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RESTITUCION DE NIÑOS

ABUELAS DE PLAZA DE MAYO

Prólogo, por Estela Carlotto


Introducción, por Alicia Lo Giúdice

PRIMERA PARTE: Abuelas: La Institución


Capítulo I. Niños Desaparecidos: su restitución. Conclusiones del Seminario
Nacional
Capítulo II. El secuestro. Apropiación de niños y su Restitución.Equipo
interdisciplinario de las Abuelas de Plaza de
Mayo
Capítulo III. Prevención de la desaparición de niños. Theo van Boven Capítulo IV.
Abuelas opinan sobre Doltó

SEGUNDA PARTE: Sobre las Abuelas

Capítulo I. Niños desaparecidos: Para que no sean olvidados de la memoria. M.


Pascale Chevance-Bertin
Capítulo II. La labor de las Abuelas de Plaza de Mayo. Rita Arditti y M. Brinton
Lykes
Capítulo III. Las Abuelas: entre dioses y ausencias . J.Carlos Volnovich

TERCERA PARTE: Apropiación-Restitución. Algunos casos.

Capítulo I. Memoria para lo impensable. Caso de hijos de desaparecidos


argentinos robados por militares o policías.
M. Paséale Chevance-Bertin
Capítulo II. La Restitución, una respuesta identificante. Laura Conte
Capítulo III. La Cajita. Subjetividad y Traumatismo. Alicia Lo Giúdice
Capítulo IV. Algunas consideraciones acerca del informe de los mellizos
Reggiardo-Tolosa. Alicia Lo Giúdice
Capítulo V. La manipulación de la memoria por los medios de comunicación en el
caso de los mellizos Reggiardo-Tolosa. Alicia Lo Giúdice
Capítulo VI. Adopción y restitución de niños. El papel de los medios. Eva Giberti

CUARTA PARTE: La Restitución para la Identidad. Apuntes teóricos.

Capítulo I. El derecho a la identidad. Laura Conte


Capítulo II. Niños secuestrados en Argentina: metodología de restitución a sus
familias originales. E. T. de Bianchedi,
M. Bianchedi, J. Braun, M.L. Pelento, J. Puget.

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Capítulo III. La ternura como contraste y denuncia del horror represivo. Fernando
Ulloa
Capítulo IV. Restitución y adopciones. Una conjunción de sufrimientos e
interrogantes. Eva Giberti
Capítulo V. La ética del analista ante lo siniestro. Fernando Ulloa
Capítulo VI. Apuntes sobre Identidad, Filiación y Restitución. Martha Rosenberg
Capítulo VII. Acerca de los orígenes: Verdad, Mentira, Transmisión generacional.
E.T. de Bianchedi, M. Bianchedi,
J. Braun, M.L. Pelento, J. Puget
Capítulo VIII. El Traumatismo en la Apropiación-Restitución. Silvia Bleichmar
Capítulo IX. Matar el futuro. Alfredo Grande
Capítulo X. Destitución del cuerpo imaginario. Marisa Rodulfo

BIBLIOGRAFÍA

Prólogo

20 años después podemos compartir con ustedes nuestras experiencias


sobre la tan dura tarea de buscar en los acontecimientos, sujetándonos a
frágiles hilos conductores que nos harán descubrir al nieto robado.

Nada fue fácil. Tuvimos que aprender, crear, recrear, innovar, crecer y
sobre todo, cambiar.

Porque nada estaba escrito de cómo hacer lo correcto para no dañar aún
más a ese precioso vástago, el hijo o hija de nuestros hijos.

Y así, con mucho amor, con el corazón estrujado, con convicción


irreductible, hoy 20 años después, podemos decir sin lugar a dudas que
nadie más que ellos, nuestros nietos, tienen derecho a recobrar su Identidad,
para dejar de ser esclavos, reconocer su historia, ser ellos mismos.

Por todo ello, este libro tiene el significado de muchas palabras que repre-
sentan tanto: la Solidaridad de los que nos ayudaron a hacerlo, la Donación de
quienes lo escribieron, el Agradecimiento para los que nos acompañaron.

Devolvemos en estas páginas el amor que nos brindaron y la confianza


que nos tuvieron para abrir el camino de nuestros nietos hacia la Libertad.

Septiembre de 1997
Estela Barnes de Carlotto

Introducción

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Hace 20 años "Abuelas de Plaza de Mayo" se iniciaron como Institución
en un intento de organización que les permitiera luchar para la recuperación
de los hijos de sus hijos desaparecidos. Se trataba de afrontar, sin retroceder,
un hecho inédito en la modernidad, ya que el método de desaparición forza-
da de personas como modo de persecución política, implantada por el Terro-
rismo de Estado incluyó la apropiación de menores desaparecidos junto a sus
padres y la apropiación de bebés nacidos en el cautiverio de sus madres
desaparecidas.

Para enfrentar ese otro modo de exterminio, que significó para estos
niños ser violentamente arrancados de un sistema de parentesco para ser
incluidos en otro que reniega que el origen del vínculo se basa en el asesinato
de sus padres, recurrieron a diferentes saberes: el jurídico, el genético y el
psicológico, y pusieron en uso varios términos junto al de apropiación: restitu-
ción, filiación, identidad, y encontraron modos y formas legales para validar
lo que ellas ya sabían: el derecho a la verdad y a la identidad de todo sujeto.

Desde lo psicológico, y eso nos enseña el psicoanálisis, identidad y ver-


dad es algo que cada sujeto construye, de ahí lo valioso de las Abuelas en su
lucha permanente por la memoria y la verdad, ya que piden ese derecho para
sus nietos apropiados ilegalmente.

Desde los inicios, el primer grupo de psicólogos de las Abuelas construyó


los fundamentos para realizar las restituciones y los diferentes profesionales
de la psicología y el psicoanálisis, por medio de sus experiencias clínicas y/o
su interés por dicha temática, fueron produciendo diversos trabajos.

Las Abuelas me encomendaron la compilación de los que fueran repre-


sentativos de los diferentes momentos institucionales y de los distintos aportes
que fueron recibiendo. Fue decisión de la Institución y la responsabilidad de la
Editorial Universitaria de Buenos Aires, EUDEBA, las que nos permiten hoy
compartir lo producido, problematizarlo e invitar a nuevas producciones.

Si el horror parece imposible de enunciarse ya que la materialidad de los


hechos resiste a inscribirse en la historia, los trabajos aquí presentados per-
miten abrir una brecha para que dicha historización sea posible; mi agradeci-
miento, entonces, por permitirme participar para que este proyecto se con-
vierta en acto.

Buenos Aires, septiembre de 1997


Alicia Lo Giúdice

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PRIMERA PARTE
Abuelas: La Institución

CAPÍTULO I

Niños Desaparecidos:

su restitución

Conclusiones del seminario nacional

Abril de 1984

El día 14 de abril del corriente año se realizó el Seminario «Los Niños


Desaparecidos, su Restitución». El mismo se desarrolló en las instalaciones
de la Confederación Médica de la República Argentina (COMPRA) cuyas
autoridades las facilitaron en un gesto solidario, haciendo óptimas las condi-
ciones para su realización.

El encuentro convocó a personalidades de reconocida trayectoria en sus


diversos campos de actuación profesional y social: abogados, médicos, psi-
cólogos, docentes, asistentes sociales, sociólogos, psiquiatras, trabajadores
de lo cultura y el arte, asesores de menores, etc., quienes, a través de ocho
mesas de trabajo, expusieron, confrontaron y elaboraron un conjunto de
propuestas que constituyen un excelente material de análisis, reflexión y orien-
tación para el conjunto de la sociedad argentina, principal destinataria de las
conclusiones.

El Dr. Jorge Berra coordinó la primera parte del Seminario en el cual


hubo presentaciones introductorias a cargo de la Sra. María Isabel Chorobik
de Mariani, presidenta de la Asociación Abuelas de Plazo de Mayo y de los
doctores Mirta Guarino (abogada) y Norberto Liwski (médico), miembros
de los equipos técnicos de esta institución.

El seminario contó con importantes adhesiones de instituciones y perso-


nalidades. Entre ellas destacamos la presencia de delegaciones de las or-
ganizaciones de Derechos Humanos del país: Madres de Plaza de Mayo,
Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, Servicio
Asociación de Abogados de Buenos Aires, Asociación de Psicólogos de Buenos
Aires y de la Escuela de Psicología Social de Pichon-Riviére, lo cual tuvo
a su cargo la coordinación de las mesas de trabajo. Asimismo, se recibie-
ron telegramas de adhesión del Señor Presidente de la Nación Dr. Raúl
Alfonsín, del Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, de los obis-

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pos Jaime de Nevares, Miguel Hesayne, Carlos Gattinoni y del rabino
Marshall Meyer.

Estuvo presente el Secretario de Desarrollo Humano y Familia, Dr. Enri-


que de Vedia.

Las mesas de trabajo abordaron nueve de las situaciones en que se han


tipificado las diversas modalidades en que se encuadran el secuestro y des-
aparición de niños, a saber:

Situación

• N 1 Localización de niños post-mortem.


• N 2 Embarazada con niñito nacido en cautiverio e
institucionalizado y adoptadode buena fe.
• N 3 Niño localizado no restituido con filiación ilegítima.
• N 4 Niño localizado no restituido con adopción plena de mala fe.
• N 5 Niño secuestrado junto a su madre por fuerzas de
seguridad, localizado en poder de otro miembro de la familia con
desconocimiento de la abuela paterna que lo buscaba.
• N 6 Abuelas que localizan a sus nietos y facilitan la tenencia a la
familia sustituía.
• N 7 Niño nacido en cautiverio y en poder de represores.
• N 8 Niña secuestrada con sus padres en el extranjero, localizada
en poder de personas que fueron miembros de las fuerzas de
represión y anotada como propia.
• N 9: Niña localizada y restituida a su madre (ex-detenida,
desaparecida, luego presa y finalmente liberada).

Al presentar las conclusiones del Seminario, la Asociación Abuelas


de Plaza de Mayo desea expresar públicamente su agradecimiento a
todos aquellos que brindaron su apoyo para la concreción de tan tras-
cendente encuentro.

Niños desaparecidos:

su restitución

Consideraciones

La situación de los niños desaparecidos fue equiparada a la esclavi-


tud que en nuestra patria fue abolida por la Asamblea de 1813. En
aquellos años el amo era el dueño del esclavo y de sus frutos y disponía
de la vida y de la muerte de los mismos. Todo esto se dio en el secues-

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tro de niños y el apoderamiento de madres embarazadas y criaturas
nacidas en cautiverio.

A los niños desaparecidos esclavos se les sustrajo su historia personal,


su pasado y su familia.

¿Qué sentido tuvo el robo de niños?

La acción de la represión no fue desorganizada y casual, sino que su


principal destinatario fueron los jóvenes. Se manipularon los medios de co-
municación y la educación y se institucionalizó el silencio. El estímulo fue a
la pasividad, al sometimiento y al no compromiso.

El secuestro y apoderamiento de niños formó parte de un esquema deli-


berado y organizadamente armado, basado en lo Doctrina de Seguridad Na-
cional. Por ella, el enemigo de la Nación es el propio pueblo y la metodología
usada para la represión del mismo justifica cualquier medio para conseguir su
sojuzgamiento.

Impulsada por el Estado, no fue obra de locos, enfermos o delincuentes.


Así, los niños eran un elemento de la estrategia y parte de la «orden de
batalla».

Uno de los objetivos principales fue que perdurara en el tiempo la meto-


dología del secuestro, trascendiendo así generaciones.

Como expresión del Terrorismo de Estado, se buscó un efecto


multiplicador del terror, incidiendo sobre el conjunto de la población, parali-
zando toda acción contra la dictadura, a fin de poder implementar un plan
económico y su modelo de país.

Destruyendo a padres, niños y abuelos que supuestamente habían llevado


al país al caos, pretendieron un castigo «ejemplificado!» para las generaciones
futuras que manifestaran su disenso. En lo inmediato, se buscó un
silenciamiento del acto represivo, tomando niños como rehenes.

Asimismo para evitar la «contaminación parental» se pretendió


mesiánicamente que los niños se educaran en una familia «modelo», según
la concepción de modelo de los dictadores.

Finalmente, los niños fueron usados como botín de la represión más


feroz que sufriera alguna vez el pueblo argentino.

¿Quiénes fueron los responsables?

La responsabilidad de quienes usurparon el poder político mediante un


acto de fuerza resulta obvia e insalvable. La concentración del poder en un
reducido grupo determinó que bajo su responsabilidad se concibiera y ejecu-
tara una metodología represiva que incluyó como rasgo inédito en la historia
mundial el secuestro y la desaparición de niños.

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El Estado, a través de sus diferentes instituciones y organismos, parti-
cipó de un modo directo o indirecto en la concreción de esta deleznable
metodología.

Participación fundamental les cabe a las Fuerzas Armadas y organis-


mos de seguridad, actuando en algunos casos coordinadamente con sus
similares extranacionales.

El Poder Judicial y en particular muchos juzgados de menores fueron


cómplices de esta tarea delictiva, convalidaron su accionar otorgando guar-
das indebidas, adopciones ilegales, negando información a los legítimos
familiares, etc.

Se contó con la complicidad de las autoridades de la Minoridad para


transformar los institutos dependientes y hospitales en centros oficiales de
concentración de niños desaparecidos.

Su cambio de identidad o su ingreso como N.N., negando a su vez toda


posibilidad de reintegración con su familia legítima, constituyen manifesta-
ciones expresas de esta afirmación.

Es destacable la responsabilidad que le cabe a los dueños de los medios de


comunicación, a la gran parte de la jerarquía de la Iglesia y de otras religiones,
a los partidos políticos y a las instituciones intermedias de la sociedad, que,
conociendo la situación se negaron a denunciar y detener el robo de niños.

I - Consecuencias de la desaparición de niños

A - Efectos Sociales:

Los efectos sociales de la desaparición de niños revisten tal amplitud y


complejidad que un solo seminario resultó insuficiente para dar cuenta de
cada una de las problemáticas que encierran las situaciones vividas. No obs-
tante, como aproximación pueden reseñarse algunas características que ten-
drán incidencia no sólo en el desarrollo individual de los niños sino también
en los núcleos familiares de origen e impuestos.

B - Desintegración familiar:

La desintegración familiar como efecto de la metodología represiva apli-


cada, afecta a tres o cuatro generaciones con distintos agravantes. Han ido
desde la marginación social por ser miembros de familias «sospechosas»,
pérdida de amigos, de trabajos de otros familiares que rehusaban participar
del drama, dificultad en entender el propio estado civil, de transitar a lo largo
de estos años en una situación límite que permitiera explicarse y asumirse
como miembros de familias distintas hasta la ruptura violenta de vínculos
afectivos con hijos, con nietos, con padres, con todo un entorno, generando
consecuencias de difícil predicción en diversos planos.

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C - Efectos en los niños:

En los niños estos efectos van a estar potenciados, no sólo por la caren-
cia lógica de una estructura de personalidad que facilita el intento de adop-
ción, sino y en particular, por el 'shock' traumático al cual es sometido. El
solo hecho del secuestro y posterior desaparición de uno o ambos padres
provoca un daño que implica la interrupción del desarrollo evolutivo. Y con
ello podemos considerar parte de la escala recorrida por el sistema represivo
que contemplaba desde que los mismos niños fueran utilizados como ele-
mentos de presión sobre sus padres, siendo objetos de violencia física y
psíquica, hasta su propia desaparición como cierre del ciclo de terror.

La desaparición de niños está basada en el absurdo de que las ideas


pueden ser transmitidas genéticamente y en consecuencia, debían ser entre-
gados o otros grupos, ajenos a la anterior estructuración familiar. De esta
manera se provocaría la ruptura de identidad y se generaban situaciones
antagónicas que acrecentaban no sólo la inestabilidad del niño sino también
la de la familia impuesta.

Esta ruptura brusca del vínculo familiar, en un período en que se va


conformando la identidad, por la imposición de otros nuevos vínculos, lo
desinformación de su propia historia, la confusión sobre el origen, las con-
diciones de estabilidad, equilibrio y afecto de quien está a cargo del niño,
son, entre otros, elementos de vital importancia y de extraordinaria inciden-
cia en lo evolución. Y en función de lo siniestro que se ha vivido, no hay
duda de las consecuencias personales que se registrarán, independientemen-
te de quién está a cargo del niño. Es conveniente reflexionar además acerca
de las condiciones que pueden rodear a estos niños en función de quienes los
tienen a su cargo, dado que de ello también se desprenderá la forma de
integrarse o reaccionar frente al medio.

D- Las familias impuestas:

La tenencia de estos niños abarca una pluralidad de situaciones que van


desde dejarlos en manos de vecinos atemorizados, que los reciben como
«una desgracia» que se impone a la familia, hasta adopciones pseudo-legales
o ilegales. Éstas podían efectuarse desde distintos estratos sociales, civiles o
militares.

Dado lo ilícito de la situación, hay que considerar particularmente las


condiciones de cada adopción, puesto que no sólo no son niños abandona-
dos, sino que son buscados activamente por sus familias.

Mayor repercusión en el niño tendrá la variación que corresponde


en función sea del «anhelo» que podría caracterizar A determinada
pareja, o de lo «necesidad egoísta» que puede rodear a otro como for-
ma de negar problemas personales y desavenencias conyugales. Distin-
tas son las consideraciones a tener en cuenta cuando los niños están en
poder de quienes formaron parte del sistema represivo que actuó sobre

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sus padres. Más allá de la moralidad del acto, existe una patología vin-
cular que hace imposible construir una identidad sólida. La adopción
que hace el represor del hijo del detenido-desaparecido, además de en-
ferma, es cruel, pues convierte al niño en un objeto de manipulación
psicológica, condicionando severamente su futuro y condenándolo irre-
versiblemente a la enfermedad.

E - Magnitud del daño en los niños:

La situación originada por la ruptura violenta del vínculo del niño con su
familia de origen produce una situación traumática que incide en el conjunto
de su crecimiento y desarrollo.

El daño psicofísico y social es predecible en todos los niños. Lo que no


puede predecirse es la magnitud de dicho daño. El mismo, a lo largo del
tiempo, puede abarcar diferentes manifestaciones.

Estas afirmaciones recogidas de la experiencia universal se han visto


confirmadas en la verificación que ha sido posible realizar en un número
significativo de niños localizados y/o restituidos.

La perspectiva de reparación o atenuación del daño inflingido a estos


niños se subordina a la acción beneficiosa lograda por la restitución y a la
actitud que asuma la sociedad en su conjunto.

II - La restitución

A - Consideraciones generales:

Todos los expertos coincidieron en forma unánime en la necesidad de lograr la


restitución de los niños desaparecidos a sus legítimas familias, acción impres-
cindible para reparar, aunque sea parcialmente, el daño sufrido por las criaturas.

Restitución a sus legítimas familias significa que los niños sepan y co-
nozcan su historia, en un intento de reintegro de su identidad, dándoles tam-
bién el afecto de los seres queridos de quienes fueron brutalmente arranca-
dos, situación ésta que intentó disfrazarse de abandono.

Asimismo, los expertos que concurrieron al seminario coinciden en que


es fundamental lograr el reintegro de los niños desaparecidos al seno de sus
legítimas familias, situación que cada abuela o familiar resolverá de acuerdo
a las circunstancias.

Remarcamos que la necesidad de la restitución encuentra su fundamento


en todas las teorías psicológicas y médicas, las cuales destacan que el conoci-
miento de la verdad posibilita y asegura el desarrollo afectivo e intelectual del
niño afectado.

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Por lo tanto, el temor de que la restitución provoque daño es infundado,
ya que, por el contrario, lo dañino para la criatura es el desconocimiento de
su identidad y el falseamiento de sus orígenes e historia.

Así, dicho desconocimiento trae inevitablemente como consecuencia un


bloqueo en el crecimiento y desarrollo en las diferentes áreas del niño.

Este temor ha sido alentado desde la propia dictadura y vehiculizado por


los medios de comunicación creando condiciones para el desarrollo de ciertas
corrientes de opinión que, bajo el estado de confusión, conciben a la desapa-
rición de niños como irreversible y a su perpetuación como el «mal menor».

B - Metodología de la restitución:

El niño tiene derecho a ser libre y no esclavizado. Se debe garantizar que


la restitución se opera en un marco que contemple el preservar y proteger al
niño. Se debe tener en cuenta en no volver a tomar al niño como objeto,
como fue tomado al convertirlo en desaparecido.

La metodología de la restitución depende de cada situación concreta.


Las situaciones son específicas de cada caso en particular y de decisión de la
abuela y los familiares.

Las familias impuestas que formaban parte del aparato represivo o esta-
ban vinculadas al mismo y que por ese medio tomaron posesión de las criatu-
ras, bajo ningún concepto podrán permanecer con los niños, ya que se trata
de pseudo-padres, partícipes de la represión, y ahí justamente está la perver-
sión del vínculo y la perpetuación del acto represivo. En tales circunstancias
no se puede hablar de adopción sino de apropiación.

Se debe modificar la ley porque éstos no fueron niños abandonados sino


separados por el Estado de sus familias. También forma parte de la respon-
sabilidad social el promover una legislación que facilite la restitución en for-
ma ágil, rápida y poco dolorosa.

El proceso de restitución del niño y reconstitución de la familia deberá


contar con la atención integral de la misma mediante equipos
multidisciplinarios, con la idoneidad suficiente para tal fin, contemplando
las necesidades comunes a todos los casos pero respetando su individualidad.

C - Aspectos legales:

El derecho a la restitución y a la recuperación de la identidad está vincu-


lado al carácter de delito permanente del que fueron víctimas los niños se-
cuestrados o los nacidos en cautiverio y que como tal continúa producien-
do sus efectos en la actualidad.

Independientemente de ello, desde el punto de vista de la normativa


civil, las guardas, tenencias o adopciones simples o plenas, otorgadas o en
vías de otorgarse, de niños desaparecidos son nulas de nulidad absoluta y por

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tal motivo no pueden ser objeto ni de confirmación ni de rectificación. Decla-
rada la nulidad o la revisión, la restitución de los niños y la recuperación de
su identidad familiar es consecuencia del principio legal que dispone que todo
deberá volverse al estado de cosas anterior o igual estado en que se hallaba
antes del secuestro o desaparición.

D - Consideraciones éticas y sociales:

Del mismo modo como el secuestro y desaparición de un solo niño por


parte del Estado determinó la fractura de las estructuras de seguridad y pro-
tección que la niñez requiere para su adecuado desarrollo, así también la
restitución del último de los niños desaparecidos producirá un efecto directo
en la comunidad infantil en orden a la recuperación de principios y segurida-
des que la sociedad tiene el ineludible deber de ofrecer.

En el caso de la multitud de niños adoptados de buena fe durante estos


años del terror, la restitución del último de los niños desaparecidos constituye
la única evidencia concreta de que su origen e historia personal no están
marcados por la acción represiva directa del terrorismo de estado.

Desde la perspectiva ética, de frente hacia el futuro, en el fortalecimiento


de la convivencia democrática y la plena vigencia de los Derechos Humanos,
y en particular los de la infancia, la restitución constituye la devolución de la
sociedad a sí misma, en una escala de valores justa, acabando con aquello de
que «en la Argentina todo es posible».

III - Propuestas

Considerando la gravedad de la situación vivida, inscripta en un marco


de afrenta a la humanidad y sus posteriores consecuencias de destrucción,
dolor, incertidumbre, motivos éstos que llevan a profundizar la inseguridad
y el malestar no sólo de las familias afectadas sino de toda la sociedad,
proponemos:

1°) Que como parte de la reparación que debe realizar el actual gobierno
en atención a la continuidad jurídica correspondiente propicie:

a - Una legislación que posibilite, sin perjuicio y en consonancia


con la labor que realizan las Abuelas de Plaza de Mayo, una metodología
para la investigación, localización y restitución de los niños a sus legíti-
mas familias.

b - La elaboración de un proyecto de Ley de Adopción que con-


temple la nueva situación de los niños secuestrados y de los niños cuyos
padres están desaparecidos.

c - La implementación de programas de asistencia multidisciplinaria


en general, a quienes han sido directamente afectados, en consonancia con
los centros que ya actúan en los organismos de Derechos Humanos.

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d - Instrumentar las estructuras necesarias que puedan garantizar
la correspondiente identidad de los niños en el momento en que sean hallados.

- Intervenir en los estudios científicos, modificando aquellas


normas que impidan su realización.

- Proveer los medios técnicos para la creación de un Banco de


Datos que permita conservar las características de histocompatibilidad y otros
estudios que posibiliten la identificación de los niños.

e - Investigar en todos los planos la responsabilidad de las distintas


instituciones, juzgados, institutos de minoridad, hospitales, etc. y derivar las
causas a los fueros civiles correspondientes y no a los tribunales militares
para su juzgamiento y castigo, contribuyendo de esa manera a la construc-
ción del «Nunca Más».

f - Remover a los jueces nombrados o reconfirmados por la dicta-


dura militar.

g- Difundir masivamente los hechos investigados a través de los


medios correspondientes con la finalidad de generar un sistema preventivo
ligado a la idea del «Nunca Más».

2°) Que la sociedad en su conjunto en función de la responsabilidad que


le compete asuma la actitud de permanente denuncia, garantice informacio-
nes veraces y exija respuestas satisfactorias como forma de asegurar que
todo esto no pueda volver a ocurrir. Familias destruidas, la comunidad infan-
til dañada, deterioro generalizado son afrentas a todo el Pueblo Argentino y
no simples efectos causados a pequeños grupos.

3°) Que los medios de comunicación brinden los espacios necesarios


para acelerar las posibilidades de localización, colaboren con la restitución y
funcionen como espacios educativos.

CAPÍTULO II

El secuestro.
Apropiación de niños y restitución

Por el Equipo Interdisciplinario

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Abuelas de Plaza de Mayo
Noviembre de 1988

Situación de los niños desaparecidos en la comunidad

Es nuestra intención transmitir la experiencia de nuestro trabajo en el


camino que marcan Abuelas de Plaza de Mayo, sobre la necesidad de la
búsqueda, ubicación y restitución de cada uno de los niños secuestrados-
desaparecidos, en la convicción de que la única posibilidad de enfrentar este
drama inédito es que la sociedad participe, activa y solidariamente, en la
resolución de esta herida, que seguirá abierta en tanto quede algún niño al
que no se le restituya su origen, su historia y su identidad.

La restitución de los niños secuestrados hace necesario situarla, desde un


comienzo, en el terreno que le corresponde: el de las garantías y derechos
humanos de los niños, el derecho a la vida en dignidad, a no ser despojados
jamás de su singularidad originaria, el derecho a la verdad de su propia
historia, a crecer entre los suyos. La referencia, sin concesiones, a este
campo constituye el soporte constante del testimonio y la tarea de Abuelas
de Plaza de Mayo. Por lo tanto, se trata de recorrer este camino de la
experiencia en que ellas son guía, el de la reparación práctica y concreta de
los graves riesgos, presentes y futuros, de las consecuencias de una de las
acciones más siniestras ejercidas sobre la sociedad por el terrorismo de
Estado: la desaparición-apropiación de niños.

Frente a este horror vigente, la población infantil crecerá con la pre-


gunta «¿me puede tocar a mí?»; todo niño adoptado se preguntará «¿no
seré yo un niño secuestrado de padres desaparecidos?». Preguntas que
apuntan a «¿quién soy?», «¿de dónde vengo?», «¿hacia dónde voy?» y
que trasciende el dolor íntimo de cada uno, amenazando la salud y la iden-
tidad misma de nuestro pueblo.

La apropiación fue paradigma de horror y de intento de enajenación. Por


ello, el sentido de la restitución trasciende, como respuesta, el marco de la
justicia individual reparatoria del vejamen sufrido por los niños desapareci-
dos y sus familias y se ubica como la impostergable respuesta colectiva de
reconstrucción del tejido social, que, como comunidad, la sociedad argentina
se debe a sí misma.

Ante esta duda, quizá no tengamos todavía plena conciencia de en qué


medida el discurso totalitario, que aplicó sistemáticamente la maniobra de la
negación de los hechos, la mistificación o la reinterpretación de los mismos,
impuso y justificó sus categorías adversas al sentir que nos constituye como
comunidad.

Nos es difícil pensar que el punto más sensible, más generoso y abierto
al futuro del ser humano, su descendencia, haya sido utilizado como intento
de extinción definitiva de la herencia biológica, psicológica e ideológica de las
víctimas, a la vez que el mismo sentimiento de amor a la niñez y a la descen-
dencia, sea manipulada, con el argumento del supuesto bienestar de los ni-

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ños, para inducir a la confusión, a la justificación o al silenciamiento de la
acción inhumana del secuestro-desaparición de niños.

Nuestros niños y bebés secuestrados y nacidos en cautiverio, fueron


criminal y violentamente arrancados de los brazos de sus madres, padres,
hermanos, abuelas y abuelos y la mayoría continúa padeciendo el secues-
tro y la desaparición. Están ilegalmente anotados o como propios o por
medio de adopciones fraudulentas, falseando sus padres, sus nombres, sus
edades, la forma y el lugar en que vinieron al mundo, quiénes asistieron su
nacimiento; es decir, apropiados, privados de su verdadera identidad, pri-
vados de su origen, de su historia y de la historia de sus padres, privados
del lugar que ocupan en el deseo y en el afecto de los suyos, privados de
las palabras, las costumbres y los valores familiares, sustraídos de la posi-
bilidad de desenvolver sus vínculos identificatorios originarios y de la posi-
bilidad de autorreconocimiento y de reconocimiento de todo lo propio,
tratados como cosas de las que se dispone a voluntad, parte del saqueo y
despojo de sus hogares.

Aun siendo alimentados y cuidados, aun rodeados de bienestar y de lujo,


su condición es la esclavitud, obligados como están, para sobrevivir, a iter-
pretar como verdadera una realidad que no lo es, a investir como parentales
figuras fraudulentas. Inducidos a «metabolizar» el fraude e invadidos en ese
espacio corporal y psíquico singular e inalienable que debe ser garantizado a
todo ser humano para lograr su autonomía, viven en un cautiverio que los
anula, pero que no basta para borrar la herencia y las huellas genéticas y
psicológicas que están inscriptas indeleblemente en cada uno. (No podemos
ignorar que, desde la práctica clínica, está ampliamente demostrado que,
cuando los hijos separados de sus padres logran la autonomía, surge en ellos
el imperativo natural de encontrarse con su origen.)

Abuelas de Plaza de Mayo, en su práctica, ha elegido el camino de la


justicia para recuperar para la vida los niños desaparecidos.

Cuando lo que nos ocupa es de tal magnitud que se refiere a los derechos
humanos de los niños, en nuestro caso niños desaparecidos secuestrados-
apropiados, la sociedad entera tiene una deuda ética con ellos. Esta deuda no
es abstracta, repararla cabe a la sociedad toda. Son los jueces de la Democra-
cia, instrumentos representativos, quienes deben posibilitar al pueblo saldarla.

Apropiación

Un intento de impedir el conocimiento de la situación de secuestro-


apropiación en que se encuentran los niños desaparecidos, consiste en
pretender como iguales una genuina situación de adopción y la situación
de apropiación. Este intento apunta a llevar a confusión a gran parte de
nuestro pueblo.

Ante todo, es preciso explicitar las diferencias radicales de estas situaciones.

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Hablamos de adopción genuina en aquellos casos en que ésta se realiza
en circunstancias éticas que contemplan el respeto a la singularidad del niño
y a la voluntad y el deseo de los padres, desde una perspectiva solidaria que
no promueve el abandono.

Sin embargo, existe también una práctica de adopción «de registro per-
manente en nuestro medio» cuyas circunstancias «dañan ética y
conceptualmente la noble institución de la adopción»1 y que, bajo la forma
de protección, encubre el disponer a voluntad de vida y destinos ajenos.
1 Abuelas de Plaza de Mayo «La apropiación de niños y el sistema de adopción» .1er. Congreso
Argentino de Adopción.

El exponente máximo de disponer a voluntad de vida y destinos aje-


nos lo constituyen el siniestro procedimiento de apropiación de niños
secuestrados y nacidos en cautiverio como consecuencia de la persecu-
ción política a sus padres en el ejercicio de facultades con características
criminales ejemplificadoras de la omnipotencia mesiánica del terrorismo
de Estado*.

Procedimiento que lleva el sello de una penetración ideológica atroz e


inhumana y que se aplicó siguiendo dos vías; suponían, no dejarían rastros.

1) Secuestro por apropiación encubierta por la adopción, lo que ha escri-


to el capítulo más negro de la institución de la adopción.

2) Secuestro por apropiación directa, práctica en la que se los regis-


traba como propios. (Esta modalidad fue la más implementada por fami-
lias pertenecientes a las fuerzas de «seguridad» o estrechamente vincula-
das con ésta.)

A través de estas dos vías, sistematizadas por el llamado Proceso de


Reconstrucción Nacional, se perpetraron centenares de apropiaciones. Son
niños que, aun hoy, viven en situación de desaparición:

a) APROPIADOS por secuestradores, quienes intervinieron directamen-


te en la desaparición y/o asesinatos de los padres y en la desaparición-apro-
piación de los niños como parte del saqueo.

b) APROPIADOS por cómplices, quienes tuvieron una intervención di-


recta como cómplices en la desaparición-apropiación de los niños, aunque no
actuaron directamente en la desaparición de los padres. Apropiadores con
complicidad en el saqueo.

c) APROPIADOS por falseadores, quienes, sabiendo el origen del niño fal-


sean su nombre, su nacimiento, su origen y su historia, anotándolo como propio.

d) APROPIADOS por «adopción», quienes «adoptaron» a los niños


buscando que la institución de la adopción actuara como encubridora de la

15
apropiación.
* Como queda demostrado en las afirmaciones públicas de Ramón Camps en el reportaje reali-
zado por Santiago Aroca, publicado en la revista española «Tiempo», donde declaro: « personal-
mente no eliminé a ningún niño, y lo que hice fue entregar a algunos de ellos a organizaciones
de beneficencia para que les encontraran nuevos padres. Los subversivos educan a sus hijos
para la subversión. Eso hay que impedirlo». O bien en las opiniones atribuidas a Vaquero testi-
moniadas en el juicio a los ex-comandantes.

La experiencia, en general, es que la apropiación de una criatura desapa-


recida o nacida en cautiverio, está íntimamente ligada a lo delictivo, «ya
que durante la vigencia del terrorismo de Estado, los padres que habían
sido secuestrados y posteriormente desaparecidos», de la mayoría de los
cuales tenemos hoy la dolorosa sospecha de que fueron asesinados,» esta-
ban imposibilitados de ejercer el conjunto de derechos y obligaciones que
supone la patria potestad. Menos aún de ser parte en las actuaciones
donde se debatía la situación y filiación de sus hijos. Los abuelos, tíos y
otros familiares tampoco podían concurrir a los tribunales para ser parte
en los juicios de adopción de esos niños, pues desconocían el dato princi-
pal: dónde estaba el niño, quién era el apropiador, y consecuentemente,
qué tipo de vínculo se había establecido entre el apropiador y la víctima;

una anotación como hijo propio, falseando una partida de nacimiento o


bien una adopción fraudulenta».

«Por eso es posible afirmar que en el origen de estas adopciones-apro-


piaciones subyace El Delito desde el punto de vista jurídico: la privación
ilegal de la libertad calificada de los padres y la sustracción de los niños»2.
Pero también delito desde el punto de vista psicológico. Creemos que hay
que incorporar el concepto delito, dentro de la terminología psicológica, cuando
se apunta expresamente desde la sistematización perversa del conocimiento
psicológico al enajenamiento e inermidad psíquicos.

El fundamento de la paternidad y el sustento de la identidad de un hijo es


el proyecto de vida y de amor que los padres tienen para el niño desde su
deseo, paternidad que hunde sus raíces en la legalidad de dicho deseo. Es
este deseo fundante en que abre la posibilidad de todo ser humano a desear y
a acceder a un desarrollo-psico-físico-social integrado.

Entonces, para que una adopción sea legítima, los padres libremente
tienen que hacerse cargo de ceder el hijo en adopción y renunciar a todo
proyecto de vida en relación a ese hijo en el acto de cederlo. Deseo y proyec-
to que jamás cedieron los padres de los niños desaparecidos, sino que,
víctimas ellos de la desaparición, fueron arrancados compasivamente de sus
seres más queridos. ¿Acaso el clamor de las Abuelas no es la expresión de la
insistencia del deseo de los padres de estos niños?
2 lbid.

16
La ilegitimidad de los pseudos padres radica en la imposibilidad de fun-
damentar su deseo en la ilegalidad.

Los pseudos padres, al negar, mentir, ocultar o callar su origen a los


niños y al violentar la voluntad y el proyecto de vida de sus progenitores,
representados ahora por sus familiares legítimos, no pueden invocar la adop-
ción, ya que se trata en el mejor de los casos, de siniestra complicidad*,
puesto que condena al niño, literalmente a desaparecer.

Las situaciones de hecho son de fraude y falsificación, sin ley y sin


verdad. Sin ley, más que la voluntad absoluta de dominio de los represores y/o
apropiadores. Sin verdad, porque se altera y se distorsiona la realidad aun
ante los jueces y las pruebas de histocompatibilidad sanguínea, sobre quiénes
son, cuál es su familia y a dónde pertenecen. Por lo tanto, los apropiadores
no pueden representar ni a padres ni a padres adoptivos, porque ocupan ese
lugar desde la ilegalidad y la impostura.

Corresponde hacer un espacio a quienes, en circunstancias ajenas por


su parte a toda intención de complicidad o apropiación, se hicieron cargo de
niños víctimas de la desaparición, preservando la honestidad del vínculo al
no ubicarse en el lugar del fraude.
* Los agentes del terror que, al ejecutar operativos de desaparición-secuestro, se quedaron con
los niños, conocían su filiación; las personas allegadas o vinculadas directamente con estos
agentes que recibieron niños de sus manos, conocían su filiación, o por lo menos su proceden-
cia; los juzgados y las instituciones oficiales o de beneficencia, donde fueron llevados los niños
por los represores, conocían su procedencia y, en algunos casos, su filiación; las personas que
fueron testigos o vecinos, a quienes les fueron dejados los niños por las fuerzas del terror,
conocían su origen aunque, en muchos casos, no conocían su filiación; y, en todo caso, toda
otra persona que durante estos años se hizo cargo de un niño, conocía la posibilidad de su
procedencia.

Estas familias que recibieron a los niños en un marco de verdad fueron:

a) vecinos a quienes los represores dejaron los niños bajo amenaza de


guardar silencio y que, al acogerlo, no les mintieron sobre su identidad, cuan-
do fue posible, apoyaron el derecho de los niños a recuperar lo propio. Son
aquellas a las que Abuelas de Plaza de Mayo llama, como lo hizo Tamara,
«familias de crianza».

b) familias que, motivadas por el deseo de adopción, concurrieron a


juzgados e instituciones de menores, donde les fueron entregados nuestros
niños disponiendo de ellos como si se tratara de verdaderos huérfanos desvalidos
o carenciados abandonados por su familia. Estas familias, ante la creciente
convicción de que eran niños a quienes la represión había alcanzado
privándolos del derecho de vivir con los suyos, llegado el momento, se pusie-
ron a disposición de Abuelas, para en común, encontrar la verdad de su
origen e historia para posibilitar la integración con quienes nunca los abando-
naron. Lamentablemente en el último período se tuvo en conocimiento de
una situación de características aparentemente semejantes, pero con com-
portamiento y desenlace parcial diferente.

17
Desde el punto de vista del derecho internacional el Estado argentino en
su acción sistemática de sustracción de menores, ha violado diversos princi-
pios consagrados por la Comunidad Internacional.

Ha violado el art. 1° de la Declaración universal de Derechos Humanos


aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948 que dice
que todos los seres humanos nacen libres. También ha violado el art. 16 de la
Declaración que consagra el derecho de la familia a la protección de la socie-
dad y del Estado.

Ha actuado en contra de los principios establecidos en el Pacto Inter-


nacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales aprobados por
la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1966 cuya parte III, art.
10 consagra «la más amplia protección» a la familia y «especial protec-
ción a las madres durante un período de tiempo razonable antes y des-
pués del parto».

Ha vulnerado el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos apro-


bado en la misma fecha por la Asamblea General de las Naciones Unidas
cuyo art. 23 proclama que «la familia es el elemento natural y fundamental
de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado».

En particular se ha actuado en contra de lo establecido por el art. 24 de la


misma Declaración que establece:

1°) Todo niño tiene derecho sin discriminación alguna por motivo de
raza, color, sexo, idioma, religión, origen nacional o social, posición econó-
mica o nacimiento, a las medidas de protección que su condición de menor
requiere, tanto por parte de su familia como de la sociedad y del Estado.

2°) Todo niño será inscripto inmediatamente después de su nacimiento,


deberá tener un nombre.

3°) Todo niño tiene derecho a adquirir una nacionalidad.

Después del restablecimiento del orden constitucional, el Parlamento


argentino ratificó la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
Pacto de San José de Costa Rica, aprobada en la Conferencia de San
José de Costa Rica en noviembre de 1969, cuyo art. 17 consagra la pro-
tección de la familia, y que en su art. 18 establece que «toda persona
tiene derecho a un nombre propio y a los apellidos de sus padres o al de
uno de ellos».

De estos derechos se encuentran privados los menores que aún conti-


núan desaparecidos.

18
Desde el punto de vista del Derecho Interno la dictadura militar argentina
violó diversos artículos de la primera parte, Declaraciones Derechos y Ga-
rantías de la Constitución Argentina.

Considerando el tema desde el punto de vista del Derecho Penal, y te-


niendo en cuenta que en Argentina no se ha legislado sobre la desaparición
forzada de personas, las normas del Código Penal que resultan aplicables en
los casos de desaparición de menor son las siguientes:

a) Delito de sustracción de menor.

El artículo 146 del Código Penal establece una pena de tres a diez años
de prisión o reclusión a quien «sustrajere a un menor de diez años del poder
de sus padres, tutor o persona encargada de él, y el que lo retuviere u ocultare».

b) Delito de supresión y suposición de estado civil.

El art. 139 del Código Penal impone la pena de prisión de uno a cuatro
años «al que por medio de exposición, de ocultación o de otro acto cualquiera,
hiciese incierto, alterase o suprimiese el estado civil de un menor de diez años.

c) Delito de falsificación ideológica de documento público.


El art. 293 del Código Penal, haciendo remisión al art. 292 establece la
pena de tres a ocho años de prisión a quien hiciere insertar en un instrumento
público destinado a acreditar identidad, declaraciones falsas, de un hecho
que el documento debe probar, de modo que pueda resultar prejuicio.

d) Delito de privación ilegal de la libertad.

El art. 142 del Código Penal establece la pena de dos a seis años de
prisión o reclusión, al que privare a otro de su libertad personal, en distintos
supuestos tipificados en el articulado.

Los menores desaparecidos llegaron a esa condición en diferentes cir-


cunstancias.

En algunos casos los menores fueron protegidos por los vecinos cuando
se produjo el secuestro de sus padres. Los vecinos ignoraban el nombre
verdadero de los padres, y en las condiciones de represión que existían en
Argentina consideraron que lo más adecuado era mantenerlos con ellos. Se
trata de los doce niños que permanecen con la familia que los crió y de otros
casos que, sin dificultades judiciales, muchas veces sin la participación de la
justicia, por la sola acción de Abuelas de Plaza de Mayo, fueron voluntaria-
mente restituidos a su familia.

En otros casos los menores fueron entregados, por la fuerza represiva o


por los vecinos a los jueces de menores, los que dispusieron su internación
en institutos para menores. Posteriormente, fueron entregados en adopción.
Hay aquí una evidente negligencia de los Juzgados de Menores y jueces
civiles que otorgaron las adopciones, que no buscaron a la familia legítima y

19
contribuyeron a que el menor fuese privado de los derechos que le reconoce
las Declaraciones y Convenciones Internacionales. No se trataba de menores
abandonados por sus padres, sino privados de ellos por el accionar represivo
de la dictadura a quienes el resto de la familia los buscaba reclamándolos
ante los distintos órganos del Estado.

Conjuntamente con la vía de la acción penal se plantea la nulidad de la


adopción, en Sede civil.

Pero los casos más comunes son aquellos en los que se abre la vía penal
por los delitos cometidos en contra de los menores. Se trata de los casos en
que las fuerzas representativas llegaban a los menores a Centros ilegales de
detención, o directamente se apropiaban de ellos, de la totalidad de los casos
de menores nacidos durante la detención de su madre.

Estos menores aparecen inscriptos como propios por personas que no


son sus padres y que en esa inscripción han cometido los delitos de supre-
sión de estado civil y falsificación de instrumento público.

Debido al sistema de pruebas legales que existe en el proceso Penal Federal


y en el de ciertas provincias, resulta difícil la prueba de la sustracción del menor,
aun cuando el niño desaparecido sea encontrado en poder de personas que se
demuestra que no son sus padres. Menos dificultades existen en cuanto a la
prueba del ocultamiento o retención, también contemplados en el tipo penal.

Esas dificultades no existen en cuanto a la prueba del delito de falsi-


ficación ideológica de instrumento público, destinado a aprobar identidad,
cuyo cuerpo del delito esta configurado por el certificado de nacimiento
falso. Como la supresión y superposición de estado civil se hace habi-
tualmente mediante una inscripción de nacimiento falsa, el tipo legal
de este delito es absorbido por el más grave de falsificación de instru-
mento público.

El delito de sustracción de menor es un delito permanente que concluye


cuando el menor es restituido a su familia.

Fundamentos de la paternidad

Un segundo intento de justificar la pretendida paternidad de los


apropiadores es suponer que cumplen la función de padres psicológicos.
Pensamos que este intento de confusión instrumenta la experiencia que to-
dos tenemos en cuanto a que no es necesario ser los padres biológicos para
cumplir la función de padres. Pero ser padres implica el ejercicio de una
función que no todos quienes ocupan ese lugar la cumplen. No se puede
identificar la función parental, ni el vínculo paterno-filial que se crea a partir
de la misma, con el hecho de hacerse cargo de un niño.

El fundamento de la paternidad no necesariamente es biológico, pero en


todo caso, no puede originarse en el deseo de apropiación. Este deseo invalida,

20
de hecho, el deseo de paternidad. Entonces ¿se puede cumplir la función
parental desde una paternidad ilegal desde un principio? ¿Desde una paterni-
dad construida a partir de la radical privación, que significa imponer un ori-
gen falso y que, por lo tanto, niega el origen y la continuidad del psiquismo
del niño? Los padres desde su deseo parental, inician la historia psíquica de
un niño, aun antes de nacer.

Lo nombran, le dan un lugar propio en la historia familiar, reconociendo


su singularidad, ante la cual renuncian a todo proyecto para el hijo que no lo
tenga en cuenta como persona. Un padre -biológico o adoptivo- para cumplir
la función esencial que hace a la paternidad, debe ocupar el lugar de transmi-
sor de la ley, de un orden, no arbitrario ni creado por él, sino que lo trascien-
de y que, a su vez, legará al hijo con la posibilidad de transmitirlo, garanti-
zando, en toda su significación, el orden legal de parentesco: hijo de, padres
de. El hijo es hijo en relación a ese lugar, lugar donde se formula la pregunta
de la identidad: ¿quién soy yo para?

En consecuencia, quienes se apropian del origen, de la historia y de la


herencia física y psíquica de los niños secuestrados de padres desaparecidos,
mal pueden cumplir esta función paterna; le roban no sólo la historia que los
precede sino la continuidad de su propia historia.

¿Qué vínculo puede establecer alguien que sabe que está robando el
lugar parental? ¿Se puede mirar al niño sin «encontrarse» con la mirada de
los padres? ¿Sin descubrirse permanentemente en el lugar del fraude? ¿Cómo
se inviste un niño como hijo propio cuando se sabe que su familia lo recla-
ma? Para poder construir este vínculo falso paterno-filial se requiere mante-
ner vigente la desaparición, tanto de los padres, como del niño: excluir a los
padres de toda realidad material y psíquica posible, pasada, presente y futura
y reemplazarlos ilegalmente desde la usurpación de ese lugar. En consecuen-
cia, esta pretendida función de padres psicológicos resulta intrínsecamente per-
versa. Decimos perversa desde la significación más abarcativa y radical del
concepto, que parte de la resonancia que para todos tienen el término e incluye
una perspectiva clínica, una perspectiva social y una perspectiva ética.

Dentro de la perspectiva clínica, tomamos la perversión, por un lado,


en el sentido de renegación de la realidad, es decir, percibir la realidad y
rehusar conocerla y, por otro, en el sentido de la modalidad del vínculo
sometedor- sometido.

Desde la perspectiva social, hacemos referencia a la perversión en cuanto


a que se trata de una situación en la que no sólo se violan la ley y las
normas por las que se rige la sociedad, sino que se reniega de ellas y del
hecho mismo de trangredirlas. Psicológicamente está demostrado que, cuando
un padre actúa como si fuera él mismo la ley, en lugar de representarla
sujetándose él mismo a ella, no sólo pervierte su propia inserción en el
orden social, del que se excluye y al que desconoce desde su omnipotencia,
sino que compromete seriamente la constitución de aspectos fundamenta-
les de la vida psíquica del niño indispensables para una integración dinámi-
ca a la sociedad.

21
En tanto perversión es desvío, desde la perspectiva ética hablamos de
perversión en el sentido de falsedad como desvío; falseamiento del origen,
de la historia, de la identidad....es decir desvío perverso de la verdad.

En la tarea orientada hacia la localización restitución de los niños desapare-


cidos, Abuelas de Plaza de Mayo cuenta con un equipo de filiación que asesora
a la Asociación en este campo. El Equipo recoge los árboles genealógicos de
la familia, tramita la orden judicial, actúa como perito de parte en la extrac-
ción de la muestra, en su posterior análisis y la presentación de las conclusio-
nes a los tribunales. Asimismo, mantiene relaciones científicas de intercam-
bio y asesoramiento con investigadores de todo el mundo, gestionándose
también la donación de reactivos dadas las dificultades económicas imperantes
en el país. (184))

Con el objeto de asegurar validez a los estudios se tramita, en todos los


casos, una orden judicial o de la Subsecretaría de Derechos Humanos para la
realización de la pericia.

Los estudios se realizan en el Servicio de Inmunología del Hospital Durand


de la Ciudad de Buenos Aires, el cual cuenta con personal altamente capaci-
tado e infraestructura adecuada. Dicho Servicio actúa como perito oficial en
todos los casos.

Abuelas de Plaza de Mayo ha bregado para que los estudios de filiación


sean hechos por un organismo oficial, a fin de evitar que intereses económi-
cos perturben la tarea, para no ser juez y parte y por considerar que es la
reparación mínima que el Estado debe realizar por su responsabilidad en el
fenómeno de la desaparición de niños.

No es posible saber cuándo será identificado el último de los Niños Des-


aparecidos. En algunos casos será el propio niño, ya adulto el que tomará
conocimiento de su verdadera identidad. Por tal motivo es imprescindible
garantizar las condiciones que hagan posible esta identificación aún en el
caso de ausencia o muerte de sus familiares.

Impulsado activamente por Abuelas de Plaza de Mayo se elaboró un


Proyecto de Ley referida a un Banco Nacional de Datos Genéticos de
Familiares de Niños Desaparecidos en conjunto con la Subsecretaría de
Derechos Humanos de la Nación, la Secretaría de Desarrollo Humano y
Familia de la Nación, la Secretaria del Menor y la Familia de la Provincia
de Buenos Aires, la Secretaría de Salud Pública y Medio Ambiente de la
ciudad de Buenos Aires y el Servicio de Inmunología del Hospital Durand
de la Ciudad de Buenos Aires. Este Proyecto fue presentado y motoriza-
do por el Presidente de la Nación siendo convertido en Ley Nacional
23.511 en mayo de 1987 con la aprobación de todos los partidos políticos
del Parlamento.(185))

Esta ley satisface el viejo anhelo de las Abuelas de Plaza de Mayo de


dejar establecidas las condiciones prácticas que posibiliten la identificación
de sus nietos aun en su ausencia, ya que es imposible saber cuándo serán

22
ellos localizados. En algunos casos serán los niños, y adultos, los que encon-
trarán la verdadera historia acerca de su origen.

Asimismo, esta Ley está concebida como un arma contra el tráfico y


comercio de niños, el cual es un problema de grandes dimensiones en
nuestro país.

Las disposiciones principales de esta Ley son:

1) Creación del Banco de Datos Genéticos el cual funcionará en el


Servicio de Inmunología del Hospital Durand prestando su asistencia en
forma gratuita.

2) En todos los casos se estudiarán los marcadores genéticos de grupos


sanguíneos, de histocompatibilidad, de protemas séricas y de enzimas
eritrocitarias.

3) Conservación de una muestra de sangre de cada familia con el fin de


posibilitar la realización de los estudios que se desarrollen en el futuro.

4) Obligación de todos los Jueces Nacionales de realizar en todo niño


en el cual se dude de la filiación, los estudios de marcadores genéticos y
su posterior cotejo con los obrantes en el Banco Nacional de Datos
Genéticos.

5) Normas de procedimiento e identificación para los estudios realiza-


dos en la sede del Banco Nacional de Datos Genéticos en otro lugar país o
en el exterior.

Restitución

Quisiéramos ahora detenemos en un equívoco intencional que pretende


presentar como equiparables el acto de la restitución con la experiencia de la
situación traumática del secuestro-apropiación, intentando sostener a la apro-
piación como irreversible y a su perpetuación como un mal menor. Digámos-
lo con un ejemplo: «separarlo de la familia adoptiva» sería repetir la expe-
riencia de arrancamiento que vivió con los padres naturales».

Para dar un paso más en la comprensión de este punto, confrontaremos


la diversidad intrínseca de las dos situaciones.

a) Las circunstancias

En la situación de apropiación los niños fueron arrancados de los brazos


de sus padres, sin palabras y con violencia real. Arrancados de su identidad y
de su historia personal y familiar fueron a una doble situación traumática: la
desaparición de sus padres y la propia desaparición, sumergiéndose en un

23
proceso de ocultamiento y enajenación. En este tipo de actos se desconoció
toda ley; la transgresión se hizo ley, la perversión la modalidad del vínculo.

Ahora bien, ni el acto de la restitución, ni el contexto en que se realiza, ni


el proceso de afianzamiento repiten ninguna de las circunstancias de la situa-
ción traumática. No hay arrancamiento ni silenciamiento, ya que, con pala-
bras y desde la ley y el amor, los niños recuperan una relación genuina y
continente que una y otra vez vemos que se establece de inmediato, con la
fuerza de un reencuentro revelador, con la profundidad que otorga el recono-
cimiento y que le permite la vivencia protegida de integrar y recomprender lo
que percibe y lo que piensa, lo que afecta y lo que valora, abriéndole el
camino a sentirse y saberse él mismo y el acceso a su propia verdad de
sujeto. Es una situación nueva reparadora.

Acto psíquicamente fundante que se basa en la articulación de verdad y


justicia. Su significación más plena es dejar de ser desaparecidos.

b) El carácter

Pensamos que podemos sostener el carácter de horror que el hecho


traumático fundamental del arrancamiento inscribe en el psiquismo infantil.
Pensamos que la situación de secuestro-apropiación mantiene psíquicamente
vigente la experiencia del horror sufrido. Horror con el que el niño convive
familiarmente pero del que no se puede hablar pues está impuesto como
secreto. Su naturaleza de horror oculto lo hace siniestro. «Se convive con
algo que se ignora aunque se lo presiente horrible e inquietante». Nuestros
niños tienen «registro, sin duda reprimido violentamente del horrible secreto
familiar» y como todo lo violentamente reprimido, permanece activo», «con
eficacia latente y constante» de sufrimiento psíquico.

La restitución tiene un carácter liberador de la profunda vulnerabilidad


de lo siniestro «enquistado» en el psiquismo infantil. Opera, justamente, el
develamiento del núcleo traumático, reduciendo su eficacia latente o
sintomática, y simultáneamente, «el restablecimiento del orden de legalidad
familiar» que lo sitúa en la posibilidad de unificar significaciones de sí mismo
de otro modo perdidas.

C) El momento

De igual modo, podemos sostener que el daño a que fueron sometidos


nuestros niños irrumpió en los momentos de mayor riesgo, los de la constitu-
ción de su psiquismo, ya que, cuanto más incipiente la estructuración del
aparato psíquico, mayor es la conmoción a la que el daño lo somete.

Conviene recordar aquí, que la organización del psiquismo de un niño se


desenvuelve desde el deseo parental, en un marco, y en un espacio de
intersubjetividad (relación de los mundos internos de los padres, que lo inclu-
yen), que lleva siempre la huella de la relación de los padres con el grupo
cuyos ideales comparten (P. Aulagnier). Fue de ese deseo y de ese espacio
del que fueron arrancados nuestros niños. A la terrible vivencia de arranca-

24
miento del vínculo originario o del cercenamiento de una parte de sí, en los
casos más tempranos en que el niño aún se vive uno con su madre -se le
suma la imposición de un marco falso de intersubjetividad y de un deseo que
pretende reducirlo a no ser él mismo, en lo que constituye un pertinaz
intento de desidentificación. Se lo arranca, entonces, del universo de senti-
do familiar. Este universo, en todo niño, está connotado por los anhelos y
valores de los padres -primordialmente de la madre- por la imagen y el
nombre anticipado que ella tiene del niño y que lo prefiguran, por las signi-
ficaciones que la madre da las necesidades del niño, que inscriben sus
vivencias corporales.

La restitución descubre la eficacia del reencuentro con el origen lo con-


voca y lo reintegra, más allá del momento, de las separaciones o de las
vicisitudes posteriores.

No sólo las huellas psíquicas se actualizan sino, también, las corporales,


ya que, el cuerpo es memorizado. El cuerpo «oye», el cuerpo «ve», el cuerpo
«dice», en el reencuentro con el universo familiar el cuerpo «sabe». Este
«saber» del cuerpo como organizador permite acceder a los fundamentos cons-
titutivos. Múltiples ejemplos de este registro sorprenden y emocionan.

d) La identidad

¿Qué ocurre con la identidad de los niños secuestrados?

Lo que funda la identidad (sentido de saberse uno mismo) es el deseo de


vida de los padres, unido a la propia pulsión de vida del bebé. El deseo de
vida se va haciendo autónomo pero debe pensarse, en el origen, íntimamente
ligado al motor que lo generó: el deseo parental. Esta configuración de de-
seos que es origen de la vida, es basamento identificatorio. Los niños afirman
y confirman su identidad en un constante proceso de reaseguramiento de
esta configuración. Es a partir de esta matriz que el niño se interroga ¿quién
soy yo para...? ¿Qué significo yo para...? Desde cuyas respuestas va cons-
truyendo su historia singular y subjetiva.

Es sobre esta matriz existencial que se ejerció y se ejerce la violencia de


la impostura, violencia potencializada en la permanencia del ocultamiento y
la apropiación.

En consecuencia, podemos decir que el aparato psíquico de los niños


secuestrados se desarrolla en una situación de captura y de identidad enaje-
nada, ya que la voluntad de apropiación utilizó la extrema fragilidad infantil
y, en la mayoría de los casos, la invalidez del «infans» (ser humano desde
que nace y durante los primeros meses de vida, sin palabras ni ideas) para
despojarlo de su identidad y montar un andamiaje de mentiras.

Cuando se hace uso de dicha invalidez, desconociendo la singularidad


deseante de la condición de sujeto, sometiéndolo a una fundación falsa que
niega la configuración de deseos que son su origen, forzando falsas identifi-

25
caciones, de lo que se trata es del dominio sobre alguien a quien se toma
como cosa, a quien se intenta hacer desaparecer como persona.

Como consecuencia de este registro inconsciente, ¿cómo podrán respon-


der los niños secuestrados, desde el mensaje de mentira y horror que reci-
ben, a la pregunta: «¿quién soy yo para...?»

Podemos pensar que defienden, paradójicamente, la integridad de su


psiquismo instrumentando una división del yo, por la que, parte de él se
«acomoda» y responde a figuras-pseudo-identifícatorias y otra parte conser-
va su núcleo de identificación originaria. La precaria integridad y la amenaza
constante del retomo de lo reprimido, operan como riesgos latentes mientras
persista la situación de apropiación.

Dijimos que en nuestros niños, en el proceso de constitución de su iden-


tidad, se vieron obligados a desplazar los referentes parentales en figuras
identificatorias falsas. En la restitución, al encontrarse con la verdad, no hay
crisis de identidad y nada «demuele» su estructura psíquica. Lo que obser-
vamos en la práctica es el desmoronamiento de las figuras fraudulentas de
sus captores y cómo los niños pueden empezar a confirmar aquello que ya
sabían. Los lugares identificatorios parentales vuelven a ser ocupados por las
figuras de sus legítimos padres, finalmente los legítimos significantes primor-
diales. Recuperarlos, aunque doloroso, ya que en la mayoría de ellos es
encontrarse con el conocimiento de que sus padres permanecen desapareci-
dos, le permite al niño, a través de ser nombrado con su propio nombre,
ligado al de sus padres, insertarse en su cadena generacional y unificar su
propia historia subjetiva. Ser restituido, finalmente, es recuperar la identidad.

También resulta profundamente estructurante saber que sus padres ja-


más los abandonaron y que sus abuelas, abuelos, hermanos, tíos, todo ese
nido ecológico del que formaron parte sus padres, los han buscado tenaz y
amorosamente desde el momento mismo de su desaparición.

La Asociación Abuelas de Plaza de Mayo es consciente de que esta


tarea involucra a la comunidad entera, que es el cuerpo social el que ha
sido desgarrado en las víctimas más pequeñas e inocentes del pasado terro-
rismo de Estado y que, sólo exigiendo la verdad y la justicia, podremos
elaborar en conjunto la verdad histórico-social de lo sufrido por nuestro
pueblo. La recuperación de la verdadera identidad de nuestros niños podrá
sostenerse entonces en una trama social más justa y solidaria.

Porque se le debe, como un derecho a la comunidad infantil argentina


esta reparación, convocamos a la sociedad toda a sus legítimas autoridades y
especialmente a los hombres y mujeres del campo de la salud y el derecho a
hacer realidad la restitución de los niños secuestrados a sus legítimas familias.

26
CAPÍTULO III

Prevención de la desaparición de niños

por Theo Van Boven

Informe presentado ante las Naciones Unidas.


Agosto 1988.

Introducción

1. En su decisión 1987/107 de 3 de septiembre de 1987, la Subcomisión


de Prevención de Discriminaciones y Protección a las Minorías expresó su
profunda preocupación por los informes relativos a la crítica situación de los
niños desaparecidos en la Argentina que últimamente habían sido encontra-
dos en el Paraguay y decidió pedir a su Presidente que nombrara uno o
varios miembros para establecer urgentemente y mantener contacto con las
autoridades e instituciones competentes, en particular las organizaciones hu-
manitarias, que les presentaran informes sobre la situación y velaran por que
no hubiera más peligro de desapariciones.

2. La Comisión de Derechos humanos, en su resolución 1988/76 de 10


de marzo de 1988, aprobó la petición de la Subcomisión y pidió a las autori-
dades interesadas que facilitaran la aplicación de la resolución. En su 16a.
sesión plenaria, celebrada el 27 de mayo de 1988, el Consejo Económico y
Social adoptó su decisión 1988/138 en La que hizo suya la decisión de la
Comisión y autorizó al Secretario General para que prestara toda la asisten-
cia necesaria para aplicarla.

3. El Presidente de la Subcomisión dirigió al Secretario General Adjunto


de Derechos humanos una carta de fecha 7 de abril de 1988, en la que se
designaba al autor del presente informe para que desempeñase el mandato en
los términos establecidos en la decisión 1987/107 de la Subcomisión.

4. A fin de establecer contacto con las autoridades e instituciones perti-


nentes, se programó para comienzos de julio una visita a la Argentina y el
Paraguay. Sobre el particular, se dirigió a ambos gobiernos una carta de fecha
30 de junio de 1988 informándoles de que el miembro de la Subcomisión se
proponía iniciar su visita alrededor del 10 de julio de 1988 y que agradecería
que las autoridades le prestasen la cooperación necesaria para el desempeño
con éxito de su mandato. En la carta, el miembro de la Subcomisión también
hacía hincapié en el espíritu exclusivamente humanitario con que enfocaba
su mandato y manifestaba su interés por establecer contacto con las autori-
dades y organizaciones humanitarias pertinentes, así como con otras perso-
nas directamente interesadas en los casos.

