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Resumen Historia de la psicología – Segundo parcial

Psicología, psiquiatría y salud mental – Dagfal y Vezzetti

Es un texto de introducción a los textos de este módulo (“Psicología, psiquiatría y psicoanálisis: de la higiene mental
a la salud mental”). Este módulo incursiona en la relación entre psicología, psiquiatría y salud mental en el siglo XX;
en cómo el marco de la Segunda Guerra Mundial generó nuevas demandas al mundo psi, provocando cambios en los
objetos, los métodos, las prácticas y los saberes de la psicología, la psiquiatría y el psicoanálisis; y cómo algunas de
estas transformaciones impulsaron a la generación del movimiento de la Salud Mental.

En este texto, los autores destacan las transformaciones que se dieron dentro de la psicología y la psiquiatría a partir
del surgimiento del movimiento de la Salud Mental; centrándose en el desarrollo de la expansión de la tradición
clínica, es decir, la expansión que tuvo la psicología clínica a partir de la Segunda Guerra Mundial y el movimiento de
la Salud Mental. Esta expansión implicó una convergencia entre la psicología dentro de los asilos y en consultorios
privados con las preocupaciones por la higiene y la profilaxis social, en el marco de los problemas de la “población”.

Grandes temas de la unidad:

Relación de la psiquiatría y la sociedad: En cuanto al campo de los problemas sociales, la psiquiatría y la


medicina anteceden a la psicología en su ambición de intervenir en la sociedad. La psiquiatría, en sus proyecciones,
desborda los límites de la medicina hacia la sociedad antes que la psicología. Esa relación de la psiquiatría con la
sociedad (la familia, los grupos, las instituciones) ya existía desde el siglo 19, donde tomaba la forma de “defensa de
la sociedad” frente a lo que se consideraba el peligro que representaba la “locura” de los criminales y anormales, en
una trama que comunicaba la psiquiatría y la criminología con el aparato jurídico y penal. Pero, aunque no es nueva,
en el siglo XX la relación de la psiquiatría con la sociedad tiene un despliegue muy destacado, tanto en el terreno de
los discursos como de los objetivos y las técnicas:

La relación psiquiatría/sociedad se acentúa, en un primer momento en la primera mitad del siglo 20, con el
movimiento de la Higiene Mental. Esta supone una combinación de la psiquiatría con el movimiento de la higiene
pública, llevando actividades de prevención sobre la población. Pero los fundamentos epistémicos de esta relación
cambian recién tras la segunda Guerra Mundial, junto con el surgimiento del movimiento de la Salud Mental.

El pasaje de la higiene mental a la salud mental mantiene y profundiza la intención de intervenir en la dimensión
pública y transformar las prácticas y las instituciones; junto con ello surgen nuevos “agentes”. La psiquiatría
abandona el asilo y se desplaza a la sociedad: se reúne con la psicología y con algunos enfoques de las ciencias
sociales. En ese nuevo campo se instala, siguiendo una inspiración proveniente de los Estados Unidos, una versión no
ortodoxa del psicoanálisis, un psicoanálisis operativo, distanciado del diván y el consultorio privado.
Desde los años de 1930 y, claramente, en la segunda posguerra, se acentúa un giro en la relación de las disciplinas
médicas con los enfoques sobre la sociedad.

La importancia de la Segunda Guerra Mundial : esta se constituye como un gigantesco laboratorio de pruebas
de nuevos saberes y prácticas para ese cambio que se da en la teoría y en las prácticas de las disciplinas psi. Esto es
porque introduce a los profesionales psi (psiquiatras y también psicólogos clínicos) en nuevos problemas que
requieren la utilización de nuevas técnicas, prácticas y saberes para su abordaje. Dos de estos problemas son:

 Las “neurosis de combate”: hace fracasar las viejas concepciones organicistas/innatistas de las causas de la
enfermedad; y exige tomar en consideración los aspectos reactivos y sociales de los desórdenes subjetivos
(cómo los factores sociales pueden influir en la enfermedad mental).
 La necesidad de prevención: la Guerra obliga a considerar una dimensión preventiva de los malestares y los
trastornos (no alcanza con solo tratar a los que ya están enfermos sino que hay que prevenir también). en esas
actividades de prevención en la Guerra que llevaban a cabo los psiquiatras se destacan la selección de los
soldados, la capacitación de los mismos y la gestión de las relaciones humanes y grupales, en la situación global.
Esa experiencia va a constituir el motivo mayor de la transformación del movimiento internacional de la higiene
mental, cargada todavía con los viejos motivos naturalistas, en una nueva formación discursiva con un impulso
programático que convierte la salud mental en un objetivo de reforma social y política de alcance mundial. Esto
es lo que se enuncia en el documento que da nacimiento, en 1948, después de la guerra, a la Federación
Mundial para la Salud Mental.

Movimiento de la salud mental – un nuevo dispositivo teórico y tecnológico aplicado a los problemas de
la vida social: a partir de las enseñanzas de la psiquiatría de guerra y del surgimiento del movimiento de la Salud
Mental, surge un nuevo dispositivo, que es tanto teórico (teorías psi) como tecnológico (nuevas prácticas psi) y que
se aplica a toda la vida social. No se reduce a la enfermedad, sino que supone una aplicación de recursos psi a gran
escala.

La guerra había proporcionado la primera ocasión de aplicar recursos psiquiátricos, psicoterapéuticos y grupales en
gran escala a una población de sujetos “comunes y corrientes”, distintos a los asistidos en los hospitales
psiquiátricos. Esto no sólo obligaba a tomar en consideración factores sociales y grupales en el surgimiento de los
trastornos, sino que también y fundamentalmente ponía en crisis la idea misma de “normalidad” mental. Esto tiene
por contrapartida una nueva forma de ver qué son las reacciones normales/anormales. La transferencia de las
enseñanzas de la guerra se fundaba en una convicción que era a la vez un diagnóstico sobre el mundo
contemporáneo: las “reacciones anormales” ante las situaciones traumáticas de la guerra no diferían demasiado de
las que podían emerger en las condiciones de una sociedad (la norteamericana, en primer lugar) que presentaba
evidencias de crisis y desajustes.
Es importante destacar que la psicología, y particularmente el psicoanálisis, encuentran una oportunidad de
implantación y desarrollo en el marco de este nuevo dispositivo teórico y tecnológico proporcionado por el
movimiento de la Salud Mental y, más en general, por los problemas de la gestión de los sujetos en la dimensión
individual y social.

De la Higiene Mental a la Salud Mental:

Movimiento de la Higiene Mental: surge en el siglo 19. En este momento, el ámbito de desarrollo de la
psiquiatría era el asilo, en donde se trataba a los “alienados mentales”, y era una psiquiatría fuertemente
hereditarista, cuya hipótesis principal sobre la causa última de la alienación mental/locura era la herencia biológica.
Estas dos cosas (los asilos y el hereditarismo) son cuestionadas a partir del surgimiento del movimiento de la Higiene
Mental, que aparece para reforzar la relación entre psiquiatría en sociedad (que ya existía como “defensa social”).

La higiene mental surge por iniciativa de Clifford Beers. En Estados Unidos, a principios del siglo XX Beers sufre una
crisis aguda y es internado en una clínica privada (asilo), donde fue sometido a tratamientos degradantes y
humillantes. Fue pasando por distintos establecimientos, de los cuales el peor fue un hospital público. Luego, publica
un libro en donde cuenta en detalle los padecimientos que había sufrido. Este libro llama la atención de un público
muy amplio sobre la necesidad de reformas radicales en el sistema de salud.

Beers funda en 1919 el Comité Nacional de Higiene Mental, desde el cual instó a la comunidad internacional a crear
una red mundial de sociedades de higiene mental. En 1930, el comité organiza en Washington el “Primer Congreso
Internacional de Higiene Mental”. En 1937 se realizó un segundo congreso, también muy exitoso. Esto marcó una
verdadera internacionalización de un movimiento que no se limitó a los Estados Unidos.

El movimiento de la Higiene Mental se situaba en el cruce de las antiguas tradiciones de la higiene pública, la
medicina mental y la medicina social, preocupándose por las condiciones ambientales de la enfermedad, es decir,
el valor de determinados factores sociales en la salud y la enfermedad.
Le da importancia al medio ambiente, sosteniendo que la gente no solo se enferma por herencia, sino también por
influencia del medio (erosiona el paradigma heredo-degenerativo). Esto implicaba que, para evitar la aparición de
enfermedades mentales, era necesario apelar a medidas profilácticas de tipo inespecífico, prestando atención a las
condiciones de vivienda y alimentación, además de promover el ejercicio físico y el deporte, entre otras
indicaciones que buscaban contribuir a una “vida saludable”. En ese contexto, se instala la idea de “mente sana en
un cuerpo sano” donde se recomendaban actividades/modos de vida que prevenían la enfermedad mental.

Respecto de la locura, La Higiene Mental no cuestionaba la existencia del asilo; sólo limitaba sus indicaciones
terapéuticas y abogaba por mejores condiciones de internación. Por otro lado, si la alienación era una enfermedad
“mental”, vinculada con un medio determinado, y ya no “cerebral”, esto implicaba que no debía entenderse
siguiendo una lógica de “todo o nada”. La enfermedad mental admitía entonces diferencias de grado más o menos
importantes, dentro de un continuo que iba desde la salud hasta la locura, lo cual hacía que las afecciones menos
importantes pudieran ser tratadas en forma ambulatoria. La creación de servicios externos, sin hospitalización, fue
entonces recomendada para el tratamiento de los alcohólicos, los neuróticos y las formas “leves” de la locura.

Ahora bien, aunque la Higiene Mental rompía en gran parte con las teorías hereditarias propias del siglo XIX, seguía
teniendo una concepción naturalista de la enfermedad, orientando su acción por premisas adaptativas que
equiparaban el funcionamiento de la sociedad a la relación de un organismo con su medio. Es decir, le daban
importancia al medio en las enfermedades mentales, pero considerándolo un medio natural al que el individuo se
adapta. Entonces, había, siguiendo al darwinismo, individuos “más o menos adaptados” al medio. Entonces,
intervenía sobre el cuerpo social a partir de los saberes extraídos de las ciencias naturales, emparentándose con la
eugenesia y otras formas de darwinismo social. Así, una de sus prácticas profilácticas para el “mejoramiento de la
raza” además de recomendar modos “sanos” de vida era intervenir sobre la reproducción, favoreciendo la de los
individuos más aptos e impidiendo la de los menos aptos (ej. esterilización de los presos, locos, etc.) Estos
procedimientos, poco después fueron llevados hasta los límites de lo impensable en el nazismo.

Pasaje al movimiento de la Salud Mental:

El contexto en el que se da este pasaje es el de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial. No hay una ruptura
marcada a nivel institucional con la Higiene Mental, ya que hay muchas continuidades entre ambos movimientos.
Pero la principal crítica que se le hace a la Higiene Mental, y que da el pasaje a la Salud Mental, es a la concepción
naturalista de le enfermedad mental y las técnicas de profilaxis eugenésica; ya que, tras el nazismo, era evidente
que las intervenciones sobre la sociedad no podían autorizarse bajo el mismo tipo de saberes que habían orientado
el programa eugénico de principios de siglo (que derivó en el nazismo).

Al mismo tiempo, en términos epistémicos, la crítica al naturalismo coincidió con una declinación del positivismo y el
florecimiento/auge de las ciencias sociales, que aportaban un nuevo zócalo epistemológico (intentan legitimarse en
sus propios principios, alejados del naturalismo) para toda disciplina que pretendiera ocuparse de la sociedad. Esto
tiene incidencia en que se empiece a pensar a los saberes y las prácticas psi desde una perspectiva no naturalista y
más cercana a las ciencias sociales.

Este marco del movimiento de la Salud Mental, fue la ocasión para cierto crecimiento y expansión del
psicoanálisis, sobre todo en los países sajones (EE.UU e Inglaterra), porque fue tomado como la matriz teórica del
movimiento de la Salud Mental. Así como la higiene mental se apoyaba en concepciones naturalistas e las ideas
cercanas darwinismo, la Salud Mental se apoya en las ideas del psicoanálisis, porque este permite pensar a los
procesos de salud y enfermedad mental considerando fuertemente la importancia de la historia/ contingencias
individuales y articulando esto con un modelo de causación más propiamente social, es decir, con la idea de factores
sociales (no naturales) que pueden intervenir en la salud o enfermedad mental, de cada uno y de todos.
La Salud Mental surge a partir del intento de organizar lo que hubiese sido el tercer congreso internacional de
Higiene Mental, que se iba a realizar en Londres en 1948. El congreso estaba a cargo de Rees, quien era
psicoanalista, y contaba con el apoyo de varios psicoanalistas británicos y psiquiatras reformistas tanto de Inglaterra
como de EEUU, entre ellos Menninger. Este congreso terminó incluyendo tres congresos sucesivos: uno de
“psiquiatría infantil” (al que asistieron Anna Freud y Melanie Klein), otro de “psicoterapia médica” y un tercer
congreso de “salud mental”. Con lo cual el Tercer Congreso Internacional de Higiene Mental se transformó en el
Primer Congreso Internacional de Salud Mental. Al mismo tiempo, se disuelve el Comité internacional para la
Higiene Mental, y se crea la Federación mundial para la Salud Mental. Así, se marca una ruptura con la tradición
anterior, separándose de las concepciones naturalistas vinculadas con la eugenesia, y pensando en llevar adelante
una serie de prácticas y saberes que puedan prevenir la enfermedad mental (promover la salud mental) desde una
perspectiva ahora social, con una apoyatura en el psicoanálisis.

Los participantes del congreso escriben un documento llamado “Salud Mental y ciudadanía mundial” que ilustra los
objetivos del movimiento de la Salud Mental y la ambición que este tenía: apuntaba no solo a curar enfermos y
prevenir enfermedades, sino también modificar las instituciones y cambiar la sociedad:

“Los estudios sobre el desarrollo humano indican que el comportamiento es modificable a lo largo de la vida,
especialmente durante la infancia y la adolescencia, por el contacto humano. El examen de las instituciones sociales
de muchos países muestra que éstas también pueden ser modificadas. Estas posibilidades recientemente reconocidas
proporcionan fundamentos para mejorar las relaciones humanas, para liberar potencialidades humanas
constructivas y para modificar las instituciones sociales en aras del bien común”.

Así, aparece la idea de que si e habían vivido los errores del nazismo y la segunda guerra mundial, entonces no se
trataba de seguir pensando la adaptación de los individuos a la sociedad, sino que las sociedades mismas podían
estar enfermas y necesitaban ser transformadas. La ambición entonces es que el movimiento de la Salud Mental
puede conducir a las prácticas psi a convertirse en una herramienta que logre transformar la ciudadanía mundial.

Las consecuencias de la Guerra para la psiquiatría norteamericana (introducción al texto de


Menninger):

Este aparato menciona, pone en situación, al texto de Menninger (figura destacada del surgimiento del movimiento
de la Salud Mental en EEUU) “El papel de la psiquiatría en el mundo actual”. Este muestra el modo en que se
produjeron transformaciones en la psiquiatría y en el mundo psi en general en la posguerra.

Menninger, junto con su padre y su hermano, había creado en 1925 una clínica psiquiátrica en un pequeño pueblo
en Kansas. Esta se convirtió en una clínica de referencia absoluta para la psiquiatría estadounidense y para el
psicoanálisis estadounidense y mundial; convirtiéndose en el prototipo de implantación del psicoanálisis en el seno
de la psiquiatría estadounidense. Iba gente a formarse de todo el mundo, en psiquiatría dinámica (que considera al
psicoanálisis) y en el psicoanálisis propiamente dicho.
Contra los antiguos métodos manicomiales, la clínica Menninger proponía un tratamiento “ambiental”, que, si
bien no eliminaba la internación, pretendía abordar al paciente con un enfoque multidisciplinario (con una fuerte
influencia del psicoanálisis) cercano al que luego adoptaría la psiquiatría comunitaria.

En 1942, se transformó en el cuarto instituto de formación analítica reconocido en Estados Unidos.

Después de la guerra, además de pertenecer al grupo GAP, Menninger en 1946 es electo presidente de la Asociación
Psicoanalítica norteamericana. Desde este lugar de gran influencia institucional, se convierte en uno de los grandes
representantes de un “psicoanálisis a la americana”, medicalizado y de difusión masiva (hacerlo llegar a muchos
más ámbitos que el consultorio individual). Es decir, se oponía activamente a la separación entre psicoanálisis y
psiquiatría que reclamaban los analistas más ortodoxos europeos. Por el contrario, sostenía una combinación entre
ambos, lo cual le permitía a la psiquiatría contar con herramientas diferentes y al psicoanálisis llegar a lugares (como
las clínicas de internación) a los que de otro modo no llegaba.

El texto de Menninger “El papel de la psiquiatría en el mundo actual” es un texto pragmático y fundante. Es decir,
más que describir la situación de la psiquiatría en el mundo actual (mundo de la posguerra); busca señalar la
dirección hacia la que debe ir la psiquiatría, para transformar el mundo afectado por los errores cometidos en la
guerra. Pretende fundar una nueva tradición en la psiquiatría, una reformación de esta, atribuyéndole la misión de
liderar la reconstrucción moral de Estados Unidos, a partir de una visión universalista: plantea que, si habían
cometido los errores de la guerra, era porque la sociedad misma estaba enferma y debía ser transformada a partir
de una transmisión de una perspectiva universalista en contra de los nacionalismos, comunitarismos y creencias
religiosas estériles (prejuicios, la idea de sociedades, naciones, razas superiores a otras) que dividían a los hombres y
generaban conflictos. Proponen la difusión de un humanismo laico, universalista y esclarecido, que vaya en contra
de los fanatismos raciales/religiosos y que sitúe una sociedad de iguales en todo el mundo, para preservar la paz.

Crítica de Dagfal y Vezzetti sobre la visión del texto de Menninger: iba en contra de los fanatismos religiosos, etc.
pero sin embargo estos psiquiatras reformistas defendían su humanismo laico de manera “cuasi-religiosa”.

El texto de Menninger (en el que están presentes los principales fundamentos del movimiento de la Salud
Mental) presenta varias cuestiones:

 Muestra cómo la guerra provocó que la psiquiatría se expandiera hacia aspectos y ámbitos sociales nuevos: en
ese marco, el psiquiatra, que antes se recluía en consultorios privados o en servicios hospitalarios, debió hacer
frente a nuevos desafíos y áreas de aplicación (selección, clasificación y ubicación del personal militar, además
de prevención, readaptación y tratamiento). Estas tareas lo pusieron en contacto con una dimensión pública
que antes le había sido ajena, y de la cual ya no podría desligarse. Plantea que a partir de la guerra, la
psiquiatría no debe ser pensada solo como una ciencia médica, sino también como una ciencia social.
 Una fuerte crítica a la noción de adaptación que tenía la Higiene Mental: La guerra, interpretada como
fenómeno patológico colectivo, había puesto en evidencia que la sociedad misma no estaba “sana”, lo cual
también era observable a través de otros fenómenos que se agravaron durante la posguerra, como el delito, la
degradación de la institución familiar (divorcios, separaciones, baja tasa de natalidad, etc.) y el alcoholismo. Este
diagnóstico cuestiona el carácter “natural” del concepto de adaptación, según el cual el individuo debía
adaptarse al ambiente y la enfermedad denotaba una mala adaptación. Menninger plantea que los individuos no
deberían adaptarse a una sociedad enferma, ya que eso implicaría un signo de enfermedad, no de salud.
Entonces, es el medio, la sociedad, la que debe ser transformada. Introduce la noción de “neurosis sociales”
(divorcios, falta de trabajo, alcoholismo, etc.) pero no habla solo de enfermedades de los individuos causadas
por factores sociales, sino también de enfermedades de la sociedad misma, de la cual surgen las “sub-
neurosis” individuales de las personas.

 Si el mismo lazo social era fuente de enfermedad, había que “aprender” a vivir en comunidad de otra manera:
Cree que se puede intervenir sobre estos conflicto/enfermedades sociales desde la nueva psiquiatría que
proponen los psiquiatras reformistas. Esto es, ocupándose de transformar la sociedad mediante la formación de
los padres y los líderes (maestros, referentes comunitarios y religiosos, etc.) para que puedan transmitir a las
nuevas generaciones unos principios diferentes, más universalistas y menos nacionalistas/racistas, de modo que
no se volvieran a cometer los mismos errores que desembocaron en la guerra.
En ese sentido, lo que la guerra había enseñado sobre la salud mental de los combatientes podía aplicarse, en
tiempos de paz, “a la familia, al grupo, a la comunidad y a la nación.

 El tratamiento de la enfermedad mental requería una dimensión psicoterapéutica interdisciplinaria: Este


programa de reformas implicaba una clara dimensión moral, que apelaba a la responsabilidad colectiva; y al
mismo tiempo, como la psiquiatría empezaba a ser concebida al mismo tiempo como ciencia médica y social, la
responsabilidad de apoyarse en conocimientos especializados provenientes de las ciencias sociales. Por esto,
para Menninger, la psiquiatría tenía ante esta situación una enorme responsabilidad, que compartía con el resto
de la medicina, la psicología clínica, los antropólogos, sociólogos y trabajadores sociales.
Entonces, Los psiquiatras debían reflexionar e investigar, junto con los psicólogos clínicos y los trabajadores
sociales, sobre los problemas relativos a la prevención y el tratamiento de la enfermedad mental, así como de la
promoción de la salud y la transformación social.
Así, una psiquiatría parcialmente “desmedicalizada” terminó confluyendo con una psicología que se tornaba
cada vez más clínica (la psicología clínica casi no tenía desarrollo en Estados Unidos). De hecho, el inicio del auge
de la psicología clínica, tal como la conocemos hoy en día, remite a esos años de posguerra, en los que diferentes
vertientes del psicoanálisis (integrado primero al corpus de la psiquiatría norteamericana y luego al de la
psicología) sirvieron de matriz teórica para la autonomización de una serie de prácticas curativas que, hasta
entonces, habían sido patrimonio exclusivo de los médicos.
Los debates de posguerra en la psiquiatría europea: los grupos y la dimensión social
(introducción al texto de Lacan):

El texto “La psiquiatría inglesa y la guerra” de Lacan (1947) da cuenta de cómo en Europa, en la posguerra, al igual
que en Estados Unidos, empieza a acentuarse fuertemente en la psiquiatría la dimensión social y la de los grupos.

Es una conferencia que da Lacan en Francia, ante un grupo de psiquiatras reformistas, sobre su visita a Inglaterra en
1945. Lacan había sido seducido por los discursos anglo-norteamericanos sobre la Salud Mental, por el papel de los
psiquiatras y psicoanalistas ingleses durante la guerra (los elogia).

El hecho de que en Francia las ideas inglesas y estadounidenses fueran bien recibidas tuvo que ver con el contexto
social de Francia en la posguerra: por un lado, hay cierto nivel de admiración por las disciplinas que se habían ganado
un lugar en Inglaterra y Estados Unido porque estos países habían “liberado” a Francia en la guerra; y por el otro, en
esa época, además, comenzaba a implementarse el plan Marshall, con lo que los artífices de la liberación militar
(Estados Unidos e Inglaterra) eran en parte los mismos responsables de la reconstrucción económica. En ese marco,
los intelectuales franceses fueron muy receptivos a las ideas que venían de EEUU y de Inglaterra.

Lacan elogia de la psiquiatría inglesa la incorporación y utilización de técnicas psicológicas novedosas: se


complacía en mostrar a sus colegas psiquiatras hasta qué punto la utilización de “una ciencia psicológica aún muy
joven” (en el seno de la cual incluía el psicoanálisis operatorio, los tests proyectivos, las psicoterapias de grupo y el
psicodrama moreniano) había servido para “constituir desde la nada un ejército de escala nacional”.

También elogia las nuevas funciones que llevaron a cabo lo psiquiatras: la selección e instrucción de los soldados y
oficiales, la democratización de las relaciones jerárquicas en las tropas e intervención en conflictos dentro de estas,
la instauración de un nuevo tipo de disciplina y la reinserción de los prisioneros de guerra y los combatientes de
ultramar en la vida civil. La admiración de Lacan era tan grande que encontraba allí “la impresión del milagro de los
primeros pasos freudianos”.

En el texto, Lacan destaca distintas experiencias en la transformación de la psiquiatría inglesa por la guerra:

- Menciona el libro de John Rees, “The Shaping of Psychiatry by War” (1945), un libro de psicología social con
orientación psicoanalítica basado en su experiencia como consultor del ejército británico. En este, se detiene en
la cuestión de cómo gestionar las relaciones humanas dentro de las organizaciones. Esto conduce a pensar en un
desplazamiento tanto desde el asilo a la sociedad como desde el tratamiento de los enfermos mentales hacia la
gestión de las relaciones humanas unas teorías psicológicas de orientación psicoanalítica.

- Menciona a Lewin, uno de los principales psicólogos de la Gestalt y también reconocido como uno de los
fundadores de la psicología social moderna y de la dinámica de grupos (fundó un centro de investigación para la
dinámica de grupos en el MIT en 1944). Su psicología social está fuertemente influida por el marxismo, por lo
cual su concepción de la dinámica de grupos y de la evolución en espiral, por ejemplo, estaban marcadas por el
materialismo dialectico, y no por el psicoanálisis. En su centro, exploró las consecuencias, para el
funcionamiento grupal, de sus teorías sobre el “campo psicológico” y la “investigación-acción”.

- Explica detalladamente el origen de los experimentos de Northfield. Estas fueron dos experiencias, llevadas a
cabo por psicoanalistas (Foulkes, Main y Bridger). Realizaron prácticas de psicoterapia de grupo, de nuevos
dispositivos grupales (como el grupo sin líder) en soldados que habían sido retirados de batalla por algún
problema neurótico. Usaban algunas categorías psicoanalíticas (como la identificación) para pensar posibles
intervenciones sobre los grupos en el marco de la guerra, y con una orientación terapéutica que buscaba que los
soldados pudieran volver rápidamente al campo de batalla.

Al partir de un enfoque psicoanalítico, las experiencias ponían el acento en la psicoterapia de grupos y en las
virtudes terapéuticas de la vida comunitaria, subrayando las ventajas (para mejorar la moral de la tropa y
fomentar el espíritu de grupo) del manejo concienzudo, por parte del animador, de las “identificaciones
horizontales y verticales” y de las transferencias grupales.

En esa época, en Estados Unidos, ya había varios métodos de psicoterapia grupal, pero eran psicoterapias que
no se emparentaban con las ideas analíticas.

Discusión posterior a la conferencia de Lacan

Hay dos ejes de polémica en la recepción francesa de estos discursos sobre la salud mental (por razones tanto
ideológicas como epistemológicas):

- Por un lado, en la psiquiatría de izquierda, particularmente en los grupos vinculados con el Partido Comunista,
los discursos sobre la salud mental suscitaron desconfianza, al principio, para generar luego, a medida que se
profundizaba la guerra fría, una oposición abierta. El psicoanálisis y las relaciones humanas aparecían para ellos
como una nueva cara de la dominación cultural norteamericana, que por ende no era conciliable con el
marxismo (que lo que busca es eliminar el status quo). Algunas prácticas reformistas llevadas a cabo dentro de
un capitalismo burgués, según ellos, podían ir en contra de una transformación radical de la sociedad (idea de
revolución que tiene la izquierda).

- Por otro lado, también recibió oposición de los psiquiatras fenomenólogos (entre ellos Ey y Minkowski). Le
discuten al movimiento de la Salud Mental la idea de la sociogénesis de las enfermedades mentales. También
le cuestionan la suposición de un rol del psiquiatra en un trabajo interdisciplinario vinculado a lo social, ya que
de esa forma se “disuelve” el rol específico del psiquiatra (el tratamiento de las enfermedades mentales).
Introducción al texto de Rose “la psicología y el “gobierno” de los sujetos”:

Rose es un historiador británico de las disciplinas psi, que utiliza un enfoque y vocabulario focaulteano para estudiar
las prácticas y los saberes psi en la posguerra del siglo XX (siglo de la definitiva expansión e implantación de la
psicología profesional). Este texto es, entonces una mirada más actual sobre el período y los problemas tratados en
los textos de Menninger y Lacan.

Toma principalmente dos conceptos de Foucault:

- Alma: toma este concepto del texto “Vigilar y castigar” de Foucault, donde esta habla de las características del
poder disciplinario moderno (que se da en cárceles, hospitales, escuelas). Es un poder que se ocupa de incidir
sobre los cuerpos pero con la intención de controlar el “alma”, es decir, interceder en los pensamientos,
disposiciones, la voluntad, el corazón que podrían desviarse de la norma. Es necesario, para esta penalidad,
estudiar la individualidad de cada uno para ver cómo cada uno puede estar desviándose de la norma, y de esa
forma poder intervenir sobre el cuerpo pensando en corregir el alma.
Específicamente en el ámbito penal (cárcel), este concepto de alma implica que no hay que centrarse solamente
en el delito como hecho sino en el individuo (el delincuente), en su constitución psíquica y física. Para combatir
el delito, es necesario estudiar a los delincuentes. Esto lleva a que los profesionales psi (psiquiatras, psicólogos)
pasan a integrarse, como “expertos”, en el dispositivo policial y penal. Sobre esa nueva realidad, se edifican
nuevos saberes y prácticas en las disciplinas humanas y sociales.

- Gobierno: el poder no aparece concebido ya como “lucha o guerra”, sino como modos/técnicas/prácticas de
“conducir conductas”. Esto supone que estas conductas se dan en individuos que tienen un cierto margen de
libertad y por tanto es necesario gobernarlos para que conduzcan sus conductas en determinada dirección. En
este sentido, se destaca el problema del sujeto y los problemas de la relación “ética”, del sujeto consigo mismo.
El gobierno, entonces, se refiere al gobierno de los otros pero también de sí mismo; y lo que le interesa a
Foucault es justamente la relación entre las formas de gobierno de los otros y las del gobierno de sí.

Rose incorpora en su estudio histórico sobre el dispositivo psi, algunos de los rasgos de la investigación foucaulteana
sobre las disciplinas:

- Destaca la dimensión tecnológica de un dispositivo psi que integra saberes, prácticas (formas de intervención) y
relaciones de poder; reconociendo que los saberes psi no buscan sólo conocer ciertos objetos sino también
transformarlos.
- El “gobierno” se refiere siempre a algo que es del orden de lo “privado” pero de un modo que no se separa del
interés o el resultado en el orden “público”. Las tecnologías de poder durante el siglo XX se proponen gobernar
la vida privada, es decir, constituir la subjetividad de cada uno moldeándola en determinada dirección.
- El examen (que es para Foucault la matriz técnica y epistemológica de las “ciencias clínicas”) proporciona un
modelo para un dominio experto que requiere de “inscripciones” y registros (el “caso”), y busca hacer del sujeto
una entidad calculable. En el examen se vigilan y registran las particularidades de cada uno, para ver cómo se
apartan de la norma y redirigirlos hacia esta. Estos exámenes se dan en el marco de las tecnologías de poder y
las prácticas realizadas por expertos.

El propósito de Rose es pasar de la “población”, calculable en términos de estadísticas, a la subjetividad, que


requiere de otras nociones y técnicas. En particular, le interesa analizar las formas del autogobierno, autoinspección
y confesión (las “técnicas del yo”), que se articulan con las tecnologías aplicadas a la subjetividad.

Aporta ideas para pensar en la importancia de las guerras en las transformaciones de los saberes y las prácticas psi
durante el siglo XX. Hace una comparación entre la primer y segunda guerra mundial, sobre las diferentes
enseñanzas que dejaron para el mundo psi:

Primera Guerra Mundial: fue ocasión de una amplia utilización por los Estados Unidos de tests de inteligencia y
aptitudes con fines de selección y clasificación de soldados y oficiales. Este uso de tests condujo al intento de armar
un sistema de organización del personal de ejército basado en el estudio de las aptitudes de cada sujeto. También
sirvió para plantear un primer sistema de personal que se proponía un ajuste entre los requerimientos de las tareas y
capacidades de los individuos en otras organizaciones. Sin embargo, no se mantuvieron esas nuevas formas
administrativas y de gestión en las fuerzas armadas después de la guerra.

Por otro lado, la primera guerra fue también las enseñanzas que dejaron las neurosis de guerra para la psiquiatría.
Estas permiten establecer la idea de que personas “normales” podían desarrollar síntomas patológicos. Esto, por un
lado, ponía en cuestión a las teorías más hereditaristas y hacia más admisible la propuesta de un funcionamiento
más dinámico del psiquismo (Freud, Janet); y por el otro, pone de relieve la gran significación social de la psiquiatría,
en una dirección que converge con el movimiento de la higiene mental, que se orienta hacia la consideración de la
dimensión colectiva.

Rose retoma las enseñanzas de esta primera experiencia de la psiquiatría en la guerra, en la segunda guerra.

Segunda Guerra Mundial: Rose destaca dos grandes áreas nacidas de la experiencia de la segunda guerra
mundial: las relaciones humanas y el grupo. Señala las innovaciones tecnológicas y su impacto sobre ámbitos de
acción del dispositivo “psi” en la familia, el trabajo y la sociedad en general.

La segunda guerra significa la entrada de la subjetividad bajo otras formas, respecto de la primera. Mientras que en
la primera guerra el foco estaba puesto en las aptitudes de los individuos (por ej. la inteligencia); en la segunda
guerra hay un desplazamiento desde el interés por el individuo al interés por los grupos y las organizaciones.
También se da un desplazamiento desde la atención puesta en la inteligencia y las aptitudes en general hacia una
atención puesta ahora en las actitudes (que definen una “relación subjetiva” del sujeto con la situación y que buscan
ser examinadas, medidas y “calculadas”) y la personalidad.

Individuo/inteligencia grupos-organizaciones (“psicología social”)/actitudes/personalidad.

En la segunda guerra se mantienen y se consolidan mucho más fuertemente los procedimientos “administrativos” en
el reclutamiento, selección y distribución de soldados y oficiales. Asimismo, surgen proyectos de capacitación y crece
el trabajo de los psiquiatras. El empleo de los tests se orienta a “metas positivas”: ajustar las capacidades del
individuo a las exigencias del puesto.

También se consolida la administración de tests a gran escala, pero ya no los tests de inteligencia, sino de
personalidad (porque es en función de la personalidad y ya no de la inteligencia que se piensa que cada uno ocupe
un puesto determinado). Hay un gran desarrollo de nuevas técnicas de proyectivas de personalidad y escalas que se
aplican en una gran dimensión de la población.

La importancia del grupo en la segunda guerra mundial: es fundamental para todo el mundo psi a partir de la
segunda guerra y durante el resto del siglo XX. El grupo aparece ubicado en un lugar central, como una clave
fundamental para la moral y la eficiencia de la tropa. El grupo es el nexo entre el individuo y la “organización”, sobre
el cual hay que intervenir para lograr una mayor eficiencia que permita ganar la guerra.

Otra dimensión asociada al nuevo modelo intersubjetivo es la cuestión del liderazgo (que es distinto de la
jerarquía) que exige cualidades personales y una capacitación especial de los oficiales.

A partir de esas enseñanzas puede consolidarse el proyecto de una psicología social como “ciencia de la
administración” y un nuevo papel para la psiquiatría.

Rose hace una comparación entre Estados Unidos e Inglaterra:

En EEUU tendían más a desarrollar procedimientos cuantificables y estadísticos; mientras que en Inglaterra el
papel del mundo psi se inclinó más hacia una “psiquiatría social” basada en los vínculos intersubjetivos: se ocupaba
de los grupos, con una orientación fuertemente psicoanalítica.

