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TEORÍA DE LA REPRESENTACIÓN: Piera Aulagnier

Según Piera Aulagnier, el aparato psíquico se constituye a partir del intercambio


que el niño establece con el adulto que lo asiste. “La madre (o quien cumpla esa
función), a través de un vínculo de amor y dependencia, fija las normas de acceso
al placer alrededor del cual el andamiaje psíquico comienza a desarrollarse.”
(Andamiaje psíquico porque la madre “presta” su yo para la constitución psíquica
del yo del infans).
El modelo de aparato psíquico que plantea Piera es el representacional, pensado
como un sistema abierto en constante intercambio con el medio que lo rodea.
La actividad de representación es una tarea del aparato psíquico. Las
representaciones estarían originadas en el primer encuentro de la psique con el
medio.
Representación es “aquello que del objeto se inscribe en los sistemas mnémicos
del sujeto”.
La actividad de representación, en el aparato psíquico, se entiende como el
equivalente del proceso de metabolización en el cuerpo. Este último (proceso de
metabolización), puede definirse como la función mediante la cual se rechaza un
elemento heterogéneo respecto a la estructura o se lo transforma en homogéneo a
él. Esto puede aplicarse al trabajo que hace la psique; nada más que en ella el
elemento absorbido y metabolizado no es un cuerpo físico, sino un elemento de
información.
El propósito o la meta de la actividad de representación es: metabolizar un
elemento de naturaleza heterogénea convirtiéndolo en un elemento homogéneo a
la estructura de cada sistema, de tal modo que pueda ocupar un lugar en una
representación. Los elementos que no fuesen aptos para sufrir esta
metabolización no pueden tener un representante en el espacio psíquico y
carecen de existencia para la psique. Cada elemento a metabolizar debe tener un
representante psíquico, de lo contrario carece de existencia para la psiquis.
El término elemento engloba dos conjuntos de objetos:
1) aquellos cuyo aporte es necesario para el funcionamiento del sistema.
2) aquellos cuya presencia se impone al sistema, y que el sistema no puede
ignorar porque ese elemento se manifiesta en su campo.
La psique está inmersa desde un primer momento en un espacio que le es
heterogéneo, al que debe investir para poder conocerlo. Tendrá que metabolizar
información que proviene del exterior como del interior.

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(Este espacio heterogéneo va a ejercer efectos sobre la psique; es a través de la
representación de estos efectos que la psique puede forjar una primera
representación de sí misma, y ese es el hecho originario que pone en marcha a la
actividad psíquica).
Existe una relación entre la actividad de representación y la economía libidinal.
Todo acto de representación es coextenso con un acto de catectización, y éste
último se origina en la tendencia de la psique de preservar o reencontrar una
experiencia de placer.
(Toda puesta en representación implica una experiencia de placer, de no ser así
estaría ausente la primera condición necesaria para que haya vida, que es la
catectización de la actividad de representación. Es este el placer mínimo
necesario para que exista una actividad de representación y representantes
psíquicos del mundo, incluso del propio mundo psíquico).
Según Piera, la actividad psíquica está conformada por el conjunto de tres modos
de funcionamiento o procesos de metabolización: el proceso originario, el primario
y el secundario.
Las representaciones que se originan en su actividad son, respectivamente, la
representación pictográfica o pictograma, la representación fantaseada o fantasía,
y la representación ideica o enunciado.
Las instancias originadas en la reflexión de esta actividad sobre sí misma son el
representante, el fantaseante o el que pone en escena, y el enunciante o el yo.
Por último, los lugares hipotéticos en los que se desarrollan estas actividades y
que contienen las producciones, son el espacio originario, el espacio primario y el
espacio secundario.
Estos tres procesos no están presentes desde un primer momento en la actividad
psíquica, sino que se suceden temporalmente, y su puesta en marcha es
provocada por la necesidad que se le impone a la psique de conocer una
propiedad del objeto exterior a ella, que en el proceso anterior estaba obligada a
ignorar. Esta sucesión temporal no es medible, no se puede especificar el tiempo
que dura cada una; se cree que el intervalo de tiempo que separa el comienzo del
proceso originario del comienzo del proceso primario es muy breve. El comienzo
de la actividad del proceso secundario también se da un lapso breve.
Cada uno de estos procesos incide en los posteriores. La instauración de un
nuevo proceso nunca implica el silenciamiento del anterior. Éstos están vigentes
durante toda la vida, y se distinguen por una actividad que los representa.