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5. En una nota verbal de fecha 6 de julio de 1988 la Misión Permanente
de la Argentina ante las Organizaciones Internacionales en Ginebra transmi-
tió una carta del Ministro de Relaciones Exteriores y Culto de la Argentina en
la cual se expresaba que las autoridades de ese país apreciarían la visita y
adoptarían todas las medidas necesarias para facilitar los contactos solicita-
dos. En nombre del Gobierno del Paraguay, se comunicó verbalmente al
autor del presente informe que la cuestión de los niños estaba sometida ac-
tualmente a los tribunales y que en tales circunstancias no era oportuna una
visita al Paraguay porque podría considerarse como injerencia en el proceso
judicial. En una carta de fecha 5 de agosto de 1988 el Gobierno del Paraguay
informó al Secretario General de que en todos los casos en que el Gobierno
de la Argentina había pedido la extradición, los tribunales, tanto de primera
como de segunda instancia, habían librado un fallo favorable a la solicitud.
Sin embargo, en la actualidad esos casos estaban pendientes ante la Corte
Suprema, que emitiría un fallo en su debido momento.

6. El autor del presente informe visitó la Argentina del 12 al 15 de julio


de 1988. En el país, recibió la plena cooperación de las autoridades y de
todas las organizaciones y personas interesadas. Durante su visita celebró
entrevistas con las siguientes personas: el Presidente de la Nación, Sr. Raúl
Alfonsín, el Ministro de Educación y Justicia, Sr. Jorge Sábato, el Secretario
de Justicia, Sr. Enrique Paixao, el Procurador General, Sr. Andrés D'Alessio,
la Subsecretaría del Ministerio de Relaciones Exteriores encargada de los
asuntos de derechos humanos, Sra. María Teresa Merciadri de Morini, y el
Subsecretario del Ministerio de Relaciones Exteriores encargado de los asun-
tos latinoamericanos, Sr. Alberto Ferrari Etcheverry. El autor del presente
informe se reunió también con jueces, abogados, psicólogos y profesionales
de la salud que se ocupaban de casos de niños desaparecidos. Celebro tam-
bién amplios debates con las «Abuelas de Plaza de Mayo» y con represen-
tantes de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, el Movimiento
Ecuménico por los Derechos Humanos, el Centro de Estudios Jurídicos y
Sociales, el Grupo de Iniciativa para una Convención Internacional contra la
Desaparición Forzada de Personas, la Coordinadora de Organizaciones de la
Infancia y el Equipo Argentino de Antropología Forense.

I. Desaparición de niños en la Argentina

7. En el informe presentado el 20 de septiembre de 1984 al Presiden-


te de la República por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de
Personas (CONADEP), después de la investigación de miles de desapari-
ciones ocurridas en la Argentina1 durante el período 1974-1981, se seña-
la lo siguiente:

«Cuando un niño es arrancado de su familia legítima para insertarlo en


otro medio familiar elegido según una concepción ideológica de «lo que con-
viene a su salvación», se está cometiendo una pérfida usurpación de roles.

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Los represores que arrancaron a los niños desaparecidos de sus casos o
de sus madres en el momento del parto, decidieron de la vida de aquellas
criaturas con la misma frialdad de quien dispone de un botín de guerra.

Despojados de su identidad y arrebatados a sus familiares, los niños


desaparecidos constituyen y constituirán por largo tiempo una profunda
herida abierta en nuestra sociedad. En ellos se ha golpeado a lo indefen-
so, lo vulnerable, lo inocente y se ha dado forma a una nueva modalidad
de tormento»2.

8. En el momento en que el informe de la CONADEP fue redactado, las


Abuelas de Plaza de Mayo, organización creada por las abuelas de los niños
desaparecidos, había registrado 172 niños detenidos junto con sus padres o
nacidos durante el cautiverio de sus madres, que no habían sido devueltos a
sus familias legítimas. De ellos, 25 habían sido localizados. En el momento
de la visita del autor del presente informe, las Abuelas de Plaza de Mayo
estaban buscando, a pedido de sus familiares, a 202 niños y habían localiza-
do a 45 de ellos.
1 Para una mayor información al respecto, véase el informe del Grupo de Trabajo sobre Desapa-
riciones Forzadas o Involuntarias, documento E/CN.4/1985/15, párrs. 97 a 107.

2 Nunca Más. informe de la CONADEP, Editorial Universitaria de Buenos Aires, I997, pág. 299.

A. Información proporcionada por el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones


Forzadas o Involuntarias

9. El Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias


ha hecho referencia en la mayoría de sus informes a la desaparición de niños
detenidos junto con sus padres o durante el cautiverio de sus madres. En su
primer informe a la Comisión de Derechos Humanos, el Grupo señaló lo
siguiente:

«El Grupo de Trabajo ha recibido varios informes sobre desapariciones


forzadas o involuntarias de mujeres -en particular mujeres embarazadas-
y niños, que contienen listas de mujeres que han desaparecido, informes
sobre unos 60 casos de desapariciones de mujeres embarazadas en la Argen-
tina, un expediente con información sobre unos 50 casos de niños supuesta-
mente desaparecidos en la Argentina, un expediente sobre varios casos de
niños uruguayos supuestamente desaparecidos en la Argentina, y un infor-
me, sobre la reaparición en Chile de dos niños uruguayos, que habían des-
aparecido en la Argentina junto con sus padres. El Grupo también recibió
comunicaciones sobre desapariciones de niños supuestamente ocurridas en
Chile, El Salvador y Filipinas, así como expresiones de preocupación acerca
de las desapariciones forzadas o involuntarias de mujeres en Chile. Como ya
se ha observado (párr. 22), la Conferencia Mundial del Decenio de las
Naciones Unidas para la Mujer (Copenhague, 14 a 30 de julio de 1980), en
su resolución 23 expresó su grave preocupación por el número cada vez

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mayor de personas desaparecidas cuyo paradero se desconocía, entre ellas
mujeres y niños, e hizo hincapié en que las mujeres y los niños sufrían los
efectos a la vez como víctimas directas y por su parentesco con las víctimas.

En esa resolución, se señaló a la atención del Grupo de Trabajo los efec-


tos de las desapariciones forzadas o involuntarias que sufrían las muje-
res, como víctimas directas y como familiares de las víctimas. También
se recibieron expresiones semejantes de preocupación de asociaciones y
de personas privadas.

La mayoría de los casos de desapariciones de niños que, según se afir-


ma, han ocurrido en la Argentina, son casos de niños nacidos o que se presu-
me han nacido de madres que a su vez habían desaparecido y que, según se
dice, estaban en centros de reclusión secretos en el momento del parto. En
varios casos, la información sobre el parto ha sido comunicada por personas
que afirman haber estado detenidas en dichos centros y haber tenido conoci-
miento directo del nacimiento. Conforme a la información recibida, se man-
tenía a gran número de mujeres, muchas de ellas embarazadas, en un cierto
centro de reclusión que, según se afirma, tenía ciertos servicios para atender
a las mujeres en el parto. En otros casos se informa de que se llevó a las
mujeres a un hospital militar para el parto. En los informes se indica que, en
varias ocasiones, los niños nacidos en las circunstancias arriba expuestas
fueron entregados a sus familiares, por lo general sus abuelos. Esta informa-
ción coincide con la comunicada por familiares de mujeres embarazadas
desaparecidas, en el sentido de que habían recibido niños recién nacidos de
manos de miembros de las fuerzas de seguridad o de civiles, -quienes les
informaron de que la persona supuestamente desaparecida había dado a luz
al niño, se advirtió a los familiares que no hicieran ninguna investigación ni
comentarios sobre el asunto. En un caso, el padre de una mujer embarazada
que había desaparecido informa de que un grupo de personas desconocidas
la trajeron a casa para que dejara a su niño y luego se la llevaron de nuevo y
aún no ha aparecido. La información recibida de dos personas que, según
afirman, estuvieron detenidas en el mismo centro que esa mujer embaraza-
da confirma esta versión de los hechos. El Grupo también ha recibido infor-
mes relativos a niños que fueron secuestrados junto con sus padres y que
aún no han aparecido. Se han recibido asimismo informes sobre casos de
desaparición de menores que, según se afirma, fueron detenidos solos.

Con arreglo a un informe recibido de la Federación Internacional de


Derechos Humanos y del Movimiento Internacional de Juristas Católicos
que contiene información reunida durante una misión realizada en 1979 en la
Argentina, el Brasil, Chile y el Uruguay, dos niños uruguayos, de uno y
cuatro años de edad, que habían sido secuestrados en Buenos Aires, Argen-
tina, junto con sus padres (cuyo paradero sigue desconocido), aparecieron
tres meses más tarde abandonados en la calle en Valparaíso, Chile. Los niños
fueron llevados primero a un hogar para menores y luego el Juez confió su
custodia a una pareja que más tarde presentó una solicitud de adopción.
Entretanto, las autoridades chilenas expidieron certificados de nacimiento
declarando que los niños habían nacido en Chile y eran hijos de la pareja a la

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que habían sido encomendados. La verdadera identidad de los niños se reve-
ló en 1979, tras la búsqueda iniciada por los abuelos. Con arreglo al mencio-
nado informe, la identidad de los niños fue reconocida por los padres adoptivos,
que han convenido en examinar nuevamente la situación en el caso de que
aparezcan los padres de los niños»3.

10. El Grupo de Trabajo ha informado reiteradamente a la Comisión de


Derechos Humanos acerca de las desapariciones de niños y de las gestiones y
peticiones realizadas por las Abuelas de Plaza de Mayo para localizarlos4.

3 Véase el Informe del Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias, docu-
mento E/CN.4/1435, párrs. 170 a 172.

4 Véase E/CN.4/1492, párrs. 38 a 43, E/CN.471984f21, párrs. 28 a 31, E/CN.4/I985/15, párr. 101,
E/CN.4/1986/I8, párrs. 48 a 51, E/CN.4/I987/I5, párr. 17 y E/CN. 4/1988/19, párrs. 39 y 40.

B. Descripción de algunos casos de desaparición de niños

11. La descripción de algunos de estos casos ilustrará la manera en que


fueron secuestrados estos niños, a veces con la colaboración y complicidad
de las fuerzas de seguridad de más de un país.

a) Una ciudadana uruguaya, refugiada en Argentina bajo la protección


del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, fue dete-
nida el 13 de julio de 1976 con su hijo de menos de un mes, en un procedi-
miento policial en el que participaron fuerzas de seguridad argentinas y ofi-
ciales uruguayos del Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas.
El mismo día de su detención, uno de los oficiales uruguayos le arrebató al
niño, que desde entonces se encuentra desaparecido. La madre permaneció
en un centro clandestino de detención en Buenos Aires hasta el 26 de julio
del mismo año, día en el que fue trasladada secretamente al Uruguay, junto
con otros detenidos, en un avión de la compañía aérea PLUNA (empresa del
Estado uruguayo). En Uruguay, permaneció clandestinamente detenida en la
sede del Servicio de Inteligencia del Ejército y, al cabo de cuatro meses y
medio, fue enviada a la prisión de Punta Rieles, donde su detención fue
reconocida. Durante su detención se le ofreció devolverle al niño si propor-
cionaba ciertas informaciones. La madre recobró su libertad varios años más
tarde, pero no así su hijo, quien continúa desaparecido.

b) Un matrimonio de argentinos se radicó con su hija de un año en


Montevideo, Uruguay, donde ambos trabajaron y vivieron durante un año
aproximadamente. En 1977 las tres personas fueron secuestradas y desapa-
recieron. El Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias
transmitió el caso al Gobierno de Uruguay, el cual respondió que esas tres
personas habían estado alojadas, el día de su desaparición, en un hotel situa-
do en la frontera con Brasil. La abuela de la niñita desaparecida realizó todo
tipo de gestiones en ambos países, incluso viajó al hotel situado en la fronte-
ra, pese a poseer testimonios concluyentes de que la familia se encontraba en

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Montevideo. La niña fue localizada por las Abuelas de Plaza de Mayo, gra-
cias a una denuncia anónima, en 1980, pero la familia que se había apropia-
do de la menor cambió de domicilio y sólo se le volvió a encontrar en 1983.
Su falso padre había sido miembro de la policía argentina, desempeñándose
en la Brigada XV de La Matanza, con asiento en San Justo, que funcionaba
en un local utilizado como centro clandestino de detención de desapareci-
dos5. La niña fue reintegrada a su familia legítima en 1984, luego de un largo
proceso judicial. Sus padres continúan desaparecidos.

c) Dos jóvenes inválidos pertenecientes al grupo «Cristianos para la Li-


beración» se casaron y tuvieron una hija, de ocho meses en el momento en
que fueron secuestrados, en 1978. Su casa fue totalmente saqueada y todas
sus pertenencias cargadas en un camión del Ejército. Por testimonios recogi-
dos por la CONADEP, se sabe que ambos fueron brutalmente torturados en
el centro clandestino de detención conocido como «El Olimpo». Su hija
permaneció sólo dos días en ese lugar y luego fue retirada con destino desco-
nocido. Los tres continúan desaparecidos.
5 Véase Nunca Más, op. cit., p. 87.

d) El 2 de abril de 1976, una joven nacida en Perú y radicada en Bolivia,


hija de un argentino de origen español, fue secuestrada en Oruro, Bolivia,
junto a su hija de nueve meses. Ambas fueron torturadas por personal argentino
y boliviano, según pruebas obtenidas posteriormente. La madre fue entrega-
da a fuerzas gubernamentales argentinas, mientras que la niña quedó asilada
en el Orfelinato Villa Fátima de La Paz. El 25 de agosto de 1976, la niña fue
sacada del orfelinato y conducida a Buenos Aires, donde se la encerró en un
centro de detención clandestino utilizado por la Triple A (grupo paramilitar
que operaba desde antes de instaurada en Argentina la dictadura militar,
formado por miembros de los servicios de seguridad y personal militar y
civil), lugar en que su madre era torturada.

En 1977, la niña fue inscrita como hija propia por uno de los jefes de la
Triple A y su mujer, que no tenían hijos. En 1984, la abuela de la niña, que
contó con la ayuda de las Abuelas de Plaza de Mayo y de otras personas,
logró establecer que su nieta se encontraba en poder de uno de los responsa-
bles de la desaparición de su hija. Por entonces la familia que se había apro-
piado de la niña se encontraba escondida, prófuga de la justicia. En 1985 fue
localizada y la niña entregada a su abuela materna.

12. En cuanto a mujeres secuestradas que estaban embarazadas, se sabe,


por testimonios múltiples y concordantes, que daban a luz en condiciones
inhumanas y que eran separadas de sus hijos al poco tiempo (a veces unas
horas, a veces unos días después del nacimiento). Nada ilustra tan
crudamente el espantoso cuadro de los nacimientos clandestinos como la
descripción que figura en el libro «Nunca Más»:

«Pero sin duda, uno de los hechos más oprobiosos que la Comisión
Nacional pudo conocer e investigar sobre los alumbramientos en cautiverio

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de jóvenes desaparecidas, fue lo ocurrido en ciertos sectores del Hospital
de Campo de Mayo y que, necesariamente requiere un tratamiento propio.

En efecto, en dicho Hospital, ubicado en la jurisdicción de la Provincia


de Buenos Aires, se produjeron gravísimos hechos que han sido denuncia-
dos a la Justicia por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas
el 14 de agosto do 1984.

En el escrito expresamos: «A tenor de los testimonios recibidos, particu-


larmente importantes dado que se trata de la declaración de seis médicos
obstetras, cuatro parteras y dos enfermeras que, excepto una de las médicas,
trabajan hasta el día de hoy en el Hospital de Campo de Mayo, y de un
técnico radiólogo que prestó servicios en dicho Hospital durante los años
1976 y 1977, resulta lo siguiente:

a) Los testigos reconocen unánimemente que en el Servicio de


epidemiología de dicho Hospital se alojaban detenidas cuyo ingreso no era
registrado.

b) Que estas detenidas eran mujeres en estado de gravidez,

c) Que permanecían en estas dependencias vendadas o con los ojos


cubiertos con anteojos negros y custodiadas,

d) Que en la mayor parte de los casos eran sometidas a operaciones de


cesáreas y que después del parto el destino de la madre y el hijo se bifurcaba,
desconociéndose totalmente el lugar adonde eran trasladados.»

La plena coincidencia de los testimonies en estos puntos revela la grave-


dad de los hechos que derivan no sólo de la privación ilegal de la libertad de
las personas que se encontraban recluidas en determinado sector del Hospital
Campo de Mayo, sino que dichas personas eran mujeres embarazadas que
dieron a luz secretamente, presumiéndose que en la mayor parte de los casos
los partos se precipitaron y se realizaron operaciones cesáreas... (presenta-
ción de las denuncias a la Justicia en lo Criminal y Correccional de San
Isidro, Dr. Mollard).

De los testimonios mencionados, el del señor C. C. (cuyos datos perso-


nales completos figuran en la respectiva presentación judicial) aporta una
serie de datos por demás esclarecedores. El declarante, que se presentó en
forma espontánea ante la CONADEP el 30 de enero de 1984, relata que
siendo enfermero con grado de cabo primero, prestó servicio en el Hospital
de Campo de Mayo durante los años 1976 y 1977 y que pudo comprobar en
las habitaciones individuales del servicio de Epidemiología, Sala de Hom-
bres, la permanencia de mujeres embarazadas en trance de tener familia,
atadas de pies y manos a las camas y con suero permanente para acelerar el
proceso de parto. C. C. vio personalmente en esas condiciones a cuatro o
cinco mujeres que creía eran extremistas, custodiadas por personal de
Gendarmería Nacional, pero también tenía conocimiento por sus compañeros
de servicio que había un movimiento permanente de embarazadas en esa

33
sala y que el sargento carpintero de apellido Falcón había violado a una de
ellas siendo sancionado con diez días de arresto por este hecho, pero que
luego de cumplirlos había seguido normalmente en el servicio. Agrega que,
cuando llegaba el momento del trabajo de parto, las prisioneras eran trans-
portadas, presumiblemente por la noche, al servicio de Ginecología y Obste-
tricia, cuyo jefe era el Mayor Caserotto, actualmente en el mismo cargo,
pero con el grado de teniente coronel, según entiende el denunciante. A
través de comentarios generalizados del personal del Hospital sabe también
que, una vez nacido el hijo, las prisioneras eran separadas del niño e inme-
diatamente desaparecían del Hospital de Campo de Mayo con destino desco-
nocido. En cuanto a los niños, permanecían en el servicio de nursery»6.

13. Según las pruebas reunidas por la CONADEP, los niños secuestrados
compartieron en muchos casos el suplicio de sus padres y a menudo fueron
obligados a presenciar las torturas que se les infligían a sus progenitores.
6 Ibid., p. 307 a 309.

14. Durante el juicio que, a instancias del actual Gobierno de la Argenti-


na, se siguió contra los miembros de las tres juntas militares durante cuyo
Gobierno ocurrieron la mayoría de las 8.961 desapariciones registradas por
la CONADEP, se revelaron a la población argentina y del mundo pruebas
precisas y concordantes de la existencia de un aparato represivo dirigido
desde la cúpula militar y destinado a eliminar sistemáticamente no sólo a los
miembros de organizaciones armadas sino a buena parte de la oposición y a
los familiares y parientes de todos ellos en tanto pudieran constituir un posi-
ble germen de continuidad de dicha oposición. Eliminar desde la raíz a cierto
tipo de oposición existente en la sociedad argentina fue el objetivo que dio
forma a una actividad represiva de naturaleza genocida, basada en las ideas
políticas de las víctimas o en las de sus familias o parientes cercanos.

15. Las desapariciones de niños de muy corta edad y de niños nacidos


durante el cautiverio de sus madres se inscribe dentro de este contexto.
Los hijos de «subversivos» no debían volver a sus familias porque habrían
podido formarse dentro del mismo cuadro moral y político que había llevado
a sus padres a la «subversión». En consecuencia, era preciso «cederlos» a
otras personas que les ofrecieran un medio acorde con la ideología de los
opresores.

16. Sería difícil evaluar en qué medida influyó en los represores el enfo-
que ideológico descrito o una especie de sadismo que los llevara a prolongar
en los hijos o en los padres de sus víctimas, el suplicio a que éstos fueron
sometidos. Lo cierto es que la apropiación de niños fue realizada
sistemáticamente por algunos sectores del aparato de exterminio creado por
la dictadura militar, pero no por todos los sectores. Muchos de los niños
encontrados en el momento de la detención de sus padres fueron dejados
en manos de vecinos que buscaron a sus familias para devolverlos o que
los protegieron. A veces fueron simplemente abandonados o dejados en
hospitales u orfelinatos, donde murieron o fueron entregados a padres

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adoptivos. Algunos de los niños nacidos en cautiverio fueron entregados a
sus abuelos.

C. Las Abuelas de Plaza de Mayo

17. Como las Madres de Plaza de Mayo, las Abuelas iniciaron la búsque-
da de sus hijos y nietos desde el momento mismo de la desaparición. Algunas
de ellas sabían que sus hijos habían sido asesinados y que sólo sus nietos
podían devolverles en cierto sentido las vidas que les habían sido arrebata-
das. Otras no han podido hasta el presente saber con certeza el destino de
sus hijos, pero sí saben que sus nietos se encuentran en manos de los res-
ponsables del asesinato o desaparición de los padres o en manos de funcio-
narios, ex funcionarios u otras personas involucradas en delitos relaciona-
dos con las desapariciones forzadas o involuntarias.

18. Las Abuelas de Plaza de Mayo realizaron, desde su creación, un


incansable y arduo trabajo para localizar a sus nietos. Con el transcurso del
tiempo y gracias a su persistente labor y sus llamados a la solidaridad nacional
e internacional, las Abuelas llegaron a consolidar una organización que cuen-
ta con un sistema de computadoras para el procesamiento de la información
que recibe de todo tipo de fuentes del país y del exterior.

19. Las Abuelas cuentan, además, con equipos de asesores jurídicos y


de médicos y psicólogos que cumplen funciones específicas en relación con
la búsqueda y recuperación de niños desaparecidos y con el tratamiento
médico psicológico que requieren. Los niños que logran reintegrarse a sus
legítimas familias. En el curso de su misión, el autor del presente informe se
reunió con algunos miembros de esos equipos para analizar con ellas la natu-
raleza de su trabajo y los resultados obtenidos. Además, quedó muy conmo-
vido por la reunión que tuvo con algunos de los niños reintegrados a sus
familias legítimas y que tienen actualmente 11 ó 12 años de edad.

20. Las Abuelas de Plaza de Mayo, con la ayuda de la American Association


for the Advancement of the Sciences, lograron que se introdujera en la Argentina
el uso de análisis genéticos para determinar el parentesco con un mayor grado
de certeza. Este método, que ya era utilizado en otros países para establecer el
parentesco, se usó por primera vez en la Argentina para establecer la relación
de un niño con su familia biológica en ausencia de los padres. Un equipo de
médicos argentinos recibió la formación necesaria para llevar a cabo las
pruebas genéticas que permiten establecer cuál es la verdadera familia del niño.

21. El paciente y fervoroso trabajo llevado a cabo por las Abuelas de


Plaza de Mayo ha dado a esta organización un prestigio nacional e interna-
cional considerable y le ha permitido encontrar a 42 niños. Sin embargo, el
hallazgo de los niños no constituye, como debiera, el final feliz de una difícil
búsqueda, en ciertos casos, como queda de manifiesto por el mandato enco-
mendado al autor del presente informe, es entonces cuando se inicia un
arduo trabajo para lograr que el niño sea devuelto a su familia legítima.

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22. Las familias de los niños encontrados debieron iniciar, con el sacrifi-
co consiguiente, largos procesos judiciales durante los cuales no siempre
pudieron contar con la determinación de los jueces. En efecto, algunos de
éstos actuaron con excesiva lentitud, sin utilizar todos los recursos legales de
que disponían para lograr una pronta devolución de los niños7.
7 Véase el informe del Grupo de Trabajo sobre Desaparición Forzada o Involuntaria, documento
E/CN'4/1986/18.

23. Según las Abuelas de Plaza de Mayo, las dilaciones en el procedi-


miento y la falta de vigilancia sobre las personas que habían tomado a los
niños, por parte de los organismos competentes del Estado permitieron que
algunas de esas personas salieran del país llevándose a los niños de los que se
habían apropiado y que buscaban sus familias legítimas.

II. Casos de niños desaparecidos en la Argentina que se encuentran en el


Paraguay o de los que existen presunciones fundadas de que se
encuentran en ese país con miembros de las fuerzas de represión
involucrados en las desapariciones

Caso de los mellizos Rossetti-Ross

24. Liliana Irma Ross de Rossetti, argentina, de 21 años, casada con


Adalberto Eraldo Rossetti, embarazada de tres meses, fue secuestrada el 10
de diciembre de 1976 en La Plata, Provincia de Buenos Aires. Según la
información obtenida par sus familiares al cabo de largas y laboriosas gestio-
nes, Liliana dio a luz mellizos el 22 de abril de 1977, a quienes llamó Martín
y Gustavo. Esta información la proporcionó la partera de la Cárcel de Ol-
mos, Irma Pelgadillo de San Emeterio, quien, al poco tiempo de haber infor-
mado a la abuela del nacimiento de los niños, fue secuestrada junto con su
esposo y se encuentra también desaparecida. La noticia del nacimiento fue
corroborada por un sacerdote de La Plata, quien envió una nota a la abuela
de los niños indicando que el nacimiento se había producido en la Cárcel de
Olmos. En esos años no se pudieron obtener otras noticias. Sólo varios años
más tarde se supo, por una denuncia anónima, que el Subcomisario de la
Policía Federal Samuel Miara y su esposa Alicia Beatriz Castillo habían ins-
crito como propios a unos mellizos de los que se habían apoderado en cir-
cunstancias relacionadas con la participación activa de Miara en la represión
encubierta que diera por resultado miles de desapariciones. En 1984 se de-
nunciaron esos hechos ante el juzgado Penal No 2 de La Plata y se: produje-
ron pruebas irrefutables de que los niños en poder del matrimonio Miara no
eran en realidad hijos de esa pareja y que existían muchas posibilidades de
que fueran en realidad los mellizas Rossetti-Ross. Antes de que se realizaran

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las pruebas hemogenéticas para probar de manera irrefutable la identidad
de los mellizos, el matrimonio Miara logró fugarse de la Argentina lleván-
dose consigo a los niños. En enero de 1987 se supo que se encontraban en
el Paraguay.

Cabe agregar que Samuel Miara (alias González o Turco) trabajo en los
centros de atención «Vesubio» y «Club Atlético»8.

Niños en poder del Mayor Médico del Ejército Norberto Atilio Bianco

25. En el párrafo 12 del presente informe se cita el texto de la descrip-


ción y el juicio de la CONADEP en relación con los nacimientos que tuvie-
ron lugar en el Hospital de Campo de Mayo, donde el Mayor Blanco se
desempeñaba. Las imputaciones de testigos contra el Mayor Bianco apare-
cen en los legajos Nos. 6372 y 6514 a 6525 de la CONADEP (13 testigos lo
mencionaron como involucrado en las desapariciones y otros delitos relacio-
nados con ellas). Entre las imputaciones que surgen de esos testimonios se
encuentra la de que se apropió de dos niños nacidos en el Hospital de Campo
de Mayo durante el cautiverio de sus madres y que los inscribió fraudulenta-
mente como hijos propios con la complicidad de su esposa, Nidia Susana
Wehrii. Los niños fueron localizados por las Abuelas de Plaza de Mayo en
mayo de 1984.

26. De los testimonios mencionados se infiere que uno de los niños en


poder de Bianco es el hijo de Silvia Quíntela y Abel Madariaga. La primera
está desaparecida desde el 17 de enero de 1977, no así el padre quien trató
de comparecer como querellante en el proceso contra Bianco pero no fue
aceptado como tal por el juez porque no había ninguna prueba de su paterni-
dad. No obstante, en 1986, cuando se iban a realizar las pruebas hemogenéticas
para determinar la identidad de los niños, el matrimonio Bianco abandonó su
casa llevándose a los niños. Poco tiempo después éstos fueron localizados
por la justicia argentina en el Paraguay.
8 Hay testigos que mencionan a Samuel Miara, en el legajo N. 7170 de la CONADEP, como
participante activo en la represión y las desapariciones.

C. Caso de María Islas de Zaffaroni Islas

27. María Emilia Islas de Zaffaroni, Roberto Zaffaroni Castilla y su hija


de un año y medio fueron secuestrados en su domicilio por personal vestidos
de civil el 27 de enero de 1976. Los padres se encuentran desaparecidos. Se
sabe que estuvieron detenidos alrededor del 30 de septiembre de 1976, junto
con su hija, en el centro clandestino de detención conocido como «Automo-
tores Orletti», cuyo jefe era Aníbal Gordon, activo miembro de la Triple A
y manifiestamente vinculado con Miguel Ángel Furci, agente de la Secreta-
ría de Informaciones del Estado (SIDE) de la Argentina. El jefe de Furci
era el General Otto Paladino, identificado por testigos como la persona

37
encargada del traslado clandestino de los presos uruguayos desde dicho
centro clandestino, situado en Buenos Aires, hasta Montevideo, Uruguay.
En mayo de 1983, gracias a un anuncio publicado en un diario de Buenos
Aires requiriendo datos sobre el paradero de la niña, una organización de
derechos humanos del Brasil recibió una denuncia anónima diciendo que
Miguel Ángel Furci y su mujer, Adriana González de Furci, tenían en su
poder una niña con las mismas características físicas y la misma edad que
la requerida. Se indicaba además que la mujer de Furci nunca había estado
embarazada. Con esta información se presentó una denuncia ante el Juzgado
Federal de San Isidro que el juez tramitó con extrema lentitud, según lo
observado por las Abuelas de Plaza de Mayo. Después de un laborioso tra-
bajo realizado por los abogados de la abuela de la niña para instar el procedi-
miento y en el momento preciso en que se ordenaba la realización de las
pruebas hemogenéticas, la mujer abandonó su casa llevándose a la niña con
rumbo desconocido. Más tarde se pudo determinar con un alto grado de
certidumbre que el matrimonio estaba en el Paraguay con la niña desaparecida.

D. Niño en poder del ex Capitán de Navio Jorge Raúl Vildoza

28. Este oficial de marina estuvo destinado en la Escuela Superior de


Mecánica de la Armada (ESMA), durante el período en que funcionaba en
ese lugar un centro clandestino de detención que adquirió fama por la canti-
dad de personas desaparecidas que estuvieron allí detenidas. Son numerosos
los testimonios que posee la CONADEP, así como el Grupo de Trabajo
sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias acerca de los nacimientos
que tuvieron lugar en la ESMA y el destino de los niños nacidos en cautive-
rio. El Capitán Vildoza ha sido mencionado en esos testimonios como una de
las personas involucradas en actividades relacionadas con los niños nacidos
en ese centro clandestino de detención.

29. Se sabe que el Capitán Vildoza tiene en su poder uno de esos niños y
el hecho fue denunciado a la justicia. El Capitán Vildoza se encuentra tam-
bién presuntamente en el Paraguay, con el niño de que se ha apropiado.

E. Niña en poder de Omar Alonso

30. Entre las múltiples investigaciones realizadas por las Abuelas de Pla-
za de Mayo para localizar niños desaparecidos, una de ellas las llevó a deter-
minar que la pareja compuesta por Ornar Alonso y María Lujan de Mattía
tenía en su poder a una niña hija de personas desaparecidas. Ante las prue-
bas reunidas para llegar a esa conclusión, el Juzgado No 1 en lo Penal de la
Plata dispuso la detención de esas dos personas que no se habían presentado
cuando fueron citadas para las pruebas hemogenéticas que permitirían deter-
minar la verdadera identidad de la niña. Las investigaciones policiales realiza-
das para localizarlos tuvieron repercusiones de otra índole, pues se pudo -
determinar que Alonso estaba vinculado a una red de narcotraficantes- en
la que también estaría involucrado Guillermo Suárez Masón, quien fue Co-

38
mandante del Primer Cuerpo de Ejército y uno de los jefes castrenses más
señalados en denuncias sobre desapariciones y otras violaciones de los dere-
chos humanos durante el período de gobierno militar en la Argentina. Sin
embargo, la pareja logró salir del país a fines de 1986 y existen grandes
indicios de que actualmente se encuentra en el Paraguay.

III. Los recursos internos y las medidas de orden internacional tomadas


para recuperar a los niños sustraídos a la jurisdicción de Argentina

31. Las gestiones judiciales realizadas por los familiares de los niños
desaparecidos y por las Abuelas de Plaza de Mayo han sido difíciles, fatigosas
y, en algunos casos, no han dado frutos porque los niños fueron sustraídos
de la jurisdicción de los jueces argentinos.

32. Las organizaciones, familiares y abogados consultados expresaron al


autor de este informe que antes de iniciar una causa destinada a la reintegra-
ción de un determinado niño a su familia legítima, se procura tener más que
razonable convicción de que dicho niño ha sido objeto de una apropiación
ilegítima. En la obtención de las pruebas que conducen a dicha convicción ha
sido decisiva hasta el momento la actividad de las Abuelas de Plaza de Mayo
y muy escasa la contribución de las instituciones gubernamentales que debe-
rían haber llevado a cabo, de oficio, las investigaciones pertinentes. Es preci-
so anotar que de los 45 niños encontrados, sólo tres lo fueron por iniciativa
de una comisión gubernamental.

33. Según la información recibida, durante la dictadura militar las Abue-


las de Plaza de Mayo presentaron numerosas denuncias y pedidos de bús-
queda de los niños desaparecidos, que no recibieron el tramite correspon-
diente, pues los tribunales y las instituciones del Estado no tomaron, en la
mayoría de los casos, las medidas más elementales para localizar a los niños
ni informar a sus parientes del lugar en que se encontraban, ni siquiera cuan-
do poseían esa información.

34. En los procedimientos judiciales, la rapidez y eficacia en el trámite


de la prueba y en la ejecución de las medidas de reintegración del menor a
su familia legítima dependió de los jueces que tuvieron a su cargo los pro-
cedimientos. Algunos actuaron diligentemente, pero muchos dilataron in-
necesariamente las causas poniendo trabas procesales y negándose a eje-
cutar medidas solicitadas por los familiares de los niños. A menudo, pasa-
ron años hasta que los jueces ordenaron las pruebas hemogenéticas que
habría de determinar la verdadera identidad de un niño poniendo así en
evidencia que se habían cometido los delitos de sustracción, retención y
ocultamiento de menor, supresión de estado civil y otros tales como la
falsificación de instrumento público pues los apropiadores, en general, ins-
cribieron a los niños como propios y falsificaron los documentos necesa-
rios para establecer su identidad.

39
35. Varios jueces omitieron tomar las medidas necesarias para impedir
que los presuntos apropiadores se rugaran, abandonaran el país o se oculta-
ran, sustrayéndose asía su jurisdicción. En casos en que las medidas fueran
ordenadas, las instituciones o fuerzas encargadas de la vigilancia de esas
personas no parecen haber ejecutado con eficacia las órdenes judiciales,
pues varios de los apropiadores lograron salir del país y actualmente residen
en el Paraguay, donde han llevado a los niños.

36. En relación con los casos de niños en poder de Samuel Miara y de


Norberto Bianco, se estableció en forma fehaciente que éstos se habían apro-
piado ilícitamente de hijos de personas que estuvieron detenidas en la Argen-
tina y que ahora están desaparecidas y los habían llevado secuestrados al
Paraguay. En esos casos los tribunales argentinos libraron exhortos, por la
vía diplomática, solicitando al Gobierno del Paraguay la detención y extradi-
ción de los prófugos y que devolvieran a los niños. Dos jueces fueron al
Paraguay en abril de 1987 para entregar personalmente esos exhortes, pero
sus esfuerzos fueron obstaculizados por los apropiadores, con el apoyo de
algunas autoridades paraguayas. La materia se dejó en manos del poder
judicial del Paraguay que, en virtud de lo dispuesto en el articulo 36 del
Tratado de Montevideo de 1889 (ratificado por ambas partes), debía resol-
ver a su respecto en un plazo perentorio (diez días en primera instancia y
cinco días en apelación). Sin embargo, los casos siguen en conocimiento de
los tribunales paraguayos desde abril de 1987 y, hasta ahora, no se ha toma-
do ninguna decisión definitiva.

37. Entretanto, en el plano internacional, algunas organizaciones han


expresado preocupación por la situación de estos niños. La Organización
de los Estados Americanos (OEA), a la que la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos mantiene informada de esos casos, solicitó a
esta Comisión que incluyera en su programa de trabajo un estudio «de
la situación de los hijos menores de personas desaparecidas que fueron
separados de sus padres y son reclamados por miembros de sus legíti-
mas familias».

IV. El Estado de peligro moral en que se encuentran los niños sustraídos


a sus familias

38. En un fallo dictado por el juez argentino Juan M. Ramón Padilla al


pronunciarse sobre distintos aspectos del juicio iniciado para lograr la restitu-
ción de una niña nacida en cautiverio, se dice, entre otras cosas, lo siguiente:

«Acciones como la que juzgo, en donde se trata de un recién nacido


como a una «cosa» de la que se dispone a voluntad y en definitiva, para
aquellos que produjeron estos hechos, es parte del saqueo y del despojo de
los hogares que destruyeron, no permiten la posibilidad de que se valore
como atenuante la simple circunstancia de que los niños fueron rodeados de
bienestar o lujo y aun de cierto cariño, pues la actitud fraudulenta y la con-
ducción a que se sometió a la niña es asimilable a la de la esclavitud y aún

40
peor, pues al esclavo, por lo menos, se le permitía conocer su historia. Po-
dría asimismo esta condición asemejarse a la del animal doméstico, a quien
se rodeó de lujos e incluso de cariño, pero con el único objeto de producir
satisfacción a su dueño.»

39. El fallo continúa explicando que no es posible asimilar los casos de


apropiación de niños desaparecidos a la adopción, que se realiza fundándose
en principios éticos, sin engaños y mediante una libre y consciente cesión de
los derechos de paternidad, sin violencia ni ruptura compulsiva del vínculo
familiar. Por el contrario, «la situación que nos ocupa, rodeada de fraudes y
falsificación, en donde no existe ley ni verdad sino simplemente el absoluto
dominio de los apropiadores, enferma lo que debe ser una relación
paterno-filial, con el consecuente perjuicio a la psiquis del apropiado y a la sociedad
toda, que encuentra menoscabados valores tan importantes como la verdad,
la justicia, la identidad y la familia».

40. En un trabajo preparado por miembros de la organización Abuelas de


Plaza de Mayo para presentar al Primer Congreso Argentino de Adopción se
señalaron los factores que influyen en la formación de la personalidad de los
niños secuestrados o nacidos en cautiverio y que les ponen en condiciones
tales que su salud y equilibrio psíquico corren grave peligro. El documento
señala los siguientes factores:

a) la separación forzada y violenta de su nido ecológico,

b) la destrucción de su identidad,

c) el sistema de mentiras permanentes y continuadas con el que se


articula la vida familiar,

d) el ocultamiento sistemático de su historia personal,

e) el aislamiento permanente y progresivamente cruel y perverso con


respecto al sistema de información social a que se somete al niño, a fin de
impedirle conocer los datos de la historia reciente del país e inferir de ese
modo su propio pasado.

41. Por considerar que los niños que se encuentran en poder de sus
secuestradores o apropiadores corren grave peligro para su salud mental y
física, las Abuelas de Plaza de Mayo han multiplicado sus esfuerzos por
lograr su restitución lo antes posible.

42. Las autoridades paraguayas no parecen compartir este criterio, pues


han dilatado ya por largo tiempo la restitución de los niños. Estos casos han
dado lugar a un debate en la comunidad internacional acerca de la real exis-
tencia de ese peligro y la conveniencia de que los niños sepan la verdad sobre
su origen.

43. Un grupo de médicos que trabajan en investigaciones genéticas y que


cooperó en la introducción en la Argentina de las pruebas hemogenéticas para

41
determinar la identidad de los niños examinó este tema, vinculando sus investi-
gaciones a los derechos humanos. En un trabajo sobre la materia se dice:

«Es evidente que las circunstancias varían enormemente y las mejores


condiciones de vida respecto de cada niño deben decidirse individualmente.
En un caso resuelto sin necesidad de análisis genéticos, un niño nacido en
cautiverio fue adoptado de buena fe por una familia inocente que vive ahora
mera de la Argentina. Sólo la abuela materna del niño está viva y también se me
a vivir al extranjero. Cuando el niño tenía seis años, sus parientes biológicos y los
de adopción supieron unos de otros. La solución ha sido totalmente amistosa.

El niño sigue viviendo con su familia adoptiva, se le ha dicho la verdad acerca


de sus padres biológicos, cuyo apellido ha tomado, además de visitar con fre-
cuencia a su abuela. Es muy posible que aparezcan otros casos como éste.
Sin embargo, los casos de niños que viven con oficiales de las
fuerzas armadas implicados en la tortura y la muerte de sus padres son
mucho más complejos. Ciertamente que en circunstancias normales aun niño no
se lo dejaría con sus secuestradores o los cómplices de éstos, cualquiera que
hubiese sido su edad al momento del secuestro. La idea de estimar qué perso-
nas implicadas en secuestros torturas o asesinatos son o serán padres ade-
cuados para los hijos de sus víctimas, también parece inverosímil. El secues-
tro está considerado universalmente como un delito. ¿Es diferente la situa-
ción en la Argentina porque los secuestros, ocurrieron en gran escala? Las
agrupaciones de derechos humanos con las que hemos trabajado sugirieron
que el abandonar la búsqueda de los niños secuestrados en la argentina es
abandonar a un grupo de niños que no se desarrollaran con inocencia y
tranquilidad. Cuando estos niños crezcan y sospechen la verdad ¿cuál será
su actitud hacia sus parientes, que sabían que habían desaparecido, pero que
no hicieron nada? ¿Qué efecto tendría sobre un joven el saber que ha vivido
con personas implicadas en la muerte de sus padres, y que sus parientes
sobrevivientes no hicieron nada por encontrarlo? El no tratar de identificar a
los niños secuestrados ¿otorga implícitamente la impunidad a los secuestra-
dores? ¿Aumentaría esto la sensación de invulnerabilidad de los que violan
los derechos humanos en otros países?»9.
9 «Human genetics and human rights. Identifying the families of kidnapped children» en The
American Journal of Forensic Medicine and Pathology, vol. 5, Ns 9, diciembre de 1984.

V. Observaciones finales

44. Al decidir el nombramiento de uno de sus miembros para establecer


contacto con las autoridades e instituciones competentes en el problema de
los niños desaparecidos en la Argentina y más tarde encontrados en el Para-
guay, la Subcomisión de Prevención de Discriminaciones y Protección a las
Minorías tuvo en cuenta que el examen de este problema no sólo abarcaba la
eficacia de los recursos internos y la observancia de un tratado dentro de la
jurisdicción de los países interesados, sino también aspectos humanitarios y
de derechos humanos como cuestiones de preocupación internacional.

42
45. La comunidad internacional está preocupada por las violaciones de
los derechos humanos como resultado del secuestro y el traslado ilícito de los
niños y por las demoras en la adopción de las medidas urgentes necesarias
para corregir la situación. Las víctimas de esas violaciones de los derechos
humanos son los niños secuestrados, sus padres (desaparecidos o no) y sus
abuelos o demás familiares que los buscan.

46. En el caso de los niños, se les están negando sus derechos a la


libertad y la seguridad de la persona, a mantener su propia identidad y al
contacto con sus verdaderos padres y familiares, el derecho a la protección
por parte de su familia, la sociedad y el Estado, el derecho a gozar de su
propio medio ambiente y el derecho a no ser objeto de tratos inhumanos o
degradantes. Además, a los niños secuestrados se les niegan varios derechos
que figuran en la Declaración de los Derechos del Niño.

47. De hecho, a esos niños se les priva de su derecho a mantener su propia


identidad, a conocer su pasado, a gozar del cuidado de sus padres y a no ser
separado de ellos contra su voluntad. Viven actualmente en medios familiares
que, en vista de las atrocidades cometidas en el pasado y de la participación que
en ellas les cupo a los jefes de esas familias, son una afrenta a los principios
humanitarios y de derechos humanos intemacionalmente reconocidos. En tales
circunstancias, se les está negando la oportunidad para desarrollarse física, men-
tal, espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así como en condicio-
nes de libertad y dignidad (Principio 2 de la Declaración de los Derechos del
Niño). Tampoco están protegidos contra las prácticas que fomentan la discrimi-
nación, porque se encuentran en manos de personas que participaron en graves
violaciones da los derechos humanos basadas en el total desprecio de la dignidad
de la persona humana y en la discriminación política. Así, corren el peligro de no
ser educados en un espíritu de tolerancia, amistad entre los pueblos, paz y frater-
nidad universal (Principio 10 de la Declaración). En efecto, siguen siendo trata-
dos como el «botín» de una «guerra sucia» y esta situación persiste en la medida
en que no se reconozca y haga efectivo su derecho a mantener su identidad y a
vivir con su familia legítima. Sobre la base da largos e intensos debates sosteni-
dos en la Argentina con parientes de los niños desaparecidos y con profesionales
de la salud, psicólogos y jueces, el autor del presente informe ha llegado a la
firme conclusión de que casi sin excepción el retomo del niño a su familia legíti-
ma va en «el interés superior del niño» (véanse también los Principios 2 y 7 de
la Declaración) y es una exigencia imperativa de justicia.

48. A Los padres, abuelos y demás familiares interesados del menor se


les priva de su derecho a proteger, cuidar y educar a sus niños, a estar en
contacto con ellos y a la reunificación de la familia. En realidad, la persisten-
cia de una situación en la cual no puede reconstruirse la vida familiar normal
debido a la negativa de quienes se han apropiado de los niños a devolverlos a
su familia legítima, prolonga la angustia de los parientes y les impone inten-
cionadamente un sufrimiento mental.

49. Al prolongar los sufrimientos de los parientes y al negarse a reconocer


los derechos de los niños, quienes se han apropiado de ellos están siguiendo la
práctica iniciada con la desaparición de miles de personas en la Argentina. En

43
su informe al Presidente de la Argentina, la CONADEP llega a la conclusión de
que las víctimas de las desapariciones fueron, en la inmensa mayoría de los
casos, personas que no tenían nada que ver con actividades terroristas10. El
objetivo de quienes perpetraron las desapariciones era eliminar a determinados
sectores de la sociedad que se oponían al gobierno militar y a su política de
terror. Para cumplir su tarea destructiva se fijaron como objetivo no sólo per-
sonas, sino también familias enteras y grupos sociales independientemente de
las opiniones personales de los distintos miembros de esas familias o esos
grupos11. A su juicio, los vínculos de sangre o el contacto social contaminan e
incrementan la tendencia a la «subversión», y en consecuencia, merecen castigo.

10 Véase Nunca Más, op. cit., en cita 2, p. 480.


11 Ibid., p.332 a 341.

50. Quienes se apropiaron de niños pueden incluso haberse excedido de


las órdenes recibidas de los más altos mandos castrenses (algunos de los
grupos implicados en desapariciones no se apropiaron de niños) imbuidos
como estaban de la idea de la «exterminación de raíz». En este contexto, las
actividades de quienes se apropian de niños pueden compararse a las que se
describen en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de
Genocidio que incluye, entre los delitos perpetrados con la intención de des-
truir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, el
«traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo»12.

51. Si bien los grupos cuya destrucción se pretendía no parecen haberse


seleccionado por motivos nacionales, étnicos, raciales o religiosos, sino más
bien por motivos políticos, persiste el hecho de que el objetivo era la destruc-
ción física y moral de los miembros de determinados grupos y familias compro-
metidos» con la oposición política durante el período de gobierno militar13.

52. El secuestro y la apropiación ilícita de niños está calificado como


delito en la legislación nacional de cualquier país, comprendida la Argentina.
Además, la Ley No 23.521 (la denominada «Ley de obediencia debida»),
promulgada en junio de 1987, que establece una presunción de que los deli-
tos perpetrados durante el período que va de 1976 a septiembre de 1983 por
personal militar se cometieron en el ejercicio de la obediencia militar (y es
inadmisible toda prueba en contrario), excluyó explícitamente de su alcance
y aplicación los delitos relativos a la apropiación ilícita de niños14.

53. Sin embargo, los mecanismos oficiales para localizar a niños secues-
trados no parecen haber funcionado en forma eficaz, ya que la gran mayoría
de los niños encontrados, después de haber desaparecido, se ubicaron gra-
cias a los esfuerzos de sus parientes y de las Abuelas de Plaza de Mayo.
12 Véase la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, art. II e.

13 El secuestro de niños como forma de tortura o castigo de sus padres u otros parientes y la
utilización de niños para aumentar el dolor y el sufrimiento de la persona torturada, ya sea
obligando a los niños a estar presentes cuando se está torturando a sus parientes, o viceversa,
es uno de los métodos más despreciables de tortura de los que se informa que han sido utiliza-
dos en la Argentina. Véase Nunca Más, op. cit., en 2, p. 319 a 321, informes en legajos Nos.
5187, 2628, 3048 y 5473.

44
14 Si bien el autor del presente informe reconoce la disposición especial que figura en la «Ley de
obediencia debida" con respecto a la apropiación ilícita de niños, la referencia a ese texto legal
no implica que comparta el principio de "la obediencia debida» y sus consecuencias jurídicas.

Según la información recibida durante la visita a la Argentina, en el período


de gobierno militar, esos mecanismos fueron obstruidos y sirvieron a menu-
do para ocultar la identidad de los niños, más bien que para ayudar a los
parientes a encontrarlos. Además, los jueces y tribunales parecen haber
dilatado innecesariamente en cierto número de casos el retomo de los
niños a sus familias legítimas, incluso cuando la identidad se había de-
mostrado fehacientemente. El demorar la justicia equivale en estos casos
a negar la justicia.

54. Es necesario destacar la importancia de una legislación y de unas insti-


tuciones nacionales eficaces en relación con los niños desaparecidos. Los pro-
cedimientos judiciales y los tribunales de justicia deben proporcionar los me-
dios de establecer con prontitud la filiación de un niño, con ayuda de los
medios científicos avanzados de que se dispone actualmente. Otras institucio-
nes competentes de los poderes judicial y ejecutivo deben garantizar de forma
efectiva su cooperación con los parientes a fin de ubicar a los niños y, cuando
corresponda, asegurar que las personas responsables del secuestro o la desapa-
rición de niños no eludan el cumplimiento de las decisiones judiciales.

55. No obstante, un análisis de los hechos que rodean las desapariciones


y el traslado ilícito de niños muestra que intervienen los elementos interna-
cionales siguientes:

a) Algunos de los niños secuestrados eran nacionales de países vecinos


y, junto con sus padres, residían en la Argentina bajo la protección del alto
Comisionado para los Refugiados,

b) Algunos de los niños fueron secuestrados en países vecinos con la


colaboración de fuerzas de seguridad o militares argentinas y trasladados a la
Argentina clandestinamente o con ayuda de fuerzas estatales del país en el
que fueron secuestrados,

c) Algunos de los niños fueron sacados de la Argentina después de haber


estado detenidos con sus padres en centros clandestinos de detención,

d) Algunos de los niños fueron sacados de la Argentina por quienes se


apropiaron de ellos, que se negaron a acatar las decisiones de los jueces
argentinos dictadas durante los procesos realizados, a petición de los parien-
tes de los niños, para obtener el reintegro de éstos a sus familias legítimas. En
estas ocurrencias particulares un tratado de extradición en vigor en el que
ambos países son partes, no parece impulsar una solución del problema,
aunque los casos requieren medidas urgentes de protección de los derechos
de los niños y de sus parientes.

45
56. Resultaría inadmisible y materia de grave preocupación internacional
el que un país se convirtiera en refugio de secuestradores y lugar de oculta-
ción de los niños de los que ilícitamente se han apropiado aquéllos. Debe
exhortarse al Gobierno del Paraguay a que tome medidas inmediatas para el
retomo de los niños a su país de origen, dadas las abundantes pruebas de que
fueron trasladados ilegalmente al Paraguay en violación de leyes concretas
de su país natal y que, en consecuencia, son objeto de un tráfico ilícito que la
comunidad internacional también condena.

57. En varias resoluciones de la Asamblea General y de la Comisión de


Derechos Humanos se ha expresado una honda preocupación por la persistencia
de la práctica de las desapariciones forzadas o involuntarias y se ha manifes-
tado el convencimiento de que es necesario encontrar solución a estos casos
y eliminar tales prácticas. En relación con este problema, debe prestarse
especial atención a la protección de niños contra la detención arbitraria, la
apropiación ilícita y la desaparición forzada de sus familias, así como contra
toda forma de tráfico que entrañe la falsificación de su identidad o su filiación.

58. La comunidad internacional se ha ocupado ya del problema del tras-


lado de niños y, por consiguiente, de la necesidad de garantizar el derecho a
la reunificación de las familias y otros derechos derivados de la separación
forzada de miembros de una familia. En el caso de conflictos armados, en los
Convenios de Ginebra de 12 de agosto de 1949 y sus Protocolos Adicionales
I y II se han establecido medidas y mecanismos concretos destinados a la
protección del niño durante el período de separación de su familia, así como
al retomo del niño a su familia y su país en caso de ser evacuado a otro país.

59. El Comité Internacional de la Cruz Roja ha establecido mecanismos


humanitarios para ayudar a las familias que se han dispersado como conse-
cuencia de conflictos armados, desastres naturales u otros acontecimientos
graves y socialmente dislocadores. Esos mecanismos han demostrado su
eficacia en los casos en que no hay un ocultamiento intencional del paradero
de las personas buscadas. Sin embargo, esos mecanismos no parecen ser
adecuados para los casos de niños desaparecidos como consecuencia de actos
que entrañan delitos tan graves como los descritos en el presente informe.

60. En estos casos es necesaria una decidida cooperación internacional


en la que todos los Estados y órganos de la comunidad internacional hagan
un esfuerzo combinado para ayudar a los parientes a localizar a los niños
ajustándose plenamente a los principios humanitarios y de derechos huma-
nos que rigen la protección de los niños y las familias.

61. Es necesario designar o idear a este fin mecanismos internacionales


que ayuden a encontrar a esos niños y a reintegrarlos a sus familias legítimas.
Como primera medida, la Subcomisión podría recomendar a la Comisión de
Derechos Humanos que exhorte a todos los Estados a facilitar, cuando se
les solicite, la búsqueda por los parientes interesados y, en los casos en que
se localice a un niño, a que tomen de inmediato todas las medidas necesa-
rias para devolverlo a su familia legítima.

46
CAPITULO IV

Abuelas opinan sobre Doltó

Entrevista publicada en Psyché,


diciembre 1986

Es una ética elemental informar y contextualizar a quién se invita a opi-


nar sobre situaciones manifiestamente inéditas.

El texto del diálogo con la Dra. Fracoise Doltó que publica «Psyché»
evidencia una desinformación de y a la Dra. Doltó, que lleva a preguntar-
se cuál ha sido la intención de la convocatoria a este encuentro. Es así
que el diálogo se concentra alrededor de un equívoco insistente: la adop-
ción de niños homologada a la apropiación de niños, con lo que se
descontextualiza la situación de los niños secuestrados y el abordaje a
este horror aún hoy vigente.

Remitir a la «ética analítica rigurosa» de la Dra. Doltó, sus «opiniones


vertidas» en estas circunstancias, no parece ingenuo, tampoco se trata de
«estar o no de acuerdo» con sus opiniones, sino que éstas están referidas a
una realidad que no corresponde a la nuestra.

Nuestros niños, bebés, bebés nacidos en cautiverio fueron criminal y


violentamente arrancados de los brazos de sus madres, padres, hermanos,
abuelas y abuelos y la gran mayoría continúa padeciendo el secuestro y la
desaparición. Están ilegalmente adoptados como propios, es decir, apropia-
dos, privados de su verdadera identidad, lo que implica ser tratados como
objetos, partes del saqueo. Aun alimentados y cuidados ésta es la condición
que subyace.

Las situaciones de hecho son de fraude y falsificación sin Ley y sin


Verdad. Sin Ley, más que la Ley arbitraria y omnímoda de los represores, sin
verdad, en el ocultamiento pertinaz, aun ante los jueces y las pruebas de
histocompatibilidad sanguínea que los delatan como apropiadores. Sus figu-
ras, por lo tanto, no representan las figuras parentales o de padres adoptivos
sino que ocupan el lugar parental desde la impostura.

47
La voluntad de apropiación utiliza la invalidez del «infans» (ser humano
desde que nace y durante sus primerísimos meses de vida, sin palabras ni
ideas), para montar un andamiaje de mentira que lo captura en dicha invali-
dez. El aparato psíquico de los niños secuestrados se desarrolla en esta situa-
ción de captura y de enajenación de su deseo.

Lo que funda la identidad (estructura interna que consiste en lo que uno


siente ser) es el deseo de vida de los padres unido a la propia pulsión de vida
del bebé. El deseo de vida se va haciendo autónomo, pero debe pensarse, en
el origen, íntimamente ligado al motor que lo generó; el deseo parental. Esta
configuración de deseos que es origen de la vida, es basamento identificatorio.
Los niños afirman y confirman su identidad en un constante proceso de
reaseguramiento de esta configuración. Es sobre esta matriz existencial que
se ejerció y se ejerce la violencia de la impostura. Violencia potencializada en
la permanencia del ocultamiento y la apropiación. No hay falsificación posi-
ble de la vivencia inconsciente del origen de la vida, lo que hay en la impos-
tura es un intento de alienación del deseo inconsciente, de reducir al niño a su
necesidad, a la defensa por sobrevivir; a enajenarlo como persona, como
sujeto del deseo.

Las Abuelas de Plaza de Mayo llaman restitución al acto de recuperación


de los niños secuestrados. Acto psíquicamente fundante porque se asienta en
la verdad y en la Ley y libera al psiquismo infantil de la fundación falsa en la
que se encuentra capturado; porque restablece un orden de legalidad familiar
que posibilita el deseo, el encuentro con la propia identidad y la inserción en
la legítima cadena generacional.

Nos parece útil e indispensable puntuar, sobre el despliegue de las opi-


niones vertidas en dicho diálogo, la confusión reiterada del contexto y las
contradicciones en las que se incurre sobre la situación que sufren los niños
secuestrados en manos de sus apropiadores.

1) Es notable cómo los interlocutores «adoptan» el término de «padres


adoptivos» que utiliza la Dra. Doltó, sin poder escuchar que, «la situación
fue de apropiación».

2) F.D.: «La separación de estos padres adoptivos para devolverlos a los


legítimos, sólo puede tener éxito si se realiza para el honor de la sangre».
«La separación» de los apropiadores y el «devolverlos» a sus legítimas
familias «tiene éxito» justamente porque, como decimos más arriba, el
restablecimiento de la legalidad familiar posibilita el encuentro con la propia
identidad, la desalienación del deseo y la inserción en la legítima cadena
generacional («para el honor de la sangre»). A pesar de que la información y
el montaje no ahorran contradicciones, parece que la Dra. Doltó hace final-
mente referencia a la restitución cuando dice: «No era posible dejarlos con
los padres que no eran suyos, ya que tienen los verdaderos padres de vues-
tros padres desaparecidos».

48
Tenemos la experiencia que ninguno de los niños restituidos se comporta
como si se los separara de su propia familia o de padres adoptivos verdade-
ros dadores de identidad.

3) F.D.: «Lo importante es que no se instruya al niño para que diga que
ha sido criado por verdugos».

Al niño se le posibilitará hablar de lo que ya «sabe».

4) Llama la atención la extrapolación de la experiencia sobre la real aco-


gida que los campesinos franceses dieron a los niños judíos hallados huérfa-
nos por el sadismo nazi. ¿Es admisible el delito de secuestro-apropiación en
Argentina con la acogida altruista de los campesinos franceses? (¿Es ésta una
confusa polarización o una prejuiciosa toma de posición?) ¿Qué podría de-
cirse si los niños hubieran sido apropiados por los nazis que exterminaron en
las cámaras de gas y en los campos de concentración a los padres de los
niños judíos franceses? ¿Se los justificaría diciendo que cumplían órdenes?
¿Se hablaría de esos criminales como «padres adoptivos» que «acogieron a
dichos niños»? ¿ Se diría que es bueno que puedan «rehabilitarse» con ellos?
¿Qué es bueno para quién? ¿En quién se está pensando?

Está en juego el destino de los niños y no que los apropiadores puedan


rehabilitarse con ellos.

Además, ¿dónde queda entonces, el concepto final de la Dra. Doltó


sobre la necesidad de la gratuidad del amor?

5) En reiterados momentos de la interlocución nos preguntamos: ¿difi-


cultad de escucha? ¿Dificultad de traducción? o ¿preconcepto?

Un ejemplo significativo, ya que es el único momento en que se insiste


en la necesidad de «un encuadre más preciso de la realidad argentina»:

-M.E.B.: «Los niños que nacieron en cautiverio fueron arrancados de


su madre con una violencia criminal».

-F.D.: «El cambio de hogar en los niños no se hizo con violencia». (!)

-M.E.B.: «Sí, se hizo con violencia porque las madres fueron reclui-
das, torturadas y muertas luego del parto».

-F.D.: «Fue el caso de los niños judíos».(?)

-M.E.B.: insiste en que se mató a los padres, que se trata de una sus-
tracción de niños, y que, a pesar de las exhortaciones públicas, los padres
adoptivos no han respondido.

-F.D.: «Entonces quiere decir que los quieren».

49
¿Entonces? La opinión sobre la causalidad sorprende. Mataron a sus
padres, los sustrajeron, no responden: entonces, los quieren*.

6) -F.D: «Si se lo arranca de la familia adoptiva se le puede estar


repitiendo la experiencia que vivió con los padres naturales».
* Ciento cinco niños judíos de Lidice (Praga) fueron separados de sus madres en la sala del
Liceo de Kladno A los menores de un año, los llevaron al hospital de Praga - Krey Nadie supo
sobre su destino El resto fue trasladado a Polonia, con una marca visible «niños de Lídice,
retorno indeseable» Internados en el campo de concentración de Rustikobo, sólo aquellos que
respondían físicamente a los conceptos nazis de la raza ana fueron seleccionados para su
germanización. Los demás fueron exterminados

Los sobrevivientes, entre ellos Mane Hanfova, quien declarara estos horrores en Nuremberg,
fueron reeducados según la ideología nazi y vendidos a familias alemanas, cambiándoles así el
nombre, el idioma, etc.

Las familias sobrevivientes del campo de concentración de Rebensbruckm buscaron y ubicaron


a los niños Mane fue a vivir con sus tíos a una casa que les dio el Estado, en el Lídice recons-
truido En la actualidad Mane dice- «Tengo tres hijos, para mi satisfacción soy una abuela feliz
Por tercera vez resulté elegida diputada del Comité Nacional Local de Lídice. No me es fácil
narrar los sufrimientos que vivimos, estos recuerdos duelen Pese a ello no callo al igual que
hace 40 años en Nuremberg Para salvar la paz no podemos callar las atrocidades»

Aquí se tratan como homogéneas la situación de restitución y la situación


de arrancamiento-cercenamiento del secuestro-apropiación.

En la situación de apropiación los niños fueron arrancados, sin palabras


y con violencia real, sumergiéndolos en un proceso de ocultamiento y de
enajenación, arrancados de su identidad de su historia personal y familiar. En
este tipo de actos se desconoció toda ley, la transgresión se hizo ley y la
perversión la modalidad de vínculo.

En la situación de restitución no hay repetición, las palabras son di-


chas y, desde la ley, se permite el acceso a la verdad. No hay arranca-
miento. Es una situación nueva que se basa en la articulación de la ver-
dad y la justicia.

El revelamiento de la verdad, aunque dolorosa (en la mayoría de ellos es


también encontrarse con el conocimiento de que sus padres permanecen

desaparecidos), es la posibilidad de volver a tomar contacto con el proyecto


de vida de sus padres y con la configuración de deseos que son su origen.
También resulta profundamente estructurante saber que sus padres jamás
los abandonaron y que sus familias los han buscado tenaz y amorosamente
desde el momento mismo de su desaparición.

7) -F.D.: «Se puede cambiar a un niño de familia recién cuando ya no


tiene necesidad de esta primera estructura». «Seguramente se marcó al niño
a través de su madre, pero eso no es motivo para traumatizarlo una vez más
si su estructura edípica no ha sido concluida. Si la familia lo quiere encontrar
al niño, lo importante es que él pueda saberlo a los 6 años». Y más adelante:

50
«...sus padres naturales dieron su vida para modificar su sociedad. Pero éste
no es motivo para demoler su propia estructura proponiéndoles detectar a los
padres adoptivos».

Frente a la preocupación de la Dra. Doltó por resguardar el período


edípico de los niños, la distorsión en la información subsiste y merece nues-
tra atención a dos niveles:

a) Es un hecho de la realidad que los niños desaparecidos secuestrados,


al finalizar el Terrorismo de Estado, habían vivido ya la etapa edípica.

b) Estos niños, en el proceso de estructuración de su identidad, se


vieron obligados a desplazar los referentes parentales en figuras
identificatorias falsas. Al encontrarse con la verdad, no hay crisis de
identidad y nada «demuele» su estructura psíquica. Lo que observamos
en la práctica es el desmoronamiento de las figuras fraudulentas de sus
captores. Los lugares identificatorios parentales vuelven a ser ocupados
por las figuras de sus legítimos padres, finalmente los legítimos
significantes primordiales.

