resultados el día de mañana? Tengo que elevar mis sentimientos hasta un amor
incondicional por el niño, de lo contrario pierdo el ascendiente moral sobre él, no me hago
creíble. Mi pensar tiene que ser trabajado para que no le traspase mis prejuicios, dudas,
miedos, inseguridades. En este sentido es fundamental trabajar con imágenes y no con
juicios propios del adulto. Hay que tener la convicción de que todo lo que le entrego a un
niño a esta edad, será transformado en fuerzas del alma el día de mañana.
En estos tres primeros años, el cuerpo, alma y espíritu se encuentran en una armonía
tal, que cualquier intervención que haga el educador o los padres va a influir en forma
global en esos tres aspectos del ser humano en ciernes. Ante toda situación donde se dé un
proceso de adquisición de habilidades de un niño, hay que considerar tres aspectos
susceptibles de influir en un trabajo pedagógico:
1. Ambiente que ese niño dispone para desplegar sus potencialidades.
2. Corporalidad física heredada de los padres.
3. Individualidad que vive en ese niño.

Ambiente
En los tres primeros años de vida del niño, cuando logra esas tres grandes hazañas
que son andar, hablar y pensar también necesita un cobijo adecuado, no tan cerrado como
en su vida intrauterina, pero tampoco tan abierto que vaya en desmedro de su seguridad. La

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mejor imagen de un envoltorio para esta etapa la encontramos en la naturaleza con el nido.
Este nido debe ser construido alrededor de los niños para que sea posible un desarrollo
seguro y tranquilo, lo cual hoy no ocurre en muchos casos. Un niño que es precozmente
expulsado de ese nido, se ve en la obligación de enfrentarse a una vida o un mundo para el
cual todavía no está totalmente preparado. Por otra parte, si la permanencia en el nido se
prolonga más allá de lo adecuado, el niño se verá en serias dificultades para alcanzar la
confianza en sí mismo y la autonomía para moverse en el mundo. Es frecuente ver en
nuestras calles a niños mendigando ya en esa primera etapa de la vida, ya sea colgando del
cuello de la madre o tirado en la calle sin mayor cobijo, sometido a un nivel de
sobreestímulo y toma de conciencia tan brutal que es imposible pensar en un desarrollo
futuro equilibrado. El alto nivel de conflicto que se da hoy en día en las parejas, también es
un factor de inseguridad e incertidumbre en el desarrollo emocional de los hijos. La ciudad
moderna, en general, es inhóspita para la crianza de un niño, por ello hay que hacer lo
posible para generar en el hogar un verdadero envoltorio que proteja a ese ser en formación
de las difíciles condiciones de la vida actual.
Dentro del hogar, adquiere un rol formativo muy importante la incorporación del
niño a las labores propias de una casa. Desgraciadamente nuestra vida moderna ha hecho
que muchas de estas tareas sean efectuadas por ruidosos artefactos eléctricos, que forman
parte de la vida diaria como la aspiradora, licuadora, etc. Muchas veces estos artefactos,
además de perturbar el ambiente con sus ruidos, impiden por la naturaleza de su función,
que el niño experimente con actividades que en otras circunstancias debieran ser hechas a
mano. Por ejemplo, vivenciar el gesto de barrer, lavar o batir un huevo, observando cómo
crece y cambia de aspecto la clara bajo esa actividad, etc. Batir, tejer, martillar requieren de
movimientos que se consideran primordiales: mientras se deja una extremidad fija, se
mueve la otra. Cuando estas actividades son realizadas por un adulto, permiten que el niño
perciba estos gestos y con ello el significado de comienzo, mitad y final. Este hecho facilita
la transición de la vivencia de espacio a la del tiempo. El andar es una condición que se da
en el espacio y los ritmos a los cuales se somete el niño crean las condiciones de tiempo. El
gran problema que afecta la vivencia que el niño tiene que hacerse del tiempo es la prisa.
Un niño que es apremiado se desorienta fácilmente y merma su confianza en la vida. En la
educación de un niño hay que tomarse el tiempo que sea necesario, respetando su dinámica
y deteniéndose para oír y observar todas las facetas que experimente en su desarrollo.
Un espacio adecuado, una relación de tiempo rítmica y una relación personal de uno
a uno son las condiciones necesarias para que el niño se mantenga fiel a la decisión de
tornarse un ser humano maduro. Esta decisión es individual y sólo le involucra a él. Los
adultos podemos contribuir dándole esas condiciones básicas para que esto ocurra en la
mejor forma posible. Para la consecución de este fin, el niño sigue el camino del juego.
Jugar para un niño es una actividad seria, donde desarrolla su propia iniciativa sin
que nadie necesite pedírselo o le entregue una recompensa. Con esa actividad el niño crece,
se transforma y conoce el mundo. Desgraciadamente el niño moderno cada vez juega
menos. El mundo exterior es cada vez más peligroso; también el atractivo del televisor y
computador ejercen un rol paralizante muy grande.
El primer juego de un niño es con su propio cuerpo y con la melodía de la voz
humana. Cantarle algo que el niño acoja melódicamente, le permite desarrollar su mundo
interior, ya que el oído es un órgano de los sentidos que crea vida interna. Entre los 3 a 5
años, cuando toma cierta preponderancia lo rítmico, el niño juega con lo que encuentra, la
fantasía es inagotable y el niño crea todo un mundo para jugar. El árbol es un castillo; el