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* Proceso originario
El proceso originario tiene como punto de partida el encuentro entre la boca y el
pecho: que es el momento inaugural de la actividad psíquica. Se pone en marcha
por la necesidad que se le impone a la psique de conocer una propiedad del
objeto exterior a ella.
Un origen de todo lo psíquico es el cuerpo, que va a sentir tensión por una
necesidad, siendo ésta causa de displacer. Esta vivencia produce la reacción de
intentar recuperar un estado de placer perdido. Los sentidos le van a dar al
psiquismo naciente información libidinal de presencia o ausencia de placer.
La zona en juego es la oral. En el proceso originario la boca y el pecho forman una
unidad indisociable que Piera llama la “imagen del objeto zona-complementario”
Esta imagen es la que organiza el pictograma.
El concepto de pictograma implica que no hay diferenciación entre zona y objeto,
estos son complementarios.
La representación que se genera en este proceso es la representación pictográfica
o pictograma, que tiene la particularidad de ignorar la dualidad que la compone,
ignora que boca y pecho son dos partes distintas. Entonces lo representado se
presenta ante la psique como representación de ella misma (porque toma al pecho
como parte de ella misma, como autoengendrado por ella e ignora que es un
objeto que pertenece a otro porque no hay reconocimiento de otro cuerpo). Esto
hace referencia a la especularización, que es lo que caracteriza a la forma de
representación pictográfica.
El concepto de especularización es tomado del estadio del espejo de Jacques
Lacan, según el cual toda creación de la actividad psíquica se presenta ante la
psique como reflejo, representación de sí misma.
Entonces el agente representante considera a la representación como obra de su
trabajo autónomo, contempla en ella al engendramiento de su propia imagen".
El proceso originario se rige por el postulado del autoengendramiento, de acuerdo
al cual es la propia actividad de representación la que crea el estado de placer y la
que engendra al objeto causante del mismo. La vivencia del bebe es que es él
quien engendra, quien crea el pecho materno. No hay reconocimiento de la
diferencia entre el órgano sensorial y el objeto exterior (pecho-boca).
Lo que caracteriza al postulado del autoengendramiento es la economía del
placer-displacer.
La representación pictográfica requiere de placer mínimo, que es un monto de
placer indispensable para que haya vida y se desencadene la actividad de
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representación. Sin embargo, es necesario que a este placer mínimo se le
agregue una prima de placer, o sea, la satisfacción real de la necesidad.
Es importante que todo placer de una zona es al mismo tiempo, y debe serlo,
placer global del conjunto de las zonas. Esta es condición previa y necesaria para
la integración del cuerpo como unidad futura.
Pero también puede darse el caso de que se presente displacer (por la tensión
que genera la insatisfacción de una necesidad), en este caso hay un deseo de
autoaniquilación porque la psique se contempla como fuente que engendra su
propio sufrimiento y lo que intenta anular y destruir es esa imagen de si misma.
Piera considera que el encuentro boca-pecho es una experiencia que origina un
triple descubrimiento:
● Para la psique del infans, el descubrimiento de una experiencia de placer
● Para el cuerpo, el descubrimiento de una experiencia de satisfacción
● Para la madre, no puede postularse nada universal, solo se puede plantear
que la primera experiencia de lactancia será al mismo tiempo para ella el
descubrimiento de una experiencia física (a nivel del pecho, que puede ser
sensación de un placer, de un sufrimiento, o de una aparente neutralidad
sensorial), y también esta experiencia de lactancia es para la madre el
primer apercibimiento posterior al embarazo de un don necesario para la
vida del infans. Lo que siente en ese encuentro va a depender del placer
vivido al tener el niño, del temor frente a él, de su displacer en ser madre,
de su forma de concebir el rol, etc. Pero en todos los casos en los que el
pecho es ofrecido se puede ver que:
1) El acto es testimonio de un deseo de vida para el otro.
2) El ofrecimiento del pecho se acompañará con las formas culturales que
instituyen la conducta de lactancia, y que la conducta de lactancia depende del
deseo materno en relación con el infans y de lo que el discurso cultural propone
como modelo adecuado de la función materna.
“En el momento en que la boca encuentra el pecho, traga un sorbo de mundo.
Afecto, sentido, cultura están copresentes y son responsables del gusto de estas
primeras moléculas de leche que toma el infans: el aporte alimenticio se
acompaña siempre con la absorción de un alimento psíquico que la madre
interpretará como absorción de una oferta de sentido”.
En este proceso, el pecho debe ser considerado como un fragmento del mundo
que presenta la particularidad de ser, simultáneamente, audible, visible, táctil,
olfativo, alimenticio, y así, dispensador de la totalidad de los placeres.
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Para que la psique del infans comience a trabajar se requiere como condición que
la psique de la madre trabaje como protesis para el psiquismo naciente del infans,
la madre “presta” su yo para la constitución psíquica del infans, y esto lo hace por
medio de sus cuidados y de sus palabras.
Según Piera lo “secundario” que gobierna la conducta de la madre le responde a
lo originario del infans, o sea que la madre se relaciona con el infans desde su
proceso secundario, operando con este. Esto tiene como efecto el comienzo de la
acción del proceso primario en el infans.
* Proceso primario:
I. Imagen de cosa y fantaseo del cuerpo
El ingreso a lo primario como modo de representación se da cuando a la psique se
le impone el reconocimiento de la existencia de otro cuerpo y, por lo tanto, otro
espacio separado del propio. Este reconocimiento no es compatible con el
postulado del autoengendramiento del proceso originario. En el
autoengendramiento no hay posibilidad de representar la separación.
El reconocimiento de la separación de los dos espacios corporales (y de los dos
espacios psíquicos) es impuesto por la experiencia de la ausencia y del retorno.
La representación que se genera en este proceso es la fantaseada. Esta
representación es, al mismo tiempo, reconocimiento y negación de la separación
porque existe una representación de dos espacios, pero estos dos espacios están
sometidos al poder omnímodo del deseo de uno solo.
El Otro es el agente y garante del poder omnímodo del deseo.
El postulado básico del proceso primario es el poder omnímodo del deseo. De
acuerdo a este, todo acontecimiento y todo existente deriva de un poder
omnímodo del deseo del Otro. De este mismo deseo del Otro depende el placer y
el displacer.
Lo característico de lo primario es la producción fantaseada y la puesta en escena.
Por la fantasía, la presencia y la ausencia serán interpretadas como consecuencia
de la intención del pecho, de ofrecer placer o de imponer displacer, hasta que la
sustituya la intención del deseo de la madre.
Entonces ahí cuando ya se da esa sustitución, el placer o displacer que el propio
espacio corporal puede experimentar se presentará, a su vez, como el efecto del
deseo del Otro de una reunificación entre los dos espacios separados o, a la
inversa, como el efecto de su deseo de rechazo.

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La instancia que se origina en el proceso primario es el fantaseante. Este se ubica
en la posición de aquel a quien se le ofrece un placer de ver, de oír, de ser, o bien
de aquel que es rechazado por lo visto, lo oído, lo existente; este rechazo le hará
imposible experimentar placer en el momento de la contemplación de la escena.
La primera percepción de un mundo separado exige el reconocimiento de que
existen afectos que transitan por el exterior, que el afecto del mundo no siempre
es idéntico al del fantaseante.
Asimismo, el postulado característico de lo primario lleva a la autora a pensar el
concepto de masoquismo primario, (que es el displacer que se torna en placer, al
satisfacer el deseo del Otro). Como se está sometido al deseo del Otro, el
displacer es una experiencia inevitable. Sin embargo, este displacer en ocasiones
puede convertirse en fuente de placer porque al experimentarlo, se tiene la certeza
de adecuarse a lo que el Otro desea.
Con respecto a la separación, esta se concreta cuando la mirada y el placer de la
madre se depositan en otro lugar. Así, le impone al niño la existencia de otros
espacios.
El reconocimiento del cuerpo de la madre como entidad autónoma, inducirá a la
psique a admitir la existencia, en la escena exterior, de una pareja (madre y un
tercero). Entonces, junto con el reconocimiento del pecho como exterior a sí,
también se produce la constatación de un "otro lugar" que no es el pecho,
anticipando de esta forma la existencia de la figura paterna.
En el proceso primario, Piera también habla de la imagen de cosa y la imagen de
palabra.
Se llama imagen de cosa al material presente en las representaciones que forja lo
primario acerca del fantaseante y del Otro. Esto se da en una fase anterior a la
imagen de palabra. Con respecto a la imagen de palabra, Piera aclara que la
posibilidad que tiene lo primario de recurrir a la imagen de palabra no es
inmediata, sino que aparecerá solo en una segunda fase y originará las
producciones mixtas que intervienen en lo que Piera denomina “primario –
secundario”.
Ya desde su primera fase de actividad, antes de que entre en escena la imagen de
palabra, en lo primario se instauran los prototipos de lo secundario, sin los cuales
la psique no podría tener acceso a lo que se convertiría en su tercera
representación de su relación con el mundo. Estos prototipos son los prototipos de
la realidad, del yo, de la castración, y del edipo.
Son prototipos de aspectos estructurantes que culminarán su desarrollo en el
proceso secundario.

