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Matías Marchant en CIPER (ARTÍCULO)

Crisis en el sistema de protección de Menores: Les quitamos a los niños su historia y luego
los borramos de la nuestra

Muchos tienen claro que los sufrimientos que viven los niños protegidos por el Estado y
denunciados en el estudio de la Unicef y el Poder Judicial, no son nuevos. A la vez muchos
temen que pasado el escándalo generado por la difusión de esa investigación, el tema se
desvanezca nuevamente sin que nada importante se haya solucionado. El sicólogo Matías
Marchant llama en esta columna a resistir al olvido, al que hace invisibles a los niños en el
debate público, y al otro, más macabro y menos discutido: el que sufren los niños que crecen en
instituciones, separados de sus familias. El olvido de la propia historia.

Antes que se acabe el ruido causado por las denuncias sobre graves vulneraciones de derechos
en los centros del Servicio Nacional de Menores (SENAME) y sus colaboradores, me parece
relevante abordar un aspecto central del problema de los niños que viven institucionalizados: la
supresión de su historia y el riesgo permanente al olvido. Una de las vulneraciones más
importantes que pueden sufrir los niños que viven institucionalizados es la pérdida de la memoria,
esto es, la pérdida de la historia personal que está vinculada también a una historia social y
colectiva.

¿Cómo se puede perder la historia? Cuando un niño vive en una institución o en un hogar la
posibilidad de registrar y escribir la propia historia se ve francamente amenazada. El niño es
sometido a cambios reiterados de hogares y de cuidadores, por fuerza esto ocurre también con los
adultos que se vuelven significativos para él. Si esos adultos significativos no registran la historia
afectiva del niño, se la llevan consigo, imposibilitando la memoria y su trasmisión.

Así, los acontecimientos más importantes en la vida de los niños, que son los de la vida cotidiana,
desaparecen. La historia de los vínculos del niño es olvidada. Rara vez se conservan los lazos
afectivos. Solo queda el historial o prontuario social y psicológico, los que casi nunca dan cuenta
de la experiencia vincular y afectiva del niño.

El olvido también tiene su correlato en otras situaciones propias de la institucionalización. Los


niños habitualmente carecen de objetos propios y que dan cuenta de su historia. La ropa que usan
todos los días es intercambiada con otros (los zapatos, las prendas preferidas, la ropa interior). Los
regalos de Navidad son de todos y de nadie. Mantener las pertenencias del niño es una actividad
que requiere de una preocupación especial que las instituciones no suelen realizar. Las fotografías
que son modos privilegiados de construir una memoria, pero ¿quién se ocupa del registro
fotográfico en las instituciones?

Existe una recomendación del SENAME de realizar “libros de vida” en los niños institucionalizados,
pero esto en contados casos se realiza en forma sistemática y seria. Y hoy casi nadie está
dispuesto a mantener un registro fotográfico de la familia de origen del niño. La mayor parte de las
instituciones niega explícitamente conservar en el “libro de vida” del niño (si es que lo tiene) la
imagen de sus padres y hermanos. No obstante, los nuevos dispositivos tecnológicos han
permitido a los progenitores fotografiar a los niños cuando los visitan en los hogares y publicar las
fotos en las redes sociales. Estas imágenes de los encuentros entre los niños y sus padres están
diseminadas hoy en día en las “memorias” de los celulares.

Me pregunto si cuando la ventolera de la crisis que afecta al SENAME haya pasado, dejaremos
otra vez a los niños sometidos al olvido.
Un problema tanto más grave que ocultar la historia es, justamente, el olvido. Toda historia
requiere del olvido, pero cuando el olvido predomina lo que está implicado es el abandono y la
negación del otro: en este caso, implica sepultar la infancia de los niños, negar su existencia. El
olvido imposibilita la pregunta por el origen, pero más relevante aún, anula o aniquila la propia
infancia. Implica la destrucción del otro a partir de la pérdida de la memoria de sus lazos
significativos. El abandono del trabajo de memoria por parte de quienes tienen al niño bajo su
cuidado, implica la creación de un contexto en el que el adulto renuncia al establecimiento de un
vínculo responsable con el otro. De este modo comienzan a primar los lazos de dependencia (por
interés o por necesidad) por sobre los lazos éticos o amorosos. El niño ya no se puede pensar a sí
mismo como constituido históricamente con un pasado y un futuro que le pertenecen sino que
simplemente queda sometido a la presión del presente. Se interesa por el día a día, pero carece de
herramientas para pensarse en su devenir.

El niño institucionalizado sigue desarrollándose, es alimentado y abrigado, pero carece, en el


contexto antes descrito, del trabajo de memoria del otro: de este modo crece desnudo y sólo.
Queda expuesto y despojado cuando nadie lo ayuda a construir, con recuerdos y anécdotas,
fotografías y miradas, una idea de sí mismo. Queda desprovisto del sentido del pasado, presente y
futuro. Y por lo mismo los vínculos que desarrollan los niños institucionalizados son generalmente
de interés más que propiamente afectivos. Sin historia queda privado subjetivamente de sus
ficciones de origen, éticamente queda privado de la relación responsable con el otro; no se puede
comprender a sí mismo ni las motivaciones que tiene.