Por esto, el modelo del “espíritu de grupo” fue aplicado a la rehabilitación de la neurosis y los trastornos de
carácter, y también para la prevención y reinserción posterior de los soldados y la población civil a un contexto de
paz al terminar la guerra.

Al mismo tiempo, las experiencias de los hospitales de campaña durante la guerra, la transformación de la
psiquiatría y la nueva importancia dada al grupo, llevaron que se establecieran nuevos criterios del funcionamiento
interno de las instituciones psiquiátricas (más democrático, menos jerárquico; cambios en el papel del terapeuta
que se orienta ahora a “interpretar” más que a dirigir). Esto funda los cimientos de lo que luego se convirtió en las
comunidades terapéuticas (un modo de organización de instituciones de salud mental más democrático, donde los
pacientes tienen un papel más activo en la toma de decisiones sobre el tratamiento). La psicoterapia de grupos nace
de esos grupos de discusión que ahora se focalizan sobre una patología que se considera social.

Ese nuevo paradigma social se extiende a distintos grupos de afectados y “desviados”, en la sociedad y en tiempos
de paz, como puede verse en el texto de Menninger.

Diferencias en el gobierno de la población en la primera y segunda guerra:

Si durante la primera mitad del siglo XX (en el marco del movimiento de la Higiene Mental) el gobierno de la
población se llevaba adelante sobre individuos que eran considerados individuos biológicos, desde una perspectiva
naturalista/hereditarista que buscaba la adaptación del individuo al medio; tras la segunda guerra, el gobierno de la
población pasa de esta tendencia naturalista/biologicista/hereditarista a ocuparse de la vida social y las relaciones
humanas (llevado adelante de forma que la modificación de las conductas tenía más en cuenta los factores sociales y
las relaciones humanas al interior del grupo como determinantes de los procesos de salud y enfermedad y de las
conductas de las personas que los factores biológicos/hereditarios).
El papel de la psiquiatría en el mundo actual – Menninger

Menninger explica su concepción sobre lo que debería ser el papel de la psiquiatría. Limita su discurso al mundo
occidental, porque sabe que la situación de la psiquiatría es muy distinta en otros lugares del mundo, pero sostiene
que los psiquiatras deberían estar alertas a la tendencia internacional, ya que era un tiempo de internacionalismo en
el que su país (Estados Unidos) había asumido ciertas responsabilidades sobre otras partes del mundo.

Sostiene que el rol que el plantea para la psiquiatría supone un inmenso programa, que implica una gran
responsabilidad para todos los psiquiatras.

Es necesaria una reconsideración de las prioridades para la inversión de las fuerzas humanas (limitadas) de la
psiquiatría: no deben los psiquiatras permanecer aislados en los asilos y consultorios atendiendo pacientes que se
acercan, sino que deben preocuparse, más que el profesional de cualquier otra disciplina médica, por la situación
social de sus pacientes. Sostiene esto afirmando que la psiquiatría es una ciencia médica, pero también, por
necesidad, una ciencia social. El psiquiatra debe interesarse por las unidades sociales (familia, comunidad, estado).

Influencia de la guerra en la ampliación de la psiquiatría:

Por necesidad y sin opción, la psiquiatría en el ejército tuvo que actuar, literalmente, en el campo, más que limitarse
al tratamiento en el hospital o el consultorio. La situación demandó servicios de la psiquiatría en la selección, la
clasificación y la asignación de personal; requirió su preocupación por la moral y la toma de medidas preventivas, y
exigió el trabajo de psiquiatras en instituciones correccionales y en criminología, tanto como en el tratamiento.

La guerra también fue importante porque le demostró a la psiquiatría el estado en el que estaba. Al comenzar la
guerra, la psiquiatría no era totalmente aceptada por las autoridades militares ni por muchas otras disciplinas
médicas. Carecía de presencia y de planes, y sufrió el no tener voz en las altas esferas (cargos políticos). No tenían la
capacidad política necesaria para formular políticas médicas. Tampoco tenían un conocimiento verificado sobre
métodos de selección, de asignación, tratamientos ni prevención; ni conocían las funciones/contribuciones de los
trabajadores sociales y los psicólogos clínicos. Carecía también de aceptación por parte del público general.

Sin embargo, en este estado, la psiquiatría fue convocada por el comando militar para explicar producidas en las
fuerzas armadas por problemas de personalidad (trastornos psiquiátricos) y tomar medidas para reducirlas. Fue la
necesidad la que obligó a la psiquiatría a ir mucho más allá del papel tradicional del psiquiatra de diagnóstico y
tratamiento del individuo enfermo. Y como consecuencia de esto, afirma que los horizontes de la responsabilidad
de la psiquiatría se expendieron enormemente.
Evidencias de “inadaptación humana” en la posguerra (crítica a la noción naturalista de adaptación
de la Higiene Mental):

 Relaciones de tensión, desconfianza y egoísmo a nivel nacional e internacional.


 Un gran avance de la ciencia física (como la bomba atómica o la televisión) que supera por mucho a los avances
en materia de lo social “al punto que nuestra propia experiencia está peligrosamente amenazada”. “Hemos
aprendido cómo eliminar espacio y aniquilar vidas pero todavía estamos muy retrasados en el aprendizaje de la
vida en común”.
 Crisis de la familia: aumento de divorcios. Hay acuerdo en la psiquiatría en que desarrollo saludable del niño
depende de que las tempranas experiencias familiares provean afecto, buenos ejemplos y seguridad. En la
posguerra, los hogares logran cada vez menos proveer esas condiciones.
 Aumento del delito, superpoblación en los penales, reformatorios y cárceles; aumento del índice de crímenes.
 Aumento de las relaciones sexuales extra-maritales.
 Aumento del alcoholismo.
 Aumento de población no escolarizada.
 Falta de viviendas. Esto lleva al hacinamiento y fricción familiar, que unidos conllevan un gran costo emocional.
 Desempleo (que afecta a dos generaciones y a toda la familia).

Menninger señala que durante la guerra, habían tenido oportunidad de contrastar la labor del psiquiatra en la vida
civil con su labor en combate. En la vida civil, el psiquiatra procura comprender y tratar reacciones anormales frente
a situaciones normales. En la vida militar, procura comprender y tratar reacciones normales frente a situaciones
anormales. Frente a esto, y observando los signos de inadaptación en Estados Unidos en la posguerra, reflexiona
sobre si no es en verdad la condición del mundo (enfermedad de la sociedad) la que coloca a la gente
constantemente en situaciones anormales frente a las cuales se está respondiendo con reacciones normales, aun
cuando estas sean, de acuerdo a todos los criterios anteriores, patológicas.

Menninger sostiene que estas “inadaptaciones” son en verdad sub-neurosis sociales que responden a una gran
neurosis social; y que pueden resolverse formando un “frente unido” en el cual la psiquiatría pueda estudiar y
ofrecer soluciones constructivas, respondiendo a su responsabilidad de atacar activamente las neurosis sociales, que
son una “verdadera amenaza para nuestros pacientes, nuestras familias y nosotros mismos”.

A su vez, señala que en EUU, el primer lugar entre las neurosis sociales lo ocupaban los prejuicios y la
discriminación (racismo, fanatismo religioso, el fanatismo y la intolerancia, la tesis de la "supremacía blanca”, los
prejuicios antisemitas, las prácticas discriminatorias y las actitudes hostiles entre católicos y protestantes).

Si los psiquiatras son un grupo de científicos que se interesan y preocupan por la forma en que los hombres
piensan, sienten y se comportan, estas enfermedades sociales deberían hallarse entre sus preocupaciones
principales.
¿Qué debe hacer entonces la psiquiatría en esta sociedad enferma que provoca vastas evidencias de
inadaptación e infelicidad humanas? (realiza este análisis basándose en EEUU):

Primero describe la situación de la psiquiatría:

 Carencia de personal capacitado/especializado: tenían cubierta solamente una décima parte de sus necesidades
de personal en psicología clínica, trabajo social psiquiátrico y enfermería psiquiátrica; y que la gran mayoría de
las otras disciplinas médicas casi no tenían conocimiento psiquiátrico, ya que en ninguna escuela médica se
consideraba a la psiquiatría como una materia básica junto con la anatomía, fisiología y patología.
 Falta de programas psiquiátricos (fuera de los hospitales estatales) para la prevención de la enfermedad mental
en la mayoría de los estados de EEUU.
 Mala práctica psiquiátrica en los hospitales estatales (y pocos profesionales especializados dentro de estos).
 Muy poca incursión en el abordaje de los problemas sociales o sus soluciones posibles. Había muy pocos
trabajadores de tiempo completo en ese campo. Sostiene que los psiquiatras tenían una visión restringida,
limitada al tratamiento de sus pacientes, y que a menos que se hubieran visto forzados a hacerlo, no habían
considerado su responsabilidad frente a los problemas del mundo y el desarrollo de prácticas preventivas.
 Carencia de conocimiento verificado.

Menninger cree que, frente a esta situación, la psiquiatría, mundialmente, debe:

 Capacitar personal entrenado (psiquiatras, psicólogos clínicos, trabajadores sociales psiquiátricos y enfermeros
psiquiátricos). Sostiene que el trabajo de formación “se acerca al de una responsabilidad sagrada”. Si se espera
contar con psiquiatras competentes para manejar los problemas cada vez más complejos que enfrentamos,
estos necesitan una preparación intensiva, integrada y bien planeada.

 Clarificar sus conceptos sobre las entidades psiquiátricas clínicas para una mejor comprensión de su
nomenclatura diagnóstica, era necesaria una profunda ampliación del cuerpo de conocimientos verificados de la
psiquiatría, ya que esta conocía muy poco sobre la personalidad “normal” y por qué es o no es normal.

 Desarrollar mucho más extensamente su entorno de tratamiento dentro del hospital. Señala que existen
varias áreas en el campo del tratamiento de la enfermedad mental que necesitaban ser considerablemente
perfeccionadas mediante el desarrollo de métodos de tratamiento más cortos y más efectivos.

 Trabajar de forma interdisciplinaria: una buena capacitación debe asentarse sobre una base amplia. Además
del conocimiento sobre la estructura y funcionamiento de la personalidad, debería proveer al psiquiatra de
conocimiento sobre sus colegas en el trabajo social, la psicología, la enfermería, la terapia ocupacional, y cómo
usar las habilidades de sus colegas. Señala la necesidad de reflexionar junto con los psicólogos clínicos y los
trabajadores sociales psiquiátricos sobre su contribución a la psicoterapia y proporcionarles la preparación
adecuada.
 Proporcionar alguna información relativa a las relaciones de la psiquiatría con nuestro mundo (religión,
política, literatura, arte) ya que carecía todavía de especificidad en sus prescripciones respecto de empleo,
educación, recreación, industria; y sobre todas las variedades en la lectura, arte, música, horticultura, etc.

 Introducir al estudiante en los problemas y cuestiones sociales del momento.

 Proporcionar el mejor cuidado médico a los veteranos de guerra (responsabilidad que está en crisis por la
falta de presupuesto, junto con el resto de la medicina).

 Priorizar la integración de la psiquiatría con el resto de la medicina, particularmente en la currícula de la


escuela de medicina (para poder satisfacer la necesidad de tratamiento). Señala que es su responsabilidad
recomendar y dirigir cómo debe ser enseñada la psiquiatría.

Lograr que los principios psiquiátricos impregnen la enseñanza de toda la medicina y que un cuerpo útil de
conocimiento esté a disposición de todos los médicos. La Asociación Psiquiátrica Americana, APA (de la que
Menninger formaba parte) debía ser organizada de manera que permitiera y estimulara a cada miembro a
contribuir para la solución de los problemas que enfrentaba la psiquiatría.

 Trabajar en el campo de la prevención de la enfermedad mental; ya no solo ocuparse del tratamiento de los
que ya están enfermos. Sostiene que “Hasta que no hayamos aprendido efectivamente a prevenir la enfermedad
mental no podemos empezar a cumplir con nuestra responsabilidad”.
La guerra les enseñó que su mayor contribución debería ser en el campo de la prevención. En la guerra, la
prevención implicaba poner la psiquiatría en el campo y convivir con los soldados, para así aprender sobre sus
problemas, intentar modificar sus tensiones y desarrollar sus apoyos. Sólo ahí se podía aconsejar eficazmente a
los líderes sobre los factores inmediatos que afectaban la salud mental. Por lo tanto, sostiene que la mayor
oportunidad para la psiquiatría consistía en un trabajo similar en los campos de la educación académica, la
salud pública, la recreación, la delincuencia y la industria.

La psiquiatría preventiva debe preocuparse por la causa y alivio de la enfermedad mental- neurosis, psicosis,
trastornos del carácter. Debe encontrar la manera de reducir los numerosos síntomas de las neurosis sociales
(delincuencia, crimen, divorcio, analfabetismo, deficiencia mental); y preocuparse por el desempleo forzoso, los
prejuicios, la discriminación, las huelgas y los accidentes.

 Otorgar una alta prioridad a sus esfuerzos para proporcionar a la persona “media” información
psiquiátrica que pueda aplicar a sus propios problemas. Señala que hay una gran necesidad de la educación
pública en el campo de la higiene mental. El público requiere esta educación, cuyo objetivo sería proporcionar al
hombre medio una mejor comprensión de su propia salud mental y enseñarle cómo fortalecerla y mejorarla.
Las lecciones extraídas de la psiquiatría preventiva en el ejército enfatizaron tres factores capitales
en el mantenimiento de la salud mental:

- La calidad del liderazgo es una causa de, o previene la enfermedad mental: de ahí, sostiene que el desarrollo
de actitudes racionales positivas hacia el trabajo a ser realizado (la motivación consciente) podía ser de gran
ayuda en el trabajo.

- El desarrollo de una identificación con un grupo, que provocaba un sentimiento de orgullo y proporcionaba
seguridad, satisfacción y una unidad de propósitos, era extremadamente importante para la salud mental. Era
evidente que estas lecciones elementales que se aplicaban al mantenimiento de la salud mental individual en el
ejército podían aplicarse a la familia, al grupo, a la comunidad y a la nación. Uno de los propósitos principales de
la psiquiatría preventiva debería ser, entonces, el constante intento de educar a los padres y a todos los
líderes sobre la importancia de desarrollar personas maduras.

A nivel institucional:

Con la creciente necesidad actual de un punto de vista mundial, sostiene que Estados Unidos debería jugar un papel
vital en cualquier esfuerzo internacional de la psiquiatría, tanto a través del Comité de Salud de las Naciones Unidas
como de una organización psiquiátrica internacional. Para Menninger, la mejor contribución de la psiquiatría
estadounidense a la Organización de Salud de las Naciones Unidas podría hacerse a través de una organización
internacional de psiquiatría.

Señala, a su vez, que el estímulo más inmediato y concreto para el desarrollo ulterior de la psiquiatría había llegado
del Acta Nacional de Salud Mental, patrocinada por el Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos; y que la
recientemente conformada Fundación Nacional de Salud Mental estaba abogando por las necesidades de los
hospitales estatales y particularmente por el mejoramiento de la asistencia en sala.

Conclusiones: Sostiene que es posible que la medicina, a través de la psiquiatría, pueda dar un paso adelante para
ofrecer su esfuerzo terapéutico a un mundo lleno de infelicidad e inadaptación y de diversos grados de
desintegración social. También sostiene que su intenso estudio del individuo puede conducir a una mejor
comprensión de su ambiente, de las fuerzas sociales que afectan su vida; y que esta comprensión puede, si se pone a
disposición de los líderes correctos, ser de ayuda para aliviar las enfermedades sociales.
La psiquiatría debía orientarse hacia un horizonte más amplio, aceptar su responsabilidad para contribuir a la
comprensión y a la terapéutica de los problemas de infelicidad e inadaptación del mundo. Para esto, debe
aumentar su personal capacitado, extender sus fronteras de conocimiento, cristalizar sus metas investigando
problemas específicos, aplicar su conocimiento y producir programas de acción. Para esto, además, era necesario
desarrollar una mayor habilidad política y médica como para que sus hallazgos y recomendaciones pudieran ser
presentados a los líderes de la alta administración, en muchos campos de actividad.

Esto es era responsabilidad que la psiquiatría ya no podía evadir.

La psiquiatría inglesa y la guerra – Lacan

En septiembre de 1945, cuando acababa de terminar la guerra, Lacan visitó Londres por unos meses.

Señala que la “colectividad de los franceses” había vivido la guerra bajo un vivo sentimiento de irrealidad, de
desconocimiento sistemático del mundo en cada uno, presa de una “disolución verdaderamente terrorífica de su
estatuto moral”.

Por otro lado, al referirse a la victoria de Inglaterra, señala que los ingleses habían podido, sin perder el dominio a
través de las peores pruebas, conducir la lucha hasta el triunfo final. Sostiene que se le presenta, en forma de
evidencia psicológica, que “la victoria de Inglaterra es de una fuerza moral, quiero decir que la intrepidez de su
pueblo reside en una relación verídica con respecto a lo real, que su ideología utilitarista no facilita su comprensión,
que especialmente el término de adaptación traiciona totalmente”.

Habla de heroísmo al referirse a la victoria de Inglaterra. Menciona que la ciudad estaba devastada, pero que no se
acomodaba al término “ruina” (que tiene un prestigio fúnebre). Menciona también que había una depresión
descripta en metáforas sonambúlicas y un agotamiento íntimo de las fuerzas creativas que médicos u hombres de
ciencia, pintores o poetas, eruditos, hasta sinólogos, traicionaban por un efecto tan general como lo había sido la
obligación de todos, y hasta el extremo de sus energías, a los servicios cerebrales de la guerra moderna: organización
de la producción, aparatos de detección o de camuflaje científicos, propaganda política o informaciones.

Lacan afirma que “hay que centrar el campo de lo que han realizado los psiquiatras en Inglaterra, por la guerra y
para ella, del uso que han hecho de su ciencia en singular y de sus técnicas en plural y de lo que, tanto la una como
las otras, han recibido de esta experiencia”. Para hablar de esto, menciona el libro The Shaping of Psychiatry by the
War de Rees (1945).

Destaca el problema que se le planteaba a Inglaterra al comienzo de la guerra: movilizar rápidamente a gran parte
de la población para constituir en su totalidad un ejército a escala nacional en un país que sólo tenía un pequeño
ejército profesional. Para la producción sintética de este ejército, se recurrió, como señala el libro, se recurrió al
psicoanálisis, que, Lacan señala muy sorprendido, era una ciencia psicológica todavía joven, que apenas acababa de
poner al día, a la luz del pensamiento racional, la noción de tal cuerpo como grupo social con una estructura original.
Señala que Freud acababa de formular los problemas del mando y el problema de la moral en los términos
científicos de la relación de identificación (todo ese encantamiento destinado a reabsorber totalmente las angustias
y los miedos de cada uno en una solidaridad del grupo en la vida y en la muerte, cuyo monopolio lo tenían hasta
entonces los practicantes del arte militar). El psicoanálisis señalaba que había que reforzar la tradición militar con
una democratización de las relaciones jerárquicas, ya que estas tenían un valor angustiante (como factor de
superioridad), y que era necesario eliminar los abusos dentro del cuerpo militar.

Sin embargo, la posición tradicional del mando no marchaba paralela a la estas ideas, y entonces, cuando fue
necesario crear el ejército por la guerra inminente, las autoridades superiores rechazaron un proyecto presentado
por el Servicio sanitario del Ejército que proponía organizar la instrucción no solo física sino mental de los reclutas.

Así, tras el estallido de la guerra, en 1940, aumenta la demanda en los hospitales por el aumento de inadaptación,
delincuencias diversas y reacciones psiconeuróticas; y fue recién bajo la presión de esta urgencia que, utilizando
cerca de 250 psiquiatras integrados por el reclutamiento, fue organizada la acción de la psiquiatría dentro de las
fuerzas armadas. Lacan subraya que el reclutamiento de oficiales es el aspecto en el que la iniciativa psiquiátrica en
Inglaterra mostró su resultado más brillante.

El problema de cómo reclutar a los soldados para conformar un ejército que tenía que surgir de la nada fue
resuelto por medio de un aparato de selección psicológica: los psiquiatras adoptan sistemas de medición de
capacidades físicas e intelectuales.

La mayor prueba de selección para los oficiales era la primera y también más amplia; como preliminar a toda
instrucción especial, tenía lugar durante un curso de tres días en un centro en el que los candidatos eran albergados
y, en las relaciones familiares de una vida en común con los miembros de su jurado, se ofrecían tanto mejor a su
observación. Durante estos tres días, tenían que someterse a una serie de exámenes que tendían a obtener más
bien su personalidad, o sea especialmente un equilibrio de las relaciones con otros que gobierna la misma
disposición de las capacidades, su tasa utilizable en el papel de jefe y en las condiciones de combate. Cada prueba
estaba centrada en la detención de los factores de la personalidad.

Se adoptó entonces el sistema PULHEMS, en el cual hay una escala de 1 a 5 referida a cada una de las 7 letras
simbólicas que representan respectivamente a la capacidad física general, la capacidad mental y la estabilidad
afectiva. Con este sistema se hizo la primera selección de los reclutas, con el objetivo de obtener una cierta
homogeneidad dentro de las tropas; ya que esta homogeneidad era considerada como factor esencial de su moral.
El concepto de “moral de tropa” refiere al sentimiento de honor y orgullo compartido que permite superar las
dificultades y cumplir con las tareas asignadas manteniendo la motivación. Esto, ahora sí, seguía los lineamientos del
psicoanálisis, según el cual todo déficit físico o intelectual asume para el sujeto dentro del grupo un alcance afectivo
en función del proceso de identificación horizontal. Entonces, al aislarse lo que Lacan denomina “los elementos
inferiores” y agruparlos entre sí, estos sujetos se mostraban mucho más eficaces, por una liberación de su buena
voluntad, correlativa de una sociabilidad así reforzada. Gracias a esta homogeneidad lograda en las tropas,
descendió, en una proporción geométrica, los fenómenos de shock y de neurosis (los efectos de claudicación
colectiva).

Se realizaba también la prueba del “grupo sin jefe” de Bion: en esta, se constituían equipos de diez sujetos
aproximadamente, ninguno de los cuales es investido de una autoridad preestablecida: se les propone una tarea que
debían resolver colaborando, y cuyas dificultades, escalonadas, conciernen a la imaginación constructiva, al don de
improvisación, a las cualidades de previsión, al sentido de rendimiento. Durante la prueba determinados sujetos se
destacaron por sus cualidades de iniciativa y por los dones imperativos que les habrán permitido hacerles
prevalecer. Pero lo que el observador notará será, no tanto la capacidad de conducción de cada uno, como la
medida en la que él sabe subordinar la preocupación de hacerse valer al objeto común que el ejemplo persigue y en
la que ella debe encontrar su unidad. Esta prueba era tenida en cuenta solamente en una primera selección.

En la selección final del personal, el psiquiatra no tenía en teoría más que una voz particular en las decisiones del
jurado. Este estaba formado por el oficiales veteranos elegidos por su experiencia militar; un psicotécnico
especialista y sargentos (a los cuales se les confiaba la vigilancia y el cotejo de las pruebas y participaban al menos en
una parte de las deliberaciones).

Así se ve que recurren al psiquiatra para concluir en un juicio cuya objetividad busca su garantía en las motivaciones
ampliamente humanas, más que en las operaciones mecánicas. La autoridad que la voz del psiquiatra asume en tal
concierto demuestra qué contribución social le impone su función. Esto demuestra, según Lacan, que la psiquiatría
está destinada a hecho por los interesados que le testimonian de modo unívoco, y a veces asombrándose ellos
mismos, obliga a una defensa del hombre que los promueve, a su pesar, a una eminente función en la sociedad.

Entonces, para Lacan, estas experiencias en la guerra demuestran que el rol del psiquiatra es el de indagar, proveer e
intervenir en todo lo que, en los reglamentos y en las condiciones de vida, interesa a la salud mental de los
movilizados en una determinada circunscripción. Es así como los factores de ciertas epidemias psíquicas, neurosis de
masas, delincuencias diversas, deserciones, suicidios, han podido ser definidos y contenidos, y aparece posible en el
futuro un orden de profilaxis social. Rees, en su libro, dice que la competencia del área psiquiátrica estaría en todo
aquello que, en las condiciones de subsistencia y en las relaciones sociales de una población, pueda ser reconocido
para influir sobre la higiene mental.

Así, la psiquiatría ha servido para forjar el instrumento con el que Inglaterra ha ganado la guerra. Inversamente, la
guerra ha transformado la psiquiatría en Inglaterra. En esto como en otros campos, la guerra se vio dando luz al
progreso, en la dialéctica esencialmente conflictiva que caracteriza a nuestra civilización.

Por otro lado, junto con el psicoanálisis y la psiquiatría, al trabajo interdisciplinario también se sumaron otras
disciplinas que recién habían aparecido en el mundo anglosajón, como la psicología de grupo. En relación a esta,
Lacan menciona la obra de Kurt Lewin.
Así, tuvo lugar un ámbito de cooperación de diversas disciplinas: la psiquiatría recibió el aporte de las modalidades
operatorias del psicoanálisis y de la psicología de grupos: en la psicoterapia de grupos y en las virtudes terapéuticas
de la vida comunitaria, subrayando las ventajas para mejorar la moral de la tropa y fomentar el espíritu de grupo del
manejo concienzudo, por parte del animador, de las “identificaciones horizontales y verticales” y de las
transferencias grupales (conceptos psicoanalíticos).

Es en base a esta experiencia interdisciplinaria en el ejército, sostiene Lacan, que se debe justificar la preeminencia
del uso a escala colectiva de las ciencias psicológicas. Sostiene que los psiquiatras ingleses hicieron reconocer el valor
de las teorías psicológicas (en este caso principalmente el psicoanálisis) gracias no sólo al gran número de
psicoanalistas entre ellos, sino también al hecho de que todos han sido penetrados por la difusión de los conceptos y
modalidades operatorias del psicoanálisis.

Entonces, lo que sucedió fue que, frente al gran grado de shock y reacciones psiconeuróticas de los soldados, el
ejército se vio obligado a recurrir a la psiquiatría, la cual entró, por esa misma obligación, en el terreno de la guerra,
saliendo por primera vez del asilo y el consultorio privado (a esto se refiere Lacan cuando dice “por la guerra y para
ella”). Aplicaron tests de selección de personal guiándose por los principios (muy nuevos) del psicoanálisis sobre la
identificación, “depurando” así a los grupos del ejército y logrando la reducción de las neurosis, de los efectos de
claudicación colectiva. Estas tareas, a las que se vieron obligados por la guerra, les demuestra a los psiquiatras el rol
social que tienen el deber de cumplir en la sociedad, en la profilaxis social.

Lacan señala que Rees vio la aplicación de esta experiencia fundamental a un problema social de nuestra
civilización, inmediatamente accesible a la práctica, sin otorgar nada a las escabrosas teorías de la eugenesia (inicio
del paso de la Higiene Mental a la Salud Mental).

Bion y Rickmann (psiquiatras) se consideran como pioneros en el uso de las ciencias psicológicas a nivel colectivo.
Publican un trabajo llamado “Tensiones intragrupo en la terapia. Su estudio como tarea del grupo". En este, dan
ejemplo concreto de su actividad en un hospital militar, que tiene el valor de una demostración de método.

Se basan en abordajes grupales que ponen de manifiesto virtudes terapéuticas de la vida comunitaria.

Dificultades de las que parten: Las impertinencias anárquicas de sus necesidades ocasionales: requerimientos de
autorizaciones excepcionales, irregularidades crónicas de su situación, que le quitan horas, ya aritméticamente
insuficientes, para resolver el problema de fondo que planteaba cada uno de los casos. A partir de estas dificultades,
Bion desarrolla una innovación metodológica.

Sostienen que para que para transformar un conjunto de individuos en una tropa cohesionada y activa, era
necesarios dos elementos:

- La presencia de un enemigo capaz de unir al grupo frente a una amenaza común


- Un jefe que respete la integridad humana, y que pueda mantener el límite con su autoridad.
El “espíritu del psicoanalista” interviene formando parte del grupo y organizando la situación de modo tal que
fuerce al grupo a tomar consciencia de sus propias dificultades de existencia como grupo; para luego hacerlo cada
vez más transparente a sí mismo, hasta el punto que cada uno de sus miembros pueda juzgar de manera adecuada
los progresos del conjunto. Para el médico, el ideal de tal organización está en su perfecta legibilidad, tal que pueda
apreciar en todo instante hacia qué puerta de salida se encamina cada "caso" confiado a su cuidado: retorno a su
unidad, reenvío a la vida civil o perseveración en la neurosis.

Metodología: se forman un determinado número de grupos que se definen cada uno por un objeto del que
ocuparse, pero ellos serán enteramente remitidos a la iniciativa de los hombres, es decir, que cada uno no sólo se
incorporará a su gusto, sino que podrá promover uno nuevo según su idea, con la única limitación de que el objeto
mismo sea nuevo.

Todos los días había una reunión general de media hora para examinar la marcha de las cosas así establecidas.

Cada vez que se pide su intervención por algún conflicto, Bion, con la firme paciencia del psicoanalista, devuelve la
pelota a los interesados: nada de castigos. Los deben ser objeto de reflexión del grupo.

Bion observa que, después de algunas semanas, el servicio llamado de reeducación se había convertido en la sede
de un espíritu nuevo que los mismos oficiales reconocían en los hombres en el momento de las manifestaciones
colectivas, de carácter musical, por ejemplo, durante las cuales entraban en una relación más familiar: espíritu de
cuerpo propio del servicio, que se imponía a los recién llegados, a medida que partían aquellos que habían sido
marcados por su beneficio. El sentimiento de las condiciones propias de la existencia del grupo, mantenido por la
acción constante del médico animador, constituía su fundamento.

Aquí reside el principio de una cura de grupo, fundada sobre la prueba y la toma de consciencia de los factores
necesarios para un buen espíritu de grupo.

Rickmann señala que, si se puede decir que el neurótico es egocéntrico y tiene horror de todo esfuerzo por
cooperar, es quizás porque raramente está colocado en un ambiente en el que todos los miembros estén sobre un
mismo plano de igualdad que él en lo que concierne a las relaciones con sus semejantes. Esto se relaciona con el
planteo de Menninger de que la condición de toda cura racional de los trastornos mentales en la creación de una
nueva sociedad, en la que el enfermo mantenga o restaure un intercambio humano, cuya sola desaparición redobla
por sí sola la tara de la enfermedad.
El gobierno del Alma - Rose

Afirma que nuestras personalidades, subjetividades y “relaciones” no son cuestiones privadas, en el sentido de que
son objetos del poder, y están intensamente gobernadas (en el sentido de Foucault). La conducta, el habla y la
emoción son examinadas y evaluadas a partir de los estados internos que ellos manifiestan, y se ha intentado alterar
lo visible de la persona actuando sobre su mundo interior invisible. Así, los pensamientos, sentimientos y acciones
pueden parecer el tejido que constituye el yo íntimo, pero están socialmente organizados y administrados.

La gestión del yo contemporáneo (siglo XX) se distingue, al menos, en tres cuestiones :

 Las capacidades personales y subjetivas de los ciudadanos han sido incorporadas al ámbito y las aspiraciones
de los poderes públicos, es decir, a las estrategias sociales y políticas y de las instituciones; así como a las
técnicas de administración y regulación.
La subjetividad ha entrado en los cálculos de las fuerzas políticas; los gobiernos y los partidos políticos han
formulado políticas, preparado maquinarias, establecido burocracias y promovido iniciativas para regular la
conducta de los ciudadanos, actuando sobre sus capacidades y predisposiciones mentales.
A esto se refiere Rose cuando dice que el “alma” de los ciudadanos ha entrado directamente en el discurso
político y en la práctica de gobierno”.

 La administración de la subjetividad se ha convertido en una tarea central para la organización moderna. Las
organizaciones vienen a llenar el espacio entre la vida “privada” de los ciudadanos y las preocupaciones
“publicas” de los gobernantes. Todas las instituciones implican una administración calculada de las fuerzas y
poderes humanos para alcanzar sus objetivos.
Cuando el ejército, por ejemplo, busca minimizar la indisciplina y el derrumbe en las tropas y aumentar la
eficacia por la vía de la ubicación racional de los individuos en las actividades en función de su inteligencia,
personalidad o aptitudes, la subjetividad humana se convierte en un elemento clave para el poder militar.
Así, la vida de las organizaciones ha asumido una tendencia psicológica.

 Nace una nueva forma de saber experto, un saber experto sobre la subjetividad. Se propaga toda una familia
de nuevos grupos profesionales encargados de clasificar y medir la psiquis; predecir sus vicisitudes; diagnosticar
las causas de sus problemas y prescribir remedios.
No solo los psicólogos, sino también trabajadores sociales, gerentes de personal, oficiales que supervisan la
libertad condicional, consejeros y terapeutas de diferentes escuelas y filiaciones, han basado su pretensión de
autoridad social en su capacidad para entender los aspectos psicológicos de las personas y actuar sobre ellos.

Los poderes cada vez más diversos de estos “ingenieros del alma humana” manifiestan algo profundamente
novedoso en las relaciones de autoridad relativas al yo, esto es, que estas nuevas formas de pensar y actuar no
solo incumben a las autoridades. Afectan a cada uno de nosotros, en nuestras creencias personales, deseos y
aspiraciones, es decir, en nuestra ética. Nos hemos convertido en seres intensamente subjetivos.
Su enfoque difiere del de la “socio-crítica”. La socio-crítica se caracteriza por el uso de un limitado grupo de tropos
interpretativos y críticos, resaltando aspectos significativos sobre el surgimiento de estos nuevos conocimientos y
estas nuevas técnicas. Pero para Rose esta perspectiva sobre las relaciones entre las ciencias psicológicas, las
profesiones psicológicas y la organización del poder político es limitada, porque la socio-crítica implica que este
conocimiento de la vida subjetiva es falso o deficiente, evaluando al conocimiento en términos epistemológicos.

En cambio, Rose se enfoca en las formas en que los sistemas de verdad son establecidos, la forma en que los
enunciado son producidos y evaluados con los “aparatos” de verdad (los conceptos, reglas, autoridades,
procedimientos, métodos y técnicas a través de los cuales las verdades son realizadas) es decir, se enfoca en los
nuevos regímenes de verdad instalados por los saberes sobre la subjetividad.

Para la socio-crítica, las ciencias psicológicas y sus practicantes son socialmente efectivos porque participan en la
dominación de la subjetividad de los individuos, entendiendo a la subjetividad como algo que se reprime. Para Rose,
en cambio, las relaciones entre poder y subjetividad no están confinadas a las de constricción o represión de la
libertad del individuo, sino que las características distintivas del conocimiento experto moderno sobre la psiquis
tiene que ver con su rol en la estimulación de la subjetividad, promoviendo la auto-inspección y la consciencia de
uno mismo, formando deseos, buscando maximizar las capacidades intelectuales. Esto es fundamental para la
producción de individuos “libres para elegir”, cuyas vidas se vuelven valiosas en la medida en que están imbuidas de
sentimientos subjetivos de un placer significativo. Así, la subjetividad misma se transforma, en sus diferentes
apariencias y concepciones, a la medida de los sistemas políticos y las relaciones de poder.

El rol del conocimiento y las técnicas psicológicas para Rose es mucho más que la legitimación de poder (como
plantea la socio-crítica); estos forjan nuevos alineamientos entre las racionalidades y técnicas de poder y los valores
y éticas de las sociedades democráticas.