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Los prototipos de lo secundario
Prototipo de la realidad
Como realidad del Otro se debe entender, en primer lugar, la realidad de la
diferencia que existe entre el deseo de la madre y el del infans. Se trata del primer
tope u obstáculo que encuentra el principio de placer y que deberá enfrentar.
El deseo del Otro constituye una necesidad lógica para la actividad fantaseada, el
único camino que le permite plantear la existencia de Otro y, más tarde, de los
otros y de ese modo, la existencia de una realidad.
En algún punto de la experiencia se da la comprobación de que existen
fragmentos del mundo que puede conocer por estar ocupados por objetos
catectizados. Esto le permite a la psique reconocerse a su vez como fuente de una
actividad deseante y no ya como efecto pasivo de la respuesta del deseo del Otro.
Así, entra luego la otra cara del acceso a la realidad, que es que la psique se va a
ver confrontada con la prohibición, la culpabilidad, la envidia y el deseo de
dominio, que son las categorías que fundan el orden humano.
El prototipo identificatorio
El precursor del yo, el prototipo identificatorio, es el sujeto del inconsciente.
Sujeto en el sentido de sujetado, porque está bajo el efecto de un orden, de una
instancia, de una ley que lo constituye. En este caso estaría sujetado al modo de
funcionamiento del proceso primario, al deseo del Otro.
Piera introduce la noción de que el sujeto del inconsciente se va a ir
transformando por los procesos de historización, a través de los cuales va a
advenir como yo. Con los procesos de historización se hace referencia al proceso
por el cual se le puede dar un sentido al pasado y al futuro, y construir un proyecto
identificatorio. Así es como el yo puede constituirse, pero esto pasa recién en el
proceso secundario.
El prototipo del edipo
A partir del momento en que el niño plantea al deseo de la madre como diferente
del propio, llega a tener la intuición de la posibilidad de que la madre desea algo
más que no es él. Piera dice respecto a esto que es un deseo del Otro referido a
“otro lugar”. Ese “otro lugar” lo desaloja de esa posición de objeto exclusivo del
placer.
Desde ese momento, ese “otro lugar” pasa a tener un lugar en una triangulación
de la fantasía, como objeto enigmático del deseo de la madre. (Objeto x)

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Este objeto enigmático del deseo de la madre se convertirá, luego, en el
representante de un atributo paterno. Piera explica que como atributo paterno se
debe entender todo objeto corporal que pueda relacionarse con el cuerpo
erogenizado de la madre, objeto que ya no es fantaseado como un apéndice
propio de este mismo cuerpo, sino como un objeto que viene de “otro lugar” para
completar ese cuerpo, agredirlo, darle algo o despojarlo de un pedazo.
Cerca de la madre se encuentra ese otro sujeto al que ella está unida por una
relación privilegiada, responsable de que se quiebre la exclusividad de la relación
madre-niño. El niño descubre que ese otro lo puede acariciar, le puede hablar, y
así puede ofrecerle un placer corporal, aunque sea con menor frecuencia. Así, el
placer del cuerpo del niño aprende a descubrir un otro sin pecho, pero que, sin
embargo, puede revelarse para el conjunto de sus zonas-funciones erógenas
como fuente de placer, aunque a menudo sea la presencia que perturba. Esto
sucede porque la entrada del padre en la escena psíquica también obedece a la
condición de acceso para todo objeto, es decir, ser fuente de una experiencia de
placer que lo convierte en un objeto de catectización por parte de la psique. Y
agrega Piera que el objeto responsable del displacer remite siempre a una primera
experiencia de placer que el dispenso y que niega o prohíbe.
Algo que también se debe tener en cuenta son las consecuencias de la propia
represión del edipo parental. En el caso de la madre, este deseo de hijo, en un
pasado lejano era, en primer lugar, “deseo de tener un hijo de su propia madre” y,
si todo se desarrolló normalmente su infancia habrá sido marcada por el “deseo de
un hijo del padre”, y luego por un “deseo de hijo”, cuyo padre imaginario, no siendo
ya el propio, seguía siendo un hombre futuro que tendría sus cualidades y que
sería su sucesor legal.
En cuanto al padre, su “deseo de hijo” se formuló inicialmente como “dar-recibir un
hijo a y de la madre”, pero este luego fue convertido en un deseo de dar un hijo a
una mujer y recibir un hijo de una mujer.
Todo acontecimiento afectivo de los padres para con el niño lleva la marca del
edipo, pero como este ya está reprimido, se expresan y manifiestan mediante los
sentimientos de ternura, cariño, búsqueda del bien para el niño; estas son formas
lícitas de amor, permitidas y autorizadas por la cultura.
El prototipo de la castración
El prototipo de castración es la angustia de una mutilación. Esta es la primera
forma que va a asumir lo que luego en el sujeto va a ser angustia de castración.
Lo secundario deberá cumplir la tarea de lograr que esta angustia deje de
representarse como miedo a la mutilación de una parte del cuerpo, y que se

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transforme en el temor de ser privado de un bien cuya ausencia obstaculiza la
posibilidad de goce, (que puede ser lo amado, la realización del proyecto
identificatorio, la salud, la belleza, etc.).