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palito, una espada, un avión o lo que su imaginación conciba. Lo importante es que se da el
proceso de crear y destruir. Puede hacer infinidad de veces la misma torre de cubos e igual
número de veces la destruye. El elemento rítmico está en el hacer-deshacer, no hay una
meta en el juego. Sólo hay transformación y cambio permanente.
En esta etapa tienen cabida las rondas infantiles y cantos que incorporan ese
elemento rítmico con versos y rimas. (Les gusta la propaganda comercial de la TV porque
es repetitiva). Les gusta volver a escuchar el mismo cuento todas las veces, incluso por
semanas, narrados exactamente con las mismas palabras. Son “seres ritualistas” y es
importante que usemos sabiamente esta característica. Los ritos son importantes para los
niños porque tienen que ver con lo rítmico: al despertar se canta, al comer se reza, al dormir
se cuenta un cuento, etc. Hay distintos ritmos, como el semanal del menú; anuales dado por
las fiestas anuales, etc.
El proceso ritualista da confianza, "yo sé lo que va a ocurrir", el diario vivir es
predecible y ello le infunde seguridad.
Entre los 5 y 7 años, cuando el pensar alcanzó esa etapa de cierta independencia
frente al mundo sensorial y el lenguaje, aparecen en el juego metas y representaciones. Se
reparten roles y se buscan elementos distintos para el juego. Todo se prepara, es posible
esperar al otro, se establecen reglas. También es posible continuar más tarde el juego. Juega
y trabaja para realizar una meta que incluso continúa al otro día. El niño de 3-4 años quiere
destruir lo elaborado y no entiende que algo pueda durar hasta el otro día.

Herencia y corporalidad
La corporalidad física del niño, producto de la herencia de los padres, muchas veces
se mira con cierto fatalismo inamovible. Lo cierto es que a diario tenemos ejemplo de
personas que remontan gracias a la confianza y perseverancia las limitaciones que les
impone la vida. En niños con limitaciones físicas, un pequeño atisbo de progreso nos tiene
que dar esperanzas y fuerzas para seguir trabajando. No tenemos que olvidar que si el
cuerpo de un niño no puede caminar, su imaginación y por ende su alma, sí puede volar. Es
a ese ámbito donde se deben dirigir nuestros esfuerzos pedagógicos y terapéuticos.
Es una tremenda hazaña transformar el cuerpo heredado de los padres, que al nacer
pesa unos 3 kilos, y llevarlo en un proceso de crecimiento y desarrollo progresivo hasta los
20 - 22 kilos, que es el peso promedio cuando se inicia el cambio de los dientes de leche.
Este organismo que nos entregaron los padres, es renovado en su totalidad, cambiando
todo, hasta los dientes, y así pasa a ser un instrumento enteramente propio que servirá a los
fines que cada niño en particular trae.
Un hecho poco considerado, porque no se ve, es que en este período ocurre la
mielinización de los nervios y con ello las redes de funcionalidad cerebral, como
consecuencia del movimiento y los estímulos sensoriales que le llegan al niño. La
neurofisiología nos muestra que el depósito de grasas (mielina) en el cerebro y el
establecimiento de la funcionalidad de este órgano, se completa alrededor de los 7 años.
Así, mientras este proceso madurativo ocurre, deberíamos favorecerlo con una educación
como la que a grandes rasgos hemos esbozado aquí. La incorporación precoz de conceptos
abstractos, como los famosos “aprestos a las letras y números” en esta etapa, no respetan la
fisiología del desarrollo de las personas y llevan a debilidades madurativas. Jóvenes
aburridos de los estudios, que todo les da lata, nada los entusiasma, incluso la epidemia de
depresión que vivimos en la actualidad, se deben en cierta medida a la tendencia
intelectualizadora de nuestra cultura educativa. Herodoto ya decía en la antigua Grecia:

