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©Donovan L. Graham
ISBN 978-9929-735-27-9
Versión original: Teaching redemptively: Bringing grace and truth into your classroom
Ninguna parte de este libro podrá ser reproducida o transmitida en forma alguna o por
cualquier medio sea electrónico, mecánico, incluyendo fotocopiado, grabación o cual-
quier tipo de almacenamiento de la información o sistema de extracción informática sin
el permiso previo de Recursos Educativos ACSI, S.A.
Textos bíblico tomado del la Santa Biblia, LA SANTA BIBLIA, Reina-Valera revisión
de 1960. ©Sociedades Bíblicas Unidas.
Introducción........................................................................................15
PARTE 1
CONSIDERACIONES INICIALES
1 La queja: «Puede que no todos los que dicen ser cristianos lo sean».21
PARTE 2
10 La imagen empañada...................................................................121
11 La imagen restaurada...................................................................133
18 Participar en el aprendizaje..........................................................205
PARTE 3
22 Diseño de currículo......................................................................247
23 Actividades de aprendizaje..........................................................261
28 Apéndice......................................................................................335
29 Bibliografía..................................................................................342
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN
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AGRADECIMIENTOS
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AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
De no haber sido por una facultad, una administración y una junta di-
rectiva misericordiosa en Covenant College —quienes con generosidad me
permitieron dos sabáticos diferentes durante los años en que trabajé en este
libro—, esta obra nunca hubiese sido una realidad. No lo hubiese ni siquiera
intentado. Su apoyo entusiasta a los profesores, otorgándoles años sabáticos,
es raro en el mundo académico.
Además, debo un inmenso agradecimiento a los muchos, muchos estu-
diantes que se han matriculado en mis clases a través de los años. Su disposi-
ción para ser desafiados a mirar el proceso educativo a través de otros lentes,
en ocasiones inquietantes, ha sido lo que me ha mantenido en movimiento.
Cuando les requería que salieran de la caja, sabía que resultaría incómodo.
Pero estoy en extremo agradecido de que muchos de ellos llegaran a creer en
lo que les pedía que abrazaran. Comenzaron a ver la enseñanza y el aprendi-
zaje de una manera nueva, y me siento muy honrado por el número de ellos
que trató de aplicar con sinceridad las cosas que aprendían en mis clases. Es
una lección de humildad, y no puedo decirles qué bendición ha sido escuchar-
los hablar sobre lo que han hecho en sus aulas como resultado de lo aprendido
en la mía.
Estoy endeudado por completo con las amables y consideradas personas
de Purposeful Desing Publications. Sin el ánimo de Steve Babbit, no hubiese
imaginado que mi libro pudiera salir alguna vez fuera de las paredes de mi
aula. Gina Brandon merece muchos años sabáticos después de todo el trabajo
que realizó para corregir mis inusuales oraciones. El hecho de que esta obra
sea legible es gracias a sus esfuerzos. Gracias por ser tan cuidadosa y amable
a la vez. No sé si volveré a escribir algo, pero si lo hiciera, no existen mejores
personas con quienes trabajar.
Por último, quiero expresar mi más profunda gratitud por el arte que ador-
na este libro. Mi querido amigo Herb Thomson, quien creó las ilustraciones
usadas para los separadores de las partes, fue a casa a descansar en el abrazo
del Señor. No puedo decir suficiente sobre cuánto Herb me ayudó a com-
prender y experimentar la presencia de Dios en todas las cosas de la vida. Él
vivió con un mayor sentido de admiración y asombro que cualquier persona
que haya conocido. Me siento muy bendecido de que algo de eso se me haya
pegado durante aquellas largas caminatas con él por el parque nacional de las
Montañas Rocosas. No soy un artista, pero debido a Herb, sé lo que es sen-
tirse inspirado por aquellos que lo son. Y aunque artista, Herb era además un
gran maestro que entendía parte de lo que trato de decir en este libro, mucho
antes de que comenzara a escribirlo. Él escribió en una ocasión: «El maestro
efectivo, al menos en el área de la enseñanza sobre la vida, debe vivir lo que
enseña. Nosotros enseñamos más a través de lo que hacemos y vivimos, que
por lo que decimos; si es que queremos que nuestros oidores nos tomen en
serio».
¡A Dios sea la gloria! ¡Él ha hecho grandes cosas!
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INTRODUCCIÓN
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¿Qué sucede, sin embargo, si les enseñamos las mismas ideas a través
de medios que requieren que absorban con pasividad lo que decimos, sin
permitirles ninguna contribución concerniente a cuál será el enfoque o la
forma en que estudiarán a los seres humanos, permitiendo que debatan solo
los pensamientos bíblicos «correctos», y recompensándolos con buenas no-
tas y privilegios por reproducir de manera correcta lo dicho? Si utilizáramos
estos métodos, ¿qué les habremos comunicado? En otras palabras, si los
sometemos a un proceso educativo que los trata como objetos, en lugar de
verlos como a personas que llevan la imagen de Dios, ¿qué obtendremos?
Es muy probable que tengamos estudiantes que saben cómo «hablar» sobre
ser portadores de la imagen de Dios y que «viven» como objetos, tratando a
los demás de esa misma forma —un resultado poco aceptable—.
La redención no nos lleva a decir algo y hacer lo contrario. Dios no nos
redimió para que enseñemos ideas cristianas mediante un proceso que es sin
duda —aunque quizá sin saberlo— no cristiano. Por el contrario, parece ser
que se les ha encomendado a los maestros, portadores de la imagen de Dios,
el desafío de crear un proceso educativo que refleje la redención.
La raíz del término redención significa literalmente ‘volver a comprarʼ,
es decir, «devolverle algo al dueño original o restaurarlo a su estado primor-
dial.» La redención por medio de Jesucristo restaura nuestra relación con
Dios y nos da el poder para, una vez más, cumplir con nuestro llamado en la
creación, como era su intención inicial. Las distorsiones de la caída todavía
nos asedian, aunque no estamos más atados ni somos gobernados por ellas.
Fuimos llamados a vivir de acuerdo con la verdad y, para hacerlo de una
manera redentora, debemos ser coherentes con esa verdad.
La educación redentora, por lo tanto, requiere que enseñemos de acuer-
do con esa realidad, en armonía con las normas de Dios y como son revela-
das en su Palabra. Estos preceptos serán aplicables a todos los componentes
del proceso educativo:
1. El propósito de la educación.
2. El estudiante.
3. El maestro.
4. El proceso de aprendizaje.
5. La materia.
Este libro se escribió para animar y desafiar a los maestros cristianos en
cada escenario, público o privado, secular o cristiano, a enseñar de manera
redentora —es decir, a utilizar los principios bíblicos en todos los com-
ponentes de la educación—, pensando y actuando como Dios, tanto en el
«proceso» educativo como en el «contenido».
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Para abordarlo, tuve la intención en la «Parte 1» de ilustrar este pro-
blema, discutir ideas importantes a la hora de edificar algo más bíblico y
describir de manera breve algunos conceptos bíblicos fundamentales sobre
los cuales todas nuestras ideas acerca de estos componentes deben estar
construidas. Estos temas básicos son: la creación, la caída y la redención; y
el significado de la gracia de Dios en la educación redentora.
Cuando examinemos los diferentes componentes del proceso en la «Par-
te 2», trataremos de identificar algunas normas bíblicas y creacionistas re-
levantes para cada elemento, ya que la educación redentora implica enseñar
de acuerdo con esas normas, mientras reconocemos el impacto de la caída
en cada aspecto del proceso educativo.
En la «Parte 3» consideraremos algunas implicaciones de estas normas
bíblicas en el aula. Exploraremos estos efectos con respecto a los siguientes
puntos:
1. Diseño del currículo.
2. Actividades de aprendizaje.
3. Medición, evaluación y calificación.
4. Conducta y disciplina en el aula.
Además, intentaré mostrar por qué los maestros pueden llevar a cabo
ciertas cosas en el aula, basados en normas identificables y en la realidad de
la gracia. Mientras que los debates anteriores sobre las normas creacionistas
y la gracia están respaldados por la Biblia y por escritos e investigaciones
de otros autores, no tengo inconveniente en aceptar la responsabilidad de lo
presentado en la «Parte 3». Estos son mis pensamientos, y nadie más debe
sentirse responsable por sus implicaciones, aunque creo no estar solo en mi
adherencia a ellos. Algunas de ellas son incómodas y difíciles y serán, sin
duda, calificadas con términos que no estoy dispuesto a aceptar por com-
pleto. Si el lector considera que estoy demasiado apegado a una filosofía
mundana, le pediré tan solo que evalúe mis ideas a través de los principios
bíblicos expuestos. Si están respaldadas por la Biblia, entonces debemos
prestarles atención.
Por último, la «Parte 3» contendrá algunos pensamientos y medios para
tentar a los lectores a crear proyectos para sus propias aulas, ya que este
libro no tendría ningún propósito redentor si no proveyera una oportunidad
para que todos mejoremos nuestra enseñanza. Para ayudarnos en esta tarea,
he incluido preguntas de autoexamen y aplicación al final de cada capítulo.
Aunque pueden ser usadas para debatir, su propósito fundamental es com-
prometer a los lectores a evaluar su tarea como maestros, a la luz de lo leído
en este libro, y luego preguntarles cómo podrían responder a los nuevos
desafíos. Tengo esperanza que al responder con seriedad a mis preguntas,
sean conducidos a algunos cambios en la forma en que accionan en el aula.
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Para aquellos lectores que son estudiantes de colegio y nunca han en-
señado en un aula, las preguntas pueden ser reformuladas para permitirles
examinar algunas experiencias educativas que hayan tenido hasta este mo-
mento en sus vidas. Cuando se les pida abordar las circunstancias de manera
diferente, pueden responder en términos de lo que les gustaría hacer si
fueran el maestro a cargo. Los profesores que han usado este libro en cursos
de educación para maestros, son estimulados a crear sus propias preguntas
de debate y aplicación. ¡Hacer esto está en sintonía con la filosofía que
sostiene este libro!
Enseñanza redentora no es un manual o un libro de recetas. Diseñar un
libro que esboce las siete maneras efectivas de hacer eso, o los diez pasos
hacia el éxito en aquello, violaría de manera significativa la esencia del li-
bro. Si buscas un libro sobre «cómo hacerlo», este no te satisfará. En lugar
de eso, trataré de involucrar a los maestros en el proceso de crear sus pro-
pias directrices de enseñanza y acción. Esta obra invita al lector a contestar
tres preguntas sencillas: ¿qué?, ¿y qué?, ¿ahora qué? Es decir, ¿cuáles son
las ideas que deben distinguirnos como maestros cristianos (partes 1 y 2)?,
¿qué implicaciones tienen esas ideas en el aula y qué debemos hacer respec-
to a ellas («Parte 3»)? Los maestros que estén dispuestos a responder a las
cuestiones de este libro, estarán llevando a cabo su propia tarea portadora de
la imagen de Dios, como agentes del Dios creador-redentor.
Así como este libro no es una receta que nos dice qué hacer, tampoco
está concebido para representar una crítica de todas las distorsiones que
existen en el mundo educativo actual —aunque hacemos alusión a algunas
de ellas de principio a fin—. Muchas cosas están sucediendo, tanto en las
escuelas seculares como en las cristianas, que merecen ser criticadas, pero
mi objetivo es identificar conceptos bíblicos y debatir sus efectos. Espero
proveer una oportunidad para crear algo nuevo, en lugar de solo atacar lo
que ya existe.
Oro para que aquellos que asuman este reto puedan experimentar la en-
señanza como una actividad dinámica, que provee oportunidades ilimitadas
de responder de manera redentora a las personas caídas de un mundo caído.
Si hacemos esto nos convertiremos en una imagen viva de Dios, ocupándo-
nos de su creación según su propia verdad.
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PARTE 1
CONSIDERACIONES
INICIALES
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LA QUEJA:
«PUEDE QUE NO TODOS LOS QUE
DICEN SER CRISTIANOS LO SEAN»
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editoriales que publican libros de texto cristianos, ha simplificado esta tarea
de forma significativa, teniendo en cuenta cómo era la situación hace diez
o veinte años atrás. En la actualidad, los maestros utilizan libros de texto
confiables, que brindan información correcta y promueven un verdadero
pensamiento cristiano. Se espera, por lo tanto, que utilicen los materiales,
las evaluaciones y las planificaciones provistas por estas editoriales. De
acuerdo con los resultados, estos recursos han probado su efectividad y evi-
denciado que cada vez que un maestro utiliza otros instrumentos, el apren-
dizaje se deteriora. Los métodos educativos «progresistas» solo reflejan el
pensamiento no bíblico de profesionales expertos y, por consiguiente, no
puede esperarse que produzcan buenos resultados. Los modos tradicionales
de la eca se han probado a sí mismos en el pasado, y los maestros cristianos
en ella saben que obtendrán mejores resultados usando estos verídicos y ya
demostrados métodos.
Los estudiantes en la eca no estudian materias sin importancia, como
aquellas a menudo evidentes en las escuelas públicas actuales. Las califi-
caciones han bajado en muchas instituciones escolares por alejarse de los
principios básicos de la educación. La eca ha reconocido este error y ha
seleccionado materiales tradicionales con un contenido que debe dominarse
en todos los grados. Las lecciones son planificadas con cuidado por exper-
tos en cada materia y si los materiales son presentados de manera correcta,
los estudiantes no tienen dificultades en absorber tales conocimientos.
Por último, no existe duda de que en la eca se enfatizan los valores
cristianos, enseñando a los estudiantes a trabajar duro, a ser responsables y
estar agradecidos a Dios. Las bendiciones que resultan de la obediencia son
claramente contrastadas con el juicio y la corrección que conlleva la falta
de ella. Se enseñan los estándares invariables de Dios para la santidad. Se
promueven virtudes tales como el patriotismo y el deber civil, y se enseña
de manera minuciosa la herencia cristiana de nuestra nación.
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y en eso nos concentrábamos. Ahora me doy cuenta que necesito
involucrarme en el servicio cristiano, pero no creo tener el tiempo
para hacerlo. Mi trabajo me mantiene demasiado ocupado.
Otra idea que seguía aflorando en las entrevistas fue la siguiente:
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el caso de algunos trabajadores en la eca. Sin embargo, es muy probable
que el desempeño no tenga relación con una vida dirigida por el evange-
lio, en especial si este es la base para afirmar y validar a los estudiantes.
Parece que las escuelas prosperan o fracasan en base a estas interpretacio-
nes. Las evidencias externas se convierten en la forma de medir a todos los
estudiantes, siendo comprensible, entonces, que sea el enfoque de todos
sus esfuerzos. La presencia de una buena conducta es para aquellos que
identifican comportamiento con salud, el reflejo de un buen ejercicio en las
relaciones públicas. Del mismo modo, demasiados comportamientos nega-
tivos reflejan un mal proceder en esta disciplina. Si los niños se portan bien,
asumimos que hacemos lo correcto y que Dios honra esa acción en la vida
de los estudiantes. Si hay demasiadas conductas negativas, inferimos que
estamos manejando mal los asuntos y que necesitamos cambiar para que
Dios nos bendiga.
Por supuesto, la preocupación por la apariencia exterior no está con-
finada al comportamiento personal y moral del estudiante. El desempeño
académico, deportivo, musical e incluso el servicio, son también conside-
rados como mediciones precisas que evalúan el éxito de la escuela. En un
lugar como la eca, estas conductas son de sumo interés. Por desgracia, es
muy probable que los estudiantes sean validados por sus buenas acciones,
sin que se preste mucha atención a cómo son. Puede que con ironía atribu-
yamos el éxito de sus actos a la bendición de Dios, mientras ignoramos su
ser interior. Nosotros —y ellos— hacemos lo correcto, y Dios nos bendice.
Es incluso más desafortunado el hecho de despreocuparnos de la reali-
dad de que la caída nos ha dejado a todos vacíos internamente y sufriendo
un sentido de pérdida y falta de valor. Con facilidad, nos enfocamos en sus
efectos externos y creemos que nuestro deber radica en controlar y elimi-
nar las conductas pecaminosas. Pero si nos centramos solo en la conducta
exterior, afirmando lo positivo y castigando lo negativo, puede que nunca
atendamos al vacío interno del pecador caído y quebrantado. Y es probable
que jamás presentemos a nuestros estudiantes lo que es vivir el evangelio.