8) -F.D.: «El hecho de haber contribuido a que este niño haya sido
abandonado les da más razón para querer reparar el daño, criando al niño».

En primer lugar, estos niños no fueron abandonados por sus padres, sus
padres fueron asesinados y ellos secuestrados-apropiados, sustraídos a sus
legítimos familiares.

Son niños que viven en situación de desaparición:

a) Apropiados por secuestradores, quienes intervinieron directamente en


la desaparición y/o asesinato de los padres y en la desaparición-apropiación
de los niños como parte del saqueo.

b) Apropiados por cómplices, quienes tuvieron una intervención directa


como cómplice en la desaparición-apropiación de los padres. Apropiadores
con complicidad en el saqueo.

c) Apropiados por falseadores, quienes, sabiendo el origen del niño, fal-


sean su nombre, su nacimiento, su origen y su historia, anotándolos como
propios.

d) Apropiados por «adopción», quienes «adoptaron» a los niños acep-


tando que la institución de la adopción actuara como encubridora de la apro-
piación.

La experiencia, en general, es la apropiación de una criatura desapareci-


da o nacida en cautiverio está íntimamente ligada a lo delictivo.

En la apropiación, a diferencia de la adopción, no hay legitimación


posible del hijo, porque no hay libre voluntad de renuncia al proyecto de

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vida y deseo por parte de los progenitores, ni de los progenitores de sus
progenitores.

En segundo lugar, ¿desde dónde se puede sostener «que da más razón»


para cuidar a un niño el haber contribuido a que haya sido abandonado? ¿
Que los mejores padres para un niño «son aquellos que tienen terror del acto
cometido y a quienes ellos han hecho huérfanos?

9) Unos párrafos más adelante F.D. señala que: «hay que tener mucho
cuidado con el aspecto reivindicatorio de los padres naturales» (a la sazón
judíos en el contexto de la experiencia de la Dra. Doltó). Entonces, otra vez
lógica asombra (¿lógica del inconsciente?): Peligro, frente a los padres natu-
rales. Confianza, frente a quien contribuyó a hacerlos huérfanos. ¿Esto no
parece ya sostenido por una ideología?

10) El contexto del cual F.D. extrae su experiencia al referirse a «las


secuelas de la guerra» o a «los acontecimientos de la guerra», es el de la
Segunda Guerra Mundial.

Nuestros niños no son niños abandonados o perdidos por sus familias


durante una guerra y a quienes cualquiera «acoge». Son niños identificables,
con familiares ubicables. Niños secuestrados de sus propios hogares o naci-
dos después del secuestro, en el cautiverio de sus madres, en un contexto de
Terrorismo de Estado sólo comparable al exterminio judío por los nazis.
Genocidio que, al igual que el padecido aquí, nada tuvo que ver con una
guerra, si bien se encubrió con ella.

Aun en los casos en que los niños, después de la matanza de sus padres,
quedaban solos o con vecinos y eran entregados por éstos a la justicia del
Proceso, ésta, en la mayoría de los casos, no sólo no los restituía a sus
familiares, (a quienes les era negada toda información), sino que, también
como parte del aparato represivo, los mantenía desaparecidos.

11) La preocupación por «estimular» a las Abuelas a ocuparse de los


niños abandonados, sin duda, parte del desconocimiento del gigantesco apor-
te que Abuelas de Plaza de Mayo ofrecen, en su accionar a este sector de la
infancia por la reafirmación de los derechos del niño y, particularmente, por
el develamiento de un siniestro cuadro social que envuelve como una sutil
telaraña a los miles de niños adoptados durante los años de la dictadura.

Abuelas de Plaza de Mayo en su práctica ha elegido el camino de la


justicia para recuperar la vida de los niños desaparecidos. Especialmente en
relación a ellos, como dice el Dr. Ulloa, o la salida es ética, donde la produc-
ción de verdad fundamenta la justicia, o hay encerrona, donde lo siniestro
permanece oculto en lo aparentemente familiar y cotidiano, pero como todo
lo violentamente reprimido, permanece activo en toda su eficacia inconsciente,
para volver a surgir, con eficacia mayor, quizá sintomática, de alto riesgo.

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Cuando lo que nos ocupa es de tal magnitud que se refiere a los derechos
humanos de los niños, en nuestro caso niños desaparecidos-secuestrados-
apropiados, la sociedad entera tiene una deuda ética con ellos. Esta deuda no
es abstracta, repararla cabe a la sociedad toda y son los jueces de la demo-
cracia, instrumentos representativos, quienes deben posibilitamos saldarla.

SEGUNDA PARTE
Sobre las Abuelas

CAPITULO I

Niños desaparecidos
«para que no sean los olvidados de la memoria»

por Marie Pascale Chevance Bertin.


Noviembre 1989.

La situación presentada a los hijos de militantes argentinos que fueron


robados por militares, policías o cómplices directa o indirectamente implica-
dos en el asesinato o desaparición de sus padres, es una situación clínica
enraizada en lo social, lo jurídico y lo político.

Es necesario, para comprender la complejidad de esta tragedia retomar


las circunstancias en que tales ritos han podido ser cometidos. Se trata de
niños robados y no adoptados (al niño no se le ha cedido).

Este robo ha podido ser realizado en dos circunstancias:

- sea en el momento del asesinato o cuando eran llevados los padres

- sea en el momento del parto de sus madres en el campo de concentración.

53
Esto se ha producido en Argentina, bajo una dictadura militar entre 1976
y 1983 - treinta mil ciudadanos han desaparecido de los cuales varios cente-
nares de niños1.

El niño apropiado ilegalmente no tendrá acceso a su historia, su inscrip-


ción legal será falsificada, su nombre cambiado lo mismo que su fecha de
nacimiento. Su historia le será robada.

Podemos preguntarnos sobre el lazo que se establecerá entre el niño y


sus pseudos padres, sobre la base del crimen y de la mentira. No se trata de
una situación de adopción, sino de substitución. Se pone una pareja: hombre/
mujer en lugar de la pareja padre/madre que se ha hecho desaparecer. Se
sustituye un niño en su propia filiación. Haciendo desaparecer a sus padres,
se le hace aparecer hijo de tal militar, de tal policía o tal cómplice. Poderosa-
mente, hago desaparecer, y luego aparece, en desprecio de la ley que funda
las relaciones humanas y asegura la transmisión de la vida.
1 Esta experiencia clínica se ha llevado adelante con 65 refugiados latinoamericanos desde
numerosos años. La autora, psicoanalista, ha vivido 10 años en Argentina.

Es efectivamente el problema de la transmisión que se plantea en esta


filiación tergiversada ¿Qué será de la función paterna? A propósito de esto
Piera Aulagnier nos dice «... Por su dependencia con el hecho ultimal se
signa que la función paterna no puede preservar su función de eje en el
registro de los sistemas de paternidad que si lo está asegurada una conti-
nuidad -justamente en este caso esta función de eje en el registro del
sistema de paternidad», está tomada y que la filiación es negada y la
transmisión cortada.

El fundamento de la paternidad no es, necesariamente biológico, pero no


puede originarse éste en deseo de apropiación, hecho posible por medios de
un crimen. Un padre biológico o de adopción para cumplir su función pater-
na debe ocupar el lugar de la transmisión de la ley, de un orden no arbitrario,
no creado por él sin que le trascienda y que pueda dejar a su hijo, que a su
vez podrá transmitirle. Ésta es la garantía del orden de la paternidad: padre
de, hijo de, lugar en donde se podrá formular la pregunta sobre la identidad.

En consecuencia, aquellos que se apropian del origen, historia, herencia


psíquica y física de los niños secuestrados de padres desaparecidos, no pue-
den asegurar la función paterna, no sólo sobre la historia que ha precedido al
niño, sino también la continuidad de su historia.

Si sobre el plano de la filiación, las cosas se organizan a nivel de tres


generaciones, el padre del hijo siendo el hijo del padre el sistema edipiano se
coloca tanto en relación al hijo que en relación al padre. Esta organización
sólo funciona bien si la palabra de la madre expresa el deseo que ella ha
tenido de tener este hijo de tal padre.

54
En el caso que nos ocupa es interesante hacer notar que la lista de espera
se hacía en el Campo de Concentración de la «Escuela de Mecánica de la
Armada». Familias de marinos esperaban que prisioneras embarazadas die-
ran a luz para apropiarse de sus hijos. Se sabía que durante la espera de este
niño, su madre iba a ser torturada, vivía en condiciones inhumanas, alumbra-
ba maniatada y se la entregaba a la muerte después del parto. El deseo de la
madre «adoptiva» no es el de la madre de tener un hijo de tal hombre, sino
que se articula al poder de tener un derecho de vida y muerte sobre esta
mujer víctima y por lo tanto sobre su hijo. Qué será de la palabra de esta
«madre» a nivel de la organización simbólica ya que ella es portadora del no
hablar y del secreto?

Estos actos fuera de la ley, asesinato o complicidad de asesinato, robo de


niños, subvierten absolutamente toda institución simbólica no sólo de las
costumbres, reglamentos, leyes y ritos en rigor, sino también de la relación
del ser humano con su palabra.

El robo coloca al niño del lado de los objetos por la negación de su


estatuto genealógico - no se puede disociar esto del tratamiento infligido a
sus padres torturados y asesinados. Negación de los cuerpos de la madre y
del padre. ¿Qué pregunta se le dirigirá a este niño a esta cosa? ¿A este
Objeto? Si hay rechazo de la interrogación genealógica fundamental para
obtener la diferenciación de los individuos en la misma especie, ¿podemos
hablar de niños o de objetos?

Del Botín de Guerra como lo señalan las Abuelas de Plaza de Mayo. De


parte de la madre adoptante ¿qué viene a llenar este niño? ¿Qué vendrá a
reparar o hacer del lado del padre que adopta?

Estas preguntas nos llevan a retomar toda la cadena de actos que han
permitido este robo: desapariciones, torturas, asesinatos. Todos los testimonios
dan cuenta del extraordinario sadismo puesto enjuego en estas practicas. No
se puede pensar que estamos allí en el registro de la perversión. El perverso no
desconoce la ley, al contrario la transgresión y el desafío lo tranquilizan perma-
nentemente sobre su existencia y mantienen su goce de poder y jugar con ella.
Gozo mayor es el robo del niño, pero que no se detiene en la falsificación del
acta de nacimiento y permite mantener cotidianamente en todas las relaciones,
comenzando por la del niño, una relación mentirosa que mantiene de muy a
distancia, pero omnipresente y amenazante. Este niño recuerda y reactualiza
permanentemente el acto cometido.

Auge del gozo, del dominio absoluto, asesinato de los padres, posesión
de niño - desafío a la sociedad que procesa con sus leyes.

Estos niños han sido robados con toda impunidad, sus familias los bus-
can, sus abuelas se han organizado en una asociación «Las Abuelas de Plaza
de Mayo». Las Abuelas se han puesto como tarea encontrar sus nietos des-
aparecidos, devolverlos a sus familias y obtener el castigo para los culpables.
Trabajo inaudito que se realiza con el apoyo del pueblo que les da pistas para
ubicarlos a los niños.

55
Alrededor de 400 niños desaparecidos, de los cuales 50 han sido encon-
trados, algunos muertos, otros secuestrados por parejas que los ha robado y
han huido, otros restituidos o que permanecen en las familias donde fueron
encontrados y visitados por sus abuelos.

La Asociación está ayudada por un equipo de especialistas: juristas, psi-


cólogos, expertos en genética que les ayudan en el difícil trabajo de la restitu-
ción de los niños. Cuanto más el robo de los niños se coloca en una cadena
patológica que parece perpetuarse hasta el infinito, es el mal más allá de la
muerte, tanto más el difícil combate de las Abuelas, se sitúa del lado de la
búsqueda de la verdad y de asumir la realidad.

Lo que aparece es el rechazo de la abolición de las generaciones, ésta es


la exigencia del restablecimiento de los lugares en la filiación, los abuelos, los
padres, los hijos, todo esto no es lo mismo y los abuelos lo afirman con una
reivindicación muy precisa «... si mataron a nuestros nietos, donde están sus
tumbas y si no dónde están ellos?» No aceptando la desaparición, ellas invo-
can el delito y designan a los culpables.

La búsqueda de los padres por sus hijos es una tentativa de reelaborar lo


simbólico social que tiene que ver en las personas, yo pienso que es esencial
tener en cuenta el valor simbólico de la «desadopción» de estos niños que
fueron quitados. Ellos pierden su condición de desaparecidos y encuentran
su estatuto de persona reapropiándose de su historia: por más dolorosa que
sea, es su historia y nadie tiene el derecho de sustituirla por otra en nombre
de lo que sea.

La restitución es un acto fundador de la identidad que se articula sobre la


verdad y la justicia, la situación traumática de arrancarlo al niño de su madre
en su nacimiento, en su primera infancia se inscribe en el psiquismo infantil.

El niño vive una situación de horror mantenida en el secreto.

El psiquismo de los niños secuestrados se desarrolla en una situación de


captura y de identidad alienada ya que la voluntad de apropiación ha utiliza-
do la extrema fragilidad infantil cuando se utiliza esta fragilidad desconocien-
do su singular deseo en su condición de persona, sometiéndola a una situa-
ción forzando falsas identificaciones, se trata de un dominio sobre un sujeto
que se lo «dosifica» en una tentativa de hacerlo desaparecer como persona.

La restitución es un proceso doloroso, pues, en la mayoría de los casos


para el niño se enterara que sus padres han muerto o desaparecido. Pero es
también recuperar su nombre, ligado al nombre de su padres, insertarlo en su
cadena generacional y unificar su propia historia subjetiva. Es saber que sus
familias no lo ha abandonado nunca, que sus abuelos, hermanos, hermanas,
tíos, tías no han se cansando de buscarlo desde su desaparición.

Lo que vengo de describir debería bastar para justificar en todos los


casos la restitución de los niños robados a sus familias: ellos nunca fueron

56
abandonados, sus familias no han cesado de buscarlos, este secuestro se
apoya sobre la negación de la ley y una pretendida impunidad.

Sin embargo, algunas personas se preguntan sobre la validez de la resti-


tución invocando un segundo trauma para el niño y el «amor» que le tienen
sus apropiadores. Pero ¿de qué amor se habla aquí? No hay amor, los
apropiadores se apoderan de este niño, que es muy otra cosa, lo tienen y no
lo quieren dejar. Este niño es «reinventado» para llenar una función que es
negar la realidad, negar la desaparición, negar el crimen, negar la culpabili-
dad, negar el dolor de los familiares enlutados. Este niño «adorado» lo es
como ídolo, como fetiche que por su presencia perpetua la mentira y permite
creer que el crimen no ha sido cometido.

Triste destino el de este niño condenado a ocupar el lugar del que por su
misma presencia necesita de la afrenta el horror. Los apropiadores no quie-
ren devolver a los niños, ellos le son necesarios pero no en un proceso
afectivo sino patológico y próximo de la dependencia adictiva de aquel que
por nada del mundo renunciaría al producto de su adicción.

La idea de un segundo trauma infligido al niño al restituirlo no puede ser


aceptada, pues sabemos suficientemente por la clínica que toda resolución
de la verdad para un sujeto le permite reconstituyéndole los blancos y aguje-
ros de su historia de reapropiarse de su destino y la de la posibilidad de salir
de su sufrimiento en el que le habían arrojado, las cosas no dichas, los
ocultamientos de la trama de su vida. Se trata ciertamente de un proceso
doloroso y es por esto que las Abuelas llaman a especialistas y se rodean de
todas las precauciones necesarias.

Estamos confrontados a una situación trágica que toca al pueblo argenti-


no en su conjunto, lo que podemos oponer frente a lo impensable de la
desaparición, frente a la voluntad de borrar huellas en la memoria, la
reinscripción de lo que ha tenido lugar. Nuestra mínima exigencia es la de no
ser cómplices del silencio, de no invocar un «pretendido bien del niño» que
sellaría la oscuridad de su destino. Los profesionales que trabajan con niños
que han sido restituidos a su familias saben bien que son los niños y sólo los
niños que podrán hablar de ellos mismos cuando llegue el momento. Noso-
tros no podemos más que permitirles que les sea posible esta palabra.

Ante la complejidad de un tal drama, es importante recordamos de estas


madres torturadas a quienes su bebe les ha sido arrancado y confiar en sus
compañeros sobrevivientes que saben que estas madres querían que entrega-
ran sus hijos a sus familias, los argumentos que van contra la restitución se
mantedrán si sólo se pudiera imaginarse en discusión con ellos? Pienso que la
vergüenza es el único sentimiento que nos invadiría. No lo olvidemos».

57
CAPITULO II

La labor de las Abuelas de Plaza de Mayo

por Rita Arditti y M. Brinton Lykes

«Siempre decimos sobre la «apropiación» de los niños, que éstos


fueron considerados «botín de Guerra»... de la misma manera que ro-
baban televisores, grabadores, radios o heladeras, se apoderaban de
los chicos»

(Nélida de Navajas, entrevistada por


M. Brinton Lykes, Buenos Aires, Julio 24, 1989).

En la «avanzada» sociedad occidental, los niños son visualizados como


mercaderías (bienes de consumo), o bien producto destinados a ser poseí-
dos, no como seres humanos por derecho propio. Se hace esto evidente, de
modo lamentable, en las batallas por la custodia de los hijos durante los
trámites de divorcio, y, recientemente en los debates ante los estrados judi-
ciales sobre los «verdaderos» padres de un niño/a concebido/a por insemina-
ción artificial, o por algún otro sofisticado método de tecnología reproductiva.
Sin embargo, en esa «autodenominada» comunidad tecnológica de vanguar-
dia, muy pocos conocen uno de los más perturbadores ejemplos que abonan
la conceptualización del niño/a como propiedad, y es el de las casi 400 cria-
turas secuestradas o nacidas en cautiverio en Argentina, durante la dictadura
militar de los años 1976-1983.

Este artículo describe el esfuerzo de un grupo de Abuelas, quienes desde


1977, trabajan para recuperar a estos/as chicos/as. Ya han encontrado a 50
niños/as; 25 han sido restituidos/as a las familias de origen; 13 permanecen
con las familias adoptivas mediante mutuo acuerdo de ambas partes; se com-
probó que 7 habían sido asesinados/as y en los 5 casos restantes se mantiene
una disputa judicial. Esta labor ha atraído la atención internacional sobre la
grave situación de muchos/as otros/as que permanecen en las manos de sus
secuestradores. Es importante señalar que han contado con la contribución
de expertos legales y científicos para la realización de su tarea, esto pone de
manifiesto una interesante relación entre ciencia y política y forja una nueva
comprensión con consecuencias éticas de cuestiones atinentes a la materni-
dad, a la paternidad y al derecho a la propia «identidad». Situamos nuestro
examen del tema dentro de una discusión actualmente en curso en el ámbito
del feminismo, referida a las tecnologías reproductivas y lo parental. Espera-
mos así dilucidar algunos difíciles asuntos que las feministas encaran al tra-
bajar en contextos pluri-culturales, internacionales e interdisciplinarios.

Relaciones parentales y propiedad (Parentesco y Propiedad)

58
En su artículo de 1983 «Relaciones parentales y propiedad» Janet Farrel
Smith argumentaba que «un modelo implícito de las relaciones de propiedad
subyace en cierta visión de lo parental» muy especialmente en la paternidad.
Carol Brown (1981) había sugerido anteriormente que es en el Derecho de
Familia donde hallamos el punto de intersección entre el patriarcado público
y el privado en los EE.UU.. El Patriarcado privado incluye el control que
cada marido en particular ejerce sobre su esposa, su función reproductiva y
«el producto de la misma; los/as hijos/as», mientras que el Patriarcado públi-
co se ocupa del sistema social -economía, política, religión, etc.,- el cual
es controlado por los hombres colectivamente». El marido que controla el
trabajo cotidiano del ama de casa es apoyado en el ámbito público por la
monopolización ejercida por los otros hombres con respecto a los puestos de
trabajo, legislación, propiedad, conocimiento, etc.». (1981 p.240).

Según Smith, la legislación de familia de los EE.UU.. ilustra cómo la


relación parental refleja una noción a la cual Mac Pherson llama «poder
extractivo» es decir «la habilidad de usar las capacidades de otra persona»,
«(Es) el poder sobre los otros, la habilidad de obtener (extraer) beneficios de
los demás». (1983, p.200). Los niños, por analogía, son tratados como si
fueran objetos y a los ajenos se les impide interferir con la elección paterna
«para criar al hijo como le place». El padre o la madre pueden excluir a los
otros tanto como ejercer su control de propietarios sobre el niño/a. Si bien
Smith no aboga por una completa reestructuración de estas relaciones, a las
que considera como una forma de proteger a la familia de ciertas intromisiones
del estado, propone en cambio otro modelo de poder «el poder de desarro-
llar», el que al estar fundado en el nexo madre-hijo da sustento a la visión de
los niños como personas en desarrollo y no como objetos a ser poseídos. Así
en la vinculación con los otros el niño/a desarrollará una identidad.

Esta yuxtaposición de tipos de poder y relaciones parentales en el debate


legal contemporáneo indica que nuestras ideas preconcebidas sobre niños/as
y su relación con madres y padres, están siendo desafiadas. Madre era la que
gestaba y paría el niño. Sin embargo la restitución de niños/as secuestrados/
as en Argentina, la paternidad y maternidad sustituías, tanto como las nuevas
tecnologías reproductivas ponen en tela de juicio una noción de maternidad
tenida por incuestionable hasta hoy. Las prácticas actuales nos ponen frente
a la posibilidad de que haya por lo menos cuatro formas diferentes de ser
madre: la madre genética, la que da a luz, la madre social y por fin la legal»...
la acción de separar lo inseparable es el meollo de la tecnología reproductiva...
las mujeres estamos a punto de ser padres» (Katz Rothman, 1982). El padre
que antes tenía con la prole un vínculo sujeto a controversia y para nada
evidente, hoy en cambio ha acreditado su relación genética y social con su
descendiente. Raymond (1990, p.47) sostiene que «es la paternidad y no la
maternidad la que se ha ampliado con las nuevas técnicas reproductivas» y
Arditti (1987, p.45) señala que «Los padres y las madres sustituías (subroga-
ción) posibilitan la creación de un nuevo tipo de familia, en la cual el padre lo
es biológica y socialmente y en la que la maternidad se divide entre la madre
natural y la madre adoptiva.

59
Las Abuelas de Plaza de Mayo

El Estado como padre

Desde 1976 a 1983 los militares gobernaron la Argentina. Durante este


período una sucesión de «Juntas» Militares se entregaron a una campaña de
represión sangrienta y brutal en cuyo transcurso 30.000 personas, el 80 % de
las cuales tenían entre 16 y 35 años, fueron detenidas y desaparecidas. El 30%
eran mujeres y de éstas el 10% (3% del total) estaban embarazadas.
(Nunca Más, 1984). Los militares se proclamaban defensores de «la tradi-
ción, la familia y la propiedad» y cualquier crítica al régimen era vista como
un signo de comportamiento «anti-argentino» y «subversivo» que debía ser
aplastado a fin de proteger a la Nación. Según dijo Jorge Rafael Videla, el
presidente de una de las Juntas: «la represión es contra una minoría a la que
no consideramos «argentina» (Frontalini y Caiati, 1984). Esta guerra exigía
que la sociedad argentina fuera reestructurada por el «Proceso de Reorgani-
zación Nacional» para restaurar los valores «occidentales y cristianos».

De muchas maneras la dictadura representó la reafírmación de los valo-


res patriarcales en su más cruda brutalidad. La situación de las mujeres y los
niños/as fue singularmente riesgosa por su estado de indefensión. La institu-
ción militar, una institución patriarcal por excelencia (En los, 1988), com-
prendió muy bien el valor de los niños/as en la lucha contra los «subversi-
vos». Algunos eran secuestrados para aterrorizar a las familias sospechosas;
a otros se los obligaba a presenciar la tortura de sus padres a fin de que
éstos denunciaran a presuntos implicados o proveyeran información consi-
derada valiosa por los torturadores. Hubo casos en los que se atormentó a
los niños frente a sus padres para forzarlos a hablar (Nunca Más, 1984;
Suárez-Orozco, 1987).

Los que sobrevivieron a los campos de concentración clandestinos, infor-


man sobre las terribles experiencias a las que eran sometidas las mujeres emba-
razadas. Muchas sufrían torturas, pero se las mantenía vivas hasta dar a luz,
en algunos casos sin ninguna asistencia y en otros se les practicaban cesáreas
sin ninguna necesidad. (Ver Nunca Más, p.. 288-289; 254-295). Los recién
nacidos eran apartados de sus madres a las que posteriormente se asesinaba.

En una cruel ironía, y a pesar de que los militares mataban a los jóvenes
padres de los niños, en algunos casos consideraban que las criaturas tenían
«buenos genes», lo que los hacía potencialmente inteligentes y saludables
siempre que se los ubicara en el medio «apropiado», por lo tanto a algunas
de las embarazadas se les proporcionaba un rudimentario cuidado físico evi-
tándoles suplicios mayores hasta el momento del parto.

El ensañamiento con mujeres embarazadas y niños muestra la peculiar


gratificación obtenida de atacar a individuos especialmente vulnerables.
Bunster (1984) señala que aquellas mujeres (en Chile) en las que los milita-
res advertían una capacidad de resistencia notable a su poder, eran sometidas

60
a un esquema de violencia sexual, con el oscuro designio de «destruir su
personalidad y su dignidad como seres humanos y como mujeres».

A esto debemos añadir que las mujeres en Latino América son fundamen-
talmente apreciadas en su papel de «madres». Reteniendo a los niños nacidos
en cautividad y entregándolos posteriormente como «botín de guerra» se
afirmaba el poder del Estado Patriarcal Militar sobre un aspecto característico
de la identidad femenina, la maternidad. Con la supresión de la madre, se
quebranta el lazo humano fundamental, y esto robustece la creencia de que
el Estado Militar controla todo sin oposición. Ser capaz de atacar a la vida en
sus propias raíces muestra al poder militar como absoluto e inmutable.

Esta «reorganización», considerada necesaria por los militares para «sal-


var» a la sociedad argentina, exigía que los hijos de los «subversivos» fueron
apartados de los suyos para ser otorgados a «buenas familias» (por ej.: de
militares o de clase alta) (Suárez - Orozco, 1987). Ramón Camps, Jefe de
Policía de la Pcia. de Buenos Aires donde cantidades de niños/as fueron
secuestrados/as, decía; «... Personalmente yo no eliminé a ningún/a chico/a,
lo que hice fue dar algunos/as a organizaciones benéficas para que les encon-
traran nuevos padres. Los subversivos educan a sus hijos en la subversión.
Por ello esto debía detenerse» (citado por Barki, 1988 p. 241).

El examen de las declaraciones de los militares semejantes a esta última,


del testimonio de aquellos que participaron en la falsificación de las identida-
des de los niños/as, y de las experiencias personales de las criaturas
involucradas, indica que la reeducación de los/as pequeños/as secuestrados/
así formaba parte de la estrategia militar contra la «subversión». Estos tur-
bios manejos de los que hacían víctimas a los niños/as eran para cumplimen-
tar el plan militar de «reorganización nacional».

La labor de las Abuelas de Plaza de Mayo

La Asociación de las Abuelas de Plaza de Mayo hace una reclamación


muy concreta: «Que los/as niños/as que fueron secuestrados/as como méto-
do de represión política sean restituidos/as a sus legítimas familias» (Abuelas
de Plaza de Mayo 1988, p. 4).

Doce mujeres formaron el núcleo primigenio en 1977 que con el tiempo


se convirtió en organización1. Tratando de pasar inadvertidas se reunían en
restaurantes, paradas de ómnibus, estaciones de trenes y otros lugares públi-
cos. También concurrían a Plaza de Mayo a marchar con las madres u otros
grupos de Derechos Humanos a presentar peticiones al Gobierno. El pri-
mer nombre que usaron para firmar documentos fue: «Abuelas argentinas
con nietitos desaparecidos». En 1980 cambiaron por el de «Abuelas de
Plaza de Mayo».
1 María Isabel Chorobik de Mariani, Beatriz H. C. Aicardi de Neuhaus, Eva Márquez de Castillos
Barrios, Alicia Zubasnabar de De La Cuadra (primera Presidente), Vilma Delinda Sesarego de
Gutiérrez, Mirta Acuña de Baravalle, Haydee Vallino de Lemos, Leontina Puebla de Pérez, Celia
Giovanola de Califano, Raquel Radio de Marizcurrena, Clara Jurado, María Eugenia Casinelli de
García Irureta Goyena, (Nosiglia, 1985, p.90).

61
Soportaron malos tratos, insultos y persecución por parte de militares y
policías. Tenían que echar mano de todo tipo de tretas y mostrarse cautelo-
sas para protegerse. Implementaron un código que les permitieron hablar por
teléfono sin sobresaltos acerca de sus familiares desaparecidos. «El hombre
blanco» era el Papa; «Los cachorros», «agendas» o «flores» eran los/as
niños/as; «las chicas», «las jóvenes» eran las Madres de Plaza de Mayo»;
«las viejitas» o «las tías» eran ellas mismas. (Nosiglia, 1985).

Aprendieron sobre la marcha y sin ayuda, a presentar recursos de «hábeas


corpus» ante los estrados judiciales y en enero de 1978 hicieron su primera
aparición pública internacional, con el envío de una carta a Paulo VI en la
que solicitaban su intercesión a fin de averiguar el destino de sus familiares
desaparecidos. La carta enviada por correo común, no fue contestada jamás
(Nosiglia, 1985). En el mismo año 1978, comenzaron a visitar los juzgados
de menores para informarse sobre todas las adopciones y nacimientos de
niños registrados como NN (Ningún Nombre). Llegaron hasta la Corte Su-
prema de Justicia de la Nación, la que en por lo menos dos ocasiones, deses-
timó sus casos (1988 Abuelas de Plaza de mayo).

También hicieron llamados directos a la comunidad para recabar infor-


mación. Pusieron avisos en los diarios y distribuyeron afiches y volantes con
fotografías y datos adicionales de los niños secuestrados. Como la presidente
de Las Abuelas María Isabel de Mariani cuenta:

«No hay nada que no hayamos intentado para saber algo sobre los niños.
Cuando tenemos indicios de que una familia es sospechosa de haber adopta-
do ilegalmente un niño, iniciamos un seguimiento muy estrecho de la misma.
En ciertos casos alguna de nosotras ha ofrecido sus servicios para ayudar en
trabajos domésticos y de esa manera poder ingresar a la casa. En cierta
oportunidad uno de los abuelos fingió ser un plomero buscando trabajo. Pero
la mayor ayuda proviene de la gente. Con regularidad publicamos en los
diarios información acompañada de las fotos de los niños desaparecidos y la
gente nos acerca alguna noticia sobre ellos. Cuando no podemos acercamos
físicamente a los niños llegamos a usar dispositivos fotográficos para seguir-
los de lejos». (Christian Science Monitor, October 6, 1986).

El trabajo de las Abuelas es multidisciplinario e incluye por lo menos tres


áreas: la político-legal, la médico-psicológica, y la genética-biológica. En cada
una de ellas las Abuelas son asistidas por equipos de expertos; para aclarar el
contexto legal y político en el cual los niños fueron robados, para evaluar la
condición médica y psicológica del niño y su familia y finalmente para com-
probar la filiación genética.

Uno de los problemas que las Abuelas enfrentaron en su tarea fue el de


probar fehacientemente que el/la niño/a investigado/a era realmente uno de
los «secuestrados-desaparecidos». No era suficiente la localización, debían
demostrar el parentesco. Sabían que por medio de un examen de sangre era
posible determinar el lazo y/o vínculo biológico entre una criatura y sus

62
padres. Sin embargo, en el caso de los/as niños/as desaparecidos/as, la ma-
yoría de los padres estaban probablemente muertos, y la filiación biológica
sólo podía cumplimentarse por intermedio de abuelos/as y otros miembros
de la familia.

Las Abuelas entonces solicitaron a los científicos la implementación de


un tipo de prueba que acreditara «la abuelidad». Comenzaron en 1981 a
visitar centros de investigación como la Universidad de Upsala en Suecia, el
Hospital de La Piedad en París y el Banco de Sangre de Nueva York, reca-
bando datos sobre la existencia de algún test que a partir de la sangre de los
abuelos, probara la procedencia del niño de una familia en particular (Abue-
las de Plaza de Mayo, 1988).

En 1984 una delegación de Abuelas visitó la sede central de la Asocia-


ción Americana para el Avance de la ciencia y entrevistó a Eric Stover,
miembro del Comité de Libertad y Responsabilidad de dicha organización,
su objetivo era solicitar ayuda para hallar una prueba genética aplicable a la
determinación de la abuelidad. Stover se puso en contacto con Mary Claire
King, una científica de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de
California, quien respondió afirmativamente, un test genético de abuelidad
era posible, ya que se trataba de una extensión del test de paternidad, más
aún se manifestó dispuesta a concurrir a la Argentina para colaborar en la
preparación del test. Una vez en la Argentina, las Abuelas indicaron en qué
hospital podía llevarse a cabo la labor La Doctora King cumplió su cometido
e instruyó al plantel de investigadores del Hospital, muchos de los cuales
tenían parientes o amigos desaparecidos y estaban especialmente sensibiliza-
dos en el tema (Beckwith, 1987, NOVA, 1986, Arditti, 1988).

La prueba de abuelidad comienza con un análisis de la sangre de los


abuelos/as (tíos o tías) y del niño/a en cuestión Observando ciertos «marca-
dores» genéticos, es posible determinar si algunas combinaciones de los mis-
mos fueron heredadas de los/as abuelos/as, o bien si aparecen por azar
Teniendo en cuenta la distribución conocida de los «marcadores» genéticos
en la población argentina es posible probar que una criatura proviene de una
familia determinada, con una precisión de hasta un 99, 95 % (Di Lonardo
1984, Berra 1986)

Es imposible saber cuándo se encontrará hasta el último de los niños


desaparecidos Pasarán años antes que los/as niños/as convertidos/as en ado-
lescentes y luego en adultos empiecen a dudar sobre «la historia oficial»2 con
respecto a su origen. Para entonces abuelos y parientes pueden estar muer-
tos Por ello y a fin de guardar toda la información genética familiar, las
Abuelas trabajaron para la creación de un Banco Nacional de Datos Genéticos
de Parientes de Niños Desaparecidos En Mayo de 1987 fue promulgada una
ley que hizo realidad tan importante aspiración.

Nueve niños han sido identificados por medio del empleo de los «marca-
dores» genéticos desde 1984, en que el primer estudio fue llevado a cabo En
siete casos los tribunales argentinos ordenaron la restitución lisa y llana de los

63
niños a sus familias de origen, en tanto los dos restantes están viviendo aun
con aquellos que los criaron.
2 «La Historia Oficial» 1985 un film de Luis Puenzo, narra la toma de conciencia por parte de
una profesora de historia del colegio secundario Esta mujer casada con un adinerado hombre
de negocios comienza a sospechar que su hija adoptada inmediatamente después del nací
miento podría haber sido robada a una familia de «detenidos-desaparecidos» Hacia el final la
madre adoptiva esta lista para enfrentar la verdad sobre el origen de su hijita y dejar de creer las
mentiras de «las historias oficiales" que le habían contado durante toda su vida Desgraciada
mente esta no es una situación comente Muchas de las familias que criaron a los niños se
niegan a permitir que la verdad se ponga en evidencia y han llegado a huir a otros países con los
niños que reivindican como propios (Ver mas adelante)

Proceso de restitución: Recuperación de la identidad

«No podía crecer abuelita, era como si una mano me estuviera presio-
nando la cabeza» (Dicho por un niño después de ser devuelto a su familia de
origen Abuelas de Plaza de Mayo - Nov. Dic. 1988 Enero 1989).

«Elenita, te estuve buscando tanto tiempo» dijo una abuela a su nieta


nacida en cautiverio en el día de su restitución a la familia de origen. La niña
contestó «Y yo también te estaba esperando, abuela». (Entrevista de Rita
Arditti con Estela de Carlotto en Cambridge, MA, octubre de 1989).

Las Abuelas encaran su trabajo como parte de un proceso de reconstruc-


ción histórica, que consiste en la «recuperación de la identidad» no sólo de los
niños sino del pueblo argentino, un paso fundamental en el restablecimiento de
la democracia, tanto en Argentina como en otros países de Latinoamérica.

La Restitución es un acto «psíquicamente fundacional, basado sobre una


articulación entre la verdad y la justicia cuyo sentido cabal es simplemente
dejar de ser desaparecidos/as» (Abuelas de Plaza de Mayo, 1988). Sin em-
bargo, buscar la verdad y la justicia en un medio donde el secreto y el engaño
han sido la norma dista mucho de ser simple, las complejidades del proceso
de Restitución se ponen de manifiesto en el breve resumen de dos casos
diferentes: el de Mariana Zaffaroni y el de Ximena Vicario, motivo de conti-
nua discusión en Argentina los últimos cinco años.

Mariana Zaffaroni.- Mariana era hija de padres uruguayos refugiados


en Argentina después del golpe militar en Uruguay en 1974. La niña fue
secuestrada con sus padres en 1976 en una operación conjunta de las policías
argentina y uruguaya. En ese entonces Mariana tenía un año y medio.

Después de una búsqueda de años sus abuelas ubicaron a la gente que la


había adoptado ilegalmente: se trataba de otro agente de inteligencia quien
presumiblemente intervino en la desaparición de los padres de Mariana y en
el propio secuestro de la niña. Lo que siguió fue una complicada serie de
investigaciones y pleitos judiciales para restituir a Mariana a sus abuelos. Lo
que a nosotros nos interesa es una serie de cartas que fueron enviadas a los
abuelos por Mariana y/o por la familia con la cual se encontraba. Ello sucede

64
antes de que esta gente raptara a Mariana por segunda vez y desafiando la
orden de la Corte, huyeron de la Argentina.

Las características de la vida de Mariana con los Furcis (sus «padres


adoptivos» o «apropiadores») son reveladas en estas cartas. La niña dice:
«Ustedes cínicamente niegan que yo pertenezca a este hogar, donde (mis
padres) me educan de acuerdo con los preceptos religiosos. Nunca podrán
venir ustedes a neutralizar la influencia de mis padres. Para nosotros, los
católicos de Argentina y del mundo entero, la religión no es el opio de los
pueblos, sino al contrario, es su sostén. Es la fuerza que nos permite luchar
contra gente como ustedes. Cómo deben ustedes odiamos, a mí y a mi
familia! Por supuesto mis padres me educan de acuerdo a todo lo que es
bueno. Me crían como buenos católicos que son»3.

Hubo muchas discusiones acerca de la real autoría de las cartas, unos


sostenían que eran escritas par Mariana y otros por el agente de Inteligencia
con quien vivía. Pero ello es menos importante que la identificación y clarifi-
cación del proceso de «paternidad» que se refleja aquí. Aun cuando la carta
haya sido pergeñada por el apropiador, no hay ninguna duda que la firma de
la niña es auténtica y lo que fue escrito refleja los valores de la familia en
cuyo seno ella está viviendo, las creencias que Mariana y el apropiador sus-
tentan. Irónicamente por convicciones bastante diferentes los padres de la
niña, activistas políticos uruguayos, se vieron obligados a buscar refugio en
Argentina. En otra parte de la carta los apropiadores/Mariana repudian
específicamente la ideología sustentada por los padres de Mariana en su
lucha y por lo que les fuera arrancada despiadadamente la vida.
3 El texto de Las cartas de Mariana aparecen en «Pour ces yeux-la» de Irene Barki, Ediciones
«La Découverte» París, 1988, pp. 182-185. Las traducciones en el original inglés son de las
autoras de este trabajo.

Ximena Vicario.- Ximena Vicario fue secuestrada con su madre en 1977


a los nueve meses de edad. Su padre «desapareció» el mismo día pero en
otra ciudad. La indagación posterior de las Abuelas permitió reconstruir la
historia de Ximena Vicario. Había sido abandonada en las escaleras de un
hospital de niños con una nota en la que se dejaba constancia de su nombre.
Una mujer que trabajaba en el lugar retuvo la niña y la adoptó ilegalmente.

En 1987 por intermedio de la prueba genética se comprobó que la niña


era Ximena Vicario. Los jueces ordenaron la restitución de la niña a su fami-
lia de origen. Los cargos contra la madre «adoptiva» (apropiadora) fueron:
ocultamiento de la verdadera identidad de la criatura y proveer falsa informa-
ción para la adopción. Durante nueve meses Ximena vivió feliz con la abuela
materna, restableciendo los lazos con la familia de origen. A pesar de ello, la
madre «adoptiva» (apropiadora) montó una campaña a través de los medios
de comunicación para recobrar a la niña apelando además a la Corte Supre-
ma. En setiembre de 1989 la Corte emitió un falló según el cual los abuelos
no eran admitidos como parte en las disputas sobre la identidad de un niño.
El representante legal designado para Ximena, recomendó que ésta fuera

65
devuelta a la mujer que ilegalmente se había apropiado de ella. Pero el com-
portamiento impecable de su verdadera familia y el deseo expreso de
Ximena llevaron a los jueces a aceptar que continuara viviendo con su abue-
la. No obstante, se estipularon visitas semanales para la madre «adoptiva»
(apropiadora) quién se dedicó a denigrar constantemente a los padres de la
niña. La situación empeoró a punto tal, que a la apropiadora se le otorgaron
los beneficios de un régimen de visitas garantizadas por control policial, opo-
niéndose así a los deseos manifiestos de la niña. El caso de Ximena Vicario
ha sido tomado por la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas
en Ginebra, Suiza.

Muchos otros casos más demuestran que la «adopción» y reeducación


de estos niños, tenía como objetivo primordial borrar la memoria y toda
posibilidad del más mínimo recuerdo acerca de sus familias de origen. En
nombre de la reorganización y perfeccionamiento de la Argentina, secuestra-
ban niños/as, les cambiaban el nombre y los apartaban para siempre de la
historia familiar. En casos como el de Mariana, la estrategia incluía una re-
construcción de sus experiencias para que el mundo que conocieran y en el
que llegaran a construir su identidad negara expresamente el de su origen.
A posar de un cierto reconocimiento de los crímenes cometidos contra es-
tos niños/as y sus familias, la restitución a la familia de origen está empantanada
en una controversia legal, política, y psicológica. Mas adelante analizaremos
la discusiones que rodearon los procesos de restitución y la respuesta de las
Abuelas en cada oportunidad.

Las leyes de «Punto Final» y «Obediencia Debida»

A despecho del éxito argentino en juzgar y condenar a algunos de los


miembros de las juntas del Proceso por las atrocidades cometidas durante la
dictadura, los seis últimos años transcurrieron plenos de enfrentamientos y
negociaciones ya que los militares persisten en obtener la legitimación de los
crímenes perpetrados entre 1976-1983.

Los compromisos entre los militares y el gobierno en este período refle-


jan, por lo menos en parte, el fracaso del segundo en llevar ante la justicia a
aquéllos más directamente implicados en la desaparición de 30.000 argenti-
nos. Dos leyes la de «Punto Final» y «Obediencia Debida» promulgadas en
1986 y 1987 respectivamente, significan una victoria de los militares y sus
defensores, ya que ellas impidieron efectivamente el juzgamiento de allí en
más de los acusados de delitos atroces y aberrantes.

La Ley de Obediencia Debida reviste un particular interés para las fe-


ministas. La misma consiste en legitimar la llamada actividad anti-subversi-
va y protege a los responsables de la estrategia general del régimen, consis-
tente, en el secuestro, la desaparición, la tortura y el asesinato. La legitima-
ción de tales servicios afirma el poder establecido del Estado, instalando un
mensaje social cuyo significado intrínseco reasegura el patriarcado. Los
maridos que durante la Dictadura habían perdido el control y la posesión de
sus «objetos» es decir, de sus mujeres y sus hijos debían ser desagraviados.

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Mujeres y niños/as son equiparados a propiedades. Debían castigarse las
acciones consideradas «innecesarias» o «excesivas» por ejemplo: secues-
tro y cambio de identidad de los niños/as, el robo de bienes, y la violación de
mujeres. El patriarcado público quebró un conjunto fundamental de relacio-
nes mientras buscaba reforzarlo. El secuestro de niños/as y la violación de
mujeres, así como el robo de bienes, era una afrenta al tradicional control
masculino en el núcleo familiar y esta falta individual y social debía ser
penada por el padre/estado. Las Abuelas al igual que otros grupos de Dere-
chos Humanos han denunciado estas leyes y el fin de los juicios a los militares.

Debate de los psicólogos sobre los «Verdaderos Padres»

Además de desatar un debate legal, y una pública protesta, los casos de


Mariana Zaffaroni y de Ximena Vicario y de otras criaturas que han sido
identificadas, se ha generado un desacuerdo profesional considerable sobre
cuál sea la mejor «solución», ante lo que se ha conceptualizado como de-
mandas conflictivas de paternidad. En 1984 Lidia Castagno de Vicentini pu-
blicó en un matutino de Rosario, un artículo titulado: «Los verdaderos
padres y los padres psicológicos», en el que analizaba los procesos de restitu-
ción de las Abuelas de Plaza de Mayo. Basada en el examen de la literatura
psicológica y psicoanalítica de la Psicología del ego, se oponía a la devolu-
ción de estos niños/as al seno de sus familias legítimas. La paternidad/mater-
nidad era descripta como un fenómeno cultural y sociológico y no simple-
mente un hecho biológico. Los lazos de sangre de estos/as niños/as con sus
abuelos eran tenidos como insignificantes frente a los casi 10 años que algu-
nos/as de ellos/as habían vivido con familias sustitutas. La restitución de los/
as niños/as a sus abuelos/as sentía como un rezago de biologismo, noción
desactualizada que consagra la primacía de lo biológico. Argüía que investi-
gaciones más recientes ponían el acento en la importancia del medio y la
cultura para la construcción de la identidad del niño.

En una entrevista publicada en 1985 Francoise Doltó sumó otra opinión


a este tema tan complejo4. Basó sus reparos en las experiencias obtenidas de
pequeños/as a quienes trató y que habían sido previamente adoptados/as en
forma ilegal por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Sostenían que
como los niños habían formado parte de sus familias adoptivas por muchos
años, sus vínculos los ligaban a esas familias más que a las biológicas. Termi-
naba diciendo que las abuelas no tenían ningún lazo real con los niños y que
por lo tanto no tenía sentido restituirlos. Los chicos, explicaba, ya habían
experimentado un trauma y una segunda situación similar debía ser evitada.
Habiendo perdido sus padres naturales, ¿por qué ahora se les hacía perder a
los adoptivos? Aunque se sostiene que la Doltó se retractó poco antes de morir,
otros comparten sus puntos de vista cuando apelan a lo del «segundo trauma»
como una razón para oponerse a la restitución.
4 Esta entrevista apareció en el número de agosto de 1985 de Psyché, una publicación de
psicología y psicoanálisis que se editó hasta fines de 1990 en Buenos Aires (Argentina).

67
Manejarse en el tema en cuestión con opiniones apoyadas sólo y exclusi-
vamente en teorías psicológicas tradicionales e intentar resolver así el dilema
es insuficiente, quienes lo hacen fallan al no incorporar la dimensión política
en la restitución. Los que sostienen por ejemplo que la restitución de un niño
a su familia de origen refleja el retomo al biologismo o que se les provoca un
«segundo trauma», divorcian al niño/a de su contexto socio-histórico y
psicologizan un problema social, que existe porque un terrorismo de estado
incontrolado se abatió durante 6 años sobre Argentina. Desde esa perspecti-
va el trauma es definido en términos de relaciones individuales entre los
niños/as y sus cuidadores primarios. Pero lo que este análisis ignora, aunque
no es lo menos importante es el trauma social y político que yace en el centro
de la vida de estos niños: la pérdida de su identidad y de sus historias perso-
nales (Arditti y Lykes 1989) (Lykes y Fariña, 1989).

Los términos de la lucha han sido planteados, una lucha que ha de dirimirse
no sólo en el campo judicial sino también en el político y psicológico. El
debate va más allá de lo específico del caso argentino y revitaliza polémicas
bien conocidas dentro de los círculos científicos, como ser: naturaleza versus
crianza (nature vs. nurture) o aquélla entre situacionalistas y quienes busca-
ban explicaciones para las causas de los fenómenos sociales en procesos
biológicos. El nuevo desafío para las viejas teorizaciones es qué hacer con
estos niños que han sido «codificados» por el terrorífico ejercicio del poder
de parte de una dictadura militar y/o un sistema capitalista de mercado.

Comercio de niños

Que la batalla es tremendamente más compleja lo evidencia un ligero


examen de las estrategias manipuladoras, no tan obvias, que involucra la
codificación de niños. Por ejemplo, un artículo reciente de Página 12 (agosto
de 1989) reveló que 4000 niños argentinos habían sido ilegalmente adopta-
dos, durante el año anterior. Ya en el año 1986 el Dr. José Millo Álvarez en
el Primer Congreso sobre Adopción (Marruecos, 1986) denunció que miles
de niños habían sido sacados del país de manera clandestina.

En el circuito internacional de adopción hay una fuerte demanda de


niños argentinos por razones raciales.

En muchos países de América Central los niños son comprados a muje-


res pobres por la suma irrisoria de 20 dólares y vendidos a personas de
Estados Unidos, Europa e Israel ansiosas por convertirse en padres y pro-
porcionar a los niños/as «una vida mejor». Los interesados llegan a pagar
20.000 dólares, pero gran parte de esta suma va a parar a manos de inter-
mediarios, lo que incluye abogados, asistentes sociales, psicólogos, etc., en-
cargados de los trámites de adopción. Hay una gran demanda y las estrate-
gias para satisfacerla se renuevan. Por ejemplo, Janice Raymond (1989) una
feminista dedicada a problemas éticos en la Universidad de Massachussets
informa sobre un auge evidente de el «Tráfico de Niños» fomentado por
estas adopciones internacionales, lo que viola en forma flagrante los dere-

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chos humanos de las mujeres y los/as niños/as involucrados/as. Cita el ejem-
plo de Sri Lanka donde se establecieron secretamente «granjas/criaderos de
niños», las mujeres embarazadas son allí verdaderas incubadoras, ya que se
las obliga a acostarse con turistas europeos para que los niños producidos
sean de piel clara, «más apetecibles para las parejas Occidentales, y por lo
tanto de mejor cotización en el mercado».

Inseminación artificial y subrogación

La intensa polémica generada en Estados Unidos sobre las prácticas


tecnológicas que fomentan la procreación, está más allá del alcance de este
artículo. Quizás el caso mejor conocido en los EE.UU. en materia de la mal
llamada «maternidad sustituía» (o «subrogante») es el de Baby M.. Subyace
en el debate concerniente a la maternidad de este niño, la presunción no
explícita de que los niños son objeto de consumo destinados a la compra
venta y que los adultos tienen un derecho incuestionable para ejercer tal
comercio. La demanda del mercado internacional y las definiciones socio-
políticas de lo que es una familia y/o la maternidad-paternidad se conjugan
para crear prácticas que cosifican al niño y producen serios dilemas éticos a
los profesionales de las disciplinas pertinentes. Una entrevistas publicada en
la revista mensual Emmanuelle (Mayo, 1987) con la primera mujer argentina
que alquilara su útero arroja alguna luz sobre el problema (Arditti, 1990).

Se hace llamar «Amelia», tiene 28 años y trabaja en la cocina y limpieza


de un Sanatorio ubicado en un barrio acomodado de Buenos Aires. Uno de
los médicos de la clínica le propuso que alquilara su vientre, a fin de pro-
crear una criatura, con la que haría feliz a una mujer estéril y por lo que
recibiría una importante suma. Aceptó el convenio, fundamentalmente para
resolver sus necesidades económicas más urgentes, pero también, según agre-
ga, para hacer feliz a otra persona. La entrevista detalla el alto costo social y
psicológico que tuvo la experiencia para Amelia y su familia, aunque no se
lamenta ni responsabiliza a nadie por ello. La necesidad económica parece
ser el móvil principal que lleva a procrear un niño por encargo para una
mujer estéril, y esa misma necesidad es la que conduce a no descartar la
posibilidad de repetir ese tipo de contratos Ella ganó 6 000 Australes (U$S
2400) durante todo el año 1986, en 1987 se le ofrecieron 20 000 Australes5
Este ejemplo muestra que las pretendidas soluciones para la infertilidad no
son otra cosa que un servicio para las mujeres de las clases altas y/o del
«primer mundo» a expensas de mujeres en inferioridad de condiciones eco-
nómicas y sociales (ver Arditti, 1987, Aguilar- San Juan 1988)
5 Ver nota al final del traba) o sobre la verosimilitud de estas cifras

Las Abuelas enfrentan la controversia

«No quiero que los que robaron mi pasado sean libres en el futuro»
«Luchemos! No al indulto!»

69
Escrito por un niño restituido a su familia
Abuelas de Plaza de Mayo Julio/Agosto 1989

«El conocimiento de la verdad es la mejor terapia»


Estela de Carlotto

La controversia sobre la restitución y subrogación que es al mismo tiempo


político-legal, ética y psicológica, continúa aún La estrategia desarrollada
por las Abuelas de Plaza de Mayo, proporciona una respuesta concreta a la
situación argentina y señala una dirección interesante para solucionar algunos
de los otros problemas aquí presentados Las Abuelas enfrentan
específicamente la mentira familiar y social que rodea a cada criatura secues-
trada, reuniendo así al niño/a con su historia y allanando el camino a través
del cual puedan reconstruir su identidad, proceso éste intrínsecamente social
Se ha respondido a una situación social y política que violó todas las normas
del comportamiento humano y convirtió a las criaturas en objetos, con un
curso de acción que es requisito indispensable para el desarrollo en estos
niños de la capacidad de ser sujetos sociales Este trabajo apunta a concebir lo
parental como una construcción basada en lo social, lo que redundará en el
interés del niño solamente si la justicia y la verdad forman parte del proceso

Las Abuelas y sus equipos de apoyo han llegado a resultados reveladores


relacionados con el proceso de restitución. Uno de ellos es común para las
víctimas de incesto y sus terapeutas, tanto como para la gente que trabaja en
movimientos para la reforma de la adopción6. Se trata de las consecuencias
que tienen la mentira y el secreto en los pequeños afectados y en la sociedad
toda. Perpetuar una mentira puede per se conducir a innumerables dificulta-
des cuando la verdad finalmente emerja. (Litton, 1988). En definitiva, mu-
chos de los 400 niños/as secuestrados/as descubrirán la verdad sobre su
procedencia y el asesinato de sus padres, sabrán de la existencia de familiares
que hubieran querido tenerlos en su hogar y que contaban con parientes que
los amaban. Más todavía, la experiencia de las Abuelas comprueba que los/
as niños/as recobrados al ponerse en contacto con la información sobre su
origen, en un mercado de afecto y asistencia, no se traumatizan y son perfec-
tamente capaces de integrar el nuevo conocimiento a sus vidas. El proceso
de incorporación de cualquier información nueva y significativa difiere según
la edad y el contexto en el cual se comparte. Las Abuelas y sus equipos
especializados permanecen alerta ante estas realidades. (Abuelas de Plaza de
Mayo, Abril, 1989). El sistema de restitución de los niños/as hallados/as a las
familias de origen no excluye la continuidad de la relación con las familias
que los criaron. El libro de Irene Barki (1989) historia en detalle un caso
como ese (el de Felipe Gatica) en el cual la madre «adoptiva», que no estaba
involucrada en el secuestro del niño, convino en formar parte de una familia
extensa, lo que fue ampliamente beneficioso para el niño.

En el aspecto político las Abuelas continúan organizándose nacional e


internacionalmente. En Agosto de 1988 un comunicado de prensa protestando
por recientes decisiones judiciales afirmaba: «El plan de los jueces es evitar
que nosotras encontremos más niños desaparecidos. Están empeñados en

70
cortar, borrar, cercenar el hilo conductor de la memoria histórica. Los des-
aparecidos vivos, nuestros nietos. Se niega su existencia en cautiverio...
Es el final definitivo para ellos. Pero debe quedar sentado que para el pueblo
esclarecido y para la comunidad internacional que acompaña a las Abuelas
de Plaza de Mayo, la restitución es el único camino válido, reparador. Y éste
es el camino que nosotras continuaremos transitando».
6 Congreso Americano de Adopción, fundado en 1978, es una organización «paraguas» que
reúne adoptados, padres de nacimiento, padres adoptivos, agencias de adopción y profesiona-
les individuales. Promueve la transparencia y honestidad en prácticas de adopción en Estados
Unidos y Canadá. Para mayor información escribir a: AAC, P.O. Box 44090, L'Enfant Plaza
Station, Washington, DC, 20026 - 0040.

El trabajo de las Abuelas golpea en el centro de una temática como la


familia y la paternidad/maternidad, y plantea importantes cuestiones éticas,
no sólo para los argentinos, sino también para los que en Estados Unidos
trabajan en casos de subrogación, o en cuestiones atinentes al derecho en
materia de adopción y aplicación de tecnologías reproductivas. Las Abuelas
y los equipos especializados que las acompañan, sostienen que cuestiones
psicológicas -como por ejemplo la relación padre-hijo- solamente puede
ser comprendida en su plenitud como «construida por» y «construyéndose
desde» el amplio contexto social. Ni la teoría y práctica psicológica adecuada,
ni la solución de arduos dilemas éticos se logrará cabalmente si no responden a,
y están fundados en, nuestra historia social y nuestras vidas colectivas.

Las Abuelas son la vanguardia en el tratamiento de ciertos temas funda-


mentales que todo ser humano enfrenta: ¿Qué es la familia? ¿Cuál es el
status (condición) de los niños? ¿Tenemos el derecho inalienable de conocer
nuestro verdadero origen? Tanto su trabajo en Argentina como su éxito al
lograr la inclusión del «derecho a la propia identidad» como uno de los
artículos en el documento final de la Declaración de los Derechos del Niño
auspiciada por Naciones Unidas responde afirmativamente a la última de las
preguntas. Cómo será este derecho interpretado, es un tema abierto, el cual
tiene considerables implicancias ya se trate de la adopción, de los niños naci-
dos por inseminación artificial, o bien de la subrogación.

Conclusión

El trabajo de las Abuelas en «la recuperación de la identidad» y en el


tratamiento de temas básicos como la individualidad y la familia contribuye
no sólo a reclamar justicia y la vigencia de los derechos humanos en Argentina,
es además un aporte importante a los debates en curso sobre subrogación,
contratos, adopciones y los niños como propiedad. El supermercado
reproductivo, en continua expansión en los países industrializados de Occi-
dente, refuerza el modelo mercantilista de los niños como objetos y de las
mujeres como incubadoras (criadoras).

71
Las permutas y combinaciones que las nuevas opciones reproductivas
permiten, crearán sin duda un nuevo grupo de seres humanos, para quienes
instancias como la del origen e identidad serán de supremo interés.

¿Habrá entonces una organización como la de Abuelas de Plaza de Mayo


trabajando a su favor para desentrañar tales historias e identidades?

Las Abuelas garantizan el derecho de los niños a la verdad, a sus histo-


rias individuales, a sus familias y a su país. La memoria y la identidad se
convierten en la base de la dignidad humana y en una estrategia contra el
peligro de la amnesia colectiva apoderándose de la mente del pueblo. A
medida que levantan el velo de la violencia patriarcal, que intenta secuestrar
seres humanos y convertirlos en propiedad, nosotras entrevemos el día en
que las mujeres no sean más víctimas de despojos y los niños, sus hijos,
convertidos en objetos.

5 Salarios promedio mensual (personal en relación de dependencia que no incluye cargos


jerárquicos).

1986
Enero: 70 australes = U$S 87, 39
Diciembre: 110 australes = U$S 114, 22

1987
Enero: 150 australes = U$S 112, 61 Diciembre: 350 australes = U$S 68, 35. Difícilmente una
persona empleada en la cocina y limpieza de un sanatorio ganara 500 australes mensuales,
(6.000 australes anuales s/fuentes citadas).

En cuanto a la paridad austral/dólar de aquellos años damos el siguiente cuadro:

1986
Enero: 0, 801 australes = 1 U$S. Julio: 1, 008 australes = 1 U$S. Diciembre: 0, 963 australes = 1U$S.
Promedio: 0, 9638 australes = 1 U$S.

1987
Enero: 1, 332 australes = 1 U$S Julio: 1, 977 australes = 1 U$S Diciembre: 5, 120 australes = 1 U$S
Promedio: 2, 4793 australes = 1 U$S

Por lo que vemos en el cuadro de 1986 de acuerdo a la paridad austral/dólar, la mencionada


«Amelia» habría ganado alrededor de 6.230 dólares anuales (A 500 australes mensuales) lo
que también indica que es errónea la cifra dada de 2.400 dólares.

En cuanto a lo que se le pagó por su hijo/a no hay objeción, ya que ése no es un «mercado»
oficial y se rige por reglas muy particulares.

Por todas estas razones las cifras dadas por la población que narra este caso no concuerdan
con los valores en vigencia en ese momento.

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programa de una hora de duración tiene un precio de cuatro (4) dólares y
puede solicitarse a NOVA, Box 322, Bostón, MA. El video o un film de 16
mm. se vende en Coronel Film and Video, 108 Wilmont Rd., Deerfield, IL
60015, 1-800-621-2131.

NUNCA MÁS - El Informe de la Comisión National Argentina de la


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(b) Está en este título usado la palabra Stock con el sentido de Almacenaje de mercadería o bien de estirpe o linaje?

CAPITULO III

Las Abuelas:

entre dioses y ausencias

por Juan Carlos Voinovich


Abril de 1992

¿-No sería mejor dejar las cosas donde están?

El comentario sincero, ingenuo, si acaso piadoso, de una mujer a las


Abuelas de Plaza de Mayo, se refería a los niños como «cosa» y a las
familias de militares que presuntamente asesinaron a sus padres como al
lugar «donde están».

¿Cómo responder? ¿Cómo encontrar la buena respuesta? Entre tantas


posibles, ¿cómo evitar la fácil, la obvia? ¿Cómo eludir el fundamento con-
tundente, normativo, el que hace uso del dogma para lidiar contra otras
«verdades monolíticas y completas? ¿Cuál, entonces, la respuesta (interro-
gante, a su vez) que abra a la polémica, a la Confrontación y restituya el
Carácter pertinente -rescate la legitimidad- de la cuestión planteada, en
definitiva la respuesta que nos ayude a explorar lo impensable?

75
Atrapados sin salida, daremos una opinión de izquierda o de derecha,
neutral o comprometida, en todo caso, radicalmente diferente si se hace
desde el Terrorismo de Estado aún no superado del todo, o desde la Demo-
cracia pluralista que no termina por consolidarse.

Discrepar en un régimen totalitario, ya se sabe, no es una empresa ino-


cente: se paga con la desaparición o la muerte.

Se trata, para empezar, por reconocer que algo tenemos que hacer con
el deseo y la ausencia, con el olvido y la memoria. Que tanto el olvido como
la memoria nos son necesarios, y que es preciso saber y recordar para
poder olvidar.

Se trata de pensar sin miedo (o con el miedo, inevitable) en la cuota de


sentido y en la cuota de insensatez que tiene seguir denunciando la ausen-
cia, continuar buscando a esos niños, no cesar en el intento de encontrarlos.

¿Cuánto tiene esa denuncia, esa búsqueda, de repetición traumática que


«sería mejor» interrumpir para «dejar las cosas donde están»? ¿Cuánto de
aventura deseante -la única- capaz de garantizar la apropiación simbó-
lica. Para los psicoanalistas, atrevernos a pensar en estos temas, nos
expone a quedar cautivos en un dilema de hierro. O sostenemos el dog-
ma, la ideología y la creencia que nos define para un lado o para el otro
con igual vehemencia, o apelamos a la tecnología científica que todo lo
blanquea y desactiva.

Es difícil eludir este riesgo, evitar el peligro. Es difícil disponerse a


pensar lo impensable cuando no tenemos antecedentes, la teoría no ayuda,
la sociedad nos invita -nos presiona, diría- a que abandonemos este
tema que «a nadie le interesa, ya»; cuando, además, el propio miedo, el
horror nos amenaza con la fascinación voyeurista o la identificación sufriere
con las víctimas.

Casi nada sabemos -y Dios nos libre y nos guarde de saberlo todo-
pero algo podríamos pensar sobre éste, nuestro patrimonio mortífero.

Ese rasgo de nuestra identidad que se nos impone como destino. Pen-
sar, no como ilustración o como enciclopedismo estéril -como racionalidad
cultural- sino como elaboración simbólica. La que permite y augura que el
espanto no se repita, que se conjure la tragedia.

Se trata, en todo caso, de recordar, para no repetir. Saber, para poder


olvidar o, al menos, para cicatrizar heridas. Trabajo, el de pensar, que permi-
ta innovar en el siniestro destino que tiende a reiterarse, Porque si algo
sabemos -poco, pero algo al fin- es que el hecho traumático que no es
elaborado, simbólicamente resignificado (individual y/o colectivamente, pero
sobre todo colectivamente), se transmite de generación en generación y se
expresa como compulsión a la repetición.