Al abordar la relación entre subjetividad y poder, Rose prefiere hablar en términos de “ gobierno” y no de
“Estado” (como hace la socio-crítica). El gobierno no se refiere a las acciones de un sujeto político calculador, ni a las
operaciones de los mecanismos burocráticos y la gestión del personal; sino que describe una forma del intento de
alcanzar fines sociales y políticos actuando de forma calculada sobre las fuerzas, actividades y relaciones de los
individuos que constituyen una población.

La gubernamentalidad (término de Foucault) se ha convertido en el suelo común de todas las formas de


racionalidad política modernas, ya que interpreta las tareas de los gobernantes en términos de una supervisión
calculada y una maximización de las fuerzas de la sociedad. La gubernamentalidad es el “conjunto constituido por las
instituciones, los procedimientos, análisis y reflexiones, los cálculos y las tácticas que permiten ejercer esta forma
tan específica y compleja de poder, que tiene como meta principal la población”. La gubermentalidad, entonces, se
refiere a la regulación de los procesos propios de la población, las leyes que modulan su bienestar, su salud, su
longevidad y su capacidad para emprender guerras y para comprometerse con el trabajo, etc.
Más que el Estado extendiendo su dominio en la sociedad a través de la extensión de su aparato de control,
piensa en términos de la “gubernamentalización del Estado”, es decir, una transformación de las racionalidades y
las tecnologías para el ejercicio de la dominación política.

Con la entrada de la población en el pensamiento político, el gobierno comenzó a tomar como sus objetos
fenómenos como el número se sujetos, sus edades, su longevidad, sus enfermedades y tipos de muerte, sus hábitos
y vicios, sus tasas de reproducción, etc. Las acciones y los cálculos de las autoridades se dirigen entonces a maximizar
las fuerzas de la población y de cada uno de sus individuos, minimizar sus problemas, organizarlos de la forma más
eficiente. Así, el nacimiento y la historia de los conocimientos de la subjetividad e intersubjetividad están ligados
intrínsecamente con los programas que descubrieron que para gobernar sujetos necesitaban conocerlos.

Las preguntas que plantea la gubernamentalidad marcan el territorio en el que juegan un rol clave las ciencias
psicológicas, con sus sistemas conceptuales, innovaciones técnicas, modos de explicación y prácticas expertas.

En este sentido, dos aspectos del gobierno son significativos para entender el rol que las ciencias psicológicas
jugaron en la vinculación de la vida subjetiva e intersubjetiva con los sistemas de poder político:

 El gobierno depende del conocimiento, es decir, de la producción, circulación, organización y autorización


de verdades que encarnan lo que lo que debe ser gobernado y que lo hacen pensable, calculable y practicable.
En esta línea, Para hacer ciertos cálculos sobre una población es necesario recabar información sobre ella
como material en bruto de cálculo. El conocimiento adquiere entonces una forma física (transcripción de
fenómenos como nacimientos muertes, enfermedades, tipos de trabajo, bienestar o pobreza, etc.) El cálculo
político trabaja sobre este material que se obtiene por procesos de “inscripción” que traducen el mundo en
registros materiales.
Así, la invención de programas de gobierno implicó necesariamente una “avalancha de números impresos”, que
hicieron que la población fuese calculable (al transformarla en registros durables y transportables). Estas
técnicas de inscripción se denominaron “estadística”.
Desde el siglo XVII, pasando por los siglos XVIII y XIX, la estadística comenzó a transcribir los atributos de la
población de modo que pudieran entrar en los cálculos de los gobernantes.

La transformación de la población en números que podían ser utilizados en los debates y cálculos políticos y
administrativos se extendió a nuevos dominios a partir del siglo XIX. Las sociedades de estadística de Gran
Bretaña se dedicaron a la compilación de listas y tablas de ordenamiento doméstico, tipos de empleo, dieta, y
grados de pobreza y necesidad; y se construyeron topografías morales de la población, haciendo mapas de la
pobreza, la delincuencia, el crimen y la locura, sacando conclusiones sobre los cambios en las tasas de patología,
sus causas y las medidas necesarias para mejorarlas. Las capacidades de los sujetos comenzaron a ser
pertinentes para el gobierno, y empezaron a estar disponibles en una nueva forma.
La dependencia del gobierno respecto del conocimiento, en estos dos sentidos, permite apreciar el rol que las
ciencias psi desempeñaron dentro de los sistemas de poder. El sistema conceptual ideado dentro de las ciencias
“humanas”, los lenguajes de análisis y explicación que fueron inventados y las formas de hablar sobre la conducta
humana que constituyeron proveyeron los medios para que la subjetividad y la intersubjetividad entraran en los
cálculos de las autoridades.

Por un lado, las características subjetivas de la vida humana pudieron convertirse en elementos inteligibles para la
economía, la organización, la prisión, la escuela, la fábrica y el mercado de trabajo. Y por otro lado, la misma psique
humana se convirtió en un dominio posible para el gobierno sistemático en función de objetivos sociopolíticos. Los
nuevos vocabularios provistos por las ciencias de la psiquis permiten la articulación de las aspiraciones de
gobierno en términos de una gestión experta de las profundidades del alma humana.

 Las ciencias psicológicas proveyeron los medios para registrar las propiedades, las energías y las
capacidades del alma humana. Permitieron que los poderes humanos se transformaran en material que
proveyó las bases para el cálculo. El examen constituyó el modelo para todos los dispositivos psicológicos de
registro, combinando el ejercicio de la vigilancia, la aplicación de un juicio normalizador y la técnica de registro
material para producir signos calculables de individualidad. Cada uno de los mecanismos de examen de las
ciencias psicológicas (en los cuales se destacan el diagnóstico psiquiátrico y el test de inteligencia) proveyeron
un mecanismo para conceptualizar la subjetividad como una fuerza calculable.
El examen no solo hace visible la individualidad humana, sino que la ubica en una red de escritura, transcribe los
atributos y sus variaciones en formas codificadas, permitiendo que sean documentados. Así, los registros pueden
ser reunidos para un conocimiento de las características psicológicas de la población como un todo, lo cual
puede a su vez ser utilizado para calibrar un individuo en relación con esa población.
El registro psicológico de la individualidad permite que el gobierno opere sobre la subjetividad. Al hacer
calculable la subjetividad, se hace dóciles a las personas y conduce a que se pueda actuar sobre ellas; y que ellas
puedan actuar sobre sí mismas en nombre de sus capacidades subjetivas.

De este modo, las innovaciones en el conocimiento fueron fundamentales para los procesos por los cuales el
sujeto humano entró en las redes de gobierno. Se inventaron nuevos lenguajes para hablar sobre la subjetividad
humana y su pertinencia política, se formularon nuevos sistemas conceptuales para calcular las capacidades y las
conductas y se construyeron nuevos dispositivos para inscribir y calibrar la psique humana e identificar sus
patologías y sus normalidades. Estas formas de conocimiento hicieron posible la elaboración de “tecnologías
humanas”: ensambles de fuerzas, mecanismos y relaciones que permiten actuar desde un centro de cálculo (una
secretaría de gobierno, la oficina de un gerente, el despacho donde se planifica una guerra) sobre la vida subjetivas
de las personas. Las “tecnologías humanas” incluyen la organización calculada de fuerzas y capacidades humanas
junto a otras fuerzas (naturales, biológicas, mecánicas) en redes funcionales de poder.
El conocimiento teórico hace que el alma sea pensable en términos de una psicología, una inteligencia, una
personalidad, y, por lo tanto, permite que ciertos tipos de acción se vinculen con ciertos tipos de efectos. Cuando se
forman redes, es decir, cuando las conexiones vinculan las aspiraciones de las cúpulas políticas con modos de acción
sobre las personas, se establecen tecnologías de la subjetividad que permiten que las estrategias de poder se
infiltren en los intersticios del alma humana. Dichas tecnologías de subjetivación ramificadas han tenido
consecuencias radicales para la vida económica, la existencia social y la cultura política.

Por esta razón, las ciencias psicológicas han estado íntimamente ligadas con los programas, los cálculos y las
técnicas para el gobierno del alma. La traducción de la psiquis humana en términos relativos a la esfera del
conocimiento y al ámbito de la tecnología hace posible el gobierno de la subjetividad.

La diversidad y heterogeneidad de la psicología es una de las claves de su capacidad inventiva en el nivel conceptual
y la amplitud de su aplicabilidad social, ya que le permite operar con una diversidad de contextos y estrategias para
el gobierno de la subjetividad (diferentes formas de articular el poder social con el alma humana).

El dominio experto sobre la subjetividad se ha vuelto fundamental para nuestras formas contemporáneas de ser
gobernados y de gobernarnos a nosotros mismos: el gobierno de la subjetividad requiere que las autoridades
actúen sobre las elecciones, deseos, valores y conductas del individuo de forma indirecta. El dominio experto provee
esta distancia esencial entre los aparatos formales (leyes, tribunales, policía) y el moldeamiento de las actividades de
los ciudadanos. El dominio experto no logra sus efectos a través de la violencia o de represión, sino por la
persuasión inherente a sus verdades, las ansiedades estimuladas por sus normas y la atracción ejercida por las
imágenes de la vida y del yo que ofrece.

El ciudadano no debe ser dominado para satisfacer los intereses del poder, sino que debe ser educado e incitado a
una especie de alianza entre los objetivos y ambiciones personales y los logros o actividades socialmente o
institucionalmente valoradas. Los ciudadanos modelan sus vidas a través de las elecciones que hacen sobre la vida
familiar, el trabajo, el ocio, el estilo de vida, la personalidad y sus modos de expresión; y el gobierno trabaja “a
distancia” sobre estas elecciones, forjando una simetría entre los intentos de los individuos de hacer una vida
provechosa para sí mismos y los valores políticos de consumo, beneficio, eficiencia y orden social. Entonces, el
gobierno contemporáneo opera a través de una infiltración delicada y minuciosa de las ambiciones de regulación
en el interior mismo de nuestra existencia y de nuestra experiencia como sujetos.

El gobierno del alma depende de que nos reconozcamos a nosotros mismos ideal y potencialmente como cierto tipo
de personas; admitamos el descontento generado por un juicio normativo sobre lo que somos y podríamos llegar a
ser, y la incitación a superar esta discrepancia siguiendo el consejo de los expertos en el manejo del yo. Debido a
esto, las tecnologías de la subjetividad existen en una especie de relación simbiótica con lo que uno podría
denominar “técnicas del yo” (las formas en que actuamos para lograr felicidad, sabiduría, salud y realización).
A través de la auto-inspección, la auto-problematización, el auto-monitoreo y la confesión, nos evaluamos a
nosotros mismos según los criterios provistos por otros.
Proyecto de Conservación de los Recursos Humanos en la Universidad de Columbia: se lleva a cabo en la
posguerra de la segunda guerra mundial en Estados Unidos; porque muchos jóvenes estadounidenses estaban
siendo rechazados del servicio militar o prematuramente despedidos debido a que se juzgaba que no tenían las
cualidades mentales ni emocionales para hacer de ellos buenos soldados. Entonces, el proyecto se basó en examinar
a 20 millones de hombres en cuanto a su idoneidad para el servicio militar, de los que catorce millones fueron
enlistados, y hubo registros de los resultados de sus evaluaciones y también detalles de su desempeño en la vida
militar y algunas indicaciones sobre cómo se desempeñaban en la vida civil antes del enrolamiento y luego del
rechazo. El proyecto Columbia se proponía hacer un análisis de estos registros del personal de guerra como una
base para la planificación hacia el futuro, no sólo de las fuerzas armadas, sino de la nación en su conjunto.

Conclusiones del Proyecto (la importancia de la actitud y el grupo) : las fuerzas armadas habían sufrido una
falta de conocimiento acerca de las características del conjunto del potencial humano, de sus futuros
requerimientos, del potencial de los reclutas, y de la capacidad de los que muestran deficiencias para llevar a cabo
ciertas tareas particulares o mediante una asistencia especifica. La selección era inadecuada si no estaba
acompañada de un entrenamiento y una asignación apropiada para adecuar al individuo a la organización, de forma
tal que pueda actuar eficientemente.

A raíz de esto, se concluyó que una política organizacional podía mejorar el desempeño de las grandes
organizaciones en la medida en que tomara en cuenta la personalidad y la motivación. El uso pleno de los recursos
de la nación requería, de parte del gobierno, una política de recursos humanos concebida y organizada en
términos psicológicos.

Estas investigaciones demostraban que lo crucial, desde el punto de vista de la dirección apacible de una
organización y de la moral de los individuos, no eran las características objetivas de una situación, sino la relación
subjetiva del individuo con su situación (la actitud). El concepto de actitud capta esta relación subjetiva, y permite
que los múltiples gustos y prejuicios del individuo pudieran ser pensados en la forma de un valor dentro de un
pequeño número de dimensiones.

La inscripción de la actitud fue hecha a través del uso de un nuevo dispositivo para la calibración mental: la escala. La
escala permitió que una nueva dimensión subjetiva de la condición humana (la actitud) entrara en la esfera del
conocimiento y la regulación.

El desarrollo correlativo del concepto de actitud y de la técnica de la escala abrió esta dimensión para la gestión:
las actitudes pudieron ser investigadas, medidas, inscriptas, informadas y calculadas. El conocimiento de las
actitudes hizo posible concebir un modo de administración en la cual el soldado podía simultáneamente estar
satisfecho y ser eficiente; ser eficiente por estar satisfecho. Y esa satisfacción, se vio, no tenía que ver con el
compromiso del soldado por los motivos o ideales de la guerra, sino que lo crucial para el mantenimiento de la
moral y la eficiencia era el grupo.
“El grupo en su carácter informal, con sus lazos interpersonales cercanos, tenía dos funciones principales en la
motivación en el combate: establecía y reforzaba estándares de conducta grupales y apoyaba y sostenía al individuo
bajo estresores que de otra manera no sería capaz de soportar”.

De acuerdo al estudio de Shils sobre sus investigaciones con Dicks, la principal motivación de los soldados (tanto de
un ejército como del otro) derivaba de su lealtad a su grupo primario y a su líder, antes que al ejército en su conjunto
o a sus autoridades superiores. La gestión en el ejército se lograba actuando sobre los lazos del grupo primario y
alineando a los individuos por medio de este mecanismo con los objetivos de la organización. En este sentido, la
psicología social podía convertirse en una ciencia de la administración.

En un nivel más rutinario e inmediato, la investigación psicológica podía intervenir en decisiones militares muy
detalladas. El saber experto psicológico se convertiría en la clave de la armonía organizacional.

Diferencia de métodos utilizados en Gran Bretaña y EEUU: Mientras que en Estados Unidos proveían las
técnicas para la estandarización de la personalidad; Gran Bretaña innovó en el uso de situaciones reales para la
evaluación de la capacidad: la observación de los candidatos mientras hacían las variadas tareas asignadas. La
racionalidad psicológica de este proceder se apoyó en parte en la influencia de los enfoques de la teoría del campo
de los psicólogos sociales norteamericanos (en particular Lewin y Moreno).

El razonamiento que llevaba a este uso de situaciones reales era que parecía ser que las características que todos los
oficiales exitosos poseían no eran cualidades constantes del individuo, y que éstas no eran independientes del
contexto. El liderazgo no era una cualidad inherente al individuo, que podía ser demostrada tanto por los tests
como por la vida real. La personalidad estaba organizada como un todo, un sistema de tensiones o necesidades
que interactuaban dinámicamente entre las demandas variables de las diferentes situaciones. La “cualidad de
oficial” debía, entonces, ser analizada y evaluada en términos de los principales roles que los futuros oficiales
estarían llamados a ocupar, el más crucial de estos siendo el liderazgo en pequeños grupos, la capacidad de darle
una dirección al grupo y de mantener su cohesión y su solidaridad contra las fuerzas disruptivas internas y externas.
Esta forma de razonar llevó a Bion a inventar el test del “grupo sin líder”.

El concepto de grupo se transforma así en el principio organizador del pensamiento psicológico y psiquiátrico con
respecto a la conducta individual. Lo que estaba en cuestión no eran los rasgos estáticos del carácter, sino las formas
en las que los individuos resolvían los conflictos personales en el contexto de las decisiones, las direcciones y la
cohesión del grupo. La invención del “grupo”, la concepción de las relaciones “sociales” o “humanas” como
determinantes de la conducta fue la lección psicológica/psiquiátrica más consistente de la guerra.

Este enfoque británico sobre la evaluación se trasladó también a Estados Unidos: allí, la “evaluación
situacional” se convirtió la base de las técnicas usadas por la Oficina de Servicios Estratégicos norteamericana para
la selección de personal. Operando en estos términos, la psiquiatría también pudo también transformar las técnicas
para el entrenamiento y el manejo de los soldados. En esto la solidaridad era la clave. Los soldados no eran
entrenados para pelear eficientemente inculcándoles el odio hacia el enemigo o endureciéndolos hasta el
salvajismo; sino que el espíritu de una unidad de combate dependía mayormente de los lazos psicológicos y las
relaciones entre sus miembros; la solidaridad del grupo.

No se trataba de la disciplina externa (obedecer órdenes y seguir reglas) sino de la disciplina interna (el orgullo de
cada individuo respecto de su grupo, de su sentimiento de valía y pertenencia, y del valor y el significado de sus
propias contribuciones a la vida del grupo). La eficiencia del conjunto fue interpretada en términos de las relaciones
psicológicas de sus miembros. Esto conduce a una nueva forma de indagar y de representar la eficiencia probable de
un conjunto de individuos enfocados en una tarea, así como también una nueva forma de regularla y maximizarla.

El grupo necesitaba un propósito común; debía reconocerse, reconocer sus límites y su posición, la función y
contribución de cada individuo; debía desarrollar la capacidad de enfrentar y afrontar el descontento que había
dentro del mismo grupo.

En 1942, Wood, un cardiólogo, y Jones, un psiquiatra, se convirtieron en directores de una unidad de cien camas
para el tratamiento del “síndrome de esfuerzo”. Mientras las otras unidades utilizaban tratamientos de corto plazo
como la insulina modificada, la abreacción mediante el uso de éter, la narcosis continua y el narco-análisis, en Mill
Hill se ponía el énfasis en la aplicación de concepciones psicológicas y sociológicas de tratamiento.

Los investigadores concluyeron que el síndrome de esfuerzo no estaba relacionado con una enfermedad cardiaca,
sino que era una dolencia psicosomática. Se desarrolló todo un trabajo de discusión, que involucraba a los
enfermeros, para explicar a los pacientes los mecanismos fisiológicos que producían sus síntomas, con el objetivo de
aliviar la ansiedad que exacerbaba el problema y de cambiar las actitudes de los pacientes hacia sus síntomas. Estos
grupos de discusión pronto se expandieron y comenzaron a tratar temas surgidos de la vida en el pabellón y en
cualquier otro lugar; tomaron la forma de discusiones grupales y, frecuentemente, se hicieron dramatizaciones de
los problemas. Gradualmente pareció que la totalidad de la vida hospitalaria podía afectar la enfermedad,
provocando un deterioro en la condición o la participación terapéutica. Las reacciones de los pacientes hacia la
comunidad hospitalaria reflejaban sus reacciones hacia la comunidad exterior. Por lo tanto, esta última podía ser
alterada si se intervenía sobre las reacciones de los pacientes. Había nacido la psicoterapia de grupo.

Esta experiencia presupone a la patología como un fenómeno grupal y a la cura como un asunto de rehabilitación de
individuos asocializados.

Mientras que antes la rehabilitación había sido un mero complemento de la terapia conducida por otros medios,
mediando entre la vida bajo el dominio de la medicina y la vida como un asunto privado, ahora se trasformaba en un
continuo con la intervención terapéutica misma, pasando a ser la esencia de ésta. La vida relacional del grupo se
había transformado tanto en el campo de la enfermedad como en el dominio de la cura.
En los años inmediatos al fin de la guerra, los problemas de la reconstrucción económica insertaron las cuestiones
del grupo en el corazón del debate económico, de las prácticas gerenciales y de la innovación psicológica. Las
capacidades mentales no sólo podían alinearse con los roles institucionales, sino que la patología organizacional
podía ser prevenida y la eficiencia podía ser promovida al actuar sobre las relaciones psicológicas que atravesaban la
vida de la organización. La solidaridad y la moral podían ser producidas por medios administrativos.

El grupo se transforma en un medio crucial para conceptualizar la conducta social del individuo, para analizar la
eficiencia de todas las formas de práctica social, para promover la satisfacción individual y la eficiencia
organizacional, y para conducir la empresa de la cura.

Así fue descubierto un vasto territorio que fue explorado en la posguerra: los expertos de la subjetividad y la
intersubjetividad buscarían revindicar sus derechos en todas las instituciones de la sociedad (tema que trata el
principio del texto).

Psiquiatría, psicoanálisis y cultura comunista (Londres 1948) – Vezzetti

Este texto establece el modo en que la higiene mental deviene salud mental y cómo se desplazan ciertos debates
hacia la familia y la ciudadanía mundial, entre otros temas.

El primer Congreso Internacional de Salud Mental tuvo lugar en Londres en 1948. En realidad, se iba a tratar del
tercer congreso de Higiene Mental qué iba a celebrarse en Brasil en 1942. Sin embargo, este se suspendió por la
guerra, y, una vez finalizada esta, las condiciones mundiales habían cambiado. Por tanto, las razones para hacer el
congreso eran otras:
- Retomar los lazos profesionales entre naciones qué habían sido enemigas durante la guerra.
- Incluir la cuestión de la salud mental en un proyecto de reparación y edificación de la paz.

En este congreso reemplaza el término “Higiene” por “Salud Mental”. Este cambio se dio en el marco de la
reciente creación de la OMS y la definición ampliada de salud. La palabra Higiene arrastraba sentidos asociados a la
tradición eugenésica, que a partir de este momento queda relegada.

La guerra se había convertido en un gigantesco laboratorios de pruebas para las disciplinas psi, aplicadas en el
frente y también en clínicas y centros de tratamiento y rehabilitación y en la sociedad civil.

La disciplina psiquiátrica sufre un cambio de paradigma, en gran medida de estas experiencias y de la incorporación
de otros especialistas, cómo psicólogos y psicoanalistas, sociólogos, trabajadores sociales, antropólogos, etc (que
forman parte de este congreso).

Uno de los objetivos mayores del congreso era aplicar las enseñanzas qué la psiquiatría y la psicología habían
recogido en forma directa durante la guerra.
La psiquiatría y la psicología de guerra, por otra parte, llevan a un creciente reconocimiento de la importancia de
los vínculos humanos y de las condiciones grupales en el origen de los trastornos subjetivos y en las acciones de
prevención. En consecuencia, la medicina tendía a perder su posición dominante. El reductor tradicional de la vieja
psiquiatría terminaba asediado desde dos flancos: el psicoanálisis y las ciencias sociales.

¿Cómo llega la psiquiatría a ocuparse de las cuestiones de la paz y la ciudadanía mundial?

La higiene mental y el psicoanálisis

La segunda posguerra no es la primera vez que se da un cruce entre la medicina mental y las políticas sociales y los
proyectos de reforma de la sociedad. Esto ya había empezado a ocurrir, en Estados Unidos, con el movimiento de la
Higiene Mental. Para la Higiene Mental, el diagnóstico se proyectaba más allá del cuerpo, de la medicina y de la
psiquiatría, hacia un programa social de reformas. Esto recuperaba la noción de una “medicina social”. Foucault se
refiere a esa historia de relaciones entre los saberes de la medicina y las políticas de gobierno como una
“medicalización indefinida” de la sociedad, pensándolo como una autoridad reforzada institucionalmente que
llegaba a constituirse como “medicina del estado” (para evitar la aparición de enfermedades mentales, era
necesario apelar a medidas profilácticas de tipo inespecífico, prestando atención a las condiciones de vivienda y
alimentación, además de promover el ejercicio físico y el deporte, entre otras indicaciones que buscaban contribuir a
una “vida saludable”). Estos cruces de la medicina con políticas dirigidas a la sociedad tenían una perspectiva
ampliada de la prevención, que coincidía con un programa de ingeniería humana colectiva y necesitaba entonces de
otros saberes aparte de los saberes médicos; sobre todo, saberes de las ciencias sociales y del psicoanálisis.

Reemplazo del término Higiene por Salud: La Higiene mental se va alejando de los modelos médicos y dejando de
lado las primeras versiones de una profilaxis basada en la herencia y la degeneración; abandonando y rechazando los
dogmas de la eugenesia. Esta es la base del cambio del término “Higiene” por el de “Salud” en el discurso de la
nueva psiquiatría (segunda posguerra).

Se redefine el término “salud”: pasa a ser considerada como algo más que la ausencia de la enfermedad. La salud
pasa a encarnar una promesa que se acerca al ideal laico de felicidad “La salud es un estado completo de bienestar
físico, mental y social; y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.

La Higiene Mental y la primera Guerra Mundial: La primera guerra produce, de manera limitada, un primer
encuentro de la medicina psiquiátrica con las ideas provenientes de la Higiene Mental. La psiquiatría de guerra se
encuentra con las neurosis de combate, lo que ofrecía un primer laboratorio para la reorientación de la psiquiatría,
en un camino que incorporaba la tesis sobre las neurosis y buscaba herramientas psicoterapéuticas y modelos
preventivos (incorpora al psicoanálisis). La combinación del movimiento de la Higiene Mental, que había surgido
para la reforma de los manicomios, con las exigencias de la guerra, abre un nuevo horizonte e impulsa nuevas
búsquedas para la disciplina psiquiátrica. En los servicios asociados a la guerra, en la gestión de los trastornos
surgidos en situaciones de combate, una psiquiatría reorientada hacia los tratamientos psicoterapéuticos
encontraba una misión y una nueva legitimidad, y demostraba que era capaz de enfrentar y resolver patologías que
habían hecho fracasar a la vieja disciplina.

Así nace una psiquiatría separada del reducto manicomial, en un proceso que despliega a lo largo de tres décadas.
En la primera guerra la psiquiatría encuentra el impulso hacia una nueva figura del psicoterapeuta. Resurgen
modelos de diagnóstico y tratamiento inspirados en la neurosis traumática, cuyos síntomas aparecían como una
reacción perturbada a condiciones ambientales críticas. Estas experiencias se hicieron primero en Francia (Charcot y
Babinski), abrieron las condiciones para una recepción amplia y ecléctica del psicoanálisis en Estados Unidos.

Las ideas del psicoanálisis se incorporan a la psiquiatría de guerra a partir del modelo de una psicoterapia
catártica, y progresivamente llegaron a hacer reconocer el papel de las representaciones inconscientes y la
historia infantil.

La implementación del psicoanálisis da nacimiento al personaje del psicoterapeuta como un especialista en


trastornos subjetivos y desajustes menores; y en ese espacio se forma correlativamente una nueva figura de
paciente, separado del manicomio. Esta fue la primera operación necesaria para que se genere el giro reformador
que desemboca en el movimiento de la Salud Mental.

Cuando Estados Unidos se apropia del psicoanálisis, emerge la impugnación del “estilo somático” en el estudio y el
tratamiento de los desórdenes nerviosos y mentales. Freud disuelve la hegemonía de la herencia-degeneración
aunque no puede evitar las versiones eclécticas que incorporan el psicoanálisis a las teorías de la constitución
psicoorgánica.

Con esta apropiación norteamericana del freudismo se impregnaba una visión optimista sobre el tratamiento de los
desórdenes mentales y neuróticos: admitía una extensión del método psicoanalítico al ámbito de la psicosis y
destacaba el factor ambiental, lo que se relacionaba con el predominio de un pensamiento psicológico cercano a los
modelos de aprendizaje. En el suelo común de ideas, las lecturas del freudismo destacaban lo que proviene de la
socialización y la cultura y tendían a concebir el síntoma como reacción a situaciones conflictivas.

El papel de Menninger y Alexander en el trasvasamiento del psicoanálisis a la Higiene y Salud Mental: La


clínica Menninger (uno de los centros de la renovación de la psiquiatría en Estados Unidos) fue uno de los espacios
más influyentes de formación psicoanalítica. En los años que la clínica comienza sus actividades, las prácticas
psiquiátricas habituales eran el encierro y la custodia. Lo que esta nueva clínica ofrecía era un tratamiento que se
presentaba de modo explícito como una alternativa al modelo manicomial, ofreciendo formas terapéuticas que
mantenían la internación pero cambiaban los objetivos. El propósito era crear un ambiente terapéutico total,
orientado por un abordaje multidisciplinar en el que se incorporaba el psicoanálisis como un componente básico.
Menninger fue uno de los mayores difusores de una versión ecléctica de la psiquiatría y el psicoanálisis, con una
visión optimista sobre las capacidades humanas para enfrentar trastornos subjetivos que pasaban a concebirse,
en general, como dificultades con el ambiente.

Menninger se propuso en la posguerra extraer las enseñanzas que el conflicto bélico podía dejar para la organización
de una psiquiatría social extendida y los enfoques nacidos en su clínica se trataron de aplicar a los hospitales
públicos. Ese nuevo clima se manifestaba ya en los cambios del discurso de la higiene mental, un movimiento en el
que este autor se involucró activamente en su papel de propagandista de una nueva ciencia psiquiátrica, psicológica
y social. Esta era promovida como una pastoral laica, capaz de promover reformas en los hábitos en la sociedad,
quedando desplazado el eje de la reforma del asilo. Integraba a los psicólogos y los asistentes sociales y se proponía
a reemplazar la autoridad de la familia en los temas de la salud, la crianza y la educación infantiles.

La acción de los higienistas mentales ampliaba su arco de intereses e incluía cuestiones centrales en la construcción
del orden público y estatal: criminalidad y justicia, educación sexual, asistencia infantil, higiene escolar. El mayor
objetivo era la prevención de las alteraciones mentales y la delincuencia por medio de una acción focalizada en la
infancia.

Psiquiatría y sociedad

En un plazo relativamente breve, de los veinte a los cuarenta, el papel de la herencia va a quedar relegado, se
destaca la importancia de la educación temprana y se promoverá un esfuerzo preventivo que comienza por reunir a
los psiquiatras con otros profesionales no médicos, psicólogos sobre todo, así como con maestros y trabajadores
sociales. La psiquiatría, como disciplina y como campo, se vio transformada por un enfoque que integraba
psicólogos y psicoanalistas en una tarea que se desplazaba de la institución hospitalaria al centro de la vida social
y abordaba diversos temas (educación diferencial, orientación familiar y escolar, relaciones humanas en la
empresa).

Este programa establecía desde el comienzo relaciones conflictivas con la psiquiatría tradicional. Lo que estaba en
juego era la relación del movimiento con el campo médico. Durante años, los psiquiatras habían defendido una
perspectiva estrictamente médica y habían procurado mantener el hospital como el espacio institucional
fundamental en el tratamiento de los pacientes y en la formación de los especialistas. Promovían la investigación en
estrecha relación con la disciplina neurológica, los tratamientos con medicamentos y, hacia los 40, las prácticas
novedosas de la neurocirugía.

Los higienistas mentales se reorientaron hacia los temas de la prevención, la salud pública, los tratamientos
precoces y la asistencia social, focalizados en los grupos “en riesgo” en particular en la infancia y la adolescencia.
Planteaban la idea de un desplazamiento del tratamiento del sujeto individual a la gestión colectiva frente a un
deslizamiento de la política a las políticas sociales. En esta se trataba puntualmente de favorecer individuos capaces
de enfrentar los conflictos en el medio social y familiar y a su vez se apuntaba a una intervención preventiva sobre
los factores sociales que participan en los desajustes emocionales; es decir que hay una reorientación del
diagnóstico, ya no individual sino hacia la sociedad en general. Cambiaban las ideas sobre los resortes de la salud y
de la patología en el orden mental: el énfasis se trasladaba de la dimensión de la desadaptación a las condiciones y
beneficios de lo que comenzaba a llamarse seguridad emocional. Las nociones que anteriormente definían a la
salud mental en términos de adaptación social ya no eran sostenibles.

Ejemplo del desempleo: en el escenario de la crisis, era claro que el desempleo no podía postularse como
expresión de una alteración individual. En todo caso, abordar las consecuencias psíquicas de la perdida laboral
llevaba a reconocer lo que el trabajo significaba para la economía psíquica y lo que su perdida produce en términos
de un ajuste que no es social, sino interno y emocional. Las ideas freudianas promovían la idea de que el empleo no
es por sí mismo un indicador de una vida mental equilibrada y adaptada, sino una ocasión básica para expresar
emociones e impulsos.

Higiene mental de la izquierda:

Un grupo de higienistas norteamericanos radicalizaba su compromiso con la causa de una nueva sociedad qué
encontraba su modelo en los cambios producidos en la URSS.

La URSS hizo una reorganización de la sociedad qué habría hecho desaparecer los problemas básicos de la higiene
mental. Habrían disminuido los indicadores qué se consideraban clave en el cuadro de los problemas mentales
colectivos cómo divorcio, delincuencia juvenil, prostitución, fracasos o deserción escolar, etc. De ello deducía qué la
raíz de los problemas estaba en la organización capitalista de la sociedad y qué las soluciones estaban en el proyecto
de un cambio social radical.

La URSS desarrolló el movimiento de la “psicohigiene”, que hace referencia a una orientación reformista de la
psiquiatría qué perseguía objetivos similares de la higiene mental. En pocos años desapareció, aplastado por el
proceso de bolchevización qué cayó sobre los intelectuales y los científicos.

En la medida en qué los cuadros partidarios tomaron el control de las asociaciones y las revistas, hacia 1931, término
el movimiento de la salud mental en la URSS. El freudismo había sido extirpado antes, junto con un incipiente
movimiento psicoanalítico qué en los primeros años de la revolución se había mostrado activo y bien conectado con
los grupos europeos. De modo qué, mientras en Estados Unidos y Europa se ocupaban de las neurosis y los
trastornos reactivos, en la URSS se volcaban a las patologías mentales más severas, los trastornos orgánicos o
neurológicos.
La relación estrecha entre el freudismo y el impulso de la higiene mental social se pone también en evidencia en la
URSS, pero bajo la forma del rechazo y la negación. El cuestionamiento del psicoanálisis cómo “ciencia burguesa”.

Hacia a salud mental: la familia como problema

Después de los años treinta, la higiene mental se afirmó cómo un movimiento qué solo se desarrollaba en el
Occidente capitalista. Esa es la tradición qué domina en el pasaje hacia el discurso de la salud mental en el Congreso
de Londres.

La familia se convertía en el objetivo y blanco mayor del programa higienista mental, apareciendo como una
institución y cómo un grupo primario en donde se jugaban las condiciones y capacidades de una adaptación mental y
social satisfactoria. De la deficiencia infantil a los desórdenes en la familia y las reacciones alteradas en la experiencia
de la guerra, el discurso de la higiene mental iba dibujando un mapa de problemas agrupados bajo el rótulo de
“desadaptación”: La familia emergió cómo un problema mayor.

La familia biológica, determinadas por las leyes de la herencia, de la qué se ocupaba la eugenesia, convive con la
familia de la higiene mental, refugio emocional y agente educativo básico en la formación de sujetos equilibrados
y adaptados a las exigencias de la vida social. Esa familia se dibujaba en gran medida a partir del despliegue de un
psicoanálisis qué se ocupaba de los vínculos primarios cómo fundamento de la salud mental colectiva.

Londres, 1948

El conjunto de disciplinas qué participaron del Congreso eran consideradas relevantes para los problemas de la salud
mental en una perspectiva global. La psiquiatría, psicología y trabajo social eran las más representadas; pero
también estuvieron la sociología, antropología, derecho, educación, filosofía, ciencias políticas, teología y
administración.

Predominaban los ingleses y estadounidenses, pero había también holandeses, franceses, italianos. No la URSS.