En cambio, les enseñamos a hablar de él, mientras vivimos bajo la maldi-
ción de la ley. En el mejor de los casos, es confuso. De hecho, esto fue lo
que sucedió con algunos de los egresados de la eca. Pero aun peor, puede
producir desesperación y un sentido de desaliento e inutilidad que gobierne
la vida del estudiante. Quizá lo más grave sea que las personas que son
afirmadas solo por sus logros, vivan el resto de sus vidas basados en una
mentira, creyendo que sus propios recursos son suficientes y no abordando
nunca el vacío, la angustia y la maldad en sus corazones.
No es fácil liberarnos de nuestra empedernida tendencia a prestar dema-
siada atención a la ley, como un medio para obtener y retener la aprobación
de Dios. Para evitar esta inclinación natural hacia el legalismo, los maestros
deben comprender cómo la gracia de Dios sostiene cada uno de sus pasos.
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AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
1. Sea que te cueste admitirlo o que estés contento por ello, ¿en qué se
asemeja tu aula o escuela a la eca?
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2
CONSTRUYENDO UNA BASE BÍBLICA
EL USO DE LA BIBLIA
Para construir una visión más bíblica del proceso y práctica de la educa-
ción, debemos decidir cómo usar la Biblia en el desarrollo de esa visión. La
forma en la que se utilice, afectará las conclusiones a las que lleguemos, las
teorías que construiremos y las prácticas que emplearemos como maestros.
Cristianos bien intencionados arriban a diferentes conclusiones, dependien-
do de la forma que escogen para interpretar y usar la Biblia. Aunque espero
que mi enfoque personal no ahuyente a quienes no estén de acuerdo con-
migo, es justo que exponga, en principio, cómo pretendo usar la Palabra de
Dios en el desarrollo de las siguientes ideas.
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Palabra es lámpara a nuestros pies (Salmo 119:105) que ilumi-
na nuestra comprensión de Dios, de nosotros mismos y de todo
lo que sucede en el mundo. La Biblia debe servir, por lo tanto,
como una luz para cualquier disciplina académica en particular o
campo de investigación [Incluyendo el tema de este libro].
3. La Biblia no fue escrita para servir como un «texto» para cues-
tiones de ciencia moderna como la psicología, la filosofía, la
economía o cualquier otra disciplina. Fue concebida en un con-
texto histórico, con el propósito de ir más allá de situaciones es-
pecíficas y ejemplos, y abarcar principios trascendentales. Cada
texto debe interpretarse bajo el contexto general de la Biblia.
Este enfoque da lugar, tanto al significado histórico como a un
nivel más elevado del concepto, como por ejemplo, un principio
extraído del pasaje.
4. La dificultad de interpretar las expresiones poéticas y metafó-
ricas, nos obliga a buscar la intención del autor al escribir el
pasaje. Aunque debemos admitir que es difícil, este método nos
proveerá principios, en lugar de simples y específicos ejemplos
literales. Identificar el propósito del autor dentro del marco de la
finalidad bíblica, es esencial si queremos extraer fundamentos
que podamos usar en nuestra búsqueda académica (1982).
De esta manera, Greidanus sugiere un un enfoque que extraiga temas,
principios y conceptos bíblicos que puedan ser usados en cualquier empeño,
incluyendo el que concierne al proceso educativo. Dichos temas o princi-
pios deben surgir de
1. un pasaje específico;
2. una combinación de pasajes;
3. una inferencia a partir del cauce fundamental de la Biblia.
Es probable que haya usado estos tres enfoques para construir los prin-
cipios de este libro. Por momentos, recurrí a varios textos bíblicos como
referencia para respaldar una idea, pero confío haberlo hecho en el espíritu
de las normas interpretativas esbozadas. Además, he cuidado no tomar sim-
plemente versículos fuera de contexto para usarlos como textos probatorios.
Este enfoque tiene sus propias limitaciones. Algunos pasajes bíblicos,
por ejemplo, contienen instrucciones directas y deben ser interpretados de
forma literal. Otros pasajes tienen una interpretación alegórica, quizá por
su lenguaje poético o metafórico. La dificultad radica en determinar en qué
medida y sobre qué base interpretar un pasaje específico como literal o ale-
górico. Este es un problema hermenéutico complejo y su resolución está
más allá del alcance de este libro. El método que Greidanus recomienda,
incorpora principios hermenéuticos razonables y es útil a la hora de abordar
cuestiones de la teoría y práctica educativa. Insto a los lectores que estén en
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De hecho, no podemos escapar de su influencia, como se ejemplifica en
cierta historia de un niño que no quería entrar a la iglesia un lunes, después
de que su padre predicara un sermón sobre el texto: «Porque me consumió
el celo [zeal, en inglés] de tu casa.» La madre del niño le había leído, no
hacía tanto, unas historias sobre focas [seal, en inglés] que vivían en el
mar y que saltaban capturando peces para comer. También había visto en el
zoológico, la semana anterior, cómo estas focas eran alimentadas con peces.
Su negativa de entrar a la iglesia se basaba en su determinante —aunque
no comprobable— creencia de que la foca podía comérselo en la iglesia
(Jaarsma, 1961).
Nuestras creencias determinantes no son siempre consecuentes con
nuestras «creencias profesadas». Algunas veces, nuestro comportamiento
revela contradicciones entre lo que decimos que creemos y lo que en verdad
nos controla en una situación determinada. Las creencias profesadas cons-
tituyen la base para nuestras teorías y debates sobre la enseñanza, pero no
siempre dirigen la forma en la que realmente enseñamos. Sabemos que es
muy fácil decir que creemos una cosa y hacer otra. Pocas personas estarían
satisfechas con estas inconsistencias y aun menos deberíamos estarlo los
cristianos, quienes somos llamados por Dios a caminar en coherencia con
nuestro hablar.
Sin embargo, las inconsistencias persisten. Una razón podría ser la for-
ma en la que ambas —las creencias profesadas y las determinantes— son
adquiridas. La mayoría de las creencias profesadas, en especial las de ín-
dole cristiano religioso, son enseñadas a través de una instrucción formal,
usualmente de manera verbal. Dicha instrucción puede carecer por com-
pleto de experiencias personales que se correspondan con la divulgación
oral. Las creencias aprendidas, principalmente mediante esta instrucción,
pueden servir como declaraciones lógicas y coherentes de lo que uno cree o
de nuestras creencias profesadas, ya que de la manera en que la instrucción
es verbal, también lo es la profesión de esa creencia por parte del estudiante.
Sin duda, las creencias profesadas influyen, en cierto grado, en el com-
portamiento. Los cristianos a los que se les ha enseñado, de manera verbal,
que la oración es importante, a menudo aceptan esta enseñanza como ver-
dadera. Ellos profesan, entonces, que la oración es esencial y se involucran
con ella generalmente a través de los servicios de adoración, las reuniones
de oración y las gracias antes de las comidas. Pero muchos de ellos admi-
tirían que su vida de oración privada es errática, ineficaz y ocupa un lugar
bajo en su lista diaria de prioridades. Puede que a veces, incluso, se pregun-
ten si la oración sirve en verdad para algo. Estos comportamientos y actitu-
des no están a la altura de la importancia que merece la profesión acerca de
la oración. ¿Por qué esta inconsistencia?
Utilizando un ejemplo referido a los maestros, muchos docentes cristia-
nos declararán que son creados a imagen de Dios. También reconocerán que
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maestros, no existe ningún esfuerzo por identificar principios bíblicos que
influyan en la educación, mucho menos promoverlos. De manera desafor-
tunada, en algunos programas educativos cristianos, los principios no han
sido identificados ni enseñados con claridad o, incluso, si se han expuesto
de forma oral, los potenciales maestros no han tenido suficientes oportu-
nidades para experimentarlos en su capacitación. Aunque los profesores
de magisterio usen esos componentes en sus aulas —aunque a veces no
lo hacemos—, otros profesores del colegio de otros departamentos pueden
dejar de usarlos. Por lo tanto, la batalla para hacer que las creencias deter-
minantes sean consecuentes con las creencias profesadas es ardua, por decir
lo menos.
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Por último, ¿qué debemos hacer con el programa educativo que enseña,
por medio de la clase de Biblia, que los seres humanos son hechos a la
imagen de un Dios creativo, pero que entonces prescribe el currículo de
arte como un número definido de proyectos para el año, con cada paso del
proceso bosquejado y enseñado en un solo período de clases de media hora,
una vez por semana? ¿Qué clase de imagen del creador-redentor ven nues-
tros niños en este proceso?
En cada uno de estos casos, lo aprendido mediante el proceso tiene a
menudo mayor impacto que el contenido verbal. Los discursos orales se en-
señan de manera abierta, pero el contenido del proceso —que con frecuen-
cia contradice el oral— se enseña de forma silenciosa. Por consiguiente, el
estudiante es dramáticamente afectado por un volumen de información de
la que nadie ha escuchado jamás. Por supuesto, se espera que este contenido
abierto se aplique a la vida. Sin embargo, parece haber abundantes razones
para cuestionar si es esa información la que llevan los estudiantes a la vida,
o si solo aprenden a reproducir estos datos el tiempo suficiente, o de la for-
ma necesaria, como para satisfacer a sus profesores y no ser afectados por
esta información nunca más. Quizá debamos preguntar a los egresados de
la eca.
El daño más grande puede hacerse cuando un contenido no bíblico «si-
lencioso» se convierte realmente en parte del niño. Qué terrible es cuando
los conceptos que no queremos enseñar como, por ejemplo, que los seres
humanos deben ser tratados y enseñados como animales o máquinas, es el
que al final se traslada a la vida de los estudiantes. Creemos que los seres
humanos son racionales, creados a la imagen de Dios. Cuán trágico es si,
después de doce, dieciséis o veinte años de instrucción formal, nuestros
estudiantes son incapaces de pensar, porque hemos empleado métodos de
enseñanza que no solo no se los permite, sino que además los disuade de
hacerlo —todo en nombre de impartir la verdad cristiana—.
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es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra,
y creciendo en el conocimiento de Dios».
El «conocimiento de su voluntad» —el contenido o la información—
debe ser comprendido con claridad; saber ������������������������������
«�����������������������������
qu�������������������������
»�������������������������
se está enseñando. Cono-
cer en «toda sabiduría e inteligencia espiritual» sugiere que además consi-
deremos las implicaciones que tiene esa información para una vida correcta.
Esto responde a la pregunta ¿y qué?, aunque aún no es suficiente. Tenemos
que proseguir hasta la etapa final de este conocimiento, para así llegar a una
conclusión aceptable. Hacer algo como respuesta a la pregunta ¿ahora qué?
Como enseña este pasaje, el conocimiento, la sabiduría y la inteligencia
deben conducirnos a una forma de vida digna en el Señor (Richards, 1970).
Dios revela su verdad y se revela a sí mismo mediante las Escrituras,
para que podamos vivir en consecuencia. Para hacerlo, debemos compren-
der la verdad de Dios, entender su significado para nuestras vidas y hacer
algo al respecto. Eso parece abarcar el propósito del Padre al mostrarse
mediante su palabra escrita. Si el propósito de la educación es ayudarnos
a vivir una vida que agrade a Dios, quizá la esencia del proceso educativo
pueda resumirse en estas tres sencillas preguntas: ¿qué?, ¿y qué? y ¿ahora
qué?
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AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
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CREACIÓN, CAÍDA, REDENCIÓN:
UN MARCO PARA CONSTRUIR
LA CREACIÓN
«En el principio creó Dios los cielos y la tierra.» (Génesis 1:1). Una
declaración que indica que Dios habló para crear de la nada. La «materia
prima» de la creación surge de su palabra. A esta se le ha llamado la primera
etapa de la creación (Frey y otros, 1983). A medida que continúa la historia
de la creación en Génesis, vemos cómo Dios actúa, en una segunda etapa,
estableciendo orden a partir del caos y luego, definiendo la naturaleza de lo
creado. Tomó la materia prima de la creación y la ordenó para dar forma a
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un mundo hermoso y diverso. Dios habló y todas las cosas entraron en una
interrelación y recibieron un propósito, una forma en la cual operar, una
función, un «orden normativo», si así lo prefieres.
La actividad creadora de Dios no terminó cuando mandó a que existiese
orden en la creación. Él continúa gobernando sobre ella, manteniéndola y
preservándola por la eternidad. En el libro All of life redeemed: biblical
insight for daily obedience [Redención total: percepción bíblica para la obe-
diencia diaria], Bradshaw Frey sugiere incluso la existencia de una tercera
etapa de la creación, en la que Dios requiere la participación de su creación
suprema, los seres humanos. Esto se evidencia en el siguiente pasaje: «Y los
bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuz-
gadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas
las bestias que se mueven sobre la tierra.» (Génesis 1:28). El desarrollo de
su creación fue puesto en las manos de los seres humanos, creados para ser
sus mayordomos. Se les dio esta tarea para que glorifiquen a Dios, siendo
eso posible en la medida que actuaran de acuerdo con su ley —la verdad
sobre la forma en la creó todas las cosas—.
La «ley», como se menciona aquí, es la base sobre la cual Dios creó y
por la cual supervisa todas las cosas creadas. No está restringida por las
directrices y mandamientos dados a su pueblo; más bien refleja la «totali-
dad de las órdenes de Dios para el cosmos» (Wolters, 1985: 13). Dios creó
todas las cosas con un propósito y con el fin de reflejar su gloria. Cuando
la creación funciona de acuerdo con la ley de Dios, esta le glorifica; por lo
tanto, cuando los seres humanos actúan de acuerdo con la ley, mediante la
cual Dios los creó, también le dan gloria.
Aquí son incluidos dos tipos de leyes: las leyes de la naturaleza —gra-
vedad, movimiento, termodinámica, etcétera— y las leyes de la cultura y
la sociedad —el orden mediante el cual los individuos y las instituciones
sociales deben funcionar y relacionarse para glorificar a Dios. En Crea-
tion Regained: Biblical Basics for a Reformational Worldview [La creación
recuperada: bases bíblicas para una cosmovisión reformacional], Albert
Wolters refiere a estas leyes culturales y sociales como normas, las cua-
les serían el eje central de nuestra búsqueda para aplicar la ley de Dios en
la educación. Debemos preguntarnos de manera cuidadosa cómo aprender
dichas normas. Las leyes físicas de la naturaleza se descubren mediante el
uso de la mente humana —por medio de la investigación, la observación y
el estudio—. Aunque el funcionamiento de la creación no depende de cómo
comprendemos sus leyes, sí sucede en el uso cultural de ellas. Nuestro es-
tudio resulta en conocimiento útil para administar la creación sobre la cual
Dios nos colocó.
Desarrollar un conocimiento sólido de las normas que debemos usar
para dirigir el funcionamiento de nuestras instituciones y organizaciones
humanas, implica algo más que observación e investigación. Dado que la
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palabra de Dios escrita en la Biblia no se contradice con la palabra hablada
en la creación, ambas fuentes deben ser usadas para identificar y compren-
der lo que llamamos normas. Como la palabra de Dios se hizo carne en Je-
sucristo, su persona es parte de la ecuación a la hora de conocer las normas
de Dios para la vida.
Debido a que Dios nos envió al Espíritu Santo para guiarnos al conoci-
miento y la sabiduría, no se nos abandonó a nuestros propios recursos en la
comprensión de la Biblia, en lo que leemos acerca de la creación o lo que
sabemos como criaturas en Cristo. Como hijos redimidos de Dios, tenemos
todas las razones para creer que cuando la palabra escrita de Dios, en con-
junto con su palabra creadora, es interpretada mediante el Espíritu por una
persona viva en Cristo, somos capaces de entender de manera suficiente
—no de forma perfecta— las normas necesarias para nuestra actividad cul-
tural. Si no tuviéramos esa esperanza, estaríamos paralizados, y con razón.