76
La pregunta insiste y se amplia: ¿-No sería mejor dejar las sosas donde
están y no pensar más en eso? Es decir: ¿no sería mejor aceptar el vacío, allí
donde existe la vida y la muerte? ¿No sería mejor dejar de pensar? Dejar de
hurgar en la memoria de un pasado maldito. Suspender la búsqueda de los
hijos de sus hijos. Cesar de quererlos, de desearlos. ¿No sería mejor resig-
narse, aceptar, cómplices, el vacío por el que sus seres queridos se esfuma-
ron como humanos y consolidar así, de una buena vez, una identificación
mortal con el poder de un Estado sin fallas, que desea su muerte -o, mucho
más, su inexistencia pasada, su no inscripción- reeditando el fantasma ori-
ginario que actúa como trauma siderante?

Acaso ése, el de las abuelas, ¿no es un amor ciego? Amor que nunca
existió. Si esas abuelas jamás conocieron a sus nietos. ¿Cómo puede dolerle
la ausencia de lo que nunca tuvieron?

La propuesta: «dejar las cosas donde están», sugiere un pacto, un acuer-


do, una complicidad. Pacto entre las partes: una, acorralada por la ausencia.
Otra, dueña de la vida y la muerte, que les «sugiere» como única salida para
conjurarla hacer suyo el deseo de muerte. O, peor aun, aceptar que sus hijos
nunca existieron como humanos. Acuerdo propuesto para convalidar dejan-
do las cosas donde están», a los dioses en su lugar de poder. Pacto qué
intenta ocultar los crímenes cometidos por los militares o, si acaso, atribuirles
a las víctimas la intención agresiva y violenta que soportan. De ahí que a las
abuelas se les pida -se les implore, casi- cesar en su búsqueda, «dejar las
cosas donde están», no hacer más daño, acabar con el «secuestro de niños».
En definitiva que en el reino del Terror, denunciar la apropiación es cometer-
la, como en ese paradojal juego de «él que lo dice, lo es».

El Terrorismo de Estado, más que Estado autoritario, fue la aplicación del


miedo como método y práctica permanente. En lugar de Leyes Especiales o de
Tribunales Especiales, el Terrorismo de Estado se caracterizó por la aplicación
de una ley corrupta, expresión paradójica que, en sí misma, encierra toda una
contradicción. No se trató, solamente, de la violación de los derechos consa-
grados por la Declaración Universal de las Naciones Unidas en 1948. Lo que
se avasalló en nuestras tierras, fueron aquellos derechos cuyo respeto parecía
definitivamente garantizado a fines del siglo XVIII

El Terrorismo de Estado basó su eficacia en la aniquilación física y en la


destrucción de los cuerpos y de los símbolos. Mataron cuerpos y mataron la
propia muerte. Ocultaron el origen de la vida y la muerte. Los militares que
impusieron el Terrorismo de Estado fueron ascendidos a Dioses. Magos de
la aparición y de la desaparición.

Desaparición de los padres como por arte de magia.

Aparición de los niños como por arte de magia.

Antes que ellos fueran promovidos, no existían madres ni bebés.

77
Ellos los hicieron1. Genitores. Les dieron nombre, los bautizaron, les
pusieron fecha de fabricación y lugar de origen. Se hicieron de hijos esclavos.

Después de ellos no existieron los padres. No es cuestión de entender que sí


estaban y que, supuestamente, fueron asesinados. No es cuestión de enten-
der que sí estaban y que -por alguna razón más o menos convincente-
cedieron esos niños en adopción. La lógica imperante supone que no existie-
ron. Inscriptos negativamente, son crímenes, sin crimen. Fue borrada su
inscripción simbólica, su existencia humana. No hay duelo posible para una
ausencia que así se considere.

Aparición y desaparición. Tarea de magos. Y de dioses2 que ocupan el


lugar vacío de la Ley. La única que garantiza la condición humana.

Otros dioses precedieron a éstos, los nuestros. Dioses que contribuyeron


a cargar sobre nuestros hombros la inscripción histórica del horror. Los colo-
nialistas españoles que desembarcaron en estas tierras inauguraron con el
«descubrimiento» una empresa de exterminio (que por otra parte segura-
mente existió antes de la llegada de los españoles y se evidenció en los
enfrentamientos de las diferentes naciones aborígenes: imperios despóticos).
Ellos, también, fueron magos de la aparición y la desaparición.

1 Desde el punto de vista filosófico, la «creación teológica no es más que una palabra, un nombre
falso para designar lo que en verdad es sencillamente producción, elaboración, fabricación o
construcción La «creación» teológica sigue siempre el modelo del Timeo Dios es un construc-
tor, un artesano que mira los eide, las formas preexistentes, y los utiliza como modelos o
paradigmas para modelar la materia Pero Dios no crea el eidos ni en Platón ni en ninguna
teología racional Dios es el artesano-demiurgo- de las formas «intermediarias», del mundo
y de todo lo que este contiene del timeo, pero no es -y no podría ser- el creador de los
eschata (como diría Aristóteles en la Metafísica}, es decir, -creador de la materia desnuda y de
los eide-formas últimas de los elementos matemáticos del Tuneo Dios no es el creador de lo
«vivo eterno» El Dios del Génesis no lo es tampoco ÉL solo le da forma al tohubohu ya
existente Nuestros dioses -militares- fueron consecuentes con esta concepción teológica

2 Dejando de lado el sentido polémico y hasta peligroso del término patriarcado, esos dioses
-dioses de la aparición y la desaparición- se me hacen dioses patriarcales. Dioses envidio-
sos de la fertilidad femenina que realizan -en su universo psicótico- la fantasía de ser ellos los
que hicieron a esos niños, los que después de «gestarlos» les pusieron nombre, les pusieron
fecha y lugar de nacimiento Les dieron identidad e historia, los bautizaron y -(denegando a
sus verdaderas madres (ya que no aceptan el asesinato sino que reclaman la inexistencia de
esas madres desaparecidas)- después de construirlos ellos mismos, les dieron una «madre».

Los españoles «descubrieron» América contra toda evidencia de las


civilizaciones que ya existían porque -como se sabe- nada existe antes de
haber sido creado por Dios. Así, a esos aborígenes (que ellos llamaban
indios) o los pensaban como seres humanos completos, buenos para ser
bautizados -idénticos a ellos, pero no iguales- o bien se los reconocía
como diferentes, lo que se traducía inmediatamente en inferiores. Buenos
para ser aplastados, subordinados, cuando no aniquilados. Cualquiera, menos
la posibilidad de aceptar la diferencia, esa alteridad que los representantes de
Dios en la tierra no permiten y que la Ley habilita.

Los aborígenes fueron eliminados. Su existencia corporal y simbólica


negada (culturas tan diversas como la de los mapuches, tobas, quechuas,

78
aymaras, shuaras, tetetes, cofames, cayapas, miskitos, mayas entre otros fue-
ron homogeneizadas bajo la categoría de indios). Culturas e historias desapare-
cidas. Sobrevivieron algunos, si acaso, cuando sus trabajos, sacrificios y ofren-
das eran esenciales para el soporte de sus amos en el lugar de los dioses3.

Junto al genocidio de los «indios», debemos a estos dioses, que los de


miles de africanos fueran arrancados de sus tierras, de su cultura, de sus
familias, de sus nombres y de su historia para convertirse en «cosas». Obje-
tos de intercambio que «gestados» en bodegas de barcos se entregaban a la
«nueva vida». Hijos esclavos.

Allí, también, la aparición (de los negros), la desaparición (de los aborí-
genes) que los dioses impusieron desde el poder.

Nuestra identidad nacional, la historia de nuestra cultura se forjó, tam-


bién, con oleadas de inmigrantes. Sobrevivientes y victimarios, generalmen-
te, de otros proyectos genocidas. Todo hace pensar que sabemos muy poco
de su historia (que es la nuestra) por la transmisión oral de nuestros abuelos.
Si acaso anécdotas, mitos que se repiten hasta el cansancio para disimular
silencios, vacíos. Más que relatos callados, se trata de marcas no significables.
Experiencias abrumadoras, excesivas, que se inscriben por lo negativo: hue-
cos. Todo hace pensar que el silencio de los sobrevivientes y de los verdugos
-que se explica por la insalvable dificultad de transmitirles a sus hijos el
lugar activo o pasivo que les tocó en un proyecto de exterminio- se inscri-
bió como hecho traumático. Tanto más eficaz cuanto que su causa fue muda.
¿Cuál es la palabra para designar el horror? ¿Cuál el relato que permita
transmitir eso, insoportable, de haber sido objeto, destinatario elegido, de un
proyecto de destrucción? ¿Cómo hablar desde el lugar de sujetos inhuma-
nos, pensados para ser exterminados y quemados; hechos humo para luego
negar que han existido? Esos dioses -los nazis, por ejemplo- tampoco
toleraban las diferencias y, si bien de manera muy acotada experimentaron
en la conservación de cuerpos de niños judíos, su decisión estratégica fue la
de aniquilar la «raza» toda. Eliminarlos en sus prolongaciones ascendentes y
descendentes para, después, negar que hubieran existido. De ahí la industria
de la desaparición de cuerpos. Esa maquinaria mortífera de los hornos y los
campos de exterminio.
3 Estos dioses que a partir de 1492 aniquilaron a los indios de América y «fabricaron» negros en
los galeones, no toleraban diferencias. Cuando la propia España debió homogeneizarse católi-
ca, a los judíos no se los exterminó. Se los convirtió al catolicismo o se los expulsé por el Edicto
del 31 de marzo de 1492 que, dicho sea de paso, aún no ha sido revocado por la Constitución
del Reino.

Nuestra identidad nacional, la historia de nuestra cultura se forjó con


oleadas de inmigrantes. En su mayoría sobrevivientes y verdugos del holo-
causto, de proyectos genocidas (los judíos, los armenios) o de persecuciones
ligadas a la pobreza y a las guerras (españoles e italianos).

El genocidio de los judíos y los armenios, seguramente, casi nada tiene


que ver con el exterminio de los aborígenes americanos ni con el arranca-

79
miento al que fueron sometidos los negros africanos. Seguramente no se
puede comparar la persecución masiva, la tortura y la desaparición a la que
fue sometida la sociedad argentina desde 1977 hasta 1983 con los horrores
de las guerras convencionales (la del Paraguay, la de las Malvinas para citar
sólo dos que nos «tocaron» de muy cerca) o con los cortes de los inmigrantes
y refugiados, pero, sin embargo, algo tienen en común. Son parte de una
historia traumática, identidad nuestra hecha con marcas letales. Existe un
registro diferente -una particular inscripción en la individualidad psíquica, y
en el imaginario social-para las guerras, el Holocausto, los genocidios, el
Terrorismo de Estado y la amenaza nuclear, pero todas ellas ponen en peli-
gro la supervivencia de la especie y, por lo tanto, comparten una particular
manera de impedir su captura simbólica. Captura simbólica que se suprime
con la propuesta inicial.

«Dejar las cosas donde están» significa, entonces, exponemos a la per-


petuación de la desaparición y la muerte. Seguir ofreciéndole sacrificios a
los dioses para sostenerlos en su lugar de poder. Significa sometemos a la
amenaza de muerte -o de desaparición- haciendo nuestro el deseo de
muerte y de desaparición que nos toma por destinatarios4.

Para las Abuelas «dejar las cosas donde están» significa que ellas mis-
mas deberían aportar a su aniquilamiento Evaporarse Reconocer que nunca
tuvieron hijos Ignorar la verdadera identidad de esos niños, la que pone en
deuda la omnipotencia de sus captores Con la búsqueda que no cesa, y su
inclaudicable reclamo, las Abuelas configuran el destino que se opone al
avasallante despliegue del poder totalitario. Lo que no callan, lo que las abue-
las denuncian con su incorruptible anhelo de encontrarlos es, simplemente, la
existencia de esos niños, de sus nietos. Esos niños existen Lo que las Abue-
las pretenden es poder llamarlos por su nombre Esos niños son la prueba
incontestable del delito cometido Delito que impide nombrar a los niños
Delito que impone nombrar a los culpables

Por el contrario, «dejar las cosas donde están», invita a aceptar el silen-
cio, la insensatez y la muerte La muerte, y la abolición de muerte. Propone,
también, resignarse a la prolongación del Terrorismo de Estado que nuestra
precaria Democracia intenta interrumpir.
4 Seguramente los acontecimientos históricos que con marca de sangre y fuego gestaron nues-
tra identidad no se enhebran racionalmente en una secuencia causal -o casi causal- regida
por leyes que explican nuestro destino. Los intentos de hacer derivar nuestros males actuales
de los antecedentes mortíferos no elaborados, o de profetizar y augurar otros horrores por venir
en función de una pasado que asi parecería imponerlo, ignora que la sociedad instituyente
(no la instituida) es el modo de ser del campo histórico social «Urdimbre inmensamente
compleja de significaciones» (C Castoriadis) que, independiente de la base material, empa-
pan, orientan y dirigen toda la vida de la sociedad En última instancia, creación imprevisible
del imaginario social

Con todo, es lícito pensar que aquellos vientos trajeron estos lodos, que algo hubo en lo
viejo Algo que el quedar pendiente de resolución, preparo -determino, diriamos- lo nuevo
Pero nada se opone a que podamos afirmar que lo antiguo entra en lo nuevo con la significación
que lo nuevo le da. Quiero decir de acuerdo a los esquemas imaginación del presente

Cada sociedad instaura, crea, construye su propio mundo Su propia identidad Lo que
mantiene unida a la sociedad, lo que la sostiene cohesionada, no es otra cosa que el magma de
las significaciones imaginarias, sistema de interpretación del mundo creado por ella Mas que
sistema de interpretación que la sociedad tiene, sistema de interpretación que hace y es la
sociedad Y esa es la razón por la cual la sociedad totalitaria percibe como un peligro mortal

80
todo ataque contra este sistema de interpretación El develamiento de la «verdad» se entiende
como un violencia ejercida contra su identidad Una agresión contra si misma «Mejor, enton-
ces, dejar las cosa donde están»

En otras palabras (y dejando de lado la ontología tradicional) nuestra existencia social es


tanto determinación como significación Aceptar esta propuesta nos llevaría, modestamente, a
renunciar (¿solo parcialmente'?) a las explicaciones históricas tradicionales que intenten dar
cuenta del Terrorismo de Estado que se impuso en nuestro país y la complicidad popular que lo
soporto, para conformarnos con la posibilidad de dilucidar ese «Proceso»

TERCERA PARTE
Apropiación-Restitución
Algunos casos

CAPITULO I

«Memoria para lo impensable.


El caso de los hijos de desaparecidos
argentinos robados por militares o policías»

por Marie P. Chevance-Bertin


Junio de 1987

Mi propósito es dar cuenta desde el punto de vista clínico, de una situa-


ción humana anclada en lo social, lo jurídico y lo político. Aquello de lo que
quiero hablar es, en efecto, de la situación real de los hijos de militantes
argentinos robados por militares o policías directa o indirectamente implica-
dos en la muerte o desaparición de sus padres.

El material sobre el que he trabajado está constituido por los diarios,


revistas, boletines informativos y diferentes trabajos publicados entre 1967
y 1987.

Todas mis fuentes están reunidas en una bibliografía al final de este


artículo,

81
Hablo de los niños robados y no de los adoptados, pues me parece fun-
damental marcar la diferencia. Volveré sobre esto.

¿En qué circunstancias se ha realizado este robo? Ya sea que las madres
estuvieran en los campos de concentración, habiendo sido llevadas encintas el
hijo-tomado a su nacimiento, ya sea que los padres estuvieran secuestrados,
matados en sus casas o en la calle y los niños robados en ese momento.

Tal acción supone un momento histórico y social particular que lo permita.

Esto ha ocurrido en Argentina entre 1976 y 1984, bajo una dictadura


militar. En una sociedad en la que la violencia del Estado es la única legiti-
midad, el robo de un niño puede ser legalizado, de modo fraudulento,
como adopción.

«...a menos de promover la locura la anulación subjetiva (del sujeto) una


exigencia no puede ser eludida: la existencia de un marco de legalidad que
garantice la conservación de la especie, según las leyes intransgredibles de la
diferenciación humana.» (Pierre Legendre.L' inestimable objetde la trans-
misión, Fayard, París 1985.)

He aquí no un marco de legalidad, sino un terrorismo de Estado institu-


yendo el crimen. Autoritarismo y ley se confunden si un Estado, autoridad
que garantiza la vida y la Libertad, es suplantado por un Estado que adminis-
tra la muerte, se pierden las señales (indicadores) que garantizan «la institu-
ción de lo viviente»

Para una mejor comprensión debemos subrayar que no se trata de un


país en guerra sino de un sistema de represión establecido para impedir toda
posibilidad de resistencia y la expresión de cualquier otra forma de pensa-
miento. Las personas desaparecidas (30.000), las personas asesinadas
(2.000), u obligadas al exilio (2.000.000) son opositores políticos, obreros,
sindicalistas, intelectuales, pero también personas ancianas y niños (varios
centenares de niños desaparecidos).

La población argentina ha sido tocada en su conjunto. Esto quiere decir


que en ciertos sectores sociales o geográficos casi todos los miembros de la
comunidad han tenido un miembro de su familia, un amigo o algún conocido
detenido, interrogado, secuestrado, por las fuerzas armadas o de seguridad.

Las operaciones de rapto o de asesinato se hacían en la vía pública, en el


lugar de trabajo o en el domicilio. Los dispositivos implementados eran siem-
pre desproporcionados por la cantidad de hombres y de armas empleadas
que podrían ir, hasta tanques y helicópteros. Las personas interpeladas esta-
ban prácticamente siempre desarmadas y efectuando sus tareas cotidianas.
Se trataba de hacer creer a los testigos que el detenido era peligroso y de
intimidar a la población aterrorizándola.

Las condiciones de reclusión, los métodos de tortura, los campos de


concentración, la degradación física y psíquica de las víctimas, el manejo

82
falso de la realidad, instauraron un proceso de alienación que pesó sobre
toda la población.

La presunción de asesinato de los ciudadanos desaparecidos que el dis-


curso oficial llama delincuentes, produce un efecto de renegación entre la
población. Es corriente entender: si él o ella estuvieron secuestrados «por
algo será». Ese algo podía dar cuenta de una condición particular que permi-
tía pensar que uno no ocuparía el lugar de la víctima. Cuando al cabo de dos
o tres años de dictadura la realidad de los campos de concentración fue
incontestable, otros mecanismos de denegación (Verleugnung) se observa-
ron en su lugar. Como el «eso no existe» no podrá invocarse más, fue
reemplazado por: «cuántos habrá?, 100, 200, 300? Esto no es demasiado gra-
ve, ellos seguramente han hecho algo». La cuestión del número venía a
impedir que se formularan las verdaderas preguntas aunque tales se impusie-
ran, aunque sólo se tratara de una sola persona.

La denegación (Verleugnung) de la realidad por parte de la población


fue ampliamente reforzada por los mecanismos «legales» y los discursos
oficiales. Es el análisis de esta violencia institucionalizada el que nos ocupa,
en sus efectos indisociables sobre lo político, lo jurídico, la personas y su
subjetividad.

El niño robado, y legalmente apropiado, no tendrá acceso a su historia.


Su inscripción legal será falsificada, su nombre cambiado igual que su fecha
de nacimiento, su historia le será robada. El vínculo que se establecerá con
sus «padres» asesinos, ladrones, será sobre la base del crimen y de la men-
tira (se utiliza el término de asesino, para remarcar que en este caso no se
trata de una guerra).

Nosotros debemos ver bien la diferencia entre un acto de guerra y una


acción de asesinato: el problema de la ley se ubica en un lugar totalmente
diferente. Cito la frase del ibérico Saint Jean, gobernador de la Provincia de
Buenos Aires en diciembre de 1976 que ilustra esta diferencia.

«Nosotros comenzaremos por matar todos los subversivos, después los


colaboradores, después los simpatizantes, a continuación los indiferentes y
finalmente los tímidos»

También la frase de Luciano Benjamín Menéndez:

«Mientras Videla gobierne, yo mato»

Estas declaraciones de altos funcionarios gubernamentales muestran


que estamos fuera del estado de derecho.

83
Por un lado, la fuerza pública es empleada ilícitamente, y por otra, el
gobierno es cómplice de hechos delictivos dando su consentimiento pasivo a
los actos de grupos parapoliciales y paramilitares.

La detención de personas desaparecidas no está reconocida «El des-


aparecido está sustraído de la protección del derecho. Inocente o no a la
mirada del Derecho Penal, este último no puede castigarlo ni protegerlo.

Frente al hecho de la desaparición de una persona, lógicamente el recurso no


puede ser interpuesto más que por la familia o por un representante legal. Los
recursos interpuestos quedan sin respuesta o reciben una respuesta negativa.
El deber de búsqueda no está asumido por los responsables de la aplicación de
las leyes» (F. Leonoir- «Estudio sobre la detención no reconocida y su rol en la
práctica de las desapariciones forzosas o involuntarias. Documento de trabajo
para la XXXVIII sesión de la O.N.U. 1986, editado por la FIDE).

La persona desaparecida es realmente secuestrada, torturada, asesinada.


De esto nada está dicho, nada se sabe, nunca tuvo lugar. Pero esta desapari-
ción anula la personalidad jurídica y permite que los niños de esos «desapa-
recidos» puedan ser fraudulentamente adoptados.

Es en la dirección de esta denegación del derecho que el robo de un niño


pudo ser cometido. El término de «robo» no es neutro. Doy por supuesto
que este niño será un niño objeto, en el sentido que Fierre Legendre lo
entiende, es decir, «hipotecado como objeto de propiedad».

Inventar un sistema donde se puede desaparecer permite al mismo tiempo


hacer «aparecer». Este niño robado aparecerá como hijo de tal militar o de
tal policía al precio de la desaparición de sus padres.

Todo el poder: hago desaparecer, hago aparecer, con el desprecio de la


ley que funda los lazos humanos y asegura la transmisión de la vida.

II

El robo de un niño por el torturador nos hace formular ciertas preguntas,


en cuanto qué lugar este torturador ocupa con respecto al militante asesinado
y a su hijo.

¿No podemos pensar que en esa relación de odio, pero también de ad-
miración reconocida en los testimonios, la puesta en acto del asesinato del
padre? La imagen del padre prestigioso de la horda primitiva estaría repre-
sentada por el militante, el opositor político, torturado, envilecido y asesina-
do. Su niño robado y apropiado, parte de él mismo, cortado de su propia
filiación, sería reintroducido en una nueva filiación, otro grupo, el de los
militares o el de los policías.

Por este acto el militar crea una nueva descendencia, niega sus ascen-
dientes efectuando una ruptura de filiación con ellos. Pero se trata igualmente
de borrar una filiación, se mete mano en la filiación del militante asesinado

84
¿Por qué en efecto, ciertos niños han sido conservados mientras que tantos
otros fueron asesinados?

En los primeros meses del año 1976 en el transcurso de un rapto efec-


tuado en la casa de una pareja, su hijo de 10 años fue llevado, los ojos
vendados, esposado. Testigos de la escena relataron esta frase a propósito
de este joven: «Es mejor que te matemos para que no crezcas». Ningún
miembro de la familia reapareció. Camps declaró: «Personalmente no elimi-
né a ningún niño, lo que hice fue darlos a organismos que le encuentran
nuevos padres, los padres subversivos educan a sus hijos para la subversión;
es lo que hay que impedir».

En este «personalmente» está la confesión de que otros lo hacían. Nume-


rosos testimonios rinden cuenta de los fusilamientos donde los niños, cualquie-
ra fuera su edad, eran matados con sus padres. Ciertos niños fueron confiados
a sus vecinos, abandonados en la calle o ubicados en alguna institución.

Cuando un niño era recuperado se trataba de una estrategia bien precisa:


este niño era desviado de su filiación. ¿En qué medida la relación del militar
al padre y a la madre víctimas no va a ser perpetuada a través de este niño?
La relación se prolonga más allá de la muerte. ¿Qué pasa con la fascinación
del militar hacia su enemigo del cual tan a menudo alaba el coraje a través de
los insultos que le dirige? ¿Qué espera comprender de aquel que ha aniquila-
do a través de la apropiación de su hijo? ¿De qué deseo monstruoso e in-
consciente da cuenta esta apropiación?

Podemos pensar que en un último acto perverso el militar, dando su


nombre a un niño se hace padre y responsable de un genocidio, significándolo
en la carne misma de aquel que quiso exterminar. El mal debe transmitirse
más allá de la muerte del sujeto.

Es efectivamente el problema de la transmisión que se plantea. En esta


filiación desviada ¿cuál será la función paternal?

Piera Aulanguier nos dice a propósito:

«...de su dependencia al hecho cultural, resulta que la función paterna


no puede preservar su función de eje en el registro del sistema de parentes-
co sino tiene asegurada una continuidad...»

Es justamente esta «función de eje en el registro del sistema de parentes-


co» que está borrado aquí, porque la filiación está negada la transmisión está
cortada, está el fantasma de crear otro, un robot humano, el poder de
Frankestein.

La historia del niño-está falsificada, su fecha de nacimiento adulterada,


su lugar de nacimiento inventado, su nombre cambiado.

En la creación de este ser, fundada sobre la ruptura de su propia filia-


ción, y al mismo tiempo de aquella del que se denomina padre, podemos ver

85
el fantasma de un engendro por la cabeza del cual nos habla J. Guyotat
cuando hace alusión a la filiación narcisista que él diferencia de la filiación
instituida. «Este nacimiento por la cabeza representa así la filiación de los
pensamientos y la filiación intelectual y espiritual». Aquí encontramos la
ideología del Gral. Camps.

III

Si sobre el plano de la filiación las cosas se organizan en el nivel de tres


generaciones, el padre del hijo siendo el hijo del padre, el sistema edípico se
pone en su lugar tanto en referencia al hijo como en referencia al padre.
Esta organización funciona bien siempre y cuando la palabra de la madre
vehiculiza el deseo que ella tuvo de ese hijo de tal padre.

En el caso que nos ocupa es interesante notar qué listas de espera esta-
ban abiertas en el campo de concentración de la ESMA (Escuela Mecánica
de la Armada, escuela de la Marina tristemente célebre). Familias de milita-
res de la Marina esperaban que prisioneras encintas parieran para apropiarse
de sus hijos.

¿Por qué estos niños y no cualquier niño de una institución esperando


ser adoptado? La razón invocada es que «sus padres eran inteligentes, cul-
tos, a menudo de la pequeña burguesía o de la burguesía, en cambio los
niños abandonados en la instituciones eran niños de medios desfavorecidos,
cabecitas negras».

Se sabía, durante la espera de este niño, que su madre era torturada,


vivía en condiciones inhumanas, daba a luz esposada y estaba consagrada a
la muerte después de dar a luz.

El deseo de la madre «adoptante» no se articula alrededor del deseo de


la madre de tener un hijo de su marido, pero se articula en el todo poder de
tener un derecho de vida y de muerte sobre esta mujer visita, por lo tanto
sobre su hijo. Aunque se suponga que el marido no le diga nada a su mujer
del origen de este niño (lo que es una suposición muy aleatoria, si se tienen
en cuenta diversos testimonios y la amplitud del dispositivo desplegado para
el fraude de la partida de nacimiento y de la perpetuidad de la mentira) el
precio es enorme, complicidad, silencio, mentira, sujección. Sujección que
dice mucho sobre las relaciones de la pareja de padres adoptantes.

¿Qué será de la palabra de esta «madre» a nivel de la organización del


sistema simbólico, ya que ella no será portadora más que de lo no dicho y del
secreto? Nuestra propuesta muestra cuántos de estos actos fuera de la ley,
asesinato o complicidad de asesinato, robo de niño, subvierte absolutamente
toda institución simbólica no solamente de las costumbres, las reglas, las
leyes y los ritos vigentes, sino también la relación de los seres humanos con
su palabra.

Yo quisiera retomar la palabra «robo» que empleo, y que hace pasar al


niño del lado de los objetos por la negación de su estatuto genealógico. No se

86
puede disociar esto del tratamiento infligido a sus padres, torturados y asesi-
nados. Cuerpo negado de la madre. Cuerpo negado del padre. ¿Qué deman-
da le será dirigida a este niño? ¿A esta cosa? ¿A este objeto? Si hay represión
de la interrogación genealógica, fundamental para obtener la diferenciación
de los individuos en la especie ¿debemos hablar de niño, o debemos hablar
de objeto?

IV

Estas preguntas nos llevan a retomar toda la cadena de actos que han
permitido que este robo se cometa, desaparición, torturas, asesinatos. Todos
los testimonios recogidos acerca de los sobrevivientes dan cuenta del ex-
traordinario sadismo puesto enjuego en estas prácticas. Sadismo sexual (vio-
laciones, jejenes en las partes genitales, introducción de ratas en la vagina o
el ano, bestialidad), sadismo moral (asistir a la tortura de un ser querido,
amenaza a familiares, simulacros de fusilamiento, simulacros de puesta en
libertad), sadismo en la búsqueda del dolor (presencia de médicos para que
el corazón no afloje, sofisticación y refinamiento en la elección de la tortura
física). Hacer el mal por el mal estaba mucho más presente que una técnica
en vista de obtener datos.

¿Podemos suponer que estamos en el registro de la perversión? ¿Qué


podemos interrogar de esta renegación de la realidad y de esta renegación
de la castración? ¿En estos actos no habría una ausencia de represión? Este
niño que no llegamos a ver como tal, ya que su lugar genealógico es tan
difícil de situar, que está condenado a permanecer objeto ya que nacido
muerto-nacido falto de una posición genealógica justa ¿no viene a ocupar un
lugar de objeto fetiche y así, dramáticamente, sellar la unión de los que lo
robaron?

El robo del niño puede tener lugar en el momento de dar a luz en el


campo de concentración. Estamos en el universo sádico, universo cerrado
donde los hombres tienen el poder de sustituirse a Dios y a la naturaleza.

Nuevas leyes están erigidas por nuevos maestros que tienen derecho de
vida o de muerte sobre sus víctimas. Ellos mismos, por este nuevo sistema,
escaparían a la ley que hace que la vida esté obligatoriamente ligada a la
muerte. Reduciendo las víctimas al estado de excrementos el pase se efectúa:
abolición de las diferencias de los sexos y de las generaciones. Nacido en
tales condiciones, nada nos hace pensar que el niño robado es investido de
otra manera por sus «padres adoptivos», más que como objeto deshecho,
pedazo de sus padres.

El robo del niño puede igualmente suceder en el momento del asesinato


de sus padres o de su rapto. Dos momentos de la transgresión de la ley Este
gesto de apropiarse del niño, ¿no viene acaso a tomar lugar en una proble-
mática perversa de desafío?

87
Yo doy muerte, seguro de mi impunidad y lanzo el desafío mas audaz:
hacerme padre de aquel cuyo padre asesiné.

El perverso no desconoce la ley, por contrario la transgresión y el desa-


fío lo reafirman en permanencia sobre su existencia y mantienen su goce de
poder «jugar con». Goce mayor en el robo de niños que no separa en el acto
de falsificación del acta de nacimiento y permite mantener cotidianamente
en todas las relaciones, comenzando por aquella con el niño, una relación
falsa que mantiene la ley a distancia, pero omnipresente y amenazante. La
complicidad perversa está sellada y relanzada perpetuamente por la presen-
cia del niño. Este niño representa la memoria, la reactualización permanente
del acto cometido. Relanza goce, dominio absoluto, asesinato de los padres,
posesión del niño, desafío a la sociedad estafada y fracasada en sus leyes.

Para continuar con mi propósito, voy ahora a dar cuenta de la búsqueda,


por parte de las familias, que se hizo paralelamente a estos robos de niños,

La primera asociación que se formó durante la dictadura, es la asocia-


ción de las madres de desaparecidos llamadas «las locas de la Plaza de
Mayo», porque todos los jueves, incansablemente, daban vueltas por la Pla-
za de Mayo para reclamar por sus hijos o parientes desaparecidos. Haciendo
de memoria política del país paralizado por el terror, ellas fueron sometidas a
la persecución, a los raptos, a los asesinatos, su «locura» les hacía desafiar la
máquina infernal imperante y osar no aceptar lo inaceptable.

Poco tiempo después se constituyó «La Asociación de las Abuelas de


Plaza de Mayo» que se pusieron como objetivo reencontrar sus nietos des-
aparecidos, restituirlos a sus familias, y obtener el castigo de los culpables.
Esto supone un apoyo considerable de la población que les da los indicios
que permiten situar a los niños, indicios que a menudo se remontan a diez
años atrás. Su tarea, clandestina y perseguida durante la dictadura es más
holgada hoy día aunque están permanentemente amenazadas, a menudo
agredidas, porque su búsqueda constante y su rechazo al olvido se acomo-
dan mal con la debilidad de la democracia en el país.

Un equipo de especialistas juristas, psicólogos, genetistas las ayuda en


su voluntad inquebrantable de reencontrar los centenares de niños desapa-
recidos. El equipo de genetistas tiene la tarea de probar el parentesco de los
niños reencontrados, por medio de pruebas sanguíneas por el lado de los
abuelos o de los tíos. El equipo médico psicológico interviene en el momento
del proceso de restitución a sus familias. Imaginamos la extrema complica-
ción de esta restitución.

La búsqueda de las abuelas las ha confrontado a diferentes situacio-


nes: ya sea que debieran constatar la muerte de sus nietos, ya sea encon-
trar las familias que educaron y protegieron los niños durante los años de
la dictadura, sabiendo quererlos estaban en peligro (en este caso las fami-

88
lias colaboraron a su reinserción en el medio familiar y organizaron visi-
tas con sus abuelos y la continuación de su educación) ya sea descubrir
que sus nietos estaban en manos de policías o de militares que no querían
devolverlos.

Dos situaciones se presentaron entonces: los usurpadores estuvieron pre-


sionados por la ley para restituir a los niños o bien ellos se fugaron con los
niños y están ahora expuestos a los mandatos internacionales. Estas huidas
han sido posibles gracias a la complicidad de los jueces que permanecen
desde la destitución de la dictadura.

Tanto el robo de estos niños tiene lugar en una cadena patológica, que
parece perpetuarse hasta el infinito (es el mal más allá de la muerte), cuanto
el difícil desafío de las Abuelas de Plaza de Mayo debe situarse del lado de
la vida, de la búsqueda de la verdad y de la asunción de la realidad. Lo que
aparece de golpe es el rechazo de la abolición de las generaciones. Es la
exigencia del restablecimiento de los lugares en la filiación. Los abuelos, los
padres, los hijos, no es más que la misma cosa. Y las Abuelas lo signan con
una reivindicación muy precisa: la aparición de los cuerpos. «Si nuestros
hijos y nuestros nietos fueron matados ¿dónde están sus tumbas? ¿Y si no,
donde están?

Y es justamente esta pregunta que es insoportable, porque al no aceptar


la «desaparición» ellas invocan el delito y entonces designan a los culpables.

La búsqueda por los padres, de sus hijos asesinados, es un intento de


reconstituir lo simbólico-social teniendo en cuenta a los sujetos.

Pienso que es esencial tener en cuenta el valor simbólico de la


«desadopción» de los niños que fueron educados por militares o policías. Es
esta importancia simbólica la que hace necesario un equipo especializado
para llevar mejor el difícil proceso de restitución.

El equipo médico-psicológico asiste a los magistrados encargados de


estos casos, porque la palabra dirigida por el juez en el momento en que se
le dice al niño que va a vivir con sus abuelos, es fundadora de una identidad.
Quisiera dar un ejemplo que ilustre mi propósito.

Se trata del caso de Paula..., raptada y secuestrada en 1978, a la


edad de 23 meses. Sus padres fueron «violentamente llevados» de-
lante de ella. Un policía que participó del rapto se la apropió. Fue
inscripta, falsamente, como hija propia. En 1983, Paula fue localiza-
da, en el 84, gracias a las pruebas genéticas, le fue confiada la guarda
a su abuela. La restitución fue extremadamente difícil a causa de la
resistencia de los «padres» que intentaron huir con la niña.

El juez encargado de la restitución se dirigió en estos términos a


Paula. Soy Juez, no puedo mentir, sino no podría ejercer este traba-
jo; tu nombre es Paula. Estos son tus abuelos, ahora tú puedes vivir

89
con ellos. La niña se dirigió a la habitación donde la esperaban los
abuelos que ella ya había encontrado, acompañada por un psicólogo.

Cuando ella llegó a su casa, la reconoció e inmediatamente se


sentó cerca de la ventana, donde ella acostumbraba esperar a sus
padres para verlos llegar. La pareja que la había secuestrado durante
8 años, había obtenido un régimen de visitas, a la espera de su juicio.
La única pregunta que formuló en el primer encuentro fue: «¿dónde
están mis padres?». La pareja nunca más volvió.

El lazo que se establece con los niños apropiados en estas condicio-


nes tiene como base el secreto no develado. En este caso, vemos que la
clínica no puede ser desvinculada del derecho. La reinscripción de Paula
en un orden genealógico y de filiación no se puede hacer sin la interven-
ción de la ley. Lo jurídico, en el decir de la verdad, esta retomado por lo
psicológico.

Podemos decir que la búsqueda de las Abuelas está lejos de ser una
búsqueda «puramente afectivas (que sería suficiente) pero va más allá en la
«institución de lo vivo». No hay pases mágicos que confunden las genera-
ciones, los muertos y los vivos sino la restitución de los lugares que corres-
ponden a los muertos y a los nacimientos.

En esa aceptación de lo vivo que es mortal, que las abuelas han conce-
bido el proyecto de un Banco de Datos Genéticos, que dará la posibilidad,
después de su muerte, a todo niño o adulto que lo desee, de encontrar el
secreto de sus orígenes (hubo casos de adolescentes que se presentaron en
la oficina de investigaciones, que tenían dudas sobre sus orígenes: eran hijos
de desaparecidos. Por el contrario, padres que habiendo adoptado niños en
instituciones y que temían que no hubieran sido voluntariamente abandona-
dos, pudieron verificar que no eran hijos de desaparecidos.

Nos sentimos impactados, ya que se trata de asociaciones de madres y


de abuelas. Esto no quiere decir que los hombres no estén involucrados y no
compartan el mismo dolor; pero en la simbólica social, son las mujeres quie-
nes reclaman sus hijos.

Desde el lado de lo sensible, desde el lado del cuerpo.

El proyecto del Banco de datos genéticos inscribe esta reivindicación en


el futuro, en una transmisión. Se puede pensar que la transmisión de lo
simbólico salva de la locura, lo que, por supuesto, no escamotea el dolor.

Estas mujeres no renuncian a su dolor y no ceden al olvido, luchando a


riesgo de su propia vida para garantizar el orden de lo viviente.

Lo que se nota en la lectura de todas las publicaciones y de los testimo-


nios avalados por las Abuelas de Plaza de Mayo, es la inmensa desespera-
ción por la incertidumbre acerca de la suerte corrida por sus hijos o nietos, la

90
impotencia de sus largos años de búsqueda y la impunidad casi total de los
criminales.

Cuando a fin de la dictadura numerosos cadáveres fueron descubiertos,


científicos hicieron el análisis de las osamentas encontradas en las tumbas o
en las fosas comunes para tratar de identificarlos. Estos indicios permiten
pensar que en tales lugares y pudiendo tratarse de sus hijos, las madres
podían estar presentes el día de la exhumación. Me referiré a dos casos:

Roberto Lanuscú (5 años), Bárbara Lanuscú (6 años) y Matilde


Lanuscú (6 meses) y sus padres fueron desaparecidos el 4/9/76. Sus
sepulturas fueron localizadas el 20/1/84. Había una tumba con las
ropas de Matilde para simular su muerte, con el fin de que no se la
busque. Una encuesta a los vecinos estableció que la familia fue asesi-
nada en su casa y el bebé llevado por un militar que participó en la
masacre. Otra abuela pudo encontrar la tumba de su hija y hacer
exhumar el cuerpo. La joven estaba encinta de 7 meses en el momen-
to del rapto. El examen de los huesos pudo determinar que la joven
había dado a luz. La noticia le fue anunciada así: «La felicito señora,
Ud. es abuela»

Estas citas pueden parecemos de gran crueldad. Sin embargo, para estas
mujeres que deben admitir después de largos años de búsqueda sin respues-
ta, que sus hijos están muertos, saber al mismo tiempo que sus nietos no
fueron asesinados, mantiene una luz de esperanza, un posible reencuentro,
más allá del tiempo, más allá del horror. Una abuela me decía: «Cuando una
de entre nosotras tuvo la felicidad de encontrar a su nieto, Ud. no se imagina
lo importante que es para él saber que nosotros nunca renunciamos a buscarlo,
que nunca lo abandonamos». La situación totalmente inédita a la que fueron
confrontadas estas madres y estas abuelas las pusieron en la obligación de
«inventar». Inventar caminos extremadamente largos y complicados para
llegar hasta estos niños, inventar los medios de una restitución que respeten y
preserven a sus nietos. Se rodearon de especialistas que se reconocieron en
un primer tiempo tan desprovistos como ellas, teniendo que hacer frente a
una situación para la cual su experiencia no les aportaba ningún modelo.

Hoy, los años de experiencia les permiten afirmar ciertas cosas. Cito las
palabras de María Isabel de Mariani, Presidente de la Asociación Abuelas de
Plaza de Mayo, pronunciadas en un congreso sobre la restitución en 1985:

«Hay una confusión en algunos, inducida algunas veces por pro-


fesionales sin experiencia delante de un drama tan inédito como in-
creíble. Se recurre a respuestas fáciles y a soluciones cómodas. Consi-
deramos que estas opiniones se deben a que no se tiene en cuenta que
se trata de niños desaparecidos por razones políticas y que hay exis-
tencia de delitos»

La Sra. de Mariani insiste sobre la violencia del acto de apropiación, la


mentira, la perversión del lazo que se establece sobre la base del secreto, y
considera a la restitución, efectuada con todas las garantías psicológicas,

91
sociales y jurídicas, como un retomo a la vida, insistiendo sobre el riesgo
psíquico al que están expuestos estos niños en el marco de su secuestro.

Este problema de la restitución me parece que va más allá de la proble-


mática individual y que se une a la problemática social y humana, en eso que
funda a la humanidad, ¿qué futuro se reservaría una sociedad que aceptara
que 30.000 de sus ciudadanos y que centenares de sus niños desaparecie-
ron? ¿La no elaboración de esta situación podría garantizar la repetición? ¿Si
el horror es tácitamente admitido, no se permite la locura y la anulación
subjetiva?

VI

(El ítem VI de este trabajo reproduce la entrevista a la Dra. Doltó publicada en Psyché reprodu-
cida en el Cap. IV de la Primera Parte de esta edición.)

VII

Desde 1984, la democracia reina en la Argentina. Denuncias hechas,


especiales millares de testimonios oídos, comisiones formadas a este efecto.
Pruebas investigadas, pruebas encontradas, desaparecidos de los cuales
no se sabía nunca nada, cadáveres desenterrados, niños encontrados.
Procesos que comenzaron, algunos que terminaron. Ciertos juicios pro-
nunciados, ciertas condenas aplicadas, sobre todo a los jefes de las tres
juntas sucesivas.

Los jueces ahora, son en su mayoría, los mismos que en la dictadura, la


lentitud de la justicia, caricaturesca, aquellos que se atreven a denunciar,
amenazados.

En este marco de «legalidad» que debe reacomodarse después de un


«ruido de botas» que no terminó aún, numerosos militares y policías acusa-
dos de robo de niños prefirieron la huida. Algunos localizados en Paraguay,
otros desaparecieron.

El problema que se planteó estos últimos años es el castigo de los culpa-


bles. No narraré aquí las peripecias de la justicia, no hablaré más que de la
fase final, la promulgación de la «Ley de Obediencia Debida» que blanquea
a los cuerpos armados, las fuerzas de seguridad, el personal policial y peni-
tenciario, de todas las acusaciones de violación, de asesinato, tortura y robo.

Sólo algunos generales fueron reconocidos culpables. La impunidad que


garantiza esta ley es llamativa, porque permite que por el mismo proceso que
se podía hacer desaparecer a unos y aparecer a otros, lo hace con la desapa-
rición del delito.

92
La invocación de la obediencia debida, en este caso, niega el estado de
derecho y divide a los ciudadanos en dos categorías, aquellos que tendrían
que responder por sus crímenes y los otros.

Por la promulgación de esta ley, la democracia legitima los actos que la


dictadura cometió. Estos actos no son más los sucesos aberrantes de un
período excepcional, fuera de la ley, sino actos no delictuosos, relevados en
un orden jerárquico.

El artículo nro. 5 de esta ley estipula una excepción con respecto a los
niños: «La presente ley, no anula las acciones penales en el caso de los delitos
de sustitución de estado civil de sustracción y ocultamiento de menores»
¿Por qué este artículo? Las Abuelas respondieron denunciando «El ca-
rácter de singular privilegio donde nos ubica este cambio atroz: un nieto
contra dos hijos este cambio es tan repudiable como el acto en sí mismo del
secuestro de cada uno de los 30.000 desaparecidos. Los niños incluidos»

¿Podemos entender este artículo, como la expresión de un resto de dig-


nidad que rehusa aniquilarse en esta ley perversa? ¿Cómo el retomo de lo
incontenible, la última prueba de que muchas cosas han pasado en estos
últimos años, simbólicamente inscripto dejando un indicio a través de las
palabras?

Delitos de sustitución de estado civil, de sustracción, de ocultamiento,


significantes muy próximos al delito de desaparición que sin embargo no
nombra.

Hay que ver en la promulgación de esta ley otra cosa más que el hecho
de ceder a un chantaje de las fuerzas armadas. Los civiles tampoco quisie-
ron ver a sus fuerzas armadas corrompidas, cobardes y criminales en el
banquillo de los acusados.

Es mejor reconocer la obediencia debida que denunciar el desmorona-


miento moral de unas fuerzas armadas en derrota y empañar esa imagen de
amor, de camaradería, de fuerza articulada con la obediencia debida. Si no
se hubiera invocado la obediencia debida, hubiéramos tenido que reconocer
que durante la dictadura, cada uno actuaba por su cuenta, se organizaba en
bandas, montaba su campo de detención clandestino, saqueaba las casas,
violaba mujeres, aterrorizaba a la población. Estábamos entonces en el cri-
men institucionalizado, legitimado por las altas autoridades militares. Saber-
se cubierto para sus crímenes, no era obedecer. Es lo que pasó en Argentina.

Estamos confrontados con lo impensable, lo que no puede visualizarse.


Los desaparecidos serían una forma sofisticada de este impensable, no es-
tán en ningún lugar, el duelo es imposible, porque la clínica nos enseña que
hacer el duelo de un pariente desaparecido nos confronta con la responsabi-
lidad de declararlo muerto, mientras que los desaparecidos, hasta prueba de
lo contrario, están con vida. Abolición del tiempo, abolición del espacio,
abolición del otro. Borrar la filiación, borrar los rastros.

93
De donde se infiere la obligación de memorizar, la necesidad de rehacer
la memorias, de reinscribir lo que tuvo lugar, de rehacer el camino al revés,
de volver a dar al tiempo su significado, de no someterse al tiempo suspendido,

De permitir la recirculación del deseo, interrumpida en la trama mortífe-


ra de la renegación.

Probablemente las Mujeres de la Plaza de Mayo comprendieron que


aceptando esta delegación loca por parte del Estado (buscar ellas mismas
sus hijos) se apoderarían de la única posibilidad de ocupar su lugar de sujeto
en la historia.

Fuentes

Argentina proceso al genocidio. Comisión argentina por los derechos


humanos, Elias Querejeta Ediciones, Madrid, 1977.

Articles de journaux argentins (Periodista, Clarín, La Nación, Ra-


zón), 1976/ 1987.

Botín de Guerra, Julio E. Nosiglia, Buenos Aires, 1985.

Bulletins, Informaciones-Asociation, «Abuelas de Plaza de Mayo», Bue-


nos Aires, Argentina 1984/1987.

Colloque de París sur la politique de disparition forcée de personnes,


janvier-février 1981,» Le refus de Itoubli», Berger-Levrault.
Communiqués: Abuelas de Plaza de Mayo, 1984/1987.

Études sur la détention non reconnue et son role dans la pratique des
disparitions forcees ou involontaires, Fabienne Lenoir expert aupres de la
Federation internationale des droits de 1'hommes, París, 1986.

Jounal: Le Monde, Science et Médecine, p. 15, 01/07/1987

Rapports de la commission d' Enrquéte Nationale argentine (CONADEP)


Buenos Aires, 1985.

Rapports de la Commission Europdenne des droits de l'homme, 1985.

Rapports de la Comisión de familiares de desaparecidos y detenidos


por razones políticas, 1984/1987.

Rapports de la commission Inter Américaine des droits de l'homme,1985.

Rapports des missions d'enquete des organisations non


gouvernementales «1984/1985.

94
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Rapports du Groupe de travail de la commission des droits de 1'homme
sur les disparitions forcées ou involontaires (O.N.U.), Geneve, 1986.

Rapports du Movimiento Solidario de Salud Mental, 1984/1987.

Rapports du Seminario Internacional sobre consecuencias de la repre-


sión en el cono sur, sus efectos médicos, psicológicos y sociales, Montevi-
deo, Uruguay, 19-23 mai 1986.

Revue Psyché, Buenos Aires, Argentina, Nro. 1-3, octubre 1986.

Table ronde: Niños desaparecidos: su restitución, 24 octobre 1985.


Textes de Loi argentins. no 23049, 1987, n°23492, 1987.

CAPÍTULO II

La restitución
una respuesta identificante

por Laura J. de Conte


Abril de 1992

Las Abuelas de Plaza de Mayo, sus hijos y los hijos de sus hijos tres
generaciones víctimas de la más atroz de las violencias, la del terror de
Estado. Hoy sabemos que si no se da cuenta de este horror siniestro, sus
efectos inscriptos en el psiquismo actúan también sobre la descendencia,
involucrando a las generaciones siguientes. Violencia que instrumentó el
aberrante intento de aniquilamiento de las personas y de las relaciones de
parentesco que las une.

Un Estado criminalmente conducido dispone el destino final de la ma-


dre, a quien despoja de su hijo y de su vida y, en un mismo acto dispone la
entrega del niño como cosa, enajenando su identidad. Es ese mismo Estado,
«dueño absoluto», el que lo otorga como propiedad privada mediante una
adopción. Por lo tanto, todas las adopciones de niños desaparecidos-apro-
piados que se discuten son fraudulentas, todas las que ustedes conocen,
TODAS, todas se asientan sobre el asesinato de los padres desaparecidos y

95
el robo del niño a sus familiares. Poder encamado en el torturador, en la
enfermera, en el médico. Nadie a quien recurrir o apelar. Violencia
desestructurante pensada para inducir a las víctimas (abuelos, hijos, nie-
tos, familias) a ocupar una posición que paraliza y enloquece: sentirse la
causa de la violencia padecida. (Esto es válido tanto para los adultos
como para los niños.)

Restituir, en el sentido común del diccionario, sin connotaciones


psicoanalíticas, en el sentido común de las abuelas... devolver a su lugar...
Ésta fue la significación de las abuelas, en relación al objetivo de su búsque-
da y a su compromiso existencial.

Restituir: devolver los niños a sus abuelas, a sus familias, más que eso,
devolverle a los niños sus abuelas, sus familias y todos sus derechos, cen-
trando así, más precisamente, la restitución y sus fundamentos en los niños.

Y, por otro lado, devolver la causa de la violencia al lugar que la produjo,


violencia del genocidio militar, o sea, de la realidad extema, masiva, gol-
peando sobre los cuerpos y el aparato psíquico.

La institución de las Abuelas se convirtió, sin proponérselo, en espacio


terapéutico, porque significó, para los nietos y sus familias, poder pensar la
violencia sufrida, poder ubicar su causalidad en los victimarios, no en las
víctimas y desalojar esa causalidad del espacio subjetivo.

Las Abuelas buscan vida. «Restituir a la vida», dicen. Afirmación de


la vida contra toda esperanza. Muchas veces pensábamos: tienen la pu-
janza de las mujeres embarazadas y, sobre todo, esa capacidad de cuida-
do, de maternaje, de transformar la angustia de muerte en historia y
proyectos de vida.

La casa de las Abuelas como nido ecológico, como ámbito natural. De


allí partíamos, con la institución como sostén y contención de las dolorosas
situaciones que nos convocaban. Hay fundamentados motivos conceptuales,
técnicos y también históricos y políticos para que el abordaje de la restitución
fuera institucional. Quiero referirme a uno de los criterios que da especial
sentido a la perspectiva institucional y socio-familiar de nuestro trabajo: con-
siderar que estos chicos en primer lugar son víctimas sociales y que su trau-
ma psíquico es el resultado de la incidencia de la catástrofe social en la
subjetividad. Son trágico testimonio del entretejado de la historia colectiva y
la historia individual.

Tomamos las palabras de Alicia Stolkiner refiriéndose a la represión y


los niños para subrayar nuestro enfoque: «Estos niños portan de modo dra-
mático la respuesta de cómo se articula lo social con lo subjetivo. No son
casos especiales sino actores de situaciones extremas. No son portadores
de una patología especial o de un síndrome definido, son sujetos particular-
mente vulnerables atravesados por los determinantes de un momento histó-
rico donde se escenificó el conflicto más profundo de una sociedad.»

96
Desde el equipo de abuelas dijimos: «La restitución de los niños como
reparación posible, social y familiar, constituye una ética que se sustenta en
la verdad y en la justicia, en el derecho a la vida en dignidad y libertad. Es en
la intersección de esta ética con la salud, entendida como salud social, que se
da la posibilidad del develamiento de la verdad, de la recuperación del pensa-
miento, la palabra y la memoria social, del conocimiento de la historia y de la
-construcción de la justicia».

Desde nuestra experiencia podemos dar cuenta que la prolongación de


la situación de apropiación en que se encuentran cientos de niños, ya ado-
lescentes, no restituidos aún, es causa de alto riesgo psíquico individual,
familiar y social. El tiempo agudiza la gravedad de la problemática, ya que
para todo niño y adolescente es condición de salud y de equilibrio integral
entrar en un orden de legalidad, fundamento del psiquismo y del ser social;
no tener prohibido el acceso a la verdad de su origen y de su historia, poder
insertarse en su cadena generacional; poder integrar su verdadera identidad.

El abordaje de la restitución fue un trabajo interdisciplinario. No se trató


de la determinación aislada de criterios teóricos o técnicos, sino de
instrumentar las estrategias y los pasos de mayor eficacia para el reencuentro
de los niños y sus familias, abuelas. Realizábamos un constante trabajo co-
ordinado para conocer el estado de las causas, fundamentar psicológica-
mente la restitución en los escritos jurídicos, preparar las metodologías ade-
cuadas a cada situación de restitución y acompañar a los familiares, cuando
podíamos, en el desarrollo de las pruebas genéticas.

Los psicólogos y psicoanalistas miembros del equipo integramos el tra-


bajo clínico con el trabajo institucional. Para el equipo fue una preocupación
constante; y un aprendizaje, evitar psicologizar la problemática. El acento
estaba puesto en una respuesta integradora.

Sin embargo, la ineludible especificidad del quehacer psicológico nos


hizo repensar aspectos conceptuales y prácticos para lo que contamos con
el aporte de profesionales de mucha experiencia.

Iniciábamos el trabajo específico de preparación a la posible restitución,


en el momento de la localización del niño o niña, integrando las redes mater-
na y paterna lo más ampliamente posible. La tarea era de información, in-
tercambio, contención y elaboración, centrándonos en la comunicación fa-
miliar y reconstruyendo el sentido de la historia personal, familiar y social,
desde lo que cada uno vivió y cómo lo vivió.

Si bien todas las situaciones eran diferentes, las unificaba la experiencia


del horror del acontecimiento sufrido. En todas, la desaparición y el secuestro
habían dejado huecos que eran el núcleo de la problemática a elaborar. Po-
ner palabras a loa hechos traumáticos posibilitaba también poder pensar la
situación familiar del presente y la futura, imaginar la presencia concreta de
la niña o niño en la familia. A partir de una intensa dinámica vincular, las dos
familias (esto variaba, podían ser tres, podía ser una) definían en conjunto el
lugar y las mejores condiciones para el recibimiento.

97
Pienso importante hacer una referencia a las diversas situaciones con
los apropiadores según sus características y comportamiento y a nuestra
posición respecto a los mismos.

Llamamos apropiadores a quienes mediante adopciones o inscripciones


fraudulentas, mienten acerca de la filiación de los niños, negándoles su iden-
tidad, haciendo necesaria la intervención de la justicia, sean represores o no.

Obviamente, nunca nos planteamos tratar a los represores apropiadores


en vías a preparar la situación de restitución (ni siquiera en algún caso, ante
la sugerencia o propuesta del juez y en sede judicial). Pensamos que, de
hecho, es imposible. En esto disentíamos radicalmente con los operadores
del Patronato de Justicia. Las largas intervenciones que hicieron en este
sentido, mostraron que sólo conseguían prolongar las situaciones de captura
de los niños, potenciando el riesgo límite en que se encontraban. En todos
los casos en que realizaron dichas intervenciones, se rigidizó aún más la
conducta perversa del apropiador.

Si bien cada situación guardaba su peculiaridad, frente a la restitución,


los represores-apropiadores actuaban desde su modalidad perversa básica-
mente de dos maneras: o negociaban al niño (el tiempo variaba), es decir,
«soltaban su presa» a cambio de quedar en libertad, o bien, agudizaban la
renegación, aferrándose al niño como valuarte. Que el victimario se impon-
ga como figura identificatoria, muestra el extremo de su patología sádica.
Como tan bien lo expresa Marie Pascale Chevance Bertin, la presencia del
niño para el secuestrador, perpetúa y relanza su goce y dominio absoluto, su
renegación de la castración y la completud que le otorga el niño, como obje-
to fetiche.

En cuanto a los apropiadores no represores, reconocieran o no el origen


del niño, en todos los casos actuaban con una tenaz resistencia a restituirlos,
lo que corresponde a lo que Ulloa señala como la necesidad de tapar una
realidad cruel y dolorosa, tapar la esterilidad, la soledad, la complicidad,
operando el niño como verdadero tapón de la falta. Y siguiendo con el pen-
samiento de Femando Ulloa, el vínculo que establece el apropiador es el
apoderamiento adicto, «su resistencia a entregar los niños no tiene nada de
epopeya de amor, se enmascara dentro del amor, es un amor adicto».

Dadas estas características y modalidades (la adicción como dominancia


estructural y los rígidos rasgos de carácter, cuando no la fuerza de la des-
mentida), nuestra posibilidad de intervención en la etapa previa a la restitu-
ción fue una vía muerta, aun en los casos en que contamos con tiempo para
hacerla. Sin duda, también podemos criticamos no haber sabido crear, en
todos los casos, la posibilidad de ese tiempo previo de trabajo.

Quisiera avanzar ahora con el momento y las circunstancias de la recu-


peración de la verdad y referirme a la metodología de la restitución.

Antes querría mencionar que, ante la proximidad de las decisiones judi-


ciales, la fundamentación más efectiva y de mayor incidencia en el criterio de

98
los jueces era el diagnóstico y el pronóstico de alto riesgo de la situación de
apropiación y, en consecuencia, el carácter de urgencia que tenía el acto
restitutivo. Una vez que la Justicia conocía esta situación se encontraba
frente a la necesidad de decidir. Definíamos a dicha situación como prolon-
gación del secuestro y de constante desidentificación y agresión sobre el
aparato psíquico en desarrollo. La apropiación no puede incluir ningún pro-
yecto sano. El niño tiene registro de algo horrible e inquietante y padece el
haber sido colocado en la situación de ser otro.

Alertábamos a los jueces sobre la responsabilidad de mantener juntos a


los victimarios y la víctima y la necesidad de sacar a los niños del andamiaje
de mentira y vínculos perversos que perpetúa una situación de captura y de
enajenación de su deseo.

Sobre este punto del deseo el criterio de los jueces tomaba otros rum-
bos: no se trataba del deseo sino de la voluntad del niño y si era conveniente
o no consultarlo. Para nosotros el niño no debe ser colocado frente a la
responsabilidad de elegir, puesto que desde su lugar de captura no tiene
posibilidad de elegir.

La metodología se adecuaba a las circunstancias y singularidades de


cada caso. Se diseñaba una estrategia en diferentes pasos que comenzaba
con un diagnóstico situacional a partir de datos tales como si los apropiadores
eran represores o no, si quedarían detenidos o no, si había habido un secuestro
o no, cuál había sido la situación de cautiverio, si el niño/niña conocía o no la
situación y en qué grado y con qué contenido, etc. Esto permitiría poder
recomendar una estrategia precisa pero no rígida (por ej. la forma de la
separación) teniendo en cuenta la mayor cantidad de variables posible.

Pienso que sería útil describir contenidos concretos de los criterios que pro-
pusimos para el primer acto de restitución. Por ejemplo los referidos al juez:

1. La necesidad de que el juez explicara al niño la vigencia de la ley.


Hacerle comprender con sencillez lo que simboliza la figura del juez, la idea
de justicia y la verdad.

2. La necesidad del establecimiento de un vínculo confiable entre el niño


y el juez y facilitarle al niño que pueda expresarse con toda libertad.

3. La explicitación de las posibles palabras, forma y momento del


develamiento de la verdad.

Respecto a los criterios referidos al niño:

1. En el caso de la detención de los apropiadores, que la restitución se


realice de forma totalmente independiente, el niño no debe presenciar el
acto del arresto de sus guardadores ilegítimos.

99
2. Que en esta separación se opere como en una situación de duelo
súbito, con un corte radical con los apropiadores, donde el juez y los adultos
asuman la prohibición de lo que hace daño frente al niño.

3. Que el niño esté contenido en su nueva situación, pudiéndose contar


con la presencia de personas conocidas que le inspiren afecto y confianza,
por ej. la maestra.

4. Que el niño reciba la información de la verdad histórica y del carácter


del vínculo con sus apropiadores directamente por boca del juez, en el ámbi-
to del juzgado y con el apoyo del terapeuta designado por la abuela.

5. Que sea también el juez quien anuncie a la abuela legitimando expre-


samente su vínculo.

6. Que los apropiadores queden detenidos, a disposición del juez, para el


caso en que fuera necesaria su intervención a criterio de los peritos tera-
peutas de Abuelas.

7. Que no haya despliegue de fuerzas de seguridad ni de uniformados


en los traslados, ni en contacto con la niña en sede judicial.

Esta metodología abrió un camino y me tomada por los jueces, a pesar


de sus peritos oficiales, para ser adecuada a otras situaciones de restitución.

Voy a leer el relato de una restitución que escribí en aquel momento.

«Llegamos a Tribunales temprano en la mañana, se nos invitó a ocupar


el despacho contiguo al del Juez, desde allí, el equipo coordinó las estrate-
gias a seguir, acompañando paso a paso el desarrollo de los hechos. Re-
cuerdo ese despacho como lugar de reflexión en el cual la asistente social y
el licenciado del Patronato, alteradamente, comunicaban y aportaban los
datos de cómo transcurría la información, el ánimo y las actitudes de la niña.
Recuerdo que, desde allí, apoyamos al Juez en el cómo y el qué decirle.
Hablamos de la importancia que tenía que fuese legitimada, a través de su
palabra, la verdadera identidad de la niña y el vínculo con la abuela. Vimos
juntos la conveniencia de que explicara a la niña que por ser él Juez debía
protegerla y decirle la verdad. Que tenía cosas importantes para que ella
pudiera ser ella: que los apropiadores no eran sus padres; que ella vivió con
sus verdaderos papá y mamá hasta tal edad, hasta que fueron llevados de la
casa en que vivían con ella y fueron separados de ella y que, desde enton-
ces, no se había vuelo a saber de ellos. También incluimos como dato a darle
que ella era chiquita cuando pasó todo esto pero que siempre quiso que la
llamaran por su nombre, y la conveniencia de que él presentara a la abuela
como «la mamá de su mamita» ya que la palabra «abuela» había sido usada
amenazadoramente por los apropiadores, unida a «una vieja que roba chi-
cos»; que la niña pudiera saber que desde que sus padres y ella desapare-
cieron, su abuela los estuvo buscando sin descansar un solo día, buscándolos
por todas partes.

100
Sabíamos que la niña había llegado al Tribunal con los apropiadores y un
hermano de él. Alrededor de las 9 y 30 a.m. se produjo la separación, en la
que no hubo una despedida explícita. El Juez se quedó comunicando a los
apropiadores que iba a actuar el cambio de guarda, mientras la niña, acom-
pañada por quien se decía su «tío», era atendida por el personal del patrona-
to. Los juegos en los que fue interesándose, permitieron que un rato des-
pués, se retirara el tío.