Lo primario es creador de prototipos que lo secundario hereda y transforma. Es ya


instauración de una lógica del deseo, que se relaciona con la actividad secundaria
de la psique materna y que preanuncia a la psique el acceso a la representación
ideíca.
En el proceso primario las producciones originadas corresponden a la imagen de
cosa, la cual es la condición previa necesaria para que la imagen de palabra
pueda incluirse. Al unirse estas dos, darán lugar a las producciones mestizas
llamadas primario-secundario. Así lo primario se impondrá la tarea de adecuar a
su postulado lo que por naturaleza le es heterogéneo, esto es el sistema de
significación que le impone el discurso. Esto se caracteriza por la cualidad de lo
decible, o sea, de lo consciente.
La imagen de palabra se origina en el primer portavoz que posee un “pecho-leche
que habla”.
Con respecto a esto puede hablarse del efecto de anticipación de la respuesta
materna, que está presente desde un primer momento. Este es el hecho de que
las palabras y los actos maternos se anticipan siempre a lo que el niño puede
conocer de ellos.
La palabra materna porta sentido y crea sentido, y es anticipatoria en el sentido de
que el infans no puede todavía reconocer su significación. Piera dice que la madre
se presenta como un “yo hablante” o un “yo hablo”, que ubica al infans como
destinatario de un discurso, mientras que el carece todavía de la posibilidad de
apropiarse de la significación del enunciado. Los enunciados son las producciones
psíquicas de la madre. La madre habla del niño y le habla al niño. 
La madre es para el infans el enunciante y el mediador de un “discurso ambiental”,
del que le transmite las prohibiciones y los límites de lo posible y de lo lícito, por
eso se la denomina como la “portavoz”. También se puede definir a la madre como
un sujeto en el que ya se ha operado la represión e implantado la instancia
psíquica del yo, que es la que le permite realizar los enunciados.
Con su discurso y por el efecto de anticipación, ejerce sobre el niño violencia
primaria.
Se designa como violencia primaria a la acción mediante la cual se impone a la
psique de otro una elección, un pensamiento o una acción motivados en el deseo

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del que lo impone, pero que se apoyan en un objeto que corresponde para el otro
a la categoría de lo necesario. La categoría de lo necesario vendría a ser el
conjunto de las condiciones (factores o situaciones) indispensables para que la
vida psíquica y física puedan alcanzar y preservar un umbral de autonomía.
Además de la violencia primaria, también se distingue una violencia secundaria,
que se abre camino apoyándose en la violencia primaria. La violencia secundaria
consiste en un exceso perjudicial y nunca necesario para el funcionamiento del yo.
Se ejerce contra el yo del otro.
Las condiciones para que la madre o quien cumple la función materna no llegue a
ejercer la violencia secundaria es:
-Estar atravesada por el edipo y la castración
-El sistema de parentesco
-Estructura lingüística (consecuencias del discurso).
La entrada en escena de la imagen de palabra y las modificaciones que ella
impone a la actividad de lo primario
El sistema de significaciones primarias
Cuando Piera comienza a desarrollar sobre la imagen de palabra en el proceso
primario, hace una diferenciación entre representación inconsciente y
representación preconsciente. La diferencia consiste en que la primera se vincula
con materiales no conocidos, mientras que la preconsciente estaría asociada a
una representación verbal. Algo se hace preconsciente gracias a la asociación con
las representaciones verbales correspondientes. Estas representaciones verbales
son huellas mnémicas: en el pasado fueron percepciones y, al igual que todas las
mnémicas, pueden volver a ser conscientes.
Cuando Piera habla de la imagen de palabra plantea que si se hace coincidir la
apropiación de la imagen de palabra con el acceso a la lógica del discurso, se va a
decir que la imagen de palabra entra en escena en el proceso secundario, cuando
ya está elaborado el yo. Pero su opinión es que se puede ver una huella de la
inscripción psíquica de la imagen de palabra en el proceso primario, y que esto
impone un nuevo tipo de información a la actividad psíquica, mientras conserva su
poder el postulado del funcionamiento de lo primario. Este nuevo tipo de
información es la percepción acústica, que al principio comienza como percepción
de un ruido y luego va sufriendo una serie de transformaciones, hasta que pueda
darse la percepción de una significación. Este es un trayecto que puede dividirse
en tres fases:
-Placer de oír
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-Deseo de aprehender
-Exigencia de significación (que es objetivo del yo)
El placer de oír es característico del funcionamiento de lo originario. El pictograma
se da cuenta de la presencia de una capacidad de oír puros sonidos carentes de
sentido que serán fuente de placer o displacer. En esta fase el placer o displacer
no depende del significado de lo escuchado, sino de lo sensorial, de lo que el ruido
le hace sentir.
Mientras se considera el proceso originario, cuando lo que se oye es fuente de
displacer se tiende a la automutilación de la zona-organo correspondiente. En
opinión de Piera, ello implica el origen de algunos fenómenos de sordera psíquica
que se observa en el autismo infantil. Sería una última defensa que el sujeto
contrapone a la voz, con la esperanza de convencerla de su sordera y de que
podría así, finalmente, callar.
El placer de oír es una primera catectización del lenguaje que tiene como única
condición la audibilidad de lo percibido.
En relación con el signo fonético, Piera toma lo que dice Humboldt: “el signo
fonético representa la materia de todo proceso de formación del lenguaje. En
efecto, por un lado el sonido es hablado, y como tal es producido y formado por
nosotros, pero, por el otro, como sonido recibido se convierte en parte de la
realidad sensible que nos rodea”.
Esta definición subraya la doble cara del signo fonético, objeto que se presenta al
sujeto como una parte de sí que vuelve a él desde el exterior. Todo sonido
emitido, tanto si lo pronuncia el infans como si proviene del exterior, se presenta
ante su oído como una producción que el mundo le devuelve.
A este placer de oír, lo primario modifica uniéndolo al deseo de “oír” la presencia
del pecho y del Otro; esto constituye la condición necesaria para la catectización
de la actividad de escucha a través de este proceso.
Desde los comienzos de la actividad de lo primario, el ruido se convierte en un
signo que lo informa sobre la presencia o ausencia de la voz materna como
atributo sonoro del pecho, y que se convertirá en signo del deseo materno. A su
vez, este deseo de oír es el antecedente indispensable para que surja un deseo
de aprehender lo que enuncia la voz: este deseo de aprehender implica la
actividad de lo primario-secundario.
El hecho de que el lenguaje sea percibido en primer lugar como una serie sonora
no debe hacer olvidar que, para la voz que habla, esta serie es al mismo tiempo

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mensaje, expresión, imputación de un sentimiento y de un deseo, y que el dueño
de esta voz actúa de acuerdo a lo secundario.
Con respecto al signo y al lenguaje de lo primario, este en un primer momento son
series fonemáticas escuchadas, que no constituyen aún frases. Pero se va dando
una primera, aunque ambigua, diferencia entre la voz como objeto libidinal y el
hecho de que esa voz enuncia algo.
Después, con respecto al discurso de los otros, se va a requerir que la psique
perciba que signos diferentes son emitidos por un mismo enunciante. Esta
posibilidad que una misma voz sea fuente de mensajes diferentes induce a la
psique a que comience a darse cuenta que el enunciado puede tener distintas
significaciones.
Así, antes  del conocimiento de la significación literal del enunciado, aparece un
conocimiento relacionado con la posibilidad de enunciados múltiples y no
idénticos. Este es momento límite entre una primera forma de actividad psíquica
regida por el postulado primario y una forma de actividad que preanuncia al
proceso secundario.