¿Cómo podemos describir la relación que existe entre la palabra de Dios
escrita, la palabra de Dios hablada en la creación, la palabra de Dios viva en
Cristo y el Espíritu de Dios como guía e intérprete? Aunque la Biblia no nos
habla de forma directa sobre la mayoría de las instituciones desarrolladas
en nuestra cultura, nos presenta temas y principios que deben ser aplicados
en toda labor.
Examinemos, de manera breve, tres de estas temáticas. Por ejemplo, la
Biblia habla sobre el amor como parte del carácter de Dios y por consi-
guiente como una característica esencial de los seres humanos, los porta-
dores de su imagen. Los seres humanos fueron creados para amar y ser
amados. Todas las instituciones donde estén involucrados deben incorporar
con sabiduría las características del amor, fomentándolo y ejemplificándolo.
Estos organismos incluyen, por supuesto, a las escuelas. Cualquier proceder
que no fomente ni ejemplifique el amor hacia los estudiantes, maestros o
administradores en nuestras escuelas, es antinormativo y debe ser evitado;
sería inaceptable si, además, esas mismas personas no muestran amor fuera
de su entorno escolar.
La integridad o la unidad es otro tema bíblico importante a tener en
cuenta. El currículo escolar y las actividades de aprendizaje —en síntesis,
todas las actividades educativas— deben caracterizarse y encaminarse ha-
cia un sentido y experiencia integral. Una fractura y una falta de sistemati-
zación entre el conocimiento y la experiencia sería antinormativo.
La responsabilidad del conocimiento es un tercer tema a considerar. A
medida que adquirimos conocimiento, Dios espera que hagamos algo con
él, que le honre y obedezca a sus propósitos. El conocimiento no es para
almacenar.
Mientras que la palabra escrita nos presenta e instruye acerca de estos
tres temas, Jesucristo los encarna. Como portadores de la imagen de Dios,
ENSEÑANZA REDENTORA 43
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
44
plan brillante para la creación, el cual se puso en marcha a su orden (Walsh
y Middleton, 1984). La sabiduría no es solo un concepto abstracto, es la
forma visible en la que Dios diseñó y ordenó este mundo. Se encuentra
entonces en las normas discutidas con anterioridad; vivir de acuerdo a estas
es apropiarse de la sabiduría. Ese es el medio para cumplir con nuestra tarea
de educar.
Como lo describe Albert Wolters, Dios dio a los portadores de su ima-
gen el regalo de la sabiduría para capacitarlos, a fin de que desarrollen su
creación:
La creación no es algo que, una vez hecho, permanezca como
masa estática. Hay, por decirlo así, un crecimiento —no en el senti-
do biológico—, un despliegue de la creación. Esto se lleva a cabo a
través de la tarea asignada a las personas, de hacer realidad las po-
sibilidades de desarrollo implícitas en la obra de las manos de Dios.
La realidad de este orden creado es tal, que es posible tener escue-
las e industrias, imprentas y cohetes, trabajos de costura y ajedrez.
La ley creacional está gimiendo por ser positivizada en maneras
nuevas y sorprendentes. Toda la vasta gama de la civilización hu-
mana es […] en cambio un despliegue de la maravillosa sabiduría
de Dios en la creación y del profundo significado de nuestra tarea
en el mundo. Estamos llamados a participar en el continuo trabajo
creacional, a ser los colaboradores ejecutivos de Dios hasta el final
del proyecto de su obra maestra. (Wolters, 1985: 37-38).
Wolters continúa diciendo:
[…] si vemos que la historia humana y el despliegue de la cultu-
ra y la sociedad son parte integral de la creación y su desarrollo, y
que no están fuera de los planes de Dios para el universo, a pesar de
las aberraciones pecaminosas, sino que por el contrario, estuvieron
incorporadas desde el principio y formaron parte del plan que nun-
ca entendimos, entonces estaremos más abiertos a las posibilidades
de servir a Dios en áreas tales como la administración, la economía
de desarrollo y el paracaidismo. (38)
Una declaración como esta nos da una dirección clara y fundamental
para nuestros esfuerzos educativos. La educación debe ayudarnos a llevar a
cabo nuestra tarea creadora de desarrollar la «tercera etapa» de la creación,
y necesita ser ejecutada de acuerdo a las normas creadoras que Dios esta-
bleció para ese proceso.
Un pensamiento adicional, aplicable a los educadores —relacionado con
la doctrina de la creación—, es la comprensión de que Dios declaró, varias
veces y con entusiasmo, que lo que había creado era bueno. Todo lo que
existe en su estructura creacional es bueno. Sus normas (leyes culturales
y sociales), establecidas por Dios en la creación, son tan buenas como sus
ENSEÑANZA REDENTORA 45
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
LA CAÍDA
«Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que
era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la
sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su
marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron abier-
tos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos;
entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales».
(Génesis 3:6-7).
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veces, se ejerce con tiranía y absolutismo, abusando de sus semejantes. El
sexo se ha transformado en pornografía. El desarrollo económico en avari-
cia, en destrucción del medio ambiente y, muchas veces, en la opresión de
otros seres humanos. Las escuelas se convirtieron en lugares donde se limita
el desarrollo de los estudiantes, en lugar de fomentarlo.
Antes de la caída, Adán y Eva no se avergonzaban de estar desnudos.
Pero después de pecar cubrieron su desnudez, quizá en un intento de negar
su vergüenza. También trataron de ocultarse de Dios e inventar excusas,
culpando a alguien —o a algo más— por su comportamiento. La vergüenza,
sea propia o aquella con la que a veces tratamos de controlar a los demás,
es una experiencia muy común en la vida después de la caída. Nos escon-
demos, fabricamos excusas, culpamos a otros y tratamos de aparentar lo
que no somos. A veces, logramos engañar a los demás, pero nunca a Dios.
La apariencia y las conductas externas nos permiten engañarnos, incluso, a
nosotros mismos, pero la realidad del vacío interior, la separación y la ver-
güenza están siempre con nosotros, como seres humanos caídos.
A causa de nuestro encogimiento tratamos de protegernos, nos amamos
más que a los demás, luchamos para probar a otros que estamos bien, cu-
brimos nuestro pecado para parecer justos, perdemos el control de nuestros
impulsos psicológicos, imponemos nuestro conocimiento a otros, en lugar
de usarlo para servirles. Pero aun peor, como Adán y Eva, nos hallamos
tratando de ser Dios. Distorsionamos el llamado a ser como Dios y tratamos
de reemplazarlo con todo nuestro poder y conocimiento, brindándonos a
toda clase de ídolos.
En lugar de gobernar la creación con Dios, pensamos que podemos ha-
cerlo sin él. Quizá nuestro pecado más generalizado es el afán de controlar-
lo todo. Tratamos de manejar todos los aspectos de nuestra vida y la de los
demás, y somos incluso tan tontos como para creer que podemos someter a
Dios mediante la negociación, la súplica o a través de un comportamiento
«correcto». La justicia se convierte en un medio para ganar su favor.
Es en extremo importante, sin embargo, percibir que aunque el pecado
distorsionó la creación, no la destruyó ni la convirtió en algo malvado. El
pecado no anula ni se identifica con la creación, sino que es de un orden di-
ferente. Vive como un parásito, solo es capaz de existir como un agente que
tuerce lo bueno. Satanás, un renegado, no tiene un reino legítimo, por lo que
vive bajo el gobierno de Dios. Lo único que está al alcance de sus acciones
es la buena creación de Dios y su así llamado reino no podría siquiera existir
sin ella (Walsh y Middleton, 1984). Por consiguiente, debemos entender
que la promiscuidad y la prostitución no hacen que el sexo sea malo. Estas
pueden existir solo como una distorsión de una creación buena de Dios, la
sexualidad humana. El odio es solo una distorsión de una emoción humana:
el amor, otra de las creaciones buenas de Dios. Cada imagen distorsionada
por el pecado, encarna una representación de una obra buena de Dios. Una
ENSEÑANZA REDENTORA 47
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
relación dolorosa es todavía una relación, una escuela sin Dios es todavía
una escuela, un gobierno corrupto es todavía un gobierno, la adoración a
los ídolos es todavía adoración. Por lo tanto, el pecado no tiene existencia
propia. Si no se adhiere a la creación buena de Dios, no podría existir (Wol-
ters, 1985).
Admitir la perfección en la creación y la distorsión posterior a la caída,
afectará de forma dramática nuestra percepción de los niños, los maestros,
el currículo y de todo el proceso educativo, porque nos daremos cuenta de
que tratamos con una estructura creada por una divinidad buena y a la que
debemos responder de acuerdo a su naturaleza. La dirección que demos a
esa estructura es de otro orden. La esencia de toda la creación (la estruc-
tura) es buena, porque está cimentada en la ley de Dios. La dirección, sin
embargo, implica movernos a favor o en contra de Dios. «Cualquier cosa en
la creación puede estar orientada hacia Dios o alejarse de él, esto es, puede
estar orientada a la obediencia o la desobediencia a su ley.» (Wolters, 1985:
49). Todas las cosas pueden hacerse, usarse, o verse de forma correcta o
incorrecta. Albert Wolters lo describe como «el orden del pecado y la re-
dención».
Existe gran peligro al percibir algunos aspectos de la creación de Dios
como villanos de la vida humana, en lugar de verlos como resultados de la
rebelión y la falta de fe (Wolters, 1985). Por ejemplo, considerar malos el
sexo, las escuelas seculares, la tecnología o la televisión, refleja un fracaso
a la hora de distinguir entre dirección y estructura. Adoptar esta perspectiva
convierte equivocadamente a la primera en la segunda. Podemos percatar-
nos que como resultado de este error, nuestros estudiantes usan su creati-
vidad para las cosas negativas y, por lo tanto, llegar a la conclusión de que
debemos impedirles que sean creativos. Pero no estaría bien culpar a una
creatividad maligna, sino que debería ser visto como una consecuencia de
la caída. Como portadores de la imagen de Dios, los seres humanos somos
creativos, pero ya no usamos esa creatividad en sintonía con los propósitos
de Dios o bajo su dirección. Ya no creamos para adorar a Dios ni sentimos
la necesidad de hacerlo para cuidar de su creación. Creamos, por ejemplo,
para protegernos o promovernos a nosotros mismos, para intentar borrar los
efectos de la caída, para ser nuestros propios dioses —pero todavía crea-
mos—. Como Dios lo ha ordenado en la estructura de la existencia humana,
no podemos eludirlo. Siempre reflejamos la imagen del Creador, aunque
después de la caída no lo hagamos de manera correcta.
Caín construyó una ciudad, pero siguió el mandato de ejercer dominio
para tener un sentido de identidad y seguridad. Haber sido alejado de Dios
y destinado a ser un fugitivo errante, era difícil de soportar para él, así que
trató de resolver su problema de identidad a su manera. Aunque su actividad
cultural era incorrecta en su intención, Dios la usó como parte del proceso y
desarrolló su potencial de creación. Dios será glorificado en todas las cosas,
48
sin importar las motivaciones de las personas caídas.
Otros dos conceptos, relacionados con la caída, deben ser mencionados
antes de adentrarnos en la naturaleza de la redención. El primer concepto es
que el pecado es la negativa a creer en Dios. Esta fue la esencia del pecado
de Adán y Eva, y es también la raíz del pecado en nosotros. Nos negamos
a creer en la forma en la que Dios ha estructurado la realidad y sentimos la
necesidad de reconstruirla para poder vivir con ella (Frey y otros, 1983).
Construimos una imagen manejable de la verdad y esperamos, a su vez, que
sostenga al mundo unificado para sanar el deterioro de nuestra existencia.
Cuando en la caída fue quebrantada la relación de Dios con su creación,
surgió en nosotros la necesidad de dar sentido a la vida y arreglarla de algu-
na manera. Podemos escondernos de la realidad o incluso inventarnos una
nueva, pero lo cierto es que haremos lo necesario para protegernos a noso-
tros mismos y hacer nuestra vida más llevadera. Separados de la creación,
la caída dejará, a nuestros estudiantes, abandonados al intento de construir
su propia versión de la realidad.
El segundo concepto concerniente a la caída es que no podemos vivir sin
un Dios, incluso si es un dios de nuestra propia invención. Fuimos creados
para tener una relación con Dios y esta es una parte ineludible de nuestro
ser. Como fuimos hechos, además, para adorar a Dios, el pecado no puede
eliminar la necesidad ni la acción de hacerlo. Por lo tanto, como resultado
del pecado, distorsionamos lo bueno, lo divinamente creado, adorando y
relacionándonos con otros dioses o falsas imágenes del Dios verdadero.
Los ídolos usurpan el lugar de Dios y también el nuestro. «La idolatría es la
alternativa ilegítima a la genuina tarea humana de reflejar a Dios. Es equi-
valente a vivir una vida tan distorsionada por la falsa adoración, que deja de
reflejar los estándares de Dios.» (Walsh y Middleton, 1984: 64-65). Todos
los seres humanos están en la búsqueda de Dios o de los ídolos.
En resumen, en la relación de los seres humanos con la realidad, ten-
demos a crear distorsiones, rebajándola o elevándola por encima de su
verdad, reflejando, por consiguiente, nuestra perversión del buen or-
den creado, nuestra reconstrucción de la realidad y nuestra idolatría.
LA REDENCIÓN
«Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con
Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando recon-
ciliados, seremos salvos por su vida […] Cristo nos redimió
de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición […]
para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase
a los gentiles […]».
(Romanos 5:10; Gálatas 3:13-14).
ENSEÑANZA REDENTORA 49
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
Por medio de Cristo, Dios restauró las relaciones que se habían des-
truido con la caída y fuimos reconciliados con el Padre y declarados justos
delante de él. Mediante Cristo, somos llamados y se nos da el poder para
vivir por el Espíritu, en verdad y justicia.
Redención significa ‘volver a comprarʼ, o ‘comprar para liberarʼ. Esto
sugiere pagar un precio para recuperar algo que se nos ha perdido o nos lo
han robado, o para rescatar a una persona amada que fue secuestrada. Fue
eso lo que hizo Dios en la redención de su pueblo. Con la sangre de Cristo
como pago, Dios nos rescató y nos libró de nuestro yugo de pecado. En el
proceso de la redención, nos ha reconciliado consigo mismo, lo que sugiere
una restauración de la relación que tenía con Adán en un principio. Como
portadores redimidos de la imagen de Dios, estamos unidos otra vez a él y
podemos, una vez más, trabajar juntos y amarnos unos a otros, además de
volver a adorar a Dios de la forma en la que fuimos creados para hacerlo.
Renovación es otra palabra vinculada a la salvación, cuyo significado
es «hacerlo nuevo otra vez». Lo que era nuevo y se deterioró, ahora es
renovado.
Por otro lado, regeneración es un término que sugiere pasar de muerte
a vida.
Estos términos indican que en la redención, Dios obró para restaurar lo
que se había roto, perdido o muerto. «Por medio de nuestra redención a una
nueva vida en Cristo, somos restaurados al lugar que debíamos estar delante
de Dios y con el prójimo, a quienes debemos amar como a nosotros mismos.
Como una comunidad de prójimos, nuestro deber es cuidar y cultivar la
realidad que Dios estableció.» (Frey y otros, 1983: 21-22). Los redimidos
tienen la capacidad de ver lo que las personas ordinarias no pueden, la rea-
lidad terrenal desde la perspectiva de Dios. A causa de esa habilidad se nos
ha dado el ministerio de la reconciliación (2 Corintios 5:18) en nombre de
Cristo y se nos llama, además, a honrar los estándares de Dios —actuar de
acuerdo con su ley creadora en cada aspecto de la creación—. El Rey legíti-
mo ha establecido una cabecera de playa para defender su territorio y llama
a sus súbditos a que exijan los derechos de la realeza y demuestren, como
nunca antes, su real señorío en la creación (Wolters, 1985).