Inmediatamente durante sus juegos, representa la historia de dos casas,


dos muñecas, dos nombres. A medida que transcurre la mañana y en rela-
ción a lo que iba mostrando en sus juegos va elaborando y procesando la
separación de horas antes.

Hacia el mediodía el Juez habló con la niña y le explicó con ternura y


firmeza el cambio de guarda y los motivos por los cuales ésta se hacía. (El
Psicólogo del Equipo de abuelas designado para la niña, presente allí, da
testimonio en su informe al Juez).

Las reacciones puestas de manifiesto por la niña durante ese día, fueron
las esperables frente a esta situación de crisis: en el despacho de la Cámara,
la niña lloró, gritó, pataleó, se negó a comer y esto fue percibido en su
profundo dramatismo por todos los participantes en el acto, resultando audi-
ble para nosotros y para quienes estaban en los despachos contiguos. Todo
esto comenzó a cambiar de signo a partir del re-encuentro con la verdad,
con la legitimidad y con su historia.

Después de haber sido informada «se pudo observar un alivio de la


tensión interna de la niña, un aumento de confianza que le permitió entre-
dormirse aproximadamente media hora, cobijada por uno de los miembros
del equipo de la Cámara».

«En sus manifestaciones espontáneas, la niña expresó: «Ellos no me


robaron», lo que fue rotando al interrogativo: «pero ellos no me robaron,
no?», lo cual estaría marcando el comienzo de la aceptación de una realidad
altamente dolorosa contenida en su experiencia». (Del informe del terapeuta
de Abuelas).

Los abuelos, también en dependencias de la Cámara, estaban a la espe-


ra del llamado del Juez para el re-encuentro con su nieta. Su espera iba a
ser larga. Recién hacia media tarde el Juez anticipó a la niña su encuentro
con su abuela invitando a la abuela primero y luego a su esposo, a pasar a su
despacho. Según el informe del Patronato, en un primer momento, la niña
marcó oposición y distanciamiento con la abuela. Frente al respeto, la segu-
ridad y el aplomo que la abuela mantuvo frente a la nieta, ésta fue aceptan-
do su presencia.

La entrada de la abuela despertó en la niña todos los acondicionamientos


de terror que había recibido de los apropiadores. La niña repite lo que de-
cían éstos acerca de la abuela en términos de una «señora vieja, mala, que
los está buscando para hacerles daño».

101
El terapeuta de Abuelas relata que «esto duró hasta que la abuela, en su
primera intervención, con cálida serenidad, pronuncia el sobrenombre del
papá de la niña, con el que ella lo llamaba. Fue como si ese nombre propio
del infante que aún no domina el lenguaje para llamar a su papá, comenzara
a resonar en ella y, simultáneamente, se empezara a derrumbar el discurso
de los apropiadores».

«Después de unos instantes de silencio, la niña acepta mirar las fotogra-


fías provistas por la abuela y, con mayor o menor dificultad, con mayor o
menor aceptación, con ayuda de un espejo, comienza a reconocerse en las
mismas». (Mirándose al espejo le pregunta a la Asistente Social, el color de
los ojos de su madre).

Frente a la indecisión sobre el momento del traslado de la niña a su casa,


el Equipo de Abuelas evaluó la conveniencia de que no se siguiera prolon-
gando más la estadía en Tribunales para que se pudiera volver a la luz del día
y dada la evolución favorable de la niña. Finalmente, el Juez resolvió que
había llegado el momento de hacer el corte.

Es imborrable para mí la imagen del Juez caminando con la niña de la


mano por los pasillos de Tribunales y bajando las escalinatas hasta el auto.
Iba con ellos también la Asistente Social del Patronato, la seguían los abue-
los y todos nosotros. La niña había aceptado marcharse. El Juez hablaba
con ella acerca de un «Billiken» que él mismo le llevaría a su casa al día
siguiente. (El Juez cumplió con su promesa, pero se volvió con la revista
porque la niña ya no la reclamó.)

Desde el instante de la llegada a su casa, sus actitudes corporales y


sus gestos se transformaron, sus movimientos se volvieron familiares den-
tro de su casa. Fue a su cuarto y «sabía» que era el suyo. Decididamente
dijo: «Éste es mi cuarto». En la mesa elige espontáneamente el lugar en
que lo hacía su madre. Su abuela le dice que había elegido el lugar de su
mamá en la mesa.

Recuerdo que comió muy poco, que miraba largamente el retrato de su


madre que colgaba en la pared junto con el de sus tíos.

Daba muestras de mucho sueño y le propuse ir a la cama. Espontánea-


mente se levantó, se acercó muy confiadamente, me dio la mano y fuimos a
su cuarto. El cuarto le gustó mucho. Comentó la diferencia de disposición
de los muebles con el otro cuarto. En un primer momento quiso cambiarlos
de lugar, pero cuando yo me disponía a hacerlo, me dijo que no, que así
estaba bien. Se puso el pijama con mucha confianza, me pidió que la arropa-
ra y comenzó a preguntarme si yo conocía a su mamá, si la mamá tenía
algún otro nombre, si conocía a su papá, si sabía en qué trabajaba. Yo le
contestaba lo que sabía, pero buscando la participación de la abuela, dicién-
dole que era ella quien sabía esas cosas. Que seguramente las dos sabían
cosas que a la otra le gustaría conocer. La llamábamos a la abuela, que venía
al cuarto y contestaba con mucha precisión y muchos detalles. Así se fue
durmiendo entre respuesta y respuesta.

102
Durmió muy tranquilamente. No se despertó durante toda la noche que
pasé junto a ella.

El abuelo, a la madrugada, la oyó y la acompañó al baño.

Al despertar, a la mañana siguiente, buscó para sentarse las rodillas del


abuelo, como lo hacía habitualmente en sus primeros meses. Sin duda re-
cuperaba allí largos momentos de afecto.

La abuela, con asombro, reconoce la misma pirueta que hacía, y que


repite ahora cada vez, al bajar el escalón del baño. Días después descubre
en un libro sus garabatos y dice: «Estos mamarrachitos los hice yo?».

El ánimo de los adultos era sereno y confiado. El abuelo bromeaba di-


ciendo que la nieta lo iba a preferir más que a nadie. La abuela respetaba el
tiempo de la niña que todavía se mostraba prevenida con ella. Era notable
cómo la abuela, esperándola, ya la contenía.

Acá terminó el acto de la restitución, pero la restitución es un largo


proceso y son los niños los que se restituyen a sí mismos. La niña dejó de
llamar mamá y papá a los apropiadores desde entonces, y «mamá y papá»
quedaron reservados, también desde entonces, para los padres. Unos meses
después, comentando las vicisitudes del procedimiento legal que quería
obligarla a inscribir a su nieta con el nombre de los apropiadores en el
colegio, la abuela le dice a la niña: «Si me obligan a ponerte otro nombre,
buscamos una maestra y rendís libre mientras está encaminada la filiación.
Vos qué pensás?».

La abuela me transmite toda la fuerza de la respuesta de la niña: «Si


pasa eso, busca la maestra».

Luego la nieta pregunta:» ¿Qué es la filiación?».

La abuela: «La confirmación de que alguien es hijo de tal y tal persona».

La nieta: «Yo ya sé de quién soy hija». Y luego pregunta: «¿Quién se


ocupa de hacer la filiación?».

La abuela: «En tu caso en el juzgado civil y se ocupan las abogadas».

«¿Y lo están haciendo?».

«Sí».

«¿Y entonces, Abu, para cuándo?».

Nuestros niños son sobrevivientes, han resistido a la desidentificación y al


desconocimiento de su propio fundamento, de todo lo propio, han resistido en
sus cuerpos y vidas incipientes. Pienso que el reconocimiento y el reencuentro
que opera la restitución simboliza una expectativa unida al cuerpo muy primiti-

103
va, constitutiva. La restitución es una vivencia de renacimiento, decíamos, con
todo el dolor del parto, pero también con la calidad y el amor del alumbramien-
to. A los chicos se los ve y percibe en estado de conmoción expectante. La
restitución es una respuesta identificante que realza en el niño un movimiento
de redescubrimiento también expectante. «Ya sabían», decíamos nosotros,
«parecen detectives», decían las abuelas, «encontré», decían los chicos.

Los niños en sus juegos elaborativos representan situaciones de «en-


cuentro» de personas, de cosas, de lugares y también de percepciones.
Repiten «encontré», «ya encontré», «acá está», «acá lo tenía» y también
ocultan las cosas para descubrirlas y hasta se esconden para ser buscados
y encontrados.

No hay derrumbe ni demolición de su mundo interno, lo que observamos


en la práctica es el desmoronamiento de las figuras identificatorias fraudu-
lentas de sus apropiadores. (Como reflexionamos desde el equipo de Abue-
las frente a Doltó).

El niño deja una carga muy pesada de mentira desidentificante que so-
brelleva en el trabajo de construcción de su identidad. Emprende esta re-
construcción a una velocidad que asombra, desde un proceso activo de re-
apropiación (valga la palabra), «¿éstas son mis fotos?», «¿éstos son mis
mamarrachitos?», «mi tía», «las cosas de mi mamá», «de mi papá», «son
para mí».

Más que de una afirmación de propiedad se trata del proceso de inte-


gración de la subjetividad: la reapropiación de la historia y de la memoria,
pero también, y fundamentalmente, de su lugar en lo cotidiano. De su lugar
en el deseo de los padres pero, también, en la mesa y en el barrio.

La identidad de una persona no está dada por la sumatoria de hechos


acontecidos, ni es juntando los pedazos de una historia fragmentada que se
logra la unidad de una historia identificatoria. La historia de nuestros niños es
la historia de las fracturas que provocó el horror en el psiquismo. El trauma
de la desaparición de sus padres, de su propia desaparición y secuestro. Para
construir una identidad integrada el niño tendrá que «encontrar, simbolizar el
horror padecido, es decir, transformarlo en sentido, en ideas, en creatividad
y en valores propios. En un espacio terapéutico o no, pero, sin duda, la
experiencia demuestra, como decíamos en Abuelas, que el «rápido cambio
en los niños se produce cuando su familia llena el vacío da la historia que,
como agujero, inscribieron en cada uno de ellos».

Es así que vemos a los niños al poco tiempo incluirse en una realidad
más amplia. A partir de conocer la existencia de otras situaciones como la
suya, desde su propia experiencia también desean participar en la restitu-
ción de otros niños. Desde Abuelas decíamos:... «La restitución es poder
historizarse, saber el yo acerca del yo, poder reinscribir su historia de amor.
Es hacer propio su lugar intransferible de transmisor en la cadena
generacional». ...Los abuelos ... sus hijos... y los hijos de sus hijos...

104
CAPITULO III

La Cajita.
Subjetividad y Traumatismo

por Alicia Lo Giúdice*


Noviembre de 1992

Si la realidad nos sedujera tanto como para ocuparnos entera-


mente de ella, no sabríamos responder a ciertas preguntas.

Si la realidad no nos sedujera lo suficiente como para ocupar-


nos enteramente de ella, no tendríamos oportunidad de formularla.

Así vamos, desde las palabras a la realidad que vivimos y desde


lo que Pensamos a las palabras.

Sergio Chejfec. Lenta Biografía.

El encuentro que hoy nos reúne convoca a reflexionar la niñez, me pro-


pongo entonces interrogar aquella a la que podríamos llamar «niñez silencia-
da» por hechos sociales traumáticos que vivimos hace unos años en el país.
Me refiero a la violación de derechos humanos a la que, durante la dictadura
militar de los años 76 al 83, estuvimos expuestos, ya que el terrorismo de
estado implantó un método de persecución política inédito que produjo la
«desaparición forzada de personas» llevada a cabo por grupos específicos en
que estaban involucrados todos los sectores del poder.

La «desaparición forzada de personas» puede considerarse como ver-


dadera catástrofe social que instala el horror de lo siniestro como modo de
vida, y que produce daño psíquico no sólo a los afectados directos, sino a la
sociedad misma pues el sistema legal social deja de tener vigencia y produce
una ruptura del contrato narcisista que lo sostiene.
* Este trabajo fue leído en el «1er Encuentro Psicoanalítico InterdisciplinarioPensar/an/ñez"
realizado en Buenos Aires, durante el mes de noviembre de 1992.

Una niña de 23 meses de edad es secuestrada junto a sus padres en el


mes de mayo de 1978, en un país limítrofe en el que vivían desde hacía un
tiempo.

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La abuela materna inicia la búsqueda de la nieta y sus papás, sin saber
muy bien qué había pasado. Se une a Abuelas de Plaza de Mayo y siguen
años de incertidumbre y de lucha por conocer su paradero, hasta que en el
año 80 «Clamor», entidad brasileña dedicada a la defensa de los Derechos
Humanos, entrega a Abuelas de Plaza de Mayo una foto con una denuncia
acerca de una niña que suponían hija de desaparecidos, pero que figuraba
como hija propia de un funcionario de la policía y con nombre falso, salvo el
primer nombre, que según testimonios, la niña con su negativa a responder a
otro, logra retener.

A pesar de mudanzas y pérdidas de pistas por fin pudo ser localizada tras
minucioso seguimiento de huellas que otros creían haber borrado para siem-
pre. Era el año 80 la abuela la ve sin poder darse a conocer, relata «cuando la
vi llegar a la casa donde vivía (con sus apropiadores) y la vi de espaldas, con
sus piernas regordetas y sus rulos de siempre, la vi de espaldas pero la reco-
nocí tenía cuatro años».

Comenzó un camino árido para reconstruir su historia y buscar pruebas


para el reclamo judicial.

Pero aún debieron esperar la asunción del gobierno constitucional para


que ofrecieran garantías a la niña, porque el temor era que los apropiadores,
conociendo el reclamo intentaran salir del país.

La abuela pensaba que con la denuncia del secuestro y con las prue-
bas que contaba, como la partida de nacimiento, la niña podría volver
con su familia de origen pero se encuentra que tenía documentación falsa
que la acreditaba como hija legítima del apropiador y con la edad cambia-
da, en lugar de figurar con su edad cronológica real aparecía con dos
años menos es decir que había sido inscripta como recién nacida en el
año del secuestro.

Comienza una larga lucha judicial para demostrar su verdadera identi-


dad. Se piden a la justicia todos los análisis posibles de identificación: radio-
grafías, fotos y análisis genético, de histocompatibilidad sanguínea de donde
surge la confirmación de su identidad, con un índice de inclusión en la fami-
lia que la buscaba del 99, 80%.

Aun así la resolución no fue otorgada, la niña sigue ignorando la situa-


ción, pero los apropiadores le advierten que una señora loca se hacía pasar
por su abuela y la quería robar.

La familia decide apelar a otras instancias legales ante la negativa del


Juez interviniente en la causa, de innovar. A fines del año 1984 la Cámara
de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal decide la restitución y
el Dr. Andrés D'Alessio, quien la presidía, se hace cargo de la entrega de la
menor a su familia legítima en el Palacio de Justicia, informándole que se iba
a ir con la mamá de su mamá, y porqué.

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Su primera reacción fue llantos y gritos, se le explicó quiénes eran ante
su enojo y desconfianza. Se le muestran fotos de cuando era chiquita con
los padres teniéndola en brazos, su descreimiento sigue porque dice que
esas fotos eran nuevas, la abuela le explica que son nuevas porque fueron
recientemente ampliadas de unas viejas que estaban esperándola en su casa.

Observando una de las últimas fotos de la época en que vivía con sus
padres, comenta que era bastante parecida a una que había en la casa en
que vivía.

La abuela piensa que debía ser una foto que le habrían tomado después
del secuestro. La nena miraba las fotos y por momentos lloraba, entonces la
abuela menciona el nombre con el que llamaba a su papá, que era una
deformación del mismo que por su corta edad no podía pronunciar bien, la
niña empieza a llorar a los gritos, luego se queda dormida.

Sale de Tribunales de la mano del Dr. D'Alessio y parte hacia su casa.


Con su familia, en la misma examina fotos, parece reconocer lugares a los
que se acerca sin pedir ayuda, es la casa en que tantas veces estuvo con sus
padres cuando era chiquita. Esa noche duerme tranquila.

La lucha judicial ahora reaparece ante el pedido de visitas de los


apropiadores a los que la familia se opone porque se pudo probar que el
apropiador perteneció a las fuerzas de seguridad, formando parte de una
repartición en donde funcionó un centro clandestino de detención.

La justicia, a pesar de la negativa de la niña, la obliga a una entrevis-


ta, en donde le plantea a los apropiadores porque le mintieron y donde
están sus padres. Ellos continúan diciendo que son los padres sanguí-
neos. (Cabe aclarar que siempre se negaron a exámenes para probar di-
cha consanguinidad).

Con posterioridad la Cámara Federal, aceptando el daño psíquico a que


se la exponía, no vuelve a otorgar visitas. Los apropiadores son condenados
a cumplir cárcel, no eximible para el hombre, pero ambas penas nunca fue-
ron ejecutadas, quedando en suspenso.

A pesar de la restitución, recién en marzo de 1988 se le entregan los


documentos con su nombre y apellidos legítimos.

Una niña es secuestrada, desaparece con sus padres. En un mismo acto


de apropiación la hacen desaparecer de un linaje y sistema de parentesco
para hacerla aparecer, pero perteneciente a otro, le cambian los años, el
apellido, simulan un parto, falsifican partida de nacimiento, pero ella logra
retener su nombre.

Se la somete a una situación en donde lo familiar se vuelve extraño y lo


extraño familiar, que nos recuerda lo trabajado por Freud en Lo Siniestro.

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Se la fuerza a borrar toda huella de su origen, despojándola de sus pa-
dres. Se la obliga a cortar con su historia, su pasado, los ideales familiares,
con sus referencias témporo-espaciales, con un proyecto identificatorio.

En el acto de apropiación es violentamente incluida en un sistema de


parentesco a través de una filiación narcisista que desconoce y reniega de la
filiación instituida por los padres de origen.

Esta filiación narcisista la podemos considerar engendrada por la cabe-


za amparada en el terrorismo de estado, y que aparece como prolongación
del propio narcisismo de los apropiadores y en el que el triunfo sobre los
padres de origen debe perpetuarse más allá de su desaparición. Aquí imperan
mecanismos de renegación de alto riesgo psíquico, porque siendo ellos mis-
mos los autores del hecho ilícito, se manejan «como si» nada hubiese suce-
dido, impregnando la crianza de la niña.

Se produce así un hecho traumático pues la cantidad de excitación pro-


ducida rompe el aparato protector de estímulos, impidiéndose la elaboración
de lo sucedido, debiendo apelar a mecanismos de defensa primitivos que le
permitan la supervivencia.

Este peligroso lugar de falsificación crea una situación perversa porque


se pervierte la función, pues ahí donde debe existir un mito de los orígenes
desde donde construir un lugar para vivir, hay silencio, que puede generar un
vacío de sentido que conduzca a la producción de enunciados delirantes, en
ésta o en próximas generaciones, que cubra esa ausencia de significación.

Gracias a esta Creación delirante el yo se preservaría un acceso al campo de


las significaciones para funcionar con una aparente y frágil normalidad.

La niña, en esta situación, corre el riesgo de funcionar como objeto


fetiche para sus apropiadores, que la podían atender en lo relacionado
con sus necesidades corporales. Pero su deseo, placeres, actividades y
su sexo, no son referidos a su relación con sus padres de origen (filia-
ción instituida), con su historia y con su futuro y esto puede ser vivido
como si su único valor, en tanto niña, fuese orgánico, interpretando
para sobrevivir, el rol que se le asigna como de un objeto con el costo
psíquico que implica.

En esta niña hay un punto de resistencia a la apropiación de su subjetivi-


dad, su nombre. Éste tiene primordial importancia pues asegura su conexión
narcisista y contribuye a la articulación entre lo real del cuerpo y el cuerpo
simbólico. El nombre es el primer fonema en relación a la vida, es el que la
sostiene y es el significante de la relación con sus padres, en especial la
madre y que luego será retomado por todos en la sociedad.

Ubicada la niña se logra la restitución que podemos pensarla como un


«regreso a la vida», en tanto la saca de una situación ominosa, produciendo
un reordenamiento simbólico que le permitirá elaborar lo vivido. Este corte,
a la manera de una castración simbolígena, la reconecta con sus orígenes y

108
con aquellos, sus padres, aun en su ausencia, que la habían anticipado
imaginariamente antes de nacer y le habían dado un lugar simbólico de hija,
resultado de un deseo en relación a una historia y a un sistema de parentesco.
A partir de ahí, en conexión temporal y causal con su historia, podrá repen-
sar su lugar.

La niña llora a gritos cuando su abuela nombra el nombre con que llama-
ba a su padre, momento de develamiento para el psiquismo que provoca
horror al conectarla con un sonido «olvidado» que la devuelve a imágenes
que parecían ignoradas por ella.

La apelación al nombre del padre funciona conectándola con su filiación


de origen, devolviéndola a una legalidad en la que el deseo no puede reali-
zarse sin ley. Conozco a la niña en los últimos meses del año 85, momento
en que la abuela materna se plantea la posibilidad de solicitar tratamiento
para su nieta. Ella se adelanta y le pide a un familiar muy cercano que me
conocía si yo podría hacerme cargo de su terapia.

A las primeras entrevistas concurren la niña y su abuela. Permanecía


casi en silencio y expectante, dejando que hablara su abuela, pero observan-
do muy atentamente. Tenía a su disposición juguetes y elementos para granear
y modelar.

En la segunda entrevista toma plastilina y comienza a extenderla sobre


una hoja hasta cubrir una parte de la superficie pero la deja inconclusa.

Propongo abrir un espacio y un tiempo para evaluar si era posible iniciar


un trabajo analítico juntas, por lo tanto vamos arreglando los horarios por vez.

Para la tercera entrevista propongo un horario al que su abuela no puede


concurrir, la niña pide que otro la acompañe pues quiere venir.

Debo aclarar que para su seguridad personal se trasladaba en auto con


custodia policial armada, que la cuidaba las 24 horas, por orden judicial,
dado las amenazas del apropiador al hacerse efectiva la restitución. La cus-
todia se mantuvo hasta la obtención de sus documentos legales.

A partir de ese momento entra sola al consultorio, con el tiempo se


ocupa del pago de los honorarios y se las arregla para que yo tuviese el
menor contacto posible con su familia.

Propone juegos, dramatizaciones, dibujos, trae a sus muñecas, unas


barbies con su ropita. Al tiempo observo que se traslada con toda la ropita y
cosas de sus muñecas, a la manera de la hormiguita viajera, siempre con su
equipaje a cuestas.

Comienzan a aparecer otros aspectos que llaman mi atención: está ab-


solutamente pendiente de mí, de mi aspecto, de mis gestos, de los objetos del
consultorio, podría registrar hasta el mínimo cambio o cada uno de los obje-

109
tos nuevos, haciendo preguntas sobre ellos. También registraba olores y so-
nidos ínfimos, parecía que nada escapaba a su percepción.

En una sesión usa un marcador nuevo con punta fina, ese mismo mar-
cador otra paciente lo rompe y yo lo repongo. A la sesión siguiente ella lo
usa y comenta: «¿Compraste uno nuevo no?».

En otra ocasión, un par de horas antes de atenderla tengo una entrevista con
el papá de otro paciente que es dentista: en su sesión, al entrar dice: «que olor a
dentista, ¿vino uno no?». Ninguno de mis pacientes anteriores lo había notado.

En transferencia hay un trabajo de recuperación de las vivencias senso-


riales a través de lo olfativo, visual, auditivo que parecen reconectarla con
sus representaciones más arcaicas, que quizá fueron a las que tuvo que
aterrarse para sobrevivir y no perder sus representaciones del bebé que fue,
cuando al sacarle los dos años de vida, la llevan a desmentir lo relacional
vivido hasta ese momento.

Luego de unas vacaciones de verano habíamos combinado el día para


reiniciar las sesiones, que era a mitad de semana. Pero el día lunes me llama
por teléfono a mi casa y con voz temblorosa dice que fue al consultorio y yo
no estaba, le recuerdo lo que habiamos arreglado, pero no puede escuchar-
me: sigue reclamando y llorando repetía, si yo fui, ¿por qué vos no estabas?

Al retomar en sesión la pregunta que le provoca angustia, ¿por qué no


estabas? recuerda que en sus vacaciones, que transcurren en el país de su
secuestro, al entrar a un parque con una amiga y acompañadas por las abue-
las de ambas, comienza a hablar como un bebé. Era el parque donde fue
secuestrada cuando paseaba con su madre.

La angustia de la pregunta que la conecta con el recuerdo de lo vivido


permitió abrir nuevas vías de significación para el sufrimiento padecido, que
así pudo ponerse en historias trabajo psíquico necesario, ya que el yo no
puede pensarse desposeído de la historia que vivió.

Durante muchas sesiones dibujaba su inicial de distintas formas y pers-


pectivas. La primera letra del apellido coincidía con la de su apropiados.
Luego de muchas pruebas, cambios y tachaduras, surge su nombre y apelli-
dos una y otra vez. Coincide con la entrega de su documento de identidad
legítimo, momento largamente deseado por ella y también con el pedido de
dejar en suspenso el tratamiento; así lo convinimos. Al despedirse me pide
mi tarjeta por si necesita llamarme.

Un día llama muy angustiada. Quiere verme. En la entrevista relata que


hace unos días, al salir de su casa, se encuentra con el apropiador que la
estaba esperando y la llamaba, queda muy sorprendida entre el miedo y la
rabia, le da la espalda y se va, pero antes le saca la lengua en gesto enojado.

Pide ver al Juez rogándole que haga algo para que no la molesten. El Juez
le dice que con estos hechos se va a tener que enfrentar porque así es la vida.

110
Está más enojada con el Juez, porque no hace nada para protegerla, y
más tranquila con ella misma porque al alejarse pudo sacarle la lengua, «no
se me ocurrió otra cosa».

Para esa época ya empieza a manejarse sola y piensa diversas formas


para arreglarse, llevaba fichas de teléfono, la llave de su casa colgada del
cuello para no olvidársela y se sabía de memoria números de teléfonos y
direcciones de familiares y amigos.

En el año 90 vuelve y solicita retomar el tratamiento, otras cuestiones la


traen, casi con catorce años, ya iniciado el colegio secundario, sus preocu-
paciones estaban ligadas a su despliegue social, a las preguntas sobre sexua-
lidad, su reacomodación familiar, su relación con su abuela. También aso-
man nuevas preguntas, aparecen sueños, recuerdos. El arduo trabajo de due-
lo sobre sus padres desaparecidos continúa.

Luego de un año y medio nuevamente un impasse; pide dejar por un


tiempo. Dice que si se pelea mucho con su abuela quizá vuelva más rápido.
Su mira esta puesta en el grupo de pares y a la búsqueda de nuevos intereses.

Nos volvemos a ver en el Seminario Internacional sobre Identidad. Fi-


liación. Restitución, organizado por Abuelas de Plaza de Mayo, a principios
de ese año. Se acerca a saludarme y me cuenta que me había traído un
regalo que compró en sus vacaciones y que siempre quería llamarme para
llevármelo. Sus vacaciones fueron nuevamente en el país del secuestro.

Al día siguiente me cuenta preocupada que se lo olvidó en su casa. y que


cuando lo compró lo envolvió varias veces para que no se estropeara, que
iba a traerlo por la tarde, si se acordaba.

Ese día yo coordinaba la asamblea de cierre, ella se acerca a la mesa


entre medio de toda la gente y me entrega el regalo, es un paquetito
envuelto muy cuidadosamente, que conservó en mis manos hasta la ter-
minación del acto. Era una cajita, yo no sabía dónde ponerla porque
ningún lugar me ofrecía garantía suficiente para su preservación, así la
cajita continuaba cuidadosamente guardada a la espera de un lugar visible
a la mirada, pero seguro.

Luego cuando pude ubicarla, pude pensar. Creo que la cajita entregada
en público, en su valor metafórico, articula un recorrido que iniciado en el
grito lanzado para retener su nombre, retomado en el llanto al reconocer el
nombre de su padre, culmina en la pregunta angustiosa del por qué no estás.
Objeto traído del país del secuestro a mis manos para que no se pierda y le
encuentre lugar, que le permite a ella echarse a volar por nuevos rumbos sin
temer una ausencia sin significación.

La cajita tiene en su tapa grabada la paloma de la paz.

111
Bibliografía

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sobre Psicosis. Ed. Letra Viva, Buenos Aires, 1975.

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Buenos Aires, 1977.

------- El aprendiz de historiador y el maestro brujo.


Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1986.

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para Graduados. Revista No 14. Buenos Aires, 1987.

------- Nacimiento de un cuerpo. Origen de una historia. Cuerpo.


Historia e Interpretación. Ed. Paidós, Buenos Aires, 1991.

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1987.

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------- Fetichismo. Tomo XXI.

------- Mas allá del Principio del Placer. Tomo XVIII.

------- La escisión del yo en el proceso defensivo. Tomo XXIII.

Ed. Amorrortu, Buenos Aires.

Herrera, Matilde; Tenembaum, Ernesto Identidad. Despojo y Restitu-


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Lo Giúdice, Alicia Informes psicológicos a Juez Federal y a la Cámara


Federal del año 1985 al año 1988.

Nosiglia, Julio Botín de Guerra. Ed Cooperativa Tierra Fértil, Buenos


Aires, 1985.

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sis. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1991.

Ulloa, Femando La ética del analista frente a lo siniestro.

Winnicott, Donald Realidad y juego. Ed. Granica, España, 1981.

Asoc. Abuelas de Plaza de Mayo Discursos de Apertura del Seminario


Sobre Identidad y Restitución. Buenos Aires, 1988.

112
CAPITULO IV

Algunas consideraciones acerca


del informe de los mellizos Reggiardo-Tolosa

por Alicia Lo Giúdice


Septiembre de 1991

La primera cuestión a considerar es que para hacer la evaluación se


cita al matrimonio Miara-Castillo y a los mellizos, ignorando a la familia de
origen (dado que no los abandonaron), planteando así una toma de posición.
Deberíamos planteamos que un psicoanalista no trabaja con recolección de
datos sino con la historia libidinal e identificatoria y aquello que hizo posible
que dicha historia funcione así y que nos permite ubicar el lugar que un niño
ocupa en una familia.

Dicho lugar para el psicoanálisis es en función del deseo inconsciente


parental, así cabe preguntarse no sólo si hubo deseo inconsciente en los
padres para que el niño nazca sino para qué fue deseado.

La cuestión siguiente y primordial sería cómo entender la situación de los


niños, que según el informe «nacieron en oscuras circunstancias» y que «desde
muy temprano quedaron con los Miara-Castillo» a los que consideran
«adoptantes» así como en los niños «adoptados» (el subrayado es de la autora).

Si pensamos en consideraciones éticas no podemos dejar de ubicar las


«oscuras circunstancias» en que los hechos sucedieron.

A partir del golpe de estado de marzo de 1976 se instala en nuestro país


la dictadura militar que implanta un método de persecución conocido como
«terrorismo de estado» y que produce «la desaparición forzada de perso-
nas» en forma sistemática y programada, llevada a cabo por grupos específi-
cos, hecho inédito en el país.

La «desaparición forzada de personas» puede considerarse como verda-


dera catástrofe social que instala el horror de lo siniestro como modo de vida
y que produce daño psíquico no sólo a los afectados directos sino a la sociedad
misma, pues el sistema social legal deja de tener vigencia y produce una
ruptura del «contrato narcisista» que sostiene el tejido social. Sobre el se-
cuestro pesa un ominoso silencio y se desconoce su lugar de detención y

113
causas y condiciones del desaparecido así como del secuestrador, con el
agravante de no funcionar ninguna acusación para el hecho.

La violencia social vivida como estado de amenaza produce un efecto


traumático pues no puede ser elaborada dado que no se dan explicaciones
acerca de los hechos o explicaciones falseadas que producen un ataque al
pensamiento que lleva al uso de mecanismos de defensa psíquicos como
negación, renegación o desmentida que pueden provocar efecto psicotizante.

El mismo puede aparecer en esta generación o en las siguientes porque


se le niega un psiquismo la posibilidad de elaboración de una realidad traumática
y por la dificultad en la elaboración del duelo.

Los familiares de las víctimas vivieron pendiente de rumores sin posibi-


lidad de reconstruir imaginariamente los hechos, por tanto no podían aceptar
la muerte y se les impidió cumplir con los rituales funerarios compartido por
la sociedad que a nivel psíquico, permite una reordenación de cargas de
amor, odio y culpa hacia el objeto perdido.

Como vivieron en la incertidumbre, la persona desaparecida, puede ad-


quirir una representación fantasmática con vivencias ligadas al campo de lo
siniestro y, en lo psíquico, los familiares deben portar un muerto sin sepultura.

Asimismo, al no tener respuesta social puede producirse una detención


del proceso de duelo normal o un procesamiento en falso.

Para más datos sobre los hechos consultar Nunca Más, CONADEP,
año 1984, incluyendo el prólogo de Ernesto Sábato y en relación a lo psico-
lógico «violencia de Estado y Psicoanálisis» compilación de Janina Puget -
Rene Kaes, Centro Editor de América Latina, año 1991. Como pudo sa-
berse con posterioridad dichas desapariciones podían incluir toda una fa-
milia y generó un hecho aún más siniestro que fue la desaparición y apro-
piación de menores de edad que fueran secuestrados con sus padres y el
nacimiento de niños con madres en cautiverio, en ambos casos fueron
arrancados de los brazos de sus madres y dados para su crianza a perso-
nas en su mayoría, ligadas a la represión ilegal.

Dichos niños, los secuestrados-desaparecidos y los nacidos en cautive-


rio, resultaron ser verdadero «botín de guerra» y sobre los que se ejerció
violencia física y psíquica.

- Separación abrupta de sus padres, dado que no fueron abandonados


sino robados.

- Ocultamiento de identidad, incluyendo cambio de nombres y apelli-


dos, simulacro de parto, falsificación de partida de nacimiento, adopción
aparentemente legales, niños que aparecían como NN y padres falsos.

- Niños asesinados en el rapto.

114
- Niños asesinados en el vientre materno.

- Tortura a mujeres embarazadas.

- Cuidadosa tarea de borrar toda ligazón con su origen.

Los familiares al tomar noticia de lo sucedido inician la búsqueda de sus


hijos y nietos, se crea así la asociación «Abuelas de Plaza de Mayo» que
plantean que para sus nietos desaparecidos es vital retomar con sus familia-
res de origen, planteando la «restitución» como un «regreso a la vida» dada
la metodología empleada en el secuestro y porque con los apropiadores los
niños crecen prisioneros de los responsables o cómplices de la desaparición
y/o asesinato de sus padres.

Mantener en esta situación a los niños, significa negar el verdadero ori-


gen del sufrimiento, padecido en el acto mismo de la apropiación ilegítima
que incluye la desaparición de los padres y del niño. Dicha apropiación ilegí-
tima se logra hacer y mantener a costa de montar una mentira acerca de los
orígenes del niño, en el que se utilizan, a nivel psíquico, mecanismos relegatorios
altamente perjudiciales para el psiquismo en vías de constitución.

En el caso que nos ocupa es el de los mellizos Reggiardo-Tolosa, hijos


de María Rosa Tolosa y Juan Enrique Reggiardo, ambos detenidos-desapa-
recidos a principios del año 1977, María Rosa estaba con un embarazo avan-
zado y según se supo por testimonios fue trasladada a la cárcel de Olmos en
donde dio a luz a sus hijos en abril de 1977.

Estos niños, que en un principio se creía eran hijos del matrimonio Ross-
Rossetti, estaban en poder del Sub-comisario de la Policía Federal Samuel
Miara y de su esposa Beatriz Castillo. Ubicados los niños y ordenadas las
pruebas hematológicas para comprobar su filiación, el matrimonio Miara
Castillo se fuga del país antes que éstas puedan realizarse.

Con posterioridad pudo saberse que se hallaban en Asunción del Para-


guay y luego de arduos trámites se logra la extradición en marzo de 1983 y
una vez realizadas las pruebas de histocompatibilidad genética se descubre
que los niños pertenecían a la familia Reggiardo-Tolosa que los seguía bus-
cando, pero por decisión judicial siguen quedando en poder del matrimonio
apropiador Miara-Castillo.

Los niños recién saben que no son hijos sanguíneos a los 11 años y a
pesar de la situación que dio origen a la tenencia se habla de «adopción».

El matrimonio Miara-Castillo en febrero del mismo año en que nacie-


ron los mellizos, 1977, habían perdido una niña que nace muerta, estos
niños apropiados vienen así a ocupar, para esta pareja, el lugar de objeto
que obtura el agujero psíquico dejado por la no elaboración del duelo por
el hijo de sangre muerto y con el agravante de ser un triunfo sobre los
padres desaparecidos, pues apropiarse de un niño en esas condiciones es
hacer desaparecer el linaje y hacerlo aparecer como perteneciente a otra

115
familia, la apropiadora, que en el mismo acto lo vuelve a hacer desapare-
cer como a sus progenitores que no los abandonaron y que no deseaban
renunciar a su maternidad y a su paternidad sino que fueron sometidos a
perder a sus hijos así también su propia vida con el agravante que no hay
figura legal para esta situación (ni para los padres ni para los niños).
Cuando hablamos de adopción suponemos que hay una pareja de padres
que engendran un hijo pero que renuncian a inscribirlo en el sistema de
parentesco, no pueden inscribirlo en su linaje, no pudiendo construir un
proyecto identificatorio para el recién nacido, múltiples pueden ser las
causas pero lo importante es la renuncia al acto de filiación; hay reco-
nocimiento que una nueva vida ha nacido pero no puede ser inscripta
como perteneciente a este apellido, a esta familia, y así es cedido para su
crianza a otros.

Estos «otros» los adoptantes, en su mayoría, por la imposibilidad bioló-


gica de engendrar un hijo y con el reconocimiento que este limite supone al
narcisismo, pueden armar un proyecto identificatorio para el niño que reci-
ben, sustentado en el deseo de hijo unido al deseo de maternidad y de pater-
nidad pudiendo así inscribirlo en su linaje.

En el caso de los Mellizos Reggiardo-Tolosa no hubo padres que negaran


una inscripción sus hijos en el sistema de parentesco sino que fueron arreba-
tados, impidiendo los ritos que acompañan al nacimiento a que son la intro-
ducción del niño en el sistema social.

El corte produce una verdadera mutilación en lo psíquico porque no


puede ser elaborado ni por los padres ni por los niños, que con un aparato
psíquico en vías de constitución inscribe lo acontecido y debe apelar a me-
canismos psíquicos muy primitivos que le permitan la supervivencia.

El matrimonio Miara-Castillo produce un acto delictivo robando los ni-


ños y manteniéndolos secuestrados, inscribiéndolos como propios con falsi-
ficación de partidas de nacimiento y otorgándoles un nombre y apellido pro-
pios duplicando la apropiación y por supuesto ocultándoles la verdad, que si
fuera dicha pondría en evidencia el delito cometido.

En el informe se sostiene la importancia de la palabra (agregaría en


tanto discurso) en la constitución subjetiva, cómo sostenerlo cuando se trata
de una palabra y letra falsa pues sirvió para mantener una mentira acerca del
origen de esta «paternidad y maternidad».

Lacan plantea que el inconsciente mismo está construido como un len-


guaje, pero aquí nos preguntamos en qué lenguaje está fundada, si ésta debe
estar sostenida en las leyes que imperan un sistema social legal y que debe
tener vigencia para todos, entonces cómo desconocer las circunstancias en
que sucedieron los hechos? Este matrimonio con la apropiación produce
una filiación narcisista ahí donde debió funcionar una filiación instituida
por los padres de origen.

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Esta filiación narcisista la podemos considerar como engendrada por la
cabeza y aparece como prolongación de su propio narcisismo y en el que el
triunfo sobre los padres de origen debe perpetuarse más allá de la desapari-
ción; aquí imperan mecanismos de renegación de alto riesgo porque cono-
ciendo los hechos se manejan «como si» nada hubiera sucedido e impregnan
la crianza de los niños.

Un niño al nacer, por su desvalimiento, necesita del otro Primordial para


poder vivir el primer otro que encama ese lugar es la madre, sostenida en su
función por la función paterna y así le darán como primera cesión libidinal
un «cuerpo imaginario» aun antes del nacimiento, que es la posibilidad de
pensar al niño unificado y sexuado. A partir del nacimiento son estas mismas
funciones parentales las garantes y el apoyo para que el niño pueda consti-
tuirse como sujeto (en el sentido psicoanalítico del término).

En los padres hay deseo de maternidad y de paternidad cuando engen-


dra un hijo pero principalmente debe existir un deseo de hijo, que es sostén y
garantía para el deseo de vida en el niño, así éste podra construir una escena
originaria desde donde pensar la causa de su origen que implica preguntarse
acerca del yo y del mundo, y necesita que le afirmen que en el origen de la
vida hubo placer en el engendramiento y reconocimiento de la singularidad
de su nacimiento, éstos son causas que le dan sentido a su existencia.

Si un niño es robado, ocultado y negada su historia y su origen, como


podrá fantasear la escena, si para los que los retienen no existió y sólo
ejercen sus funciones parentales a través de la apropiación. Este peligroso
lugar de falsificación crea una situación perversa porque se pervierte la fun-
ción, pues allí donde debió existir un mito de los orígenes desde donde cons-
truirse un «lugar para vivir» hay silencio, que puede generar un vacío de
sentido que conduzca a la producción de enunciados delirantes, en ésta o en
próximas generaciones, que cubran esa ausencia de significación.

Gracias a esta creación delirante el yo se preservaría un acceso al campo


de los significaciones para funcionar con una aparente y frágil normalidad.

En el informe se plantea que los niños no manifiestan ningún tipo de


voluntad o deseo de realizar tratamiento psicológico.

En psicoanálisis si hablamos de voluntad y deseo consciente nos queda-


mos con lo manifiesto sin tomar en cuenta que el deseo inconsciente (en el
sentido freudiano) no siempre coincide con lo expresado en el discurso lógi-
co sino en su quiebra en que aparecerá algo de lo inconsciente en forma de
sueños, síntomas, actos fallidos y chistes.

El lugar del analista es ofrecer un espacio y operan un modo de interven-


ción para que algo de lo inconsciente emerja para poder emprender un traba-
jo psicoanalítico.

Por otra parte es llamativo que los niños no ponen en duda la relación
con los que llaman «sus padres» y no cuestionan la forma de adopción,

117
cuando en realidad no la hubo y se trata de una apropiación ilegítima (se-
cuestro) dado que nacieron en el cautiverio de su madre y que incluye la
desaparición de ambos padres, hecho aun sin aclaración jurídica.

Si tomamos en cuenta la edad de los menores nos encontramos que


inicien un período puberal y que a nivel psíquico corresponde al segundo
momento de la constitución de la sexualidad y debe dar paso al hallazgo de
objeto fuera de la familia para lograr el acceso a la exigencia y cumplir con la
ley de prohibición de incesto. Es un momento de cuestionamiento de los
valores familiares, de confrontación con los padres, hay duda y peleas y
donde el adulto debe ofrecerse para confrontar con el adolescente y así
ayudarlo para que pueda atravesar esta crisis necesaria.

Cómo hacerlo en este caso si en el origen hubo ocultamiento de identi-


dad, que recién se pone de manifiesto a los 11 años. Si vivieron en un clima
de mentiras no pueden preguntar porque las respuestas que obtendrán se-
rán nuevas mentiras. Estos niños se han visto enfrentados a portadores de
certezas que no permitían preguntas ni dudas, que pueden provocar inhibi-
ción en la pulsión de saber y producción de ideas delirantes porque la fórmu-
la dispuesta por el adulto que los apropió es «prohibido pensar lo prohibido»
más cercano a la enunciación psicótica en donde el adulto posee las certezas
negándole al niño la posibilidad de autonomía del pensamiento, reclamándo-
les una identidad con su pensar que obtura la posibilidad misma del pensa-
miento propio.

Es así que estos niños, los mellizos Reggiardo-Tolosa prefieren hablar de


deportes, campamentos, estudios que si bien son actitudes propias que des-
piertan su interés, pero que aparecen disociada de su situación actual y
quedan adheridas al «discurso oficial» de sus apropiadores.

En la posibilidad de desarrollar la pulsión de saber está incluida Imposi-


bilidad de historiarse para ello el yo, debe tener derecho a su propia ver-
sión y no a tener una versión impuesta por los otros, es necesario que el yo,
renuncie a creer que otros (en principio los padres) pueden garantizarles
siempre la verdad de lo dicho.

Pero esta renuncia siempre parcial, debe tener puntos de certeza, preci-
pitados identificatorios, que le permitirán sostenerse, admitir su ignorancia y
posibilitar el saber. Este deseo de saber llevará a preguntarse por la muerte
que puede ser rechazada pero que finalmente deberá ser aceptada.

En el caso de niños desaparecidos la pulsión de saber está interceptada


ya que no tienen derecho a su versión de la historia y los puntos de certeza
que les otorgan los apropiadores conllevan la falsedad, pudiendo producir
estados regresivos e inhibiciones graves.

En la situación perversa en que viven corren el riesgo de funcionar como


objeto fetiche para sus apropiadores que lo pueden atender en lo relacionado
con sus necesidades corporales, pero su deseo, placeres, actividades y su
sexo, no son referencia a su relación con sus padres de origen (filiación

118
instituida), con su historia y su futuro y esto puede ser vivido como si su único
valor, en tanto niño, fuese orgánico, interpretando el rol que se le asigna como
de un objeto, con el consiguiente riesgo psíquico (filiación narcisista).

En la descripción que hacen de los niños se insiste en que están bien y


quieren seguir así y por otro lado se habla de inhibiciones y características de
personalidad en donde los conflictos aparecen acallados, lo que lleva a pen-
sar en una personalidad sobreadaptada (inclusive por el lenguaje empleado
por Matías) con el riesgo de construcción de un falso sí mismo (falso alf) que
se caracteriza por una fragilidad yoica.

Este niño habla de temas varios pero no puede incluir su situación y sólo se
queja por las entrevistas a que fue sometido y no por el sometimiento en que
vivió siempre. Si lo hiciera, ¿cómo sostener el vínculo con los que llama «sus
padres»? Mover cuestiones al respecto sin producir la restitución a su familia
de origen es una situación altamente riesgosa pues los enfrenta a lo ominoso
pero sin darles posibilidad de salida, única solución para poder efectuar un
reordenamiento que posibilite la elaboración de lo «vivido efectivamente».

Aquí no se trata, como sostienen en el informe de la entrega a sus


parientes consanguíneos o dejarlos perpetuar el vínculo con los Miara-Casti-
llo se trata de la restitución a su familia de origen.

Como un verdadero acto jurídico y psíquico de ordenamiento simbóli-


co, que siendo justo y ético debe incluir para que cobre real sentido devolver
sus nombres y apellidos, pues tiene primordial importancia pues asegura su
coexión narcisista y contribuye a la articulación entre lo real del cuerpo y el
cuerpo simbólico.

El nombre es, además, el primer fonema en relación en la vida, es el que


la sostiene y es el significante de la relación sus padres, en especial la madre
y que luego será retomado por todos en la sociedad. Devolverles el nombre
y apellido les permitirá reconectarse con sus orígenes y con aquellos, su
padres aun en su ausencia, que los habían anticipado imaginariamente antes
de nacer y les habían dado un lugar simbólico de hijos, resultado de un deseo
en relación con su historia y a un sistema de parentesco desde donde cons-
truir un sí mismo. A partir de ahí, en conexión temporal y causal son su
historia, podrían repensar su lugar.

Socialmente, muchas veces, se apela al silencio y al olvido para no en-


frentarse con los hechos tan dolorosos y difícil de procesar a nivel psíquico,
pero sabemos, como sostenía Freud, que aquello traumático no elabora-
do retoma como compulsión a la repetición de la mano de tánatos (pulsión
de muerte).

Cabe a la justicia un acto en defensa de estos niños: restituirlos a la


familia de origen, que produce un reordenamiento simbólico, algo que no
pudo hacerse en el momento del hecho. Es deber de quien cumple la fun-
ción pública reparar el daño ocasionado, si no lo hiciese se vería comprome-
tido en perpetuar un vínculo con años de «supuesto amor» que fue ejercido

119
en situación de sometimiento y de apropiación ilegítima que produce graves
daños psíquico a los niños.

CAPITULO V

La manipulación de la memoria
por los medios de comunicación en el caso
de los mellizos Reggiardo-Tolosa

por Alicia Lo Giúdice


Mesa Redonda, agosto 1994

Los mellizos Reggiardo Tolosa aparecieron en los medios de comuni-


cación pidiendo, ¿qué piden?, piden ser escuchados, que la opinión públi-
ca se sensibilice con su problema, más aún que la opinión pública adhiera
a su posición.

En lo manifiesto piden que no los separen de los Miara, sus apropiadores


desde el momento en que nacieron en el cautiverio de su madre, cautiva en
condiciones de desaparecida. Piden que no recordemos, que olvidemos que
su vínculo con los Miara está sostenido sobre por lo menos cinco personas
desaparecidas, cinco cadáveres, cinco cadáveres desaparecidos, cinco cuer-
pos sin sepultura: su madre, su padre, su abuela paterna, la partera que
asistió al nacimiento y avisó a la familia, el esposo de la partera, también de
su tío materno asesinado. Nos piden que olvidemos la catástrofe social que
produjo el terrorismo de estado y su método de desaparición forzada de
personas y de la apropiación de menores de edad. Lo dicen claramente «noso-
tros la guerra sucia no la vivimos en carne propia», es decir, los argentinos no
vivimos en carne propia el terrorismo de estado. Entonces, ¿de qué son vícti-
mas los mellizos?, de la locura de una institución, Abuelas de Plaza de Mayo,
de una familia que clama por el valor del vínculo sanguíneo porque dice que no
hubo abandono? que exige el derecho a la identidad y pide la restitución?

Curiosa y paradójica situación: nos piden que olvidemos en un programa


de Televisión que se llama «Memoria», se hace público un hecho privado o
es un hecho público que quiso mantenerse tan en lo privado que hasta privó
vínculos, privó vidas, nos quiere privar de la historia.

Los mellizos defienden su relación con los Miara y su discurso, pero en


su hablar, en la tartamudez, en la dicción dificultosa (de ambos) qué nos
muestran? Posiblemente la imposibilidad de una situación en la que deben

120
adherir a un discurso perverso impregnado de certezas, en donde el lugar
para la duda asoma en el trastabillar de su decir.

Habría que pensar que no sólo en el contenido de lo que dicen sino en


cómo lo dicen.

Algunos medios de comunicación proclaman que a chicos de 17 años


hay que escucharlos, no importa el pasado, importa el presente.

No importa el origen del vínculo, importa la crianza.

Curiosamente en estos años de democracia fueron varios los medios


extranjeros que se han ocupado del tema de los menores apropiados, se han
acercado a la Institución Abuelas de Plaza de Mayo, a los chicos restituidos,
a los abogados, a los genetistas, a los psicólogos. Llegados de España, Fran-
cia, Alemania, Bélgica, Finlandia, Noruega, Chile, Brasil, Suecia, Estados
Unidos, Canadá, Venezuela, Inglaterra, han filmado, grabado entrevistas,
escrito artículos, han investigado. Uno de ellos Brook Lerner, periodista de la
revista «News Week» de Estados Unidos hizo un seguimiento sobre el tema
que publicado, en febrero de 1993. Se conecta con los mellizos a los que les
dedica un apartado dentro de la publicación, y también inicia una relación
con ellos, que Beatriz Miara no impide.

En una oportunidad los lleva a ver un documental sobre la caída de la


muralla de Berlín, «los hermanos se abrazan emocionados a la terminación
y durante el regreso a la casa comenta Gonzalo «esto realmente me conmo-
vió, esas personas no tenían idea del mundo al otro lado de esa muralla, sólo
sabían lo que el sistema les decía, y luego, cuando cayó, por fin pudieron ver
que el mundo era mucho más grande». Dice Brook Lerner «Aparentemente
Gonzalo ignora la ironía detrás de sus comentarios, los propios mellizos es-
tán viviendo detrás de una muralla de Berlín en la mente» y los describe así
«los mellizos manifiestan inseguridad en sus movimientos, sus sentimientos
están sin explorar y sus sonrisas aparecen con una demora de siete segundos».

Continúa: «tienen casi 16 años y sin embargo son dóciles y obedientes, y


son tratados como niños frágiles. En el living, Beatriz Miara le peina a Gon-
zalo, le abrocha la camisa y le dice «bebé». «Son como las plantas», dice al
dibujar su argumento para quedarse con los chicos. Si uno intenta
transplantarlos cuando sean grandes, tienen pocas posibilidades de
sobrevivencia».

Luego agregará: «los chicos son tan identificados con nosotros que no
les interesan sus orígenes». Gonzalo está de acuerdo pero tartamudea «me
gustaría saber cuál es mi origen porque sino me quedará siempre una duda».
Más tarde cuando la Señora de Miara explica que por ser apolítica, ella no
ha tenido ninguna influencia sobre la manera de pensar de los chicos, Matías
se muestra en desacuerdo y dice: «Pero mamá, un bebé es como un diskette
virgen esperando para ser grabado». Dirá Brook Lemer «extrañamente los
mellizos dieron en la tecla: funcionan como diskettes acumulando montones

121
de datos y argumentos al mismo tiempo que mantienen las emociones bajo
siete llaves. Pero hay momentos en que se les baja la guardia y hay fisuras.
Matías se equivocó una vez cuando dijo que habían nacido en abril, la Seño-
ra de Miara lo corrigió rápidamente «en mayo, en mayo». Otra vez cuando
están cenando a solas con el periodista, «hablan de la guerra sucia con
palabras que contradicen la ideología de Miara, mostrando que información
independiente ha infiltrado su mundo hermético. «El exterminio no es la
forma legal de reprimir», dice Matías. Minutos después Gonzalo levanta la
vista de su bife y rompe un largo silencio. Dice «la policía debería haber hecho
las cosas de distinta manera. Debería haber llevado un registro de todos los
presos y, una vez terminada la guerra, debería haberlos devuelto a su familia».
Concluye Brook Lemer «es un sentimiento sencillo, pero con implicancias
revolucionarias para los mellizos. Porque es una fisura en la muralla».

Aquí el discurso de los mellizos es distinto al que mostraron por televi-


sión. La prensa de aquí suele ocuparse de estos temas en caso de emergen-
cia. ¿Será por esto que los mellizos ponen en escena algo que sino hubiera
quedado oculto? ¿Se trata de unirlos a los Miara o de poner en debate un
tema siempre diferido cuando no ocultado?

En su decir transparentan lo que se trata de renegar: el robo de niños


durante la dictadura, el tipo de vínculo con los apropiadores, el accionar de
las instituciones, en especial, la judicial.

Por ella:

-fueron sometidos a múltiples evaluaciones psicológicas para probar el


estado de su salud mental, quedando colocados como objetos de estudios y
no con vistas a modificar la situación.

Aquí los profesionales de la salud quedan en complicidad al no negarse a


esa exigencia.

-Se decide la restitución, que entiendo no fue lo suficientemente plani-


ficada, no se consulta con la Institución Abuelas de Plaza de Mayo desesti-
mando la experiencia en este tema, son llevados a una familia sustituía y
rápidamente pasan a la familia de origen sin abrir un espacio que permita
encuentros con vistas a una convivencia.

Recordemos que la familia de origen tiene a su vez una exigencia de


trabajo psíquico para comenzar a convivir con adolescentes, muy deseados
pero poco conocidos.

-A partir de la aparición de los mellizos en los medios y a pesar del


cassette en que Miara los incita a la violencia, se quita la guarda (con su
acuerdo por lo insostenible de la situación) de la familia Tolosa. Se los pasa a
una familia sustituía y deciden otorgar visitas a la familia de origen y a los
apropiadores.

122
Así se legaliza lo que de hecho se hacía, es decir, se legaliza lo ilegal, lo
prohibido, se mantiene la renegación.

Me pregunto qué otras cosas deberán hacer Matías y Gonzalo para no


sostener con su sacrificio el discurso del apropiador y su impunidad, el dis-
curso de las instituciones y su impotencia, el discurso social y su renegación.

Vuelvo al comienzo: ¿qué piden los mellizos cuando piden ser escuchados?

CAPITULO VI

Adopción y restitución de niños.


El papel de los medios

por Eva Giberti


Agosto de 1991

En 1988, la restitución de dos púberes, hijas de desaparecidos, produjo


una conjunción de hechos políticos. Las niñas formaban parte de las criatu-
ras secuestradas durante la dictadura (1976-1983), una de ellas nacida du-
rante el cautiverio de su madre y la otra secuestrada a los 8 meses de edad.
Iniciados los trámites de restitución, una de ellas vive ya con su familia de
origen y otra permanece con quienes la adoptaron recibiendo las visitas de
sus familiares directos. En su parte final, este capítulo reproduce un artículo
que me fue solicitado por la dirección de la revista «Actualidad Psicológica»
acerca de lo que se llamó «el caso Juliana». Dada la época de su publicación,
cercana al escándalo que se había desatado alrededor de este intento de
restitución, preferí escribirlo hablando en general de los problemas que po-
drían suscitarse en el futuro, cuando la restitución apareciese interceptada
por la adopción legalmente obtenida. Pero su texto y su intención se apoyan
en los hechos producidos alrededor de ese episodio. Entendí que se trataba
de un tema que convenía discutir en niveles profesionales y sólo acepté
escribir en una publicación técnica.

La orientación que los medios de comunicación dieron a estos episodios


merece algunas reflexiones, pudiendo diferenciarse a aquellos que intenta-
ron ser mesurados de los que prefirieron no serio. Las historias de ambas
niñas aparecen signadas por el mismo procedimiento protagonizado por sus
padres (o madres): la apelación a los medios intentando modificar la situa-

123
ción legal de la menor. ¿De qué modo? Una vez otorgada la guarda a la
familia de origen, con vista a la restitución, los adoptantes convocan a los
medios con un discurso desafiante para con los familiares de origen, como si
dijeran: «Llamaremos a los medios y ya van a ver!». Una vez investidos los
medios con características superyoicas, la amenaza adquirió efectividad ya
que varios de ellos se ocuparon de descalificar el pedido de restitución, el
trámite a través del cual se puso en marcha, y la decisión de la familia de
origen de rescatar a la niña.

Advertimos que en algunos medios se produjo un mecanismo de inver-


sión en las relaciones con estos niños que fueron secuestrados y distribuidos
ilegalmente en medio del ocultamiento y la desinformación, merced a ambas
estrategias los adoptantes durante años contaron y disfrutaron de una criatu-
ra a la que llamaron hija. En aquella época no hubo medios que pudieran -
o quisieran- alertar acerca de lo que sucedía. Paradojalmente se recurrió a
ellos para que procedieran del modo exactamente inverso denunciando lo
que estimaron una injusticia y sensibilizando a la comunidad respecto a la
misma, pero omitiendo narrarle a esa comunidad la historia inicial de ambas
niñas. Datos que recordó un sector de los medios de información.

El obligado silencio de los medios acerca de los desaparecidos durante


el período mencionado protegió las maniobras de las familias que adoptaban
fraguando la identidad de estos niños, haciéndolos aparecer como abandona-
dos. De modo que, por ausencia o por exacerbación, los medios siempre
estuvieron posesionados respecto de ellos, lo cual establece una diferencia
sustantiva con las adopciones en general.

La toma de posición acerca de lo que «debería» hacerse con los hijos


de desaparecidos frente a las demandas de sus familiares de origen multi-
plica y modifica el espacio superyoico de los medios, que entran en sintonía
con el imperativo categórico que deslinda «lo que está bien» de «lo que
está mal». Una de las posiciones afirma que el niño debe permanecer con
la familia que lo criara, a la cual «pertenece», omitiendo reconocer el deli-
to de origen o mencionándolo como algo reprimido. De este modo se pro-
duce una deformación del imperativo categórico puesto que se convierte
en denuncia la separación de estos niños respecto de sus adoptantes (hecho
legal), cuando la denuncia primordial debe sustentarse en el secuestro de la
criatura que a su vez era parte de otro secuestro, delito sobre delito. Se
genera así un singular imperativo categórico que desconoce las normas
consensuales referentes a la justicia, prefiriendo apelar al derecho «de lo que
ya es» o el «siempre fue así» respecto de mantener a los niños con quienes
lo criaron. Ambas son expresiones constituyentes del imaginario social y
cuenta con la fuerza que mitos y creencias le conceden potenciados y ampa-
rados por una evidencia indiscutible: la confusión y el desconcierto que
deberá padecer la niña en el momento de dicha separación si no ha sido
preparada previamente.

Añadimos a ello el modo en el que se construye la realidad exterior a


partir de las propias percepciones: esa niña a la que se percibe, se ve y
escucha, aparece como «la hija de quienes la criaron» y aparentemente un

124
sector de la comunidad no logra investirla como víctima, como hija robada
de una mujer que no deseaba desprenderse de ella y a la que le fue arranca-
da en la tortura y la clandestinidad. Por lo tanto dispone de los derechos de
las víctimas. Éste sería el mecanismo lógico de pensamiento: si se la mirase
como víctima se defenderían sus derechos a la restitución (regidos por la
prudencia en lo que se refiere a la forma en que serían separados de los
adoptantes). Pero no sucede de este modo.

Estos niños son reconocidos como víctimas pero insertándolos en la


categoría de víctimas sacrificables que los diferencia de las víctimas de un
accidente de tránsito, por ejemplo, y que produce otras reacciones. Se reco-
noce a estos niños formando parte de un proceso histórico en el cual sus
padres fueron descalificados desde diversos ángulos y cuya desaparición
constituye un hecho ilegal comprometedor para quienes fueron responsa-
bles del hecho y para quienes pretenden olvidarlo. Por lo tanto, estos niños
arrastrarían un doble déficit: el que se podría atribuir a sus padres (lo cual
abre el inmenso capítulo respecto de quiénes fueron los desaparecidos), y el
que corresponde a recordar la dictadura. Lo cual, desde un análisis de la
estructuración de los mitos los convierte en víctimas propiciatorias ya que
«tienen algo raro y diferente», condición específica para la creación de tal
categoría. En una sociedad con severas dificultades para organizarse y
estabilizarse, la creación de víctimas relacionadas con hechos políticos po-
dría ser un efecto de la destrucción de tejidos de solidaridad en tanto soporte
social, incluirse entre las variables pertinentes. Proponerlos como víctimas
sería el resultado de mantenerlos en manos de quienes los adoptaron
ilegítimamente o ilegalmente; victimización que reforzaría la victimización
original, su secuestro.

Es un mecanismo que no respondería a las lógicas proteccionales hacia


las víctimas sino a la estructuración de mitos que reclaman la existencia de
chivos expiatorios. Mantener a estos chicos en manos de sus apropiadores
sería un modo de «expulsarlos de la ciudad», como se hacía con los chivos
expiatorios, «llevándose el mal». En este caso, expulsarlos sería, al revés,
incorporarlos en familias ajenas al «mal» (representado por los desapareci-
dos). En realidad se los expulsa de la Justicia.

Un párrafo de Girard1 es esclarecedor: «La víctima se manifiesta como


encamación de la violencia de la crisis interpretada como sacrum malo y
disociador, pero metamorfoseado por la expulsión de algo aún peligroso, que
sería más benéfico y constructivo siempre que se lo emplease en el lugar
adecuado, en el momento adecuado y en la cantidad precisamente medidas.
Sólo los sacerdotes o los iniciados pueden practicar esta delicada operación».
El lugar adecuado, para muchos, será la familia llamada adoptante que ten-
dría a su cargo a estos niños «aún peligrosos» -por la posible «heren-
cia»- expulsados y recuperados por las nuevas familias, expulsados y per-
didos para las familias de origen. Sin duda existen quienes los imaginan en-
camando la violencia y con posibilidades de convertirse «en algo peor» si
vuelven a sus familias originales.
' Girard, R.: Literatura, Timesis y Antropología; Ed. Gedisa, Barcelona 1984.
216

125
Hasta aquí una interpretación posible; otra interpretación mostraría a
estas niñas y niños como aquellos que ahora serán separados de sus madres,
invistiendo esa imagen con una «piedad» dimanada desde el yo del lector o
escucha de los medios. De este modo, ante el Yo de cada uno o de múltiples
personas del público así como el Yo de algunos periodistas se convierte en
víctima del sufrimiento que esa restitución les provoca. Se trata de alimentar
el propio narcisismo y evitar el juicio traumatizante que afirma: «esta niña
fue robada y alejada de su familia legítima. En ese entonces la comunidad no
lo impidió». Juicio traumático que aparece reforzado por la ley: «-devolver
a sus familias de origen dada la ilegitimidad de la apropiación», insostenible
para «la mente» de mucha gente, no sólo porque vulnera la pulsión de apo-
deramiento en sus fines y metas sino porque oponerse a las restituciones
significa una contradicción -por lo tanto un malestar- respecto de la valo-
rización de la justicia. También porque oponerse significa desestimar los
ideales de esa justicia. Ideales deformados por los deseos de una parte del
público, por sus pulsiones y la necesidad de esquivar o desconocer el juicio
traumatizante. Los medios, al describir reacciones y sentimientos de la
comunidad, al mismo tiempo, los construyen y entraman en una red de
relaciones y prácticas sociales que a su vez crea condiciones de circulación
y producción de nuevos sentidos alrededor del tema. Para lo cual precisan
incrementar información que permita la circulación de datos con los que a su
vez se resignifiquen sentidos acerca de la vida de esos niños. Existiría una
reglamentación entre lo que se sostiene en los medios -cualquiera sea su
posición- y el imaginario social nutriéndose recíprocamente. En este imagi-
nario, la figura adoptante materna adquiere relevancia al ser identificada con
la idealización de «la madre» tal como aparece en el mismo. Un imaginario
que, conjuntamente con las instituciones y prácticas sociales construye
cotidianamente una caracterización sublime de lo materno: «la mujer se rea-
liza a través de la maternidad» es su emblema asociado a «nada es compara-
ble al amor materno». Razón por la cual, al pretender «desmadrar» a la
adoptante se cortocircuitan órdenes sociales que el imaginario social y el
individual pugnan por sostener. Pero se elude la representación de la madre
del origen que deseó concebir a ese niño y con el cual constituía una familia
formada por padres, abuelos, primos y tíos.