En el giro qué destaca la importancia de los grupos y las relaciones humanas se condensaba la mayor enseñanza
de la guerra. También era evidente el esfuerzo por desbordar y trastocar las formas clásicas del discurso médico-
psiquiátrico.

En los documentos preparatorios del Congreso se encaraba la guerra cómo un problema qué revelaba una “crisis de
las relaciones humanas”. Por consiguiente, el diagnóstico y la prevención debían extenderse a la vida social en
fábricas y agencias del gobierno, pero también a la política internacional. De modo qué la ampliación de la mirada
sobre los grupos y los vínculos sociales no se limitaba a la familia, el trabajo o la educación, que habían sido temas
clásicos de la higiene mental en los años 30. Surgía un objetivo más novedoso, las relaciones humanas en la escala de
la situación mundial.

El objetivo último de la salud mental era ayudar a la gente a “vivir con otros en el mismo mundo” y “promover en
los pueblos y naciones el mayor nivel posible de salud mental en la dimensión más amplia, médica y biológica,
educacional y social”.

Figuras principales del congreso:

- John Rees (presidente del congreso) psiquiatra británico, miembro de la Tavistock Clinic y oficial del ejército
británico durante la guerra, se convirtió en el primer presidente de la Federación Mundial para la Salud Mental.

- George Brock Chisholm, canadiense veterano de la Primera Guerra, fue director general de los servicios médicos
del ejército de su país durante la Segunda Guerra Mundial con el grado de general. En 1944 fue nombrado
Ministro de Salud en su país, pero decidió abandonar el cargo por sus posiciones críticas sobre la religión y la
educación. Ese mismo año era designado secretario ejecutivo de la comisión interina para la creación de la OMS
y fue su primer director en 1946. A él se debe la ambiciosa definición de salud, como un “estado de completo
bienestar físico, mental y social”.

- Harry Stack Sullivan, psiquiatra y psicoanalista que, como Chisholm y Rees, formaba parte de los psiquiatras que
se habían desplazado fuera de los hospitales y consultorios a causa de la guerra. Había actuado en el Comité de
Movilización Militar de la American Psychiatric Society y fue consultor del Servicio de Selección del Ejército.

Nuevo propósito general del nuevo movimiento de Salud Mental : se proyectaba más allá de la asistencia y la
prevención, hacia un programa de transformación de la vida social que incluía a la familia, la educación y el trabajo y
soñaba con intervenir en la política en el plano de las relaciones internacionales.

Las “relaciones humanas” eran más que un nuevo objeto disciplinar; se constituían en el suelo de un orden, una
configuración psicosocial, que debía abarcar la totalidad de los grupos y las instituciones, afirmado en la
materialidad de las actitudes y las motivaciones.

En el discurso de la salud mental y en su proyecto de intervención sobre la familia convivían diversas concepciones
y promesas. Considerada la célula primaria de la sociedad, la familia se había constituido en objeto de visiones
encontradas y a menudo mezcladas, entre las ilusiones imposibles de restauración de los viejos vínculos de la
autoridad paterna sobre la esposa, los hijos y diversos proyectos de transformación; dicho brevemente, entre los
vínculos de sangre y la asociación afectiva y contractual. En el tiempo corto de la posguerra y en los temas abarcados
por un discurso de la Salud Mental ampliado al conjunto de la vida humana y social, se conjugaban diversas
tradiciones, historias cruzadas, diferencias en los conceptos y los modelos clínicos que no podían resumirse como
sancionaban los comunistas, a una expresión ideológica homogénea; ni tampoco servía el intento de reducirla a la
figura Foucaulteana de un poder “gubernamentalizado”, cómo se lo propuso Rose.

La psiquiatría de guerra consolidó los cambios en el patrón de las prácticas psiquiátricas en la medida en que
respondía a la exigencia de intervenir sobre los trastornos allí donde se originaban, es decir, fuera del asilo y el
hospital. A partir de esto se hizo posible una doble transformación en el campo de la medicina mental:

- La insistencia en la patología como reacción a situaciones ambientales intolerables descubría la importancia de


los vínculos y de la protección del grupo y la institución.
- Los trastornos en general confirmaban la tesis del psicoanálisis sobre la importancia de los conflictos
inconscientes implantados en la propia historia personal, sobretodo infantil.

En las proposiciones de los especialistas involucrados en esta etapa surgió la idea novedosa de una disciplina que
debía situarse en un espacio intermedio entre la medicina y las ciencias sociales. Se mencionan algunos
“desajustes” respecto al mundo social qué tenían efectos sobre la salud mental. Estos son: cambios en la
estructura y la dinámica de la familia, situaciones de crisis y desintegración familiar, desajustes en la crianza y la
educación infantil, crecimiento de la violencia y la criminalidad, alcoholismo y trastornos asociados con la sexualidad,
incluyendo las altas tasas de divorcio y el crecimiento de las relaciones extramaritales, prejuicios y actitudes de
discriminación, en fin, desempleo y déficit habitacional. Todo entraba en el catálogo de ítems sociales que tenían
efectos sobre la salud mental.

Ante ese fresco de los males sociales y la infelicidad subjetiva frente a un mundo que pondría a los integrantes de
una sociedad ante tantas situaciones críticas se preguntaba “¿qué es una reacción normal?” Ese es el razonamiento
que estaba en la base de una redefinición radical de la psiquiatría.

El psicoanálisis, entonces, entraba en la nueva psiquiatría no sólo por el tópico de la infancia, la importancia de las
primeras experiencias y de atención a la historia familiar temprana del paciente, sino por las nociones que se
aplicaban a la psicología de los grupos y las organizaciones. Abandonadas las tesis psicopatológicas qué ponían el
acento en la constitución individual, señaladas las manifestaciones de un desorden qué se localizaba en la sociedad,
se ampliaban los objetos de la disciplina psiquiátrica en dirección a un programa de ingeniería social. Casi nada
quedaba fuera de su alcance: no solo los viejos temas de la higiene mental y social, cómo alcohol, carencias
maternas y familiares sino también los temas nuevos, cómo prejuicios, intolerancia, discriminación, etc.
La guerra, la paz y la familia

Las peripecias de la familia y los trastornos y las enseñanzas de la guerra sintetizaban dos tópicos mayores de la
nueva formación de saberes qué confluían en el paradigma de la salud mental:

- Las relaciones más privadas, íntimas, la comunidad primaria en la que, para la Higiene Mental, se consumaba el
aprendizaje qué edificaron las bases subjetivas del ajuste social. A partir de la situación infantil en la familia se
establece el destino público del sujeto en las instituciones fundamentales de la sociedad: escuela, trabajo, etc.

- La anormalidad de la guerra. Después del Freudismo, la promoción de una familia moderna y racional debía
admitir la pervivencia de emociones y anhelos primarios, de seguridad y dependencia, en la subjetividad adulta.
Las prevenciones y las críticas frente a la situación contemporánea tenían un motivo explícito: la guerra había
exigido “la obediencia al Estado” y a sus representantes civiles y militares, había justificado incluso una suerte de
“infantilización“ de un individuo descargado de sus responsabilidades. Allí afincaban los riesgos que se señalan
en el Estado providencial, los temores de un excesivo dominio estatal y el fantasma político de la disolución del
individuo en la masa anónima. La peor amenaza afectaba la familia. Un régimen de masiva participación del
Estado podría “erosionar “las funciones de la familia, “la única institución capaz de moralizar al individuo con
éxito”.

El tema de la “ciudadanía mundial” en los propósitos del Congreso aludía a una idea de las relaciones humanas que
en parte se separaba de los vínculos primarios y movilizaba otras referencias emparentadas con la política como
actividad asociativa y con el programa de una acción directa sobre la sociedad.

El término clave, psíquico y moral, planteado por Chisholm en una conferencia, era “madurez”, que implicaba
perseverancia, independencia, determinación, flexibilidad, tolerancia, adaptabilidad, compromiso. El ideal del sujeto
autónomo exigía un equilibrio difícil entre la adaptación y una dosis de inconformismo que habilitara la expresión
de una agresividad constructiva y compatible con el compromiso social.

Chisholm comenzaba por el individuo, en una exploración de las tendencias que impulsaban la guerra, síntomas de
un patrón de conducta irracional que resultaba de un desarrollo fallido que habría impedido la madurez emocional.
La única fuerza capaz de producir estas distorsiones, en la escala de las civilizaciones, afirmaba, es la moral. La
psiquiatría yo no podía limitarse a tratar individuos, sino que, trasladado el énfasis a las tareas preventivas, debía
trabajar para “producir una generación de ciudadanos maduros”.

Vezzetti considera que la primera conferencia de Chisholm es muy importante porque en la radicalidad de la
denuncia de las tradiciones morales cristianas, es decir, de los cimientos de la civilización occidental, dejaba ver lo
que era menos visible en otras intervenciones más moderadas. La catástrofe de la guerra, retratada en una escala
subjetiva de la familia y la crianza, movilizaba un fantasma de salvación y de reconversión moral a nivel planetario.
Allí nacía la idea de una “ciudadanía mundial” basada en condiciones que debían edificarse en la mente y el
comportamiento de los sujetos antes que en las instituciones políticas/económicas del nuevo orden internacional.

Salud mental global y ciudadanía mundial en los tiempos de la guerra fría

El objetivo de la preservación de la paz requería una solidaridad que iba más allá de la colaboración internacional en
la medida en que convocaba a formar “una comunidad mundial edificada sobre el respeto por las diferencias
individuales y culturales”.

El problema mayor, era que ya en 1948, los sentidos de la “paz” estaban sometidos a enconadas disputas en el plano
internacional. Desatada la Guerra Fría, para los Estados Unidos la paz significaba consolidar el nuevo orden, expandir
su idea de la democracia y prevenir el fascismo y sobre todo el comunismo, que se consolidaba como el enemigo
principal. Para la URSS, se trataba de prevenir la amenaza de un ataque contra las posiciones soviéticas, sobre todo
en Europa, y de impulsar la lucha antiimperialista.

La Salud Mental, en cambio, proponía otro sentido de la paz: una utopía humanista, de reforma subjetiva.
Dependía de condiciones psicosociales que se construían en la familia y la educación inicial para ampliarse hacia el
trabajo y la vida social y política. La paz quedaba asociada a una edificación de hábitos, valores y actitudes contrarias
al autoritarismo. La disputa concernía a la idea misma de la democracia. La Salud Mental ampliaba el elenco de
problemas respecto de los temas tradicionales de la Higiene Mental; y consiguientemente convocaba a las ciencias
sociales y políticas.

El discurso de la salud mental insistía en la “modificabilidad” y la “plasticidad” de comportamiento y de las


instituciones humanas. Otra contribución se orientaba a un diagnóstico de los “obstáculos” (prejuicios, hostilidad o
nacionalismo excesivo) que se opondría a un desarrollo óptimo de la personalidad, afincados en las relaciones
tempranas, en la familia y en las instituciones básicas del aprendizaje social (como la escuela). Nace así un nuevo
vocabulario para las disciplinas psi, impregnado de un clima progresista: derrotados los fascismos, el espíritu de los
tiempos parecía asegurar una era de cambios en las costumbres e instituciones. La idea de una nueva modernidad,
dejaba atrás los patrones tradicionales de comportamiento; se trasladaba al discurso de las disciplinas sociales y el
psicoanálisis.

La “ciudadanía mundial” era presentada como un objetivo que empezaba a realizarse en los cambios atribuidos a la
victoria sobre los fascismos. Definida en el documento como “lealtad al conjunto de la humanidad”, nace de un
movimiento que abarcaría y superaría las lealtades tradicionales, la familia, la comunidad y la nación.
La “Salud Mental” conformaba un núcleo de ideas y una visión hacia el futuro, que apuntaba a un programa de
acción política sobre la sociedad y los grupos y una nueva sociedad planetaria. El suelo de esos cambios, dependía de
un sustrato subjetivo, edificado en individuos, grupos e instituciones. La idea del desarrollo adquiría un sentido más
allá de los modelos evolutivos del individuo, hacia un ideal de progresiva ampliación asociativa, hacia el grupo y la
comunidad.

En el desenvolvimiento de las potencialidades humanas, la mira estaba puesta en el salto que conduciría de la
comunidad nacional al mundo: “Los principios de la Salud Mental no se pueden promover con éxito en las
sociedades a menos que exista una progresiva aceptación del concepto de ciudadanía mundial. Y la ciudadanía
mundial puede ser ampliamente extendida entre los pueblos a través de la aplicación de los principios de la Salud
Mental”.

El horizonte de la salud mental, según planteaba el congreso, llevaba fuera de los hospitales, hacia la sociedad, la
infancia, la familia; y desembocaba en propuestas educativas en un sentido amplio: la paz, los valores y actitudes de
solidaridad y entendimiento debían inculcarse de modo temprano en el niño. Un término clave era la “plasticidad”
del sujeto humano, que justificaba el proyecto de formar y guiar el desarrollo desde la infancia y debía prolongarse
en instituciones sociales igualmente flexibles.

En el término “ciudadanía”, el discurso de la salud mental condensaba un núcleo de ideas y valores que adquiría
un sentido distinto, cercano al que la sociología y sobre todo la antropología había conceptualizado como una
“personalidad” colectiva de base, proyectada a nivel global. La construcción de la paz, el diálogo, de la resolución
pacífica de los conflictos, debía cimentarse en el terreno de las actitudes y los valores.

El alcance ambicioso y dramático de la propuesta sobre la ciudadanía mundial era directamente proporcional a la
enormidad de la amenaza sobre la paz. Ciudadanía mundial equivalía en el documento a una “humanidad común”.

“Humanidad” también es un término clave en ese discurso que nace, en gran medida, de las ruinas y los muertos.
Adquiría un sentido concreto, asociado a condiciones históricas, que se encarnaba a una idea de ciudadanía que
excedía el sentido político para abarcar las relaciones humanas y sociales en su conjunto, extendidas hasta las
relaciones entre las naciones y los pueblos. Asociada inmediatamente a la paz, humanidad, al igual que ciudadanía
mundial, abría un horizonte de esperanza frente a la tragedia, los muertos y los mutilados, las ciudades
destruidas, los sufrimientos de muchos veteranos que retornaban a una sociedad que no sabía muy bien qué
hacer con ellos.

Promesas, debates y fracasos

El Congreso abarcó tres conferencias internacionales:


- La de psiquiatría infantil: el tema principal era el desarrollo de la personalidad en sus aspectos individuales y
sociales, con especial referencia a la agresión. Rees planteó la relación entre el niño, la agresividad y la guerra
en donde confluían el interés social que apuntaba a los trastornos del mundo y la preocupación por la infidelidad
individual del niño y su familia. El tema apuntaba a la condición individual y social de los síntomas, que muchos
habían sido generados por la condición de la guerra. Y basaba la agresividad en las consecuencias de las
tensiones grupales, resentimientos, prejuicios raciales, sentimientos y estereotipos nacionalistas.
- La de psicoterapia médica.
- La de higiene mental.
Breve historia de la psicología en la Argentina (1896-1976) – Dagfal

Pretender elaborar una “breve historia de la psicología en la Argentina” plantea dos grandes problemas: por un
lado, la brevedad es un obstáculo para la profundidad del análisis; y por otro lado, hablar de una historia en lugar de
varias presupone una unidad que no existe. La historia que presenta este acá es una versión entre muchas posibles.

El texto se propone hacer una periodización de la “historia psi” en Argentina . Una periodización es una
segmentación temporal del período abordado. Las periodizaciones, considera el autor, son tan arbitrarias como
necesarias. Son útiles para ordenar el tiempo histórico, a la vez que, por su carácter necesariamente esquemático, al
poner el énfasis en los puntos de ruptura, pueden ocultar ciertas continuidades, menos notorias, entre las etapas.

Ejemplo de periodización: si se privilegiara la historia de la psicología como profesión, se podrían destacar dos
grandes subperíodos: un primer momento pre-profesional, que comenzaría con el siglo XX con la creación de las
primeras cátedras universitarias de psicología, y se extendería hasta fines de los años 50 con la creación de las
primeras carreras de psicología. Se trataría de una “psicología sin psicólogos”, una disciplina de conocimiento
enseñado en el marco de otras especialidades, que ya implicaba publicaciones y congresos pero aún no contaba con
un profesional específico. Y un segundo momento con la emergencia del psicólogo como nuevo profesional, que se
da a mediados del siglo XX y llega hasta la actualidad. Esto pone de relieve varios problemas, como el de su
formación universitaria, sus competencias específicas, sus preferencias teóricas, sus modelos de práctica, su relación
con otros especialistas, su habilitación por parte del Estado, su identidad profesional, etc.

Periodización que propone el autor en este texto: Privilegia el tipo de psicología producido en cada momento
histórico, dando cuenta de cuáles fueron los objetos de la psicología y cómo se definieron. Estos objetos estaban en
relación con problemáticas más generales y con formas de ver el mundo (cosmovisiones) propias de cada época. El
autor identifica cinco grande subperíodos; que a su vez pueden relacionarse con los contenidos del resto del

programa. Por ejemplo, el cuarto subperíodo, en el que la obra de José Bleger muestra el impacto simultáneo de
autores como Politzer y Sartre (unidad 2) y del movimiento de la salud mental (unidad 3).

El problema de la recepción: no es lo mismo la historia que parte del “descubrimiento” o de la “fundación” que la
que debe hacerse cargo de las lecturas, las traducciones o los desplazamientos. Este es el nudo de la historia de la
recepción, en la que el acento se desplaza de los grandes autores y los textos fundadores a la historia las lecturas
más eficaces, los contextos de apropiación, las funciones de mediación e implantación de una disciplina. Esto es no
sólo relevante sino indispensable en una tradición cultural y de pensamiento como la argentina, dominada por la
inmigración y la recepción de ideas, lenguajes y costumbres.

La recepción no implica una mera copia del original. Cualquier lectura implica siempre una apropiación particular,
desde coordenadas específicas, por lo cual, dentro de ese proceso de apropiación, necesariamente se producen
transformaciones cuyo resultado nunca puede ser una copia fiel. Así, no es posible ningún “retorno a las fuentes”,
de cualquier comunión posible con los textos originarios. Lo que cuenta en estas transformaciones no es sólo lo
que se suprime, sino también lo que se agrega.
En ese sentido, si bien se ha dicho muchas veces que la Argentina es “un espejo de Europa”, habría que aclarar
(considerando los procesos de recepción) que es un espejo que siempre deforma la imagen que refleja según su
propia perspectiva.

1.El nacimiento de la psicología en la Argentina: positivismo y nación (1896-1925): El nacimiento de la


psicología en Argentina se sitúa a fines del siglo XIX, en un contexto estrechamente ligado al proyecto de la
generación del 80 y a la fundación de la Argentina como estado moderno y nación unificada. En ese marco, dos
rasgos distinguen a esta primera psicología: su definición como ciencia natural (a partir de una cosmovisión
positivista) y su filiación privilegiada con el pensamiento francés.

El positivismo implicaba una forma de ver el mundo que se apoyaba en la fe en el progreso y la confianza extendida
en los métodos de las ciencias naturales, particularmente la observación y la experimentación.

Una de las figuras más relevantes de este período, José Ingenieros desarrolla una “psicología biológica”, con una
fuerte impronta evolucionista. Ingenieros sostiene: “Las funciones psíquicas son las más complicadas del animal
viviente. Para estudiarlas se necesitan nociones generales de biología y conocimientos especiales de fisiología
cerebral. Su estudio, objeto de la psicología, entra en el dominio de los fisiólogos y requiere el concurso de sus
métodos experimentales y de observación. [...]. Existe otra labor cuyo mérito filosófico o literario es indiscutible y
cuyas conclusiones no desprecia la ciencia: es la practicada por los hombres geniales o de talento que se dedican a la
observación empírica del alma humana. [...] Exceptuados esos grandes observadores de caracteres humanos, queda
una legión de aficionados inofensivos cuyas opiniones pasan inadvertidas para la psicología científica, aunque
puedan ser interesantes para la crítica filosófica y literaria”.

Para Ingenieros, los conocimientos no provenientes de la clínica (tratamiento de pacientes) o del laboratorio,
carecían de valor científico. Este interés por la clínica (según el cual la enfermedad, siguiendo la tradición
psicopatológica francesa, se consideraba un experimento de la naturaleza) fue el rasgo saliente de estos psiquiatras.

El positivismo no solo implicaba una forma de ver el mundo, sino también una decidida voluntad de transformarlo
a partir de una concepción secular (no religiosa) de los problemas sociales e institucionales. Por esa vía,
configuraba todo un programa de acción que involucraba al Estado y a sus políticas.

En este contexto, las diversas psicologías desarrolladas en esa época debieron hacerse cargo de problemas concretos
ligados a una circunstancia histórica particular, como la locura y las neurosis (psicopatología), la “cruzada
civilizatoria” (psicología educacional), el delito (psicología criminológica), las masas (psicología social), la creación de
una identidad nacional en los inmigrantes (psicología política), etc.

Figuras destacadas de este período: Ramos Mejía; Bunge y Rivarola. Ellos se ocuparon de reinterpretar y difundir la
obra de autores extranjeros (como Comte, Darwin y Spencer, Charcot, Ribot y Janet, Binet, Claparède y Piéron).
2.La reacción antipositivista: psicología y filosofía (1925-1943): Luego del período positivista, tuvo lugar
una reacción antipositivista, que se ocupó de señalar que el hombre no podía ser reducido a su dimensión natural.
Este cambio de ideas responde a varios factores:

- Las tres visitas del renombrado filósofo José Ortega y Gasset sirvieron para difundir la obra de intelectuales que
se situaban en las antípodas de los que habían primado en la etapa anterior. A la par que anunciaba la muerte
del positivismo, Ortega promovía la lectura de autores emparentados con el neokantismo y la fenomenología.
Estos autores rehabilitaban el lugar de la conciencia y de la experiencia subjetiva como fundamento de una
cientificidad diferente de la de las ciencias naturales. Donde antes se hablaba de observación y
experimentación, ahora debía atenderse a la comprensión y a la interpretación, poniendo de relieve el
problema del sentido. Esto conduce a una psicología que, muy alejada de las pretensiones de objetividad de las
ciencias naturales y de sus determinismos, se interesaba más bien en problemas como los valores, la libertad, la
creación y la vida misma, desde perspectivas ligadas a la filosofía y a la historia.

- La fe en la ciencia y el progreso se vio minada por las muertes provocadas por la Primera Guerra Mundial.

- En el plano local, la creación del Colegio Novecentista, en 1917, y la Reforma Universitaria de 1918 traen nuevos
aires, renovando tanto el ideario en boga como la conformación de los planteles universitarios.

Uno de los principales autores de referencia de esta nueva generación fue el filósofo francés Bergson, quien
argumentaba que la medición y las matemáticas, pilares de los enfoques experimentales, sólo podían aplicarse a los
fenómenos psíquicos en la medida en que se los despojara de su característica más esencial: la de ser cualidad y no
cantidad. Al no ocupar un lugar en el espacio, esos fenómenos transcurrían en la duración pura, y eran constitutivos
de un yo profundo al que sólo podía accederse por la intuición (unidad 3). Bergson también afirma que los datos
más inmediatos son aquellos aportados por la conciencia, y no los que proporciona la percepción externa. Así, lo
subjetivo y personal vino a reemplazar a la objetividad convencional de las ciencias. Bergson fue referente
fundamental de algunas figuras destacadas de la psicología Argentina en este período: Korn; Alberini y Mouchet.

El apogeo de este período de estrecha vinculación entre psicología y filosofía se dio en los años 30. Luego de la
“reacción antipositivista”, las psicologías llamadas científicas, de corte objetivista, nunca tuvieron en la Argentina
el desarrollo que sí alcanzaron en el resto del mundo, donde imperan aún hoy en día.

En Argentina siempre primaron las psicologías centradas en la subjetividad, probablemente en virtud de la fuerte
influencia del pensamiento filosófico francés, que también llega hasta la actualidad, y que ha funcionado como
barrera a la implantación de otro tipo de concepciones más vinculadas a la tradición anglosajona .
3.Las psicologías aplicadas: psicotecnia y orientación profesional (1943-1955): Durante los años 40 hubo
un proceso de industrialización que favoreció el éxodo de la población rural hacia las ciudades, que a su vez se sumó
a la última ola de aluvión migratorio europeo. Se constituyó así una nueva clase obrera urbana que encontró en el
peronismo el acceso a la representación política. La educación, promediando el siglo XX, sería indispensable para
formar las nuevas generaciones en el espíritu de esa época, atravesada por ideales de justicia social. Con ese fin, la
educación necesitaba incorporar técnicas innovadoras, basadas particularmente en la psicología aplicada.

La escuela se transforma en una herramienta crucial para lograr una mejor distribución de las oportunidades sociales
y para asegurar la continuidad de la adhesión popular. A diferencia de la universidad, que era un foco opositor, la
escuela era permeable a las estrategias del poder central, lo cual la hacía apta para la implementación de esas
nuevas técnicas de intervención psicológica.

En esa época, la escuela también constituyó un instrumento de modernización social, particularmente por su
articulación con el mundo del trabajo. Las industrias incipientes tenían necesidad de un nuevo tipo de mano de obra,
mejor formada y más motivada, por lo que la elección de una ya no podía resultar de una decisión improvisada,
sino que tenía que ser el fruto de un proceso tan científico como fuera posible. En ese marco, la orientación
profesional y la psicotecnia adquirían todo su relieve.

En 1948, se creaba un Instituto de Orientación Profesional en la esfera de la Dirección General de Escuelas de la


provincia de Buenos Aires. Frente a la doble incapacidad supuesta a los alumnos y a sus padres, el Estado asumía una
función tutelar, ya no en virtud de principios religiosos o espirituales, sino con el fin de mejorar la productividad y
evitar el derroche de recursos personales. Esto se apoyaba en un saber técnico muy específico, al que se le confería
la mayor autoridad en la materia.

En 1949, la Constitución Nacional reformada afirma que “[…] la orientación profesional de los jóvenes, concebida
como un complemento de la acción de instruir y educar, es una función social que el Estado ampara y fomenta
mediante instituciones que guíen a los jóvenes hacia las actividades para las que posean naturales aptitudes y
capacidad, con el fin de que la adecuada elección profesional redunde en beneficio suyo y de la sociedad”.

En este marco, por primera vez en la Argentina, los docentes de muchas escuelas se formaron para administrar a
gran escala pruebas psicométricas y cuestionarios psicológicos. Además, diversas formas de la psicología aplicada
fueron utilizadas en las instituciones muy variadas. Al mismo tiempo, en las universidades más importantes, la
psicología seguía ligada a preocupaciones teóricas, a partir de posiciones filosóficas más tradicionales.

Esta difusión extendida de las prácticas psicológicas condujo a la organización del Primer Congreso Argentino de
Psicología, realizado en 1954 en San Miguel de Tucumán.
4.La “invención” del psicólogo: psicología y psicoanálisis (1955-1966): El auge de los estudios
universitarios de psicología recién se produce en este período, situado entre dos golpes de Estado, en el que tuvo
lugar una asombrosa renovación social y cultural, en el seno de la cual las universidades se democratizaron,
incorporaron nuevos profesores y modernizaron sus planes de estudios.

En 2 años (1957-1959) se crearon carreras de psicología en cinco universidades nacionales. Acá comienza entonces
la historia de la psicología como profesión en Argentina, que se suma a la historia de la psicología como disciplina.

Al mismo tiempo, el psicoanálisis deja de ser patrimonio exclusivo de algunos médicos vinculados con las élites
porteñas para insertarse en ámbitos diversos, desde los hospitales públicos hasta las carreras de psicología. A su
vez, la psicología se nutría de ciertas formas del psicoanálisis, proyectándolo a la escena pública, más allá de los
consultorios privados y de la asociación oficial. Dos figuras importantes del período son Rivière y Bleger, quienes
simbolizan este espíritu de convergencia teórica y disciplinar.

La psiquiatría de la época se veía tensionada entre una vertiente organicista y asilar, que por la vía de los
neurolépticos encontraba un nuevo sostén para sus viejas pretensiones científicas, y una corriente progresista
cercana al Movimiento de la Salud Mental, que se inspiraba en el psicoanálisis y las ciencias sociales, promoviendo
el trabajo en equipo con psicólogos y trabajadores sociales. (Unidad 4). La corriente progresista ingresó rápidamente
a las carreas de psicología, incidiendo decisivamente en la orientación de la formación.

Así, en estos años, se instauró en Argentina la orientación clínica de la mayoría de los psicólogos, en general; y la
predilección por el psicoanálisis, en particular. A esto lo denomina “proceso de clinicización psicoanalítica”.

Es fundamental la implantación del psicoanálisis en la cultura para entender el “caso argentino”; ya que fue
condición para que se consolidara el modelo profesional de atención a pacientes en consultorio privado que durante
décadas se desarrolló al margen de la regulación del estado, ya que el ejercicio de las psicoterapias por parte de los
psicólogos todavía no estaba legislada y era “ejercicio ilegal de la medicina” (las competencias de los psicólogos
recién se reconocen a nivel nacional en 1985).

La identidad profesional de los psicólogos fue forjándose de manera proactiva, en relación con los modelos que
les brindaban algunos psiquiatras reformistas, ciertos psicoanalistas y algunos profesores, que les reconocían
competencias específicas para trabajar en el ámbito clínico, ya sea en grupo o de manera individual. Pero al mismo
tiempo esa identidad profesional se constituyó de manera reactiva, en rechazo de los roles subalternos
propuestos por los fundadores de las carreras, los analistas más tradicionales y los psiquiatras asilares, quienes
esperaban que el psicólogo se desempeñara como auxiliar del psiquiatra, como psicotécnico o como consejero.

En la medida en que sus competencias en el campo de la clínica no eran reconocidas, como reacción, los
psicólogos se aferraban cada vez más al ejercicio de las psicoterapias desde una perspectiva psicoanalítica. La
conciencia del “nosotros” se fue constituyendo por diferenciación respecto de “los otros”.
Se iniciaba así una tradición en la que los psicólogos argentinos a combinaban actividades institucionales más o
menos precarias y mal remuneradas, y una práctica privada cada vez más reconocida, que se mantenía al abrigo de
la regulación estatal y de los vaivenes de la vida política del país.

5.El psicólogo como psicoanalista. La recepción del lacanismo (1966-1976): La etapa anterior, marcada
por el auge de proyectos como los de Rivière y Bleger, implicó una alianza entre psicología y psicoanálisis. En esa
etapa, a partir de una matriz filosófica ligada a la fenomenología existencial (Sartre y Merleau-Ponty), los discursos
de la Salud Mental (que incluían el pensamiento social norteamericano y su impacto en la psiquiatría de posguerra)
convivían con el psicoanálisis inglés (Melanie Klein) y con una forma de entender el objeto de la psicología marcada
por la tradición francesa.

En esta nueva etapa, a partir de la segunda mitad de los años 60, la recepción del estructuralismo francés (Lacan)
planteó una disyunción excluyente entre psicoanálisis y psicología. Al apropiarse de las enseñanzas de Lacan,
muchos psicólogos, además de utilizar el psicoanálisis como referencia teórica privilegiada, lo adoptaron también
como matriz identitaria, comenzaron a identificarse como psicoanalistas y, en mayor o menor medida, debieron
renunciar a su identidad profesional como psicólogos. Esta actitud se daba porque la psicología había quedado
ligada al proyecto de síntesis que el estructuralismo pretendía impugnar y superar. El estructuralismo sostenía que
la psicología implicaba un “error de perspectiva” (en la medida en que se centraba en las conductas concientes y no
en sus determinismos inconscientes), y por tanto el psicoanálisis no sólo no se presentaba como una psicología,
sino que pretendía impugnar (y superar) todas las psicologías, ya que, al igual que el fenomenología existencial,
privilegiaban el punto de vista de la conciencia.

Entonces, en este período se da un pasaje entre una “psicología analítica” de filiación existencial y un
estructuralismo francés que pretendía reemplazar la psicología por el psicoanálisis.

Así se configura un nuevo rol profesional que, en gran medida, sigue vigente hoy en día: el del psicólogo-
psicoanalista de filiación lacaniana.

Predominaba un espíritu interdisciplinario guiado por ideales de compromiso social, que se conjugaban con distintas
variantes del marxismo y se traducían en experiencias innovadoras en la escena pública (como las comunidades
terapéuticas, entre otras). Paralelamente, el lacanismo adoptaba nuevas formas organizativas, de forma que, en
1974, se creó la Escuela Freudiana de Buenos Aires, la primera institución lacaniana en el Río de la Plata.
Efectos de la dictadura de 1976: El corte abrupto de la democracia implicó el cierre (o la suspensión de la
inscripción) en muchas de las carreras de psicología en universidades públicas, así como el desmantelamiento de
muchas instituciones de los circuitos considerados “progresistas”. Muchos docentes se exiliaron, con la consecuente
desintegración de sus equipos de trabajo.

En este marco, toda práctica de tipo grupal o colectivo era sospechosa; mientras que el consultorio privado se
constituía en una suerte de refugio. Se reforzó así el rol del psicólogo como profesional liberal, que atiende
pacientes de manera individual, en detrimento de otro tipo de experiencias que sólo habían sido posibles en
contextos más propicios.

La reapertura democrática, a fines de 1983, implicó un renovado auge de los estudios psicológicos en Argentina. A
partir de la normalización de las universidades y la reapertura plena de las carreras de psicología, el fenómeno de la
masividad fue acompañado por la adopción del lacanismo como marco teórico de la mayor parte de las cátedras
clínicas (al menos en las universidades públicas).

La recepción del psicoanálisis lacaniano recién llega a su punto máximo durante este período, aunque más alejado
de las lecturas marxistas y más cercano a las teorizaciones de tipo clínico. Fue una época en la que los consultorios
“rebozaban de pacientes” (lo cual no hizo más que reforzar la homología entre psicología y psicoanálisis, tan
presente en el imaginario social).

También en este período se promulgaron leyes regulatorias del ejercicio profesional de la psicología en varias
provincias y se establecieron las incumbencias del título a nivel nacional.

Ya en el siglo XXI, la situación viene cambiando aceleradamente: por un lado, en la universidad, las disyunciones
excluyentes del pasado tienden a relativizarse; y por el otro, las condiciones del mercado laboral también cambiaron.
En la clínica, eso significa que ya no hay el boom de demanda psicológica que había en los años 80, y la demanda
ahora tiende a ser mediada por obras sociales y prepagas, lo cual redunda en bajos honorarios.

En otras áreas de competencia, los psicólogos están encontrando nuevos horizontes profesionales, hasta ahora
relativamente poco explorados, aunque sigue habiendo una gran predilección por la clínica, mientras que otras áreas
de incumbencia profesional son menos codiciadas. Sin embargo, en gran medida, sigue vigente el rol profesional
del psicólogo que, tal como a fines de los 60, alterna el trabajo en instituciones de carácter diverso (lo cual le da
cierta estabilidad laboral) con la atención de pacientes en consultorio privado (desde una perspectiva más o
menos psicoanalítica).
Proyecto de psicoterapia de grupo en un hospital general. Actas del Primer Congreso
Latinoamericano de Psicoterapia de Grupo – Goldenberg

Si bien hoy en día en Argentina la actividad clínica del psicólogo está naturalizada (al punto que para los legos no es
fácil diferenciarlo de un psicoterapeuta o de un psicoanalista) la llegada del psicólogo al hospital, en los años 50,
estuvo mucho más ligada a la prevención y al auge del Movimiento de la Salud Mental que a la atención individual.