El reino de Cristo ha sido inaugurado, pero no completado. Vivimos
en una era de «ahora, pero todavía no». Este reino se consumará cuando él
regrese. Por ahora, la imagen de Dios ha sido renovada en nosotros y, como
el Espíritu Santo mora en nosotros, somos capaces de reflejar el carácter de
Dios, de manera «correcta», en lo que hacemos. Ahora podemos participar
en la forma en la que estábamos destinados. Cuando discernimos lo que él
ha hecho en la redención, el poder de Cristo nos permite actuar como perso-
nas redimidas, reflejando no solo la naturaleza creadora y sustentadora, sino
además su carácter redentor. Nuestra reconciliación debe impulsarnos hacia
50
la curación, liberación, justicia y renovación —no solo como individuos,
sino como una comunidad de creyentes—. El testimonio y la imagen de
Dios es individual y comunitario en su naturaleza y forma.
Es bueno notar cómo la evidencia del mesianismo de Jesús en Lucas
7 tenía que ver con una manifestación física, es decir, con sus obras. Las
buenas nuevas sobre el perdón de los pecados es la principal proclamación
del evangelio, pero esa declaración fue acompañada de una demostración
del poder de Cristo a través de sus obras en la tierra —sanando, renovando,
trayendo justicia, demostrando gracia al restaurar a los pecadores—. Este
era un anuncio de que el dominio redentor de Dios sobre la creación había
comenzado.
La palabra de Dios escrita es nuestra «lámpara» para gobernar bien:
Por lo tanto, la palabra escrita de Dios nos guía y el Espíritu Santo nos
sensibiliza, moviéndonos en direcciones específicas, mientras trabajamos
en el ministerio de la reconciliación con Dios.
Sin embargo, no debemos trabajar como si no hubiera otra opción que
«acertar», ya que no vivimos ni en el Edén ni en la nueva Jerusalén. Habita-
mos en una época en la que nuestras mejores motivaciones y acciones están
manchadas, en cierto modo, por el pecado. Aunque no somos gobernados
por él, todavía vivimos infectados por su causa. Solo podemos salvarnos
a través de la gracia de Dios y, cada acto o acción de nuestra parte es re-
cibido y hecho eficaz por esa misma gracia. Como veremos en el próximo
capítulo, mostrar la gracia a través de nuestras vidas destrozadas, es el más
completo y necesario testimonio de la actividad redentora de Dios y debe
ser, por consiguiente, nuestra propia actividad redentora como portadores
de su imagen.
Cuando intentamos vivir y enseñar de esta manera, testificamos acer-
ca del carácter cultural de Dios, sirviendo como señales indicadoras que
apuntan al Reino (Frey, y otros, 1983) o como imágenes vivientes del Dios
creador-redentor. Mientras testificamos, Dios produce los resultados que él
desea, a través de su Espíritu. Ser testigos de Dios fue nuestro deber origi-
nal y nunca fue anulado. El pecado trajo como resultado que cumpliéramos
ENSEÑANZA REDENTORA 51
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
52
No obstante, Dios actuó para restaurar a Adán y a sus futuras genera-
ciones a su lugar y tarea original. Entregó a su Hijo, Jesucristo, para pagar
por nuestros pecados, por lo que a través de la fe en él, somos una vez más
capaces de hacer lo que Dios nos llamó a realizar y ser lo que estábamos
destinados desde un principio. Nuestro trabajo debe hacerse en medio del
campo de batalla, dado que el enemigo conspira para engañarnos, al igual
que en el comienzo. La imagen, por lo tanto, no es perfecta todavía, como
tampoco lo es la obra que hacemos para Dios. El hecho de que mostremos
en nuestra vida, y en medio de esta cultura, las características de Dios como
portadores de su imagen, testifica sobre la realidad del Creador y su verdad.
Este es nuestro llamado para el tiempo presente. Un día, el reino de Dios
será instituido en su totalidad y seremos hechos perfectos. Nunca más, en
esta tierra, tendremos que pelear contra el enemigo, y nos regocijaremos y
adoraremos a Dios en total plenitud, en un cielo y tierra nueva. ¡Que Dios
apresure ese día!
Hasta que llegue, trabajaremos como maestros, buscando cumplir nues-
tra tarea como portadores de la imagen de Dios en el poder del Espíritu
Santo. Los principios relacionados a la naturaleza de los seres humanos y
nuestro llamado son en extremo importantes, ya que constituyen el funda-
mento para nuestro método de enseñanza. El maestro que se relaciona de
forma práctica con los estudiantes, reconociendo que son portadores de la
imagen de Dios que llevan a cabo su obra —incluso con los estudiantes de
tercer grado— tendrá un aula que incorpora esos principios. En una clase
como esta, los ejercicios diarios, las preguntas de evaluación, las técnicas
disciplinarias, las materias a estudiar y todo lo que el maestro hace dentro y
fuera de la escuela están estructurados para reflejar estos principios básicos.
Las probabilidades de aplicar estas ideas pueden parecer pocas, dado
que el docente trabaja como embajador del reino de Dios en una cultura
donde el diablo se esfuerza con constancia en destruir, desalentar y engañar.
Pero el potencial es emocionante, y la promesa de Dios de que el Espíritu
Santo nos hará capaces, es mucho mayor que cualquier barrera que el ene-
migo construya.
ENSEÑANZA REDENTORA 53
AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
2. ¿En qué pudiste haber entendido o aplicado mal los conceptos sobre
la caída? Por ejemplo, ¿has visto alguna vez a tus estudiantes, y
a ti mismo, como malos en esencia, en lugar de apreciarlos como
personas buenas, inclinadas al mal por la consecuencia del pecado
y la caída?
54
4
LA GRACIA DEL EVANGELIO Y LA
ENSEÑANZA REDENTORA
«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio
de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por
la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la
esperanza de la gloria de Dios».
(Romanos 5:1-2).
ENSEÑANZA REDENTORA 55
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
56
el corazón quebrantado, caído y pecaminoso de el individuo que necesita
ser amado y aceptado—. Debido a su naturaleza caída, esta persona nunca
logrará vivir a la altura de las expectativas. Por lo tanto, sigue viviendo en la
vergüenza, las falsas apariencias, la negación y el miedo que caracterizaron
a Adán y Eva. No hay esperanza, gracia o vida en esta conducta. Incluso
guardar la ley, la mayor parte del tiempo, no es suficiente, ya que Dios
dice que fracasar en un solo punto es suficiente para traer condenación y
muerte. Si el contenido verbal que enseñamos a nuestros estudiantes pudie-
ra imponerse sobre el contenido del proceso, este problema no sería difícil
de resolver. Sin embargo, el contenido del proceso es lo que se impregna de
manera más fácil y profunda en el alumno. Estos por lo general reciben el
contenido verbal con pasividad, como si se lo metiéramos en sus cabezas.
Aprenden y memorizan la información, con una mínima implicación perso-
nal. El contenido del proceso es lo que realmente experimentan, y el apren-
dizaje se hace más activo cuando en verdad lo vivencian. Esta instrucción
involucra algo más que una actividad cerebral. ¡Abarca sus emociones y su
sentido de bienestar —todo su ser—! No es de extrañar que permanezca por
más tiempo y que sea el que dirija nuestras vidas después que salimos de
la escuela.
Por consiguiente, que nuestros estudiantes vivan de acuerdo con el evan-
gelio, significa entonces que deben experimentarlo en su entorno de apren-
dizaje. Por supuesto, la escuela no es el único ambiente responsable de su
instrucción. Espero que la familia, la iglesia, o alguna otra parte de la vasta
sociedad, provea una atmósfera educativa en la que los niños respiren el
aire de la gracia. Pero este es rara vez el caso. De hecho, la gracia no puede
ser comprendida en un entorno tan permeado de una filosofía de vida que
expone: «Asciende por tus propios méritos, esfuérzate más la próxima vez
y lo lograrás, nadie obtiene algo que no merece».
Si queremos que nuestros estudiantes vivan el evangelio luego de dejar
la escuela, debemos ayudarlos a experimentarlo mientas aún están en ella.
Es necesario examinar nuestra relación con los educandos, las prácticas de
manejo del aula, los métodos de evaluación y calificación, la estructura del
currículo y las experiencias diarias de aprendizaje —cada sección de nues-
tra atmósfera de aprendizaje— para observar si nuestros estudiantes respi-
ran el aire fresco del evangelio que lleva a la vida o, por el contario, inhalan
los vapores tóxicos del legalismo que conducen a la muerte.
LA NATURALEZA DE LA GRACIA
¿Qué significa eso que llamamos gracia? El Nuevo diccionario bíblico
(Douglas, 1962) describe la gracia como «el favor inmerecido de Dios hacia
los seres humanos.» En nuestra condición de pecadores caídos, no somos
lo suficientemente justos como para satisfacer los mandamientos santos de
Dios (Romanos 3:10-12). Por esta razón, no teníamos ninguna esperanza de
ENSEÑANZA REDENTORA 57
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
58
actuar con nuestra justicia, incluso sabiendo que nunca será suficiente para
satisfacer a Dios.
Por lo tanto, la gracia nos capacita, no solo para ser redimidos, sino para
actuar de manera redentora. No podemos vivir o enseñar de esa forma si no
somos conscientes y experimentamos la gracia motivadora de Dios. No po-
dremos hacerlo a menos que demostremos a diario qué significa su gracia.
Si hemos experimentado nuestra redención mediante la gracia, debemos
vivirla mediante la esta. Como la reconciliación y renovación de nuestra re-
lación con Dios fueron posibles por este don, así también, como portadores
de la imagen de Dios, llevaremos a cabo actividades de restauración.
ENSEÑANZA REDENTORA 59
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
sistemático por hacer las cosas mal o fracasar no es una respuesta de gracia,
como tampoco lo es el otorgamiento sistemático de una recompensa por la
suficiente obediencia.
Las consecuencias por el comportamiento son justas y necesarias para
ayudar a los niños a convertirse en lo que Dios quiere que sean —el mismo
Dios disciplina a los hijos que ama (Hebreos 12:6)—. Pero una inclusión
adecuada de las consecuencias, va más allá de recompensar los logros o
castigar los fracasos. Si Dios ha arrojado nuestros pecados al fondo del mar
(Miqueas 7:1), si hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones, «cuanto está
lejos el oriente del occidente» (Salmos 103:12) y echó sobre sus espaldas
todos nuestros pecados (Isaías 38:17); y si además le otorgó su gracia a un
siervo quebrantado, inconstante e infiel como Sansón, y le ofreció el perdón
a un ladrón en la cruz, que no podía hacer ningún mérito por ganarse su
aprobación, ciertamente debemos hacer lo mismo cuando tratamos en la
escuela con los pecados y fracasos de nuestros estudiantes. Si Dios nos mira
y ve en nosotros la justicia de Cristo, debemos de igual manera observar a
nuestros estudiantes y apreciar algo más que su buenas o malas acciones y
sus grandes o pequeños logros.
La redención es un acto de gracia. Se nos concede debido a la gracia de
Dios e, incluso, se nos fue dada por gracia porque, a causa de nuestra condi-
ción caída, no merecíamos recibirla. En realidad, nuestra carne todavía se
resiste a ella y es por esta razón que nos esforzamos por hacer algo que le dé
a Dios una razón para aceptarnos y amarnos. Si la redención está cimentada
en la gracia, entonces la enseñanza redentora también debe estarlo. Esta
debe ser ejercida en una atmósfera donde, tanto los estudiantes como los
maestros, puedan respirar bendición y vida, en vez de maldición y muerte.
La enseñanza redentora es un acto de gracia, es puesta en práctica debido a
la gracia, sucede a través de la gracia y es una demostración viviente de ella.
Las escuelas donde prevalece este ambiente no miran las cuestiones
acerca de la motivación de la misma forma en la que lo hacen la mayoría de
ellas. Cuando experimentamos en verdad la gracia, nuestra respuesta es gra-
titud y amor —una motivación muy diferente a la competencia, la recom-
pensa y la evasión del castigo—. El ánimo como respuesta a ser amado es
en todo distinto a la acción como resultado de la amenaza.
El proceso también se aprecia de manera diferente, con la gracia tenien-
do lugar, tanto en el transcurso de la exploración como en sus resultados.
Incluso, que se nos permita explorar en lugar de solo absorber lo que se nos
dice, es un testimonio de la gracia. Porque sin ella, ¿qué maestro tendría el
coraje de permitir a sus estudiantes buscar, preguntar y opinar? El sistema
de éxito y fracaso produce solo una recompensa o un castigo por el nivel de
sus logros. La gracia nos permite apreciar y abrazar tanto los misterios sin
descifrar de nuestra búsqueda, como aquellos que identificamos y somos
capaces de «resolver». En vez de enfrascarnos en encontrar las soluciones
60
para ejercer dominio sobre las cosas —o peor aún, tan solo para probar a
otros que «tenemos» las respuestas— podremos, en muchos casos, aprender
sobre la soberanía de Dios, justamente por nuestro conocimiento insuficien-
te para hallar las respuestas y obtener el control.
El currículo tampoco debería, de manera necesaria, ser diseñado de la
forma predominante. Un plan de estudio con el propósito de ayudarnos a
vivir el evangelio, no tiene por qué estar limitado solo a los libros de texto o
a las directrices establecidas por el Estado. Deberíamos esperar más que tan
solo un dominio de ciertas fuentes de información. Forzar a los estudiantes
a situaciones donde deban vivir el evangelio y donde el conocimiento no
se evalúe solo por la actividad escrita, quizá nos guie también hacia una
experiencia asombrosa y tan valiosa como los resultados en los exámenes.
El manejo y la disciplina en el aula de un maestro redentor no están ba-
sados en un sistema de recompensas y castigos, lo que tiende a tratar a los
estudiantes más como perros que como seres humanos. En vez de alentar a
los educandos a controlar el comportamiento y los sentimientos, con el fin
de generar una apariencia aceptable, el centro debería conducirlos a encon-
trar su valor e identidad en Jesús. La atmósfera debe proveer a los estudian-
tes la libertad y el desafío de tomar decisiones y ser responsables por ellas,
en lugar de forzarlos a someterse a las normas que mantienen el orden. La
disciplina edifica el carácter y conduce a los estudiantes de vuelta a la cruz
para su seguridad, pero no por medio de formularios que les comunican que
están bien porque cumplen y mal porque no lo hacen.
Por supuesto, necesitamos reconocer que Dios nos ha dado gracia. Él
se humilló mientras caminaba con nosotros en nuestro caos. Así que como
maestros debemos estar dispuestos a humillarnos y transitar con nuestros
estudiantes por el desorden que generan en sus intentos por crecer en gracia.
Las aulas donde prevalece una atmósfera de gracia, no se caracterizan por el
orden externo ni por los maravillosos resultados de los exámenes, sin em-
bargo, están llenas de estudiantes que han aprendido a aceptar sus fracasos
y éxitos, que viven en Cristo y responden a su amor.
Es probable que su medición, evaluación y calificación tampoco sean
iguales al resto. En un aula con estas características, los juicios no son tan
tajantes y secos, no dependen solo de los resultados de los exámenes y la
valoración de los estudiantes, los cuales no están determinados de forma
exclusiva por el maestro. Dios, en su gracia, no está muy interesado en
«pagarnos» por nuestras calificaciones, dándonos lo que merecemos por
nuestro rendimiento —véase la parábola de los trabajadores de la viña en
Mateo 20:1-16—. En cambio, nos involucra en un proceso de constante
autoevaluación, nos da repetidas oportunidades para que nos levantemos
y lo intentemos de nuevo, y continúa alzándonos y afirmándonos para que
sigamos adelante. A través de todos estos actos, demuestra generosidad —
todo un desafío a imitar por parte del maestro—.
ENSEÑANZA REDENTORA 61
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
INTERPRETACIONES ERRÓNEAS
SOBRE LA GRACIA
Por último, aunque la gracia es quizá la doctrina más importante de la
Biblia en lo que respecta a ayudarnos a vivir como Dios desea, es sin duda
una de las doctrinas peor interpretada, desconfiada y abusada de la vida
cristiana. Como mencionamos con anterioridad, no recibimos fácilmente la
gracia. Ella nos despoja de todo mérito y lo coloca en las manos de Dios. La
gracia hace que Dios se vea demasiado bueno para ser cierto y nosotros de-
masiado malos para ser aceptados. No podemos ganar nada y él nos da todo.