Este desorden cede paso, además, a la vigorosa figura de una abuela con
características «temibles» al haber librado una dura batalla en favor del ha-
llazgo de la criatura y haber logrado la decisión jurídica de la restitución.
También será ella quien cumpla la función de «iniciadora» de sus nietos en
la información respecto del origen y los datos concretos acerca de sus padres
temas excluyentes para los adoptantes.

Estas abuelas son madres de desaparecidos, por lo tanto, víctimas. El


tratamiento que recibieron a través de algunos medios las posesionan, sin
embargo, como victimarias contribuyendo al mecanismo de inversión ya
señalado; o sea, capaces de producir «males» y merecedoras de la antipatía
popular. Pasarían a jugar un lugar intercambiable que resulta ideológica-

126
mente posible dada su condición de formar parte de un grupo minoritario, los
familiares -o personas- vinculadas con los desaparecidos.

Incorporar esta figura y su aureola al mismo tiempo que imaginar el


nuevo estilo de vida de estos grupos humanos, ya sea alternado con los
adoptantes o alejados dé ellos, pero siempre vinculando «de golpe» a una
criatura al seno de una familia que siendo la propia es ajena, exige para
quienes lo juzgan desde afuera, un esfuerzo de abstracción, una complejización
del pensamiento que no se desenvuelve fácilmente a través de los medios
que exigen simplificación y reducción de matices a través de la información y
divulgación.

Las defensas psicológicas que se proponen contra la restitución tienen la


tarea de operar contra el juicio traumatizante que denuncia el robo de los
niños y lo convierte en «niña en riesgo de ser secuestrada ahora». Por otra
parte la decisión jurídica que sanciona la restitución desencadena y produce
la escena más temida por los adoptantes: el momento en que alguien pudiese
reclamar a los niños. Pero conviene dividir las aguas: es habitual que los
adoptantes en general sientan el temor, como una vivencia fantástica, cual-
quiera haya sido su modalidad de adopción. Pero es improbable que así
suceda. En cambio, esta escena temida2 en la construcción psíquica de los
medios de las familias apropiadoras en realidad está anticipando la demanda
de los abuelos. Tal vez durante años fantasearon conscientemente con el
momento de la separación, ya que durante todo ese no han tratado con un
niño, sino con su propio desdoblamiento preguntándose: «¿- y si me la/lo
reclaman?...» Respondiéndose al mismo tiempo: «-y haré esto y aquello»,
imaginando la apelación a los medios y el escándalo subsiguiente, un instru-
mento de presión que al mismo tiempo la o los convierte en protagonistas de
lo que ellos consideran su lucha por la justicia.

Entre ellos y ese niño/a siempre hubo un doble que interceptaba la rela-
ción adulto-niño, padres-hijos; y la imaginada participación de los medios
funcionaba -como sucedió- jugando el papel de aliado; también de
cuestionador.

Entonces el valor simbólico de los medios, más allá de la eficacia de su


participación, se relaciona con una escena temida3 y probablemente antici-
pada durante largos años en la que oficiarían como los coros de la dramaturgia
griega, narrando los avatares de la obra, llorando o festejando sus distintos
momentos. Mi suposición acerca de la existencia de dicha escena que incluye
los medios de comunicación, no es sólo una hipótesis: cuando fui consultada
por una situación similar a las descriptas pero protagonizada por familiares
que se negaban a devolver su hija a un padre que había debido exilarse
durante varios años, los abogados que defendían a esos familiares, en la
primera entrevista me hicieron saber «-que si la niña era entregada a su
padre, convocarían a conferencia de prensa y provocaremos otro escándalo
como el caso Juliana».
2 Paviosky E., Las escenas temidas de los terapeutas.
3 Giberti Eva, La Adopción. Ed. Sudamericana, Buenos Aires 1987.

127
Otro elemento que merece considerarse limitándose a recordar lo suce-
dido con las dos hijas de desaparecidos que menciono es que ambas, llama-
das sistemáticamente «las niñas», son dos púberes. Dos vírgenes y por eso
posibles víctimas propiciatorias desde el ritual del mito. Se trata de algo no-
dicho pero visible y ostensiblemente silenciado: ambas son mujeres que sus-
citan una curiosidad específica vinculada con el pasaje de la niñez a la ado-
lescencia.

La confirmación de una falsedad en cuanto a los datos del origen así


como la revisión de adopciones legales produjo severos cuadros de angustia
y aun de paranoia en innumerables familias adoptantes que siguieron
prolijamente las alternativas de las dos restituciones. Aun siendo comprensi-
ble que así sucediera es preciso adjudicar a los medios de comunicación
parte de responsabilidad al respecto. Los adoptantes, más allá de sus te-
mores no conscientes habitualmente no proceden; ni en el encuentro con
sus hijos ni a lo largo de su educación, escondiendo el delito de desapa-
rición de los padres biológicos de la criatura. Ese es un hecho que los
distingue claramente de las familias que describimos en este capítulo,
diferenciando las modalidades de cada una ya que no es lo mismo engañar
a la justicia conociendo la filiación original de un niño, que adoptarlo sin
conocer su origen.

Los medios de comunicación funcionan como resonadores y construc-


tores del imaginario social y de las condiciones de producción y circulación
de sentidos4 así como de su recomposición y resignificación.

En tales redes se oponen dos visiones de «la familia»: aquella que, estan-
do vinculada con los desaparecidos, reclama la criatura; y por otra parte la
adoptante que pretende representar «el orden», «el bien» y los «buenos
antecedentes»5 y 6. La dialéctica entre ambas indicaría -según la propuesta
de los medios de comunicación- la necesidad de sepultar el recuerdo de los
desaparecidos, expulsar fuera de la memoria su historia personal. Y por otra
parte, retener sus productos, sus hijos, pero rehacerlos, «neutralizarlos»
culturalmente respecto de su «potencial genético» imaginado como sospe-
choso (recordemos que para la represión los detenidos no eran considerados
personas, lo cual «podría transmitirse genéticamente a la prole»). Por tanto,
imaginar la educación que precisarían los descendientes de esos engendros
subversivos, exige la creación o articulación de otras categorías psíquicas,
que incluyan pensamientos apocalípticos (sus padres «querían destruir la
civilización occidental y cristiana») y afectos tales como la desconfianza
(«habrán heredado algo de ellos»), a los que se suma propósitos de enmien-
da, o sea instituirse como redentores de los hijos del pecado (vivencia que
podría asociarse a cuadros delirantes).
4 Verón E., La Semiosis Social. Ed. Gedisa, Barcelona, 1987.

5 Giberti Eva, Restitución de niños y adopción. Revista Actualidad Psicológica, octubre 1988.

6 Giberti Eva y Chavanneau de Gore, Adopción y Silencio. Ed. Sudamericana, Buenos


Aires, 1991.

128
Esta clase de análisis no fue el que se difundió en los medios por lo
menos para debatirlo: lo que la mayoría de los medios produjo apenas rozó
tangencialmente la tragedia original, que, por otra parte, tampoco fue eva-
luada como tal por el gobierno constitucional de la época en lo que a los
niños se refiere. La predilección de un significativo número de medios prefi-
rió el escándalo (escándalo quiere decir dar vuelta las cosas, cambiarlas de
lugar) omitiendo sostener la memoria ciudadana. Y promocionaron, muchos
de ellos, la eficacia de personas que pretendían ocupar el lugar de un Dios
dispuesto a distribuir vidas, destinos, futuros, frente a quienes históricamente
fueron no sólo los legítimos familiares sino los organizadores de los rescates.
Al respecto no puedo menos que llamar la atención acerca del modo de proce-
der en algunos de esos rescates: personalmente desconozco cuál hubiese sido
el estilo más conveniente; pero no me caben dudas acerca de lo inapropiado de
las técnicas que se utilizaron en los dos ejemplos publicitados. Podrían justifi-
carse por algunos motivos pero coadyuvaron en la comprensión.

Es posible suponer que la utilización de otras estrategias hubiese amino-


rado la polarización y la confusión que se produjeron, confundiendo a la
opinión pública, opinión pública que, probablemente estuviese más sensibili-
zada «en favor» de mantener a los niños en relación con sus nuevas familias,
no necesariamente por una convicción psicológica, sino porque introducir
una modificación de tal envergadura puede resultar dolorosa y molesta para
la economía psíquica. Como si dijeran: «Pero para qué tanto lío!... Dejen a
los chicos con los padres actuales y no provoquen trastornos, sufrimientos,
alteraciones...! No nos sumen problemas a los que ya tenemos para sobrevi-
vir cada día!... Dejen las cosas como están, total, los padres están muertos,
para qué empezar de nuevo...» El dolor psíquico que producen ciertos cam-
bios que obligan a revisar las propias pautas de conducta es un estímulo
suficiente para que muchas personas prefieran no incomodarse con estos
índoles de problemas. En estos casos algunos medios de comunicación fun-
cionaron al servicio de esa economía psíquica: dejar todo como está.

Por otra parte hubo sectores que utilizaron el descubrimiento de la iden-


tidad de estas criaturas para agitar políticas partidarias, promoviendo polé-
micas innecesarias, exhibiciones dolorosas y comprometiendo el estado de
ánimo de los púberes. Lo cual también constituyó material informativo per-
mitiendo asociar la justicia de la restitución con las finalidades políticas par-
tidarias que se enarbolaban en consignas y pancartas.

La función de los medios de comunicación frente a estos temas proba-


blemente se repita a raíz de otras restituciones, que deseamos se produz-
can. Las empresas de comunicación, que no son los mismos que los medios
de comunicación serán las encargadas de asumir la política que estimen
pertinente, en especial cuando se trabaja con una comunidad inerme frente
al secuestro de sus niños. Las empresas que se encargan de dirigir y orien-
tar los medios de comunicación tendrán a su cargo redefinir lo que se en-
tiende por sujeto de derecho, que ésa es la posición de los niños. Pero más
allá de la imposición despótica, esos niños continuarán mirando a los que
suponen sus padres (bajo sospecha inconsciente) con los ojos de los des-

129
aparecidos, con los mismos ojos con los que las Abuelas pudieron reconocer
el deseo de sus hijos e hijas encamado en esos adolescentes que hoy leen
los periódicos que pretenden contarle quiénes son ellos -adoptivos de una
«familia bien»- y que, no obstante se preguntan: «¿De dónde me trajeron
cuando me trajeron a casa?». Los medios de comunicación carecen de
respuesta. O algunos no se atreven a darla.

CUARTA PARTE
La restitución para la identidad
Apuntes teóricos

CAPÍTULO I

El derecho a la identidad

por Laura Conte


Septiembre de 1995

La dignidad intrínseca de los niños y sus derechos, iguales e inalienables


como los de todos los miembros de la familia humana, han sido legislados a
partir de la Convención de los Derechos del Niño de 1989 por los países
miembros, entre los cuales está la Argentina.

En el artículo 8 los Estados se comprometen a respetar el derecho del


niño a preservar su identidad, incluidos su nombre, nacionalidad y relacio-
nes familiares. Es decir, a desarrollarse y crecer en la libertad de ser ellos
mismos en su propio entorno familiar y social. A partir de estos conceptos y
elementos que configuran el punto de vista jurídico de la ley, vamos a hacer
una aproximación desde el conocimiento psicológico, ya que la constitución
de una identidad integrada es condición de salud.

Nuestra participación en el campo de la salud tiene como perspectiva y


se fundamenta en la vigencia de los dd.hh. Trabajamos clínicamente con
personas directamente afectadas por el terrorismo de Estado. Es decir, que
atravesaron situaciones límites de dolor psíquico. Estas situaciones se carac-
terizan por el monto insoportable de violencia que irrumpe en el psiquismo
siendo difícil para el aparato psíquico su recomposición, es decir, el acceso a

130
simbolizarlas, darles sentido, metabolizarlas. En las situaciones límites es
tocada la mismidad, por lo que es frecuente la vivencia de extrañamiento.
Los pacientes lo exteriorizan como: «sensación de ser otro», «antes y des-
pués de», lo que expresa la vivencia de fractura de la identidad. Cada subje-
tividad recurre a modos propios de defensa y de recomposición subjetiva y
estos modos están relacionados con su historia, con su estructura previa, con
el contexto socio-político cultural.

En el abordaje a la violencia represiva y sus efectos, que tiene por víc-


timas a niños y adolescentes, es muy evidente el entrecruzamiento de la
realidad social y el destino subjetivo. El terror inscribe una experiencia de
espanto que requiere un trabajo de elaboración muy largo, difícil y doloroso.
Y la impunidad -y el sistema que la sostiene- impide dar respuestas
urgentes, eficaces y reparatorias desde rigurosos criterios de justicia y de
salud. La impunidad dificulta cualquier movimiento en relación a la recupe-
ración de la subjetividad, puesto que desestima toda lógica jurídica: 1ero.: los
asesinos sueltos, 2do.: la apropiación otorga paternidad, 3ero.: la mentira
engendra derechos. Y desestima, también, toda lógica de la salud, al mante-
ner, desde la mentira y la perversión, la fractura de la identidad.

-(Algo está ocurriendo en nuestra sociedad para que algunos jueces


dictaminen todavía con los valores del proceso y cueste tanto aún para la
sociedad hacer suyo el espíritu de la Convención...)

-La identidad de un niño se plasma desde antes de su nacimiento. Se


funda en el deseo de los padres acerca del hijo que, unido a la pulsión de
vida del bebé y al contexto familiar y cultural, configura la matriz originaria
identificatoria. Matriz inalterable que lo constituye y que es el fundamento
de la subjetividad, su raíz, su motor.

La identidad continúa como un proceso dinámico de construcción de


este que uno es a través del tiempo y de los cambios extemos e interiores. Es
la captación, el conocimiento, el sentimiento de ser uno mismo y de la propia
continuidad. Es el saber referido a los aspectos más profundos de nuestra
subjetividad, porque la identidad de una persona está definida, justamente,
por la singularidad de su historia subjetiva. Esta singularidad no está dada por
la simple sumatoria de hechos acontecidos, ni es juntando los pedazos de
una historia fragmentada que se logra la unidad identificatoria. Actos, esce-
nas y palabras se inscriben intrapsíquicamente, siguiendo un ordenamiento
jerárquico sobre la base de la significación que le otorgan las figuras origina-
rias, especialmente la madre. A partir de estas primeras inscripciones se cons-
tituye la primera identidad del yo, que irá dando paulatinamente significación
y sentido propio a las inscripciones posteriores. El yo pasa de ser instituido a
ser instituyeme, es decir, que necesita otorgarle sentido a su pasado y a su
futuro.

Por lo tanto, no se logra la identidad imponiendo la integración desde


el afuera, sino que es el yo el que liga libidinalmente su historia concreta
siendo el protagonista del proceso de identidad. La matriz de deseos -origen
identificatorio-, las primeras inscripciones significadas por las figuras

131
originarias y el yo protagonista del proceso de identidad, son instancias que
se continúan y se integran en el desarrollo de la identidad. Para que el sentido
de mismidad y la integridad se logren, para que el sujeto acceda a la confian-
za y seguridad básica, la construcción de la identidad requiere afirmarse y
confirmarse sobre dos ejes que son fundantes: El amor y la verdad. Sin
verdad, sin el reconocimiento social de la verdad-léase jueces, institucio-
nes, familias-no hay posibilidad de desarrollo en integridad y autonomía.

Pensemos en la trágica y triste realidad de hoy, de los adolescentes


sometidos desde niños y aun desde su nacimiento al enajenamiento y a la
desidentificación.

La historia de estos chicos es la historia de la irrupción del horror y de la


fractura que ese horror provocó en su incipiente psiquismo, aún antes de
poder simbolizar. El horror inscribe una vivencia cuyo efecto sigue latente y
actuante mientras dura la defensa represiva. Pensamos que el aparato psí-
quico de estos niños, para no desestructurarse, deja el horror encapsulado y
se «acomoda» a un ordenamiento de mentiras.

Desde la necesidad de posesión los apropiadores lo despojan de su iden-


tidad, intentan reemplazar la matriz identificatoria constitutiva, anular el de-
seo parental y sustituir el proyecto que los padres sostienen para el hijo.
Desconocen su singularidad, borran la familia y se imponen como figuras
identificatorias fraudulentas.

La Ley Arbitraria, la voluntad de apropiación, deja al niño sometido a la


posesión desde su necesidad, enajenándolo. Es contraria a la Ley del Padre
que es la que abre el camino a la posibilidad de desear.

La resistencia a entregar los niños no tiene nada de epopeya de amor, se


enmascara en el amor, pero es adicción perversa.

Pienso que en ninguna parte del mundo se puede admitir como «amor»
las conductas y sentimientos del verdugo o victimario hacia su víctima. Tam-
poco en ninguna parte del mundo puede aceptarse que en la situación de
cautiverio estén dadas las posibilidades de elección. La libertad es condición
del amor. El amor como elección tiene otra raíz que la posesión que mata. El
amor tiene su raíz en Eros, la posesión su raíz en Tánatos.

Es imposible amar libremente cuando se ha internalizado como amor y


como cuidado el abuso ejercido por el poder. Por eso es necesario abrir una
salida a la situación de encierro. Abrir lo que Ulloa llama el absceso. Introdu-
cir la Ley (orden de necesidad - orden de deseo).

La apropiación psico-física de los niños no implica el castigo o maltrato


explícitos. Las formas de control y la crueldad última que encierran, son
ejercidas como «amor» desde los más sutiles y seductores modos de ejercer
el poder.

132
Despojados los niños de todos sus derechos y pertenencias más pro-
pias, el Otro se convierte en el Amo absoluto, dueño de la vida y de la
muerte. El ejercicio de la posesión lleva a la enajenación de la voluntad y
del pensamiento, y su culminación es la aceptación, por parte de la vícti-
ma, del apropiador como salvador. Es porque la posesión proviene de los
seres más «amados» (y más temidos), que el niño la sostiene como su única
posibilidad.

Los niños se defienden de todo sentimiento hostil que la aceptación de


la verdad de su origen e historia indudablemente va a hacer surgir contra
la imagen totalizante de sus apropiadores, imagen que se vería destruida y
que ellos trabajosamente intentan conservar. Están enajenados en la ima-
gen padre terrorífico=padre salvador y tienen impedida la instauración de
un espacio que marque límite a la posesión. Tienen impedido cruzar el
«muro». Y es sólo estableciendo un espacio de terceridad, de corte, que
puede operarse la restitución o el relanzamiento del proceso de integra-
ción de la subjetividad, desde el corte verdadero operado por la Ley.

Podría hablarse de un cuadro repetido de la apropiación, con estas ca-


racterísticas:

-Adultos delincuentes que detentan el apoderamiento.

-Desidentificación y enajenamiento del niño. La perversión y la impu-


nidad actuando sobre el psiquismo.

-Culpabilización de las familias víctimas.

-El delito se transforma en un derecho al amparo del niño como rehén.


La impunidad es potencialidad extrema de violencia.
Lo sepa conscientemente o no, el adolescente convive con represores o
cómplices. Este trauma se prolonga hasta hoy como situación de cautiverio.
Por eso el argumento: «como son adolescentes están ya arraigados, acos-
tumbrados, viviendo una situación afectiva que no debe malograrse nueva-
mente», es un argumento perverso que señala a la restitución de su identidad
y de la verdad como causante de un nuevo trauma que es necesario a toda
costa evitar.

Aquí me parece útil la cita del trabajo «El trauma y sus efectos en la
línea de las generaciones» del Equipo de Salud Mental del CELS: «El trau-
matismo no es sólo una perturbación de la economía libidinal, sino que com-
promete como tal, la integridad del sujeto.

«En «Moisés y el Monoteísmo» (1938), Freud diferenció dos tipos de


efectos del trauma: positivos y negativos. Los primeros consisten en el in-
tento que hace el aparato psíquico de devolverle al trauma su vigencia, re-
cordar lo olvidado, o incluso hacerlo real-objeto.

«Plantea Freud que» puede ser acogido, entonces, en el Yo normal,


como formación general del carácter.

133
«Los efectos negativos del trauma, o las reacciones negativas, persiguen
el objetivo opuesto: que no se recuerde ni se repita nada. Son reacciones de
defensa, se pueden presentar como fijaciones al trauma de incidencia patoló-
gica. Ya no se trataría de un «Yo normal», sino de un Yo inhibido, limitado a
costa de evitar el sufrimiento, de reeditar lo traumático.

«Es así como todo el planteo acerca de los efectos positivos del trauma,
quedan en este texto ubicados del lado de una pulsación del aparato por recordar,
revivir, objetivizar lo traumático, precisamente por haber sido olvidado su origen
histórico-vivencial y porque este olvido es amenaza de daño para el Yo».

Los jueces, la sociedad y hasta la familia desgarrada y, sobre todo, el


adolescente, son obligados a mantener la convivencia con el delito y a per-
petuar el trauma.

¿En nombre de qué bienestar?

¿De qué salud psíquica? ¿De qué ley?

Metodología:

1.- Prohibición a los adultos que detentan el apoderamiento de todo con-


tacto con las víctimas, (aún después de los 21 años de éstas). La justicia es
la encargada de que el daño no se prolongue.

2.- Definición de la Guarda.

3.- Seguimiento interdisciplinario como posibilidad de encuentro del niño


consigo mismo con verdad y libertad.

¿Desde qué criterio de salud puede sostenerse que crecer y desarrollarse


con los propios captores impunes no tendrá consecuencias subjetivas
previsiblemente graves?

¿Cuál es la duda para operar la restitución?

¿Puede sostenerse desde el derecho a la identidad y a la salud, que


estos adolescentes deben seguir con sus apropiadores, ignorando la inciden-
cia de esta perversión mayúscula en su desarrollo?

CAPÍTULO II

Niños secuestrados en la Argentina:

134
Metodología de restitución a sus familias originales

por E. T. de Bianchedi; M., Bianchedi;


J., Braun; M. L., Pélento; Puget
Roma, 1989

1. Introducción

Situaciones sociales de extrema gravedad y complejidad surgidas en di-


ferentes países generaron problemas que pensamos importante exponer y
debatir en el seno de un Congreso Psicoanalítico Internacional. La apertura
de I.P.A. a estas nuevas problemáticas posibilita este encuentro, en el que
plantearemos algunas cuestiones que suponemos pueden tener puntos de
contacto -y también de diferencia- con situaciones ocurridas en otros
lugares del mundo.

Como psicoanalistas latinoamericanos, argentinos, nos enfrentamos con


los hechos y los efectos derivados de la dictadura que ejerció el terrorismo
de estado durante los años 1976 -1983. Esta dictadura produjo la desapari-
ción de aproximadamente 30.000 personas.

Consideraremos aquí tan sólo la situación de niños pequeños que fueron


secuestrados junto con sus padres, y el de hijos de mujeres embarazadas
«desaparecidas» cuyos bebés nacieron en cautiverio. Muchos de estos niños
fueron anotados como propios o ilegalmente adoptados por los mismos rap-
tores o por familias cómplices de los mismos.

La validez de su restitución a sus familias, que nunca dejaron de buscar-


los, sigue siendo un tema polémico en la Argentina. Levantó diferentes co-
rrientes de opinión, tanto en distintos sectores de la sociedad como en diver-
sos grupos profesionales.

Destacaremos en esta presentación la descripción del contexto de estos he-


chos incluyendo dos niveles: uno de información-denuncia (Bianchedi, Bianchedi
1986) y otro en el que plantearemos algunas hipótesis acerca de la identidad
de los niños secuestrados, hallados y restituidos a sus familias originales.

Los presentadores conformamos un grupo con distintos grados de partici-


pación en la restitución. Todos hemos tomado parte activa en discusiones
grupales de distintos orden: algunos hemos sido consultados en relación a algún
caso particular, otros formamos parte del Equipo Psicológico de la Institución
«Abuelas de Plaza de Mayo». Ésta es una Institución creada en 1977 por un
grupo de mujeres-madres de desaparecidos que iniciaron, a partir de ciertos
indicios, el reclamo y la búsqueda de sus nietos (Niños desaparecidos, 1988).

135
Cuando estos indicios se convirtieron de presunción en certeza, la meto-
dología de búsqueda, al comienzo intuitiva y detectivesca, comenzó a
sistematizarse. Con el correr del tiempo se formó un Equipo Interdisciplina-
rio de psicólogos, abogados, pediatras y genetistas. También se incluyeron
técnicas avanzadas como las de análisis genéticos y de histocompatibilidad
que permiten con una seguridad del 99, 9% demostrar la filiación de un niño.

A partir del año 1983 se pudo contar, además, con el apoyo de la justicia
para dar un respaldo legal a la devolución de los niños, devolución a la cual
se llamó «restitución», término cuya procedencia es de orden jurídico.

2. Restitución

2.1 Algunos aspectos del proceso preparatorio de la restitución.

Las estadísticas aportadas por la Institución Abuelas de Plaza de Mayo


señalan que hubo por lo menos 400 niños desaparecidos. De éstos, 48 han sido
localizados, 13 han vuelto con sus familias por acuerdos espontáneos y 25
fueron restituidos mediante juicios, otros aguardan la decisión de los jueces.
Para los alcances de esta presentación haremos una síntesis de las vicisitudes
de la restitución de estos 25 niños. Los largos años transcurridos lejos de sus
familias, 7 o más, solamente pueden ser conocidos por reconstrucción.

Cuando un niño es localizado, se produce en el Equipo Interdisciplinario


un «microclima» que se constituye en preparación-sensibilización de la red
grupal para el renacimiento-aparición-posible reingreso del niño a su familia
de origen. El Equipo Psicológico participa de este microclima y ejerce una
función reguladora y canalizadora del estado emocional que pasa por mo-
mentos de exaltación así como de profundo dolor psíquico. Para los familia-
res implica el reencuentro con la situación traumática inicial que produjo la
desaparición de sus hijos y nietos.

El período siguiente, que puede durar días, meses o años, es de intenso


trabajo para el Equipo Interdisciplinario. El Equipo Psicológico se ocupa de
la preparación de los familiares para que puedan recibir de la mejor manera
posible al niño-aparecido realizando un diagnóstico vincular y situacional.
Llevan a cabo un trabajo de sensibilización del grupo que incluye la elabora-
ción de las ansiedades subyacentes a todo este proceso, la elaboración de
los «duelos congelados», así como la detección del mejor lugar de reinserción
del niño. Este último problema se plantea sobre todo cuando la familia am-
pliada que lo ha estado buscando vive en lugares alejados, o cuando por
algún motivo un miembro de la familia, por cuestiones de edad o de condi-
ción psicológica, no puede hacerse cargo del niño.

2.2 El «acto de restitución»

136
Desde el punto de vista jurídico, para el acto de restitución el Juez
actuante cita en el Juzgado, conjuntamente a los apropiadores del niño, al
niño y a los familiares. El Juez le revela al niño -que puede saberlo o no
desde antes- la verdad de su situación: que las personas de quienes él creía
ser hijo no son sus padres, que su familia verdadera que lo ha estado buscan-
do desde su desaparición está aquí presente y que a partir de ese momento,
va a pasar a vivir con ella.

El niño recibe también una explicación mínima acerca de la situación


política que dio origen a su «desaparición» y de los efectos que ésta tuvo en
su familia de origen.

Una vez dicho esto al niño, el Juez, responsabilizándose de la verdad


enunciada desde su lugar de representante de la autoridad y de la justicia,
despide a los apropiadores e introduce a la familia. Permanece un tiempo
(media hora o más) mientras el niño toma contacto con su familia (a veces
por primera vez) y luego el niño parte con ella.

2.3 Fase hipercrítica

Una de la hipótesis que manejaba el Equipo Psicológico en las primeras


restituciones fue que el acto de la restitución podía provocar un derrumbe
psicológico del niño que iba a requerir atención inmediata al modo de una
«terapia intensiva». Por eso se había previsto la necesidad de que algún
psicólogo pudiera estar presente durante varios días acompañando al niño y
a su familia. Sin embargo, se observó que no ocurría tal derrumbe y que era
más importante fortalecer y cuidar la red socio-familiar de recepción del
niño. Si bien efectivamente en esas primeras horas el niño se muestra en un
estado de conmoción, perplejidad y hosquedad, desarrolla rápidamente junto
con una angustia muy intensa, una creciente curiosidad. Una y otra vez pide
que le expliquen los hechos y que se agreguen más detalles sobre lo ocurri-
do. Además busca un contacto físico con alguna persona que en ese mo-
mento él elige como privilegiada. Queda absorbido por su nueva situación.
También transmite dramáticamente su deseo de volver, aunque sea por un
ratito, con los que creía que eran sus familiares. No se accede a ello.

Suponemos que el despertar de la curiosidad de estos niños por su histo-


ria se basa en que ellos son los únicos poseedores del conocimiento de lo que
les ha pasado y que en ese momento se juntan con su conocimiento previo
que había sido enquistado durante esos años.

2.4 Evolución

En los días y meses subsiguientes se asiste a una rápida evolución del


niño, que se manifiesta tanto física como psicológicamente.

El interés que se despertó en el niño en el ámbito mismo del Juzgado por


conocer datos de su historia y el primer contacto emocional con su familia

137
verdadera continúa, una vez instalado en la casa, con la exploración espacial
de ese lugar, en algunos casos con el encuentro de objetos de cuando era
bebé etc... Intenta organizar un espacio personal moviendo algún mueble de
la casa y de esa manera hace propio ese espacio. Mientras tanto la familia y
los psicólogos se abocan a un desciframiento de las necesidades del niño,
tratando en todo momento de no valerse de presupuestos. En sus interacciones
con el niño tienen presente como eje principal la necesidad de sostener un
trabajo de historización. El niño movido por la activación de la pulsión
epistemofílica, intensifica sus investigaciones pidiendo datos sobre sus pri-
meros meses de vida, el aspecto y la personalidad de sus padres. A manera
de un trabajo detectivesco, tal como hicieron las Abuelas a partir de indicios,
reitera sus preguntas a varios miembros de la familia para comprobar si sus
respuestas coinciden. Rápidamente busca y encuentra parecidos físicos entre
él y sus familiares y se regocija viendo fotos u otros objetos que le pudieron
pertenecer. Se integra al grupo familiar, se adapta al nuevo colegio, nuevas
ropas, nuevo grupo social. Aparecen recuerdos de situaciones vividas cuan-
do era muy pequeño.

3. Ampliación de algunas hipótesis

3.1 Identidad

De las muchas teorías psicoanalíticas acerca de este tema tan sólo to-
maremos las que nos parecen suficientemente abarcativas de las «situacio-
nes límite» a las que están expuestos los niños de los cuales nos ocupamos
en este trabajo.

Aquellas teorías que se ocupan del estudio de los procesos, parten fun-
damentalmente del problema del vínculo emocional. Otras consideran que el
niño nace como sujeto alienado y es constituido en tanto hijo desde el deseo
de los padres, adquiriendo así un lugar en la estructura familiar. Otras con-
templan la hipótesis que la familia es el resultado de una conjunción entre el
deseo de los padres y la cultura.

Los modelos que toman en cuenta el deseo de los padres, conciben a


éste como previo a la concepción y se refieren a la posibilidad de la pareja
matrimonial para crear un proyecto de hijo dándole un lugar y un nombre
que luego éste habrá de ocupar. En otro modelo, aquel que toma en cuenta
el vínculo emocional de la relación madre-hijo, el contacto intrauterino es el
primer mojón del núcleo sobre el cual se edifica ulteriormente la identidad.

Nos parece factible articular estas teorías incluyendo el concepto defun-


ción. Éste postula la necesidad de tomar en cuenta la multiplicidad de las
mismas y su antelación lógica como desencadenantes de los procesos emo-
cionales. Se enlaza directamente con la noción de estructura edípica de
donde provienen las leyes de parentesco que a su vez conciernen a la inser-
ción del sujeto en el espacio social cuyos organizadores son la Ley y las
reglas que hacen al mismo.

138
La experiencia con niños nacidos en cautiverio habiendo estado tan sólo
pocas horas o a veces ninguna con sus mamás, nos permite pensar que
puede existir en el aparato psíquico alguna marca previa al nacimiento. Ello
nos lleva a proponer el concepto de identificación pre-primaria. Ésta, en
situaciones traumáticas queda escindida, clausurada o encerrada en una
caparazón sin destruirse ni ahogarse. Dicho elemento se transformará en el
núcleo protegido capaz de evolucionar en otros momentos de la vida cuando
las condiciones vitales lo posibiliten. Este núcleo no es expulsado ni desar-
mado, como ocurre en las psicopatologías severas de la infancia, tales como
las psicosis infantiles. La restitución en cambio, actuaría como
permeabilizadora de la capa protectora de ese quiste-espora, liberando la
potencialidad identificante que conlleva su núcleo.

Entenderemos el concepto de identificación a la luz de la noción de


función y modelos identificatorios propuestos por las figuras parentales y el
medio social con valor identificante para el sujeto-niño en tanto identificado.

Los primeros modelos identifícatenos se constituyen en puntos de cer-


teza que se construyen sobre la base de una carencia entre identificante-
identificado en un interjuego infinito. De ellos deriva la confiabilidad natural
que un niño pueda tener en sus vínculos parentales. Los puntos de certeza en
un proceso de desarrollo natural serán metabolizados y semantizados. Para
la constitución de los mismos intervienen en forma articulada los juicios de
existencia y de atribución.

En el caso de estos niños parecen haber quedado enquistados en el


núcleo los puntos de certeza y, recién en el proceso de restitución, se vuelve
a iniciar la evolución-resignificación de los mismos. La restitución trae como
consecuencia un verdadero tembladeral en los juicios de existencia y de atri-
bución, tembladeral que ya tuvo lugar al realizarse el robo del niño del que
sólo podremos dar cuenta a través de una reconstrucción.

Luego de la restitución se produce un nuevo armado del rompecabezas


identificatorio, según el cual, algunas identificaciones provenientes de las
familias apropiadoras perderán su fuerza mientras que otras permanecerán,
adquiriendo o no otra significación.

Entre los organizadores de la identidad del niño es necesario incluir la


construcción y elaboración del mito del origen.

Cuando aparece el lenguaje las preguntas que se formula el niño acerca de


su origen y las respuestas dadas por los padres, generan un mito del origen que
intenta hacer pensable aquel componente para siempre inconsciente del cómo,
cuándo y por qué del origen. El mito a su vez está íntimamente ligado a la
cuestión de los puntos de certeza y de las identificaciones pre-primarias.

El mito del origen es el resultado de una deformación imaginaria pero


retiene puntos de contacto con la realidad histórica. A lo largo de la vida, el
mito sufre reformulaciones que intentan acercarse cada vez más a la ver-
dad histórica. Por otra parte, la verdad no es un acto puntual sino que cons-

139
tituye una red de prácticas y de enunciados parentales acordes al contexto
social, que sostienen esta verdad a través del tiempo. Esto ocurre en condi-
ciones naturales no patógenas.

El discurso de los apropiadores, en cambio, sostiene una afirmación men-


tirosa acerca del origen, que concierne tanto a la edad del niño como a
veces a su nombre propio y obviamente al patronímico así como a las cir-
cunstancias de su nacimiento. Con este discurso intentan sustituir con un
relleno falso la realidad histórica. Queremos diferenciar estas situaciones
de aquéllas en las que los enunciados provienen de la desmentida, como
sucede en los mitos del origen que encontramos en cuadros psicóticos.

Los enunciados de las familias apropiadoras contienen también mensa-


jes mesiánicos. Sostienen para ese niño un doble deseo: el de no ser y el de
ser. «No serás lo que te ha hecho nacer» (el deseo inicial de los padres), en
cambio «serás desde mis valores (mesiánicos) aquel que yo quiero que seas».
Probablemente el «yo quiero que seas» no es intrínsecamente malo para el
niño, en cambio sí lo es el «yo quiero que no seas y que seas para otro
proyecto que es el mío, que incluye la muerte de todos los padres que hasta
ese momento hicieron nacer hijos como tú». Esto difiere de lo observado en
padres con potencialidad psicótica cuyo deseo puede incluir un deseo de
muerte del hijo.

Pasaremos ahora a considerar la construcción de la identidad a partir


del vínculo emocional entre la madre y el hijo. En él los puntos de disconti-
nuidad, como por ejemplo el parto, el ritmo de ausencias y presencias, con-
servan un cierto grado de coherencia que permite al bebé que cada
reencuentro corresponda a expectativas generadas en esos primitivos con-
tactos. Cuando el niño es separado bruscamente de su madre, como es el
caso tanto en las apropiaciones inmediatas al parto como en aquellas ocurri-
das en los primeros meses o años de vida, la simbolización de la discontinui-
dad está doblemente obstruida porque el origen debe ser mantenido oculto a
manera de un secreto vergonzoso y además porque se produce una super-
posición de proyectos vitales contradictorios: aquel que fuera de los familia-
res y del grupo social al cual pertenecía el niño y el de los apropiadores.
Sabemos que éstos no son los únicos casos en los cuales se produce la
interrupción brusca de la continuidad emocional, y en cada caso habrá que
estudiar el destino de esta brecha.

Todo lo dicho hasta aquí nos lleva a una revisión del concepto de trauma.

3.2 Trauma

Clásicamente el concepto de trauma remite al trauma de nacimiento con


la reformación que hiciera Freud en «Inhibición, Síntoma y Angustia», don-
de introduce el concepto de separación y desamparo. Si bien distintas es-
cuelas psicoanalíticas han intentado reformular este concepto estudiando sus
diferentes tipos y efectos, las experiencias referidas al contexto de esta pre-
sentación nos han llevado a ampliar su significado.

140
Partimos del supuesto que el robo del niño se constituyó en el aparato
psíquico de éste en situación traumática, incluyendo en la misma no sólo el
robo en sí, sino también las circunstancias que lo rodearon: muerte/desapari-
ción de uno o de ambos padres mediante un acto de violencia ejercido por el
terrorismo de estado. Esta situación se inscribe dentro de aquellas definidas
como traumas sociales.

Otro supuesto es que, en general, las situaciones traumáticas dejan su


marca en la mente dependiendo su cualidad tanto del nivel de estructuración
del psiquismo como de la modalidad del trauma. En este sentido pueden
quedar registradas como inscripción o como «agujero».

Su conceptualización en tanto marca nos abre el camino a la posibilidad


de su elaboración para lo cual nos adscribiremos a la idea formulada por los
Barange y Mom (1987) que postulan el concepto de historización del trau-
ma. En este proceso es condición necesaria dar tiempo y espacio para que
la repetición dé lugar a las ligaduras-semantizaciones que habían quedado
desligadas-obturadas.

El proceso de historización comprende un trabajo de la memoria, el es-


tablecimiento de una causalidad perdida, el reestablecimiento de una conti-
nuidad, recuperación de aspectos escindidos y la reconstrucción de víncu-
los. En los niños restituidos, como ya mencionamos, este proceso se hace
mediante relatos, observación de fotos, comparación de ciertos rasgos del
propio cuerpo con el de algún familiar, relaciones con otros niños de la fami-
lia, confirmaciones provenientes del discurso social vehiculizado por figuras
significativas, etc.

Introducimos el concepto de situación traumática rectificadora como


condición necesaria para el devenir de la restitución de estos niños a sus
familias. El momento clave es el «acto de la restitución».

Durante este acto se produce una brecha-desorganización-reorganiza-


ción quedando nuevamente vacía la función encargada de atribuir juicios de
existencia. Ésta se deposita rápidamente en la figura del Juez como aquel que
conjuga la Ley familiar y la Ley social y sanciona la verdad histórica. El Juez
recupera los niños para la sociedad y duplica la función paterna faltante. Por
su parte las Abuelas de Plaza de Mayo y el Equipo Psicológico ocupan la
función faltante de las figuras parentales desaparecidas así como proporcio-
nan una red socio-familiar transitoria. De esta manera se inicia el proceso de
historización propio del período que sigue al acto de al restitución.

Suponemos entonces que en el «acto de la restitución» se produce una


conmoción emocional e identificatoria con la consiguiente caída o suspen-
sión de las identificaciones anteriores (des-identifícación, Bianchedi 1989).
Es un momento de intenso dolor psíquico, único camino para que se reinicie
el proceso de identidad y la recuperación de un proyecto identificatorio que
incluya el enquistado en el núcleo.

141
Cuando en el período hipercrítico, empieza a circular la información y el
conocimiento acerca de sus padres, el vínculo establecido con los apropiadores
queda reconocido e investigado como falso, varían los juicios de atribución y
por lo tanto, como enlace necesario, varía el juicio de existencia.

Mientras los niños no han sido confrontados con una información acerca
de la existencia de sus padres, los que les dicen ser sus padres son quienes
dicen algo acerca de su condición de hijo. La información produce entonces
una desorganización de un rompecabezas identificatorio armado previamen-
te, y una reorganización desde otros valores.

Un momento crucial en el acto de la restitución es la transformación de


los que fueron considerados como «padres», los apropiadores, en ladrones,
asesinos o torturadores. Los que habían sido incorporados en el Yo como
buenos, serán expulsados en el No-Yo dejando de ser constitutivos y
sostenedores del Yo.

Como correlato se observa en algunas familias de apropiadores que al


quedar bruscamente sin sostén para la mentira, sin el niño-fetiche (Ulloa,
1988) justificador del discurso mesiánico, irrumpe una desorganización severa
en uno o varios miembros de esa familia, muchas veces acompañada de
manifestaciones similares en el contexto social. Estas últimas se ven reforza-
das por los medios de difusión masiva.

3.3 Duelo

El hecho que en general estos niños sean restituidos a la familia amplia-


da donde los abuelos suelen ocupar el lugar vacío de los padres trae una
complejidad más. Tal vez por ello sea importante la intervención del Juez
encargado de dar la identidad social y mediatizar la relación entre la familia
y el niño.

En condiciones naturales las abuelas son instituidas como tales por los
padres, siendo éstos quienes deben impedirles el acceso directo al hijo de
ellos. Los padres imponen así una nueva prohibición de donde surge la ter-
cera generación. En el caso de los niños robados, cuyos padres han desapa-
recido, es posible que en la mente de las abuelas esos niños ocupen el lugar
de sus hijos desaparecidos así como el de nieto. En estas familias queda una
prohibición fallante, la que instituyen los padres en general, y que ahora es
asumida por el Equipo Psicológico, el Juez y en algunas ocasiones por algún
miembro de la familia ampliada. El Equipo Psicológico tiene a su cargo ayu-
dar a que los abuelos acudan a su sabiduría para reencontrar la serenidad y
distancia necesaria para desempeñar el doble papel de padres y de abuelos.

La estructura vincular familiar y la estructura social han quedado du-


rante los años de búsqueda del niño con un «duelo congelado». Para la
Institución Abuelas de Plaza de Mayo, los desaparecidos y su recuperación
tienen un lugar fundante. Cada vez que logran ubicar y restituir uno de los
nietos se produce un doble movimiento libidinal: uno, de elación, euforia, con

142
la consiguiente expansión narcisista dada por la recuperación, y otro, un
cambio en su lugar institucional.

Al localizar al niño se inicia un proceso de elaboración de duelos


(Braun, Pelento, 1985, 1989): pérdida del hijo y recuperación del nieto
teniendo que asumirse como abuelos-padres de un nieto-hijo. Esto es signi-
ficado como una doble muerte: el matar simbólicamente a los hijos para
poder asumirse como padres de los nietos y asumir la muerte de los hijos
como muerte real. Por lo tanto ese nieto-hijo adviene en la estructura fami-
liar como esa doble marca.

Es de suponer que durante la ausencia-desaparición de ese hijo-nieto


se sobreinvistió el espacio que uno de nosotros ha llamado el espacio trans-
subjetivo (Puget, 1988), el que da pertenencia social en desmedro de la
inscripción en el espacio intersubjetivo, el familiar. Desde la localización del
niño hasta la posible restitución es necesario volver a investir la estructura
vincular familiar para hacer un lugar real para aquel hijo-nieto.

Las abuelas sufren durante el período hipercrítico la misma perplejidad


y estado de extrañamiento que pueden sufrir los padres cuando de golpe
aquel ser imaginario que estaba en el vientre les es presentado como un ser
real y tienen que reacomodarse a la nueva situación. Las abuelas deberán
poder tolerar la vivencia de extrañamiento por el reencuentro con un niño
grande, que proviene ya no del propio vientre de la madre sino de un otro
espacio, no sólo ajeno sino deformante. Ellas harán también un paulatino
proceso de reencuentro teniendo entonces que cuidar que la ambivalencia
no las lleve a atribuir todo lo que no corresponde a su modelo ideal como
perteneciente a los apropiadores y las cualidades positivas del niño a su
modelo ideal.

Si, por razones singulares y personales provenientes del espacio


intrasubjetivo de cada una de las personas involucradas, el Equipo Psicoló-
gico no puede ser suficiente sostén para todo el proceso de recuperación,
habrá de brindarles un apoyo terapéutico específico cuando lo necesiten.

4.Interrogantes

Para estos niños será necesario considerar en el futuro el destino de la


construcción de la intimidad que contiene siempre una organización de lo
público y de lo privado, que en estos casos, no sigue las vicisitudes natura-
les. La restitución inevitablemente suele tener amplia difusión periodística
transformando a estos niños y a sus circunstancias en protagonistas históri-
cos. Podrían ser comparados a los niños prodigio cuya vida privada se toma
pública, si bien en éstos está ausente el componente siniestro.

También quedan interrogantes acerca del destino de los modelos


identifícatenos adquiridos durante su «cautiverio», período vivido con las
familias apropiadoras, que podrán adquirir nuevas significaciones a lo largo
de las distintas crisis vitales naturales.

143
La restitución de estos niños conforma el psicoanálisis de «situaciones
límite» para las cuales es necesario crear un encuadre de urgencia (Puget,
1987) donde el analista habrá de actuar como elemento refundante de expe-
riencias pretéritas.

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Ulloa F. «¿Es Juliana un trofeo? No, Juliana es Sandóval» Fin de Siglo,


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144
CAPÍTULO III

La ternura como contraste y denuncia


del horror represivo

por Fernando O. Ulloa


Abril, 1988

Es frecuente que en encuentros y discusiones teóricas acerca de los efec-


tos psicológicos de la represión, centre mi participación en tomo a dos ideas
que considero particularmente útiles para trabajar con afectados en grados y
situaciones distintas.

Me refiero a lo que he conceptualizado como encerrona trágica y como


efecto siniestro.

Voy a recordar brevemente estas ideas sólo como introducción y funda-


mento a una conceptualización que hoy quiero aportar en el marco de la
restitución de chicos secuestrados.

El paradigma de la encerrona trágica es la tortura en la cual alguien, la


víctima, depende totalmente para dejar de sufrir o para sobrevivir de alguien
a quien rechaza totalmente.

Otro tanto ocurre con los familiares de las víctimas, también están a
merced de aquellos a quienes repulsa totalmente.

La tragedia así concebida es una situación de dos lugares opresor-opri-


mido, sin tercero de apelación. Esta falta absoluta de una instancia para
apelar tal como ocurre en el terrorismo de estado, da a la situación el carácter
de encerrona concreta y psicológica. Es posible no obstante quien en el as-
pecto psíquico la víctima pueda escapar de la encerrona cuando está apoya-
da tanto por la absoluta convicción en el valor de sus ideas y de sus acciones
como en los lazos solidarios que la unen a sus compañeros. Emocionalmente
al menos encuentra una apelación valiosa a partir de la cual resistir. Por
supuesto esto es sólo probable en un adulto. De cualquier manera la situa-
ción es de extremada invalidez y sobre ella se ejerce la extorsión.

También he señalado en otros trabajos cómo esta falta de tercero de


apelación, realidad frente a la cual se encuentran los familiares sin puertas
que golpear en los momentos del terrorismo de estado, fue uno de los oríge-

145
nes de los organismos de Derechos Humanos cuando los afectados se agru-
paban y organizaban constituyendo ellos mismos una instancia de apelación.

Los organismos de Derechos Humanos al comienzo tenían poco poder


efectivo, pero inmenso poder moral para denunciar frente al mundo la situa-
ción de la cual eran víctimas ellos y los secuestrados apuntando con esto a
quebrar el fundamento de la represión integral: la pretensión de impunidad.

Simultáneamente demandaban justicia y castigo ante las instancias que


se iban abriendo.

Una función importante de los organismos de Derechos Humanos que


resulta ser una salida, por momentos la única para romper la encerrona tanto
en el nivel concreto como en lo emocional, es impedir que los crímenes se
secreteen.

Los hechos se secretean desde la propia metodología de secuestro y


desaparición. Empleo este término secretear en el sentido de un modalidad
de represión en la que simultáneamente se busca mostrar y ocultar el crimen.
Es algo así como un secreto a voces con el que la población convive. Los
secuestros son más o menos públicos pero a la vez se clandestinizan, se hace
desaparecer a las víctimas, se borra todo rastro. En este secreteamiento radi-
ca parte de la eficacia de la metodología represiva.

El psicoanálisis ha estudiado esta situación mostrando cómo el secreto


oculto del cual se desprenden indicios, tiende a promover el efecto siniestro, a
la sombra de la renegación de los hechos, sin poder ocultar el efecto temeroso
y paralizante de lo que siendo atroz permanece semioculto. Se niega que se
niega como una defensa muy elemental que intenta ocultar, o mejor pretender
vanamente ocultarse de lo que atemoriza. Esta renegación continúa hoy como
efectos residuales del período del terrorismo de estado. Es frecuente que al-
guien diga que ignoraba los crímenes cometidos durante la represión y que sólo
después se enteró. Es verdad que pasado el período más cruento de la repre-
sión se investigaron y pusieron en mayor evidencia los hechos, pero la formu-
lación: «Yo ignoraba lo que ocurría» sigue conteniendo cierta cuota de nega-
ción porque se «ignoraba» tanto. El efecto renegación persiste así, pronto a
acrecentarse. Hay un realidad: superar la renegación resultante del efecto si-
niestro, implica el duro trance de enfrentar la tragedia cruda que por permane-
cer semioculta, mantenía y mantiene aún, aunque atenuados, sus efectos.

Si la encerrona trágica coloca a la víctima en una invalidez aguda favora-


ble a la extorsión, el efecto siniestro promueve una invalidez crónica propicia
a cualquier manipuleo político-cultural y de hecho económico.

Hay un antecedente de esta invalidez que merece destacarse: la invalidez


infantil como estado propio de los primeros tiempos del sujeto humano.
Cuando la represión cae sobre los niños, no cae sobre una invalidez produci-
da regresivamente en un adulto sino sobre algo que existe naturalmente.
Quiero desarrollar con algún detalle esta situación porque la encuentro parti-

146
cularmente importante para sostener, con sobrados argumentos psicológicos
ante la sociedad, la monstruosidad del apoderamiento de niños y los peligros
que ello implica para las víctimas; agregar además fundamentos ante la justi-
cia mostrando cómo la única salida posible pasa por la mostración a los niños
de la verdad plena, aunque esta verdad evidenciada deba ser enfrentada por
niños pequeños con los acompañamientos y auxilios necesarios respetando la
singularidad de cada caso.

Trato también aquí de acrecentar una mayor comprensión para el abor-


daje terapéutico de estos niños. Para ello resulta importante también inter-
pretar algunas presunciones acerca del perfil patológico de los que se avienen
a ser usurpadores de niños.

El tiempo de la invalidez infantil es el escenario donde actúa la ternura


parental. Luego he de referirme concretamente acerca de qué se entiende
por ternura, pues más allá de las connotaciones emocionales del término, se
trata de un instancia psíquica fundadora de la condición humana.

La invalidez infantil es un tiempo sin palabras aún, en consecuencia con


mermadas posibilidades de pensamientos memorables posteriores en forma
consciente de lo que acontece en los primeros tiempos del niño, aunque todo
lo que se inscribe entonces será constituyente del continente inconsciente del
niño sujeto. Podría decirse que es merced a la invalidez infantil, que el niño
recibe no sólo la historia de la humanidad sino la humanización misma. De
no existir ese período de invalidez que coloca al infantil sujeto en necesaria
dependencia de sus mayores, no se podría transmitir el aporte acumulado en
la historia. Es así que con el correr de los siglos no sólo se nace en otro siglo,
sino que en cierta proporción se recibe lo que culturalmente acumulan los
siglos. Así va avanzando la especie humana y en ese avance las contraseñas
se van transmitiendo condensadamente en los tiempos iniciales del sujeto.

No se trata de confundir esta etapa de invalidez con el concepto de incapaci-


dad y menos con cosificación del niño.

La invalidez infantil está presidida por la ternura parental. La ternura es


instancia típicamente humana, tan primigeniamente constituida que se la po-
dría pensar de naturaleza instintiva. Se habla del instinto materno. Mas la
ternura es producción que va más allá de lo instintivo aunque esté basada en
él. La ternura siendo de hecho una instancia ética, es de inicial renuncia al
apoderamiento del infantil sujeto. Para definirla en términos psicoanalíticos
diré que la ternura es la coartación -el freno- del fin último, fin de descar-
ga, de lo que el psicoanálisis define como la pulsión, concepto que aquí
solamente menciono. Esta coartación del impulso de apoderamiento del hijo,
este límite a la descarga no ajeno a la ética, genera dos condiciones; dos
habilidades propias de la ternura: la empatía, que garantizará el suministro
adecuado: calor, alimento, arrullo-palabra y un segundo y fundamental com-
ponente: el miramiento. Tener miramiento es mirar con amoroso interés a
alguien a quien en cuanto sujeto se lo reconoce ajeno y distinto a uno mismo.
El miramiento es germen inicial y garantía de autonomía futura del infante.

147
Una idea que encuentro eficaz en relación al proceso de la ternura es
que la mediación de la misma crea en el niño el sentimiento confiado de que
el mundo consiente en satisfacer sus demandas. Es así como el niño va
adquiriendo convicción en la existencia y en la bondad de un suministro
ajeno a él, a la par que confía en sus propias posibilidades de demandar y
obtener tal suministro. Es a partir de este sentimiento de confianza que el
sujeto estructurará una relación de contrariedad con lo que daña, con el
sufrimiento. Relación de contrariedad quiere significar que lo que daña es
percibido como algo extemo a sí mismo. Este proceso será fundamental para
el desarrollo paulatino de la conciencia acerca de que él mismo puede ser
causa extema de sufrimiento para el otro. En esta relación de contrariedad
con el daño, radica la posibilidad de acceder a lo que llamaré la imposición de
justicia, aquel sentimiento en relación no sólo a lo que daña y a lo que no
daña, sino a cuando él mismo es o no es dañino para el otro. Este saber que
se va imponiendo es una de las bases del discernimiento de lo que es justo
como parte constitutiva de la persona.

La ternura atendiendo a la invalidez infantil hace posible desde el sumi-


nistro y la garantía de autonomía gradual, superar la etapa de invalidez infantil
organizando un sujeto esperanzadamente deseante al tiempo que se sientan
las bases constitutivas de lo ético.

Veamos ahora lo contrario, lo que podríamos llamar el fracaso de la


ternura y la patología que genera desde la invalidez.

Mi experiencia como analista, si bien comprende algún caso de niños


restituidos ya sea controlando procesos terapéuticos o aportando elementos
periciales, se refiere fundamentalmente a casos de adopción con patologías de
los adoptadores y adoptados, como así también a casos de hijos que aun
propios por nacimiento sufren también apoderamiento de parte de sus padres.

Este fracaso puede darse tanto por exceso como defecto en el suministro.
De hecho en situaciones límites cuando no se instaura la coartación instintiva,
no existe la ternura; los padres se apoderarán del niño para su exclusiva descar-
ga. No hay miramiento promotor de autonomía, hay si apropiamiento torpe
que por supuesto también perturba la empatia suministradora.

A estos fracasos de la ternura corresponden algunas patologías más o


menos típicas. En el apoderamiento se suele estructurar un verdadero inces-
to preedípico que comprometen el desarrollo de la autonomía del niño, atra-
pado en relaciones simbióticas, base de futuras patologías que bordean o
llegan a la psicosis.

En el fracaso del suministro por falta de empatia, el niño desarrolla una


modalidad patológica muy singular. Cuando desde los primeros años carece
de algunos suministros tiernos, que nunca tuvo ni tendrá, se verá enfrentado
a elaborar un tipo de duelo particularmente difícil y a veces imposible: la
pérdida de lo no tenido. Este sentimiento que en forma atenuada es universal
y en parte fundamento de la incompletud del ser, cuando adquiere mayores

148
dimensiones genera la tendencia a organizar vínculos sustitutivos de modali-
dad perversa-adicta. Precisamente es antecedente en la drogadicción severa.

Frente al duelo por lo no tenido, no es fácil encontrar una solución, más


bien se buscan alternativas sustitutivas. El término perversión aquí remite a
su significado etimológico de giro o desvío. El duelo sin solución por inexis-
tencia de suministro tierno provoca un desvío hacia una alternativa de reem-
plazo de lo inexistente. Esta nueva situación que llamo perversa tiene algunas
características más o menos típicas. El objeto sustitutivo no puede ser reco-
nocido como original porque no sólo no lo es; sino que se refiere a algo que
habiendo sido necesario estuvo ausente. Además, en cuanto vínculo sustitutivo,
lo nuevo tampoco es reconocido en sus propias características singulares.
Por estas dos razones se trata de una relación espúrea. La función de esta
relación perversa, por desviada, es encubrir o mantener apartado al sujeto de
este doloroso y difícil duelo. Resulta así un vínculo constantemente recreado
precisamente para mantener esta distancia, de ahí su transformación en vín-
culo adicto, al mismo tiempo frágil y tenaz, puesto que configura una moda-
lidad de relación donde fácilmente se abandona al objeto por otro, pero no se
cambia de estilo relacional a la manera de un alcohólico que cambia de bebi-
da pero no deja de beber.

Si la carencia ha sido mayor, si el sujeto no contó en grado extremo con


la mediación de la ternura, y su invalidez infantil o juvenil transcurrió en el
surgimiento, en la violencia, en la injusticia, tampoco podrá establecer una
relación de contrariedad con el sufrimiento, la violencia y la injusticia. El
sujeto mismo será esas cosas. Estará seriamente comprometida la adquisi-
ción de lo que antes llamé imposición de justicia. No se tratará sólo de al-
guien proclive a las alternativas perversas adictivas, sino que configurará una
intensa perversidad, en el sentido sádico, donde la violencia, siendo algo
constitutivo, se ejerce por la violencia misma. Un sujeto desesperanzado,
incluso desesperado como individuo deseante propenso a la dependencia de
droga o equivalente y con muy pocas posibilidades éticas. El apoderamiento
será su hábito.

El cuadro se corresponde bastante a lo que algunos autores como R.


Laing describen bajo la denominación de inseguridad ontológica, donde el
tiempo presente no aparece como un continuun como un mañana posible
desde los indicios de hoy que permiten imaginar y organizar el futuro; los
indicios más bien se transforman en presagios más o menos temibles o en
una total indiferencia sin proyección futura. Lo que no se tuvo en su momen-
to refuerza el sentimiento de lo que no vendrá.

No sólo el tiempo no es un continuum, tampoco lo es el cuerpo transfor-


mado en escenario de sufrimiento y violentación. Esto es dramático en los
casos de los drogadictos en los cuales el cuerpo está enajenado funcionando
principalmente como una vía para mediatizar la droga. Don sujetos para la
muerte. No viven, en cierta forma son sobrevivientes.

Por supuesto he cargado las tintas en extremo, en la práctica los grados


de patología se despliegan en una amplia graduación en cuanto a su magnitud.

149
Pero tiene sentido dibujar estos extremos pues no sólo existen sino que me
sirven de introducción a una situación totalmente límite.

Me refiero a la situación de los niños cuya invalidez infantil está atendida


por usurpadores adultos, usurpadores del rol parental donde toda posibilidad
de ternura está insanablemente cuestionada por definición. Es imposible el
desarrollo del miramiento cuando el punto de partida mismo es el apodera-
miento del niño, de hecho secreteado frente a éste y a la sociedad. De ningu-
na manera habrá empatia que garantice el suministro de lo necesario cuando
lo necesario primordial, los padres, han sido eliminados y los familiares apar-
tados, muchas veces con la complicidad de los mismos usurpadores y siem-
pre con el conocimiento de éstos, aunque ellos no sean partícipes directos.

Todas las condiciones señaladas en el fracaso de la ternura están exalta-


das al máximo en cuanto a la dificultad para la inscripción de las contraseñas
de humanidad humanizadora. La relación con los usurpadores se transforma
inevitablemente en relación perversa puesto que ella es sólo alternativa im-
puesta por la supresión violenta de lo originalmente necesario, la familia.

No se trata sólo de un vínculo perverso sino que el apoderamiento en


secreto, tiñe la situación de sádica perversidad. Un secreto que inevitable-
mente se filtrará y de acuerdo a la magnitud de lo filtrado, el niño podrá
atravesar por lo que he descripto como encerrona trágica o quedará atrapa-
do en el efecto de renegación siniestra.

La sociedad entera debería tomar conciencia acerca de estos niños atra-


pados en un pozo profundo del que es injusto que sólo intente recuperarlos
la infatigable acción de las Abuelas. No es de extrañar que en la restitución de
niños, se deba enfrentar en grados diversos, en el comienzo, con vínculos
dependientes adictos que éstos puedan haber establecido, desde su invalidez,
con los usurpadores sustitutos.

Hay bastante experiencia acerca de cómo enfrentar esta situación


terapéuticamente en casos de niños adoptivos en condiciones de torpe ocul-
tamiento de la situación. La mayor y más frecuente torpeza es precisamente
el secreto de familia, con que el niño convive familiarmente creando condi-
ciones semejantes a las que señalé al comienzo como efecto siniestro.

Cuando alguien se apodera de un hijo ajeno, usurpando el lugar parental


con ocultamiento ante la sociedad y la víctima, de ninguna manera puede
pensarse en alguna forma altruista de buscar ser solución para ese niño. El
acto usurpador constituye lo que describí como una alternativa perversa adicta
que supone en los delincuentes la existencia de una patología base con algu-
nos elementos frecuentes en su personalidad. Por ejemplo, la ausencia del
requisito ético que he denominado la imposición de justicia, una de las cau-
sas de la perversidad sádica, así como una carencia elemental que configure
el llamado duelo por lo no tenido donde el niño atrapado, funciona como
sustituto de lo originalmente ausente y en cuanto sustituto no es reconocido
ni en su identidad ni en su historia. Se establece entonces una relación espúrea
adictiva tiránica no sólo para con el niño sino para el propio usurpador que

150
no puede renunciar a su presa de la cual está preso, porque de lo contrario se
encontraría enfrentado con lo originalmente ausente. No es por amor que lo
retienen, es por alternativa al servicio de su patología. Muchas veces lo no
tenido, siendo asunto antiguo, está acrecentado por la imposibilidad de
tener hijos propios o teniéndolos también existe tiránico apoderamiento de
los mismos.

Esta doble tiranía donde está preso de la presa no sólo es perversamente


adicta sino que invalida cualquier posibilidad altruista y empática y en cam-
bio enfatiza el abuso del apoderamiento.

En estas condiciones el niño usurpado, aunque de inicio esté formalmen-


te atendido en cuanto a momento y cantidad de suministro, será inevitable-
mente un niño atrapado en el vínculo perverso, pues el mismo está sometido
a pérdida de lo no tenido ya que fue privado del deseo engendrador de sus
padres y sobre todo privado de la verdad acerca de sus cruel situación. En
lugar de la verdad estará inevitablemente infiltrado por el secretamiento y sus
efectos nocivos.

Sólo el establecimiento de la verdad absoluta en condiciones contextuales


de tercero al que apelar, ayuda adecuada y justicia (legítimos familiares,
jueces, nuevos cuidadores legitimados en caso de ausencia de la familia),
pondrán en marcha el desentrampamiento de este niño. Felizmente ya conta-
mos con suficientes casos que confirman plenamente esto. Desgraciadamen-
te son muchos los que continúan aún atrapados sin salida.