En Argentina, el encuentro de la psicología con el psicoanálisis y la psiquiatría se produjo al calor de los enfoques
interdisciplinarios que proliferaron en esa época. En ese proceso, al igual que en la segunda posguerra europea y
norteamericana, la noción de grupo fue central, tanto en el plano de las teorías como de las prácticas.

En el sistema de salud argentino, mientras se creaban las primeras carreras de psicología, el psicoanálisis comenzaba
a ser utilizado en el mismo sentido grupal y “operatorio” que Jacques Lacan había puesto de relieve en su
conferencia de 1946. En este contexto, dentro del sistema público de salud, la experiencia más importante en lo que
respecta al encuentro entre psicología, psicoanálisis y psiquiatría tendría lugar en el Servicio de Psicopatología y
Neurología del Hospital General Gregorio Aráoz Alfaro, de Lanús, creado en 1956:

Historia del hospital y el servicio: este hospital fue uno de los tres grandes establecimientos construidos en 1952
en los barrios industriales del conurbano bonaerense. Ramón Carrillo, ministro de salud de Perón, los había
concebido para mejorar la atención de la clase obrera, de gran concentración en esas zonas. Después de 1955, el
régimen militar que derrocó a Perón hizo que el ministerio se desprendiera de la gestión de varios hospitales
nacionales, otorgándoles autarquía administrativa. De este modo, el hospital de Lanús comenzó a ser dirigido por
un consejo de administración compuesto por todos los jefes de servicio. Entre los miembros de ese consejo estaba
Mauricio Goldenberg (1916-2006), el encargado de organizar el Servicio de Psicopatología y Neurología creado en
octubre de 1956. La creación del servicio respondía a las nuevas políticas de salud, imbuidas de los ideales de la
Salud Mental. El año siguiente, Goldenberg presentó su ambicioso plan para “El Lanús”, en el marco del Primer
Congreso Latinoamericano de Psicoterapia de Grupos:

Los 1500 nuevos pacientes tratados en el curso del primer año de vida del servicio, que en su mayoría eran
“psiconeuróticos en sentido amplio”, impulsaron a Goldenberg a implementar un “plan de asistencia
psicoterapéutica”, para poder hacer frente a esta demanda masiva con recursos humanos muy limitados. En el
arsenal terapéutico de Goldenberg, la “orientación psicagógica” o “directivo-inspiracional”, aún convivía con el
electroshock y la laborterapia. Sin embargo, debido a la “amplia libertad” de la que gozaban los terapeutas, sería la
doctrina freudiana la que orientaría los pasos de la mayor parte de los profesionales contratados. Esto tuvo grandes
consecuencias, ya que este servicio fue uno de los lugares en los que los estudiantes de psicología realizaron sus
primeras prácticas. Así, el tipo de trabajo desarrollado en “el Lanús” sirvió de modelo para la profesión naciente.

Así, aunque el Servicio de Psicopatología del Hospital Lanús no fuera el primero en su género, sí fue el primero que
propuso la mayor parte de los medios terapéuticos disponibles en esa época (incluía un programa preventivo con un
“perfil psicosomático” y la implementación del hospital de día).
En el policlínico Lanús, un hospital general ubicado en una amplia zona de influencia, fue creado en 1956 el servicio
de psicopatología y neurología. Está innovación despertó resistencias, sobre todo por contar el servicio, además de
un amplio consultorio externo con posibilidades para efectuar todos los tratamientos de la especialidad en forma
ambulatoria, con una sala de internación para ambos sexos en el piso de materias clínicas. Está resistencia no sólo
era de los pacientes y del personal sub técnico, sino también de la mayoría de los colegas del hospital, ya que se
trataba de un lugar diferente al del manicomio, donde solían tratase entonces las enfermedades mentales.

Está actitud fue modificándose en la medida en qué:

1. Se justificó la creación del servicio por el crecido número de pacientes qué comenzaron a concurrir a la consulta.
2. Solucionaron muchos casos considerados cómo “funcionales”, internados o atendidos en los consultorios
externos de otras especialidades.
3. Los encargados del servicio participaron en ateneos y en consultas con otros colegas, lo qué les permitió
colaborar en la solución terapéutica y en la aclaración etiopatogénica de muchos casos complejos.
4. Los internados no creaban problemas técnicos ni administrativos qué perturbaran el funcionamiento del
hospital. Eran pacientes iguales a los restantes del piso.

Durante el primer año de existencia del servicio ingresaron 1500 pacientes, de los cuales el 60% eran casos
psiquiátricos, la gran mayoría psiconeuróticos en sentido amplio, en los que la terapéutica a efectuarse debía ser
fundamentalmente psicológica (psicoterapia). Esto llevó a la programación de un gran plan asistencial psicoterápico
que permitía atender a la gran cantidad de pacientes que concurrían a la consulta.

Los autores mencionan que era casi seguro que se aprobara la ley de autarquía del hospital y que el consejo directivo
aceptara darle una fisonomía particular al hospital, integrándolo con un criterio psicomático y de proyección social.
Esto generaba la necesidad de atender (en la medida qué la organización lo permitiera) a todos los servicios y
extenderse fuera del hospital, en una acción preventivo-educativa de la higiene general y mental. Entonces, el
servicio de asistencia social y el servicio pedagógico, que ya existían desde hacía tiempo, pasan a depender del
servicio de psicopatología y neurología del hospital.

Menciona que le servició había implementado el “hospital de día”, que permitía atender un mayor número de
pacientes que, sin separarse de su hogar, permanecían internados solo de las 7 hasta las 18 hs, lo que implicaba un
ahorro de dinero y personal para el hospital. Los pacientes del hospital de día cumplían un programa que
contemplaba la terapéutica biológica que necesitaban, así como psicoterapia individual o en grupos, terapia
ocupacional, recreativa, etc.

Así, se incorporaron al plan organizativo previamente elaborado tres modalidades diversas de terapéutica grupal
desde el punto de vista psicoterápico:
- La psicoterapia individual: era para los casos en los que se considerase necesario, o porque por razones
especiales, no se pudiesen incorporar en algún grupo.

- La psicoterapia de pequeños grupos: 10 grupos formados por entre 5 y 8 pacientes cada uno, brindando así
atención psicoterápica de 50 a 80 pacientes por semana. Sesiones semanales de una hora. Los grupos eran
manejados con distintas técnicas, dependiendo de la formación y orientación particular de cada psicoterapeuta.
Cada grupo tenía dos planillas: una que indicaba la dirección en la que trabajaba el psicoterapeuta, y otra con el
registro gráfico del movimiento del grupo. Con estos dos vectores de trabajo (esquema referencial del
psicoterapeuta y evolución del grupo) se establecían comparaciones, se comparaban los resultados y se veía en
qué medida las distintas técnicas podían aportar mejores y más prácticas soluciones.

Criterio de formación de los grupos: cada enfermo que llegara, ya fuera de los grupos de laborterapia, de los
pacientes internados en el hospital o del consultorio externo, tenía una historia clínica amplia de acuerdo con
un modelo sobre el cual trabajaba todo el servicio, y que comprendía: la enfermedad actual; la historia
biográfica; exámenes clínicos, neurológicos y mentales. Se contemplaba específicamente la adaptación social del
enfermo en cada época de su vida, junto con tests de nivel intelectual, proyectivos, etc. Después, con todos
estos datos, una comisión médica, que incluía al psicoterapeuta, consideraba todos los elementos y decidía si
correspondía o no terapia de grupos. Con los casos que correspondieran, se armaban los grupos, según:
1. Máximo 7 personas.
2. Podían ser mixtos (en cuanto al sexo).
3. No son grupos ni abiertos ni cerrados; eso lo decide el psicoterapeuta y el grupo.
4. Diferentes edades, pero no una diferencia extrema.
5. Nivel intelectual parejo.
6. Sin grandes diferencias económicas o culturales.
7. En grupos de psiconeuróticos, no se incluían pacientes psicóticos ni personas que hubiesen padecido crisis
psicóticas prolongadas. Se evitaban caracteropatías muy estructuradas.
8. Se incluían uno o dos pacientes con cierta comprensión psicológica de su enfemerdad.
9. Pacientes con diferentes cuadros psíquicos; se buscaban personalidades con rasgos contrastantes.
10. Grupos especiales para los pacientes psicóticos.
- La psicoterapia de grandes grupos y terapia ocupacional: integrados por más de 10 personas, ilimitados
en cuanto al número, y abiertos a la recepción de nuevos miembros. Se integraban por pacientes internados, ex
internados, enfermos ambulatorios y del hospital de día. Había dos tipos de grupos:

Grupos de hospitalizados con problemas comunes a todos ellos: estos son los que se crean en todo el
hospital general. Son grandes grupos con problemas especiales que los homogenizan. En estos grupos, el
psicoterapeuta trabajaba con amplia libertad, de acuerdo con su formación y con lo que considerase prudente
en el desarrollo de la sesión, aunque en general, la línea era psicagógica (educativa) o directivo inspiracional,
que tomaba en cuenta las siguientes normas y finalidades:
- Tratar la situación conflictual que se crea en el paciente por la situación del hospital, ya que este lo separa de su
medio habitual e interrumpe sus capacidades productivas.
- Eliminar la ansiedad frente a la enfermedad, con aclaración suficiente del carácter de la misma.
- Preparación para tratamientos diversos: electroshock; insulina; operaciones cruentas; partos; preparación para
psicoterapia individual o de pequeños grupos.
- Conseguir la cooperación de pacientes que funcionaran como mentores, para adecuar a los nuevos enfermos a
todos estos problemas; y también líderes de sala, que, surgidos del grupo y preparados adecuadamente por el
médico y el psicólogo, facilitaran la adaptación de los nuevos pacientes a la sala y al hospital en general.
- Preparación para reintegrar al paciente al medio familiar, de trabajo o de estudio, de acuerdo a las nuevas
condiciones en que sale del hospital.

Grupos de terapia ocupacional: se organizaba por pisos y no por servicios. Con esos grandes grupos formaban
otros más pequeños, que se dedicarían a una misma tarea con la supervisión de un psicólogo para cada grupo,
dirigidos por uno o dos médicos en cada piso. A medida que fueran desarrollando esa tarea asignada, el
psicólogo trataría de detectar los problemas de los pacientes que requirieran psicoterapia individual o de
pequeños grupos para encauzarlos adecuadamente. Además de la tarea de control, se manejaba
psicoterápicamente ante el grupo de trabajo. También dependía de la laborterapia la orientación vocacional de
los adolescentes internados o el ambulatorio, cuando fuera necesario.
Cada paciente era registrado en una ficha completa de laborterapia, completada por el médico, psicólogo y
psiquiatra, con un breve examen psíquico: hobbies, intereses y vocación, eventualmente tests, y un control de
los días de actividad, el rendimiento y periódicamente una especial atención a la evolución “emocional” y control
de la ansiedad.

Además, el plan psicoterápico de grandes grupos también buscaba crear una verdadera comunidad hospitalaria
a través de vínculos sociales y afectivos. Para esto, se organizaban reuniones culturales y sociales,
representaciones, conferencias con preguntas, proyecciones cinematográficas apropiadas en el nivel de
divulgación y con finalidad psicoterápica, una biblioteca. Esto buscaba generar una integración que
reemplazara la situación de aislamiento y de egoísmo en que cada paciente se encontraba en la mayoría de
los hospitales.
- La psicoterapia de comunidades: constituye el conjunto de medios de prevención, investigación, estudio e
higiene mental (cursos, conferencias, encuestas, propaganda, difusión social o periodística, etc.) que actuaban
psicoterápicamente en la zona de influencia del hospital (fábricas, escuelas, instituciones, etc.). Este aspecto
constituía la última parte del plan, y era un intento de extensión hospitalaria, que pretendía que el hospital se
proyectara y se integrara en el plano social.

Goldenberg sostiene que, si bien la aplicación de este plan es muy compleja y solo se había hecho una pequeña
parte, era claro e indudable que, a pesar de las grandes dificultades que debían vencerse, la exigencia de la
medicina hospitalaria de la época terminaría por imponer como necesaria la colaboración de los diversos sectores
médicos, administrativos, de servicio social, psicólogos y psiquiatras que el plan requería. Esa integración de un
equipo hacía urgente, por otra parte, para su mejor desarrollo, la preparación de cursos y clases para formar un
espíritu de cuerpo que permitiera alcanzar eficazmente las finalidades propuestas.

(Esta necesidad de interdisciplinariedad que marca Goldenberg puede relacionarse con la unidad 3, como una de las
enseñanzas que deja la Segunda Guerra Mundial, y que remarca el texto de Menninger).

Discusión posterior acerca del proyecto presentado por Goldenberg:

Dr. Usandivaras (Buenos Aires): menciona que le hace acordar a los experimentos de Northfield (famoso
experimento de psicoterapia de grupo inglesa –Bion, Foulkes, Bierer- visto en la unidad 3). Hace una sugerencia:
menciona que él y otros colegas intentado dedicar todo un servicio de pediatría a la psicoterapia con criterio de
grupos y de comunidad (grupos de madres y grupos de niños); y que se habían encontrado con una gran resistencia
de parte del “personal auxiliar o subalterno” del hospital. Esto, menciona, sólo habían podido solucionarlo
parcialmente haciendo un grupo con la Caba, con la hermana de la sala y las cabas de las diferentes secciones; y
luego otro grupo con las enfermeras.

Dr. Whiting (Stgo de Chile): señala que en Chile también habían tenido experiencias del estilo pero más reducidas,
y sostiene que hay una gran diferencia entre el plan y su posterior práctica. Coincide con Usandivaras en que es
básica la preparación previa del personal subordinado, especialmente del más inferior, que en muchas ocasiones
realiza un “anti-plan”. También señala que a él y su equipo les fue útil mantener a los buenos líderes que surgen de
los mismos enfermos a través de un club de enfermos, donde los ex enfermos pueden seguir viendo, colaborando y
orientando a los actualmente hospitalizados.

Dr. Ganzarain (Stgo de Chile): comenta también una experiencia similar, aunque más restringida, en un servicio de
medicina interna de la Universidad de Chile, cuyos objetivos son: la formación del médico internista con un barniz de
psiquiatría y la investigación sobre temas más concretos. Por ejemplo, menciona que están realizando una
investigación sobre los cuadros de invalidez o pseudo-invalidez diatrogénica de sujetos con molestias pseudo
anginosas, así como el problema de la actitud del médico que induce la invalidez diatrogénica.
Dr. Pichón Riviere (Buenos Aires): encuentra “algunas dificultades muy serias” en el plan de Goldenberg: sostiene
que necesitaría de 50 a 100 psicoterapeutas (escaso personal en comparación a lo que necesitaría) y también
menciona el problema de la inclusión de la laborterapia (terapia educacional). Con respecto a esta, Riviere sostiene
que la laborterapia es el factor más importante de cronificación, ya que crea un “hospitalismo” en el paciente, y más
aún en un hospital general. Además, cree que el paciente que va al hospital a curarse también va ahí a hacer reposo,
y que la mejor terapia en esos casos es “rascarse”, no trabajar.

Dr. Pérez (colaborador de Goldenberg) (Buenos Aires): señala que a los colaboradores les importaban
fundamentalmente dos cosas: eliminar las discusiones ideológicas sobre la dirección psicoterápica de los pequeños y
grandes grupos; y tratar de eliminar también el problema del personal subtécnico basando la mayor parte de la
dirección psicoterápica, si no toda, en el hecho de que los médicos, psicólogos, asistentes sociales pudieran ser
integrados en un equipo que permitiera que las enfermeras y el elemento administrativo del hospital redujera al
mínimo su participación en la tarea.

Agrega también que si bien cada psicoterapeuta tiene la libertad de dirigir su grupo con la técnica que considere más
conveniente, del conjunto de materiales y técnicas suficientemente evaluadas que se proponen seguir en el plan, la
idea era hacer un resumen y una discusión a fondo para decidir en qué casos conviene una técnica determinada y en
qué otros conviene variarla.

Le responde a Riviere acerca de la laborterapia: sostiene que, desde el punto de vista económico de la internación
del paciente, es necesario tener en cuenta que este, especialmente el paciente crónico (no solo psíquicamente
afectado sino también los orgánicamente afectados) tiene una ansiedad muy grande por su falta de productividad
económica y por su alejamiento familiar. Por lo tanto, sostiene que la laborterapia puede a aliviar esa ansiedad.

Respuesta de Goldenberg a Riviere y Usandivaras: acerca del cuestionamiento sobre el personal, responde que
ya eran aproximadamente 20 médicos en el hospital más las alumnas de psicología de la facultad de Rosario.
Además, menciona que todas las alumnas de la escuela de pedagogía en el curso de filosofía de la Facultad del
Litoral iban a hacer su curso de aplicación en el hospital, concurriendo a este durante un año. Señala que ya tenían
12 psicólogas haciendo su preparación en psicología. “Ya han concurrido y la los tenemos”.

Con respecto a la laborterapia, dice que la terapia ocupacional no iban a hacerla como en un hospital de crónicos,
sino con “algunas pequeñas cosas que pueden ir sirviendo al hospital”.

Acerca de la resistencia del personal, que planteaba Usandivaras, dice que ya la habían tenido al comienzo, los
mismos médicos del hospital hacían chistes, porque un servicio de psiquiatría en un piso de un hospital general
generaba grandes resistencias, pero que habían podido superarlas, y esperaban hacer lo mismo con el personal
subtécnico.
El origen del Lanús: la consagración de una perpetua ruptura psiquiátrica y política - Visacovsky

Visacovsky, antropólogo argentino contemporáneo, toma como objeto de investigación al “Lanús”: el servicio de
psicopatología que jugó un rol fundamental en la historia de las prácticas psi en Argentina, ya que fue muy
importante en la modernización de los tratamientos psiquiátricos y en la apertura del psicoanálisis al ámbito público.

El capítulo 2 de esta tesis muestra el proceso de conformación del campo psiquiátrico en la Argentina y, al mismo
tiempo, analiza las tensiones, encuentros y desencuentros del psicoanálisis con la institución hospitalaria, en el
contexto de los nuevos horizontes abiertos por la salud mental en la segunda posguerra.

El Lanús fue consagrado como un hito excepcional de la psiquiatría y el psicoanálisis en la Argentina, debido a que
constituyó “un pasado revolucionario encarnado en lo que significó la primera ruptura manicomial”. También ha
sido exhibido como paradigma de lo democrático; ya que sus valores pluralistas lo alejaban de todo dogmatismo
teórico y la tarea institucional estaba regida por principios organizativos no autoritarios. Sin embargo, esta “ruptura”
no solo recaía en el campo psiquiátrico, sino que también planteaba una discontinuidad con respecto al pasado
político; la creación del servicio se organizó como un relato de la “modernización”, vinculada a los procesos políticos
posteriores a la caída del primer peronismo en 1955. Los relatos que presentan al Lanús como una ruptura con el
pasado afirman su filiación en el mundo no peronista de la segunda mitad de los 1950 y toda la década de 1960.

Esta interpretación del Lanús como una “ruptura” con el pasado psiquiátrico (las concepciones etiológicas, los
tratamientos, los regímenes institucionales) le confería una singularidad atribuida a la figura de Goldenberg.

Pero Visacovsky sostiene que el desarrollo del campo psiquiátrico en la Argentina muestra que la ruptura absoluta
proclamada en los relatos de origen del Lanús puede ser seriamente objetada, ya que, al abordarse la
conformación del campo psiquiátrico, prontamente se advierte que el Lanús es fruto de un proceso y no el
resultado de la implantación abrupta de un modelo desconocido.

El autor examina la tensión entre los relatos del origen del Lanús y la constitución del campo psiquiátrico local, para
mostrar cómo las narrativas sobre el origen del Lanús proporcionan una lectura de esto en términos de una ruptura
cuando en verdad, sostiene Visacovsky, el análisis de la relación entre Goldenberg, el modelo del naciente Servicio y
la constitución del campo psiquiátrico muestran un proceso.

Los relatos/versiones acerca de la creación del Lanús:

Fernández Mouján (1992): destaca el estado de marginación en el cual vivían los enfermos mentales en la
Argentina anterior a la creación del Lanús, una situación que ya se había modificado en otros países. Según él, estos
cambios todavía no habían llegado a Argentina debido al poder enquistado en la psiquiatría oficial; fue Goldenberg
quien llevó a cabo la transformación de la psiquiatría manicomial. Destaca la capacidad transformadora de
Goldenberg, asentada en su inquietud intelectual y sensibilidad para abrirse a otras corrientes, especialmente al
psicoanálisis y a la Psiquiatría Dinámica. Caracteriza a Goldenberg como un “pionero” que llevó a cabo su primera
idea transformadora: crear servicios psiquiátricos periféricos integrados; por un lado, con el resto de los servicios de
los hospitales generales y por el otro (esto vino años después) con el resto de la comunidad.

El relato de Fernández Mouján, que puede ser considerado la versión oficial de la emergencia histórica del Servicio
del Lanús, narra la historia del pasaje de la psiquiatría manicomial a la psiquiatría moderna, llevado a cabo por
Goldenberg. Plantea dos oposiciones fundamentales:

- Una oposición de naturaleza temporal entre lo viejo (psiquiatría tradicional ) y lo nuevo (psiquiatría de
Goldenberg).
- Una oposición de naturaleza espacial entre la psiquiatría argentina (“estancada”) frente a la extranjera
(“dinámica”). Según este esquema, los cambios sólo podían provenir desde afuera; la psiquiatría argentina debía
recepcionar las nuevas corrientes que se desarrollaban en Europa Occidental y Estados Unidos. Hacia allí partió
Goldenberg para formarse y cambiar el medio local. Así, Goldenberg pudo modificar su condición inicial.

Para Fernández Mouján, Goldenberg poseía dotes humanas excepcionales. En su relato establecía una diferencia
entre quienes sólo percibían los problemas que paralizaban a la psiquiatría argentina, y quienes, además, los
resolvían. (Goldenberg era el único que había privilegiado la acción sobre la especulación). La razón por la cual
Goldenberg pudo plasmar en acción su preocupación fue, según Fernández Mouján, que poseía las cualidades de
inquietud intelectual y sensibilidad, de las que carecían sus colegas.

Barenblit: le otorga a Goldenberg el papel singular de “demiurgo”; y de psiquiatra originalmente “tradicional” pero
a la vez propulsor de la transformación de esa misma psiquiatría tradicional, a la que Goldenberg ataca por su “ baja
sensibilidad al sufrimiento humano, poca capacidad de invención y creatividad, que apelaba a recursos
frecuentemente iatrogénicos, de poca calidad humana”.

Entonces, aunque Goldenberg era un “hombre de su tiempo”, se le atribuían características excepcionales que le
permitieron escapar de las tenazas de la historia. Al igual que Fernández Mouján, lo que distingue a Goldenberg por
encima de su tiempo para Barenblit son sus cualidades personales. Son su “sensibilidad”, “inquietud”,
“perseverancia” las que lo convierten en una persona “extraordinaria” (diferente a sus colegas contemporáneos) y lo
impulsan a ser un “psiquiatra transformador” pese a provenir de la psiquiatría “tradicional” y le permiten crear
“alternativas” a esa psiquiatría.

Ambas versiones coinciden en la oposición básica entre dos temporalidades a las que se les adjudicaba un valor
negativo y positivo respectivamente psiquiatría manicomial-tradicional (mala) y psiquiatría moderna-humanizada
(buena). También coinciden en subrayar el papel central de Goldenberg como “héroe civilizador”; gracias al cual el
primer momento, negativo puede ser reemplazado por el segundo, positivo.
Estos relatos de origen del Lanús se organizan como mitos, porque, en tanto narrativas, enfatizan las relaciones de
contraste y diferencia, de modo que el objeto de la narración no sea olvidado o sujeto a manipulación. Su función es
consagrar al Lanús como un modelo diferente y superador dentro de la atención en Salud Mental.

Pero las versiones de Fernández Mouján y Barenblit también postulan que la relación entre la psiquiatría
“manicomial” y la “humanizada” no es solamente de oposición, sino que también puede ser pensada como un
proceso. Aunque no dejan de atribuir a Goldenberg el papel demiúrgico, se enfrentan al problema de explicar los
orígenes de la nueva genealogía y cómo era posible que estuviese relacionada con la tradición “manicomial”.
Estos dilemas, formulados por las versiones de Fernández Mouján y Barenblit, son los que invitan a visitar la
historia de la constitución del campo psiquiátrico en la Argentina.

Visacovsky sostiene que la “psiquiatría tradicional” es condición indispensable para entender las transformaciones
operadas a mediados de los 1950, ya que entre la llamada “psiquiatría manicomial” y la nueva “psiquiatría
humanizada” había muchas más continuidades de las que los relatos del origen del Lanús aceptaban.

La constitución del campo psiquiátrico en la Argentina:

Alienismo – primado del modelo psiquiátrico francés: La psiquiatría que los relatos sobre el origen del Lanús
denominan “tradicional” o “manicomial” se constituyó en Argentina hacia fines del siglo XIX bajo la impronta del
positivismo y la influencia de la psiquiatría francesa. Vezzetti sostiene que el dispositivo en torno a la locura (y al
delito) se estableció alrededor de 1880, cuando se construyeron los primeros hospicios, aparecieron las cátedras de
enseñanza y las primeras publicaciones; y el papel de los médicos vinculados a la cuestión apareció en estrecha
relación con el Estado.

Con el alienismo, simultáneamente a la creación del hospicio, se introdujeron los elementos básicos que organizaron
el tratamiento de la locura durante varias décadas: los cuadros nosográficos (clasificaciones basadas en la
observación de los síntomas) y el tratamiento moral sobre las “pasiones humanas divorciadas del entendimiento”
(las raíces etiológicas de la enfermedad mental, invención clave de Pinel). El manicomio se crea para el
“restablecimiento” de estas pasiones humanas (locura). El instrumental de esta psiquiatría dentro del manicomio
estaba dirigido al control de las crisis a través del encierro del paciente y de una serie de terapias físicas como el uso
del chaleco de fuerza o las duchas.

El Higienismo: es un movimiento que se desarrolló junto al alienismo, y que incluía la cuestión de la locura pero
también la desbordaba. La atención del Higienismo estaba dirigida al conjunto social, visto como un organismo vivo
en el que las perturbaciones, desórdenes y desajustes sociales eran entendidos como patológicos. Todos estos temas
eran comprendidos dentro de la “Higiene Pública”; y constituían problemas sanitarios de carácter público que
demandaban control estatal, a través de medidas de saneamiento y de profilaxis. Una medida de profilaxis, en
relación al alienismo, era la construcción de espacios urbanos diferenciados (como manicomios y cárceles) para
evitar el contacto de lo normal con lo patológico.

La prevención del delito y la locura (entendidos como patologías) se basaba en la teoría de la degeneración, el
mayor sustento interpretativo del Movimiento Higienista, y corriente principal de la psiquiatría en Argentina casi
hasta 1940. Esta teoría le confería un papel determinante a la herencia como etiología de las enfermedades, entre
ellas las mentales, y sostenía que estas pasaban de una generación a otra cada vez más potenciadas. Entonces, la
enfermedad no solo debía detectarse y aislarse de los sanos, sino que también era necesario extremar las medidas
para su prevención: esto llevó a considerar a la inmigración como cúspide causal de muchas patologías.

Entonces, con respecto a la inmigración, esta empezó a verse como “peligrosa”. Hacia principios del siglo XX la
llamada “Generación del Centenario” llevó a cabo una revisión profunda del ideario de la generación intelectual
anterior, denominada “Generación del ‘80”, desde una óptica nacionalista que pretendía resolver la amenaza que
ahora significaba la inmigración como potencialmente capaz de “degenerar” la “raza argentina”. Esta forma de ver
a la inmigración se sustentaba en el hecho de que el crecimiento de la población había traído problemas de
organización y saneamiento urbanos, así como también asuntos vinculados a la moralidad y seguridad pública
(delito, prostitución, alcoholismo, conflictos gremiales, etc.) Médicos y psiquiatras propusieron limitar el ingreso de
extranjeros como medida de higiene pública, haciendo así del Higienismo una tecnología de control del estado.

Movimiento de la Higiene Mental: Alrededor de 1920, el campo psiquiátrico sufrió fuertes cambios ligados a una
reorientación de la profesión médica, ahora más autónoma y menos vinculada al estado que en el siglo XIX. El
positivismo, que había dominado el campo científico-intelectual hasta entonces, empezó a declinar.

En psiquiatría, se renovó el interés por la psicoterapia, que respondía a la necesidad de resolver a través de
tratamientos ambulatorios los problemas de hacinamiento de los enfermos internados en los hospicios. Esta
corriente se originó en la influencia del movimiento norteamericano de Higiene Mental, dirigido a mejorar la
situación de los enfermos internados en los asilos y a promover el uso de la psicoterapia. La figura principal de esta
corriente en la Argentina fue el médico Gonzalo Bosch. Bosch fue uno de los creadores de la Liga Argentina de
Higiene Mental en 1929, desde cuya presidencia abrió consultorios externos de neurología y psiquiatría en el
Hospicio de las Mercedes, del que fuera director en 1931.

La nueva modalidad permitía atender a una población de enfermos nerviosos que no demandaban internación
sino tratamiento ambulatorio, creando así las condiciones para la práctica psicoterapéutica, incluida la
psicoanalítica. La Liga fue una activa propulsora del psicoanálisis.

La Liga Argentina de Higiene Mental encaró la prevención de problemas profesionales, escolares, sexuales,
especialmente mediante el recurso del uso de medios de difusión como la radio o los folletos. En la Higiene Mental
se prolongaron las preocupaciones por el control de problemas como el alcoholismo, las toxicomanías, las
“conductas antisociales” y la inmigración, esta última todavía interpretada en una clave eugenésica.
El movimiento de Higiene Mental propició un contexto favorable para la introducción de cambios en las modalidades
de tratamiento y las organizaciones asistenciales, dependientes a su vez de la introducción de nuevas perspectivas
teórico-clínicas. Sin embargo, en muchos aspectos el panorama no se modificó sustancialmente: el manicomio siguió
siendo el centro del aparato psiquiátrico, y las condiciones de vida de los internos seguían siendo deplorables.

Línea de continuidad entre los objetivos del Alienismo, Higienismo y el Movimiento de Higiene Mental :

- El asilo no deja en ningún momento de ser el epicentro del pretendido tratamiento de la locura, a pesar de la
apertura de formas de tratamiento ambulatorio.
- Hay una preocupación constante por el orden social, con el desarrollo de tecnologías a la vez preventivas y a la
vez de control, particularmente de la moral pública.
- Hay un recurrente y ambiguo interés por la inmigración y sus efectos.
- Hay una convicción en el papel profiláctico de la educación.

En contraste con los relatos del origen del Lanús, la psiquiatría anterior a la fundación del Servicio en 1956 no
podía ser reducida a “lo manicomial” (lo institucional), a pesar de la importancia de esta institución. Visacovsky
sostiene que la psiquiatría era un campo heterogéneo y en proceso de transformación, en contra de la imagen de
“estancamiento” que los mencionados relatos sugieren.

Visacovsky sostiene que la figura de Goldenberg, y sus orientaciones, no pueden ser separadas del desarrollo del
campo psiquiátrico loca, y deben ser explicadas por este. Para mostrar esto, presenta a la figura de Goldenberg
desde sus inicios hasta el umbral de la creación del Servicio del Lanús.

La genealogía de un héroe cultural: el lugar de Mauricio Goldenberg en la tradición psiquiátrica:

Hacia 1940, en el tiempo en que Gonzalo Bosch dirigía el Hospicio de las Mercedes, Goldenberg, estudiante de
medicina, ingresó como practicante en dicho asilo. Ahí también trabajaba Rivière, de quien Goldenberg se hizo
amigo, y que tuvo una gran influencia sobre su futura formación profesional, al igual que otro médico que había
llegado recientemente de Francia, Cárcamo. Ambos miembros fundadores de la recientemente creada Asociación
Psicoanalítica Argentina en 1942, introdujeron a Goldenberg en el psicoanálisis.

Su tesis trató sobre los aspectos clínicos del alcoholismo. Sostenía que el alcoholismo tenía su raíz en los
mecanismos de la herencia, ya que estadísticamente la mayoría de los hijos de alcohólicos también lo eran.

En una publicación en la Revista Argentina de Higiene Mental, reiteró su argumentación desarrollada en la tesis,
pero introdujo propuestas para el diagnóstico, tratamiento e incluso prevención del alcoholismo. Afirmaba que el
alcoholismo no era un problema policial, sino médico-social; y proponía que los alcohólicos a los que se les
detectase una base psicopática debían ser internados directamente en hospitales psiquiátricos; mientras tanto a los
alcohólicos que bebían por imitación, por fallas en su educación o por las características de sus ocupaciones, en
donde existía una falla de la voluntad para resistir la tentación que proponía el medio, sugería el modelo de las
clínicas especiales de internación u hoteles-granjas, creados en Estados Unidos. Para este mismo tipo de enfermo
alcohólico dañado por el medio en el que vivía, debían formularse instrumentos preventivos orientados a advertir
sobre los peligros del alcohol, a través de campañas educativas llevadas a cabo en los colegios, clubes, cuarteles y
fábricas, utilizando medios de propaganda para llegar a la opinión pública.

También publicó un artículo sobre la cuestión de la inmigración, poco después de concluida la Segunda Guerra
Mundial. Planteaba que la Guerra había dejado muchos neuróticos y psicóticos, lo cual encendía el peligro de una
recepción masiva de migrantes provenientes del Viejo Mundo. Y no sólo por los efectos inmediatos que esta
avalancha migratoria tendría en la sociedad argentina, sino por sus presuntos efectos futuros, ya que las
enfermedades mentales de los inmigrantes serían transmitidas a sus hijos y diseminadas en la sociedad. Por esto,
proponía que la Dirección General de Migraciones vigilase la entrada de inmigrantes.

Estos escritos muestran a Goldenberg como un psiquiatra compenetrado en la tradición local; y un típico
representante de los intereses y perspectivas de la Liga Argentina de Higiene Mental.

Hacia fines de los años 1940 sus intereses se volcaron hacia los novedosos tratamientos fisiológicos que habían sido
creados en los 1930. Esto implicaba un abandono momentáneo de las inquietudes anteriores. Acá se puede ver
cómo Goldenberg y otros representantes del medio psiquiátrico local eran sumamente receptivos a las nuevas
tendencias en psiquiatría provenientes de Europa Occidental y Estados Unidos. Estas nuevas terapéuticas se
sustentaban en una concepción fisiológica de la enfermedad mental.

Este panorama de la primera etapa de la carrera de Goldenberg contrasta con la imagen que presentan los relatos
de la “ruptura” y con la imagen de que él no era “un psiquiatra tradicional”.

Por sugerencia de Bosch, Goldenberg permaneció en Europa 4 meses. En Inglaterra conoció las terapias laborales
desarrolladas tras la Segunda Guerra. Este es el contacto con el exterior al que refiere Fernández Mouján.

Entonces, en los primeros años de los 1950, Goldenberg era un psiquiatra fuertemente compenetrado con su
campo disciplinario, involucrado en las temáticas tradicionales y rápidamente, receptivo a los desarrollos de la
neuropsiquiatría. Las temáticas de sus escritos lo colocan como un psiquiatra tradicional primero y biológico
después, y en alguna oportunidad afloran perspectivas eugenésicas que estaban instaladas en la psiquiatría local.

Visacovsky postula que al hacer de la persona de Goldenberg la fuente principal del pasaje de una psiquiatría
“tradicional” a otra “moderna”, los relatos del origen del Lanús individualizan un proceso colectivo.