Cuando merecíamos la muerte como retribución, él nos dio la bendición de
la vida eterna. Algo así no puede ser comprendido con facilidad por mentes
finitas y pecaminosas. Como no se comprende de manera sencilla, tampoco
se recibe de esta forma. La consecuencia de esto es que hacemos toda clase
de cosas equivocadas con la sorprendente realidad de la gracia.
Algunas personas piensan que si la gracia es verdadera, entonces la jus-
ticia y la disciplina deben ser eliminadas. Parecen decir que la rectitud y la
62
misericordia no pueden coexistir. Sin embargo, esto no es cierto. La justicia
fue consumada en la cruz. Dios no pasó por alto nuestro pecado, sino que
derramó toda su ira por el pecado en Jesús. El precio fue pagado por Dios,
no por nosotros. En la cruz, la justicia y la misericordia se besaron. ¿Deben
los maestros, en algunas ocasiones, extender misericordia y pagar el precio
por los fracasos de sus estudiantes? ¿Puede un maestro exhibir justicia y
misericordia de manera simultánea o es una acción imposible de imitar y,
por ende, solo hablamos de ello, ya que únicamente Dios tiene el poder para
hacerlo?
Experimentar la justicia de Dios nos ayuda a comprender la disciplina a
través de otros medios. Un concepto básico del diseño creador de Dios es
que las acciones tienen consecuencias. En el mundo natural estas son, por
supuesto, naturales —empujamos una roca por un precipicio y cae—. En el
mundo de las relaciones y la cultura, las personas muy a menudo generan
consecuencias en otros —«Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma.» (2
Tesalonicenses 3:10)—. Para seguir el diseño creado por Dios, esas conse-
cuencias deben ser tan «naturales» como sea posible y estar relacionadas,
como es lógico, con el comportamiento —bueno o malo—. Pero no pode-
mos pensar en las consecuencias como una herramienta de Dios para ase-
gurar la existencia de una buena conducta futura. Dios no puede ser visto
como el gran experto celestial en modificación del comportamiento.
Disciplinar es crear un ambiente en el que los estudiantes tomen deci-
siones sabias en su interior y que no solo sean recompensados o castigados
desde fuera (Van Vonderen, 1992). Las consecuencias constituyen una parte
significativa de ese ambiente, aunque no necesariamente dominante. Ellas
ayudan a los estudiantes a tomar decisiones. Dios disciplina a aquellos que
ama, al mostrarles las consecuencias de ciertas conductas y dejándoles es-
coger sus acciones. Entonces permite que surjan las consecuencias natu-
rales, aunque en algunas ocasiones escoge intervenir y detenerlas. Cómo,
cuándo y por qué escoge interceder con el fin de protegernos de ellas o de
nuestros actos, es un misterio sobrenatural, pero cierto.
Además, los maestros deben disciplinar identificando las consecuencias
de los diferentes comportamientos y permitiendo a los alumnos escoger
qué tipo de conducta desean adoptar. Las consecuencias deben seguir a sus
decisiones, aunque los maestros, guiados por el Espíritu Santo, tienen la
autoridad para intervenir y evitarlas. Esta es una parte importante de nues-
tra disciplina, ya que si confiamos tan solo en la entrega consistente de los
resultados naturales, podemos a menudo terminar disciplinando en servicio
a un «sistema», en lugar de una persona. La disciplina de Dios es siempre
personal y nunca sistemática. Su disciplina se dirige a construir un carácter
interior piadoso que comprenda su valor en Cristo, no tan solo a desarro-
llar una conformidad externa, según distintas reglas y expectativas. Es una
cuestión de decisiones, no de control.
ENSEÑANZA REDENTORA 63
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
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mandamientos está unido de manera inextricable. Sin embargo, si enten-
demos bien nuestra naturaleza caída y la gracia de Dios, no caeríamos en
convertirla, de manera sutil, en un arreglo por obras.
Podríamos decir que la obediencia parece ser la prueba de nuestro amor
verdadero por Jesús. Esto se debe a que si en verdad lo amamos, entonces
vendrá, como consecuencia lógica, la obediencia a su mandamiento —el
cual, veremos más adelante, es el mandato de amarnos unos a otros como
él nos amó—. La obediencia proviene de nuestro amor. De ninguna manera
genera o aumenta nuestro amor. Ya que este es el resultado del suyo actuan-
do primero; parece ser que someternos a sus mandamientos es el resultado
de ser abrazados por su amor y sumergidos en su gracia —aquellos que no
obedecen, carecen más de la experiencia del evangelio que de la ley—. La
obediencia que nace de otras motivaciones está dirigida a ganarnos algún
favor de Dios. Una obra tal destruye el evangelio y hace que Jesús no tenga
valor para nosotros (Gálatas 5:2).
Por lo tanto, es difícil ver la gracia como una fuerza que niega nues-
tra responsabilidad de ser obedientes. Por el contrario, es el único motivo
aceptable y el único medio por la cual la obediencia puede agradar a Dios.
La verdadera gracia produce verdadera obediencia y esta última es un tes-
timonio de la presencia de la primera. La conformidad exterior a las reglas
y expectativas son engañosas, y debemos ser muy cuidadosos de aceptar
dichas apariencias. La obediencia que emana de un deseo de ganar el favor
de Dios, de afianzar nuestra posición ante él o impresionar a otros —y a no-
sotros mismos— con nuestra espiritualidad es una ofensa grave hacia Dios,
por hacer innecesaria la gracia.
ENSEÑANZA REDENTORA 65
AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
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ENSEÑANZA REDENTORA 67
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
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PARTE 2
CREENCIAS BÍBLICAS
FUNDAMENTALES
PARA LA ENSEÑANZA
REDENTORA
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AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
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5
NORMAS BÍBLICAS PARA EL
PROPÓSITO EDUCATIVO
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AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
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REFLEJANDO EL CARÁCTER DE DIOSYHACIENDO
SU OBRA CON ÉL
Es imposible describir el carácter de un Dios infinito, más allá de lo que
él ha escogido revelar de sí mismo. Aunque esta revelación no es exhausti-
va, nos ha dado suficiente conocimiento para dirigir nuestras vidas y nuestro
proceso educativo. Dios se nos revela en las Escrituras y a través de la crea-
ción que nos rodea. Miramos ambas para entender lo que debemos reflejar,
aun cuando solo somos imágenes finitas de una realidad infinita.
Una lista de adjetivos que describan el carácter de Dios sería muy limi-
tada. Nuestra mirada a la naturaleza del estudiante en los capítulos 8 y 9,
revelará más acerca del significado de ser hechos a su imagen. No obstante,
es obvio —teniendo en cuenta los versículos iniciales de Génesis— que
Dios es creativo, racional y poderoso, y que todo lo que hace es bueno.
Su obra en la creación es un hecho asombroso. Mirar las cosas a nuestro
alrededor debe convencernos de que la creatividad está en la esencia fun-
damental de su carácter y es uno de los gozos de su existencia. El continúa
cuidando con creatividad las cosas que creó para su deleite. La ley que
establece el orden creado, ayuda a que se sostengan, incluso después de la
caída (Wolters, 1985), y su participación activa en la creación la sostiene y
desarrolla. Cuando nos ordenó que seamos como él e hiciéramos lo que él
hace, deseaba que fuéramos creativos en todo.
La creación fue la obra de una mente poderosa. Su complejidad y diver-
sidad solo pudo haber sido desarrollada por una mente infinita, capaz de ha-
cer que cada una de sus dimensiones encajara y funcionara bien entre sí. Es
más, podemos asegurar que de la misma forma en la que cada acto creativo
de Dios fue para su deleite, también fue hecho de manera consciente. ¡Qué
imaginación debe tener Dios! Además, el acto de la creación representó su
inmenso poder. No podemos siquiera imaginar el poder de Dios al hablar y
crear algo de la nada, al establecer un orden a partir del caos (Génesis 1:1-
10) y al hacer todo el universo. El poder de Dios que sostiene todo lo que
creó, también está más allá de nuestra comprensión. Sin embargo, existe y
es parte de lo que debemos reflejar.
Podemos notar, además, que todo lo que Dios hace refleja su carácter
moral. Sus acciones son buenas y lo que él crea, junto a sus funcionalidades,
también lo es. No hay maldad en Dios, como tampoco la había en Adán
cuando fue creado.
De modo que podríamos decir que cuidar de la creación de Dios de
forma creativa es una de las maneras en las que reflejamos su carácter y
participamos en su obra. Como parte de las implicancias de ser portadores
de la imagen de Dios, debemos, dentro de nuestras limitaciones humanas,
ocuparnos en hacer en esta tierra lo que él hace. Se encomendó a Adán la
tarea de cuidar la tierra, labrarla y desarrollarla en todo su potencial. Para
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AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
eso se necesitaba una mente creativa y el poder para hacerlo. Debía cuidarla
como lo hacía Dios, sin dañarla ni explotarla para su propio beneficio, sino
guardarla con rectitud (Génesis 1:26-30). Aunque la creación era pura y
buena, no había sido desarrollada en toda su extensión, por lo que se les
dio a los seres humanos el privilegio y la responsabilidad de crear nuevos
productos para sojuzgarla y crear nuevas conexiones entre sus partes, con
el fin de administrarlas mejor, descubrir y usar, como buenos mayordomos,
sus componentes, agradeciendo el sustento y el placer que proporcionan.
Es importante también entender que Dios no dejó solo a Adán en su
tarea, sino que conversó con él, le proveyó compañía, le dio orientaciones
precisas sobre qué evitar y pronunció su bendición sobre todo, al declarar
que era bueno (Génesis 1:31). Adán debía ser el ayudante de Dios, uno con
gran dominio y autoridad, pero sin un poder autónomo. Le fue concedida la
habilidad creadora para realizar su labor, pero era solo un colaborador, no
Dios mismo.
Aunque llevar la imagen de Dios comprende mucho más que solo cuidar
de su creación, Dios nunca revocó esa parte en nuestra misión, de la misma
forma en la que nunca se apartó de ella. Mientras cuidamos de las almas a
través del evangelismo, no podemos justificar el abandono de esta tarea bajo
un concepto equivocado de que el mundo pertenece al enemigo y debemos
evitarlo. Dios no se preocupa solo por nuestras almas, sino por toda su crea-
ción. Esta gime bajo el peso de la maldición (Romanos 8:22) y espera por el
día en que será hecha nueva. Ser mayordomos fieles de esa creación y desa-
rrollar su potencial, debe ser visto como parte de la tarea de llevar la imagen
de Dios, la cual tiene un papel significativo en el propósito de la educación.
Por lo tanto, la educación debe alentar al estudiante a desarrollar la ha-
bilidad de cuidar de la creación de forma creativa y justa.
Como dice la Escritura, tanto implícita como explícitamente, parte im-
portante de nuestro propósito en la vida es amar a Dios y a nuestro prójimo.
Jesús resumió toda la ley en estos términos: «Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero
y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo.» (Mateo 22:37-39). Sin duda, un componente esencial del
carácter de Dios es, en primer lugar, su amor hacia los otros miembros de
la Trinidad y luego —dando este testimonio en el proceso completo de la
redención—, la magnitud de su amor por la humanidad. De ahí que el amor
sea otro componente importante para ser portadores de la imagen de Dios.
No necesitamos adentrarnos demasiado en las bases ideológicas secula-
res sobre el propósito de la existencia para percatarnos que amar a nuestros
semejantes es un hilo necesario en el tejido de la vida tal como Dios la creó.
Estas ideologías laicas fracasan en reconocer la necesidad de amar a Dios
y, como consecuencia, la necesidad de amar a los semejantes, por lo que
no alcanza el propósito deseado. Amar a otros seres humanos glorifica a
74
Dios, porque esa expresión demuestra de manera fiel su carácter. Jesús dijo
que el mundo conocerá quiénes son sus discípulos por la forma en que se
aman unos a otros (Juan 13:35). Esta demostración tangible del carácter de
Dios es otra forma de mostrar su imagen en nuestra vida. Entonces, el amor
también cabe en el propósito fundamental de reflejar a Dios en esta tierra.
Esto está ligado, con toda certeza, con su misma obra, ya que siempre estu-
vo ocupado en amarnos —hasta el punto de sacrificar a su único Hijo para
reconciliar a la humanidad consigo mismo—.
Dios nos creó no solo para que amáramos a nuestro prójimo, sino tam-
bién a él. Amar a nuestros semejantes no es más que una demostración
visible de su amor, por lo tanto, debemos volcar nuestros corazones en Dios
de manera emocional, intelectual, intencional y de cualquier otra forma.
Deseamos estar cerca de él, cumplir sus mandamientos, revelar su presen-
cia y pasar la eternidad adorándole y alabándole. Todas estas acciones de-
muestran nuestro amor por Dios. Sin ellas, el amor por la humanidad puede
tornarse demasiado egoísta. Amamos a aquellos que nos aman o que pueden
darnos algo a cambio. Una acción como esta no es motivada por el amor de
Dios y, por lo tanto, no puede convertirse en un propósito para la vida. Dios
quiere que demostremos nuestro amor por él de las formas expresadas an-
teriormente y mediante un amor tangible hacia nuestros semejantes. Por lo
tanto, la educación debe ayudar a los estudiantes a demostrar, de forma
adecuada, su amor por Dios y por los demás.
Por otra parte, existe muy poca duda acerca de cuál es la parte de ser
portadores de la imagen de Dios que demanda que seamos reconciliadores
en un mundo destrozado y alienado. A causa del pecado de Adán, toda la
humanidad vive bajo la maldición, pero Dios no maldijo a este mundo y a
la humanidad, abandonándolos a esa condición. Por el contrario, obró para
reconciliar a los seres humanos consigo mismo a través de Jesucristo (2
Corintios 5:18). De igual forma, tenemos la promesa de un cielo nuevo y
una tierra nueva (2 Pedro 3:13), una creación reconciliada con Dios. Esa es
la esencia de la actividad redentora de Dios en la Tierra.
Dios también espera que pongamos nuestro enfoque en ser partícipes
de esa reconciliación (2 Corintios 5:18-19). Parte de ser portadores de su
imagen implica una dedicación activa en la reconciliación, debido a la
destrucción provocada por la caída. Hacer esto, por supuesto, supone usar
nuestro conocimiento de Dios, de los seres humanos y de la creación para
actuar como agentes redentores. Dios es siempre responsable por la recon-
ciliación. Nosotros no somos los verdaderos redentores. La redención de la
humanidad y de la creación solo son posibles a través de Jesucristo. Pero
sí podemos ser usados como sus agentes, dependiendo de él para recibir la
sabiduría, el amor y el poder necesario para realizar esos actos de recon-
ciliación y restauración. Sea que estemos pacificando la relación de dos
humanos enemistados, sanando enfermedades, reconstruyendo un bosque
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AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
76
ble que persigamos esa labor de forma agradable a Dios. Cuidar de manera
creativa de la creación, amar a Dios y a nuestros semejantes, actuar como
reconciliadores, adorarle y alabarle, son elementos que aunque puede que
no describan por completo el propósito de Dios para nuestras vidas, cons-
tituyen la base para un buen comienzo. Entonces, la educación debe estar
relacionada con ayudar a los estudiantes a poner en práctica esas funciones
por medio del poder del Espíritu de Dios y nuestro propósito en esta área
debe abarcar esas cuestiones.
Quizá ahora podamos proponer una declaración de propósito para la
educación que sea coherente con las normas bíblicas que hemos estado
describiendo y con la tarea que la educación está diseñada a lograr: La
verdadera tarea de la educación tiene que ver con desarrollar el conoci-
miento de Dios y de su realidad creada, y usarlo para ejercer un domi-
nio creador-redentor sobre el mundo en que vivimos. Un logro tal, solo
puede obtenerse amando a Dios y teniendo comunión con él, resultando
en una adoración incondicional a su nombre.
Si nuestra comprensión de la realidad no se corresponde con la verdad
de Dios, si nuestros corazones no están llenos de adoración, y si no ejerce-
mos, desde la perspectiva de Dios, dominio sobre todos los aspectos de la
vida, si lo deshonramos, dañamos su creación, no mostramos de manera
adecuada quién es él, no ejercemos dominio por y a través del amor de Dios
y a causa de nuestro amor por la humanidad, entonces, lo hacemos en vano.