CAPITULO IV

Restitución y adopciones.
Una conjunción de sufrimientos e interrogantes

por Eva Giberti

Un trabajo de esta índole precisa encender nuestros recuerdos y situar


algunos hechos claves de la actualidad: los niños que hoy nos convocan
nacieron durante una dictadura que, respondiendo a un proyecto político-
económico, instaló el horror en nuestro país. La mayoría de los promotores
y ejecutores de ese horror han sido beneficiados con leyes que les evitaron el
juicio y el castigo que imponía la vigencia de un Estado de Derecho. Uno de
los efectos de tal impunidad es la indiferencia y la ignorancia que padece un
significativo sector de la población respecto de las víctimas de esa dictadu-

151
ra. Sacudiendo esa indiferencia y desconcertando a esa comunidad, los hi-
jos de desaparecidos que nacieron en cautiverio o fueron secuestrados junto
con sus padres irrumpen en un horizonte de pretendidos olvidos. Sabemos
que hay niños esclavizados en poder de los represores cómplices o respon-
sables de la desaparición de sus padres. Otros crecen en familias que des-
conocen su origen y otros han sido tutelados por quienes, sin haber practica-
do la represión, podían sospechar que debían su maternidad y su paternidad
al funcionamiento de los campos clandestinos de detención. Sin duda, existi-
rán otras situaciones, pero limitaré mis interrogantes alrededor de los dos
últimos ejemplos. Del primer caso me he ocupado en mi libro La Adopción1,
mencionando los otros modelos.
1 Giberti E., La Adopción. Ed. Sudamericana, 1987.

El saber moral y la tekné

Por una parte, las restituciones vienen realizándose hace años (aquellos
niños secuestrados en el '76, o el '77... hoy son púberes). Por otra parte, las
parejas que se vincularon con niños «para adoptar» después del '76 son
visitas habituales en nuestros consultorios; conociendo el origen de sus hijos,
o ignorándolo, difícilmente pueden esquivar las dudas y presunciones res-
pecto de quienes los concibieron. Cualquiera de estas circunstancias pone a
prueba lo que hemos aprendido y actualiza las polémicas acerca de los dere-
chos humanos y la responsabilidad profesional, la ética y los distintos saberes
y conocimientos2. No es infrecuente que, dada la especificidad del tema y lo
novedoso de su práctica, corramos el riesgo de deslizamos desde una región
ontológica hacia otra región no pertinente, desenfocando la escucha y la
comprensión del tema. Como diría Gadamer3 el saber moral no sustituye el
saber técnico, especialmente cuando este último no está disponible (o es pos-
tergado en aras de lo que se considera principios éticos o los que se evalúan
como instancias políticas). O sea, es necesario abordar el estudio y trata-
miento de los problemas que plantean las restituciones comenzando por afir-
maciones éticas o derivadas de la moral; pero las restituciones se proponen
como un problema teórico técnico donde se entrecruzan las exigencias de las
técnicas psicológicas (no creo que sea ésta la oportunidad de discutir la rigu-
rosidad de esta expresión), y cierta información respecto de ciencias políti-
cas, ya que restituir excede los análisis psicológicos. Respeto de estos últimos
y de los conocimientos que exigen, pueden suceder que sean sustituidos por
argumentos morales colocados en lugar de dichos conocimientos, obturando
la posibilidad de diagnosticar y pronosticar los conflictos.

Lo cual implicaría hacer un uso dogmático de la ética, razonando en su


nombre, de modo tal que se cierren los interrogantes y contradicciones que la
técnica postularía; lo mismo podría suceder si se implementase una lectura
eminentemente política de la situación. Esta forma de instrumentar la ética
puede estar regida por la «dialéctica de la pasión», de donde resultaría que,
quien así procede quizá parte de su convicción de actuar correctamente, si
advertir que ha cegado su visión reflexiva acerca de sus aptitudes y conoci-

152
mientos para trabajar en temas que exigen, no sólo conocimientos y prácti-
cas, sino mesura.
2 Giberti E., « ¿Los derechos humanos, forman parte de la responsabilidad profesional?" Revista
Argentina de Psicología, N" 37.

3 Gadamer, Verdad y Método.

Paralelamente, hipostasiar las posibilidades que ofrecen las técnicas pue-


de hacer que se pierdan de vista las exigencias éticas y los matices políticos
constituyentes de estos conflictos.

La «dialéctica de la pasión» puede transformar el deseo de restitución


en apetito de restitución, con lo cual los niños podrían quedar atrapados en
la posición de objetos.

Si se supone conocer el deseo del otro, de los niños en este caso, res-
pecto de su subjetividad (identidad) sería preciso poder desear el deseo de
ese niño para no desembocar, imprevistamente en esa posición de niño-
objeto-que-satisfaga-las-apetencias-de-quienes-lo-defienden y de las que no
podemos sustraemos tan fácilmente. No ignoramos que desear el deseo del
otro no es lo mismo que desear al otro: esta última perspectiva es la que
cierra las posibilidades de participar en el proyecto que implica pensar en un
proyecto para y en la libertad (como aspiración) en busca de su autoconciencia
instalado en la tensión del saber-deseo.

Diagnósticos presuntivos y desmentidas posibles

En medio de semejantes dificultades sólo me propongo abrir interrogantes


y avanzar algunas tesis. Quiero recordar que «el sentido del preguntar con-
siste en dejar al descubierto la cuestionabilidad de lo que se pregunta. Se
trata de ponerlo en suspenso de modo que se equilibren el pro y el contra»,
sin que se me escape que «con la pregunta lo preguntado es colocado bajo
una determinada perspectiva», al decir de Gadamer.

Me pregunto por la necesidad de diagnósticos presuntivos de las familias


que deben restituir y de las familias de origen que recibirán a los niños.
Diagnósticos y pronósticos que exceden los parámetros de la clínica conside-
rada «habitual» y que incluiría presunciones respecto del estado psíquico de
estos adultos, y datos que coadyuven a pensar en sus historias de vida; y que
permitan preveer dónde aparecerán zonas de fragilidad que cortocircuito en
la restitución4. También me pregunto acerca de las posiblidades de efectuar
estos estudios ya que cualquiera de las partes podría negarse a aceptarlos. Si
bien existe experiencia acerca del tema parece prudente reformularse estos
interrogantes*.
4 Giberti E., «Para una teoría de la prevención». Actas del Primer Congreso Metropolitano de
Psicología.

153
* Enfatizar en los diagnósticos no significa desconocer las proyecciones que pueden implicar
por parte de quien lo efectúa. Diagnosticar es un acto de selección «que termina con la vacila-
ción de la realidad entre varias posibilidades» (M. Capeb)

Respecto de las familias que deberán restituir al niño, ¿será posible creer
en sus afirmaciones cuando se comprometen a desprenderse del hijo
ausentándolo del grupo familiar y de la casa-hogar?... La escucha profesio-
nal, ¿podrá ignorar la existencia de la desmentida en las parejas que han
adoptado a un niño? ¿Un niño que en estos casos puede haber sido buscado
por sus adoptantes porque su imagen sepulta la palabra de una madre recla-
mante?...

Hablando de la desmentida recordemos que es posible pensar en la exis-


tencia de una desmentida genérica de habitual aparición en los adoptantes
(que no necesariamente habrá de estereotiparse patológicamente) y que se
expresa así:

-«No es verdad que no puedo tener un hijo. ¿No ven que tengo uno?
Desmentida que, entre otros motivos, puede sostenerse en tanto y cuanto no
sustituyamos el primer verbo «tener» por «hacer un hijo». El Yo de placer
mantiene el equivoco a través del uso incorrecto del verbo. Pero en las
familias que dicen aceptar -y aun promover- la restitución, es posible que
se construya una desmentida especifica armada sobre la escena, tan temida
por todos los adoptantes, que reproduce el robo de un bebé. Si la suposición
-o la certeza- indica que se trata de un hijo de desaparecidos se privilegia-
rá tal vez, una afirmación mayor: imposible que su madre lo reclame porque
está muerta. Pero al mismo tiempo se desemboca en el secuestro del niño,
posterior al secuestro de su madre: esta realidad y esta escena son las que
será necesario desmentir. Entonces:

-«No es verdad que este niño fue arrancado de los brazos de su madre.
¿No ven que yo soy su madre? (adoptiva)?»

Se libidinizará el amor maternal convirtiéndolo en instancia capaz de


crear una criatura distinta de la que en realidad es, producto de un delito, al
precio de opacar la existencia del amor materno original. Y omitir la escena
del parto: dónde fue, cómo fue y quiénes se llevaron al niño. Quiénes
transportaron, recién nacido, el cuerpo-niño que había constituido la única
garantía de vida de su madre. Cuerpo-niño que al nacer habría de aniquilar
toda esperanza para esa mujer recién parida.

La bizarra libidinización del amor maternal podría continuar argumen-


tando:

-No se trata de un secuestro, porque una condenada a muerte ya no


puede disponer de sus vínculos».

Para mantener -de modo conciente o no- esta argumentación, es pe-


rentorio desconocer (no desear reconocer) la existencia de abuelos que po-

154
drán reclamarlos. La búsqueda afanosa que garantiza la preocupación por
sus nietos constituye el fundamento de todos los derechos. La apelación al
derecho de sangre me parece discutible ya que la sangre no garantiza ni el
amor ni el deseo de ofrecer protección a un niño, ni equilibrio emocional
por parte de los adultos: los padres golpeadores son un ejemplo de ello. Si
garantiza el derecho sucesor y la adjudicación hereditaria; pero entonces la
apelación al derecho de sangre quizá convendría que se hiciese distinguien-
do los niveles.

Es en esta instancia cuando se impone la historia de Moisés para recor-


dar el perfil del héroe: salvado del exterminio y criado por quienes no lo
habían concebido, volvió por sus orígenes. ¿Habrá que pensar en la existen-
cia que una ley interna que promueva ese retomo? Un implícito juramento
de fidelidad a los padres del origen que, en el caso de Moisés lo convirtió en
líder del pueblo judío?... o bien se podrá suponer el pasaje desde aposición
de víctima (expiatoria) a las repeticiones compulsas o a conductas retaliativas
inesperadas en la venganza, fracasando un Super Yo demandante de justi-
cia? (Giberti, ver cita 10).

La comunidad ¿podría llegar a tener la existencia de una imaginada


fidelidad a esos jóvenes padres desaparecidos?...

Desestimar la realidad

Así como en las adopciones no-excepcionales es habitual la fantasía de


niño robado que ronda y ronda durante años a los adoptantes, en estos casos
el niño robado y el acto de despojo retomaría, pero no desde la fantasía sino
desde la realidad. Entonces, para desmentir la realidad entraría en juego la
desestimación (forclusión). Lo que se intenta rechazar retoma desde la realidad
y no desde lo reprimido, fracasando la desmentida. Un vez desatadas las eviden-
cias del parentesco y aceptado el compromiso de restitución, los adoptantes se
encuentran con los deseos de esos otros que reclaman por el niño. Entonces
¿qué hacer? Quizás apelar .mecanismos de tipo delirante y desestimar. Ante el
surgimiento de elementos psicóticos sería muy complejo intervenir y contener
por qué caería el andamiaje defensivo ligado a la desmentida. Pero, si contáse-
mos con diagnósticos presuntivos, ¿ no podríamos suponer, imaginar, inferir o
interpretar, preventivamente, que ésta podría ser la dinámica de los hechos con-
secutivos a la aceptación «voluntaria» de una restitución? O sea, contar con
diagnósticos que pusieran bajo sospecha esa decisión de restituir en tanto ella
signifique que los niños se separen del hogar de crianza. Para los adoptantes, esa
restitución podría resultar no sólo una herida narcisista intolerable, sino también
podría generar un mecanismo de identificación con la madre del origen en el
momento en que era despojada de su criatura: identificación con aquella vícti-
ma. Pero, en este caso la adoptante, sintiendo que puede hacer lo que no consi-
guió la madre original, defender al niño. Pero con una singular diferencia: en una
situación se trataba de defenderlo de sus secuestradores, y en este otro caso ¿de
quién se los defendería? ¿De su familia de origen a la que le asisten los derechos
ganados por la búsqueda incesante?...¿O defenderlo de la separación de una
porción clave de su vida, los primeros años crecidos en su casa y en una familia

155
que fueron fundantes de su historia personal? (Años inscriptos en su psiquismo
categorizando el vínculo con los adoptantes.)

Si simplificamos las respuestas caeremos en el absurdo, porque para los


adoptantes, la «otra» familia sólo poseería los derechos que ellos, adoptantes,
quisieran reconocerle. ¿Por qué? Porque «de no haber mediado el interés de
ellos para investigar los orígenes, los abuelos no tendrían («ni siquiera» ten-
drían) esta alternativa de encontrarse con sus nietos/as».

Es en estos momentos cuando los mecanismos legales de la adopción


plena -en caso de familias que la hubiesen obtenido- pueden convertirse
en eje y soporte de la desmentida puesto que ésta confiere al adoptado una
filiación que sustituye a la de origen. El adoptado deja de pertenecer a su
familia de sangre y se extingue al parentesco con los integrantes de ésta, así
como todos sus efectos jurídicos (Ley 19, 134, art. 14).

Entonces, ¿cuáles serían los productos psíquicos que estos adoptantes


podrían poner en marcha para sustituir una realidad que intentarían recha-
zar? Cuando el Yo de placer desmiente el resultado se asemeja a lo que
ocurre en los delirios en los cuales es posible encontrar «un núcleo de ver-
dad», en este caso la afirmación -«dado que yo soy su madre», ya que, se
trata de una mujer que ha cumplido con la función materna y un hombre, la
paterna. Nos encontraríamos con la necesidad de desarticular un núcleo
deliroide estructurado defensivamente frente a la posibilidad de tener que
cambiar de signo a una parentalidad culturalmente construida. Sería el ejem-
plo de la adoptante que se vea conducida a asumir que ella es la «madre de
crianza» y no la «madre». (El trabajo con adoptantes habituales nos muestra
la enorme dificultad que significa para la mujer que adopta, lograr una
libidinización de la función crianza de manera tal que pueda aceptar que
está cumpliendo con una parte de dicha función, la que se realiza fuera del
útero. Y que se opone a la libidinización narcisista de esa función que intenta
sustituir la función reprimida en el imaginario materna)5. El yo real definitivo,
que se articula con un Superyo ético sostiene:

-«Este niño no fue abandonado, es producto de un secuestro; hay


antepasados que lo buscan y todos ellos tienen derecho a recomponer la
historia familiar, completando la ausencia, el humo en la genealogía. Y los
niños deben saber que no fueron abandonados sino secuestrados, y que ese
secuestro fue el resultado de la desaparición de sus padres».
5 Qiberti E., La Adopción, op. cit.

De tal modo se organizaría el pensamiento -y la vivencia- desde una


lógica normal. Pero ¿cuál será la lógica de este Yo? ¿Qué funtores pondrá en
juego? ¿Cómo entrelazara la lógica de probabilidades?... Para el Yo de pla-
cer, dadas las rupturas de lo inductivo-deductivo tendríamos que recurrir a
una logicidad de base hermenéutica de compleja categorización. Este Yo
actuaría hemenéuticamente en el sentido de manipular, interpretar sobre cierta
base de verdad» las afirmaciones del Yo real pero sin atender a los funtores

156
bivalentes de verdad-falsedad. Lo cual llevaría a incorporar factores de
indeterminismo moderado debido a la contingencia de los hechos: los
adoptantes pudieron ser otros, los abuelos pudieron no buscar al niño y los
adoptantes podían no atarse a desmentidas y desestimaciones. En cambio,
frente a la función reproductora se adhiere al determinismo biológico: dado
un embarazo deseado sobrevendrá un parto, estadísticamente hablando. Pero
los hechos sociopolíticos -y de esto se trata en estos embarazos- respon-
den más a lo asertórico que a lo apodíctico, lo interpretativo.

Cuando Maldavsky6 se pregunta si los adoptantes, en algún momento no


retomarán a lógicas arcaicas, vigencias totémicas o míticas, está interrogán-
dose por la vigencia del pensamiento abstracto que permite ejercitar la lógica
de probabilidades. Extendiendo su pregunta a estas historias podríamos infe-
rir determinadas respuestas para las probabilidades que pudieran formularse.
Por parte de adoptantes: -«Y si verificado el origen estuviésemos obligados
a perder a nuestro hijo?» El Yo de placer interceptaría: «-Y si al mostrar
que somos honestos investigando el origen, nos dejarán al niño? La misma
índole de interrogantes para los abuelos: «-Y si no quisiera entregamos a
nuestros nietos?...» El Yo de placer respondería: «-Imposible. Están obli-
gados por las pruebas de sangre». Pero podría suceder que éstas no fuesen
convalidadas por todos los especialistas en Derecho, teniendo en cuenta la
intervención de la justicia. Y las leyes son interpretadas por los jueces, lo
cual las incorpora al orden de la contingencia. Más aún, los jueces pueden
tomar decisiones que estimen provechosas para el púber al que intentarían
preservar, lo antes posible de cualquier riesgo, quizá sin advertir que sus
tiempos no necesariamente coincidirán con los tiempos lógicos de los niños
ya que «no hay un tiempo uniforme, sino una combinación de tiempos» (Maci)7
y que «el ahora está incluido en ese pasado (y no en cualquier pasado) (sino
en el del niño); y ese pasado resulta relativo al ahora en el que se actualiza, o
que, de algún modo, vuelve».
6 Maldavsky D., en La Adopción.
7 MCI G., «Entornos Temporales del acto», en Escena, Rev. de Psicoanálisis, julio 1988.

Para cualquiera de las partes intervinientes en este proceso, las funcio-


nes yoicas funcionarían con lógicas encontradas y opuestas sin conseguir
unificarse o articularse para beneficio del niño: mientras el Yo real insiste en
que éste no fue abandonado, el Yo de placer podría encontrar distintas for-
mas de refutar apelando a diferentes lógicas. Así como podemos pensar que
en las estructuras narcisistas es común la utilización de la desmentida, lo que
distingue a unas de otras son los argumentos que cada una elige para des-
mentir y enfrentar al Yo real definitivo que intenta poner una ley que no
sea exclusivamente empírica, sino una ley que apele a alguna forma de
racionalidad. Frente a ello el Yo de placer postula la excepción a la regla,
recurriendo a otras lógicas. En boca de los abuelos podría ser: -«esa
familia no va a tener dificultades para restituir porque son muy buenos...»
Y aunque no estén entrenados en desmentir tal vez prefieran escuchar al
Yo de placer que después de años de padecimientos les promete que vivi-
rán con los hijos de sus hijos. Los adoptantes quizás insistan en ser consi-

157
derados como una excepción a la regla «por haber investigado el origen».
Este último punto podría asociarse con un «blanqueo del origen»; es de-
cir, no existiría decisión de restituir a los niños sino sólo de informarle
acerca de su nacimiento y conectarlo con sus familiares. Alternativa que
quizá pudiera proveerse a partir de diagnósticos y pronósticos teniendo en
cuenta que tanto estos niños cuanto sus familiares como los adoptantes
podrían configurar una. población de riesgo (según las modernas políticas
de gestiones poblacionales). El Yo real definitivo (vinculado con el Superyo
y la ética podría encontrarse con otra dificultad si alguno de estos niños
estuviese en situación de adopción plena, es decir, sería preciso oponerse a
esa instancia de la ley para retrotraerse a la circunstancia en que el niño se
convierte en víctima de un delito, lo cual exige tiempo y poder presumir
cuáles serían las alternativas que pudieran desencadenarse tanto por parte
de los adoptantes como por parte de quienes interpretasen que -«otra vez
los desaparecidos (subversivos) oponiéndose a la ley!... «Paradoja que im-
plica negaciones, desmentidas, omisiones y un principio de «economía psí-
quica» destinado a amordazar la memoria de la comunidad. Y a distorsio-
nar los juicios críticos.

Estaríamos frente a incumbencias de otras especialidades que no obstan-


te configuran claves para los pronósticos de la clínica.

Afimar: -«tenemos decisión de restituir a nuestro hijo adoptivo»


podría ser una afirmación que se sostiene para ser negada: ya que
«encontrar la verdad» podría generar contrariedades, por ejemplo, ver
al niño como miembro de «otra» familia, respondiendo a cánones educa-
tivos que no necesariamente coincidieran con los elegidos por los
adoptantes (conflicto multiplicado por las diferencias de clases si las
hubiera). O sea, se afirmaría la decisión de restituir con la ilusión de
no ser creídos.

Este mundo de contrariedades, contradicciones y paradojas quizás ali-


mentado por desmentidas y desestimaciones pocas veces responderá a las
demandas éticas de quienes trabajamos en temas relacionados con las vio-
laciones de derechos humanos. Una cosa es pedir juicio y castigo para los
culpables y otra sería arriesgarse a proceder de modo que, quienes sin ser
represores, se hicieron cargo de estos niños, pudieran argüir que,
paradojalmente, ellos resultarían castigados «por haber buscado la verdad».
Lo cual podría indignar y sorprender si no se contara con diagnósticos y
pronósticos que advirtieran acerca de la posible puesta en marcha de meca-
nismos como los que vengo proponiendo como hipótesis destinados a garan-
tizar la subjetividad narcicizada de quienes, más allá de sus psicopatologías
cotidianas resultarían desposeídos de la presencia de un hijo (diferente de lo
que sucede en lo que se llama familia ampliada en la que los niños permane-
cen en casa de los adoptantes siendo visitados por los familiares del origen).

Entonces, si determinados adoptantes llegasen a firmar su conformidad


para restituir cabría preguntamos si, en todos los casos podemos confiar en
la verosimilitud de esa rúbrica. Y si en alguna oportunidad se negaran a
cumplir lo prometido, desestructurados y desesperados por lo que ellos mis-

158
mos habrían provocado, me pregunto cuál sería el efecto de reclamarles, con
argumentos éticos, el cumplimiento de una promesa que quizás habría parti-
do de una desmentida. Planteado otro nivel de pregunta: ¿qué sucedería si
retrocedieran? Se abrirían nuevas alternativas; una de ellas que el niño fuese
entregado en guarda a los abuelos, temiendo que ese retroceso finalizara en
una huida al exterior. Pero, si se puede suponer a los adoptantes capaces de
este procedimiento, ¿cómo habría sido posible confiar previamente con la
decisión voluntaria de restituir? ¿Cómo podríamos explicar o interpretar,
clínicamente, este pasaje desde la «bondad» de una restitución voluntaria
(que implica niño-con-abuelo) a la sospecha de una huida delictiva? Prece-
dentes de huidas existen, pero, ¿con cuáles parámetros convendrá comparar
a unos y a otros?... En el caso de un retroceso, no se estaría delante de un sí
inicial que habría que leer como un no!...

Lo cual no cambia ni enturbia el eje ético del tema, pero relativizaría el


modo de operar en tales situaciones.

Sombras e imágenes, paradojas y contradicciones en la adolescencia

Otras preguntas resultarían de una teoría de las identificaciones a partir


de la cual podríamos pensar en las significaciones de la sombra en estos
púberes. Suponemos que los adoptivos en general reciben una sombra que
sobre ellos proyectan los padres del origen; y que a su vez aporta a los
adoptantes una. sombra que incluye su mensaje genético (herencia). El sería,
para los adoptantes, la sombra del hijo soñado y no-nacido. En las situacio-
nes que analizo podríamos mantener esta tercera hipótesis pero añadiendo
que para los abuelos reencontrados estos púberes serían la imagen de sus
padres y no la sombra; lo cual autoriza a pensar en dos calidades de dobles
en el ámbito de las identificaciones8.

Para los adoptivos en general los padres del origen son personas existen-
tes y ausentes que se supone continúan viviendo en alguna parte. En nuestro
caso se trata de desaparecidos sin más referentes que el momento de la des-
aparición; o sea que añaden la condición de desaparecidos al esfuerzo psíquico
que conlleva incorporarlos siendo desconocidos para esos púberes9 y 10.
8 Qiberti E., Adolescencia y adopción: mecanismos psicológicos de aparición frecuente (offset).
Primer Congreso sobre Psicoterapias. Universidad de Belgrano, 1981.

9 Giberti E., Identificaciones y melancolía en adoptivos adolescentes (offset). Congreso de


Psicopatología Infanto-Juvenil, ASSAPIA, 85.

10 Giberti E., Adolescentes, hijos y familiares de desaparecidos (offset). Relato Primer Congreso
Nacional sobre Aprendizaje, 1986 EPPEC.

159
Además, detrás de los adoptivos se mueve la sombra de quienes no
aportaron su apellido convirtiendo a sus niños en N.N. No sucede así en los
casos que nos ocupan. Mientras los adoptivos habituales pueden decir, refi-
riéndose al nombre dado por los adoptantes, suponiendo que sea la familia
Pérez: «Yo no soy Juan Pérez», pensando en cuál habría sido el apellido de
sus progenitores, estos púberes por el contrario pueden afirmar cuál ha sido
su nombre original. Introducen un término positivo frente a la negatividad
que proveen los adoptivos cuando afirman que no son quienes son por adop-
ción. Recordemos que se encuentran en una etapa de omnipotencia del pen-
samiento y generalizaciones inductivas así como de transformaciones
representacionales que resultan de la aparición de nuevas lógicas en las cua-
les la contradicción adquirirá una vigencia que no tenía hasta ese momento:
«mis padres adoptantes me quieren. Mis abuelos (del origen) me quieren.
Pero no se quieren entre ellos, ¿A quién prefiero? ¿Con quién me tengo que
quedar? ¿A quiénes abandono?» Podría tratarse del reforzamiento de una
contradicción pragmática que no permite la rectificación o la fuga: los púberes
quedarían encerrados en ella. Es difícil para el Yo... organizarse dentro de
tales contradicciones que recién a partir de los ocho años pueden volverse
eficaces (nivel preconciente). Estaríamos en el terreno de lo paradojal don-
de cada uno de los ámbitos es opuesto al otro sin posibilidad de síntesis y con
su propia lógica inmanente. Lo que se suceda en la realidad exterior no
necesariamente alcanzará para equilibrar lo que previamente se haya compa-
ginado de este modo en el aparato psíquico.

Interrogantes desde los orígenes; y algunos otros

Los que podrían surgir desde la posición de los abuelos, siendo de otro
orden, son múltiples. Padres de desaparecidos, contamos con material clíni-
co suficiente como para informamos, reconocer cuáles han sido sus vínculos
y cuáles los lazos de solidaridad que los sostuvieron durante la búsqueda de
sus hijos y sus nietos. Podemos reflexionar acerca de la furia por la muerte o
desaparición de los hijos que en la mayoría de los casos implicaba una auto-
nomía respecto de la dependencia familiar. Entre duelos y duelos suspendi-
dos muchos abuelos asumieron perspectivas vitales luchando por saber acer-
ca de lo ocurrido y no sólo buscando a sus hijos. Adherir a esos principios
no significa detener el análisis de la vida psíquica de estas víctimas de la
represión para lo cual parece pertinente incorporar número suficiente de va-
riables. Algunas de ellas nos propondrían pensar que cuando algunos de esos
púberes restituidos mostrasen en sus conductas una marca simbólica de quienes
los criaron, los abuelos podrían sentirse incómodos o rechazarla, como si
detrás de ella estuvieran los desaparecedores de sus hijos.

Por otra parte, si estos niños sobrevivieron: «¿no estará viva mi hija
desaparecida?» Ausentes los cuerpos y las sentencias condenatorias, ¿dónde
están, qué se hizo de ellos? «Con vida se los llevaron, y estos niños, vuelven
con vida, con parte de la vida de nuestros hijos»11.
" Giberti E., «Desaparecidos", en Actualidad Psicológica, N° 117, 1985.

160
Yo no pienso que estos chicos ocupen fácilmente el lugar de los padres
desaparecidos en la mente de los abuelos, ellos son otros que también estu-
vieron desaparecidos y ese tramo de historia del horror compartida con sus
padres quizá los recorte con rasgos propios sin que sea inevitable ponerlos en
el lugar de los desaparecidos. Es sólo una hipótesis. En cambio puedo supo-
ner que podría producirse, para estos chicos, un cambio de signo, es decir,
que su presencia no fuera exclusivamente positiva en tanto regresan ajenizados
respecto de sus padres, investidos culturalmente por quienes los criaron; este
aspecto quizá modifique el sentido positivo en negativo, de ayudante a opo-
sitor ya que portan las palabras de quienes «ocuparon el lugar de los
padres». Tal vez, por momentos resulte insoportable mirar y escuchar esa
extrañeza ajena instalada en la prolongación de la propia sangre y que el niño
protagoniza. Será indispensable abrir las compuertas de la tolerancia para
incluir a ese púber cargado de ajenidades. O tal vez profundizar las negacio-
nes que impidan ver las diferencias; o desmentir que estuvo bien cuidado.

La plenitud de estar con los hijos de los hijos puede ser sostenida, no me
caben dudas, por la convicción ética y utilitaria de los abuelos y por los
afectos; pero quizá también habrá que preguntarse qué mecanismos deberán
crear para renacerlos y mientras tanto amar lo que fue constituido por otros,
amar los deseos de los otros que impregnan a estos niños, conjuntamente
con los deseos de los padres del origen.

Púberes que retoman de dos lugares en los cuales jamás deberían haber
estado (el horror y la familia de los otros) y enarbolan esas diferencias como
constituyentes de sí. Una de ellas podría suscitar una complicación mayor: si
los chicos reconocen y recuerdan haber «estado bien» con los adoptantes,
dicho sentimiento podría entenderse como «traición». Estoy imaginando y
construyendo hipótesis, presumiendo en terrenos del pensamiento y las vi-
vencias no concientes, pero que quizá podrían explicar el temor que tal vez
apareciese en algún abuelo: «¿no querrá volver con los otros?». Una res-
puesta militante sostiene que no es así. Que según lo evaluado no desean
retomar, ni los abuelos temerían esa añoranza. No obstante, tozudamente,
insisto en repreguntármelo para aprender cómo esos niños manejan sus
adioses. También para entender qué convendría pensar si estos niños, des-
pués de diez años o más creciendo con los adoptantes pudiesen «no extra-
ñar» viviendo con los abuelos.

¿Alcanzará el parecido físico con la madre o el padre?... O los abuelos


deberán atribuirles (juicios de atribución) características que los posicionen
como miembros de esa nueva-vieja familia? Qué valores habrá que atribuir-
les para reconocerlos como hijos de las víctimas?12. Son niños que transitan
entre tres grupos humanos, puntos de confluencia de todos ellos y logran
desarticular la ilusión maniqueista de los buenos y los malos, debiendo hacer-
se cargo de situaciones incomprensibles para ellos.

¿Qué sucede (rá) con el poder que se les otorga a estos chicos? Y que
en alguno de ellos podrá convertirse en burla, desafío o ficción de autori-

161
dad. Qué sucederá con las significaciones (miradas) con que fueron signifi-
cados a lo largo de estos años (maestros, amigos, vecinos). ¿Qué identifi-
caciones quedarán sostenidas en el lugar del que se aleja?... Cuáles serán
sus vínculos con el doble con el que se abandona en el hogar de crianza.
¿Cuánto de la relación con ese doble podría perderse si no se procesara
convenientemente el pasaje de un lugar a otro? Qué relaciones construirán
con la ley jurídica que intervendrá en sus destinos?13 ¿Habrá que pensar en
duelos de la niñez?14
12 Giberti E., «Comer, hacer el amor, ¿cómo hablar de "eso" con los familiares de desapareci-
dos?» en Actualidad Psicológica, Marzo 1986.

13 Maldavsky D., Comunicación personal.

14 Martínez victoria y otros. Terrorismo de estado, efectos psicológicos en los niños. Ed. Paidós
1987.

En caso de tratarse de niñas, dadas las especificidades de los problemas


de género, ¿cuáles serán sus registros respecto de las subordinaciones pro-
puestas por la cultura, la idea de maternidad, por ejemplo? ¿Descubrirá,
apoyada en su propia historia que nuestro útero es una usina en la que gene-
ramos productos llamados hijos que se convierten, para muchos, en un capi-
tal impregnado de poder? Dicha visión ¿será interceptada por el imaginario
social, que promueve la maternidad como algo «natural» para las mujeres y
a través de la cual se «consagra su condición femenina»? ¿Qué clase de
significación primordial llegará a ser el hijo en la secuencia de sus escenas
maternas? ¿En qué momento descubrirán (tan cerca como están de la ado-
lescencia) que sus madres quizás habrán tenido que hacer un duelo anticipa-
do por ellas que ya nacían desaparecidas']... ¿Cómo llegarán a ilusionar la
posibilidad de zambullirse en otro apellido ¿cuando tengan la posibilidad de
ser «señora de»? Ese lugar ¿será una presunta tabla de salvación para quien
tuvo un nombre inicial jadeado por una madre que la despedía, otro en la
adopción y finalmente el retomo al propio, restituido?...

¿Qué sucederá si en algún caso, litigios y enfrentamientos por medio,


estas historias se empantanan en la justicia y entonces llegara la sentencia
cuando estos púberes tuviesen quince años y capacidad para elegir con quié-
nes vivirán?...

¿Cómo se defenderán de todo el amor que provocan?...


En estas historias hay interrogantes por plantear más allá de presuncio-
nes y evidencias y sin pretender que nuestra investidura profesional no apor-
ta garantías de ecuanimidad. Tal vez podamos aspirar a ella si no bloquea-
mos las preguntas ni cegamos las palabras que nos permitan redactar las
dudas técnicas y teóricas, teniendo presente que la idoneidad de la tekné no
es equivalente a la idoneidad de quienes las aplican. «La ponderación de los
medios (técnicas) es ella misma una ponderación moral y sólo a través de
ésta se concreta, a su vez, la corrección moral de los fines a que sirve»,
(Gadamer). De allí que nos resulte tan difícil reflexionar sobre este tema y
audacia sería suponer que existe una sola clave y que uno/a es poseedora de

162
la misma. Pero hay algo que sí sabemos: estos niños, hoy púberes, respiran
en la comunidad el aliento de los desaparecidos. No sólo ésa es su condi-
ción. Les asiste el derecho de construir su subjetividad como sujetos deseantes,
en el sentido de la demanda-libertad, cuyo horizonte ontológico es
el saber-deseo sin amarrarse a la satisfacción de las necesidades de los otros.
Cuando así ocurre el sujeto se conviene en sujeto de consumo descentrado de su
posición de sujeto deseante. Desde esta última podrá dar su batalla entre el
conocimiento (de lo que le ocurrió) junto con el inmediato intento cartesiano
de dominar dicho conocimiento, y el saber-deseo tensado por sueños y fan-
tasía. Con ellos podrá construir otros conocimientos a partir de contenidos
inconscientes transformados en actos de conciencia, en ejercicio de nuevas
libertades y nuevas decisiones, teniendo en cuenta los límites (bordes al decir
de Deleuze) que marca la dialéctica de las posibilidades.

Instalados en un trauma que atraviesa la angustia de nacimiento, ama-


necieron a la vida social en un campo de concentración. Campos de concen-
tración. Empecemos por allí. De modo que quienes nacieron en ellos no sean
utilizados para enmascarar el recuerdo de su existencia, de sus responsables
y de sus víctimas.

CAPITULO V

La ética del analista


ante lo siniestro

por Fernando Ulloa


1984

Hace más de diez años que trabajo en el Campo de los Derechos Huma-
nos. Cada tanto me detengo a elaborar un texto acerca de mi experiencia. Así
lo he hecho para esta ocasión. Voy a ceñirme al rigor del mismo intentando
fijar mi posición como psicoanalista frente a los Derechos Humanos.

El Psicoanálisis se sostiene en un propósito: el develamiento de aquella


verdad que estando encubierta, para el propio sujeto que la soporta, se pre-
senta como síntoma.

Alcanzar o no este propósito suele ser aleatorio, pero que el psicoanálisis


no desmienta en su práctica lo que afirma teórica y técnicamente, fundamen-
ta la calidad ética de su quehacer.

163
Es que el psicoanálisis es una propuesta ética. Para quien se diga psi-
coanalista, el serlo o no serlo está por definición, enlazado a la producción
de verdad. No hay escapatoria o negociación posible si se pretende desen-
trañar el síntoma, porque precisamente el síntoma es solución de compro-
miso negociado.

La condición humana es de naturaleza trágica en tanto entrecruzamiento


conflictivo del amor y del odio, del cuidado y la agresión, de solidaridad y
egoísmo.

De esta dualidad dura está hecha la historia de cada individuo y la de la


humanidad toda.

Desde el punto de vista del psicoanálisis, esta dicotomía trágica tiene


dos destinos: O la salida ética donde la producción de verdad fundamenta
justicia, o el callejón ciego donde el síntoma ahogado en el ocultamiento
familiar y cotidiano, apaga su evidencia develadora, para volver a surgir
como grito mayor en la alienación oligotímica, el sufrimiento neurótico, la
perversidad violenta o el delirio psicótico.

Cuando el escenario de la producción sintomática, tiene la magnitud de lo


que nos convoca en esta mesa: «Los Derechos Humanos», quien se afirme
psicoanalista, o lo es, y hace justicia, o no lo es y a sabiendas o no, hace
complicidad. Según las circunstancias puede incluso hacer algo más siniestro
aún. No en vano introduzco este término de tradición freudiana: lo siniestro.
Aproximo con aquello el horror y la malignidad de la que me ocuparé.

Las personas varían en alto grado con referencia al impacto que lo si-
niestro hace en ellas, dice Freud citando a Jentsch.

Esta diferencia del efecto siniestro depende del grado de distancia y ne-
gación o por el contrario de proximidad y conocimiento de lo que está oculto
y es fuente de horror.

Freud trabaja este concepto en profundidad. Lo siniestro es aquella va-


riedad de lo terrorífico que se remonta a lo antiguo, a lo familiar.

Por de pronto -y no me extenderé en esto- el vocablo alemán heimlich


que significa familiar, se transforma con el agregado de un prefijo de nega-
ción en «un heimlich» algo así como infamiliar o más precisamente oculto o
secreto, concretamente siniestro.

Lo siniestro siendo familiar es al mismo tiempo aquello dentro de lo cual


uno no se orienta, algo promotor de incertidumbres.

En lo siniestro convergen los sentidos antitéticos de secreto y familiar.

Además Freud recoge en el diccionario de Sanders, entre otros significa-


dos, el siguiente «Mantener algo clandestino ocultándolo para que otros no
sepan de ello y acerca de ello».

164
Secretamente familiar remite en la investigación psicoanalítica a lo que
se denomina «el secreto de familia» que como factor patógeno opera en la
historia de algunos individuos.

En estas familias algunos personajes «están en el secreto», el secreto les


es familiar e incluso les confiere poder. El resto de la familia, de acuerdo a la
naturaleza de lo oculto, suelen sufrir sin saberlo a ciencia cierta, las conse-
cuencias de la malignidad infiltrante de lo que les es ocultado. Se convive con
algo que se ignora aunque se lo presiente inquietamente. Se puede sumar a lo
oculto la propia negación frente a lo extraño. Comienza así a surgir el efecto
siniestro. Es como la malignidad infiltrante de un cáncer ignorado, o quizá
denegado, pero existente.

Voy a referir un ejemplo que irá introduciendo más el propósito de esta


presentación. Seguramente muchos de ustedes conocen el caso de una niña-
nieta reencontrada por abuelas que fue secuestrada junto con sus padres, y
simulada hija legítima de una pareja cuyo hombre participó en el secuestro.

Por la edad de la niña cuando ocurrió el secuestro, alrededor de 23


meses, ella tiene registro, sin duda reprimido violentamente, del horrible se-
creto familiar.

La malignidad enfermante del mismo depende de la eficacia latente y


constante que le confiere su naturaleza de horror oculto con el que se convi-
ve familiarmente.

Siendo secreto no hay oportunidad de palabra que articule los hechos en


un relato. Entonces el secreto infiltra y pervierte todos los vínculos y estruc-
turas psíquicas de ella.

El único remedio posible contra la malignidad de lo siniestro es el


develamiento de aquello que lo promueve, simultáneamente al establecimiento
de un nuevo orden de legalidad familiar. Aun dentro de lo doloroso de esta
explicitación, de este hacer justicia, la verdad operará como incisión para
drenar, aliviar y curar el abceso de lo siniestro.

Este caso ilustra dramáticamente el asunto de los lugares y las distintas


respuestas en relación al efecto siniestro.

La niña, abandonada en su horrendo atrapamiento, corre los riesgos de


la oligotimia, por violenta represión afectiva, de la perversión, en un intento
compensatorio que haga fracasar la represión útil, de la desintegración psicótica.

En cambio, los ejecutores de lo siniestro, los que están en el secreto, se


mantienen en cierta forma insensibles a los efectos de lo horrendo. Ellos
mismos son lo siniestro, sobre todo si logran la impunidad que pretenden,
aunque de hecho en este caso ya han perdido la ocasión del ocultamiento.
Esta impunidad confiere poder sádico, poder fascista. Hasta pueden elabo-
rarse doctrinas y argumentos que intenten validar lo invalidable. Esto ocurre

165
sobre todo cuando el escenario de lo siniestro traspasa los límites de una
familia y cobra la dimensión de la sociedad.

Los efectos siniestros dependen pues del lugar que se alcanza con rela-
ción a lo oculto. Así los responsables directos y cotidianos del horror que
atravesó el país en los últimos años, no sólo lograban impunidad desde el
ocultamiento, sino que ese ocultamiento garantizaba eficacia paralizante so-
bre la comunidad. En esto radica la metodología de la desaparición de perso-
nas sumado al horror de sus tormentos.

Más allá del sadismo fascista que impulsa el accionar del ejecutor, el
estar secretamente familiarizado con los métodos confiere en un primer
momento protección afectiva frente al horror.

Por otra parte esta familiaridad tiene su costo terrible: reclama cada vez
más víctimas para alimentar el aparato, la convicción sádica y la indiferen-
cia emocional.

Hay que alimentar a Drácula.

Se habló cínicamente de excesos en la represión. En parte, este cinismo


configura una verdad.

El efecto siniestro paralizante de la comunidad, pudo ser conseguido


con muchas menos víctimas. Pero este aparato de diabólica eficacia requie-
re un alto mantenimiento en víctimas.

El número de las mismas fue multiplicado para encapuchar a los inte-


grantes del propio sistema, envileciendo cada vez más a los operadores y
cada vez a mayor número de ellos.

Es como esos criminales, que muerta al víctima, deben seguir apuñalan-


do hasta matar su propio horror.

Lo anterior para el lugar de los victimarios, los criminales.

El lugar de las víctimas está ilustrado en los terribles relatos de los so-
brevivientes.

Pero el lugar último, el más excéntrico y alejado de los antros de tortu-


ras es la comunidad toda destinataria principal de la represión.

Nuestro país, como muchos otros, convivió familiarmente con el horror.


Muchos intentaron distintas técnicas de ceguera. Lo siniestro ataca literal-
mente los ojos como reminiscencia castratoria.

Pero nadie pudo evitar que se infiltrara la malignidad planificada desde una
metodología-posiblemente inédita-de desaparición, silencio y tormento.

166
Frente a las desapariciones reaccionaba como podía el pequeño círculo
de familiares y allegados, también algunas voluntades solidarias, capaces
de no retroceder ante lo siniestro, en general con pocos resultados inmedia-
tos e inmenso mérito. La propia lucha por romper lo oculto fortalece frente
a sus efectos.

Son los que intentaron salirse del lugar paralizante desenmascarando lo


clandestino.

En grandes mayorías surgieron los mecanismos buscados por la repre-


sión: no enterarse del todo, mantener cuasi-secreto lo secreto, aceptar la
eficacia del pánico evitando la conciencia del mismo. Delegación, aisla-
miento, ensimismamiento, manía, violencia desplazada, racionalizaciones,
etc. El repertorio es inmenso, pero siempre precedido por la incertidumbre
y el sobresalto.

Y cuando mayor es la degradación de los ojos que no ven, más siente el


corazón el terror eficaz que paraliza. Entonces la mayor verdad es la men-
tira que encapucha la evidencia.

Se puede ejemplificar este encapuchamiento en un recorrido tétrico.

Recorrido que se inicia en la cobardía idiotizante de la conocida frase


«en algo andaría» o en la más sutil aún «debe ser un error, fulano no andaba
en nada», frase que en otro lugar, el de la tortura ha de convertirse, en boca
de la omnipotente cobardía del torturador sistemático en «algo ha de saber».

Se cierra así la trayectoria siniestra que realimenta en unos el desentendi-


miento suicida y en otros la sádica impunidad.

Mientras tanto se encapuchan ambas evidencias en esloganes y calcoma-


nías provocadoras tales como «los valores occidentales y cristianos» o «Los
argentinos somos derechos y humanos».

Los mismos familiares pueden debatirse en los horrores de la duda «tal


vez aún esté con vida» o «quizá ya murió y dejó de sufrir». Duda terrible
que suele prolongarse en el tiempo donde a la esperanza de la reaparición
con vida se contrapone, en algunos casos, el terror del posible precio estigmatice
pagado por sobrevivir: haber colaborado.

Quiero retomar el comienzo. Quien se propone psicoanalista, por defini-


ción, está atrapado en la cuestión de ser o no ser frente a miles de calave-
ras, recuperadas o desaparecidas que lo interrogan no tanto en cuanto a lo
que aconteció, sino principalmente en cuanto al testimonio de verdad que su
práctica rinda.

No sólo lo interrogan los afectados directos con los cuales tenga oca-
sión de contacto, y casi todo analista de nuestro medio, que no entre en
alianzas negadoras, contacta con afectados próximos, sino que lo interrogan
las evidencias sociales que desde el acostumbramiento y la delegación pro-

167
mueven el olvido como otra forma de recrear la fuente oculta de lo siniestro.
El olvido como valor social no sólo instaura una cultura siniestra con todos
sus efectos, sino que promueve la repetición de los hechos.

El psicoanalista, conforme con su ideología, podrá no aproximar su cola-


boración directa al campo de los derechos humanos, pero si es cabalmente
analista, si su práctica no desmiente las propuestas teóricas del psicoanálisis,
no podrá dejar de hacer justicia desde la promoción de verdad como antído-
to frente al ocultamiento que anida lo siniestro.

Hacer justicia es como hacer el amor, tiene actos de culminación y tiene


constantes cotidianas.

Finalmente son estas constantes cotidianas las que afirman o desmien-


ten aquellas culminaciones.

Voy a finalizar con una frase de Lenin que un amigo me recordó tiempo
atrás. «La tortura es absolutamente contrarrevolucionaria en cualquier cir-
cunstancia.»

CAPÍTULO VI

Apuntes sobre identidad,


filiación y restitución

por Martha I. Rosenberg


Abril de 1992

Filiación e identidad, entendidas como intersección de múltiples líneas


genealógicas, son creaciones sociales. Nadie existe sino en relación a otros,
afirma FranÇoise Hiritier-Augé (De I'engendrement a lafiliatión. Topique
No 44, p. 174). Todas las sociedades consagran la primacía de lo social -de
convención jurídica que lo funda- sobre lo biológico puro: la filiación nunca
es un derivado simple del engendramiento. Por eso, la figura del padre (y
también la de la madre, aunque ésta esté sobredeterminada por la pretendi-
da obligatoriedad de aceptar toda preñez como un hijo) aparece desdoblada
en dos funciones: genitor y adoptante.

La función del genitor es temporal y físicamente reparable; la del adoptan-


te se configura en la constante afirmación del deseo de descendencia, encama-

168
do por un hijo concreto y sostenida por una práctica de la crianza que asegure
su supervivencia y desarrollo. Esta dialéctica entre dos funciones diferentes
(aunque confundidas habitualmente en la procreación «natural») culmina nor-
malmente en la constitución de una relación de reconocimiento mutuo de alteridad
y semejanza, característica y fundante de las relaciones entre humanos que
posibilita el surgimiento de un nuevo sujeto, el hijo, que resignifica al genitor
como padre/madre. Se agrega así una generación al linaje.

Según Piera Aulagnier («¿Quel Désir pour quel enfant?» Topique No 44,
p. 201) para que el sujeto pueda reconocer y hacer reconocer su singulari-
dad, así como su lugar de ciudadano pleno en el campo socio-cultural del que
no puede ser excluido, debe utilizar necesariamente materiales heterogéneos:

1° La madre y la pareja que lo desea y prefigura en un discurso que


lo antecede.

2° El discurso del campo social que decide cuál será su lugar en un


sistema de parentesco sobre el que reposa su organización

3° La acción del propio deseo del aprendiz-constructor.

Deberá encontrar la manera de mantener juntas las tres componentes


heterogéneas.

Las leyes de filiación patriarcales, desplazan a las mujeres y les prohíben


marcar jurídicamente su descendencia, invisibilizando el don del hijo al pa-
dre por la madre y la apropiación del mismo por el linaje paterno con exclu-
sión del materno. Estas leyes, ¿son transgredidas por las Abuelas de Plaza de
Mayo, mujeres a quienes la dictadura agrede en su maternidad, es decir, en
lo más consustancial con el lugar social que les es asignado?

Todos nos hemos preguntado alguna vez el significado de que la defen-


sa de los derechos humanos se configure, en esa época, como un campo de
acción predominantemente femenino. En general, las explicaciones suelen
ser superficiales, en términos de sociología ingenua, inclinados a dar cuenta
de este fenómeno sin introducir ninguna crítica de la división sexual del tra-
bajo social y sin poder calcular el efecto renovador de las prácticas políticas
que tiene o puede tener la conciencia de que la suerte de los vínculos más
íntimos depende de la configuración política del Estado. Estado que en nues-
tro caso, aun después de instalada la democracia, abandona a su suerte a los
niños secuestrados por su antecesor totalitario, dejando impunes a sus
victimarios. ¿Qué lectura hacer de la coincidencia de ambos regímenes en la
privación de sus derechos?

¿Qué consecuencias tiene para las Abuelas haberse hecho cargo de bus-
car a sus nietos por ellas mismas?

Me parece conveniente formular esta pregunta, porque no es frecuente


que la reflexión sobre esta problemática se ocupe de la subjetividad de las
abuelas, agentes protagonistas de la búsqueda, sino en la de los niños como

169
objeto de la misma, reflejando el hecho innegable de que el interés social por
las mujeres está consistentemente asociado a su eficacia como garantes de la
procreación.

Como mujeres buscan al niño, pero -también como mujeres- no sólo


al niño. Ese niño que les falta, cuya identidad necesitan restituir, es portador
de un don de identidad que les fue arrebatado dejándolas privadas de la
confirmación de que la vida que transmitieron tiene continuidad, aunque su
nombre puede excluirlo del linaje patriarcal. El niño que buscan en lo real de
su pérdida, es el suyo, desaparecido, símbolo de su fecundidad biológica y
social cercenada. Un hijo/a que se hizo padre o madre en momentos en que
no pudo sostener su deseo de descendencia con su propia vida, siéndoles
arrancados simultáneamente la vida y el producto de este deseo. Ambos
extraídos violentamente del ámbito familiar originado y volcados a una so-
ciedad que los sanciona los elabora por la mediación de subestructuras como
las fuerzas de la represión, el poder judicial o las familias adoptantes. Las
relaciones de poder existentes -las mismas que determinan la derrota y la
muerte del hijo- se expresan en estas instituciones (con las que guardan una
relación más o menos directa) con diferentes grados de complejidad y de
libertad respecto de las determinantes macrosociales. Cabe preguntarse cómo
opera en la subjetividad de las abuelas la negación de que la justicia, de
cuyos representantes concretos -los jueces-esperan la restitución de los
nietos, son los mismos que les negaron los hábeas corpus de sus hijos y de
sus nietos durante la dictadura. Como si la decisión política de interrumpir la
transmisión ideológica que sustenta la práctica de interrumpir la transmisión
ideológica que sustentaba la práctica política de los padres, a través de la
captura de los hijos, fuera imposible de creer, aun cuando fue públicamente
reconocida por los represores.

Esta imposibilidad de creer se funda un una concepción abstracta del


poder judicial, deseado, solicitado e instituido como representante de la tute-
la de intereses y derechos declarados universales, en la imposibilidad de ver
en él el montaje de la formalización jurídica de la dominación política (en su
singularidad histórica, ej. Suprema Corte menemista, etc.). A esta «legali-
dad» que difícilmente logra convertirse en justicia, se agrega la permanente
infracción de las normas vigentes por parte del aparato judicial que redobla
y caricaturiza la injusticias inherentes al orden que dicen proteger.

La desesperación causada por las pérdidas sufridas promueve una sen-


sibilidad especial para detectar algunos puntos de inconsistencia en este
bloque adverso (existen contadas excepciones entre los jueces), pero no se
logra instalar el problema de la recuperación de los niños como una necesi-
dad asumida institucionalmente por la justicia ni mayoritariamente por la
sociedad.

¿Tal vez deberíamos pensar que estos niños no están faltando a toda la
sociedad, sino solamente a sus familias? ¿Cuáles son los requisitos para que
este penar privado sea tomado como deuda social y no abandonado a sus
propios esfuerzos privados -en cuyos logros se hace difícil reconocer algo

170
más que una reparación individual- conseguida con la colaboración de grupos
que son pequeños en relación al efecto social de los crímenes cometidos?

El clamor de las Abuelas por sus nietos desaparecidos, este reclamo que
busca ser compartido con el resto de la sociedad, no es, como se dice, la
insistencia del deseo de sus hijos, sino la del suyo propio. Sus hijos fueron
eliminados físicamente de la escena social y simbólicamente (mediante las
leyes de Punto final y Obediencia Debida aprobadas durante el gobierno de
Alfonsín y el indulto concedido por el presidente Menem) del registro de
deudas contraídas para fundar una democracia basada en la espantosa dis-
criminación económica que hoy divide a nuestra sociedad en una mayoría
de subocupados y sectores con Necesidades Básicas Insatisfechas y una
minoría de rozagantes consumidores. Que la abuelas intenten recuperar a
sus nietos, dar continuidad a su linaje, no debe borrar la ausencia de la
generación fallante, materializada en el terreno social, por la falta de res-
puesta eficaz a sus reclamos familiares y por la ausencia del discurso políti-
co en que dicha generación se sostuvo. Lo que se transmite en estos aguje-
ros de la trama, es el sentido de fracaso de una nueva generación política
que sus hijos encamaron, en la tarea de dar sustento a una nueva genera-
ción que la continúe. Existen otras formas de desaparición, que se patenti-
zan en la ocupación de encumbrados puestos de dirección de los poderes
comprometidos en la construcción del actual proyecto de sociedad, por par-
te de muchos que tuvieron la suerte de sobrevivir a sus compañeros políti-
cos de antaño.

Hay un trabajo de filiación negado, impedido o usurpado a estos niños,


en el que la identidad no adviene como diferenciación de un padre/madre
cuyo destino es interpretado por el propio hijo, para poder discriminar su
deseo, sino que se suprime el conflicto identificatorio originario de ese indi-
viduo, vía la eliminación física de los padres, interpretando brutalmente y sin
apelación la causas de su desaparición -su ideología- como invivible.

Cuando las Abuelas encuentran un niño secuestrado, ya están en su


linaje, como parte del secreto que subyace y amenaza la identidad que ha
sido construida en la relación de apropiación con sus captores o adoptantes,
según sea el caso. (Nota: No voy a entrar a considerar la cuestión de si toda
relación de crianza con un niño hijo de desaparecidos que no se restituye a su
familia de origen es por definición un secuestro, se conozca o no su origen,
que merece una exhaustiva discusión y que tiene un lugar de principio doctri-
nario en la labor de las Abuelas.)

Lo cierto es que los niños secuestrados deben construir una identidad que
les permita sobrevivir. Llamarla falsa, además de pasar por alto el hecho de
que toda identidad unifica elementos cuyo valor de verdad no es unívoco,
implica la imposibilidad de historizar la verdad de la vida de ese niño.

Las «falsas figuras de identificación», mencionadas en algunas publicacio-


nes, ponen en el registro de la verdad algo que es del orden de la ética. Los
captores no son falsos, sino criminales para los padres, los familiares y para el
niño hipotético que hubiera sido el hijo, si no se hubieran apropiado de él.

171
La verdad que se transmite en una filiación, no existe como dato. Tiene
que poder ser transmitida por los padres y ser construida por el hijo. Los
legítimos significantes primordiales lo son si operaron, si crearon una dife-
rencia que promueve un sujeto. Sólo existen a posteriori, si no operaron, no
existen. ¿Cómo explicarse si no la cantidad de niños desaparecidos que no
fueron buscados?

Dado que la pregunta ¿quién soy yo para? supone un sujeto que se la


formula cuando ya hay un referente posible, dador o dadora de identidad, la
posibilidad de la restitución depende de que la llegada de la verdad de la
abuela, encuentre al nieto en un momento en que la interrogación por su
identidad está planteada de tal manera que pueda admitir los referentes
identificatorios de su origen que ella le ofrece. Dolorosa contradicción entre
el deseo de bienestar para el nieto y la dependencia de ese bienestar de que
los odiados usurpadores del lugar de sus hijos los hayan suplantado «sufi-
cientemente bien». Tarea difícil y ordalía moderna, la de discriminar qué de
la defensa de la continuidad de la identidad de los hijos desaparecidos y sus
ideales, puede ser incompatible con la defensa de la vida de ese nieto. En qué
punto de la historia del hijo a quien se dio la vida, se quebró la posibilidad de
continuidad del propio linaje. Este (os) punto (s) señalan a menudo la emergen-
cia de los ideales personales y/o familiares (religiosos o políticos) en conflicto
con el cumplimiento de las funciones que la sociedad demanda a las mujeres
como madres. Los lugares de ruptura de la imagen maternal hegemónica, se
transforman para las mujeres en fuente de numerosas estrategias de defensa
ante la culpabilización social, que refuerza la culpa estructural por el ataque
simbólico a la propia madre, implicado en la asunción de la maternidad a
través de pautas y de valores que no reproducen exhaustivamente las suyas.
La dificultad consiste en sustraerse a las valoraciones conservadoras, que
inscriben los cambios sociales (y sus consecuencias sobre la subjetividad
individual) solamente en términos de traición a una figura tradicional ideali-
zada y no de sus efectos posibilitadores de la emergencia de la vida social de
nuevos sujetos.

La maternidad/paternidad son dadoras de identidad, que no existe antes


de estructurarse como efecto de la pertenencia a un linaje. Ser hijo/a de
desaparecidos es una identidad definida por la pérdida de unos padres, pérdi-
da que realiza el riesgo de muerte implicado por una opción política revolu-
cionaria (no es necesario que ellos personalmente lo hayan sido, basta con
que la hayan representado) en un Estado criminal. La identidad que resulta
no es falsa, sino que encierra la verdad del destino nefasto del proyecto de
vida de sus padres. No pudieron serles padres. La separación violenta y la
sustitución de los padres es un acontecimiento real. La verdad de este real
debe ser constituida por el niño gracias a la restitución de hechos de su
historia que le fueron sustraídos por ocultación o por ignorancia. Pero una
cosa es aportar el soporte necesario para la construcción de la identidad
personal, otra es «rescatarla» o «darle su sentido verdadero». La verdad de
los nietos no es la de los padres ni la de los abuelos.

La restitución se hace al precio de una generación. Sería temible que no


se respetara el hiato que la historia inscribió en el linaje, hiato en el que la

172
instalación de un enigma puede, si alguien quiere, dar origen a una indaga-
ción que eche luz sobre la tragedia ocurrida.

Para las mujeres, elegir a las Abuelas de Plaza de Mayo como antecesoras
en una abuelidad femenina abre un espacio colectivo nuevo para la elaboración
actual de un lugar parental, cristalizado en el imaginario social como una posi-
ción de inocencia -cuando no de desinterés o de impotencia- respecto de
los problemas decisivos de la vida social. Son nuestras madres antecesoras, en
el sentido de que de ellas recibimos las mujeres, la herencia de una nueva
forma de ejercicio de lo coagulado en la cultura acerca de la mujer abuela, que
lo agota y lo extiende, poniendo de manifiesto la politicidad de lo privado y la
latencia transformadora que contiene.

Buscan, y a veces encuentran, a los niños de cuyos nombres están


doblemente borradas: por el sistema de filiación patriarcal (que en nues-
tro país ni siquiera pone el nombre materno en segundo término) y por el
Estado terrorista que intenta borrar los rastros de la represión criminal.
Esta búsqueda las inscribe en la tradición de las heroínas patriarcales,
según señala Luisa Muraro, son mujeres que van, enviadas por el padre,
a los lugares donde los hombres no tienen voluntad o coraje de ir (la
recuperación de la progenie del Padre es la tarea asignada a las mujeres
desde Antígona). Podríamos preguntarnos, sin embargo, si en el movi-
miento de restitución de los niños a su familia de origen, se perfila una
figura nueva de la abuela. No la que mantiene los mitos antiguos, narran-
do cuentos para adormecer a los niños o asegurarse su sujeción a la
cultura tradicional, sino la que desmonta mitos para despertarlos de un
sueño que no es el de su origen histórico singular. Una abuela que no
pudo ser devorada por el lobo (aunque éste lo haya intentado) y que
responde a las preguntas que se le dirigen desde una ética de la verdad.
Aunque sepa por su propia experiencia, que esta verdad de la que es
depositaria, está construida con infinidad de fragmentos, a veces imposi-
bles de verificar en el sentido tradicional del término. Verdad que ha
construido sobre la base de un vivido sin representación posible, hasta
que la modificación que su práctica impone a la realidad, lo hace pensable.
La desaparición del hijo es lo irrepresentable, y aun más si, como adver-
tían muchos comedidos, se creía que el hecho de buscarlos podía empeo-
rar su situación o acelerar su muerte. Imposible creen que el gesto en el
que la maternidad/paternidad se afirma como tal (el cuidado, la responsa-
bilidad por el hijo) no encuentre a su destinatario, tenga que sustituir su
objetivo filial a raíz de un acontecimiento que sólo alcanza la dimensión
de tal con el angustioso pasar del tiempo de la incertidumbre.

La reparación posible de este crimen irreparable no es, con toda la im-


potencia que ésta comporta, del orden de la restitución -imposible- de la
identidad individual de los nietos, cuya construcción no podría dejar de con-
tar con los elementos de su historia post-secuestro. Esta restitución queda,
de todas maneras, restringida al campo del derecho familiar o privado. Y es
en nivel de la conciencia social más amplia en donde la reparación tiene que
tener lugar para que no quepan repeticiones.

173
CAPÍTULO VII

Acerca de los orígenes: Verdad-mentira,


transmisión generacional

por E. T. de Bianchedi, M. Bianchedi,


J. Braun, M. L. Pelento y J. Puget

Introducción

Como psicoanalistas argentinos comprometidos en cuestiones de Dere-


chos Humanos hemos intervenido, en forma individual, grupal o interdisciplinaria,
en situaciones graves en las que se conjugan problemáticas sociales y familia-
res en un contexto de violencia de Estado. En esas circunstancias pudimos
observar algunos de los efectos producidos por un tipo de transmisión psíquica
transgeneracional con alteración del eje que -tomándonos una licencia- deno-
minamos «verdad-mentira», así como los efectos de corrección de ese eje.

En esta presentación nos referiremos específicamente a la transmisión


de verdades, falsedades y mentiras, categorías que necesiten alguna pun-
tualización. Consideramos la mentira como un relato en el que se formula lo
contrario de lo que se sabe se cree o se piensa conscientemente; en esta
situación, se producen dos tipos de operaciones: por un lado se utilizan me-
canismos de encubrimiento concreto de un hecho, y por otra parte se cons-
truye un «pseudo-hecho» a través de la articulación de proposiciones que
tienen como objetivo volverlo creíble y existente. La falsedad de una formu-
lación, en cambio, se debe a otros factores: uno puede ser la ignorancia, o el
no-conocimiento (por ejemplo, cuando se demuestra la falsedad de una de-
terminada teoría), otro, el «des-conocimiento», que implica la utilización del
mecanismo psíquico de la renegación (por ejemplo, la formulación de la
teoría sexual infantil según las cual lo mujeres tienen pene) porque incons-
cientemente no se soporta la verdad. Toda mentira es también una falsedad
en este segundo sentido, pero no toda falsedad es una mentira.

Con respecto a la categoría de «verdad» partimos de la postura que


sostiene que la verdad en sí misma, la verdad «absoluta», es incognoscible.

174
Por lo tanto sostenemos que «saber la verdad» no puede ser un acto puntual
y definitivo, sino un proceso caracterizado por sucesivos acercamientos a la
misma, que van expandiendo el campo de lo cognoscible En este sentido, el
uso de «verdad» en psicoanálisis se acerca más al concepto de «verosimili-
tud» utilizado en filosofía de la ciencia1.