* Proceso secundario
Utiliza para representar al mundo la representación ideica, teniendo al discurso
como principal baluarte, es la única construcción psíquica que se pliega a las leyes
del lenguaje. Responde a la exigencia que la realidad le impone al yo de
comunicarse con el yo del otro.
El yo es la instancia psíquica que se constituye en este proceso; es una instancia
constituida por el discurso. Con respecto a esta instancia, Piera habla de la
organización que debe darse en el espacio en el que yo va a advenir.
Considera que todo sujeto nace en un “espacio hablante”, y que entre la psique
singular y el “ambiente” interviene como eslabón intermedio un “microambiente”,
que vendría a ser el espacio familiar o el que lo sustituye, que en un primer
momento será percibido y catectizado por el niño como metonimia del todo.
Piera dice que los organizadores esenciales del espacio familiar en el que el yo
puede advenir son el discurso y el deseo de la pareja parental. En ellos intervienen
algunos factores como el portavoz y su acción represora, la violencia, el deseo del
padre (del niño y por ese niño).
Portavoz

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Con respecto al portavoz, este término hace referencia a la función del discurso de
la madre en la estructuración de la psique. Portavoz en el sentido literal del
término, porque desde su llegada al mundo el infans es llevado, a través de su
voz, por un discurso que comenta y predice el conjunto de sus manifestaciones. Y
portavoz también en el sentido de delegado, de representante de un orden exterior
cuyas leyes y exigencias anuncia ese discurso.
La madre se presenta como portavoz que transmite al infans, bajo una forma
predijerida y premodelada por su propia psique, las amenazas, intimidaciones, las
prohibiciones y mediante el cual le indica los límites de lo posible y de lo lícito. A
través del discurso que dirige a y sobre el infans, se forja una representación
ideica de este último, con la que identifica desde un comienzo el ser del infans. La
madre es quien nombra, piensa y le cuenta al hijo acerca de sus anhelos.
Los enunciados de la voz materna no son casuales sino que dan cuenta de la
sujeción de su yo a:
 El sistema de parentesco.
 La estructura lingüística.
La violencia de la anticipación (la sombra hablada)
Piera habla también de la sombra hablada. Dice que mucho antes del nacimiento
del sujeto, hay un discurso preexistente con respecto a él. Es una especie de
sombra hablada y supuesta por la madre hablante.
La sombra hablada son enunciados que se anticipan a la enunciación que el
propio niño hace de sí mismo. Estos enunciados tienen que ver con el anhelo
maternal referido al niño.
Con el término madre se hace referencia a un sujeto en el que se supone que está
presente:
1. Una represión exitosa de su propia sexualidad infantil
2. Un sentimiento de amor hacia el niño
3. Su acuerdo con lo que el discurso cultural del medio al que pertenece dice
acerca de la función materna
4. La presencia junto a ella de un padre del niño, por quien tiene sentimientos
fundamentalmente positivos
La madre le habla a un yo que aún no adivino: la sombra hablada que representa
la ideación de aquello que la madre querría que ese hijo fuera o llegase a ser, de
acuerdo con su propia historia identificatoria. De todos modos no anula aquello