El propósito recién descrito está establecido según el contexto de la re-
velación que Dios nos ha dado de sí mismo y de su propósito para nuestras
vidas. Debido a que fuimos hechos a imagen de Dios, caímos en pecado,
pero fuimos reconciliados y declarados justos mediante la sangre de Jesu-
cristo, existimos en él y debemos vivir como él, ahora y por la eternidad.
Nuestro proceso educativo debe ayudarnos a vivir de acuerdo con ese pro-
pósito.
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AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
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DISTORSIONES SECULARES
DEL PROPÓSITO
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A finales de los 1820, el movimiento escolar de índole público se con-
virtió en el medio para unir a los diversos grupos de personas que vivían en
suelo estadounidense. El futuro de la república dependía del compromiso
hacia los valores y los principios comunes, y la escuela era la vía para in-
culcar esas virtudes. Por lo tanto, la educación tenía el propósito de moldear
cierto tipo de ciudadano —uno que se adhiriera a los valores del Siglo de
las Luces, tales como: la libertad, la virtud cívica y la lealtad a la nación
(Glenn, 1987)—. La diversidad de creencias étnicas y religiosas tenían que
ser llevadas a un proceso de amalgamación, con el objetivo de producir ciu-
dadanos que sostuvieran y persiguieran los ideales sobre los que se habían
construido la república estadounidense. Aún se enseñarían las artes libera-
les, la fe religiosa sería privatizada y los valores enseñados serían seculares
y estadounidenses.
La unidad y el patriotismo pueden significar virtudes para los ciudada-
nos de una nación, pero el ideal estadounidense puede convertirse con faci-
lidad en el ídolo nacional. El patriotismo, centrado en las creencias secula-
rizadas, mencionadas con anterioridad, no hace nada para honrar a Dios. La
percepción de que la diversidad es una amenaza, cuando en realidad es dada
por Dios como una demostración de su carácter creativo, es una interpreta-
ción distorsionada; y si las virtudes de la democracia y la libertad humana
son enseñadas, de forma sutil, para imponerse sobre nuestra sumisión al
Rey celestial, nuestros deberes y privilegios residen en el reino equivocado.
AUTORREALIZACIÓN
En los más de ciento cincuenta años desde el comienzo del movimiento
escolar público, la definición del ideal estadounidense ha cambiado su en-
foque en el individuo. Mientras que la lealtad hacia el Estado pudo en algún
momento haber sido considerada como el centro de atención de la ciudada-
nía, la educación estadounidense ha reflejado un cambio en la percepción
del ciudadano, sostenida por gran parte de la población. Durante la década
de los 90, hubo una tendencia, en la sociedad republicana, a centrarse en
los derechos individuales de los ciudadanos. La autorrealización no estaba
destinada a una completa independencia de los intereses sociales. Sin em-
bargo, dado este giro de valores, comenzó a notarse un énfasis creciente por
ayudar a los estudiantes a convertirse en todo lo que pudieran ser, trans-
formando este ideal en el principal propósito de la educación. La ciudada-
nía en Estados Unidos llevaba implícita muchos privilegios y la función
de la escuela comenzó a ser ayudar a los estudiantes a alcanzar el «sueño
americano». William Armentrout (1971) compiló extractos de documentos
que describían el propósito educativo de varios comités nacionales desde
finales del siglo xix hasta finalizando los años 60 del siglo xx. Estas decla-
raciones confesaban la preocupación por la preparación de los estudiantes
como ciudadanos en una sociedad democrática, aunque era evidente que la
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AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
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Obviamente, existe tensión entre «el progreso individual» y «el interés y
desarrollo de la sociedad». La educación estadounidense ha sido empujada
y atraída por los poderes que fomentan los intereses sociales y por aquellos
que estimulan el individualismo y el pluralismo. En la historia, los asuntos
sociales han sido influyentes, sobre todo, bajo estas tres condiciones:
a. Cuando hubo un aumento de la inmigración, como
ocurrió a final de siglo;
b. cuando han surgido emergencias nacionales, guerras,
depresiones y recesiones;
c. ante amenazas en las libertades políticas como el ma-
cartismo y el Sputnik.
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AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
¿INTRÍNSECA O INSTRUMENTAL?
Existe, por último, otro factor que aviva el fuego del debate sobre el pro-
pósito y la práctica educativa —la cuestión filosófica de si el conocimiento
debe medirse de manera intrínseca o instrumental— (Weinstock y Fazzaro,
1990). Si aceptáramos los supuestos que apoyan el reportaje Una nación en
riesgo, el objetivo de la educación es sin duda instrumental o utilitario. La
educación debe ser provechosa a la hora de enfrentar el mundo «real». Mary
Hatwood Futrell alega que:
84
[…] la misión de la educación era servir al interés nacional. Se
argumentó que el destino de la democracia estadounidense exigía
lo que esa educación revitalizada podía aportar: destrezas tecnoló-
gicas al servicio de la seguridad militar, un rejuvenecimiento eco-
nómico en aras de recuperar el dominio del mercado internacional
y la moderada integración política y social de las nuevas oleadas de
inmigrantes con el fin de lograr la armonía nacional.
(1990: 260).
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AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
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DISTORSIONES DEL PROPÓSITO
EN EL PENSAMIENTO CRISTIANO
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AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
90
De modo que regresamos al asunto de las creencias determinantes y
las profesadas. Debemos examinar cuáles serían las determinantes en las
escuelas cristianas y en los educadores, en lugar de concentrarnos en las
profesadas, ya que las distorsiones se encuentran, por lo general, en las pri-
meras. Las declaraciones de propósito de las escuelas revelan, hasta cierto
punto, sus creencias determinantes, pero a menudo necesitamos ver lo que
sucede realmente dentro de la institución. La práctica educativa revela las
metas no expresadas o las creencias determinantes que no están de acuerdo
con las profesadas.
SEGREGACIÓN RACIAL
Es doloroso admitir que algunas escuelas cristianas se crearon para evi-
tar las leyes de integración racial impuestas en las escuelas públicas. Es
lamentable reconocer que en ciertos lugares del país, esta es la inevitable
conclusión al conocer las oscuras motivaciones de sus fundadores. Un obje-
tivo tal es muy impropio de los verdaderos propósitos cristianos, los cuales
no vale la pena discutir en este valioso espacio. Quien no sea capaz de ver
la deficiencia, la distorsión y el absoluto mal que encierra un fin como este,
tiene problemas mucho más profundos que solo enfrentar una declaración
de propósito.
ENSEÑANZA REDENTORA 91
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
DESEAR LA EXCELENCIA
Otro objetivo inadecuado —pero a menudo declarado públicamente—
para la educación cristiana es «desear la excelencia». No solo pretendemos
evitar los problemas de las escuelas públicas, sino tratar de hacer un mejor
trabajo. Si vamos a preparar de manera adecuada a los líderes cristianos del
mañana, debemos brindarles una preparación académica de primera —con
el fin de que tengan una reputación de rigor académico, un alto rendimiento
en los exámenes y que accedan como graduados a las mejores universida-
des—, grandes dosis de estudio independiente para que alcancen un gran
número de créditos anuales, e incluso el uso de recursos educativos «tra-
dicionalmente superiores» como el método fónico para la lectoescritura.
Estos elementos se convierten en los medidores de calidad en la escuela.
Muy a menudo son las mejores escuelas seculares las que establecen los
estándares para el éxito. Si estas enseñan gramática y ortografía de un modo
determinado, y sus estudiantes obtienen altos puntajes en el sat: Reasoning
Test [sat: Examen de Razonamiento1], las escuelas cristianas son presiona-
das a usar los mismos métodos, con la esperanza de alcanzar resultados al
menos similares.
Aunque a veces es expresado dentro del concepto de que Dios no se
complace con la mediocridad, este objetivo es inadecuado y conduce a una
posición incongruente con el cristianismo. Si solo seguimos el ejemplo de
las escuelas seculares «exitosas» o tratamos de hacer lo que ellas hacen,
pero mejor, hemos permitido que una mentalidad no cristiana establezca los
estándares para las escuelas cristianas. Si creemos que las expectativas de
Dios para la vida y su significado son las correcta, ¿está bien permitir que
quienes no lo reconocen, establezcan los estándares a utilizar? Si ellos esta-
blecen los modelos para los logros, lo hacen también, de manera implícita,
para el currículo y la metodología. Con demasiada frecuencia, los cristianos
estamos dispuestos a quedarnos atrás. Ofrecemos un programa educativo
construido, en su mayor parte, sobre supuestos y prácticas seculares, aun-
que ofrecido en una atmósfera cristiana con valores cristianos añadidos y
a través de un mejor trabajo en esta área que lo que abarcan las escuelas
seculares.
El resultado de este método es una educación secular ofrecida en un
1
Prueba estandarizada, usada con frecuencia para seleccionar el ingreso a la educación superior
en los Estados Unidos. (N. del C.).
92
ambiente cristiano, aunque los términos secular y cristiano no sean compa-
tibles en la lógica. Esta discrepancia es quizá la razón por la que no escucha-
mos que las escuelas cristianas aleguen y ofrezcan una educación secular.
Ninguna escuela cristiana querrá admitirlo, así que disfrazamos lo que en
realidad sucede bajo el nombre de excelencia académica. Sin embargo, si la
excelencia académica —o cualquier otro tipo de excelencia— se define de
manera silenciosa como éxito, de acuerdo con los estándares establecidos
por una mentalidad no cristiana, podemos atribuirnos tan solo la aplicación
de una educación secular en un contexto cristiano. Los resultados son muy
parecidos a los que encontramos en la Escuela Cristiana Alfa.
La búsqueda de la excelencia académica no podría juzgarse como erró-
nea en sí misma, tampoco conduce de manera automática a una educación
secular, sino que se convierte en secular cuando se permite que una menta-
lidad no cristiana establezca los estándares y cuando las altas calificaciones,
que posibilitan a los estudiantes a asistir a las mejores universidades, tienen
mayor importancia que el tiempo en que se les enseña a ser siervos en un
mundo destruido. Cuando es imposible incluir en el currículo de la asig-
natura de Economía un ministerio activo en favor de los pobres —porque
«perderíamos mucho tiempo de estudio»—, estamos pensando basados en
los estándares seculares. Cuando ganar el concurso de ortografía de la ciu-
dad es más importante que trabajar con los estudiantes desanimados, que
piensan que no pueden hacer nada bien, hemos abandonado, con el fin de
lograr éxitos mundanos, el llamado de Dios a ministrar.
Conocer el propósito de Dios para nuestras vidas nos estimula a descu-
brir quiénes somos y qué podemos hacer por Dios; también nos alienta a
tener una fe viva que utiliza el conocimiento adquirido en clase y lo lleva a
la práctica en beneficio de la humanidad. No nos insta a tener los mejores
resultados en los exámenes y en los concursos de ortografía, en especial si
eso implica descuidar los asuntos de mayor relevancia. Buscar el éxito de
acuerdo a los estándares del mundo, intentando hacerlo parecer otra cosa y
expresándolo a través de algún tipo de «verborrea cristiana», es una forma
de honrar a Dios con nuestros labios, mientras nuestro corazón está lejos de
él (Isaías 29:13).
CURRÍCULO CRISTIANO
Otro valioso, aunque muchas veces desacertado, énfasis en la educa-
ción cristiana es el resultado de un tipo particular de enfoque curricular.
De nuevo, el objetivo es enseñar a nuestros niños a vivir la vida cristiana
y eso es posible a través del «currículo cristiano», el cual expresa nuestro
deseo de alentar a nuestros niños a creer en Dios y a vivir como verdaderos
creyentes. Esto nos lleva a pensar que es necesario que nuestro currículo
sea diferente. Aunque el término currículo cristiano significa distintas cosas
para diferentes personas, existen tres ideas defectuosas e inadecuadas sobre
ENSEÑANZA REDENTORA 93
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
94
la investigación, pero juzgar que una es más cristiana que la otra, por ser
tradicional, resulta poco razonable. Debemos dictaminar siempre si los va-
riados métodos de enseñanza son coherentes con los valores cristianos, pero
para hacerlo, necesitamos una base mejor que la tradición.
En un intento por regresar a los valores tradicionales, sea cuales fueren,
¿qué seguridad tenemos de que recurrimos a fuentes cristianas? La única
garantía sería medir esos valores de acuerdo con las Escrituras. Al examinar
algunos tradicionales valores estadounidenses, puede que encontremos que
son más estadounidenses que cristianos. Hay momentos en nuestra historia
en los que se hace difícil apreciar la práctica de una verdadera moralidad
cristiana. Con frecuencia, la que etiquetamos como tal, puede ser en rea-
lidad una parte de ese gran ideal democrático estadounidense —una reli-
gión cívica, por así decirlo—. La oración y la lectura de la Biblia en las
escuelas públicas, no probaron ser un medio para mantener al país en un
camino cristiano, si es que alguna vez estuvo en dicho camino. Con todo,
Horace Mann, el padre de la educación pública en los Estados Unidos, era
categórico en mantener ambas disciplinas como parte del currículo escolar.
La oración y la lectura de la Biblia tenían el propósito de inculcar valores
adecuados en los niños, pero el estilo de vida que los niños aprenderían,
sería el estilo americano. Las escuelas parroquiales privadas —en su ma-
yoría católicas—, donde se incorporaban las creencias religiosas en todas
sus dimensiones, eran vistas como enemigas, porque enseñaban una cos-
movisión de la vida y del mundo que no correspondía con el pensamiento
estadounidense. Debemos notar que también las escuelas católicas eran en
su mayoría escuelas étnicas.
Algunas personas sostienen que existe, en Estados Unidos, una herencia
cristiana que necesita ser restaurada, pero una afirmación tal es cuestionable
y carece de sustento evidencial. No tenemos ninguna autorización bíblica
para deificar el pasado. Por consiguiente, considero difícil y desperdiciable
tratar de identificar cuál es nuestra herencia como cristianos, basados en la
esperanza de que de alguna manera podamos regresar a ella. La historia no
contiene muchos ejemplos exitosos de personas que intentan volver al pasa-
do, y no estoy tan seguro de que las Escrituras apoyen ese empeño.
En cuanto al tercer énfasis mencionado, el uso del así llamado currículo
cristiano es también una tentativa errónea. Usualmente, un currículo cris-
tiano se refiere al uso de materiales que expresan un punto de vista cristiano
o, lo más probable, que haya sido escrito por cristianos. Por otra parte, no
hay nada esencialmente malo en el uso de materiales escritos por creyentes,
en la misma medida en la que tampoco lo hay en la utilización de materia-
les de autores paganos. Por el contrario, deberíamos estar clamando para
que más cristianos consideren con seriedad las disciplinas académicas y las
cuestiones actuales.
ENSEÑANZA REDENTORA 95
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
96
AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
ENSEÑANZA REDENTORA 97
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
98
8
LA IMAGEN DE DIOS EN
EL INDIVIDUO
ENSEÑANZA REDENTORA 99
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
100
larlos en todas las circunstancias de nuestra existencia. La vida escolar y el
enfoque de los maestros pueden contribuir con esta tarea u obstaculizarla.
Comprender la significancia de este asunto en la naturaleza humana, nos
garantiza un buen progreso.
No es de sorprenderse que estemos siempre actuando. Dios inicia una
acción y debemos responder como sus siervos (Deuteronomio 10:12). Los
siervos deben actuar en nombre de su señor y, en este caso, Dios les ha
pedido que produzcan ideas y acciones, con el fin de ejercer algún control
sobre el mundo. Como fuimos puestos a cargo de la creación (Génesis 1:28;
Salmos 8:6-8), accionamos con el fin de controlarla, sea que reconozcamos
a Dios en el proceso, o no. Esta acción, como ya hemos visto antes, consti-
tuye una de las funciones más importantes de la vida, de la forma en la que
Dios la ha diseñado para nosotros.
Nuestras acciones no son menos intencionales que las de Dios. Aunque
puede que algunas sean terriblemente egoístas o inaceptables para él —o
para otros seres humanos—, existe algún tipo de propósito. Necesitamos
comprender la realidad para sentirnos seguros en ella, y buscamos con in-
sistencia encontrar un sentido a las cuestiones de la vida, en relación con
nosotros mismos.