La génesis del Servicio del Lanús: relaciones entre el campo político y médico-psiquiátrico:

El origen del Lanús fue producto de la acción del gobierno instalado en 1955. Fue una de las tantas medidas tomadas
desde el estado para llevar a cabo una transformación del sistema sanitario en general y psiquiátrico en particular. La
figura principal de esta primera etapa fue Raúl Carrea. Bajo su dirección se creó la Dirección de Salud Mental en
1956; el antecedente directo del Instituto Nacional de Salud Mental (INSM, en adelante) que se creó en 1957.

En este proceso de cambios globales en la gestión y administración del sistema sanitario psiquiátrico, Goldenberg
tuvo un rol activo y comprometido con las autoridades del nuevo gobierno. Al crearse el INSM, Carrea lo convocó
para formar parte por unos pocos meses de la dirección técnico-administrativa, para luego integrar la Comisión
Nacional Asesora de Salud Mental (parte del INSM) en los períodos 1957-58, 1958- 1959 y nuevamente en 1961
(entre otros cargos que tuvo).

Poco más tarde, en su rol de funcionario comprometido con el nuevo régimen y ya a cargo del Servicio del Lanús,
Goldenberg denuncia la “tremenda situación de nuestros hospitales, empobrecidos, dispensarios de mala asistencia
a una enorme cantidad de pacientes que los colman”, atendidos por escaso personal técnico. Afirmaba que el
problema era difícil, y que “en nuestro país no ha recibido hasta el presente ni la suficiente atención ni las soluciones
necesarias”. Reclamaba como solución la reorganización de los hospicios y la apertura de consultorios externos y
servicios de psiquiatría en hospitales generales.

Así, el proceso histórico real desmiente la “soledad innovadora” de Goldenberg en los relatos sobre la creación del
Lanús; así como también desmiente la pretensión de estos últimos de otorgar al Lanús el título de “primer servicio
de psiquiatría en un hospital general”. Sobre esto, Visacovsky señala que Goldenberg decía que no había servicios
psiquiátricos en los hospitales generales antes del Lanús, pero, sin embargo, mencionaba mencionó una experiencia
personal llevada a cabo en el Hospital Fiorito. Cuando el servicio contaba ya con diez años de existencia, una
publicación de Goldenberg y sus colaboradores de mediados de los años 1960 aclaraba que, “si bien el Lanús no era
el primero, sí era distinto a todos sus precursores”.

Antecedentes del Lanús:

- El Servicio de Neurología y Psicopatología del Hospital Bernardino Rivadavia, creado en 1938 y dirigido por
Juan Obarrio. Estando al frente de la Asistencia Pública, Obarrio pugnó para que se implantasen consultorios
neuropsiquiátricos en los hospitales municipales. Esta lucha de Obarrio fue invocada por Bosch en 1943, durante
la segunda reunión anual de la Asociación Médica Argentina en la ciudad de Córdoba, donde planteó la
necesidad de abrir consultorios para tratamiento de psicópatas no internados y para atender casos agudos en
hospitales comunes no psiquiátricos. Bosch señalaba la necesidad de contar con una buena dotación de camas
para internación psiquiátrica en los hospitales comunes debido al estado decadente de los asilos y las colonias
psiquiátricas que albergaban miles de internos hacinados. Entre las mejoras esperables, Bosch sostenía que
permitiría una mayor interconexión de la psiquiatría con el resto de las especialidades médicas.
- Propuesta de Ramón Carrillo: Dentro de un programa general en el que la salud pública ocupaba el rol principal,
Carrillo sostenía que la inclusión de anexos para enfermos mentales en los hospitales comunes resultaría más
barato para el estado, al tiempo que permitiría aumentar el número de camas de internación. Carrillo iba más
lejos aún que las propuestas de la Higiene Mental encabezadas por Bosch, ya que abogaba por la desaparición
de los hospicios y asilos por anacrónicos, y los calificaba como “depósitos de enfermos y reducideros humanos”.

Estos antecedentes muestran que la percepción de la necesidad de creación de servicios psiquiátricos en hospitales
generales estaba arraigada en algunos representantes del medio psiquiátrico y sanitario local, aunque no lo
suficiente como para que se tradujese en un programa de transformación profunda.

La apertura de servicios psiquiátricos en hospitales generales es el resultado tanto de cambios internos del campo
psiquiátrico como de modificaciones en la relación de la psiquiatría con el resto de las especialidades médicas: la
Higiene Mental llamó la atención sobre las desventajas terapéuticas de la internación manicomial; sin llegar a
propugnar su abandono. La apertura de consultorios externos brindó la posibilidad de reducir el número de
internaciones, aunque sus beneficios fueron aprovechados mucho más tarde, cuando el espacio clínico que
ocupaban las psicoterapias fue ganado por una orientación psicoanalítica y, simultáneamente, se constituyó y
generalizó una demanda social. Pero fue el cambio sustancial de la relación de la psiquiatría con el resto de la
medicina lo que explica, en gran medida, su llegada al hospital general:

Hasta bien entrado el siglo XX, la medicina mantuvo prudente distancia de la psiquiatría, basada en una desconfianza
hacia sus clasificaciones nosográficas y sus métodos y técnicas de diagnóstico y tratamiento. Pero a partir de los
1930, se introdujeron nuevas técnicas para el tratamiento de diferentes patologías mentales, cuyo carácter somático
le confería a la psiquiatría una dosis de “cientificidad” (que no tenían el chaleco de fuerza ni la ducha de agua helada,
por ejemplo), permitiéndole así ingresar al campo más general de las especialidades médicas.

Al mismo tiempo, hubo cambio significativo en del interior mismo de la medicina: la Organización Mundial de la
Salud promovió un nuevo concepto de salud, más abarcador que el puramente biológico; no ya como ausencia de
enfermedad o invalidez, sino como un estado de bienestar completo físico, mental y social. La consecuencia
inmediata de esto fue la introducción de la noción de salud mental en lugar de Higiene Mental. El nuevo concepto,
emergente en el contexto de la posguerra, e inseparable de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, hacía
posible pensar ahora a las disciplinas ocupadas de la salud mental en relación estrecha con aquellas ocupadas de la
salud física. El nuevo concepto constituía de hecho una legitimación dentro del campo médico.

Entonces, la conjunción entre desmanicomialización (iniciada ya, aunque no radicalmente, por el Movimiento de
Higiene Mental), la reunión de requisitos de cientificidad y la articulación al campo médico permiten entender la
aparición de servicios psiquiátricos en hospitales generales. Promovidos desde los Estados Unidos, alcanzaron
rápidamente una gran difusión como una solución razonable de las muchas dificultades que presentaba el hospital
manicomial. Y en la Argentina, hacia la segunda mitad de la década de 1950, la crítica al sistema asilar vigente y la
presión por su reemplazo por los servicios psiquiátricos en hospitales generales adquirió visos de urgencia.

Si fue durante los primeros años del gobierno de la “Revolución Libertadora” cuando se extendió la apertura de
servicios psiquiátricos en hospitales generales, en el marco de un proceso más general de cambios en el campo
institucional de la psiquiatría, esto obedeció tanto a condiciones previas como a transformaciones ulteriores del
campo psiquiátrico; siendo fundamental entre estas últimas el acceso de un grupo de psiquiatras renovadores (entre
los que estaba Goldenberg) a instancias deliberativas y ejecutivas en un nuevo gobierno, en el que la adscripción
política al antiperonismo resultaba una fuente de legitimidad suficiente

La incidencia del estructuralismo francés en la psicología argentina – García

La fórmula “estructuralismo francés” es poco precisa ya que agrupa autores muy disimiles en sus perspectivas y
disciplinas de origen. Más que una corriente intelectual definida, fue un marco de pensamiento general propuesto
para diversas disciplinas, y por eso tiene muchos matices y excepciones.

En términos generales, geográficamente, como forma de pensamiento científico surgió y tuvo su principal desarrollo
en el país galo; y temporalmente, el recorrido preciso en su desarrollo, auge y declive fue de 1949-1968.

Su difusión fue más bien reducida y tardía. Si bien tuvo cierta circulación internacional, y llegó a ser significativo en
lugares puntuales como la Argentina e Italia en las décadas de 1960 y 1970, para entonces el estructuralismo ya
estaba debilitado en Francia por los fuertes cuestionamientos de otros marcos intelectuales.

Orientaciones básicas y postulados compartidos del pensamiento estructuralista:

- La pretensión de hacer que las ciencias sociales y las humanidades sean tan confiables y precisas como las
naturales. Propone que las ciencias sociales y las humanidades pueden ser tan rigurosas y metódicas como las
naturales, ya que en ellas también es posible detectar regularidades sistemáticas en los procesos de variación
social e histórica mediante la formalización de sus proposiciones y teorías. Lo que cambia es la disciplina modelo
para la formalización; mientras que las ciencias naturales se basaban en la lógica y la matemática, el
estructuralismo propuso a la lingüística. Se definió entonces el estudio del lenguaje como el nuevo suelo de
pensamiento sobre los fenómenos del mundo humano, y se buscó abordarlos en términos de las reglas y
posibilidades combinatorias de los elementos lingüísticos. Así, desde las acciones individuales a la
conformación de culturas y comunidades, los hechos humanos se redefinían y reducían al lenguaje, y las
propiedades lingüísticas se presentaban como autónomas y precedentes a la cognición y la cultura.

- Una fuerte oposición a la figura de un sujeto cognoscente como productor del saber . Si son las estructuras
las que determinan a los individuos y comunidades, entonces la consciencia, la libertad y la agencia no pueden
ser un fundamento para el conocimiento de las primeras. En este punto, se oponía tanto al empirismo como a
la fenomenología y el existencialismo, que compartían la figura de un sujeto consciente como punto de partida
para la producción de conocimiento. Rechaza la primacía de la consciencia, bajo la idea de que las estructuras
no son fenómenos inteligibles perceptivamente, no pueden ser confundidas con las apariencias (los hechos
sensibles accesibles a la consciencia).

- La formalización teórica prima por sobre procedimientos de obtención de evidencia (al contrario que en las
ciencias naturales). La teoría es la instancia primera, autocontenida y garante de cientificidad. Esto se debe a que
para el estructuralismo, la formalización no implica la cuantificación, sino que implica conformar una topología
relacional, donde las posiciones y relaciones posibles de los elementos lingüísticos determinan los fenómenos y
procesos humanos. El trabajo de elucidación teórica es para los estructuralistas más importante que la
discusión sobre los procedimientos metodológicos o la obtención y análisis de evidencia empírica.

Lévi-Strauss: considera que el programa de la lingüística estructural era tributario de la denominada escuela de
Praga, la cual proponía un análisis de la interacción de los fonemas, que definían como elementos microscópicos y
discontinuos de las lenguas. Con tal definición era posible postular regularidades y leyes las que presentarían “un
grado de rigor enteramente comparable a las leyes de correlación que encontramos en las ciencias exactas y
naturales.” El objetivo era tomar a la lingüística como modelo para generar un lenguaje común en las ciencias
humanas y sociales y contrarrestar la dispersión y falta de consensos.

Lacan: en línea con las ideas de Lévi-Strauss, la obra de Lacan consistió en un proceso de “semiotización” del
psicoanálisis: un abandono de las esperanzas de Freud de que sus ideas fuesen sustentadas por los avances en
biología y medicina; y una reconfiguración completa de las discusiones teóricas del psicoanálisis en términos de las
propiedades del lenguaje.

Althusser: hace una interpretación estructuralista de las ideas de Marx, poniendo a Marx como opositor a la idea
de que los fenómenos y la mismidad individual podían ser analizados de modo puro por la consciencia y servir como
fundamentos de la filosofía. A partir de esto, critica tanto al humanismo existencialista de Sartre y la
fenomenología como al marxismo humanista de los filósofos oficiales del Partido Comunista Francés.

La oposición de Althusser al voluntarismo, el pragmatismo y el empirismo significaba poner en discusión ideas del
marxismo, como las de consciencia de clase, praxis y el materialismo histórico y dialéctico. Todo esto siendo
Althusser un filósofo afiliado al PCF y que apoyaba su argumentación en citas de Lenin, Mao y Stalin. En este
sentido, buscó una reforma intelectual desde el interior del partido.

Althusser propuso la idea de un materialismo “aleatorio”, con la pretensión de liberar a la historia de cualquier
determinación que no fuera su estructuración fundamental, que es anónima y sin fines propios. Rechazó toda forma
de historicismo y de sujeto histórico, dado que estos introducen teleologías que no se condicen con el estudio de las
estructuras. Este antihumanismo daba paso a una temporalidad sin actores, un transcurrir de eventos dependiente
de condiciones estructurales, no de la agencia de figuras específicas.

Según Althusser el humanismo era una ideología, y ésta dentro de su pensamiento estaba enfrentada a la idea de
ciencia. Consideraba que la ideología es un sistema de representaciones históricamente determinado, que define, de
modo inconsciente, cómo las personas experimentan el mundo y actúan sobre él. Es decir, una estructura, entendida
como totalidad articulada de modos de producción, propaganda política, instituciones y regímenes sociales, que se
impone como condición de posibilidad de la acción colectiva e individual por fuera del registro de la consciencia. La
ideología sería esencialmente una serie de preceptos prácticos, es decir, orientaría las acciones en función de hechos
y situaciones que se presentan a la consciencia como realidades autoevidentes.
Frente a esto, para Althusser hay que desconfiar de la realidad de las relaciones sociales tal y como se presentan, y
analizar los discursos y conceptos. La separación entre ciencia e ideología de Althusser sostiene la perspectiva clásica
según la cual un pensamiento científico sólo es confiable si se sustrae de sus aspectos valorativos y resultados
técnicos.

De forma contraria a la ideología, la ciencia para Althusser era una actividad fundamentalmente intelectual,
desprendida de las exigencias prácticas. El objetivo central de toda ciencia era producir conocimiento (que para él
equivale a “teoría”) a partir de establecer un objeto de estudio. Cada disciplina científica sería definida por un único
objeto, propio y exclusivo, que no es dado por la realidad, sino que es producto de una teorización deliberada.
Mediante tal modo de producir conocimiento las estructuras podrían ser reveladas y así desmontar las ilusiones que
ellas generan, sean idealistas o empiristas.

Una vez equiparadas teoría y ciencia, el conocimiento generado brindaría las bases y la guía para cambiar el
mundo, sirviendo así a la revolución.

Althusser sostenía una idea del avance del conocimiento científico basado en “rupturas epistemológicas”. “La
batalla filosófica número uno se da en la frontera entre lo científico y lo ideológico”.

Althusser tuvo a Lacan como uno de sus referentes intelectuales y promovió que el psicoanálisis sea considerado
una ciencia. Sostenía también que la psicología había sido fundada por Freud, y que por tanto la esencia del objeto
que la psicología debía desarrollar, la esencia del psiquismo, era el inconsciente.

Los objetos científicos de una disciplina en particular no podían ser “homologados o transaccionados” con los
objetos de otras disciplinas, ya que eso los transformaría en ideología. Consideraba que el diálogo del psicoanálisis
con la psicología, la psiquiatría, la sociología, la antropología, la neurología y la filosofía había llevado a que éste
devenga “una técnica de readaptación emocional o afectiva, una reeducación de la ‘función relacional’ que nada
tienen que ver con su objeto”. Es decir, el ideal de pureza disciplinar basada en la demarcación de objetos de
estudio sería suficiente para evitar que el psicoanálisis deviniera una ideología al servicio de la opresión cultural.

Esto ubicaba al psicoanálisis como la disciplina modelo de la refundación epistemológica que el estructuralismo se
proponía: lo que hizo Lacan con el psicoanálisis es lo que debía hacerse en el resto de las disciplinas. Y entonces, si
sólo el psicoanálisis de Lacan cumplía plenamente con los criterios de cientificidad, toda otra disciplina “psi” era
ideológica y debía o subsumirse al psicoanálisis o rechazarse.

Caída del estructuralismo:

A partir de la segunda mitad de la década de 1960, el estructuralismo comenzó a perder terreno y muchos de los que
fueron sus representantes modificaron su pensamiento. Esto sucedió porque las movilizaciones obreras y
estudiantiles que eclosionaron en mayo de 1968 mostraron que la autonomía, la voluntad y la agencia política no
podían ser adecuadamente pensadas por el estructuralismo, lo que conllevó un fuerte descrédito a la corriente y una
crítica abierta a sus referentes.

Althusser, por su parte, comenzó un proceso de autocrítica que lo llevó a abandonar muchas de las posturas de la
década de 1960, y reformular fuertemente su concepción marxista.

El estructuralismo no logró fundar una epistemología definitiva para las ciencias humanas por problemas en el
proyecto mismo:

- Hubo desacuerdos sobre aspectos filosóficos básicos y diferencias entre los problemas de cada disciplina.
- No queda claro cuál es el estatuto metodológico de la definición misma de estructura, dado que ocupaba al
mismo tiempo el lugar de un presupuesto de partida y de una realidad a indagar.
- No logró delimitar cabalmente objetos, métodos y sujetos, y por eso no fue una propuesta superadora. Nunca
logró tal propósito y tuvo dificultades para considerar qué evidencia sustentaba o complementaba la elucidación
teórica derivada de dicha formalización. Este punto era crítico, ya que, por el modo en que la metodología y la
evidencia se subordinaban a la teoría, el estructuralismo tendía a un teoricismo fuertemente abstracto y
difícilmente contrastable.
- La idea de que las estructuras estaban conformadas en lo esencial por reglas lingüísticas que operaban por fuera
de la consciencia conllevó a concepciones empobrecidas de la psiquis, la sociedad, la cultura, la política, la
historia y la economía, cuyas características no pueden ser reducidas a propiedades combinatorias plenamente
autónomas de los elementos del lenguaje.

El estructuralismo como proyecto general para las ciencias del hombre cayó por el peso de sus pretensiones y fue
una de las últimas epistemologías que se propuso como un marco totalizador y universalista para el conjunto de las
ciencias humanas y sociales.

La profesionalización de la psicología en Argentina:

En el proceso de creación de las carreras de psicología en la Argentina se dieron problemas acerca de la


conformación de la identidad profesional y los ámbitos de trabajo del psicólogo local, que establecieron las
condiciones de recepción del estructuralismo francés. La creación de una nueva carrera universitaria siempre está
acompañada de una serie de decisiones institucionales y epistémicas:

- Qué contenido se enseñará.


- Quién enseñará esos contenidos, dado que no hay un profesional preexistente.
- Qué rol profesional se espera del graduado de la nueva carrera.
- Los aspectos legales de la nueva profesión: cómo los saberes y prácticas psicológicos se van a ajustar a los
marcos jurídicos e institucionales locales, y qué derechos y obligaciones tienen tanto los nuevos profesionales
como los diversos usuarios de sus servicios.
- Cómo las discusiones políticas de un contexto determinado van a modular los objetivos y propósitos del nuevo
profesional; lo que define la agenda de problemas y las posibles articulaciones entre una disciplina y la
comunidad donde actuará. Lo que se plante es cómo esos profesionales pueden devenir actores relevantes para
la población, tanto para los sectores con necesidades específicas como para aquellos con poder de decisión.

Al crearse las primeras carreras de psicología en Argentina, gran parte de los docentes provenían de la medicina y la
filosofía, las disciplinas que habían trabajado localmente sobre la psicología desde el siglo XIX. En particular, varios
de los miembros más renovadores de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), como los psiquiatras Pichón
Rivière y Bleger, tuvieron una presencia importante en las carreras, por lo cual el psicoanálisis fue parte central de
las tensiones entre médicos y futuros psicólogos. La situación era paradójica, ya que el psicoanálisis se presentaba
como un saber importante en la formación de los psicólogos, pero la única institución que acreditaba la formación
en ese saber era privada y limitada a los médicos. Además, gran parte del sector médico-psiquiátrico se opuso a que
los futuros psicólogos realizaran psicoterapia debido a su falta de formación médica, que les impedía reconocer
causas y procesos somáticos de los padecimientos mentales. Así, el rol ofrecido por la formación universitaria era
un híbrido; y ofrecía solo dos posibles futuros: el del “médico intelectual” o el de una “clínica filosófica”. Esto por un
lado constriñó a los psicólogos a los saberes y prácticas del ámbito de la salud, y por el otro, los puso en una
situación de precariedad laboral, ya que sin habilitación legal no tenían garantías básicas para ejercer.

Bleger, Itzigsohn y Caparrós: los tres eran psiquiatras, y formados políticamente dentro del Partido Comunista
Argentino (PCA), aunque Bleger además era miembro de APA, mientras que Itzigsohn y Caparrós pertenecían a la
corriente pavloviana impulsada por el PCA.

Tres de los libros que Bleger publicó eran una respuesta a los desafíos de la organización de la carrera de
psicología:

- En “Psicoanálisis y dialéctica materialista” (1958) buscaba dialogar principalmente con sus colegas de la APA y
el PCA, intentando mostrar, recuperando a Politzer, que el psicoanálisis y el marxismo comunista eran
compatibles, lo que permitiría pensar políticamente al psicoanálisis y complementar la teoría marxista con un
plano psicológico. En este libro ofrecía un modelo de articulación del pensamiento político con la actividad
disciplinar profesional.
- En el libro “Psicología de la conducta” (1963) Bleger ofrecía una selección de conocimientos psicológicos básicos
y establecía la agenda de saberes pertinentes para la psicología local: psicoanálisis, psicología de la Gestalt y
conductismo, primordialmente, pero también neurofisiología y psicología infantil, sumado a bases filosóficas
marxistas, fenomenológicas y existencialistas.
- En “Psicohigiene y psicología institucional” (1966), ofrecía un rol profesional que parecía solucionar la
encerrona en que se encontraban los estudiantes y primeros profesionales (TEXTO DE BLEGER). La distinción
que hacía entre el rol del psiquiatra y el del psicólogo buscaba mostrar una posible complementariedad de la
división del trabajo: los psiquiatras, mejor entrenados para atender caso por caso patologías muchas veces
irreversibles, ya eran de por sí un recurso humano insuficiente para dar cuenta de esta demanda, mucho menos
objetivos de mayor alcance; los psicólogos, que para mediados de la década de 1960 eran mucho más
numerosos que los psiquiatras, podían dirigir sus esfuerzos a una psicoprofilaxis que disminuiría la prevalencia
de las psicopatologías a mediano y largo plazo, aliviaría el trabajo de los psiquiatras y conllevaría con ello una
modificación de un sistema de salud mental a nivel nacional.

Itzigsohn y Caparrós tuvieron a cargo las materias introductorias de la carrera de psicología de la UBA. Ambos
mantenían, como Bleger, una postura heterodoxa frente a la psicología, aunque mantenían su distancia con el
psicoanálisis. Optaron por promover a psicólogos del desarrollo como Vygotski y Wallon, psicólogos soviéticos como
Rubinstein y Luria, y a psicoterapeutas soviéticos y franceses abonados a los enfoques neo-pavlovianos y los
modelos dinámicos de Janet y Adler.

Bleger, Itzigsohn y Caparrós tenían en común: la idea de que era necesario pensar la psicología desde un marxismo
comunista no ortodoxo; y también que la psicología estaba compuesta de saberes muy diversos y que era necesario
un modelo que los articule en “niveles de integración”, ya que cada corriente psicológica era fuerte al analizar planos
específicos de la realidad psíquica, pero cada una insuficiente como modelo general de la psiquis, y por ende
resultaba necesario hallar las relaciones entre esos planos para obtener una concepción total del ser humano.

Diferencias en el pensamiento de Bleger, Itzigsohn y Caparrós: diferían en el modo en que concebían la articulación
del activismo político con la práctica profesional, especialmente entre Bleger y Caparrós.

Frente al fuerte activismo (comunista) del estudiantado, Bleger sostuvo que los psicólogos se “automutilan” si
subordinan sus saberes específicos a una agenda política, para lo cual remitió a Politzer, quien al afiliarse al PCF
inmediatamente rechazó el psicoanálisis, a pesar de que poco antes lo había considerado un saber importante para
la psicología. Para evitar eso, los psicólogos debían considerar a sus ideologías como un instrumento más entre otros
para guiar su práctica. Básicamente, para Bleger, la ciencia no debía perder su autonomía frente a las agendas
políticas, algo que para él había sucedido con la psiquiatría comunista. Caparrós, al contrario, rechazó toda postura
“profesionalista” y afirmó que si la psicología quería ser parte de cualquier tipo de proceso liberador, la ideología
debía ser el punto de partida de sus saberes y prácticas. Para ello, apeló a Politzer y Wallon, quien también fue
miembro del PCF y participó de la resistencia a la ocupación nazi, como dos autores que, porque estuvieron
comprometidos políticamente, lograron producir saberes novedosos en filosofía y psicología, respectivamente.

Ante eso, Bleger respondió “Wallon supo tener su posición ideológica, pero nunca se dejó atropellar, jamás se dejó
anular como psicólogo”. A lo que Caparrós sostuvo: “La forma más alta de vivir es participar de la transformación de
nuestra sociedad, es decir, es militar. Sin la militancia es imposible realizar una verdadera comprensión y terapéutica
de hombre alguno”.

La disputa pasaba así por dos problemas: ¿es la psicología un saber más o menos científico si incorporan las
perspectivas políticas? ¿La práctica profesional debe o no estar guiada por la militancia? Sin embargo, ambos
asumían que la psicología no podía ser indiferente a la política, y que el marxismo era el marco de pensamiento
primordial.
En 1966 hubo un cambio drástico en el escenario político y académico, debido al Golpe de Estado y la nueva
intervención de la universidad, que impactaron de modo muy particular a la carrera de psicología de la UBA. Luego
de la “noche de los bastones largos”, casi la totalidad de los docentes de izquierda de la UBA renunciaron como
forma de protesta, entre ellos, Bleger, Itzigsohn y Caparrós. Ello dejó acéfala la carrera de psicología de la UBA y con
un importante faltante en el plantel docente.

Ipar, El interventor de la carrera, conocido por su orientación política de derecha, su tradicionalismo psiquiátrico y su
rechazo a que los psicólogos realicen psicoterapia, tuvo sin embargo una decisión peculiar frente a las vacantes:
decidió repartir de modo relativamente ecuánime los cargos docentes entre tres grupos: los psiquiatras afines a él,
los psicoanalistas de la APA, y los psicólogos de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA). Esta última
había sido fundada en 1962 y fue la primera organización en representar los intereses de los nuevos profesionales.

Esta decisión permitió, por primera vez, que psicólogos profesionales estuviesen a cargo de varias materias, es
decir, que ellos mismos decidan cómo formarse, sin responder ya a otras profesiones o disciplinas. Hasta este
punto, el debate sobre qué debían saber y hacer los psicólogos había tenido una fuerte presencia de los médicos,
que proponían y disponían. Esta incipiente autonomía de los psicólogos, propiciada por una inesperada oportunidad
en el contexto de la dictadura, se combinó con una radicalización política del estudiantado, que se intensificó con la
nueva intervención de la universidad.

El psicoanálisis estructuralista argentino:

La divulgación local del estructuralismo ocurrió con fuerza entre 1965 y 1975, tanto en la academia como en el
activismo político, justamente cuando en Francia esa corriente de pensamiento estaba en pleno declive.

Para 1966 el psicoanálisis ya era la corriente hegemónica en la psicología local. Sin embargo, los referentes de la
APA se encontraban en un momento de fuerte crítica a su institución, por los sucesivos cuestionamientos a la
organización internacional del psicoanálisis por parte de un sector de izquierda y por la creciente radicalización
política en el ámbito “psi”, consonante con el clima político general de la universidad y la sociedad en su conjunto.
Esto produjo críticas externas e internas que condujeron a que varios miembros importantes de la APA rompieran
con la institución. Bleger decidió permanecer en esta.

Luego de 1966, se profundizó una cultura de doble formación paralela entre los estudiantes de psicología. A pesar
de su amplia implantación en las carreras de psicología en la Argentina, el psicoanálisis nunca tuvo una relación
fluida con la instrucción universitaria y su transmisión se desdobló entre la educación formal y la enseñanza
informal, siendo la segunda la que contaba con legitimidad política y epistémica. Esto hizo que la carrera deviniera
un requisito para obtener un título, mientras que el conocimiento valioso quedaba descentralizado en grupos de
estudio, seminarios, instituciones privadas y el análisis didáctico propio. Dentro de esta dinámica se hace relevante
la figura de Masotta, un “outsider de la academia y la vida partidaria”, lo cual lo hacía una figura atractiva para los
psicólogos que desconfiaban de una universidad intervenida y de la militancia orgánica.
Masotta, para la segunda mitad de la década de 1960, devino un divulgador activo de la obra de Lacan y en 1974
fundó la Escuela Freudiana de Buenos Aires, la que se sumó a un creciente número de instituciones privadas donde
se obtenía formación psicoanalítica. Así, el estructuralismo francés en general, y Lacan en particular, fue
principalmente promovido por filósofos, sin formación en la APA ni vínculos con la psiquiatría.

Sin embargo, entonces Lacan no era aún una autoridad dentro del psicoanálisis y la psicología local, sino que fue la
obra de Althusser la que transformó el modo en el que los psicólogos justificaron su apropiación del psicoanálisis y
su vinculación a la política. Mediante una serie de polémicas que tuvo a Masotta como principal referente, se
cristalizó una identidad profesional y se sentaron las bases para el surgimiento de un lacanismo argentino.

Una polémica que ilustra el modo en que los psicólogos abonados al estructuralismo buscaron desmarcarse de los
psiquiatras fue la de Danis y Harari, ambos miembros importantes de APBA.

Danis retomaba la propuesta psicohigiénica de Bleger (de que el psicólogo debía que estar orientado a intervenir
en modalidades grupales y comunitarias, donde “la investigación de lo inconsciente, aun cuando su tentación sea
muy grande, no será reconocida como su principal misión”; y por ello “su encuadre va a ser más elástico, más
amplio, más colorido que el de su colega psicoanalista”). Según su perspectiva, para la psicología no se trataba de
ubicar al psicoanálisis como un fin en sí, sino como parte de un “bagaje instrumental” para ser aplicados a las
problemáticas ligadas a cambios sociales, aun cuando ello signifique perder el “estado de pureza” respecto de cómo
fueron generados por los psicoanalistas acreditados.

Harari responde a Danis, pero en verdad responde a los psiquiatras comunistas de la carrera de psicología (que
eran los que planteaban esto). Desde el estructuralismo francés, Harari dejaba en claro que la psicología era
fundamentalmente una ciencia humana porque lo inconsciente daba cuenta de un “pasaje de la Naturaleza a la
Cultura –a la Ley del Orden de Lacan, a la Ley de Cultura de Althusser”. Esta demarcación de las ciencias naturales
implicaba diferenciarse de los psiquiatras pavlovianos y su “psicología de los perros salivadores”. “Exclusión para el
psicólogo, en conclusión, de los animales; de lo fenoménico exclusivo (apariencial y distorsionante); de lo
laboratorial (cuando totaliza lo parcial y lo artificial del experimento)”. Así, Harari ubicaba al estudio de lo
inconsciente y al “método clínico” psicoanalítico como el punto de partida para el quehacer del psicólogo como
científico humano.

Difería con Danis y su apelación al modelo profesional propuesto por Bleger porque, si bien ambos coincidían en que
el psicólogo podía perfectamente trabajar como psicoanalista, para Danis esto podía ser complementario mientras
que para Harari era necesario, dado que la teoría psicoanalítica era “la que facultará al psicólogo tanto para la
construcción del dato encuadrado en función de los objetivos, como para la consolidación de una acción técnica
concorde a los mismos”. Para Harari, de la psicopedagogía clínica a la selección de personal, pasando por los grupos
operativos y trabajo comunitario, todos los espacios de trabajo admitían la aplicación plena del psicoanálisis. Sin
embargo, no buscó destacar las aplicaciones múltiples del psicoanálisis, que no estaban cuestionadas, sino la
facultad del psicólogo de producir teoría psicoanalítica con igual o mayor validez que los médicos.
Para Harari, la propuesta de Bleger mantenía el monopolio de la producción y legitimación de saberes
psicoanalíticos para la APA, y por tanto a los psicólogos sólo les quedaba el lugar de técnicos, el cual se percibía
como una nueva subordinación a la medicina. Sostenía que la autonomía de los psicólogos pasaba por producir
ellos mismos los saberes y prácticas que consideraban necesarias, dado que la construcción misma de los
conocimientos brindaba legitimidad y determinaba las subsecuentes aplicaciones. Harari cuestionó entonces la
jerarquía epistémica de los psiquiatras y miembros de la APA respecto del psicoanálisis, pero este cuestionamiento
terminó por homologar al psicólogo con el psiquiatra (que cuestionaba lo mismo al psicoanalista).

García sostiene que Harari no ofrecía alternativas prácticas a las de los médicos y psiquiatras psicoanalistas
tradicionales, sino que lo que buscó fue desplazar a la APA como un centro de acreditación, dado que representaban
un psicoanálisis anglosajón que, a la luz del estructuralismo althusseriano, era visto como una ideologización de las
ideas de Freud. Para Harari no se trataba de que el psicólogo tuviera un rol diferente, sino de disputar la clínica
individual a la psiquiatría mediante la postulación de un psicoanálisis superador al de la APA.

Por otro lado, a la tensión sobre quién definía la cientificidad de la psicología y el psicoanálisis, se cruzaban también
las diferencias políticas, que cobraban peso conforme se desarrollaba la década de 1970. Caparrós comenzó a
pronunciarse fuertemente en contra del psicoanálisis, por una parte porque no consideraba que tuviese un estatuto
científico sostenible, y por otra porque era esencialmente “contrarrevolucionario” por su base ideológica, ya que era
parte del colonialismo cultural del imperialismo occidental.

Caparrós militaba en el peronismo revolucionario. Para él, todo psicoanálisis, fuera el heterodoxo de izquierda
(psiquiatras comunistas) o el ortodoxo apolítico (estructuralista), “pese a algunos aciertos parciales está constituido
y ligado indisolublemente sobre la base de premisas ideológicas falsas” y por ello “el psicoanálisis y su práctica no
son, ni pueden ser nunca una actividad antiimperialista”. Frente a esto, Caparrós proponía una psicología “popular y
nacional” cuyas bases ideológicas suplantaran al psicoanálisis y toda otra psicología funcionales al imperialismo.

Harari, también vinculado con el peronismo, discute con Caparrós. Desde la perspectiva althusseriana, desestimó las
ideas de Caparrós como un “economicismo grosero” guiado por “un sentido común precientífico, intuitivo y
empirista”, que no era otra cosa que un “pseudomarxismo”. Acorde al filósofo comunista francés (Althusser), Harari
sostuvo que un cuerpo de conocimientos científicos “está desprovisto de ideología, si es que es científico”, y por
tanto “es improcedente pensar en ideologías falsas o verdaderas; son por definición falsas”. Así, Harari Reivindicó la
cientificidad del psicoanálisis, dado que éste cuenta con un “concepto formal y abstracto del inconsciente”.

Caparrós cuestiona también el psicoanálisis estructuralista (en el que Harari se asentaba). Para él, una psicología
“nacional y popular” debía dar cuenta de los factores sociales locales y específicos del proceso de individuación, sin
subordinarse ni a las bases biológicas de la neurofisiología pavloviana, ni a las determinaciones socio-económicas del
marxismo, ni a las estructuras ahistóricas y universales de los sistemas de parentesco de Lévi-Strauss.
Esta perspectiva que Caparrós acentuaba era precisamente la que Althusser rechazaba como ideología: “No se
trata de sustituir la ideología por la ciencia, sino fundamentar científica y conscientemente (replanteándose
continuamente en función de la experiencia) la ideología. Y a su misma vez que ésta en una sociedad sin clases o en el
seno de las organizaciones revolucionarias que luchan por conquistarla, es un estribo para nuevos desarrollos
científicos. En este caso la ideología no surge como mitificación, sino esclarecimiento y meta a alcanzar; y no como
vivencia inconsciente sino como consciencia que guía la acción”.