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que a partir del objeto puede imponerse como contradicción. Por ello, entre el
objeto y la sombra hay posibilidad de una diferencia. El reconocimiento de esta
posibilidad determina lo que el yo vive como duda, sufrimiento, agresión e,
inversamente, como placer, alegría y certeza en los momentos en los que se
asegura de la concordancia presente entre la sombra y el objeto.
En la primera fase de la vida, al no disponer aún del uso de la palabra, es
imposible contraponer los propios enunciados identificatorios a los que se
proyectan sobre uno: ello permite, así, que la sombra se mantenga durante cierto
tiempo al resguardo de toda contradicción manifiesta por parte del infans. Sin
embargo, la posibilidad de contradicción persiste, y quien puede manifestarla es el
cuerpo: el sexo en primer lugar (si es que habló de una niña y luego en lugar de
tener una niña tuvo un niño, por ejemplo), y también todo aquello que en el cuerpo
puede aparecer como signo de una falta, de una carencia: como por ejemplo falta
de sueño, falta de crecimiento, de movimiento, de fonación, de saber pensar, etc.
Toda falla en su funcionamiento y en el modelo que la madre privilegia puede ser
recibida como cuestionamiento, rechazo, de su conformidad con la sombra.
El efecto de la represión y su transmisión
El discurso de y por la sombra hablada es el que permite a la madre ignorar el
ingrediente sexual inherente (propio) a su amor por el niño; así ese discurso
intenta impedir el retorno de lo que debe permanecer en lo reprimido.
La sombra está constituida por una serie de enunciados que dan cuenta del
anhelo materno con respecto al niño; y conducen a una imagen anticipatoria que
se anticipa a lo que enunciará la voz de ese cuerpo, por el momento ausente. Para
el yo de la madre, esta sombra, fragmento de su propio discurso, representa, lo
que en otra escena, el cuerpo del niño representa para su deseo inconsciente: lo
que del objeto imposible y prohibido de ese deseo puede transformarse en decible
y lícito. Por eso se comprueba que está al servicio de la instancia represora.
La sombra preserva a la madre del retorno de un anhelo que, en su momento, fue
consciente y que luego fue reprimido: tener un hijo del padre; la sombra es lo que
el yo pudo reelaborar y reinterpretar a partir de ese anhelo reprimido.
Lo reprimido es alejado y situado en el exterior del yo. El deseo edípico retorna
bajo una forma invertida: que es el deseo de que este niño pueda convertirse en
padre o madre, que pueda desear tener un hijo.
Conjugación y sintaxis de un deseo
De acuerdo a los planteamientos de Piera, después del “deseo de un hijo”, hay
ciertas posiciones que van a ir siendo sucesivamente adoptadas, y que esto va a
dar lugar a una serie sintáctica que coincide con la evolución de las posiciones
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protoidentificatorias e identificatorias. Esto mostrará como se elabora una
dialéctica del ser y del tener.
Se toma como punto de partida el propósito de lo primario, es decir, ser el objeto
del deseo de la madre (del deseo del Otro).
Con respecto a la problemática materna, en la madre, este deseo va pasando por
una serie de transformaciones durante la evolución psíquica:
→ 1. Primero, ser el objeto del deseo de la madre.
→ 2. Después, tener un hijo de la madre.
→ 3. Luego, tomar al objeto del deseo de la madre.
→ 4. Luego, ser el objeto deseado por el padre.
→ 5. Después de esto, tener un hijo del padre.
→ 6. Luego le sigue, dar un hijo al padre.
→ 7. Y a partir del momento en que se es madre, le sigue anhelar que su propio
hijo se convierta en padre o madre, (es decir, que sea realizado por él un mismo
“deseo de hijo”).
Esta modificación es provocada por el orden de parentesco de una cultura dada.
En todas estas sucesivas transformaciones el sujeto que desea es el mismo, sin
embargo, al final, el que anhela proyectará sobre otro ese deseo de hijo. Al
desearle un hijo, ella lo separa del hijo que ella había anhelado; se asegura y
proclama que el niño existente, su hijo, no es la realización del anhelo pasado.
Así, le da (y se da) la prueba de la no transgresión del incesto. Además, al
nombrarle al niño por anticipación lo que después será objeto de su deseo, es
decir, el deseo de tener un hijo, ella se designa como la que se negará a darlo y
aquella a la que estará prohibido pedírselo. El niño hereda así un anhelo que
prueba que el mismo no es la realización del que se ha esperado. Este anhelo lo
destrona del título de objeto edípico.
A través de la voz de la sombra hablada la madre se anuncia, y enuncia al niño,
las prohibiciones; de ese modo, le significa una prohibición que se anticipa a su
propio deseo. Se establece así una relación de reciprocidad funcional, al
convertirse el infans y la madre, uno para otro, en agentes al servicio de la
represión.
Esto muestra la transmisión de una instancia represora  que precede a lo que se
deberá reprimir del mismo modo en que la prohibición precede al enunciado
mediante el cual el niño expresará su deseo de tener un hijo con la madre. Se

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transmite así, de sujeto en sujeto, una repetición de la prohibición, necesaria para
construir la barrera que reorganizará el espacio psíquico del niño.
La violencia de interpretación: el riesgo de exceso
Según Piera, hay una interpretación de la madre en relación con las vivencias del
infans, que es indispensable y necesaria, esta es la violencia primaria. Es
imprescindible y no puede faltar si se pretende que haya supervivencia tanto
corporal como psíquica.
Puede darse el caso de que aparezca un riesgo de exceso, puede que no siempre
suceda, pero según Piera es como una tentación que siempre está presente en la
psique materna.
Este riesgo de exceso se da por el deseo de preservar el estado de esta primera
relación, la madre desea seguir siendo aquella que tiene el conocimiento sobre las
necesidades del infans y la que le ofrece continuamente todo lo que necesita para
preservar su vida.
Lo que es deseado es la no modificación de esa situación, pero si la madre no
logra renunciar a él se empieza a producir un abuso de violencia y se pasa así a
una violencia secundaria que es dañina.
Lo que la madre no quiere perder es el lugar de un sujeto que da la vida, que
posee los objetos de la necesidad y que dispensa todo aquello que es fuente de
placer.
Algo importante es que para la madre, en un primer momento, el buen
funcionamiento del cuerpo es lo que le da la seguridad de que está llevando a
cabo su función materna de forma correcta. Pero luego aparece la actividad del
pensar, que es una función esperada por el discurso materno; y para la madre, es
el desarrollo de esta actividad el que le va a confirmar el éxito o fracaso de su
función materna.
Piera dice que la madre sabe, por experiencia propia, que el pensamiento es el
lugar de lo secreto, de lo oculto, de lo que puede ser disfrazado, es el lugar de un
posible engaño al que no es posible descubrir. Las producciones de la actividad
del pensar en el niño pueden ser ignoradas por la madre. Es una actividad gracias
a la cual el niño puede descubrir sus mentiras.
Se instaura así una lucha en la que, por parte de la madre, se intentará saber que
piensa el otro, enseñarle a pensar el “bien”, o un “bien pensar” por ella definido;
mientras que en el niño aparece el primer instrumento de una autonomía, se abre
un espacio autónomo en el que se puede pensar lo que ella no sabe o no querría
que se piense.

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El propósito del exceso es lograr que la actividad de pensar, presente o futura,
concuerde con un molde preestablecido e impuesto por la madre; cuando esto
ocurre, esta actividad en la que el secreto debe ser posible pasa a convertirse en
una actividad sometida a un poder-saber materno, así en sus producciones, solo
serán legitimados los pensamientos que el saber materno declare lícitos.
La madre percibe a esta actividad de pensar del niño como riesgosa. Mucho antes
de que se manifieste la madre la espera, y al mismo tiempo, le teme. Lo que
espera es que efectivamente pueda llevar a cabo la función de pensar; lo que
teme es verse enfrentada porque sabe que cuando el niño empieza a pensar se
pierde la transparencia en la comunicación, y pierde además el saber sobre la
necesidad y el placer del cuerpo.
La madre deberá renunciar a ser la conocedora de todo lo que le pasa al niño y la
dispensadora de todo lo que necesita, para que el niño pueda desarrollar su
pensamiento autónomo.
El deseo del padre ( de niño, por este niño)
Para comenzar a hablar del deseo del padre, Piera plantea que cuando el infans
descubre que la madre desea otra cosa que él no puede darle, comienza su
búsqueda para intentar saber que desea ella o que le dicta la ley. Esta búsqueda
lo conduce hacia el padre y su deseo.
Tanto el niño como la niña heredan un deseo de tener hijos transmitido por el
anhelo materno de que lleguen a ser padre o madre. Entonces, el deseo de hijo
por parte del padre está íntimamente ligado a anhelos que se relacionaban con la
esfera materna.
Cuando se trata de un niño, la anticipación del discurso materno le transmitirá el
anhelo identificatorio de llegar a ser padre, que se vincula a una función que ella
no posee y que solo puede referir a la de su propio padre. Su anhelo reúne dos
posiciones y dos funciones: la ocupada por su propio padre y la que podrá ocupar
el infans como padre futuro. Entre estos dos eslabones se sitúa el padre real del
niño, hacia el cual el niño dirigirá su mirada para intentar saber lo que significa el
término padre y cual es el sentido del concepto “función paterna”.
El padre es el representante de los otros o del discurso de los otros (llamado
discurso del conjunto).
En el encuentro con el padre es posible diferenciar dos momentos y dos
experiencias:
1. El encuentro con la voz del padre (por parte del niño) y el acceso a la
paternidad (por parte del padre)