El sentido común puede decirnos que un niño que se sienta en el aula
sin hacer nada o el chico que deambula sin rumbo de una tarea a otra —sin
alcanzar algo significativo para los demás— o que no puede completarla,
está carente de propósito. Pero nada puede estar más alejado de la verdad.
De hecho, es imposible haber sido hecho a imagen de Dios y no tener un
propósito.
Puede ser que los propósitos de estos niños no concuerden con los que
deseamos para ellos, pero los chicos que no «hacen nada» en el aula, con-
trolan de forma activa su propia situación y se colocan en la posición que
mejor les provee para sus necesidades —sin tener en cuenta si realmente
las satisface—. Los niños que no pueden culminar una tarea, llevan a cabo
cada una de ellas hasta que entienden que dejan de poseer el control y, en-
tonces, se detienen para no perderlo. El resto de nosotros consideramos que
al detenerse, lo han perdido, pero es todo lo contrario. Este tipo de acción,
por inadecuada que sea, es la forma en la que se encuentran a sí mismos y
su lugar en el esquema de las cosas. Es su esfuerzo por ubicar todo en una
perspectiva manejable para ellos.
Quizá también sea importante señalar que actuar con propósito significa
que no estamos condicionados por nuestro entorno o a merced de nuestros
genes. Tanto el entorno como los genes, juegan un rol significativo en nues-
tro carácter y nuestra conducta, pero no nos controlan. Dios no pide cuentas
a nuestro entorno a causa de nuestra conducta, sino a nosotros (Romanos
1:20, 2:1). Aunque Dios nos formó del polvo (Génesis 2:7), nunca trata con
RACIONALIDAD
Así como la creación fue una obra poderosa, una mente poderosa actuó
para que pensemos, formemos y evaluemos (Parker, 1979). La racionalidad
es un elemento básico del carácter de Dios, al mantener todas las cosas uni-
das a través de la ley y el orden (Génesis 8:22; Jeremías 31:35-36). Él tra-
baja de forma ordenada y no caótica (Génesis 1) y el mundo tiene sentido,
incluso en todas sus inexplicables complejidades. La idea de que el universo
—y todos sus misterios— pudo haber sido creado y sostenido por el azar, es
una de las más absurdas ideas creacionales, relacionadas con la naturaleza
del cosmos —esta idea, para nada racional, no hace mucho por apoyar la
verdad de que somos portadores de la imagen de Dios—.
Para poder ejercer, como Dios nos ordenó, algún dominio sobre la crea-
ción, debemos razonar. Sin una capacidad de razonamiento, difícilmente
cumplamos esa tarea de manera satisfactoria. Es necesario percibir lo que
está sucediendo a nuestro alrededor para poder actuar. Contextualizamos
las ideas y experiencias de forma que tienen sentido para nosotros. Cuando
algo parece no tenerlo, desconocemos la manera de actuar. Esta confusión
conduce a menudo a una parálisis —no sabemos cómo enfrentar una situa-
ción donde no apreciamos ningún orden lógico—.
Debo apresurarme en añadir que no siempre percibimos las cosas de la
forma en que realmente existen, ni actuamos sobre una base verdadera (Ro-
manos 1:21-23). Cuando vemos un comportamiento tal en otras personas,
decimos que han actuado de manera irracional. Aunque el comportamiento
sea irracional desde la perspectiva de Dios o incluso la nuestra, es en todo
racional para aquellos que comprendiendo las cosas a su manera, actúan en
consecuencia. Las personas paranoicas que responden de manera defensiva
ante cada declaración o situación, dan respuestas racionales desde su punto
de vista. Sus respuestas solo nos irracionales para el resto de nosotros. De
igual modo, reflejamos el carácter racional de nuestro Creador, aunque de
forma distorsionada e ineficaz. Podemos unir las cosas de manera controla-
ble, solo porque Dios nos ha dado la virtud de la racionalidad.
Cuando percibimos los hechos y los relacionamos con nosotros mismos,
ubicamos los eventos según nuestros propios marcos (sistemas de orden),
formulamos ideas, y evaluamos todas estas percepciones y eventos, nos de-
dicamos a ese maravilloso proceso llamado pensamiento. Esta descripción
no es suficiente para definirlo, aunque no necesitamos una definición para
tales observaciones. Cuando comprendemos que fuimos creados a imagen
102
de un Dios pensante y racional, notamos cómo también nosotros pensamos
todo el tiempo. No deberíamos quejarnos más de que algunos estudiantes
no piensan. El pensamiento está entretejido en la estructura de nuestra exis-
tencia (Génesis 2:19). Todos nuestros esfuerzos por hallar sentido al mundo
y responder a él, involucran al pensamiento, aunque comparado con la mi-
rada de Dios a las situaciones que enfrentamos, resulta muy distorsionado,
inadecuado e ineficaz.
CREATIVIDAD
Génesis 1 revela a Dios como el gran creador. El formó el universo en
toda su diversidad y lo declaró bueno (Génesis 1:25). Dios parece deleitarse
no solo en su creación, sino en contarnos con cierto detalle su obra. Des-
cribir el trabajo que realizó día a día e incluir la descripción de todo, desde
el sol y las estrellas hasta los peces y las criaturas que se arrastran, indica
que la creación fue una actividad importante para él. No debería ser menos
significativa para nosotros, ya que somos portadores de su imagen.
Cuando Dios declaró que su creación era buena, le confería valor. Por
ende, si hacemos un juicio valorativo sobre nuestras propias creaciones, en
un sentido también «declaramos» su valía. Formar e impartir valor son dos
dimensiones del carácter creativo de Dios y, por consiguiente, de los seres
humanos (Parker, 1979).
El esquema de trabajar para producir algo valioso y deleitarnos en ello,
es en verdad apropiado para nosotros. Sin embargo, nuestra creatividad no
está restringida a lo material. Todo en la vida puede verse como un acto
creativo en el que usamos nuestras mentes, emociones y voluntades —todo
nuestro ser— para formar y utilizar conceptos y materia.
Un artista —una persona creativa— es un individuo apasionado que
siente, en lo profundo de su ser, tanto la tragedia como la belleza de la vida.
Alguien que aprecia las formas, los sonidos y las texturas, que selecciona
y moldea sus pensamientos y su obras, con el entusiasmo de sentirse parte.
¿Acaso no caracteriza esto también a Dios? Entonces, ¿por qué no debería
esta pasión ser el enfoque característico del ser humano en todos los asuntos
de la vida? Moisés y Elías eran hombres apasionados, el salmista apreciaba
la belleza y Pablo estaba involucrado de manera profunda en la acción, uti-
lizando sus conocimientos y emociones en formas creativas, instruyendo y
ministrando tanto a judíos como a gentiles (Macaulay y Barrs, 1978).
Mientras Dios creó de la nada, nosotros estamos limitados por nuestra
finitud y dependencia de él. Sin embargo, no solo somos capaces de crear
diferentes materiales e ideas, somos llamados a hacerlo con el fin de ser
compañeros de Dios en la administración de su creación (Génesis 1:26).
Creamos obras de arte, libros, teorías científicas, pensamientos filosóficos,
puentes, aviones, películas e incluso familias. Todas las facetas de la cultura
han sido creadas sobre lo ya creado, y puestas en el universo por Dios, sean
elementos físicos o verdades conceptuales. No podemos evitar estar ocupa-
dos en la tarea de formar la cultura y nuestras vidas en base a esta verdad.
Además, hacemos constantemente juicios de valor sobre las nuevas
ideas a aplicar en distintas situaciones o sobre las cosas creadas con nuestras
propias manos. Decidimos lo que está bien o mal, lo que merece quedarse
y ser apreciado, o no. Fuimos diseñados por Dios para encontrar deleite en
las evaluaciones que hacemos de nuestras creaciones, tanto en el producto
o idea creada, como en el proceso para hacerlo. Por otro lado, dicha eva-
luación imparte, en un sentido, significancia a nuestras creaciones. Una vez
más nos vemos actuando como Dios.
Es aparente, sin embargo, que esta capacidad y habilidad creativa para
ejercer la misma función de Dios, no siempre es usada con un fin piadoso.
Caín y Lamec son ejemplos tempranos del uso pervertido de la imagen
creativa de Dios (Génesis 4:16-24). Maldecido por Dios a ser fugitivo y
errante por el resto de su vida, Caín se fue y construyó una ciudad. ¿Por
qué un fugitivo construiría una ciudad y le pondría el nombre de su hijo?
Las personas fugitivas no tienen seguridad y no pueden tener una identidad
estable. Si se descubre su verdadera identidad, sus vidas estarían en riesgo.
Deben estar siempre moviéndose y evitar ser reconocidos.
Sin embargo, nadie puede vivir de esa manera para siempre, y Caín no
fue la excepción. Él creó una ciudad para su propia seguridad y le puso el
nombre de su hijo, con el propósito de fortalecer su sentido de identidad.
Ciertamente, él creó. Usó su poder como portador de la imagen de Dios,
pero para una creación basada en motivaciones equivocadas, con pensa-
mientos incorrectos y lejos de lo que agrada a Dios. Y aunque Lamec creó
mucho más —sus hijos criaron ganado, tocaron el arpa y la flauta, y forjaron
todo tipo de herramientas—, su placer fue efímero, ya que sus juicios de
valor estaban centrados solo en sí mismo —evidenciado en su declaración:
«Si siete veces será vengado Caín, Lamec en verdad setenta veces siete
lo será.» (Génesis 4:24)—. Su enfoque estaba por completo en su propia
persona.
Nuestra capacidad creativa también ha sido usada para formar ídolos
(Éxodo 32:4). En el caso de Aarón, se trató de un objeto de oro, pero además
podían ser hechos de piedra o madera. Algunas veces, los ídolos consistían
en elementos menos tangibles, como el poder político o el éxito económi-
co —aunque este último pueda medirse de forma tangible—. La historia
recoge mucha evidencia del uso depravado de nuestra capacidad creativa.
Podemos actuar, de manera desafortunada, negando nuestra creatividad,
obstaculizando su desarrollo y uso en los demás. Esta parodia se encuentra
a menudo, y en su peor forma, en las escuelas. La creatividad de un niño
es con frecuencia sofocada antes de pasar a segundo grado. Como gran
104
parte del trabajo escolar está dirigido a encontrar la respuesta «correcta»
—muchas veces bajo el pretexto de que la verdad de Dios es absoluta—,
los estudiantes creen que es peligroso ocuparse en cualquier tipo de pensa-
miento creativo. Las respuestas creativas no se conforman a los estándares
esperados o a las tradiciones y, por lo tanto, resultan amenazadoras. La ne-
cesidad de seguridad y estabilidad genera una gran presión sobre cualquier
inconformidad. Para estar a salvo y seguros, debemos ser todos parecidos
y seguir las normas establecidas. Esta presión disminuye la oportunidad
de ser creativos y, en muchos casos, la extingue por completo. Al dejarnos
presionar, negamos la imagen de Dios en nosotros.
MORALIDAD
En lo que respecta a la moralidad, el carácter de Dios establece un es-
tándar para el bien y el mal. Al igual que se reveló a la humanidad a través
de su Palabra y su Hijo, también nos ha revelado lo correcto —amar mi-
sericordia (Miqueas 6:8), sanar (Salmos 147:3), aborrecer el mal (Salmo
97:10), ser desinteresados (Filipenses 2:5-8). Cualquier conducta que vaya
contra su carácter es mala. Debemos juzgar nuestras acciones basados en
esa misma norma.
Los hechos de Dios a través de la historia han establecido, además, las
normas para la justicia. Aunque no podemos leer la mente de Dios para de-
terminar si un acto es justo en una situación determinada, él nos ha brindado
mucha información sobre su sentido de justicia, a través de cómo se relacio-
naba con su pueblo. Nuestra práctica de la justicia debe estar guiada por las
acciones y enseñanzas de Dios relacionadas con ella. Un idea individual de
las normas para la aplicación de la justicia o, incluso, un enfoque colectivo
de estas, nos conduce, tarde o temprano, a la frustración y confusión. En
nuestro estado pecaminoso, no podemos esperar que exista un sistema de
justicia factible, que sea aceptable para toda la humanidad, mucho menos
para Dios. Alguien superior a nosotros debe proveer sus bases.
Adán fue creado como una criatura moral y fue justo por su obedien-
cia a los mandatos de Dios. Pero debido a que desobedeció a Dios, con el
propósito de conocer el bien y el mal, se hizo injusto (Romanos 5:19). Sin
embargo, no se convirtió en amoral. Como descendientes de Adán, todavía
tenemos un sentido del bien y el mal, y nuestros actos pueden ser justos
—de acuerdo con las normas de Dios— o injustos —contrarios a sus nor-
mas—. Escogemos entre esta dualidad (Salmos 119:30) y la dirección de
nuestras acciones muestran nuestras decisiones y, por consiguiente, lo que
hay en nuestro corazón (Marcos 7:21).
En las diferentes culturas existen diversos sistemas de moralidad, pero
todas ellas poseen algún sistema. Las personas juzgan día a día sus acciones
y las de los demás. Nuestros actos tienden a ser justos o injustos. Eso signi-
fica, por supuesto, que no existe ninguna norma aceptable, salvo la de Dios.
Esta es nuestra guía amorosa para aplicar justicia; y se espera que actuemos
rectamente (Miqueas 6:8) para reflejar, una vez más, el carácter de Dios.
Como veremos más adelante, la redención ha hecho posible que volvamos
a actuar de manera justa y santa (Efesios 4:24).
LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD
Dios procede con libertad, de acuerdo a sus propósitos, tomando deci-
siones según su voluntad. No tiene que rendir cuentas a nadie, pero no pue-
de actuar en contradicción consigo mismo y con sus normas. Para aplicar
estas características a los seres humanos, debemos hacer algunos ajustes,
pero sin dejar de remitirnos a las Escrituras para que nos ayuden en esta
tarea. Primero, examinaremos la evidencia bíblica con respecto a la decla-
ración de que Dios obra con plena libertad.
Génesis 1 es un testimonio de que Dios escogió crear el mundo. Él no
necesitaba hacerlo, sino que quiso llevarlo a cabo. Era autosuficiente antes
de la creación y, en verdad, no necesitaba del universo para sentirse com-
pleto.
Dios también decide cómo guiará el decurso de la historia. Pero es inte-
resante notar cuántas referencias a las elecciones de Dios implican el llama-
do a personas. El Señor escogió al pueblo de Israel y puso su afecto sobre
ellos (Deuteronomio 7:6-7), no porque ellos poseyeran algún atractivo o po-
der inherente, sino simplemente por su propia voluntad. La nación que Dios
escogió para su herencia (Salmos 33:12) recibió su bendición, mostrando
que los eligió con el fin de hacerles bien. Él escogió a su pueblo desde el
principio (2 Tesalonicenses 2:13), antes de la fundación del mundo (Efesios
1:4) y antes de que pudieran hacer algo para influir en su juicio —una clara
indicación de que sus decisiones son sin duda causa de su propia y libre
voluntad—. Aunque solo Dios es libre, en el sentido de su completa auto-
determinación, nosotros también lo somos dentro de los límites de nuestra
finitud. Esta característica es parte de la imagen de Dios en nosotros. Somos
capaces de tomar decisiones dentro de los límites de la naturaleza que Dios
nos dio.
Moisés exhorta al pueblo de Dios a escoger la vida en lugar de la muerte,
para que ellos y sus hijos pudieran vivir y amar al Señor su Dios (Deutero-
nomio 30:19-20). Josué insta a su pueblo a que escoja a quién servirá (Josué
24:15). Proverbios contiene numerosas exhortaciones a elegir lo correcto,
indicando nuestra habilidad para hacerlo. Dentro de estas, está el recibir la
instrucción de Dios (Proverbios 8:10) y su sabiduría (Proverbios 16:16).
Juan 7:17 habla sobre optar hacer la voluntad de Dios.