Por tanto, la memoria del niño separado de su familia de origen es quizás el aspecto más relevante
y decisivo que debe ser conservado y reparado desde el momento en que es institucionalizado. La
urgencia y la necesidad de este trabajo son inversamente proporcionales a la capacidad
representativa y de memoria del niño. Esto significa que mientras menor sea la capacidad de
elaboración propia del niño, mayor es la urgencia de desarrollarla por parte de los adultos que lo
tienen a cargo. El trabajo debe ser iniciado inmediatamente después de la separación de sus
padres cuando ingresa a la institución. Es dramático observar cómo los niños cuando ingresan a
una residencia entran “con lo puesto” y existen casi nulos esfuerzos por parte de las instituciones
de recolectar y mantener consigo los objetos, juguetes, vestuario significativos para el niño. El solo
hecho de intentar mantener con el niño sus pertenencias es un acto de resistencia contra el olvido
de sus vínculos pasados.

¿Cómo proteger la memoria? A través de libros de vida, fotografías, videos y grabaciones, pero
por sobretodo mediante la escritura de la infancia. En tal sentido todos somos responsables de la
historia de la infancia.

¿Qué estamos haciendo para preservar la historia de los niños que viven institucionalizados? El
SENAME publicó en el año 2011 unas bases para la licitación de los programas de reparación de
niños que viven institucionalizados y que van a ser enlazados en adopción, en ellas señaló lo
siguiente:

“que los niños atendidos cuenten al momento de integrarse a la familia alternativa a la de origen,
con su libro “Mi Historia”, el que deberá ser confeccionado por el propio terapeuta, de modo de no
re-traumatizar al niño con su historia de abandono, vulneración y/o abusos en sus distintas
manifestaciones. En la medida en que el niño/a cuente con más de 7 años, podrá participar en
forma marginal en la construcción del libro, siempre que ello se evalué como favorable. Es
importante señalar que con este grupo de niños/as, el terapeuta trabajará el libro con ellos/as una
vez que esté listo y, en un evento único, le relatará la historia que ese libro contiene. Esto es sólo
para que el niño tenga una noción general de ella, no para su elaboración, dejando en manos de
sus nuevos padres, la necesaria profundización y análisis posterior. En casos de niños menores de
esa edad, se podrá prescindir de contarles la historia y el material se prepara expresamente
pensando en que sean los papás quienes lo usen después.”
http://www.sename.cl/wsename/licitaciones/p12_19-07-2011/Bases_TEC_PRI.pdf Extraído en
agosto 2011(Lo subrayado habla por sí mismo).

La publicación de este texto fue un hecho grave y diversas asociaciones de psicoterapia y


personas vinculadas al trabajo con niños emplazaron al SENAME a eliminar de la licitación estas
indicaciones que privaban al niño en la participación activa de su historia, dejando su construcción
en un lugar marginal del proceso que llamaban de “reparación”. Finalmente SENAME cambió estas
bases, pero lo complejo es pensar que un organismo que debe proteger a los niños haya llegado a
formular indicaciones tan inapropiadas y poco respetuosas de los derechos de los niños. Esta
institución tiene una deuda evidente con la historia de los niños.

Reconociendo que existen diversas posturas en relación al trabajo de elaboración histórica que se
puede hacer con los niños, lo que considero esencial es que esta debe tratar necesariamente la
experiencia de separación de sus progenitores y de la institucionalización misma.

Lo importante será retener que mientras el niño no tenga la capacidad de elaborar simbólicamente
su experiencia, requerirá de un adulto que lo haga por él y le pueda explicar y proporcionar una
forma de hacerlo de una manera que sea adecuada a sus características.

Me parece importante señalar que la historia de estos niños no se puede seguir negando o
intentando ocultarla pues la historia de los niños institucionalizados está inscrita en su cuerpo. Allí
están las experiencias de separación, violencia o abandono dispuestas a ser leídas por los otros (la
sociedad entera) y siendo esto así podrá ser comprendida por el mismo niño. La responsabilidad
de los adultos y la sociedad es leer e interpretar ese cuerpo como construido históricamente, pues
relata la historia del vínculo con otro y prefigura los futuros lazos. Si quedamos inmóviles ante las
graves denuncias de los niños de maltrato y abuso en los hogares, su cuerpo y su violencia serán
los escenarios en que se representará nuevamente la historia silenciada, no se podrá seguir
haciendo lo vista gorda con ella, se nos hará patente en una sociedad que desconocerá los
orígenes de la violencia, quedará perplejo ante ella.

La actividad que se debe exigir a las instituciones que tienen a su cargo a niños vulnerados en sus
derechos es la de registro, memoria y narración de lo vivido por el niño, bajo los principios de la
veracidad y honestidad. SENAME se ocupa poco o nada de esta tarea.

Para concluir, y antes que el tema se silencie otra vez, relanzo la invitación a cumplir con el deber
que tiene la sociedad entera: impedir que la infancia caiga en el olvido; mantener el tema vigente y
procurar inscribir la violencia descrita de los niños institucionalizados en los registros de la historia.

Si la historia de los niños sucumbe al olvido, no nos sorprendamos luego cuando la violencia y los
abusos se vuelvan a producir. La invitación es a hacernos responsables de la historia de los niños
de nuestra sociedad, particularmente de los que han sido vulnerados en sus derechos. Ser
trasmisores de la memoria para luchar contra la tragedia del olvido. La falta de memoria facilita la
injusticia, es por eso que la memoria veraz y la justicia están íntimamente ligadas entre sí.

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