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2. El deseo del niño por el padre como así también el deseo del padre por el niño.
El encuentro con el padre
En contraposición al encuentro con la madre, lo que distingue al encuentro con el
padre es que no se produce en el registro de la necesidad; es por ello que el padre
es el que abre la primera brecha de lo que hacia inseparable a la satisfacción de la
necesidad del cuerpo y la satisfacción de la “necesidad” libidinal. Esta brecha
inducirá a la psique del infans a reconocer que aunque la presencia del padre es
deseada por la madre, es totalmente ajena al campo de la necesidad.
Durante una primera fase, el infans busca y encuentra las razones de la existencia
del padre en el ámbito de la madre. El padre representa el “otro lugar” deseado
por la madre, y ese deseo es el que le confiere su poder, en una segunda fase. El
padre ocupa el lugar de quien tiene derecho a decretar lo que el hijo puede 
ofrecer a la madre como placer y lo que le está prohibido proponer debido a que él
desea a la madre y se presenta como el agente de su goce y de su legitimidad.
Por esta doble razón, el padre será visto simultáneamente por el niño como el
objeto a seducir y como el objeto de odio.
Como un objeto a seducir, porque el querer seducirlo espera conservará a la
madre para sí al ofrecerse al padre como un equivalente de placer.
Es visto también como objeto de odio porque esta fase del encuentro es sucedida
por la necesidad de reconocer la diferencia de los sexos, el carácter no absoluto
del poder materno y el poder que ejerce el padre, que asume, en principio, la
forma de una voz prohibidora y de una voz a la que la propia madre parece
obedecer.
Lo que diferencia el deseo de la madre del deseo del padre por el hijo es que:
1. El deseo del padre apunta al hijo como sucesor de su función, lo proyecta más
rápidamente a su lugar de futuro sujeto.
2. El narcisismo proyectado por padre sobre el hijo se apoyará, en mayor medida
que el de la madre, en valores culturales.
3. El pasaje del niño al estado de adulto será experimentado en menor medida
como una separación o una pérdida por el padre que por la madre.
Contrato narcisista
Piera también dice que se debe tener en cuenta al contrato narcisista, que es el
responsable de lo que se juega en la escena extra-familiar, (o sea la influencia
social y cultural sobre la pareja de los padres y por ende en el psiquismo del niño).

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“El contrato narcisista tiene como signatarios (asociados) al niño y al grupo. Aquí
el grupo catectiza al niño ya desde antes de que el niño catectice al grupo. Desde
su llegada al mundo, el grupo catectiza al infans como voz futura a la que solicitará
que repita los enunciados de una voz muerta y que garantice así la permanencia
cualitativa y cuantitativa de un cuerpo que se autorregenerará en forma continua.
En cuanto al niño, y como contrapartida de su catectización del grupo y de sus
modelos, demandará que se le asegure el derecho a ocupar un lugar
independiente del exclusivo veredicto parental, que se le ofrezca un modelo ideal
que los otros no pueden rechazar sin rechazar al mismo tiempo las leyes del
conjunto, que se le permita conservar la ilusión de una persistencia atemporal
proyectada sobre el conjunto y, en primer lugar, en un proyecto del conjunto que,
según se supone, sus sucesores retomarán y preservarán”
Se resalta el efecto que tienen las palabras de los padres sobre el niño, este
discurso parental debe tomar en cuenta la ley a la cual ellos mismos están
sometidos, destacando los efectos de imposición que él tiene sobre los mismos.
Le da importancia a la función (metapsicológica) que cumple el registro socio
cultural; o sea el discurso ideológico (la ideología) de las instituciones sociales.
Por lo tanto le da importancia a la realidad socio cultural y a la influencia que tiene
en la constitución del psiquismo.
Piera dice que:
1. La relación que mantiene la pareja parental con el niño lleva siempre la huella
de la relación de la pareja con el medio social que la rodea.
2. Así como el discurso de la pareja parental anticipa y precatectiza al infans antes
de que el nuevo sujeto haya nacido, también el grupo habrá precatectizado el
lugar que se supondrá que ocupará, con la esperanza de que él transmita
idénticamente el modelo sociocultural.
3. El niño busca y debe encontrar en el discurso social, referencias identificatorias
que le permitan proyectarse al futuro, para que al alejarse del primer soporte que
le proporciona la pareja parental no pierda todo soporte identificatorio.
4. Si hay un conflicto entre la pareja de los padres con su entorno social; el
psiquismo infantil puede hacer coincidir sus representaciones fantaseadas (de
rechazo, agresión, omnipotencia o exclusión) con lo que ocurre en la realidad
social. Si hay opresión social sobre la pareja o si la pareja ejerce una posición
dominante en la sociedad, cualquiera sea el caso, va a desempeñar un papel en el
modo en que el niño elaborará sus enunciados identificatorios.
El discurso del conjunto