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“Educar no es llenar un balde, sino encender un fuego”. Encender un fuego significa echar
andar un proceso que prosiga solo hacia adelante, que evolucione según su propia
dinámica.
Para que esta magna hazaña pueda realizarse en buena forma, es fundamental que el
niño se alimente bien en primer lugar. Ello significa que reciba alimentos de buena calidad.
Una de las mayores afrentas al niño hoy en día es la invasión de productos muy poco
respetuosos con la naturaleza esencial del niño. Hasta la leche es artificial y con aditivos
químicos de toda índole: vitaminas sintéticas, colorantes, saborizantes, estabilizantes, etc.
La invasión de golosinas, bebidas de fantasía, comida chatarra, tienen totalmente pervertido
el sentido del gusto en nuestros niños (y también en los papás!) Las alergias, aparición de
enfermedades degenerativas del sistema nervioso, trastornos del sueño, jaquecas, etc.
obedecen en parte a este factor.
Es importante que concibamos la alimentación como un proceso no sólo dirigido al
cuerpo, sino también al alma, con una mesa cuidadosa y bonita, que invite a congregarse; y
además al espíritu, con una atmósfera de amor donde fluya el encuentro entre los
participantes.
Otro factor con una tremenda influencia en la transformación que debe sufrir el niño
en estos primeros años de vida son las llamadas enfermedades infantiles. Todas ellas se
caracterizan por la aparición de fiebres altas, erupciones cutáneas y que siguen un curso
evolutivo bien preciso en el tiempo. Con estas enfermedades el niño literalmente “quema”
su cuerpo y lo rehace según su propio patrón anímico. Siempre después de estas
enfermedades se producen saltos madurativos, por ello es importante acompañarlas y no
bloquearlas.
El reposo es fundamental, algo tan difícil de conseguir en la actualidad. Ojala no
usar medicamentos químicos. La medicina antroposófica emplea el medicamento
homeopático, que estimula las fuerzas del propio cuerpo para superar la enfermedad.

La Individualidad
El último aspecto sobre el cual el educador puede influir es la individualidad que
vive en ese niño. Hay que dejar establecido en forma lapidaria que éste es un ámbito
sagrado, que merece nuestro más profundo respeto, al cual sólo podemos aproximarnos con
los más nobles sentimientos.
Cuando un educador está frente a un niño, debe rodearlo con un sentimiento de
protección. Muchas veces tenemos la impresión de que ese niño que viene llegando de los
mundos espirituales, probablemente trae un desarrollo y fuerza interior superior a la
nuestra, esta vivencia tiene que hacer surgir en nuestra alma la veneración. Y si se piensa
cómo sería la mejor manera de acompañar el crecimiento de ese ser, que potencialmente
puede tornarse en un adulto que aportará grandes beneficios en su vida, tiene que hacer
surgir en el alma del educador sentimientos de entusiasmo y esperanza en un futuro que se
vislumbra.
Estos dos sentimientos, veneración y entusiasmo, deben estar también protegidos y
equilibrados en relación con el presente que vive el niño. De no ser así, el entusiasmo puede
caer en euforia, que es una proyección desmedida hacia el futuro que hace perder el centro;
y la veneración pase a ser adoración, la cual aprisiona al ser detrás de sí. La veneración y el
entusiasmo que viven en el alma de un educador tienen que estar protegidos, y para que ello
ocurra se necesita estudiar y aclarar todos los aspectos antropológicos del hombre. De igual
manera debemos desplegar estos sentimientos frente a ese niño disminuido, en quien de

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igual manera late en su interior una esencia espiritual capaz de alcanzar alturas
inimaginables si somos capaces de despertar en él fuerzas de superación. Cabe subrayar en
este aspecto, que la persona que educa no base su enseñanza solamente en lo que dicen los
libros, sino que enseñe ¡a través de la realidad de la vida! Ello significa que sus propios
conocimientos se hayan impregnado de sentimientos y madurado a través de las
experiencias que va teniendo a lo largo de su vida. Finalmente el niño llegará donde
nosotros como educadores “estamos” como individuos, y no a esas alturas abstractas que
podamos hablar, sin haber desarrollado nosotros mismos el impulso para alcanzarlas.
El gesto central que deben procurar todos los que tengan alguna ingerencia en el
cuidado y educación del niño en esta etapa, desde que nace hasta que se produce el cambio
de los dientes de leche, es que tenga la profunda vivencia de que este mundo al cual está
entrando es bueno y seguro. Si ello se logra, ese ser podrá darle un sentido trascendente a
su vida el día de mañana, concibiendo lo espiritual como esencial en sus determinaciones.
Una persona que se mueva con estos impulsos plenos de significado, es una persona sana
que no requerirá de médicos ni psicólogos. He ahí la tarea y el magno desafío que le
corresponde a todo adulto, ya sea padre o educador.

LECTURAS SUGERIDAS
• La Educación del niño desde el punto de vista de la antroposofía (Rudolf Steiner)
• Pediatría para la familia (M. Glöckler – W. Goebel)
• Los tres primeros años del niño (Karl König)
• Las fases del desarrollo del niño (Bernard Lievegoed)
• La alimentación del escolar (Udo Renzenbrink)

DONDE COMPRARLOS:
• Alquimist Apotheke _ Guardia Vieja 16 y Bilbao 2812 - Providencia
• Farmacia Weleda _ Simón Bolívar 4188/Ñuñoa

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