Por su parte, algunos de los psicoanalistas de izquierda que rompieron con la APA, aunque encontraban
interesantes ciertas ideas de Althusser y Lacan, también fueron reticentes ante la crítica de los psicólogos que
impulsaban un psicoanálisis estructuralista.

A pesar de estos cuestionamientos, los psicólogos no dejaron de promover el psicoanálisis estructuralista contra
los posicionamientos de los psiquiatras.

Sastre, frente a las diversas propuestas de Bleger de integrar el psicoanálisis con otros saberes psicológicos y
psiquiátricos, sostuvo que eso “implica la necesidad de ideologizarlo, despojándolo de la cientificidad que le imprime
su carácter de teoría de lo estructural”. En este sentido se opuso a cualquier proyecto psicológico que busque
articular al psicoanálisis con otras corrientes: “Ante el peso sacralizado que tiene esta ideología en nuestro medio
podemos responder con la intención de estudiar y desarrollar una ciencia del inconsciente”.

Para mediados de la década de 1970, el althusserianismo terminó por imponerse en el campo “psi” argentino y
devino un marco de autorización incluso entre las figuras disidentes de la APA.

Braunstein y sus colaboradores partían de la idea de “ruptura epistemológica” según la cual el psicoanálisis y el
materialismo dialéctico, en tanto ciencias, eran tan revulsivas con la ideología capitalista como la física y la química
lo habían sido con el pensamiento religioso medieval. Así, la ciencia debía oponerse al mundo de las apariencias, en
el cual los sectores dominantes buscan perpetuar su ideología. La psicología debía posicionarse dentro de la buena
ciencia si quería ser efectiva en una política libertaria. Correspondientemente, todo saber no considerado científico
devenía retrógrado, y todo sector dominante por definición no podía producir ciencia verdadera. Bajo esta lógica
se cuestionó una psicología considerada “clásica”, “oficial” u “académica” por definirse a partir las apariencias de
objetos mal delimitados (la consciencia y la conducta), que sólo conducen a tecnologías de “adaptación” las
condiciones de explotación social. En contraposición, el psicoanálisis, que poseería un objeto bien delimitado y
propio, desligado de las apariencias, debía ser para toda psicología “su infraestructura, quizá todo su fundamento”, y
por lo tanto “la psicología académica sólo podría alcanzar estatura científica al vincularse con el edificio conceptual
de la teoría psicoanalítica que les marca su lugar”.

Con la excepción de Piaget, que parecía posible subsumirlo al psicoanálisis estructuralista, ninguna “ideología
psicológica” del momento merecía la menor consideración. De hecho, el resto de la psicología ya había quedado
atrás y las disputa central se daba dentro mismo del ámbito psicoanalítico. Los autores señalaban que el
psicoanálisis también podía ser “desnaturalizado” y reconvertido en una tecnología de “adaptación”, y sólo si se
ajusta a los criterios científicos propuestos por Althusser podían contribuir a la “desujetación” de la explotación
capitalista. En sus términos: “La psicología también es uno de los escenarios donde se libra la lucha de clases. Allí la
teoría psicoanalítica, en tanto ciencia de los procesos de sujetación/desujetación, tiene una tarea irrenunciable que
realizar”.

Así, Althusser les brindó a psicólogos psicoanalistas locales una autorización científica y una postura contestataria,
es decir, una legitimación al mismo tiempo política y epistémica. Por eso prescindieron de la psicología que los
psiquiatras comunistas ofrecieron. Éstos no sólo quedaron desacreditados frente a los psicólogos, sino que por
diversos motivos quedaron fuera del campo local: Bleger fallece en 1972; Itzigsohn y Caparrós se exilian en 1976.

La última dictadura desmanteló las iniciativas de los psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas de izquierda, y con ello
cerró el debate sobre el vínculo entre marxismo y psicoanálisis y las referencias a Althusser. Pero en términos de
identidad profesional el proceso ya se había solidificado: el psicoanálisis estructuralista, con Lacan como referente
casi excluyente, se impuso como un baluarte de los psicólogos, y los habilitó a apropiarse del modelo clínico como
metodología fundamental para producir conocimientos y la psicoterapia como tecnología y ámbito de trabajo
primordial. Esto, y la correspondiente impugnación a las psicologías que no se subordinasen a un psicoanálisis
erigido en fundamento de toda noción de psiquis, tuvieron efectos en el campo psi argentino que aún perduran.

Conclusiones

El estructuralismo francés se propuso una transformación de bases epistemológicas de las ciencias sociales y las
humanidades, aunque en Francia no logró la inserción en debates políticos generales ni específicamente un impacto
claro en la psicología sí tuvo en Argentina. Esto se dio con un desfasaje histórico importante: cuando el
estructuralismo perdía terreno en Francia, sin llegar a cumplir sus promesas científicas y con un estudiantado que lo
cuestionó, fue entonces que empezó a tener un impacto significativo en la Argentina, en particular en los
estudiantes y primeros graduados de psicología. En Francia, el estructuralismo no conllevó un debate sobre la
identidad disciplinar y el rol profesional del psicólogo; en la Argentina sí, y esa discusión además se dio dentro una
radicalización universitaria correlativa a las dictaduras y conflictos políticos latinoamericanos.

El estructuralismo fue apropiado por los estudiantes de psicología con el propósito de reparar el déficit
epistemológico que las izquierdas encontraban en el psicoanálisis; pero además devino la vía por la cual el
psicoanálisis encontró nuevos referentes. Fue mediante Althusser que Lacan ganó un espacio en la psicología
argentina. Para la década de 1980, Lacan apareció como el autor central de la psicología local. En este sentido, el
althusserianismo fue la condición de posibilidad del lacanismo en la psicología Argentina.
El modo en que los psicólogos entonces apelaron a un psicoanálisis en clave althusseriana para definir su
autonomía tuvo como consecuencia el descrédito de casi la totalidad de la psicología. Los althusserianos
estrecharon los problemas epistemológicos a una sola concepción científica, que debía permanecer incontaminada
de otros saberes, y con ello simplificaron hasta la caricatura otras alternativas. La insistencia con la idea de “ruptura
epistemológica” y la oposición entre ideología y ciencia derivó en una pretendida superioridad epistémica desde la
cual se establecieron criterios de demarcación sumamente rígidos.

Frente a las ortodoxias comunistas y psicoanalíticas, Bleger, Itzigsohn y Caparrós buscaron promover una psicología
heterodoxa, que se proponía amplia y a la vez introducía una serie de problemas clásicos de la psicología a la hora de
buscar articulaciones entre saberes muy diversos. Este intento fue impugnado por una nueva ortodoxia, esta vez
proveniente de un nuevo profesional, que buscó en el estructuralismo una única base con la cual definir toda
psicología posible, y con eso ganar la autonomía de decidir por ellos mismos qué saberes son propios de su disciplina
y cuáles no. La acusación de “empirismo” e “ideología” que Harari, Sastre y Braunstein dirigieron a sus oponentes
marcó el fin del proyecto de fundamentación marxista del psicoanálisis que Bleger había desarrollado por más de
una década, y dejó en el camino las propuestas de Itzigsohn y Caparrós de una psicología no psicoanalítica.

La recepción del estructuralismo en la psicología argentina es una historia sobre la sucesiva generación de ortodoxias
en el campo “psi”, y con ello las limitaciones que la psicología argentina tuvo en su búsqueda de alternativas teóricas
y prácticas. En este sentido, el estructuralismo en el campo psi no modificó las identidades disciplinares, sino que
fue parte de su cristalización: el rol del psicólogo como “clínico intelectual”, que se autoriza en el canon filosófico
de Europa continental y tiene el ámbito de la salud mental como espacio de trabajo primordial.

La apropiación del psicoanálisis no fue tanto una renovación de saberes y prácticas como un esfuerzo de los
psicólogos por tener igual autoridad que el médico-psiquiatra sobre el trabajo terapéutico.
El estructuralismo fue instrumental para enfrentar las críticas por la falta de formación médica, y con ello
desestimar la inhabilitación legal para trabajar con psicoterapia.
El estructuralismo que se gestó localmente enfatizó la separación entre ciencias de la naturaleza y del hombre, aun
cuando muchos referentes franceses creían en la posibilidad de encontrar lenguajes y conceptos comunes. El
psicólogo argentino emuló las tareas del psiquiatra con una filosofía antinaturalista y una clínica desbiologizada.
Este conflicto de identidades profesionales y ámbitos de incumbencia definió fuertemente la psicología local, al
punto que aún hoy esas matrices identitaria y conflictos de intereses siguen activos.

Son las coyunturas las que definen qué saberes devienen relevantes y qué se hace con ellos, incluso a pesar de que
en su origen un saber haya perdido legitimidad. Esto puede conducir a que tanto un saber poco sostenible devenga
importante en otro lugar, o que saberes sólidos no generen interés o sean rechazados por motivos no epistémicos.
No hay validez a priori de un saber en diferentes lugares y momentos; todo saber tiene una historia de producción,
circulación y recepción, y eso es lo que brinda la clave para comprender por qué ciertos saberes han ganado
visibilidad y crédito y porqué otros no.
Psicohigiene y psicología institucional – Bleger

Introducción

Sostiene que el desarrollo de la psicología durante los últimos veinte o veinticinco años había sufrido un gran salto;
desde una total desorientación y confusión de campos hacia la necesidad de orientarse en los objetivos y métodos
de la psicología y preocuparse por el desarrollo de una psicología que no fuese puramente nocional o filosófica.

Ahora sostiene que debían elaborar un nuevo paso: los problemas científicos de la psicología y el desarrollo de su
investigación no podían o no debían estar desvinculados de los requerimientos y las exigencias de la vida real y
cotidiana. El desarrollo de la psicología era para él una necesidad impostergable, de la cual dependían no sólo un
mejor conocimiento de las leyes psicológicas que rigen la conducta, sino también la posibilidad de comprender y
orientar la organización y la vida de los seres humanos.

Señala que, como especie, el humano ha aprendido a manejar la naturaleza, a construir y manejar instrumentos,
técnicas y objetos, pero no hemos aprendido todavía lo suficiente como para orientar la vida y las relaciones de los
seres humanos, ya sean faltas de carácter individual, grupal, institucional o comunitario (nacional e internacional). En
este sentido, cree que la psicología ha dejado totalmente de ser un conocimiento "de lujo" para pasar a ser una
necesidad impostergable, debido a que conocemos las leyes que rigen el movimiento de un objeto, pero no
conocemos todavía bien las leyes psicológicas que rigen la vida humana.

Entonces, sostiene que, si bien no todo depende de la psicología, esta puede y debe gradualmente ofrecerun aporte
considerable para salvaguardar y mejorar la vida de los seres humanos. Debe calar y penetrar cada vez más en la
realidad social y en círculos más amplios, incluyendo el estudio de los grupos, las instituciones y la comunidad, tanto
como problemas sociales nacionales e internacionales de todo tipo, ya que la dimensión psicológica se hace
presente en todo (porque en todo interviene el ser humano).

Se debe trabajar con una finalidad de investigación pero orientada por ciertos objetivos y finalidades, que
seguramente luego la misma investigación haría variar, mostrando caminos más fructíferos.

Bleger se propone, como docente y con este libro, reubicar la psicología como ciencia y al psicólogo como
profesional. Tiene el objetivo de promover el interés para orientar a los psicólogos en el campo de la psicohigiene, y
a la psicología en un camino que supere las antinomias entre teoría y práctica o entre ciencia y aplicación, para
constituirse en una psicología concreta.

Capítulo 5: Perspectivas del psicoanálisis y psicohigiene

Señala que se encontraban ante una verdadera situación de emergencia en lo concerniente al problema de la salud y
la enfermedad mental; y frente a la necesidad de elaborar y aplicar planes de vasto alcance social (en extensión y en
profundidad) en el terreno de la higiene mental y la salud pública. Tenían que enfrentar y resolver una gran cantidad
y variedad de sucesos y fenómenos, ya que debían tomar en cuenta no solo los enfermos mentales, sino también
las conductas antisociales y las perturbaciones conflictivas de todo tipo, y no solamente desde el punto de vista de
la terapia, sino fundamentalmente desde el enfoque de la profilaxis.

Los problemas que señala como parte de la emergencia implicaban:

- Necesidad de mejorar y difundir la asistencia a los enfermos mentales.


- Atender los requerimientos del diagnóstico precoz y la rehabilitación.
- Necesidad de actuar en situaciones que, sin ser enfermedades mentales, se beneficiarían con la ayuda
profesional del psicoanalista, psicólogo o psiquiatra.
- Gran limitación social de muchos procedimientos que son, en primer lugar, de índole terapéutica y no
preventiva.
- Gran limitación de muchos procedimientos por ser, además, de índole individual (a lo sumo grupal), pero con los
que sólo se podía atender a una pequeña proporción de individuos.
- Por la índole de las afecciones mentales, la gran mayoría de ellas requerían, en la profilaxis, atender o evitar no
causas específicas, sino una compleja constelación multifactorial de índole social (educación, relación madre-
niño, trabajo, alimentación, vivienda, etc.), con lo cual el problema a enfrentar se hacía sumamente complejo.

El problema, entonces, era social, mientras que los instrumentos de la psicología eran individuales o a lo sumo
grupales. El problema mayor era que enfocaban en primer lugar a la enfermedad y lo que se requería era la
profilaxis y la promoción del bienestar y la salud.

Tenían una inmensa tarea por realizar desde su punto de vista de profesionales de la psicología y el psicoanálisis:
Tenían conocimientos psicológicos, deducidos especialmente de la investigación psicoanalítica, que podían ser muy
beneficiosos para mejorar la vida de los seres humanos, pero el problema era cómo aplicarlos de manera que
beneficiaran a toda o gran parte de la comunidad. Era un problema de promoción de la salud, de la psicoprofilaxis
en su más alto nivel.

Señala que la solución a estos problemas no es “formar más psiquiatras y más psicoterapeutas/psicoanalistas”. Este
planteo, que supone que para enfrentar el incremento de las enfermedades mentales hay que incrementar la
cantidad de psiquiatras y psicoterapeutas, es incorrecto; debido a que era utópico pretender formar tantos
psicoanalistas como para que toda la población pudiera ser sometida al psicoanálisis (limitación del psicoanálisis
como terapia). Era imposible constituir un procedimiento eficaz para resolver los problemas de la enfermedad y de
la salud mental en la escala y extensión social en que era necesario en ese momento.

Sin embargo, sostiene que la trascendencia social del psicoanálisis reside fundamentalmente en su capacidad de
ser un método de investigación de los fenómenos psicológicos que, como tal, aporta conocimientos valiosos sobre
las leyes psicológicas que rigen la dinámica tanto de las alud como de la enfermedad y permite también
comprender y valorar los efectos de determinados sucesos sobre la formación y evolución de la personalidad.
El psicoanálisis clínico no podía de ninguna manera resolver por sí mismo el problema de la salud mental en la
amplitud y extensión en que ello era necesario; por lo tanto, la consigna de “formar urgentemente más
psicoanalistas para enfrentar el problema de la enfermedad y la salud mental” era totalmente insostenible, falsa e
inconsistente. Pero el aporte del psicoanálisis clínico, su trascendencia social, residía en el hecho de que aportaba
conocimientos relativos a la materia que investiga, en las condiciones en que lo hace, de forma que los
conocimientos los aportados por la técnica del psicoanálisis clínico sí podían y debían emplearse en vasta escala y
con gran provecho en los programas de higiene mental en una escala significativa.

Señala que los aportes del psicoanálisis clínico a nivel social podían ser usados en dos estrategias de la salud pública:

- En el orden administrativo: refiere al hecho de intervenir por intermedio de una acción gubernamental u otra
acción administrativa, influyendo leyes, status, regulaciones, costumbres, con miras de ayudar a resolver o
impedir tensiones de diferente tipo a través de cambios culturales. En este sentido, el psicoanalista, actuando
como experto, puede asesorar a los cuerpos administrativos (gubernamentales o no) en todo lo que atañe a la
salud y que en cierta medida depende de la actuación de factores psicológicos, ya sea en el sentido de mejorar o
en el de prevenir daños. Así, la acción administrativa interviene con el objetivo de reducir la incidencia de
situaciones traumáticas o de producir un incremento de satisfacción de necesidades psicológicas.

- En el orden de la relación interpersonal: refiere al uso de los conocimientos de la investigación psicoanalítica de


formas diversas: en técnicas psicoterápicas más breves (hipnoanálisis, narcoanálisis, etc.); en técnicas grupales
(en todas sus variantes) y especialmente en una nueva posibilidad, súper promisoria y en pleno desarrollo: la
psicología institucional, psicología de la comunidad y psicología de los períodos de crisis.

Lo que le interesa remarcar a Bleger son las perspectivas sociales de la utilización de los conocimientos derivados
de la investigación psicoanalítica (a los que se llega mediante la técnica del psicoanálisis clínico).

Psicoanálisis aplicado: no se trata únicamente de Ia aplicación del psicoanálisis, sino de un verdadero


procedimiento de investigación. Al igual que el psicoanálisis clínico, el aplicado reduce también la complejidad de os
fenómenos, pero en una dirección muy definida: la amortiguación del impacto directo de la relación transferencial-
contratransferencial. Uno de los campos en que se utiliza el psicoanálisis aplicado es el estudio de obras literarias o
artísticas, así como también puede ser beneficioso en el caso de distintas manifestaciones culturales y de distintos
comportamientos o actividades (el espectador, el artista, el inventor, etc.); y también en el estudio de pautas
culturales y en el de la interacción individuo-sociedad.

El psicoanálisis aplicado no es independiente del psicoanálisis clínico, y Bleger sostiene que debe haber interacción
y enriquecimiento recíproco entre ambos. Los resultados del psicoanálisis aplicado tienen los mismos beneficios y
las mismas limitaciones sociales que los resultados del psicoanálisis clínico: no se puede basar directamente en
ellos un beneficio inmediato y directo sobre la salud mental de una comunidad entera; pero sus aportes pueden ser
vehiculizados de la misma manera que con los del psicoanálisis clínico.
Psicoanálisis operatorio: puede ser considerado como una variante del psicoanálisis aplicado, porque se realiza
fuera del contexto en el que se lleva a cabo el psicoanálisis clínico, pero tiene algunas características especiales que
lo diferencian del psicoanálisis aplicado:

- Se utiliza en situaciones humanas de la vida corriente, en cualquier actividad o quehacer o en toda institución
en la que intervienen seres humanos, es decir, en la realidad y la situación viva y concreta (educación, trabajo,
juego, ocio, etc.) y en situaciones de crisis normales por las que necesariamente pasa el ser humano (cambios de
lugar, de estado civil, de empleo, paternidad o maternidad, muerte de familiares, etc.), además de las crisis
normales del desarrollo.

- Se indaga, al igual que en el psicoanálisis aplicado, los dinamismos y las motivaciones psicológicas
inconscientes, pero se utiliza dicha indagación para lograr modificaciones a través de la comprensión de lo que
está ocurriendo, cómo y por qué. Esta intervención (operación) se realiza a través de múltiples procedimientos:
interpretando las relaciones, la tarea, los procedimientos, la organización, la institución, la comunicación, etc.,
para lograr una modificación de las situaciones, la organización o las relaciones interpersonales en función de la
indagación realizada y de las conclusiones obtenidas. Al introducir la modificación o interpretación, se hace a
modo de hipótesis, de tal manera que la misma se ratifica o se rectifica con la continuidad de la observación tras
la introducción del cambio.
El psicoanálisis operatorio, entonces, no consiste en una operación única, sino en una reiteración
enriquecedora del mismo circuito formado por la observación-intervención-observación. El objetivo de esto es
un proto-aprendizaje, es decir, que los seres humanos puedan reconocer y reflexionar sobre lo que ocurre en un
momento dado, reconocer las motivaciones, actuar de acuerdo a ese conocimiento sin sucumbir de inmediato a
la ansiedad ni recurrir a mecanismos de defensa perturbadores.
Toda la psicología y psicoterapia grupal de inspiración psicoanalítica debe ser incluida como variantes del
psicoanálisis operativo.

El psicoanálisis operativo abre perspectivas sumamente importantes en el campo de la higiene mental y en el


de la psicoprofilaxis, en el hecho de posibilitar una utilización del psicoanálisis en una escala de verdadera
trascendencia social. No es este un psicoanálisis nuevo y distinto; sino que es una estrategia para utilizar los
conocimientos psicoanalíticos.

La formación del psicoanalista debía:

- No admitir ninguna urgencia (exterior ni interior) por formar más y más psicoanalistas con el supuesto de que los
necesitaban urgentemente para resolver el problema social de la salud y la enfermedad mental.
- Seguir formando psicoanalistas en la cantidad que su organización permitiera, sin disminuir ninguna de las
condiciones y exigencias que tenían postuladas para ello y que garantizaban una buena formación.
- Revisar los programas de estudio, de tal manera que no estuvieran orientados a formar profesionales del
psicoanálisis sino investigadores del psicoanálisis. Esto significaba el incremento de la enseñanza de la
metodología, filosofía de la ciencia, procedimientos de verificación, modelos conceptuales, etc. Significaba
también extremar los criterios de selección de candidatos a psicoanalistas y orientar los criterios de selección
hacia ese objetivo de formar investigadores.
- Remarcar que el único organismo encargado y habilitado para formar psicoanalistas era el Instituto de
Psicoanálisis.

Los psicoanalistas formados en el Instituto de Psicoanálisis debían consciencia de su función de investigadores


especializados en el método del psicoanálisis clínico, y, si les interesara, debían también aplicar sus esfuerzos en el
desarrollo y la investigación del psicoanálisis aplicado y operativo; y/o cumpliendo también funciones de asesores o
consultores en los problemas de la higiene mental y la salud pública.

El eje fundamental era la formación del psicoanalista clínico, como científico y técnico de un método de
investigación; conocedor de la trascendencia social de su tarea y de las vías factibles de contacto y enriquecimiento
en la acción de la Salud Pública y la Higiene Mental; con una relación esclarecida con otros profesionales, entre
estos, especialmente con los médicos y los psicólogos.

Psicología y psicólogos (el rol del psicólogo para Bleger):

Los psicólogos no pueden ingresar en el instituto de Psicoanálisis y, por lo tanto, no pueden ser psicoanalistas. Hay
una sola clase de psicoanalistas: los formados en el APA; y Bleger se opone fuertemente a la creación de estructuras
informales o marginales.

Sostiene que en el momento en que los psicólogos pudieran (por razones legales o por decisión de los organismos de
la Asociación Psicoanalítica) ingresar en la formación psicoanalítica que da el Instituto de Psicoanálisis, podrían ser
psicoanalistas a la par de los demás; pero que por el momento no debía haber posibilidad de ser psicoanalista "a
medias" ni psicoanalista "de mercado negro".

La función del psicólogo no es la psicoterapia, sino la psicohigiene: la administración de los recursos psicológicos
por medio de la intervención profesional en las condiciones habituales y concretas de la vida diaria o en los
momentos críticos normales del desarrollo o en momentos de crisis de situaciones vitales, trabajando en la
comunidad y en distintas instituciones no médicas.

Sostiene que los psicólogos debían recibir formación en psicoanálisis, pero sin dejar de ser psicólogos, y sin
transformarse en psicoanalistas silvestres o en terapeutas. Tampoco deben tomar para sus condicione de trabajo
profesional el modelo del médico, ya que, sostiene Bleger, la organización misma de la medicina como tarea
profesional de carácter individual y fundamentalmente orientada a la curación (asistencial) y no a la prevención o a
la higiene debía ser reformada.
El psicólogo debía estar legalmente autorizado para ejercer la psicoterapia, pero no debía ser alentado a ello, sino
que debían estar orientados profesionalmente, desde el punto de vista social, al campo de la psicohigiene, y las
carreras de psicología debían darles los conocimientos e instrumentos necesarios para actuar antes de que la
gente se enfermara, dentro de actividades grupales, institucionales y de trabajo en la comunidad.

Esta posición de Bleger con respecto al rol del psicólogo se debe a que para él no era lo óptimo preparar
profesionales que se dedicaran en mayor medida a la actividad asistencial e individual, porque lo que necesitaban en
ese momento era la atención de la salud pública en el plano de la promoción de la salud y en escala social.

El campo específico del psicólogo es el de la psicohigiene, no el de la enfermedad mental. Con psicohigiene se


refiere a la utilización de recursos, conocimientos y técnicas psicológicas para promover la salud de la población (y
no sólo evitar enfermedades); así como también la administración adecuada de esos recursos a nivel de la
organización de la comunidad. El campo fecundo de la actividad profesional del psicólogo está principalmente
fuera de la medicina y fuera de la enfermedad.

Entonces, según él a los psicólogos se les debía enseñar psicoanálisis, pero no se los debía transformar en
“psicoanalistas silvestres”. No se les debía enseñar a manejar el psicoanálisis clínico, pero sí debían tener
información correcta y completa sobre este, para poder incorporar el manejo del psicoanálisis operativo. Debían
tener también una información correcta y profunda sobre los conocimientos que aporta el psicoanálisis clínico,
sobre todo en lo referente al comportamiento humano, para que lo pudieran utilizar en su trabajo profesional
específico, es decir, el de la psicohigiene.

Teniendo esto en cuenta, Bleger afirma que la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) debía organizar un instituto
donde se impartiera esta enseñanza a los psicólogos; una enseñanza fundamentalmente centrada en la teoría
psicoanalítica y en la adquisición de un pensamiento dinámico.

El psicoanálisis y los médicos:

Bleger sostenía que la APA debía crear también un instituto encargado de transmitir a los médicos la información
necesaria y la formación requerida para incorporar un pensamiento psicoanalítico, pero de forma que ellos no
abandonaran su campo específico de trabajo, sino que incorporaran el manejo de los factores psicológicos dentro de
su propio campo de trabajo y de sus propias técnicas.

No se debían fomentar (y se debía impedir) que todo médico que se acercara al psicoanálisis abandonara su campo
específico para transformarse en psicoanalista (y menos aún en psicoanalista silvestre).

Lo óptimo sería que el médico continuara con su propia especialidad, pero incorporando en la misma la dimensión
psicológica en todo su quehacer: en la relación médico-paciente, en su actitud, en la indagación y manejo de las
situaciones conflictivas; sin que eso implicara una trasformación en psicoterapeuta y el abandono de su especialidad.
Un ensayo previo en esta dirección que señala Bleger como posible era formar pequeños grupos de estudio con
médicos de igual o distintas especialidades, los cuales (previa selección)podrían formarse en un grupo de estudio
dirigido por un psicoanalista en el que se estudiasen los problemas psicológicos de sus pacientes y los de sus
procedimientos diagnósticos y terapéuticos, analizando los problemas prácticos de su quehacer profesional y
adjuntando cuando fuera necesario la información teórica correspondiente.

Señala que el psicoanalista podría enseñar los aspectos dinámicos y psicológicos implicados en la tarea sólo a través
de la revisión de sus tareas prácticas y de sus modelos conceptuales.

Para los médicos debía haber, entonces, una formación psicoanalítica seria en los aspectos que les fueran
necesarios, pero para que pudieran seguir desenseñándose mucho mejor dentro de sus tareas específicas y dentro
de su propio campo de trabajo. Esto debía suceder en escuelas institutos privados que enseñaran psicoanálisis,
pero siempre que estas escuelas no se constituyeran en escuelas de psicoanalistas silvestres, sino que se atuvieran a
la teoría psicoanalítica y la teoría de la técnica; y lograsen la adquisición de un pensamiento dinámico, un
pensamiento psicoanalítico integrado en el quehacer de cada especialista de la medicina.

Otros problemas relacionados:

Más adelante, señala, deberían contar con la posibilidad no sólo de extender los grupos de enseñanza a otros
profesionales o líderes en distintas actividades, sino de crear también un Centro de Consulta en el cual los
psicoanalistas pudieran intervenir asesorando sobre los problemas psicológicos a distintas instituciones o a personas
"claves" de la comunidad.

En cuanto a la técnica a seguir en los grupos de enseñanza del psicoanálisis a médicos y psicólogos, señala que habría
que sistematizar distintos instrumentos didácticos, pero que ya había psicoanalistas con experiencia en grupos de
enseñanza con técnicas operativas, con "role playing" y otros procedimientos.

También señala que debían considerar el problema de los controles o de la supervisión del trabajo de psicólogos,
psiquiatras y médicos de otras especialidades. Sostenía que los candidatos que cursaran los seminarios del Instituto
de Psicoanálisis no debían tomar a su cargo ninguna tarea de este carácter hasta egresar. Por otro lado, el control
debía centrarse sobre la comprensión psicoanalítica de la tarea, de la situación, del paciente y del propio
terapeuta, tratando de que se mantuviera el carácter del tratamiento instituido por el propio psicólogo o médico. El
psicoanalista, en el control, también debería ayudar a la comprensión y actuación en situaciones que no estuvieran
configuradas como situaciones terapéuticas dentro de la técnica del psicoanálisis clínico.

Lo que se debía enseñar en el control/supervisión era el psicoanálisis operativo y no el psicoanálisis clínico: en el


caso de los psicólogos, alentando a que se ocuparan e intervinieran más sobre la psicoprofilaxis que sobre la terapia,
y más de grupos, instituciones y de la comunidad que de individuos; y en el caso de los médicos, a que
comprendieran y manejaran las situaciones terapéuticas y la relación médico-paciente con la asimilación de
conocimientos psicoanalíticos, pero dentro de las técnicas que ellos utilizaran en cada caso.
El psicoanalista en el hospital:

Cuando el psicoanalista va a trabajar al hospital, no debería tomar pacientes del hospital en tratamiento
psicoanalítico dentro del hospital, ya que cuando esto ocurre, el psicoanalista se ve inmediatamente abrumado de
trabajo y comienza a “enseñar” a su vez la técnica psicoanalítica a los otros colegas de la sala o del hospital, de tal
manera que en poco tiempo toda la sala está constituida o se halla basada en la terapia psicoanalítica, improvisada.
La consecuencia es que el psicoanalista y los médicos que están trabajando en dicha sala se desmoralizan porque se
ven abrumados por una enorme cantidad de trabajo, con la consecuencia de que se desorganiza el trabajo
hospitalario y el psicoanalista y los colegas dejan al poco tiempo de trabajar en el hospital.

Cuando el psicoanalista concurre a un hospital, debe enseñar a los colegas a pensar psicoanalíticamente, a utilizar
los conocimientos dinámicos, de tal manera que ellos los puedan utilizar dentro de otras técnicas terapéuticas,
dentro de sus propias relaciones grupales o dentro de toda la propia organización institucional, de la sala o del
hospital, tanto como en la comprensión del trabajo de comunidad como en otras esferas de la actividad del médico,
psiquiatra, psicólogo, enfermero, asistentes sociales.

El psicoanalista es mucho más útil en el hospital cuando forma grupos operativos o de enseñanza (con colegas,
psicólogos, enfermeros, asistentes sociales) que cuando se dispone a una tarea asistencial con el psicoanálisis
individual o con terapia grupal con enfermos o familiares.

El psicólogo y el psicoanálisis – Danis

Es un texto que se publicó en la Revista Argentina de Psicología (RAP), la primera revista escrita, producida y dirigida
por psicólogos. En esta revista se reflejaban las contradicciones internas del grupo profesional que la publicaba. Una
polémica importante dentro de las que se daban en esta revista es la de Danis con Harari. Esta polémica aborda la
compleja relación entre psicología y psicoanálisis (fundamental en la historia de la profesionalización de la psicología
en Argentina en un contexto de ideales de cambio y de transformación social).

Este texto Danis lo dirige a quienes buscan su identidad de psicólogos en una modalidad de trabajo profesional que
es afín y a la vez diferente de la labor psicoanalítica. En este sentido, establece una diferenciación entre la profesión
del psicoanalista y la del psicólogo:

La psicología como profesión es más joven que el psicoanálisis, aun cuando ambos surgen, existen y se desarrollan
casi paralelamente. En Argentina, la diferencia de nacimiento de una y otra profesión abarca unos veinte años
aproximadamente; los primeros psicólogos, egresados de la Universidad de Buenos Aires, casi en su totalidad, son,
en algún aspecto de su formación profesional “hijos de psicoanalistas”, ya que se han analizado y han estudiado
psicología con psicoanalistas. Esta relación entre ambas profesiones se caracteriza por toda una gama de
sentimientos: desde la idealización hasta la envidia, desde la competencia hasta la gratitud; y la dependencia en
todas sus formas.
Desde el punto de vista de la coexistencia entre psicoanalistas y psicólogos, Danis establece ciertas diferencias:

Psicoanalistas: los define como un grupo más cerrado, más coherente, más leal entre sí que el grupo de psicólogos
cuyos “líos” son comentados siempre con cierto paternalismo ambivalente por parte de los psicoanalistas. Los “líos”
los asustan por un lado y por el otro los tranquilizan, ya que son de “los de afuera”. Teniendo en cuenta la forma en
que la sociedad los ve, Danis afirma que los psicoanalistas, lejanos, casi no se ven para el ojo del observador público.
Trabajan en el silencio de sus consultorios, en las mentes de sus pacientes, en las relativamente escasas
publicaciones de su revista y en los comentarios intra e intergrupos (psicólogos-psicoanalistas).

Psicólogos: Al contrario que los psicoanalistas, Danis afirma que los psicólogos hacen “más ruido social”. Aparece
una ley que públicamente los restringe en su trabajo terapéutico; se produce la intervención de la Facultad que por
dos años crea un cese casi total de la enseñanza de la psicología, con la amenaza constante de la desaparición de la
carrera; se publican noticias en diarios y revistas que hablan de “importantes investigaciones” de psicólogos en otras
partes del mundo. Sin embargo, Danis señala que, si bien la sociedad sabe que los psicólogos son un “grupo
inquieto”, es como si necesitaran que la comunidad clame por ellos a través de referencias que tienen un signo más
bien provocativo y de castigo para que contesten con un “presente”.

Ambas profesiones tienen como meta trabajar con personas y sus problemáticas.

Coincidencia de tres profesiones (psiquiatra, psicoanalista y psicólogo) y surgimiento de un nuevo rol


profesional para el psicólogo:

Cuando el Psicoanálisis empieza a tomar forma, a ser un trabajo circunscripto y determinado por un encuadre
especial, su objeto, el ser humano en tratamiento, empieza a bifurcarse en dos aspectos: uno es la curación de su
enfermedad psíquica, el otro es la investigación del sentido, inconsciente para él, de sus conductas. El hombre que
investiga con ayuda de un psicoanalista lo que le es inconsciente, amplía su horizonte, y al hacerlo, este hombre
cambia. Sin embargo, el cambio en él puede estar diametralmente opuesto a lo que fue la idea de cura en quien
participó en el proceso.

Al mismo tiempo que los psicoanalistas echan cimientos cada vez más seguros en su investigación del mundo interno
de las personas, los psiquiatras (el más viejo de los grupos afines en el estudio de las personas perturbadas)
empiezan a utilizar servicios de un grupo nuevo: los psicólogos, que, como “ayudantes” de los psiquiatras, aplican
instrumentos nuevos (tests) averiguar rasgos de las personas enfermas y sus vínculos conscientes e inconscientes.
Coinciden, entonces, en un corte transversal del tiempo, las tres profesiones con núcleos de diferenciación en sus
respectivas tareas.