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Piera define al grupo social como el conjunto de las voces presentes que están
integradas por aquellos sujetos que tienen una lengua en común, regidos por las
mismas instituciones e ideología (religión etc.) Este conjunto comparte ciertos
enunciados (místicos, sagrados o científicos) que dependen de cada cultura,
acerca del fundamento del grupo social. Son enunciados acerca de: la realidad del
mundo, la razón de ser del grupo social y el origen de sus modelos.
Estos enunciados del fundamento tienen como función imprescindible preservar
una concordancia entre el campo social y el campo lingüístico y la interacción
entre ambos, en consecuencia son necesarios para el manejo del lenguaje de
cada sujeto. Para que puedan ejercer su función estos enunciados fundamentales
deben ser recibidos por los sujetos como palabras de certeza.
El discurso fundador de una cultura instituye el contrato narcisista. Este discurso
puede ser sagrado, científico o mítico, sin embargo tienen como característica
común que requieren preservar una certeza acerca del origen.
El campo social tiene una serie de enunciados y/o leyes que rigen su
funcionamiento y sus objetivos, que les son impuestos a sus miembros. Por lo
tanto al adherir cada sujeto (un infans por ejemplo) a este campo se apropia de
estos enunciados y leyes que le brindan una convicción sobre la verdad de su
pasado y la creencia en una posible certeza acerca de su futuro.
Para Piera es importante la simultánea catectización del modelo futuro y las
certezas acerca de su origen. Si se produce una descatectización acerca del
origen de la sociedad va a repercutir indefectiblemente sobre su futuro y el de sus
integrantes.
Esta certeza acerca del origen que le ofrece al sujeto el discurso del conjunto es
necesaria para que la dimensión histórica sea retroactivamente proyectable sobre
su pasado, cuya referencia no permitirá ya que el saber materno o  paterno sea su
garante exhaustivo y suficiente. El acceso a la historicidad es un factor esencial en
el proceso identificatorio, es indispensable para que el yo alcance el umbral de
autonomía exigido por su funcionamiento.
El sujeto necesita certezas acerca de su origen que le permiten apoyarse en ellas
y que al estar garantizadas estas verdades por el entorno social (discurso social y
también texto escrito), le permite al niño poder liberarse de la dependencia de sus
primeros referentes (la voz de la madre). Para poder liberarse de la dependencia
materna necesita que la mayoría del conjunto de las voces catectizen un mismo
ideal, dicho de otro modo que el niño pueda proyectarse en el conjunto social
ocupando el lugar del sujeto ideal para dicho grupo.

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El sujeto ideal no es idéntico al yo ideal o al ideal del yo, sino que se refiere al
sujeto del grupo, o sea, la idea de él mismo que el sujeto demanda al grupo, como
concepto que lo designa como un elemento que pertenece a un todo que reconoce
en él una parte homogénea.
El contrato narcisista
El contrato narcisista es un pacto de intercambio entre el sujeto y el grupo.
El grupo espera que el sujeto retome por su cuenta aquello que enunciaba la voz
de sus predecesores para asegurar la permanencia y la inmutabilidad del
conjunto. El grupo garantiza la transferencia sobre el nuevo miembro (el niño) el
reconocimiento que tenía el predecesor desaparecido.
Del lado del sujeto (nuevo miembro) éste se compromete a repetir el mismo
fragmento de discurso. El sujeto ve en el conjunto (el grupo) el soporte que se le
ofrece (y necesita) su libido narcisista y por eso se incluye o acepta el discurso del
conjunto. A cambio el grupo reconoce que el sujeto pueda existir sólo gracias a lo
que la voz repite (los enunciados del conjunto). Valoriza, de ese modo, la función
que él le solicita.
El contrato narcisista se instaura gracias a que el grupo precatectiza al infans
como voz futura que ocupará el lugar que se le designa.
Si bien el concepto de contrato narcisista es universal, hay una variabilidad entre
diferentes sujetos y diferentes parejas, porque es variable la calidad y la intensidad
de la catectización presente en el contrato que une a la pareja parental con el
conjunto social. La parte de la líbido narcisista que se catectiza en el varía de uno
a otro sujeto y de una a otra pareja. Lo mismo sucede con aquello que la pareja de
los padres valoriza del discurso del conjunto social.
Los padres imponen al Yo del niño un primer conocimiento de la relación que ellos
tienen con el campo social y como éste (el conjunto social) se relaciona con la
pareja parental. Puede ocurrir que la pareja de los padres rechace las cláusulas
esenciales del contrato narcisista, como ocurre en las familias psicóticas que
presentan un carácter cerrado al conjunto social, lo cual determine que sus
miembros (el niño por ejemplo) no puedan encontrar fuera del microcosmo familiar
un soporte que le permita lograr la autonomía (fuera de su grupo de características
endogámicas) indispensable para su Yo.
También puede suceder que el medio extrafamiliar imponga un contrato viciado al
no reconocer en la pareja parental elementos que le permitan incluirse en el
conjunto social (diferentes formas de discriminación y exclusión), lo cual determina
que la pareja de los padres se sienta maltratada o victimizada o en una posición
excluida por parte del conjunto.
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Para la autora, el yo no es más que el saber del yo sobre el yo. Esto significa que
está formado por un conjunto de enunciados, que le permiten hablar de la relación
que la psique mantiene con los objetos del mundo que ella ha catectizado. A partir
de allí aparecerán representaciones de palabra que son las que posibilitan la
puesta en funcionamiento del proceso secundario.
El postulado central de este proceso es que todo lo existente posee una causa
inteligible capaz de ser conocida por el discurso. Tiene como meta establecer
relación causal entre los fenómenos, causalidad que permite mantener una
investidura a pesar del sufrimiento transitorio que el objeto pueda causar.
La actividad de representación es una actividad de interpretación. Esta impone a
los elementos presentes en sus representaciones, un modelo relacional acorde
con el orden de causalidad que rige la lógica del discurso, a eso se refiere con el
postulado.
La actividad psíquica logra reconocer la propiedad de significación de los objetos
que implica reconocer que la relación entre los elementos que ocupan el espacio
exterior está definida por la relación entre las significaciones que el discurso
proporciona acerca de estos mismos elementos.
Cuando el individuo accede al lenguaje y puede nombrar las cosas de la realidad,
puede también reflexionar sobre sí mismo e historizar, encuentra sus objetos de
placer en la realidad y para poder acceder a ellos deberá investirlos, oscila entre
investirse a sí mismo o a los objetos, entre la economía narcisista y la economía
objetal.
Cuando el yo es el centro de la escena, el pasado se transforma en historia,
condición indispensable para investir el futuro: esto significa que, si el yo puede
encontrar un sentido causal a su pasado, a partir de un deseo, podrá construir una
historia que le permita proyectar un futuro. Pensar, desear y sufrir son las
funciones a las que está condenado el yo. Sin las dos primeras el yo no podría
existir ni tener lugar en la escena psíquica, y la tercera es el precio inevitable para
lograrlo.

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