Otra puntualización se refiere a la «pulsión de saber» o «epistemofilia»2


cuando las categorías de lo cognoscible y lo incognoscible están intrínseca-
mente relacionadas con las vicisitudes de la misma Cuando estas catego-
rías están trastocadas -como mostraremos con algunos ejemplos- la trans-
formación de un saber posible en uno imposible produce efectos negativos
sobre los componentes de dominio y de placer de la pulsión epistemofílica, o
sobre lo que Bion ha denominado el vínculo «K» la disposición pulsional
misma puede quedar obturada impidiendo el crecimiento del aparato psíqui-
co. Ello se visualiza con especial nitidez en dos tipos de situaciones cuando
se transforma en incognoscible el saber posible acerca de la filiación y el
saber referido a la muerte de un objeto de amor o el destino de la persona
desaparecida. Estas dos situaciones potencian la significación de ciertos se-
cretos familiares vergonzosos que, enrocando estas categorías sobre la pulsión
de saber, genera toda la gama de consecuencias patológicas

Por último, deseamos señalar que en el contexto de esta presentación


concebimos al individuo, su evolución e historia en estructuras intra, ínter, y
transubjetivas (Puget, 1989a) que promueven o inhiben el crecimiento men-
tal La estructura del aparato psíquico, con sus disposiciones potenciales (la
función de conciencia, el pensar, el juzgar, la posibilidad de lenguaje, etc) se
transmite con toda probabilidad genéticamente, los contenidos, en cambio,
se transmiten vincularmente -a través de contactos emocionales, de comu-
nicación de relatos, fábulas, mitos, historias y a través de acciones, creencias
e ideologías. Este tipo de transmisión es el que debe ser explicado por meca-
nismos psíquicos que tomen en cuenta los espacios inter y transubjetivos del
ser humano. Estos mecanismos psíquicos los suponemos existentes y
funcionantes desde el inicio de la concepción del sujeto en tanto infante, ya
sea siguiendo el modelo de la estructura familiar inconsciente (Puget,
Berenstein, 1988) y/o del psiquismo temprano -sin precisar aquí la fecha
en que éste se inicia- ya que diferentes escuelas psicoanalíticas ubican este
comienzo en diferentes momentos pre o post natales.
' Allí, «Verosimilitud» es utilizado como preferible «verdad» como criterio para la elección de
teorías, o para su comparación, siendo el modo mas «racional» para sostener el progreso de la
ciencia Por analogía, en psicoanálisis estamos comprometidos con la postura que sostiene
que el «saber la verdad» acerca de uno mismo, hacer consciente lo inconsciente es, dentro de
lo posible, deseable y bueno para el desarrollo del individuo Las «verdades» que se descubren
en un tratamiento psicoanalitico -interpretación transferencial y/o construcción mediante- se
hacen mas verosímiles cuando permiten re-pensar situaciones conocidas, conectarlas con
múltiples hechos, elegir nuevas maneras de actuar etc situaciones que consideramos hacen
el progreso del individuo, la pareja, el grupo y la sociedad.
2 Ya sea que la consideremos derivada de la pulsión de dominio (pulsión de conservación) y
del placer de contemplación (pulsión sexual) (Freud), o derivada de la intrusión sádica en el
objeto (tanatos) y las tendencias reparatonas (Eros) (Klein) o primaria dotación pulsional del
ser humano (Bion).

175
Acerca de los orígenes: verdad - falsedad - mentira

Una fábula como la de la cigüeña en nuestra cultura intenta dar cuenta de


los orígenes y se construye sobre la represión de la sexualidad Infantil de los
padres transmitida a los hijos. Esta fábula, en condiciones favorables, suele
estimular la pulsión de saber, puesto que las evidencias de embarazo y otros
signos permiten al niño contraponer hechos y relatos que le posibilitan llegar
por sí mismo a resolver incongruencias y seguir construyendo sus propias
teorías sexuales infantiles.

Utilizaremos aquí el concepto de mito en tanto construcción vincular


para referimos a aquellos mitos que transmiten distintas versiones acerca de
los orígenes. El mito de origen intenta hacer pensable aquel componente para
siempre incognoscible del cómo, cuándo y por qué del origen.

Así como la fábula de la cigüeña tiene una difusión amplia, otros


relatos y mitos sobre los orígenes tienen una difusión más restringida.
Cada familia construye sus propios mitos. En algunas ocasiones éstos se
organizan sobre secretos familiares vergonzosos y vergonzantes dando
lugar a mentira (Puget, Wender, 1980). En esta circunstancia se produce
una alteración del lugar de hijo en la estructura familiar inconsciente,
quedando ubicado éste en lugar del excluido del secreto vergonzante en
vez de quedar excluido de la escena primaria. Con este proceder el secre-
to vergonzante ocupa el lugar de incognoscible, superponiéndose esta
categoría a lo verdaderamente incognoscible. Observamos esto en fa-
milias con funcionamientos perversos o psicóticos, puesto que dichas
estructuras familiares no se construyen sobre la represión sino sobre la
distorsión consciente de la verdad. Si bien el secreto vergonzante en al-
gunas ocasiones es encubierto por un otro relato mentiroso, incluye un
mecanismo de renegación que nos lleva a postular la idea que la estructu-
ra familiar se constituye en torno a la falsedad. En este caso se suman
mentira y falsedad.

Otro caso es cuando el secreto familiar vergonzante se construye sobre


una colusión entre una mentira social y una mentira familiar, como lo fue en
el contexto que nos ocupa en este trabajo. Aquí la colusión actúa a manera
de una retroalimentación. Los hechos que tomaremos como referente son
los que ocurrieron en la Argentina entre los años 1976-1983. En ese momen-
to el terrorismo de Estado produjo la desaparición de aproximadamente 30.000
personas y entre éstos unos 400 niños pequeños fueron secuestrados junto
con sus padres y otros nacieron en cautiverio. Estos niños fueron anotados
como propios o ilegalmente adoptados por los mismos raptores o por fami-
lias cómplices de los mismos. El mensaje transmitido se apoyó en la renegación
del asesinato de personas, sus propios padres, lo que dio lugar a un proceso
de alienación, producto de la violencia de Estado.

Apropiación

176
La Asociación Abuelas de Plaza de Mayo está dedicada desde 1977 a la
búsqueda y ubicación de estos niños «desaparecidos» -sus nietos-. Con
el correr de los años, en los que se encontraron algunos niños y se fue
haciendo posible su recuperación se fue organizando en la institución un
equipo interdisciplinario, de psicólogos, abogados, pediatras y genetistas; el
trabajo de identificación incluye en la actualidad técnicas adelantadas de aná-
lisis genéticos y de histocompatibilidad (J. L. Berra, 1987), que permiten la
demostración de la inclusión del niño en la familia con un 99, 9% (índice de
abuelismo). A partir de 1983, con la re-instauración de la democracia en la
Argentina, se contó también con el apoyo de la justicia para dar un respaldo
legal a la devolución de estos niños a su familia, devolución que legalmente
se llamó «restitución». A pesar de que no hubo ningún niño que sufriera
descompensación psíquica, ni en el momento de la restitución ni posterior-
mente, y que en todos los casos la restitución fue un hecho beneficioso y
terapéutico para ellos (tanto física como psicológicamente) este procedimiento
sigue siendo objetado por algunos sectores de la población3.

En el transcurso del proceso de la restitución pudimos ponemos en con-


tacto con algunos de los mitos de origen que se le habían transmitido a estos
niños. En ciertos casos se les mintió diciéndoles que efectivamente eran hijos
de los apropiadores. A otros se les dijo que eran adoptados intentando indu-
cir la idea que habían sido abandonados por sus padres; lo que se ocultaba
era el hecho de la desaparición forzada de los mismos y la circunstancia
delictiva de la apropiación.

El discurso de los apropiadores sostiene afirmaciones mentirosas acerca


del origen que conciernen también la fecha de nacimiento, el nombre propio
y obviamente el patronímico, sostén de la identidad social. Con este discurso
se intenta sustituir con un relleno falso la realidad histórica, proceso que
necesariamente se multiplica con un entramado mentiroso.

Como señalamos en un trabajo anterior (Bianchedi y colab., 1989) los


enunciados de las familias apropiadoras contienen también mensajes
mesiánicos, sostienen para el niño un doble deseo, el de no ser y el de ser
«no serás lo que te ha hecho nacer», el deseo inicial de los padres en cambio
«serás desde mis valores mesiánicos aquel que yo quiera que seas». Proba-
blemente «el Yo quiero que seas» no es implícitamente malo para el
niño, en cambio sí lo es «el Yo quiero que no seas, y que seas para otro
proyecto que es el mío, que incluye la muerte de todos los padres que
hasta ese momento hicieron nacer hijos como tú». Se les transmite tam-
bién le prohibición de averiguar acerca de sus orígenes4. A estos niños les
es imposible el descubrimiento de la verdad por la potencialización dada
por la colusión en la cual se combina el secreto familiar con un mandato
social sostenido por una ideología. En la mente de los apropiadores se
encubre el secreto vergonzante (lo delictivo) con la convicción arrogante
que lo justificaría.

Tanto en el caso de la compra y tráfico ilegal de niños como en el de


niños apropiados por razones políticas nos encontramos en el terreno de la
alteración de las categorías verdad-mentira en la transmisión. Lo que dife-

177
rencia los segundos de los primeros es que en éstos se agrega la renegación
del asesinato de los padres.
3 De los niños encontrados (alrededor de 50), 13 continúan viviendo con sus familias de crianza,
en base a encuentros y acuerdos con el grupo familiar de origen. Estos niños llevan sus verda-
deros nombres, conocen su procedencia y su historia. Otros 25 han sido restituidos (muchos de
ellos por orden judicial) y otros aún aguardan la decisión de los jueces. Todos estos niños han
pasado entre 8 y 12 años con las familias apropiadoras; algunos de ellos fueron «apropiados»
como recién nacidos (nacidos en cautiverio), y otros como bebés de meses y 1 año y medio,
que fueron «dados» a captores o personas relacionadas con ellos.

4 Este mensaje difiere del observado en el caso de padres con potencialidad psicotica cuyo
deseo puede incluir un deseo de muerte del hijo.

Restitución

Cuando estos chicos son restituidos a sus familias, observamos, dentro


de lo dramático de la situación, una llamativa exacerbación de la pulsión de
saber y una igualmente llamativa y rápida incorporación a su grupo familiar.
El niño movido por la activación de la pulsión epistemofílica, intensifica sus
investigaciones pidiendo datos sobre sus primeros meses de vida, el aspecto
y la personalidad de sus padres. A manera de un trabajo detectivesco, reitera
preguntas a varios miembros de la familia para comprobar si sus respuestas
coinciden. Rápidamente busca y encuentra parecidos físicos entre él y sus
familiares y se regocija viendo fotos y otros objetos que le pudieron pertene-
cer. En un primer momento se integra al grupo familiar, se adapta al nuevo
colegio, nuevas ropas, nuevo grupo social. Aparecen recuerdos de situacio-
nes vividas cuando era muy pequeño.

El encuentro con la historia «verdadera» sustituye el mito construido


para ese niño con un mito estructurante por ser más próximo a la verdad
histórica. Suponemos que el conocimiento previo de una parte de su verda-
dera historia había permanecido enquistado durante esos años. Hicimos la
hipótesis que la rápida comprensión de la historia y la integración de los datos
que se les provee se debe a que son poseedores del conocimiento de lo que
les ha pasado.

Identidad

Además de la hipótesis de la transmisión del mito de origen pensamos


que en el constante proceso de construcción de la identidad se transmiten
verdades, falsedades y mentiras. Quedan en la mente algunos núcleos de
verdad inherentes a los primeros contactos emocionales de la madre y el
bebé y al lugar otorgado por la estructura familiar inconsciente. Los mitos
transmisores de mentiras no obturan nunca totalmente aquellos conocimien-
tos verdaderos que actúan a manera de elementos potencialmente activables
cuando el niño es confrontado con otros relatos. Nos apoyamos en la hipóte-
sis que en el psiquismo ninguna experiencia emocional se pierde siendo por
lo tanto recuperable en condiciones favorables.

178
En el intento de explicamos lo que había sucedido con los niños nacidos
en cautiverio, que una vez restituidos se integraron con igual rapidez que los
niños apropiados en edades ulteriores, formulamos la hipótesis de una «iden-
tificación pre-primaria» que daría cuenta de una marca previa al nacimiento.
Ésta, en situaciones traumáticas quedaría escindida, clausurada o encerrada
en una caparazón sin destruirse ni ahogarse. Dicho elemento se transformará
en el núcleo protegido, capaz de evolucionar en otros momentos de la vida
cuando las condiciones lo posibiliten. Este núcleo no es expulsado ni desar-
mado como ocurre en las psicopatologías severas de la infancia, tales como
las psicosis infantiles. La restitución habría actuado como permeabilizadora
de la capa protectora de ese quiste-espora, liberando la potencialidad
identificante que conlleva su núcleo.

El momento de la restitución da la oportunidad a estos niños de recupe-


rar y resignificar sus primeros modelos identificatorios. Éstos se constituyen
en puntos de certeza que se construyen sobre la base de una coherencia
entre identiticante-identificado en un interjuego infinito. De ellos se deriva en
parte la disposición a confiar que estos niños tienen en los personajes signifi-
cativos a lo largo de su restitución. En consecuencia comienza el trabajo de
reorganización de los juicios de existencia y atribución.

Trauma

La confrontación con una brusca información acerca de su verdadera


historia representa para su aparato psíquico una situación «traumática
rectificadora».

En el «acto de la restitución se produce una conmoción emocional e


identificatoria con la consiguiente caída o suspensión de las identificaciones
anteriores (des-identificación Bianchedi y colab. 1989). Es un momento de
intenso dolor psíquico, único camino para que se reinicie el proceso de identi-
dad y la recuperación de un proyecto identificatorio que incluya el enquis-
tado en el núcleo. Durante este acto se produce una brecha-desorganiza-
ción-reorganización que deja momentáneamente vacía la función encarga-
da de atribuir juicios de existencia. Pero ésta se deposita rápidamente en el
Juez, figura que conjuga la Ley familiar y la Ley social y sanciona la ver-
dad histórica. El Juez recupera los niños para la sociedad y duplica la
función paterna faltante.

El proceso de historización necesario para la elaboración de una situa-


ción traumática comprende un trabajo de la memoria, el establecimiento de
una causalidad perdida, el restablecimiento de la continuidad, recuperación
de aspectos escindidos y la reconstrucción de vínculos. En los niños restitui-
dos este proceso se realiza mediante relatos, observación de fotos, compara-
ción de ciertos rasgos del propio cuerpo con el de algún familiar, relaciones
con otros niños de la familia, confirmaciones provenientes del discurso social
vehiculizado por figuras significativas, etc.

179
Duelo

El encuentro con su verdadera historia permite a estos niños iniciar un


proceso de duelo que había quedado hasta entonces congelado (Braun,
Dunayevich, Pelento, 1985, 1989), el duelo por sus propios padres desapa-
recidos así como por los años perdidos. Tal vez esto explique la recuperación
de la pulsión de saber que se manifiesta a veces con una impulsiva necesidad
de preguntar reiteradamente a cada uno de los miembros de la familia am-
pliada no sólo acerca de su historia familiar sino acerca de una vasta gama de
temáticas que remiten a lo incognoscible.

Comentarios

El espacio social en algunas condiciones actúa a manera de contención


del espacio intersubjetivo (Enríquez, 1987; Granjón, 1987; Kaes, 1989;
Puget, 1989b). En cambio, cuando en él imperan situaciones traumáticas
renegadas, se producen agujeros en la memoria social que repercuten en
cadena desestructurando el espacio intersubjetivo. Lo vuelven terreno fértil,
para una parte de la población, para el fanatismo y adhesiones a líderes
sostenedores de ideologías mesiánicas (Puget, 1988, 1989b). Para otra
reactivan y perpetúan una situación traumática volviendo a despertar los
fantasmas y creando nuevos. Hacemos la hipótesis que si estos niños no
fueran restituidos es posible que reaparezca lo renegado en la próxima gene-
ración. Este funcionamiento corresponde al descrito por H. Faimberg (1985)
como telescopaje. Para la autora el telescopaje de generaciones «implica un
tiempo circular y repetitivo, en tanto que la diferencia de generaciones está
ligada al paso inevitable del tiempo; la distribución de generaciones significa
que se ha producido algo irreversible» (p. 1054).

En una evolución natural la información verosímil acerca de cualquier


temática debe ser gradual. Por las condiciones peculiares de estos niños se
ven enfrentados con un exceso de información verdadera de un corto lapso.
Por ello hemos introducido el concepto de situación traumática rectificadora,
teniendo en cuenta que el procesamiento de la información llevaría años y
dependerá del devenir social. Una sociedad que reniega de los genocidios
incrementa la fuerza de los agujeros de la memoria social.

La llamativa recuperación de estos niños (incluyendo la remisión de sín-


tomas neuróticos o caracterológicos) al poco tiempo de estar reinsertos en su
familia extendida y con el conocimiento de su historia, incluyendo la situa-
ción política pasada y presente que motivó su «desaparición», nos permite
pensar qua la fuerza del «saber la verdad» está reforzada con un cambio en
lo real. Queremos decir con ello no sólo un cambio de domicilio, nombre,
etc., sino de grupo ideológico. Esto los diferencia de niños adoptados en
otras situaciones, para los que la información de su adopción está acompaña-
da por una imposibilidad simultánea de recuperar a sus padres biológicos y/o
su entorno social de origen. Esto lleva a que la evolución de estos últimos nos
enfrente con problemáticas distintas.

180
De esto suponemos que cuando es renegada la historia del origen fami-
liar no sólo en el espacio intersubjetivo, sino también en el espacio
transsubjetivo, el mensaje corrector debe abarcar estos dos espacio, sobre
todo en países como los nuestros, donde el contexto de violencia social inci-
de permanentemente en la vida cotidiana.

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No. 1, 1980.

CAPÍTULO VIII

El traumatismo en la apropiación-restitución

por Silvia Bleichmar

Mi intención es centrarme en 2 ó 3 nudos polémicos:

En Primer lugar quisiera marcar algo que está en nuestra preocupacio-


nes, que es: relación entre primero y segundo traumatismo. Primer trauma-
tismo como apropiación, segundo traumatismo como restitución. Y para ello
quisiera tomar 263 cuestiones relativas al traumatismo.

Si nosotros comenzamos por definir al traumatismo como un flujo de


estimulación psíquica, inmetabolizable e indomeñable para el aparato psíqui-
co, que lo pone en riesgo de fractura, o estallido, podemos planteamos que el
traumatismo, en ciertos momentos de la vida, no es necesariamente la vio-
lencia entorno.

Tendremos que preguntamos qué tipo de traumatismo sufrieron los ni-


ños en el momento en que fueron apropiados en el momento en que fueron
secuestrados.

182
El segundo aspecto de esto es que el proceso de la vida está sometido
permanentemente a microtraumatismos. Microtraumafismos que ponen en
marcha los sistemas complejos de simbolización y propician el enriqueci-
miento de procesos psíquicos. Es necesario diferenciar entre los movimien-
tos microtraumáticos de aquellos que constituyen lo que consideramos
traumático en sentido estricto. Movimientos microtraumáticos que propician
el desarrollo psíquico de traumatismos en el sentido de algo que viene a
E- fraccionar y desestructurar el psiquismo. Idea que me parece interesante
para ver una segunda preocupación, que es: la diferencia entre traumatismo
desestructurante y traumatismo reestructurante.

En el aparato psíquico constituido en el niño de cierta edad o en el


adulto, cuando es bombardeado por estímulos que lo ponen en riesgo, se
ponen en marcha sistemas defensivos que tienden a actuar en dos modos.
Por un lado, tendiendo a evacuar la energía sobrante, caso conocido por
todos los colegas presentes y de referencia, en general, para el conjunto de la
gente, por ejemplo: los sueños post-traumáticos después de episodios
traumáticos. Procesos técnicamente, entonces, que intentan la evacuación
de energía y procesos que llamamos psicoanalíticamente de contra
investimiento, que se caracterizan por el intento de aislar lo perturbante vivi-
do, sobre la base de un solo esfuerzo psíquico, que da, en muchos casos, la
impresión de una depresión. Desde el punto de vista fenoménico-descripti-
vo, pero que no puede ser considerado tal sino que se caracteriza porque una
gran cantidad de energía psíquica está avocada a contrainvestir o impedir los
efectos perturbantes del traumatismo. Esto puede plantearse por un determi-
nado tiempo o puede plantearse muy a largo plazo. Si el psiquismo no logra
metabolizar el traumatismo se producen modalidades de cicatrices queloides,
cicatrices, entonces, que es como si insensibilizaran o disminuyeran la pro-
ductividad de una parte de la vida psíquica.

Hay una ecuación en juego en relación al traumatismo, qué: que para


medir el momento del traumatismo, hay que tener en cuenta las relaciones
existentes entre la cantidad de estímulo que ingresa al psiquismo y la capa-
cidad de elaboración del psiquismo mismo. No hay una relación directa
entre mayor traumatismo y mayor cantidad de estímulo. Puede haber pe-
queñas cantidades de estímulo que, en la medida que el aparato está
desprotegido para enfrentarlos, entonces, impliquen un mayor grado de
traumatismo. Trato de relativizar, si ustedes quieren, la vivencia traumática
del adulto y separarlo de la vivencia traumática del niño, para ir planteán-
donos de algún modo en nuestra discusión, las formas en que se instaló el
traumatismo en nuestros niños.

Lo que el psiquismo nutrió pasivamente, entonces, es algo muy comple-


jo y es necesario diferenciar las adopciones de estas situaciones que estamos
trabajando por lo siguiente: se piensa vulgarmente que el gran problema de
las adopciones es decirle al niño que es adoptivo. Todos sabemos a esta
altura que ese no es el gran problema de las adopciones. El gran problema de
las adopciones es el enigma que se abre: ¿Por qué mis padres no se quisieron
quedar conmigo? ¿Porqué no quisieron o no pudieron tenerme? Preocupa-
ción que abarca gran parte de la vida psíquica que retoma permanentemente

183
en el caso de las adopciones y que queda ahí abierto como una brecha, en
el cual el porqué se llena siempre fantasmáticamente. En ese sentido, yo
quisiera marcar, entonces, que la cuestión del enigma es una cuestión que se
liga directamente al traumatismo. Que el problema del traumatismo, enton-
ces, implica una cuestión que tiene que ver con el enigma, en tanto enigma
no metabolizable, no posible de ser apropiado por el psiquismo.

Si nosotros, entonces, tomamos esta diferencia central entre adopciones


y niños secuestrados, vamos a ver algo que nos ha sorprendido mucho en
nuestra experiencia clínica, la he compartido con otros colegas y creo que es
interesante y es la siguiente: en una cantidad de niños adoptivos de ciertas
edades el fantasma de ser niño secuestrado toma parte central de sus análisis.
¿Por qué ha formado...? y, porque es mucho menos doloroso, por terrible
que sea, pensar que fueron deseados y amados por padres que pudieron
conservarlos, y apropiados por los militares, que pensar que los padres bioló-
gicos de origen no pudieron quedarse con ellos ni pudieron retenerlos. De
manera que la pregunta del niño centralmente es acerca del deseo de los
padres. Y esto es lo que se marca como enigma irresoluble en las adopcio-
nes, que el niño tiene que ir domeñando y metabolizando a lo largo de la
vida. Pero, por otra parte, en los padres adoptivos no tenemos el fantasma
de contrapartida que tenemos en los apropiadores. La culpabilidad es
fantasmática no eficiente para darle algún tipo de organización a esta proble-
mática. Una cosa es que alguien que se ha hecho cargo del hijo de una madre
que no podía hacerse cargo de él sienta culpa por el no poder engendrar,
haberse quedado con un hijo que no es propio -pero ésto es a nivel incons-
ciente- a nivel consciente sabe que se ha hecho cargo de un niño que no
hubiera podido vivir de otro modo. No es el caso de los niños expropiados o
apropiados, en la medida en que en los niños apropiados, el apropiador sabe
perfectamente que no es que ha sustituido el deseo de una madre por otro,
sino que se ha hecho cargo de algo que él mismo produjo sobre la base del
homicidio. Sería cuestión de partida que marca una diferencia central y a la
que Eva se ha referido muy bien.

Pensemos ahora en el aparato psíquico en la estructuración en los niños.


Los niños secuestrados en su mayoría tenían entre un año y tres de vida (he
estado revisando la estadística, creo que es correcta) ¿Qué quiere decir eso?
Quiere decir que habrían atravesado por esos momentos de estructuración
psíquica en las cuales ya se han plasmado las huellas que va a fundar el
inconsciente y que llamamos en psicoanálisis huellas de lo histórico vivencial.

Si ustedes quieren abro acá una discusión a dos puntas. Con el biologismo,
que piensa que la filiación se constituye por algo que vendrá inconsciente-
mente plasmado desde los orígenes (la filiación es una cuestión de cultura
que se organiza sobre la base de determinantes biológicos, pero que los
recapturan redes simbólicas), y, por otra parte, con aquellos que plantean la
idea de padres psicológicos, como si la cuestión de padres psicológicos fuera
algo que se define simplemente por una cuestión enunciativa.

Estos niños habían atravesado en los momentos de ser apartados brutal-


mente de sus padres, ya las inscripciones que marcaron las huellas que los

184
constituyeron. Esto es lo que ha permitido, en los momentos de la restitución
esto que escuchamos recién, maravilloso, de un niño que pesquisa indicios,
que reconoce indicios y que recompone, de algún modo, a partir de que se
encuentra con huellas de algo vivido que ya estaba en él estructurado.

De manera que si pensamos en lo que se habría producido en ese mo-


mento, lo que se había producido era una disociación entre lo que yo llamo
conceptualmente lo arcaico y lo originario. Es decir, había huellas que se
habían estructurado en el psiquismo de estos niños, huellas que no tienen
ninguna posibilidad de retranscripción ni metabolización, que habían queda-
do sueltas, que podían aparecer bajo fragmentos, si ustedes quieren, de sue-
ños, de sensaciones de vivencias, pero que no tenían posibilidad de ser traba-
jadas en el interior del psiquismo. Por eso el carácter jubiloso del reencuentro
en ciertos aspectos, porque se produce esta posibilidad de recuperación y de
ensamblaje de pequeños fragmentos que no tenían posibilidad de ser
posicionados previamente en la vida psíquica. Más allá de otros elementos
que aquí se han dado, estoy tratando, simplemente, de tomar este aspecto.

Nosotros hemos trabajado años -y por eso me conmovió tan


dolorosamente el reportaje hecho a Françoise Doltó. Porque fue ella una de
las que nos enseñó a diferenciar a los analistas entre castraciones mutilantes
y castraciones estructurantes. Francoise Doltó ha trabajado en los casos de
psicosis infantil por relación a las castraciones mutilantes y ha planteado
cómo la castración mutilante viene, a veces, a rellenar la ausencia de una
castración estructurante que organice en el orden simbólico al niño, orden de
las generaciones y orden de las simbolizaciones que posibilitan su constitución.

De manera que, cuando se plantea la teoría del segundo traumatismo, lo


que se está desconociendo es la diferencia entre traumatismo estructurante y
castraciones mutiladoras. El primer traumatismo fue una castración mutiladora,
el segundo traumatismo -y el relato de Laura es conmovedor precisamente
porque nos confronta con esa situación tan compleja de recomposición psí-
quica- es reestructurante, es una castración simbolizante, para arrancar al
niño de un ordenamiento perverso en el que quedó cosificado su cuerpo por
relación a los apropiadores Por eso me duele el reportaje de Doltó porque si
hubo gatitos y perritos no fue del lado de las Abuelas.

Es indudable el carácter traumático de la restitución, pero se trata, enton-


ces, sí, de una recomposición. Los recaudos que se deben tomar fueron
expuestos ya. Por otra parte, no cabe duda que, el respeto a la recomposi-
ción psíquica implica algo más que el momento del traumatismo. Estamos
acostumbrados a pensar en el traumatismo y no en la multiplicidad de
traumatismos a los que el sujeto está expuesto. Esto quiere decir lo siguiente:
el traumatismo no se constituye en un tiempo. El traumatismo son múltiples
inscripciones que perforan el psiquismo en una misma dirección y no posibi-
litan, en muchos casos, una recomposición elaborativa. Quiero apuntar con
esto al complejo problema de las visitas a los ex-apropiadores. Se dice lo
siguiente: es parte de la historia del niño. Si, es cierto, es parte de la historia
del niño. Por otra parte Eva Giberti, con mucho criterio, planteaba cómo la
historia no es sólo lo contencial, cómo la historia es la recomposición psí-

185
quica de lo contencial. Pero, es parte de la historia del niño como es parte
de la historia del niño lo que no vivió, ese conjunto de preguntas que nos
relataba Laura, que hace el niño por relación a la historia de sus padres, a
toda esa historia que lo inscribió simbólicamente y lo deseó de algún modo
como sujeto.

A partir de un severo traumatismo como el que se produce en las restitu-


ciones, la vida psíquica requiere un tiempo de recomposición. La pregunta
que yo me he formulado muchas veces es: si la visita a los ex-apropiadores
es en función de evitar las defensas negadoras del niño, como se ha dicho, o
está hecha en función de compensar al apropiador por la quita del niño,
cuando en realidad lo curioso de esta historia es que la sociedad compense al
apropiador y no compense a aquel que ha sido realmente apropiado. De
todos modos, lo que se observa en general cuando se obliga a hacer las
visitas -y esto está planteado en muchos casos- es que el niño se rebela
contra las visitas y en muchos casos hace síntomas psicosomáticos ¿Por
qué se producen estas respuestas? Uno podría decir, porque no se quiere
enfrentar a la realidad. ¿Qué quiere decir que no se puede enfrentar a la
realidad? Quiere decir que no se quiere enfrentar a la realidad de una historia
dolorosa, traumática y homicida por la que ha sido atravesado y que necesita
un tiempo de recomposición simbólica para ir atando los cabos de su historia
y definir en última instancia, algún día, qué tipo de enigma han quedado
pendientes en esa historia y qué tipo de preguntas quisiera hacerles a sus
apropiadores. Digamos, los tiempos de recomposición libidinal, en este caso,
están fijados por el niño, y en ese sentido el respeto a la recomposición
psíquica hace que, en mi opinión, los profesionales tengamos que ser enor-
memente cuidadosos en el estudio de cada una de las situaciones particulares
de los niños, y no los voy a llamar «casos». No los voy a llamar casos
porque no estoy hablando de casos clínicos en el sentido psicopatológico.
Las voy a llamar a cada una de las historias en singulares y de las situaciones
particulares, de recomposición simbólica y defensiva de los niños, para defi-
nir en común, entonces, cuál es la estrategia más adecuada a seguir por
relación a la estructuración psíquica.

Quisiera, entonces, ubicar esta cuestión del traumatismo en dos o tres


planos para después reabrir la discusión con ustedes.

Yo siento que muchos de los puntos que pensaba tomar, han sido toca-
dos de una manera muy profunda y muy inteligente por mis colegas del
panel. Entonces quisiera marcar dos o tres cuestiones. Coincido con quienes
plantean que el niño es un ser de cultura. Y que el psiquismo, entonces, se
constituye a partir de redes simbólicas, en las cuales la experiencia se entrete-
je. Pero, tanto en los casos de los niños que fueron secuestrados en los
momentos de constitución de su aparato psíquico, como de aquellos que
nacieron en cautiverio, es imposible dejar de tener en cuenta los síntomas
que se estructuran en las relaciones primarias que propician su evolución
psíquica. Y sobre los cuales Eva Giberti apuntó algunos de los aspectos.

Sabemos también que la verdad es un bien que debe ser administrado


con prudencia. Yo no soy maniqueista respecto a la verdad y puedo diferen-

186
ciar perfectamente entre la mentira y el ocultamiento de información pero sé
también, a partir de mi experiencia clínica y de mi posición teórica, que la
cuestión que se define por relación a la verdad es el móvil de ocultamiento
de la verdad. No es lo mismo esperar el momento propicio para darle una
información al niño, para no volverlo loco con un exceso de información, a
resguardar la verdad atrás de una mentira al servicio de un bien propio, que
se está jugando, entonces, bajo la privación del derecho a la simbolización en
el otro. Esto es lo que se está jugando en esta historia. Lo que se está juzgan-
do no es un problema maniqueo entre verdad y mentira, es un problema de
la verdad al servicio de quién.

Y, por último, si el segundo traumatismo es algo que debe ser contempla-


do en nuestras preocupaciones, ello no es para negar las posibilidades de
restitución, sino para establecer los modos de re-simbolización en el niño. No
solamente en los tiempos de la restitución, sino a lo largo de todo el procesa-
miento de recomposición simbólica en cuyas derivaciones somos partícipes
y donde hacerlo transitar en los caminos de la reidentificación, en la constitu-
ción de la identidad, sabemos cuan complejo es.

Quisiera terminar con dos cuestiones más personales. Hace poco leí un
libro de un filósofo español, Savater, que se llama «Ética del amor propio».
Y Savater cuenta una anécdota muy interesante. Dice que cuando él estaba
en la cárcel de Carabanchel, se discutió entre los presos políticos que no
querían estar con los presos comunes, y el argumento era el siguiente: noso-
tros estamos acá por razones altruistas, los presos comunes están por razo-
nes egoístas. Y Savater dijo: No, yo estoy acá por razones egoístas, yo estoy
acá por defender algo que es mío, no por dárselo a otros. Bueno, yo también
estoy acá por eso. Acá es donde se combina la cuestión del altruismo y del
egoísmo, si ustedes quieren, porque cada uno de nosotros sabe que, al lado
de las Abuelas, está defendiendo de algún modo su propia posibilidad de
pensar, su propio derecho a engendrar, su propia posibilidad de respeto a las
generaciones que vienen. Y algo más que atenta permanentemente contra
nuestra práctica profesional, y en esto me refiero particularmente a mis cole-
gas, que es: el derecho a un ejercicio de una práctica en el marco de una
ética, que no se convierta en una ética puramente de la circulación de bienes.

CAPITULO IX

Matar el futuro

por Alfredo Grande

187
Mi trabajo se llama: «Matar el Futuro. Reflexiones sobre las máquinas de
matar como organizadoras de la institución del genocidio.» Abuelas de Plaza
de Mayo, otra pregunta que no quiere callar: ¿por qué? ¿cómo? ¿para qué las
Abuelas hoy en este ensueño democrático apenas sacudido por pesadillas pe-
ruanas y venezolanas? ¿Por qué interrumpir el profundo debate histórico, polí-
tico y social sobre las ventajas comparativas entre Tinelli y Pergolini? ¿No
estamos acaso en una Argentina donde lo importante son los gomas y las
gomas, donde apenas importa la memoria de cuando nos hicieron de goma?
Pero hay más preguntas que no quieren callar, ¿qué hacer?, ¿, qué podemos
hacer?, ¿qué debemos hacer y qué queremos hacer? ¿Si hay una ética del
deseo, no habrá también una ética del deber? Si la institución militar pregona el
valor para subordinarse, quizá sea necesario mucho más valor para insubordi-
narse. En caso contrario solamente podremos escuchar pasivamente cuando
un menor económico nos diga: «en caso de Brady, relajate y goza". Aunque
este goce y esta relajación cueste una parte proporcional de cien millones de
dólares por año. En la mesa de Derechos Humanos del Primer Encuentro de
Espacio Institucional, la presidenta de Madres de Plaza de Mayo, Línea Fun-
dadora, preguntó el nutrido público -mayoritariamente del área psí-:

«dígannos ustedes. ¿Qué tenemos que hacer?" Lamentablemente el área psí,


a veces, es demasiado «como si», y algunas respuestas tardan en llegar. Por
supuesto que respuestas no significa recetas, pero cuando lo que está enjuego
es la vida y la muerte, abrir infinitamente los interrogantes es una forma espe-
cular de enfrentar la delirante certeza del totalitario. ¿Será la duda una jactancia
de los intelectuales? En todo caso, cada vez que aparezca un «Co-móvil»
no lancemos anatemas contra el pretendido carácter fascista del pueblo.
No porque yo piense que nunca se equivoca, una cosa es la soberanía
popular y otra es la dignidad popular; pero sí creo que no pueden enfren-
tarse las tendencias reaccionarias con democracias truchas. Pero la pregun-
ta no quiere callar: ¿Qué hacer?

La paradoja es quien hace esta pregunta es una de las representantes de


las organizaciones que más cosas han hecho en esta Argentina, de dictadores,
demócratas conversos y yuppies republicanos. Pienso que justamente por
todo lo que han hecho, saben mejor que nadie todo lo que aún queda por
hacer. Es la misma pregunta que en una conmovedora novela -Tamara-
, su autor Ignacio Silone pone en boca del autobiográfico protagonista:
después de tantas penas y tantos duelos, de tantas lágrimas y tantas calami-
dades, de tanta sangre, de tanto odio y de tanta desesperación, ¿qué debe-
mos hacer?

En el prólogo Silone propone que cada uno tenga derecho a relatar a su


manera. Haré mío ese derecho, y para ejercerlo -cosa que debo a la amable
invitación de Juan Carlos Volnovich- no utilizaré testimonios, no haré rela-
tos clínicos, ni los historiales de las Abuelas-Madres productos de sus incan-
sables búsquedas. Siempre recuerdo el recurso del abogado defensor del
maestro acusado de enseñar la teoría de Darwin durante la década del 30 en
Estados Unidos: acorralado por el jurado y el juez -absolutamente religio-

188
sos- propuso el único libro que no podía ser recusado, la Biblia. Heredarás
el viento fue el texto dramático que inmortalizó ese combate entre la verdad
y la mentira. Por supuesto que no pretendo imitarlo y menos en un seminario
donde hay representantes del área ajurídica, pero sí utilizaré una de las bi-
blias modernas, un relato de ciencia ficción comercial donde la abundancia
de violencia y efectos espectaculares ha permitido su éxito mundial, me re-
fiero a «Terminator». Este relato es -desde el análisis que les pienso pro-
poner-un ejemplo de cómo la producción artística, aun aquella que apare-
ce como alejada de consideraciones políticas puede pensarse como retomo
del inconsciente político y social que está reprimido de una forma mucho
más profunda y radical que el inconsciente libidinal sexual. «Terminator» es
una máquina programada para la exterminación, construida por otras máqui-
nas que en un futuro no demasiado lejano someten y esclavizan a los hom-
bres sobrevivientes del cataclismo nuclear.

Reeditando los ancestrales combates entre los pequeños mamíferos y los


colosales dinosaurios, los hombres comienzan a rebelarse, son liberados por
John Connors que les enseñan tácticas de combate para controlar a las máqui-
nas, para finalmente obstruir toda la capacidad ofensiva de los robots anulando
su programa de ataque. El último recurso de las máquinas es enviar un Terminator
al pasado para destruir a la que será la madre de John, Sara Connors.

De esa forma, todos los sucesos dependientes de la presencia del líder no


existirán, y las máquinas habrán triunfado. Sin embargo, utilizando por últi-
ma vez la capacidad de un translado temporal el sargento Rick también re-
gresa al pasado para proteger a la madre de John e intentar la eliminación del
Terminator. Esta máquina es un ciborg, tiene una apariencia humana para no
ser descubierta, pero ejecuta implacablemente su programa de exterminiño
sin culpa, sin lástima, sin piedad y sin dudar. El terminator sabe perfectamen-
te qué hacer, su única pregunta: ¿dónde está Sara Connors? Su única res-
puesta: exterminarla. El genocidio perfecto: matar al hijo antes de su concep-
ción. La solución final antes de que se presente cualquier problema inicial, el
llamado Terrorismo de Estado me parece un siniestro ejemplo del terminator
político. Apariencias de hombres con o sin uniforme que encubren máquinas
programadas para el exterminio. El saber de la máquina es preciso: no es
posible modificar la determinación histórica porque los hombres siempre re-
sistirán la opresión, siempre de una forma u otra buscarán la libertad, siem-
pre lucharán con las armas más diversas -con la espada, con la pluma y la
palabra-, siempre encontrarán los líderes para que los conduzcan a una
victoria sin final, que, como señalara Barenville, no es lo mismo que una
victoria final. Al no poder modificar la determinación histórica, entonces la
máquina opta por la determinación biológica. La destrucción del cuerpo que
engendrará otro cuerpo, el cuerpo de la madre y de su hijo futuro. Terminator
quiere destruir en la mujer Sara, la futura madre de John. Terminator sabe
que tiene que destruir, aniquilar el último fundamento de la existencia, la
inevitable unión entre los cuerpos de la mujer y el hombre que engendrará el
líder. La determinación biológica es aniquilada con la desaparición física, con
el hambre, las enfermedades, el abandono sistemático, la promiscuidad, las
guerras, chicos de la calle y chicos de la guerra. Terminator no es ingenuo,
las políticas económicas tampoco. La subespecie que originará el déficit pro-

189
teico crónico no será capaz siquiera de imaginar el ejercicio de derechos
económicos y sociales. Enormes áreas geográficas serán remedos siniestros
de la colonia Montes de Oca. Cadáveres psíquicos, idiotas o psicóticos serán
el resultado final de estas políticas económicas, sofisticado garrote vil para el
permanente ajuste. Para Terminator el problema es más simple: lo que es
exterminado en el pasado, desaparecerá en el futuro. No habrá existido nunca,
no habrá marca que delate su posible existencia. El Terminator político no
controla aún el pasado, más modesto pero no menos salvaje, hace desapare-
cer en el presente la determinación biológica -los cuerpos- y la determina-
ción histórica -la filiación-. ¿Qué hacer para enfrentar a la máquina asesi-
na, de forma humana y programa anti humano?

En primer lugar, no dudar con el diagnóstico: es una máquina de extermi-


nio total. En segundo lugar, no dudar con el tratamiento: debe ser destruida.
Especialmente en lo que hace a su capacidad de destrucción, no olvidemos
que liberar es simplemente reprimir al represor. Aborrezco los senderos lumi-
nosos, casi tanto como los caminos oscuros, pero la destrucción que
Terminator tiene programada no es solamente la física -aunque en ésta es
especialista-, es también la de los valores fundantes de la sociabilidad, es la
amputación de las esperanzas para entonces poder ofrecer cada vez más
ilusiones; la amputación de la solidaridad, para poder manipular a los mancos
del espanto, cuadripléjicos de toda moralidad. Cuando desaparece un cuerpo
o una filiación, un universo de valor desaparece. Valores universales elabora-
dos por los colectivos humanos en sus luchas históricas por justicia y por
dignidad. Por eso, Terminator es toda la mentira, y hay que oponerle como
tercer camino toda la verdad. Y nada más que la verdad aunque no tenga
remedio, la misma de Sacco y Vanzetti que aun hoy se sigue contando. En
cuarto lugar, la elaboración colectiva de la culpa es la única forma de discri-
minar históricamente entre la culpa que la máquina tiende a inoculamos para
lograr nuestra parálisis y nuestra anestesia -como modernos ejemplos de
histerias políticas-, del legítimo remordimiento que podemos sentir cuando
logramos destruir un Terminator. Resistir a la opresión no es lo mismo que
oprimir, y aquellos que no han sido programados para el exterminio del se-
mejante no pueden dejar de sentir cierta desazón aunque hallan realizado
en defensa propia. Este remordimiento no es malo porque es posterior a la
agresión realizada efectivamente y que fue necesaria para impedir nuestra
desaparición y nuestra muerte Pero la culpa -como señala Rozichtner-
caracteriza más al santo que al pecador, su origen es agresión vuelta con el
sujeto y un reaseguro inesperado del Terminator. Por eso el programa de
culpabilización debe ser enfrentado sin ningún titubeo, ninguna duda, ningu-
na jactancia. La maquina dirá: «por algo será»; le diremos: «no es por algo,
es por todo lo que es y tiene que ser»; la máquina dirá: «el silencio es salud»:
le responderemos: «Tu silencio es salud porque hablas con la mentira, mis
palabras son salud porque son la verdad». La máquina dirá: «en algo anda-
rá»; le responderemos: «Andará y seguirá andando, haciendo camino al an-
dar». La máquina dirá: «No te metas». Le contestaremos: «Ya estamos
metidos, metidos hasta el cuello, lo único que nos queda averiguar es dón-
de». Y cuando la máquina cumpla con su programa de eliminación física de
los cuerpos, convocaremos a los genetistas que, desde el fundamento bioló-
gico último de la vida -los genes- recuperarán la determinación biológica.

190
Y cuando la máquina complete su programa genocida destruyendo la filia-
ción, convocaremos a juristas y psicólogos que recuperaran la determinación
histórica. Pienso que en el imaginario social las Madres y Abuelas de Plaza
de Mayo son las organizaciones que, por sus enunciados de verdad, pueden
enfrentar a la máquina de exterminio. Son garantes fundantes, no simbólicos,
de la continuidad biológica e histórica. No siempre obtienen lo que están
buscando, pero como dijo Porchia: aunque obtuviese el bien que no merezco
no podría vivirlo, el bien que merezco podría vivirlo aunque no lo tuviese.
Pienso que es mucho el bien que merecen y en este bien estamos implicados,
desde nuestra ética, desde nuestra biología, desde nuestra estética o desde
nuestra poesía. Quizás alguna vez debamos planteamos cómo constituimos
en garantes simbólicos de lo que las madres y abuelas garantizan desde sus
propios cuerpos. Tema para un debate posterior, pero que solamente podrá
ser concretado si Sara Connors logra que Terminator no extermine su hijo
futuro. El programa de exterminación es también de extinción de institucio-
nes, al modo de una selección cultural mucho más despiadada que la natural.
Las instituciones de la solidaridad, de la democracia, de la justicia están
dentro del programa de exterminio de los Terminator militares y políticos.
Algunos han decretado ya la desaparición de las instituciones de historia y la
institución de la revolución, entonces, la locura de la Plaza de Mayo será la
única forma lúcida de vivir, no dada por lo tanto sólo por la pregunta, por el
qué hacer. Los quehaceres que esperan son infinitos, aunque el rúndante es
aquel que hace quince años se hizo: oponer al programa de exterminio de las
máquinas genocidas el programa de amor de los colectivos solidarios,
autogestidos, valientes y absolutamente convencidos de la legitimidad del
reclamo y de la legalidad de la lucha. Lo que yo quiero hacer ahora es
decirles a las Abuelas de Plaza de Mayo en este cumpleaños de justicia
palabras que hoy me presta Mario Benedetti: Pero hagamos un trato, yo
quiero contar con usted, es tan lindo saber que usted existe, uno se siente
vivo. Y cuando digo esto, quiero decir contar, aunque sea hasta dos, aunque
sea hasta cinco; no ya para que acuda presuroso a mi auxilio, sino para saber,
a ciencia cierta, que usted sabe que puede contar conmigo. Gracias.

CAPÍTULO X

Destitución del cuerpo imaginario

por Marisa Rodulfo

191
Voy a centrar mi exposición en la experiencia por mí acumulada en estos
años en los que fuimos convocados junto con Ricardo Rodulfo en distintas
oportunidades como peritos por fiscales, defensores de menores y jueces
para que nos expidiéramos sobre distintos aspectos complejos de evaluar y
precisar en tomo a más complejas y difíciles situaciones en las que se hallan
implicados, como constante, menores que habían sido secuestrados durante
la última dictadura militar.

En todas las situaciones en que me tocó intervenir pude apreciar la im-


portancia y responsabilidad de la tarea que me había sido encomendada. De
un modo implícito lo que se me estaba solicitando desde distintos lugares era
que pusiera en juego la concepción de niño que el psicoanálisis ha construi-
do. Esto ha llevado a interrogarme por las distintas concepciones del niño
presentes en los adultos vinculados a cada caso, que inmediatamente obliga a
replantearse la construcción que del cuerpo imaginario posee cada uno de los
que han intervenido directamente sobre el niño y la posibilidad o no, de que
a partir de ella, pueda emerger el cuerpo imaginario del niño soporte, basa-
mento, infraestructura de la subjetivación.

Primera cuestión: ¿Cuál es el cuerpo imaginado del niño para el raptor? Éste
parte de una concepción donde el niño es equiparado a una cosa. Parte, por
ende, de una concepción de niño pasivo, sin historia y sin cuerpo. Su cuerpo, su
historia, su vida misma no le pertenecen. El adulto raptante funda el hecho del
rapto en el no reconocimiento del niño mismo que tiene frente a sí. Partiendo de
este no reconocimiento (en el que parad caso no importa al raptor que sea un
recién nacido o un niño de más edad) el mismo se siente en condiciones de
disponer de su vida. Se lo llevará entonces al igual que a los objetos reduciendo
su estatuto al de parte del botín. Lo dejará tal vez abandonado junto a algún
elemento de valor por la rapidez en que debió resolverse la situación. Volverá
en días sucesivos a cobrarse aquello que quedó pendiente, tal vez permitien-
do así que el destino de los niños cambiara porque en el interín algún vecino
dio con el paradero de la familia: o tal vez los hechos no se desarrollaron en
forma tan apresurada ni con esas consignas, sino que por las condiciones del
secuestro previo de la madre y por la previsión de su muerte, por ejemplo, el
rapto pudo ser prolijamente planificado.

Debemos enfatizar en este punto que en ningún caso puede existir un fin
intrínsecamente bueno de rapto y secuestro. Que el raptor utilice en algunos
casos modales suaves y hasta que se manifieste en redentor de esos niños
(en este momento de la humanidad y de nuestra cultura) son propósitos
conscientes que no debemos confundir jamás, en tanto analistas con las
verdaderas razones fundantes, inconsciente, del hecho mismo del rapto. La
violencia impuesta está centrada en la renegación doblemente ejercida del
carácter inalienable de su espacio corporal y de su espacio psíquico: al mis-
mo tiempo que se arrojan el derecho de ser los únicos en decidir sobre estos
espacios del niño. Es decir, en el hecho mismo del rapto se llevan a cabo por
lo menos tres operaciones de violencia secundaria que se ejercen sobre el
niño y su familia.

192
1) Se separa a los progenitores del producto de su descendencia.

2) Se separa al niño de sus progenitores y del resto de la familia.

3) Como resultas de 1) y 2) se toma posesión del espacio corporal y del


espacio psíquico del niño.

Al separarse al niño de la historia, al arrancarle al mismo sus orígenes, lo


que está en juego verdaderamente es que el niño mismo queda separado,
escindido y que esto mismo es considerado por el raptor como derecho de
conquista. Sólo a partir de la preservación de esta «cosa propia, singular, que
le evite encontrar en su futuro la imagen de un desconocido, el Yo podrá
emprender su tarea de historización" (Piera Aulagnier) y deberemos puntua-
lizar que todo el proceso identificatorio se sustentará en el trabajo de
historización del Yo. La transformación del mundo físico en humano está
constituida por este proceso de historización del Yo, y es a partir de la histo-
ria de las relaciones con sus primeros objetos que el Yo puede construir la
suya propia. Según Piera Aulagnier «el Yo sólo puede sustentar su posición
deseante ocupando la de un demandador confiado al que nunca le faltan
objetos que demandar». Únicamente así, nos dice esta autora, puede
preservarse el acceso al movimiento, al cambio, a la búsqueda de otra cosa,
que son los caracteres y condiciones esenciales de «estar vivo».

En algunos casos el raptor del niño coincide con el que ejerce luego una
secuestración permanente e indefinida. En algunos casos difiere.

Segunda Cuestión: Pasaremos a analizar ahora la concepción de cuerpo


imaginario del niño que tiene el que se «apropia» en forma permanente y
definitiva de él, estando en perfecto conocimiento de la procedencia del niño
en cuestión.

Más allá de los propósitos conscientes de estos adultos que a partir de la


participación directa o el conocimiento del raptor mantiene al niño en cauti-
verio, deberemos como psicoanalistas adentramos en la construcción misma
de cuerpo imaginario del niño para estos adultos.

Nuestra teorización está en condiciones de sostener la importancia que


tiene para la psique del niño lo que representa en la economía libidinal del
adulto responsable que se presentará ante él como la madre. Ante esto la
primera pregunta que se nos impone es: ¿Por qué los adultos responsables de
la crianza del niño deben ocultar al mismo una verdad sobre los orígenes que
le es suya? (del niño). Al negárselo, lo discontinúan de su proceso histórico y
con ello de la posibilidad misma de historizar, es decir, la separación no sólo
se produce entre el niño y sus progenitores sino que este proceso, por lo
prematuro, provoca una 'verdadera catástrofe psíquica ya que momento como
una pérdida de objeto ya que el objeto no está constituido o estabilizado aún,
sino que la pérdida de objeto conlleva una pérdida de sujeto' (R. Rodulfo).
Una parte del niño mismo queda allí perdida para siempre. Aquí nos remiti-
mos por supuesto al concepto capital de depresión psicótica formulado por
D. Winnicott.

193
En nuestra larga práctica hemos encontrado compromiso patológico se-
vero en los adultos que pretendían detentar la posición de «adoptante» que
les impidió justamente (en circunstancias tan graves) narrar al niño su propia
historia.

Para que exista una verdadera «adopción» (y no meramente un «se-


cuestro» y «apropiación») la misma debe fundarse en primer lugar en una
donación libidinal por parte de los adultos implicados en esta situación, ligada
al reconocimiento de los orígenes y de la historia que por otra parte pertene-
ce al niño. La no devolución de la toma generacional al mismo lo lleva a la
pérdida de su autonomía potencial de persona y lo somete a ser manipulado
por los adultos como elementos de una estrategia a menudo inconsciente
pero siempre aberrante, destinada a que ese niño obture pérdidas o traumas
que han devenido insoportables para aquel adulto y en función de las cuales
se vuelve proclive a utilizar al pequeño abusivamente en función de su pro-
pio goce.

Se sobreagregan de esta manera por lo menos tres nuevos hechos de


violencia secundaria sobre el niño a los anteriormente perpetrados.

4) El ocultamiento de su historia, de la historia de sus orígenes con la


consiguiente ruptura generacional.

5) El falseamiento sistemático de la verdad que le pertenece sólo a él.

6) El secuestro perpetuo del niño.

Estamos en condiciones de sostener, desde el psicoanálisis, que para que


el sujeto pueda sanamente construir la historia de lo «inverificable», debe
contar como pre-requisito la garantía de lo «verificable». Éste es el yaci-
miento, la base, para que toda construcción inverificable contemple en su
cabal importancia esta realidad corporal, psíquica y social. Sólo sobre la base
del respeto por el espacio psíquico, el espacio del cuerpo y la aceptación de
la historia del lugar de estos espacios en la trama generacional, se accede a la
posibilidad de inaugurar el espacio transicional de todo jugar y creación posi-
bles. Además, si el niño carece del basamento de lo verificable, esto dañará
profundamente todo el proceso identificatorio.

La pregunta por el origen lleva al Yo a cuestionarse acerca del antes de


su propia existencia. Pero esto no lo puede hacer él solo sino que para fundar
su historia se verá necesitado de encontrar «una vía y una voz que le posibi-
liten ese antes» (P. Aulagnier). La necesidad de preservar la memoria de un
pasado como garantía de un presente, «no puede ir más allá de las huellas
némicas dejadas por representaciones idéicas, pero su cuerpo y sus inscrip-
ciones inmediatamente familiarizados con la voz, el cuerpo, y la imagen
materna le confirman que lo ha precedido algo ya trabajado, ya investido, ya
experimentado (P. Aulagnier). El discurso de la madre que le cuenta su pro-
pio cuento, que le devuelve su propia historia, le devolverá a la vez la prueba
de su propia expectativa y de su propio deseo. Y así como le toma prestados

194
sus primeros enunciados identificatorios le tomará prestadas las informacio-
nes con las cuales inaugurará su proceso de identificación.

Si el portavoz, en cambio, lo ha disy untado del «ya experimentado» «ya


investido» cuerpo materno, y como segunda operación le sustrae informa-
ción clave en tomo a sus orígenes, se transformará en un sujeto cuya posi-
ción consistirá en padecer la amenaza constante «de descubrir, de repente,
que el que ha sido desmiente radicalmente al que cree ser». Estos primeros
momentos son centrales para la estructuración temprana del pequeño sujeto,
sin embargo, «la extraña memoria que posee de ellos se caracteriza por una
extraña escritura que es marca de cuerpo, cicatrices, heridas, marcas que
llevará a cuestas sin poder dar cuenta en qué tiempos y en qué espacios se
han producido».

El niño durante un lapso de su vida infantil necesitará conocer por vía del
discurso del portavoz acerca de esa historia que le precedió y de ese niñito
que era él. Pero ¿qué pasará entonces si el adulto no devuelve esa respuesta?
¿Qué ocurrirá con semejante desposesión al inició de su historia? Al decir de
Piera Aulagnier, el Yo puede «parecer aceptar» que el adulto posea los pri-
meros capítulos de su historia y que esto quede constituido como un verda-
dero «secreto», un agujero en la misma, pero esta aceptación tiene un alto
costo, se paga caro y reviste siempre un carácter ilusorio. El agujero no cae
solamente en la historia sino que es agujero en el cuerpo mismo del niño que
no la escribe. Es que se le ha robado a su Yo la representación del bebé que
fue en el vientre de su madre o en los brazos de ella. Se le ha robado la
posibilidad de que su Yo se apropie de ese modo relacional produciéndose
una disposición y una mutilación en su pensamiento al impedírsele ingresar
al mismo los elementos fundamentales que pasaría a tomar parte de su cau-
dal memorizable. El poner fuera del Yo el origen de la propia historia no sólo
conduce al problema de pensar su origen sino la posibilidad misma de todo
origen; no sólo a la dificultad para pensar su pasado sino todo pasado. En
pacientes afectados por situaciones de este tipo hemos observado la emer-
gencia del fantasma de autoengendramiento, que corresponde a la restitución
por vía delirante, de la función divina de ser los responsables no sólo de su
origen sino del origen del mundo. La imposibilidad de construir esa primera
relación boca-pecho desposee al sujeto en forma definitiva de cierto prototipo
de relación fundamental para la emergencia del desear. A través de ciertos
materiales, podemos procesar los efectos desestructurantes que implican para
el psiquismo la catástrofe psíquica que comportan para el pequeño sujeto el
atacar esta primera relación (conceptualizada por Freud y últimamente
retrabajada por Ricardo Rodulfo): la vivencia de satisfacción.

Estos niños se ven entonces amenazados por la presión constante de


tener que matar ese niñito que han sido, por tener que eliminar de la faz de su
psiquismo todo vestigio de historia que le recuerde a los adultos la insuficien-
cia de su ser. El riesgo de muerte a que se ven expuestos permanentemente
es el de tener que no ser, para que los adultos que los crían puedan sostener-
se. Al sustraerle al niño este primer capítulo de su historia identificatoria se
destruye la vivencia de satisfacción como matriz o pauta primerísima en los
orígenes de la intersubjetividad, cediendo el paso a patologías de la vivencia

195
de satisfacción que Ricardo Rodulfo caracterizara como vivencia de aniqui-
lación en algunos casos, vivencia del Goce del Otro en otros, y vivencia al
tercer tramo del trayecto identificatorio en la infancia que tiene que ver direc-
tamente con la constitución de la potencialidad conflictual. Si la fisura se
ubica en los primeros momentos del trayecto identificatorio, las posibilidades
de riesgo aumentan, siendo uno de los destinos posibles la potencialidad
psicótica o la constitución de perturbaciones caracteriales severas.

Tercera Cuestión: ¿Qué otros adultos responsables intervinientes desde


lo social encontramos y cuáles son las construcciones de cuerpo imaginado
del niño? Me ha preocupado profundamente la violencia ejercida por algunos
profesionales del equipo de salud y por algunos funcionarios del Poder Judi-
cial. Violencia de la que da cuenta el texto de los expedientes sobre cuales en
algunos casos hube de trabajar.

¿Cuál es la teorización flotante de un psicólogo interviniente, que dicién-


dose psicoanalista, puede caracterizar un hecho de rapto y secuestro «como
una verdadera adopción, ya que la constitución de la familia es un hecho de
palabra.... y que los vínculos humanos se crean y constituyen con letras....
su historia no es la historia de su sangre.... ningún afecto es transmisible por
la sangre» (sic)? Lo primero a subrayar en esta sorprendente consideración es
la ligereza con que se desestiman, en el sentido freudiano de un verdadero
repudio, la entera dimensión de lo biológico, como si el capital genético que se
transmite a través de las generaciones careciese de importancia. Este modelo
de teorización, heredero del conductismo es estructuralista, borra de un plu-
mazo el modelo multifactorial de series complementarias en la causación del
aparato psíquico, que ha sido uno de los grandes avances que el psicoanálisis
freudiano ha introducido. Este modelo a la luz de nuevas investigaciones no
sólo se mantiene vigente sino que, por otra parte, ha ganado en profundidad
y riqueza. Uno de los grandes aportes enriquecedores al respecto fue el de no
limitar las funciones materna y paterna exclusivamente a los genitores ya que
cuando éstos no pueden hacerse cargo de los hijos y se da una cesión de su
patria potestad a otros adultos que sí pueden encargarse de la crianza y el
cuidado del niño, éstos pueden verdaderamente investirlos como hijos. Pero
hemos de puntualizar enfáticamente que este avance científico no nos dice
nada acerca de que la relación con los genitores y la historia que de ella se
desprende carezca de valor. Por otro lado mucho menos podemos sostener
que las funciones maternas y paternas puedan efectivizarse en cualquier si-
tuación o de cualquier manera.

Para que puedan ejercerse las funciones materna y paterna éstas deben
encuadrarse dentro de la legalidad fundante del orden humano donde funcio-
nen esas categorías de lo imposible y de lo prohibido; nos referimos aquí
específicamente a la prohibición de matar. Deberemos de puntualizar ahora
por los menos cuatro hechos más de violencia secundaria ejercida sobre el
niño y su familia.

7) En algunos casos la perpetración de la muerte real de sus padres por


parte de los raptores y responsables de su secuestro y apropiación.

196
8) La perpetración de la muerte del Yo futuro al no ofrecer ningún iden-
tificado como punto de anclaje necesario para que el Yo advenga,

9) La violencia ejercida por el profesional psicológico sobre la psique del


niño al descalificar a 7) y 8) como hechos de violencia.

10) La violencia ejercida por toda la institución de salud mental al no


detectar la gravedad del riesgo psíquico en el que se halla el consultante.

Esta violencial del profesional interviniente, retroactúa sobre la violencia


del secuestrador mostrando que en todo caso ésta no es aislada, que emerge
en un tejido social donde existen muchos elementos que le permiten o facili-
tan. Esta evaluación de un profesional llamado a ayudar a la reparación de un
daño y cuya intervención tiende a profundizar ese daño y avalarlo con argu-
mentos pseudo científicos, agrega iatrogenía a la ya compleja situación.

Esta ligereza, esta docta ignorancia que puebla con su suficiencia pasillos
de hospitales y aulas de la facultad (y que es heredera de cierta transmisión
que en el psicoanálisis se viene haciendo en los últimos años en nuestro
país), encuentra sus ecos en algunos sectores del poder judicial.

Cuarta Cuestión: Me pregunto ahora y trato de contestar para finalizar,


cuál es el cuerpo imaginado que de estos niños pueden construir ciertos
funcionarios encargados de administrar la justicia. Por lo menos tres nuevas
formas de violencia he podido observar que se sobreagregan en el tratamien-
to de algunos casos.

11) El primer hecho significante -justamente por el robo de significante


más preciado para todo humano que es el nombre propio- es que estos
niños siguen llevando durante mucho tiempo (y a pesar de haberse compro-
bado fehacientemente el rapto, secuestro y apropiación) el nombre impuesto
por los secuestradores y lo que es más, el mismo apellido de ellos.

Según Jacques Lacan, el apellido paterno (mal traducido al castellano


como «nombre del padre») adquiere una función primordial en la
estructuración del aparato psíquico, la de una verdadera «carretera princi-
pal», que de no ser inscripta como tal, pone en riesgo la constitución de todo
el aparato.

12) Desde las esferas oficiales se le sigue hablando al niño de padre y


madre, después de existir prueba suficiente sobre el rapto y la apropiación,
con lo cual se le introduce desde el adulto encargado de representar la justicia
una renegación patógena que amenaza nuevamente el psiquismo del niño en
cuestión.

13) Aun habiéndose reconocido los hechos anteriores en no pocos casos


deben permanecer en cautiverio en manos de sus raptores.

197
Si la ley establecida como cuerpo jurídico que regula las relaciones de los
sujetos penaliza el secuestro y moviliza en algunos casos, cuando éstos se
producen, inmediatamente las fuerzas de seguridad para que tal violación a
los derechos humanos sea lo más rápidamente resuelta, se preguntó cuál es
la representación imaginada del niño para que su secuestro sea bueno y hasta
pase por adopción mientas otros secuestros no son vistos de a misma manera.

Para finalizar mi exposición, he de remarcar una vez más que los años de
la infancia -en tanto decisivos e irrecuperables- son preciosos en razón de
ello, todos nosotros que trabajamos con menores deberemos tener en cuenta
el factor temporal si no se trabaja como la idoneidad justicia y celeridad que
se requiere es posible que les ocurra lo que algunas de las víctimas del aten-
tado a la Embajada de Israel después de muchas horas de estar sepultados
bajo los escombros se extinguió su llamado a la vida. Muchas gracias.

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