Danis sostiene que ante el desarrollo y los descubrimientos psicológicos, era necesario cambiar los enfoques,
objetivos y técnicas del campo psi. Sostiene que el hombre enfermo ya no puede ser separado del hombre no-
enfermo en la comprensión psicológica, porque el hombre enfermo lo es en función de otros que lo rodean y lo
utilizan; el sano es sano sólo por períodos y mientras los enfermos necesitan de su salud. Los términos salud y
enfermedad pierden su vigor estático y se transforman en conductas concretas, cambiantes y vinculadas con
conductas de otros. La interrelación humana toma un lugar de primera importancia y esto trae cambios en el
trabajo de psicoanalistas, psiquiatras y psicólogos. Así, los psicoanalistas se ven llevados a desplazar el foco de
interés desde el polo paciente (sus síntomas, sus recuerdos, sus sueños) al doble polo el otro y yo (y lo que sucede
entre nosotros) lo que lleva técnicamente a la exclusividad del trabajo transferencial en el análisis. Los psiquiatras,
por otro lado, no pueden quedarse más con sus viejos conocimientos de psiquiatría descriptiva e incorporan
descubrimientos de otras ciencias entre las que el psicoanálisis ocupa su lugar.

Y los psicólogos, que hasta entonces eran simples ayudantes y especialistas en tests, deben asumir ahora, para
Danis, un nuevo rol de investigadores, consultores, terapeutas, psicopedagogos, etc., en diferentes ámbitos de la
comunidad. Esto se debía a que, de la bifurcación de aspectos antes mencionados, se desprendió en el curso de la
investigación psicológica un tercer aspecto que no es precisamente ni los síntomas de la enfermedad ni las
manifestaciones de lo inconsciente, sino el desarrollo natural del hombre que empieza a perfilarse después de
haber visto mejor su deformación: su infancia, las etapas de ella, la adolescencia, la formación de la familia, los
momentos críticos de cambio en la vida. Esta tercera rama, para Danis, estaba requiriendo profundización y
atención, obligando al psicólogo a dejar su rol de “testista” y asumir un nuevo rol social distinto al del psicoanalista
y distinto al del psiquiatra.

Para la autora, las rivalidades interprofesionales que habían surgido en el momento de interpenetración
confusional, consecuencia del avance de la ciencia psicológica, se superan en el momento en que ruge una nueva
diferenciación que permite a cada una desempeñarse eficazmente en tareas emparentadas y autónomas a su vez.

Danis no plantea que los psicólogos no pudieran hacer psicoanálisis, o que un psicoanalista no pudiera dedicarse a
orientación psicológica de madres o formar parte de una institución a fines de esclarecer conflictos laborales, de
hecho sostiene que la variación en el trabajo es saludable para todos y que en muchos casos la profesión elegida
no corresponde a las capacitaciones internas más auténticas.

Lo que sostiene es que el psicólogo que quiera trabajar con la técnica psicoanalítica necesita tener una formación
exhaustiva, estudios prácticos de psicoanálisis a través de controles con un psicoanalista y estudios básicos de
psicoanálisis a través de su propio y largo análisis. Entonces no estará menos capacitado que un psicoanalista en el
ejercicio de esta técnica. Pero la tolerancia frente a la variación en el trabajo y la consideración de “talentos”
personales, no debe entenderse como una indiferenciación de las dos profesiones en cuanto a su sentido, ya que
esto sólo perturbaría a los miembros de cada una y llevaría a guerrillas estériles de competencia.

Así, la principal misión del psicólogo no será la investigación de lo inconsciente (aunque tampoco la excluirá de su
trabajo, ya que sin la comprensión del aura invisible que rodea las conductas manifiestas, no entenderá a éstas y no
llegará a comunicarse verdaderamente con las personas que lo consultan); ni tampoco será su misión principal
“curar” a las personas (como los psiquiatras) ya que esto implica considerarlas enfermas.

Lo verdaderamente pertinente al trabajo del psicólogo es, para Danis, la profilaxis y la higiene mental. Es la visión
de un trabajo profesional, ejercido por un grupo en una sociedad que lo necesita y que lo hace nacer para que preste
sus conocimiento y su eficacia, no para curar sus enfermedades sintomáticas, no para penetrar más y más en lo
inconsciente de su conductas, sino para estar en todos los lugares donde se necesite del especialista que sabe
asistir los momentos de cambio. El psicólogo asiste los cambios que se dan constantemente, en todos los niveles, en
todos los ámbitos y en todo momento; cambios cómo manifestación de la vida misma, en la sociedad, en el grupo
familiar, en la persona. El psicólogo debe ayudar a que los cambios, constantes y naturales, se den con menos dolor,
con menos ansiedad, con más comprensión del proceso mismo. Así que el psicólogo no crea los cambios, ni los
promueve (a diferencia del psicoanalista), sino que los asiste.

Si el psicólogo ha adquirido los conocimientos teóricos y prácticos de la técnica psicoanalítica, no deja de ser un
buen psicólogo si trabaja como lo hace un psicoanalista; pero sí deja de ser un buen psicólogo si se contenta con su
trabajo psicoanalítico y más si pretende ser un psicoanalista. Es psicólogo en la medida en que queda abierto frente
a todos los pedidos, que le llegan por parte de la comunidad, de ayudar en momentos de cambio, sea donde sea.

La profesión del psicólogo es intrínsecamente, en su cualidad más psicológica, ser partero de los cambios en la
comunidad en la que vive. Y como tal, necesariamente su encuadre va a ser más elástico, más amplio, más colorido
que el de su colega psicoanalista.

el psicólogo tiene que controlar la situación en la que trabaja con su conciencia pulida al máximo posible; guardar
distancia de quien requiere de sus servicios el máximo posible, aumentando la cercanía empática al máximo posible.
Debe estar sobre el filo de la navaja en cada momento, en cada giro novedoso que toma la situación. Mientras más
sepa de psicoanálisis y de sí mismo a través de su propio análisis, y menos se confunda con el psicoanalista, mayor
va a ser su eficacia.

El futuro de las dos profesiones indica una separación de tareas y de miras, aun cuando el producto de ambas
recaiga en beneficio del mismo objeto: el hombre y sus vínculos humanos más conscientes, más maduros.

El psicólogo, en sus diversos campos de trabajo, con sus diversos métodos y técnicas, tiene entre su bagaje
instrumental los conocimientos psicoanalíticos, para ser aplicados y conocidos por todos. Han perdido quizás en sus
manos algo de su estado de “pureza”, pero están suficientemente elaborados para aguantar la amalgama con la
realidad social.

Él trabaja en la trinchera del afuera, su ángulo de trabajo lo acerca a los del sociólogo, a los del antropólogo y tiene
que descubrir lo suyo a la par de verificar en la vida de todos los días lo que otros descubren en la semioscuridad del
hombre “abierto a sus secretos”.
El psicoanálisis y la profesionalización del psicólogo (respuesta a Danis) – Harari

Harari señala un problema en el título del texto de Danis (“El psicólogo y el psicoanálisis”). Al respecto, Harari señala
que el psicólogo es un profesional, un trabajador en el campo de la salud y de la enfermedad mental; mientras que el
psicoanálisis es, como postula Freud, una teoría psicológica, una terapia de la neurosis y un método de investigación
del psiquismo.

Estos aspectos, si bien están muy relacionados, no pueden dejar de diferenciarse, ya que no guardan
necesariamente una relación de implicación recíproca. Entonces, el psicoanálisis no denota en sí mismo una
profesión. Según Freud, el psicoanálisis “es una parte de la psicología, ni siquiera de la psicología de los procesos
mórbidos, sino simplemente de la psicología a secas. No representa, por cierto, la totalidad de la psicología, sino su
infraestructura, quizá aún todo su fundamento. La posibilidad de su aplicación con fines médicos no debe inducirnos
en error, pues también la electricidad y la radiología han hallado aplicaciones en medicina, no obstante lo cual la
ciencia a la que ambas pertenecen sigue siendo la física”.

Harari, por tanto, sostiene que el psicoanálisis es, en primer lugar, una ciencia (y como tal, teoría) con su objeto de
estudio específico (el inconsciente) y no es superponible con la profesión del psicoanalista. Señala que Danis en su
texto había dicho “no hay que confundir ciencia con profesión”; pero que luego en su texto decía que se abocaría a
“la tarea de diferenciación de ambas profesiones” (la de psicólogo y la de psicoanalista). Entonces, aunque Danis
tenía la intención de no confundir ciencia con profesión, caía en un “presuroso y fragmentizante reduccionismo por
el que se homologan, como términos intercambiables, psicoanálisis y psicoanalista”. Harari señala en base a esto que
todo el texto de Danis se basa en esta confusión lógico-conceptual. Sostiene que el título debiera haber sido “El
psicólogo y el psicoanalista”.

Harari se pregunta: ¿Qué era, qué hacía, qué podía un psicólogo con anterioridad al advenimiento del
psicoanálisis? Y para responder cita a Politzer, quien sostenía “si le preguntáis (al psicólogo) en qué consiste su
ocupación, os hablará de la vida interior... pero guardaos de expresar el deseo de ’penetrar más adentro en el
conocimiento del hombre’, pues para curaros de parecidas esperanzas románticas, os enviará a un laboratorio de
psicología experimental para que concibáis una idea de la ciencia ’tal cual debe ser’... el psicólogo no sabe nada y no
puede nada...”.

Harari cita a Politzer para remarcar (como sostiene Politzer) que el psicología experimental/el conductismo
(anteriores al psicoanálisis), por querer adherirse a la “objetividad” de lo manifiesto, interno o externo, no podía
trascender la comprensión de sentido común o convencional, el cual está plagado de tradiciones, prejuicios y
opiniones (ideologías) que solo desembocan en inexactitudes. Sostiene que la “objetividad” del dato perceptivo es
sólo una ilusión, y por tanto, es necesario situar en la base de la ciencia psicológica un acto de conocimiento de
estructura más elevada que la simple percepción, que consiste en la percepción complicada por una comprensión...
consiguientemente, el hecho psicológico no es un dato simple: como objeto de conocimiento, es esencialmente
construido.
Harari toma esto de Politzer para mostrar la “profunda conmoción ontológica y epistemológica” que significó el
nacimiento del psicoanálisis. El objeto de estudio del psicoanálisis es el inconsciente, y por tanto, funda en
psicología el proceder descripto: el dato no es un dato simple, “objetivo”, sino que es construido por el psicólogo.
Acá señala que Danis se equivoca al decir que el objeto del psicoanálisis es “el ser humano en tratamiento”. Este
error desemboca en que, en su urgencia por consignar supuestas diferencias en la práctica de “ambas profesiones”,
Danis olvida la advertencia de Lacan: “La técnica no puede ni ser comprendida ni, por tanto, correctamente aplicada,
si se desconocen los conceptos que la fundamentan”.

El error de Danis está en decir que en la labor del psicólogo “la investigación de lo inconsciente, aun cuando su
tentación sea muy grande, no será reconocida como su principal misión”. Harari señala que según esta concepción,
la investigación de lo inconsciente por parte del psicólogo está sancionada por un juicio moral, como placer
prohibido, ya que ese no es su quehacer específico (y si se excede en él se hará psicoanalista) cuando en verdad,
señala Harari, el estudio del inconsciente es en sí mismo el objeto del psicoanálisis. Entonces, sostiene que la
postura de Danis, que pareciera ser abarcadora e integradora, en verdad no es más que una mezcla indiferenciada
de objetos, prácticas, roles, teorías y opciones, que intenta salvar las distancias profesionales incurriendo en
objetos y objetivos híbridos que desnaturalizan la teoría.

El error de Danis de decir que el objeto de psicoanálisis es el “ser humano en tratamiento” en lugar del inconsciente,
la lleva a dejar de lado que, en palabras de Freud “el empleo del análisis para la terapia de las neurosis es sólo una de
sus aplicaciones y quizá venga el porvenir a demostrar que no es siquiera la más importante”. Harari sostiene,
tomando a Althusser, que los secretos-conocimientos del psicoanálisis no están indefectiblemente imbricados a la
cura (práctica) y tampoco se instrumentan únicamente para consolidar técnicas psicoterapéuticas. Por lo tanto, no
tiene sentido la idea de Danis de que el psicólogo podría “caer en la tentación” de investigar el inconsciente por
fuera de un tratamiento psicoterápico, pues esto es en verdad, lo único que puede hacer.

Harari sostiene que la investigación del inconsciente es la condición que instaura y autoriza el quehacer del
psicólogo, que lo valida y legaliza científicamente.
Esta investigación es lo único que permite al psicólogo distinguirse de la persona que lo consulta, que le permite, en
lugar de devolverle al cliente los mismos materiales que este ha construido por sí mismo, construir un dato que
resulte de la investigación del inconsciente del cliente.
Es a partir del psicoanálisis que el psicólogo trasciende la “convencionalidad de la significación” del relato, traspasa
la observación pura y simple para depositarse sobre la interpretación del inconsciente, que se exhibe y se oculta
inscripto en el discurso relatado y significativo. Este es el acto epistemológico al que se refiere Politzer, que implica
y supera tanto a la percepción interna como a la externa, y que le otorga cientificidad a la psicología.

Respecto de la interpretación, su utilización en el psicoanálisis clínico busca “hacer consciente lo inconsciente”, para
que de tal manera, el individuo enfermo acceda a la curación. Entonces, señala que toda la gama de procedimientos
técnicos que exceden la verbalización de la interpretación tienen como base fundante a la interpretación. Es decir, a
partir de la construcción de una interpretación que en primera instancia será una “verbalización interior” del
psicólogo, éste escogerá el recurso técnico más apropiado para trasmitirle a su cliente la comprensión que ha
logrado acerca de su propio acaecer psicológico. En consecuencia, le efectuará interpretaciones, señalamientos,
preguntas, le dará información y asesoramiento, le sugerirá la realización de tareas manuales o de un roleplaying, de
acuerdo con el encuadre y los objetivos propuestos. Pero sus miras seguirán siendo hacer consciente lo inconsciente.

Harari señala que el aporte revolucionario de Freud fue poner sobre sus pies la comprensión del verdadero
funcionamiento de la capacidad signalizadora del hombre. En tanto el ser humano tiene la capacidad de
representarse al mundo y a sí mismo, es que “Freud no interpretaba signos sino interpretaciones... es por esto que
Freud no puede sino interpretar en el mismo lenguaje de sus pacientes lo que sus propios pacientes le ofrecen como
síntomas; su interpretación, es la interpretación de una interpretación en los términos en que esta interpretación
está dada”.

Esta interpretación de la interpretación que supone la investigación del inconsciente Harari la relaciona con la
moneda en Marx, tal el caso de las formaciones del inconsciente en Freud. Tal es la senda que transitan hoy por hoy
las ciencias humanas: interpretar los sistemas latentes que otorgan coherencia inteligible a lo anárquico
manifiesto. Senda prolífera y prolífica cuyos resultados e implementaciones prácticas reconocen la paternidad de la
concepción freudiana. La omisión de este hecho cuando se habla de psicología obnubila al psicólogo, quien no puede
comprender acabadamente que su “misión” (del psicólogo) consiste en leer la interpretación que el signo del
sujeto transforma en jeroglífico.

Freud sustituye la inocua introspección por el relato, y lo hace en virtud de la capacidad humana de emitir signos
verbales. Esto conlleva un nuevo hallazgo de Freud, quien centra la piedra de toque de una psicología
verdaderamente instalada en un nivel humano al concentrar su atención y su operación en la palabra, al contrario de
la psicología de los perros salivadores (conductismo). Del psicoanálisis emergen una nueva definición y una nueva
posición respecto de los recursos técnicos y de las posibilidades laborales del psicólogo, si sostenemos con Pontalis
que “el análisis se proporciona a sí mismo los medios apropiados a su fin; si se realiza únicamente por intermedio de
la palabra y pretende descubrir lo que cada uno tiene de más radical, es porque la raíz del hombre es la
simbolización, y su historia un trabajo de creación de sentido”. Y esta simbolización no atraviesa sin más ni más los
impolutos escaños de la conciencia; por el contrario, la capacidad representativa hunde su raíz en el inconsciente. un
inconsciente que ha incorporado reglas, normas y sistemas que se oponen al deseo devenido humano desde la
necesidad instintiva biológica. Este conflicto catapulta el pasaje de la Naturaleza a la Cultura (a la Ley del Orden de
Lacan, a la Ley de Cultura de Althusser), un conflicto universal que da lugar a las deformaciones sistemáticas que se
aparecen a la consciencia en forma de signos, a partir de los cuales se instaura la meta del científico humano:
construir la interpretación subyacente al signo, develar el conflicto entre el deseo y la regla que existe en todo
hombre merced a que éste es un animal simbólico. Un psicólogo que no haga suya la enseñanza del psicoanálisis de
que el hombre, según Pontalis, es un “ser de lenguaje”, negará la característica diferencial del género humano, y
podrá trabajar sin palabras, o sin saber aquello que las palabras quieren decir y quieren dejar de decir.
Harari sostiene así, que el psicólogo debe excluirse de los animales (orden de lo orgánico averbal y por ende a-
reglado); de lo fenoménico exclusivo (apariencial y distorsionante) y de lo laboratorial (cuando totaliza lo parcial y lo
artificial del experimento).

Harari se opone así a la extrapolación de los resultados obtenidos en animales a los humanos, ya que el psicólogo es
un científico humano que en su condición de tal se ocupa de humanos. Si el psicólogo accede al nivel humano, si su
objeto se encuentra al nivel de la palabra-signo de interpretaciones inconscientes de la lucha entre el deseo y la
regla, y no hay la menor posibilidad de conceder que en un animal se estudian procesos simplificados, aislados,
hipertrofiados, etc., de cómo se dan en los hombres. O de suponer que la diferencia es cuantitativa. No hay
extrapolación posible: constitutivamente pertenecen a órdenes cuyas posiciones no son intercambiables. Por
tanto, sostiene que los psicólogos que se dedican a estudiar la conducta animal han dejado de ser psicólogos. El
psicoanálisis, en cambio, no hesita y ofrece al psicólogo su objeto instalado en el nivel de especificidad
ontológicamente correcto, incitándole a tratar con personas en su quehacer profesional.

Entonces, Harari sostiene que no se puede entender como conocimiento psicológico a aquel que se origina del
contacto de un hombre con aparatos “de cobre y latón” o de la repetición fatigante de sílabas sin significado. Si el
saber psicológico pretende ser totalizador y aludir a seres humanos concretos en situaciones humanas concretas,
este debe ver en la intersección de dos subjetividades el orden de verdad más próximo al que pueden aspirar las
ciencias humanas, cuando hacen frente a la totalidad de su objeto.

El psicólogo adopta este proceder de la práctica psicoanalítica, que investiga detallada, minuciosa y exhaustivamente
la mentada “intersección de dos subjetividades”. Este proceder, quizás equivocadamente nombrado en psicología
como “método clínico”, ha sido desarrollado por primera vez como sistemática por el psicoanálisis, que de esta
forma funda e inicia la estrategia metodológica para el quehacer del psicólogo como científico humano.

Harari sostiene que el psicólogo puede trabajar como psicoanalista, si está conveniente y suficientemente
capacitado; pero puede y debería (y en esto coincide con Danis) trabajar en todas y cada una de las situaciones
cotidianas donde conviven e interaccionan seres humanos, esclareciendo los conflictos inconscientes habidos y/o
por haber. Esas situaciones sólo podrán ser indagadas, previa sectorización y jerarquización de objetivos, a través
y por medio de la teoría psicoanalítica, que es la que facultará al psicólogo tanto para la construcción del dato
encuadrado en función de los objetivos como para la consolidación de una acción técnica concorde a los mismos. De
aquí surge la eficacia real del psicólogo para poder abordar y operar correctoramente sobre su objeto en campos
planificados especiales: psicopedagogía clínica, orientación vocacional y profesional, entrenamiento en el rol,
traslados habitacionales comunitarios, selección de personal, grupos operativos de diversa índole, etc. Estas son
algunas de las “aplicaciones” del análisis, que Freud ya predijo que pueden ser tanto o más importantes que su
aplicación a la terapia de las neurosis.

Entonces, el autor critica que Danis, al establecer una separación de tareas, lo que pretende hacer en verdad es
disociar pensamiento (que queda del lado del psicoanalista) y acción (que queda del lado del psicólogo). Pero este es
un par indisoluble que el psicoanálisis conquistó y ofrendó para la psicología y para los psicólogos. Según Danis, en
cambio, los psicoanalistas piensan y los psicólogos accionan. El grupo privilegiado (psicoanalistas) resigna sus
conocimientos “puros” en sus delegados en la “realidad social”, quienes los contaminan al instrumentarlos fuera de
su prístino marco de procedencia. Esto, sostiene Harari, condena a los psicólogos a una pretendida proletarización
intelectual por parte de los psicoanalistas.

Además, estas ideas de Danis, para Harari también encarnan un prejuicio mentalista: en la condición de sumisión y
espera en que Danis procura situar al psicólogo (acción) en relación al psicoanálisis (pensamiento), olvida que Wallon
demostró que los seres humanos circulamos del acto al pensamiento no menos que del pensamiento al acto.

Cuatro polémicas en la constitución de la psicología como profesión – Borinsky

Más de una década después de la creación de las carreras académicas de psicología en Argentina, el nuevo grupo
profesional que eran los psicólogos luchaba por la apropiación de un lugar específico en la distribución de los
saberes. Al mismo tiempo, esta lucha era parte de un proceso de politización creciente que caracterizó a gran parte
de los intelectuales argentinos en ese momento.

En este contexto, en 1969 se presenta la Revista Argentina de Psicología (RAP), una publicación de la Asociación de
Psicólogos de Buenos Aires (APBA). Esta revista estaba orientada a afirmar la eficacia de las prácticas psicológicas,
que se habían visto afectadas por la sanción de la Ley 17.132 de Ejercicio de la Medicina (1967) según la cual la tarea
de los psicólogos se encuadraba en la categoría de “auxiliares de la psiquiatría”, y sus funciones permitidas
legalmente eran la aplicación de tests, la investigación y rehabilitación, entre otras cosas, que requerían la
supervisión de un médico. También se les prohibía expresamente el ejercicio de la psicoterapia y el psicoanálisis.

La RAP, entonces, al tiempo que buscaba afirmar el lugar propio del psicólogo en este contexto, en el debate por su
profesionalización, no se vio ajena al movimiento de politización que se estaba dando, ya que la política se convirtió
en el instrumento privilegiado para interpretar la realidad, actuar sobre ella e intentar transformarla. Esto se ve
reflejado intensamente en las páginas de la RAP, en la cual el debate por la profesionalización se desplazó al
terreno de la política y puso en primer plano una interrogación por las posiciones ideológicas de los actores. Eran
jóvenes profesionales que se comprometían en la búsqueda de un reconocimiento social en distintos frentes:
académicos, laborales y legales.

Al inicio de la primera edición de la RAP esta advertía que la revista reflejaría las contradicciones del grupo
profesional que publicaba en ella, contradicciones de carácter estructural para la formación de este nuevo campo
profesional. La contradicción se afirmaba como un valor sumamente positivo, y era asimismo subrayada como una
condición indiscutible que rubricaba este nacimiento público: primera definición de un grupo que reconoce su
unidad en la diversidad y en la polémica.

En este texto, Borinsky analiza las diferentes polémicas que recorrieron el primer año de la publicación de la RAP, ya
que allí residen las claves para situar con mayor precisión "la interna tensión vital" que definió, según sus propios
actores, este proceso de profesionalización de la psicología.
Primera polémica: ¿cómo debe leerse a Freud?

El tema de las disputas psicoanalíticas y acerca del psicoanálisis ocupó un lugar protagónico en las discusiones de los
psicólogos sobre la profesionalización de la disciplina.

El segundo artículo del primer número de la RAP se titula “Leer a Freud” y es un resumen de una conferencia leída
por Masotta, en la cual critica el libro de Rodrigué “El contexto del proceso analítico” (1966).

En 1969 Masotta tenía 39 años y una formación heterogénea que articulaba saberes y tradiciones diversas; y era ya
entonces una figura relativamente conocida y popular entre algunos estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras
de la UBA.

Rodrigué, por otro lado, era un reputado psicoanalista de la APA. Miembro didacta de la institución, formado en
Londres con psicoanalistas kleinianos y uno de los introductores de las teorías analíticas inglesas en Argentina.

El ataque de Masotta al libro de Rodrigué da cuenta de una divisoria de aguas que refleja un modo "moderno" de
leer a Freud que se destaca sobre otro modo "antiguo" y sesgado de hacerlo. Masotta distingue dos maneras de
leer y de “usar” a Freud:

- Una de ellas representada por Rodrigué e inscripta en la “historia oficial” de la APA, a la que critica por
obscurecer la obra freudiana y rescatar solo la última parte de esta; y otra forma. Masotta Caracteriza a esta
visión como "genética, jacksoniana, jerarquizada y bastante moralizante de los símbolos".

- La que representa la posición de Masotta, quien se remite a Althusser para articular un encuentro entre Marx y
Lacan, abordando desde la lingüística contemporánea un proyecto de retorno al “verdadero Freud reprimido por
los psicoanalistas contemporáneos”. Este movimiento, que formaba parte de un proceso intelectual más
complejo de introducción del pensamiento estructuralista en la Argentina, vino a abrir el camino, en el caso del
psicoanálisis, para una lectura al mismo tiempo "moderna" en términos culturales y "de izquierda" desde una
perspectiva política.

Las contradicciones del grupo profesional de la revista se ven reflejadas en las contradicciones de otro grupo
profesional, los psicoanalistas, a los cuales los vincula un paradójico lazo de interioridad y exterioridad.

Segunda polémica: ¿Cómo debe trabajar un psicólogo “de izquierda”?

Esta discusión delimitó un tema clave del pensamiento social de este período en general y en particular la inserción
de los jóvenes psicólogos en el contexto de politización creciente. Este tema era de qué manera enlazar una práctica
profesional y una práctica política. Esta pregunta parte de un supuesto básico que era vigente en la transición de los
60 a los 70, según el cual los jóvenes graduados en psicología concebían a la disciplina como un campo
sólidamente asociado a una moral del compromiso social y político. El consenso acerca de este principio de
reciprocidad es alto y en tal sentido, no se presenta como objeto de discusión.
Hay un artículo de Sastre (graduado de la cerrar de psicología en la UBA) en el que el autor critica a Kesselman
(médico psicoanalista). Sastre le critica a Kesselman que este abordaba una problemática crucial para la generación,
pero la resolvía de forma errónea, “desorientando a un grupo de intelectuales”. En este sentido, Sastre sostiene que
deben discutirse las diferentes modalidades que puede asumir la relación entre psicoterapia y política.

Kesselman, siguiendo a Rozitchner, define una alternativa terapéutica que conjuga el materialismo dialéctico con el
psicoanálisis. El desafío planteado por Kesselman es desarrollar una práctica psicoterapéutica que sea eficaz,
nacional y popular. Para ello, resulta necesario comprender que lo reprimido en juego es la "responsabilidad social"
del sujeto que consulta: “La responsabilidad social son los sentimientos, pensamientos y acciones que demuestran en
mayor o menor grado que el sujeto es capaz de identificarse con los intereses de su clase (si se trata de un proletario
perteneciente a la clase oprimida) o con los intereses de otra clase (si se trata de un burgués perteneciente a la clase
opresora) Creo que sólo la liberación social puede garantizar el valor social de la liberación de los impulsos
reprimidos”.

Desde esa perspectiva, para Kesselman no es necesario deslindar ámbitos de acción diferentes: “el hecho de que se
pueda acceder desde la psicoterapia a la responsabilidad social y a su correspondiente compromiso militante, no
autoriza a que ciertos problemas como ser las estrategias, tácticas y técnicas que el militante ha de emplear en su
práctica revolucionaria sean analizadas en el consultorio sino en la organización política de dónde proviene”.

Sastre, en contra de estas definiciones, se posiciona también desde el materialismo dialéctico, pero para abordar la
relación entre profesión y política insistiendo en la necesidad de una exigente elaboración teórica. Desde allí, critica
la lectura demasiado "rápida" que realiza Kesselman tratando de subordinar las teorías kleinianas a una ideología
marxista y de este modo, desde el punto de vista técnico, entroncar el ejercicio terapéutico en una praxis política
que al mismo tiempo responda a condiciones nacionales y populares. Ataca entonces, un sistema que cataloga como
falso y plagado de mitos y prejuicios "pequeño-burgueses". Frente a esto propone llevar la discusión al terreno de la
ciencia y distinguir con claridad los niveles de intervención posibles del terapeuta.

Por lo tanto, si bien Carlos Sastre reconoce al final de su artículo los aportes de Kesselman en términos de
incorporación de nuevos recursos al quehacer terapéutico, su visión del problema es otra e implica avanzar quizás
más lentamente pero con mayor seguridad en el desarrollo de las categorías de análisis teóricas.

Tercera polémica: las relaciones entre psicología y psicoanálisis

Esta es la polémica entre Harari y Danis, que en 1969 discutieron fundamentalmente la relación que se establece
entre psicología y psicoanálisis desde el punto de vista de las competencias profesionales, es decir, cuál es el ámbito
de intervención propio de “ellos” y de “nosotros”. No discutieron, sin embargo, al psicoanálisis como corpus
proveedor de legitimación profesional.

Es la relación fundacional con el psicoanálisis la que va a otorgar su sello diferencial a la historia de la


profesionalización de la psicología en la Argentina.
A pesar de sus diferencias, en Harari se puede leer también la atracción que ejerce el espacio público como ámbito
especial de intervención para el psicólogo. No lo plantea del mismo modo que Danis, pero sus reflexiones apuntan
también a consolidar un ámbito de especialización propio. De allí que la discusión entre ambos se sitúe más en el
terreno de las teorías que en el de las prácticas. El discurso en juego es diferente y representaba en cada caso las
modalidades privilegiadas de lectura de Freud que ya habían sido esbozadas en la primera polémica entre
Masotta y Rodrigué; es decir, una lectura “inglesa” del psicoanálisis y una lectura “francesa” que conjuga la
fenomenología y el estructuralismo sin presentar todavía los rasgos típicos que van a caracterizar al lacanismo
establecido en los tiempos que siguen.

No obstante, en el nivel del ejercicio profesional y del ámbito de intervención propio del psicólogo las posiciones se
acercan. Con diferentes matices se circunscribe una zona abierta que comprender al ser humano en actividad ya sea
en la fábrica, la escuela, las villas de emergencia, los hospitales y la universidad.

Cuarta polémica: ¿Qué valores deben guiar la práctica profesional de los psicólogos?

Es la discusión entre Ostrov y Malfé.

Ostrov era un psicólogo y psicoanalista atípico; formado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires y egresado de la APA. Su doble inserción institucional le permitía publicar tanto en la Revista de la
Universidad de Buenos Aires como también en la Revista de Psicoanálisis. En la RAP publicó un artículo titulado
“Axiología, neutralidad del analista y contratransferencia” que es discutido por el Director de la RAP: Malfé.

En el artículo referido, Ostrov se proponía discutir la afirmación acerca de la neutralidad del analista para señalar los
límites no siempre explícitos de la misma y desarrollar a partir de allí una teoría de la contratransferencia que pone
el acento en los valores del analista y sobre todo en su preocupación por cuidar los intereses del paciente. El
psicoanálisis americano, especialmente autores como Hartmann y Menninger sirven de modelo referencial a Ostrov
para sus ideas: “Lo más importante para el paciente es la ética del analista, su consecuente equidad, su honestidad
intelectual y económica, su autenticidad, su interés por los mejores intereses del paciente. Son palabras de
Menninger, palabras que exigen una conducta, es decir, valores encarnados y actuantes".

En su respuesta, Malfé coloca el problema directamente en el espacio ideológico para debatir no ya el tema de la
incidencia de los valores en la práctica terapéutica sino qué tipo de valores entran en juego en esta tarea, es decir,
valores que defienden el statu quo social y cultural o valores revolucionarios. Estos valores definen a su vez, según
Malfé, características de clase y de pertenencia social que permiten distinguir a los psicólogos de los psicoanalistas
(los psicoanalistas como asentados en el orden establecido y los psicólogos como los “revolucionarios”).

Esta discusión ideológica, para Malfé, tiene como consecuencia ineludible una cuestión crucial de orden técnico. En
tal sentido, el objetivo de estas consideraciones críticas es plantear las condiciones teóricas e ideológicas para una
concepción diferente de la tarea psicoanalítica. Esta concepción que proponía incluía los aportes de las modernas
teorías de la comunicación para revisar la idea de hombre con la que trabaja el psicoanálisis.
A su vez, la propuesta de Malfé promueve una discusión acerca de la flexibilización del encuadre psicoanalítico
tradicional en sus diversos aspectos normativos: asiduidad de las sesiones, fijación de honorarios y vacaciones,
abstinencia del analista, etc.

Conjuntamente con esta temática ideológica, el hecho técnico-teórico central es para Malfé la problemática de la
adaptación y de la educación para la conservación de un orden que funciona para defender los intereses de un
grupo profesional sólidamente instalado en un contexto social y cultural dados. La modificación del encuadre,
entonces, para Malfé implica que “Cuando se sustentan valores que hacen deseable el logro de una relación
igualitaria, como hemos sugerido, lo coherente es tener interés también en lograr que la forma de la relación
analista-paciente se encamine hacia la simetría”.

Como puede verse, el eje de este conflicto está delimitado por las coordenadas que propone el psicoanálisis, al igual
que los debates anteriores. Lo novedoso que propone Malfé es una distinción que cruza determinadas variables ya
esbozadas y que permite leer el concepto de cambio desde una perspectiva social y política que determina a su
vez cambios en las prácticas terapéuticas.

Conclusiones:

La discusión por la profesionalización no se dirige a lo concreto de las prácticas y a un debate por las competencias
técnicas específicas, sino que asume un estilo claramente ideológico y político. Las discusiones se ordenan alrededor
de dos núcleos de significación densos y adquieren una alta connotación doctrinaria.

El psicoanálisis es el protagonista central de esta historia. Es el marco de referencia teórico, ideal profesional,
emblema de prestigio, instrumento para entender la sociedad en la que viven. Así, el psicoanálisis determinó el
campo en el que se circunscribe la discusión a la vez que fija el deber ser de esta nueva profesión en la Argentina.
La clínica psicoanalítica entonces, se posiciona en el eje central para señalar la vía privilegiada de profesionalización
de estos jóvenes que buscan encontrar su lugar en el reparto de los saberes para abordar a la sociedad y los sujetos.

Es cierto que el significado que se le otorga a esta palabra no es unívoco y quizás parte del mérito de estas
discusiones es precisamente poner en cuestión gran parte de las tradiciones al respecto. En todos los sentidos, tanto
desde una perspectiva teórica como también técnica en lo concerniente a las modalidades habituales de
tratamiento, de investigación y fundamentalmente en la incorporación de nuevos objetos de abordaje. Este ítem
entronca precisamente con la convicción política (a esto se refiere como el segundo núcleo de significación) de que
el psicólogo tiene que intervenir en la escena pública para asistir al hombre contemporáneo en sus ámbitos
concretos de acción y de malestar cotidiano. La tarea debe desplazarse entonces a las instituciones educativas,
laborales, asistenciales, recreativas, gremiales para intervenir directamente sobre los conflictos que allí se
despiertan. Por lo tanto, se cruzan en esta coyuntura histórica un corpus de conocimientos originalmente ligado al
tratamiento de las afecciones psíquicas desde un modelo intersubjetivo basado en la clínica médica privada con
una preocupación insistente por desplazar este sistema asistencial a un terreno más amplio y de límites abiertos.

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