Cuando nos sometemos a Dios, somos completamente libres para ac-
tuar en la naturaleza que él nos dio. Cuando lo negamos, perdemos nuestra
106
verdadera libertad y nos conformamos con algo inferior a lo que en verdad
somos. Tomamos decisiones y somos responsables por ellas; todavía somos
humanos, ya sea que vivamos o no como tales. Por otra parte, la historia
está llena de personas que tomaron malas decisiones, y muchas de ellas fue-
ron registradas en las Escrituras. En el principio, Dios dio un mandamiento
claro a Adán y a Eva, pero ellos decidieron desobedecer (Génesis 2:16-17,
3:6). La evidencia de la mala decisión de Adán ha sido perfectamente visi-
ble en todos los seres humanos desde entonces (Romanos 1:19 en adelante).
Es irrefutable el hecho de que Dios nos pide cuentas por nuestras de-
cisiones. Cosecharemos las consecuencias de nuestras elecciones, cuales-
quiera sean. La muerte del bebé de David y Betsabé es un ejemplo claro
(2 Samuel 12:11-18). —Otros pasajes que apoyan esta idea son Proverbios
11:18; Job 4:8; Oseas 8:7, 10:12; 2 Corintios 9:6; Gálatas 6:7-8—.
La libertad y la responsabilidad van de la mano, y querer aceptar una sin
la otra, lleva a la tergiversación y a los problemas. Dios nos dio la capacidad
y el compromiso de escoger. Nuestra tarea, entonces, es vivir a la altura de
esta obligación, para tomar decisiones y aceptar la responsabilidad. El pro-
ceso educativo debe proveer la oportunidad para que los estudiantes elijan
y vivan las consecuencias de su elección. Enseñar no es solo decir a las
personas qué creer y qué hacer.
FIDELIDAD
La fidelidad es otra característica importante de Dios. Ser fiel es conocer
la verdad, comprometernos con ella y actuar en correspondencia. Como
Dios es el autor de la verdad, no puede actuar contradiciendo su compromi-
so con ella, ya sea con aquello que es correcto o con un pacto hecho con su
pueblo. Cada acto de Dios es una muestra de su fidelidad.
Las Escrituras contienen incontables referencias a la fidelidad de Dios.
Moisés dijo que Dios es un Dios fiel, en quien no se halla iniquidad (Deu-
teronomio 7:9, 32:4). El Señor es fiel a todas sus promesas y permanece
fiel para siempre (Salmos 145:13, 146:6). Vemos el compromiso de Dios
con su pueblo en que no nos prueba más allá de lo que podemos soportar (1
Corintios 10:13) y en la forma en que nos fortalece y nos protege contra el
enemigo (2 Tesalonicenses 3:3).
Cuando intentamos aplicar en nosotros estos atributos, encontramos al-
gunas dificultades. A causa de la caída, no somos fieles en el mismo sentido
que Dios. No obstante, esta característica como portadores de su imagen,
todavía está en nosotros, aunque en una forma distorsionada —como todas
las demás cualidades después de la caída—. Podría ser más acertado descri-
birnos como llenos de fe, es decir, como criaturas de fe comprometidas con
una verdad y que actúan de acuerdo a esta, ya sea correcta o no. Cuando las
Escrituras describen a los seres humanos como infieles, no quieren decir
que es posible existir sin ningún tipo de fe, sino más bien que carecen de la
fe en el Dios verdadero. Es decir, tienen actos de mala fe, no de falta de fe.
Como somos seres en esencia religiosos, siempre tenemos fe en algo,
en algún dios, incluso si es de nuestra propia invención (Walsh y Middle-
ton, 1894). Podemos, ciertamente, crear un dios y adorarlo (Isaías 44:15) o
adorar a las criaturas en lugar del Creador (Romanos 1:21-25). En cualquier
caso, estamos revelando la necesidad de comprometernos con algún dios
como la verdad en la que basar nuestras acciones.
Actuamos en base a nuestras creencias, sea que se correspondan o no
con la realidad. «Una persona actuará sobre la base de una creencia falsa de
manera tan vigorosa como lo haría sobre la base de una creencia verdadera.
El niño que cree que hay un fantasma en su armario llorará con la misma
intensidad, sea esta creencia verdadera o falsa. Lo importante es la creencia
del niño, no la condición real que prevalece.» (DeJong, 1977: 34).
Encontramos seguridad en nuestras creencias. No podemos hacer nada
sin fe —sin creer que algo es real—, incluso si solo se trata de sentarnos en
una silla. Cuando buscamos respuestas para las cuestiones más profundas
sobre el significado de la vida, tales como nuestro origen y destino, o la
naturaleza y la fuente de la verdad, también ejercitamos la fe. Y esa fe no
puede estar basada solo en las cosas visibles. Aquellos que pretenden que
creamos que solo puede conocerse la verdad a través de los estudios cientí-
ficos, porque puede ser observada y medida, fracasan en reconocer que ya
han hecho un compromiso de fe hacia algo no tangible —la idea de que toda
la verdad puede proveerse a través de la ciencia—. Todos andamos por fe
(2 Corintios 5:7), ya sea en lo visible o en lo invisible. La exhortación es a
caminar por fe en Dios y en la verdad que él ha revelado, no en una fe puesta
en algo inferior —otro gran reto para la labor educativa—.
108
AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
110
9
LA IMAGEN DE DIOS EN LA
RELACIÓN CON OTROS
MAYORDOMOS DE DIOS
Dios, por supuesto, reina con soberanía sobre todas las cosas (Salmos
135:5-7). No existe algo que esté fuera de su control, dado que es el ini-
ciador y sustentador de todas las cosas que existen (Nehemías 9:6). Puede
que en ocasiones nos parezca que algo está fuera del mando de Dios, pero
si ese fuera el caso, Dios no sería Dios. José era bien consciente de ese he-
cho (Génesis 50:19-20), pero nosotros, incapaces de comprender de manera
completa lo que en verdad sucede en una determinada situación, luchamos
contra ese pensamiento. Aunque la maldad puede traernos muchas dificul-
tades, las Escrituras indican que Dios es soberano, incluso sobre el mal (Job
SOCIABLES
Usar el adjetivo sociable para describir a Dios, es tal vez utilizar un tér-
mino humano para describir un atributo divino. Tiene más sentido decir que
Dios existe en un estado de relación y compañerismo. Dios era un Dios tri-
no antes de la creación, y las tres personas de la divinidad tenían compañe-
rismo entre ellas antes de que nosotros apareciéramos en escena. La idea de
compañerismo implica trabajar en conjunto, compartir experiencias, comu-
112
nicarnos entre nosotros y habitar juntos en paz. Así sucede en la divinidad.
En el relato de la creación, escuchamos a Dios decir: «hagamos al hom-
bre a nuestra imagen» (Génesis 1:26), una declaración que refiere no solo a
una pluralidad de personas, sino además a un esfuerzo en unidad —compa-
ñerismo, como lo hemos definido—. En Génesis 11:7, Dios dice: «descen-
damos, y confundamos allí su lengua», otra instancia donde las tres perso-
nas de Dios actúan juntas para lograr algo significativo. En Isaías 6:8, Dios
pregunta: «¿quién irá por nosotros?», expresando un deseo de que alguien
más participe de la comunión en el obrar de la divinidad.
Está claro que la relación con la divinidad no es la única que Dios desea.
Su diseño para el hombre revela otras dos relaciones significativas:
1. Dios con los seres humanos.
2. Los seres humanos relacionándose entre sí.
Que Dios desea una relación con nosotros es evidente a través del pacto
establecido con la humanidad. Como Rey soberano, Dios establece una vin-
culación con nosotros que se define al prometernos su protección, nutrición
y liberación, y estipulando nuestra respuesta por medio de la fidelidad y la
obediencia. Dios se unió a nosotros y, por lo tanto, debemos corresponder
a su obra por medio de nuestra acatamiento y servicio. Nuestra obediencia
produce bendición y nuestra desobediencia, maldición (Anderson, 1987).
Sin embargo, este pacto no es lo único que indica el deseo de Dios de
relacionarse con nosotros. El Antiguo Testamento nos enseña acerca de la
ofrenda de paz (Levítico 3:1; Números 15:8; Éxodo 32:6), el único sacri-
ficio que permitía al ofrendante comer una porción de este. Mediante la
inmolación, el pecador tenía compañerismo con Dios y con el sacerdote.
Algunas referencias en el Nuevo Testamento también indican el deseo
de Dios de compartir con nosotros. Primera de Corintios 1:9 nos cuenta
cómo Dios nos ha llamado a tener comunión con Jesús. Eso significa, entre
otras cosas, participar de sus padecimientos (Filipenses 3:10). Juan llama a
los creyentes a tener comunión con los discípulos, lo que según él conducirá
a una comunión con el Padre y con el Hijo (1 Juan 1:3, 6-7). La comunión
indica unidad. Este concepto es bien ilustrado en la representación de la
vid y los pámpanos (Juan 15:1-5) y el de la cabeza y el cuerpo (1 Corintios
12:12; Colosenses 1:18). Estos versículos describen una comunión especí-
fica entre Jesús y los creyentes, así como nuestra comunión con el Padre.
Otros pasajes muestran cómo el compañerismo entre los creyentes es
hermoso y deseable, una idea notable en la historia de David y Jonatán, en
los «hermanos habitando juntos en armonía» en Salmos 133 y en la cer-
cana relación de Pablo con los ancianos de Éfeso. Incluso, el lamento del
salmista en Salmos 55:12-14, indica que el compañerismo y la amistad es
una dulce comunión y, por ende, cuando se rompe, a causa del insulto de un
amigo cercano, trae una angustia difícil de soportar.
Dios nos creó para que nos relacionáramos con él y entre nosotros. Esa
relación debe caracterizarse por el tipo de amor y compañerismo que existe
dentro de la divinidad. Nuestra naturaleza social es, por lo tanto, una ima-
gen de la comunicación y comunión trinitaria. Las características y la obra
de cada ser humano necesita hallar su máxima expresión en el contexto de
las experiencias compartidas con Dios y con la humanidad. El proceso edu-
cativo debe estar diseñado para fomentar el desarrollo de esta experiencia
compartida o compañerismo. Los esfuerzos y logros individuales, o incluso
nuestra relación individual con Dios, no tienen que desplazar la dimensión
relacional y comunitaria que implica reflejar su imagen.
AMANTES
El amor es una característica tan generalizada y dominante en Dios que
el apóstol Juan dice que Dios es amor (1 Juan 4:8, 16). Pablo enseña que
Dios mostró su amor por nosotros a través de la muerte de Cristo, cuando
todavía éramos pecadores (Romanos 5:8) y que ha derramado su amor en
nuestros corazones al darnos el Espíritu Santo (Romanos 5:5). Como resul-
tado, se nos ordena a andar en amor (Efesios 5:2) y se nos exhorta repeti-
damente a amarnos unos a otros (Juan 13:34-35, 15:12; 1 Juan 4:7, 11, 21;
2 Juan 5). Dios muestra su amor por nosotros de muchas maneras, pero al
menos tres de ellas son claves al examinar cómo nuestra naturaleza humana
debe reflejar la imagen de Dios. Analicémoslas una por una.
Una primera forma en la que Dios muestra su amor por los seres huma-
nos pecadores y caídos es al ofrecernos el perdón. Aunque este es el tema
principal en el Nuevo Testamento, también puede ser encontrado en el An-
tiguo. Moisés le ruega al Señor: «Perdona ahora la iniquidad de este pueblo
según la grandeza de tu misericordia, y como has perdonado a este pueblo
desde Egipto hasta aquí.» (Números 14:19). Dios dice a Jeremías «[…] por-
que perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.» (Je-
remías 31:34). El salmista afirma que con Dios hay perdón (Salmos 130:4)
y Nehemías declara que Dios es un Dios perdonador (Nehemías 9:17). Por
lo tanto, somos llamados a perdonar de la misma forma en la que somos
perdonados (Mateo 6:14-15, 18:21, 35; Lucas 6:37). De hecho, estos pasa-
jes establecen una clara conexión entre perdonar a otros y recibir el perdón
de Dios. Nosotros, a quienes Dios ha perdonado, tenemos la obligación de
perdonar a otros. Si no lo hacemos, demostramos que nunca hemos recibido
el perdón de Dios. Es claro que esta es una de las formas más significativas
de mostrar el carácter de Dios a nuestros semejantes y, si fracasamos en
hacerlo, las consecuencias son severas.
Una segunda forma en la que Dios demuestra su amor por nosotros es al
obrar con justicia y rectitud. José entendió que aun cuando los seres huma-
nos intentan hacernos mal, Dios puede transformar ese acto en algo bueno
(Génesis 50:20). El salmo 145:9 nos dice que el Señor es bueno con todos y
114
el salmo 84:11 nos asegura que no nos quita su bondad. Deuteronomio 32:4
declara que sus obras son perfectas y sus caminos justos, y que no actúa con
maldad, a pesar de que los versículos posteriores muestren cómo su pueblo
actuó de manera corrupta hacia él, estableciendo una generación perversa
y deshonesta. Dos ideas muestran que debemos seguir los pasos de Dios
en hacer el bien: somos elogiados por Dios cuando hacemos lo bueno (2
Crónicas 31:20, el caso de Ezequías) y hacer el bien es una orden: «[…] ha-
gamos bien a todos» (Gálatas 6:10), procuremos el bien de los demás antes
que el nuestro (1 Corintios 10:24). Asimismo, Proverbios 1:3 nos exhorta a
adquirir sabiduría para hacer «justicia, juicio y equidad », además, Miqueas
6:8 nos enseña que Dios nos pide obras de justicia. Al actuar de esta forma,
exhibimos con claridad el amor para con nuestros semejantes y, por lo tanto,
demostramos una vez más el carácter de Dios.
Una tercera forma en la que Dios muestra su amor para con nosotros
—y quizá la más grande— es al sacrificarse a sí mismo —en la persona
de Jesús— por otros (Juan 3:16; 1 Juan 3:16, 4:9-10; Romanos 5:8, 8:32;
Filipenses 2:5-8). Isaías predijo el sacrificio (Isaías 53), y todo el sistema
sacrificial del Antiguo Testamento era una sombra del sacrificio de Cristo.
El sacrificio: «entregarse uno mismo en beneficio de otros», debe conver-
tirse en una forma de vida para nosotros. Dicha enseñanza queda clara en
el desafío de Jesús de dar la otra mejilla, la túnica y también la capa, andar
una milla extra y amar a nuestros enemigos (Mateo 5:38-44). Pablo instó a
los filipenses a considerar a los demás mayores a ellos mismos, velando por
sus intereses antes que los suyos. Jesús no se aferró a su igualdad con Dios,
sino que se humilló a sí mismo (Filipenses 2:6-8). Estamos ciertamente
llamados a hacer esto.
Sin duda, Dios ha mostrado su amor hacia nosotros de muchas otras
maneras y debemos, de muchas otras maneras, reflejar estas características.
Pero las tres maneras que hemos mencionado —perdonar, hacer el bien y
sacrificarnos— son temáticas específicas de las Escrituras que nos impulsan
a mostrar la imagen de Dios mediante el amor.
MISERICORDIOSOS
Recibir misericordia es no recibir lo que merecemos. La misericordia de
Dios es evidente cuando recordamos lo que éramos antes de que mostrara
su amor para con nosotros. Está claro que ninguno de nosotros era justo o
buscaba a Dios (Salmos 14:1-3, 53:1-3; Eclesiastés 7:20; Romanos 3:9-18).
Las Escrituras nos dicen, refiriéndose a todos los seres humanos, que no
buscan ni creen tener necesidad de Dios, porque se creen autosuficientes
y justos —la máxima afrenta contra Dios—. Tito 3:3-5 nos describe como
«[…] insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y de-
leites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndo-
nos unos a otros.» Estos resultados son de esperarse cuando nos creemos
DEPENDIENTES
El último atributo que discutiremos presenta un gran abismo entre Dios
y los seres humanos. De hecho, esta particularidad en los humanos no puede
verse tan solo como una versión distorsionada de una característica de Dios;
sino más bien, lo opuesto. Se trata de una total distinción entre el Creador
y sus criaturas.
Dios «[no] es honrado por manos de hombres, como si necesitase de
algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas.» (Hechos
17:25). «Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas.» (Romanos
11:36). Él es en verdad independiente y el Creador autosuficiente de todo
lo que existe. En cambio, nosotros, como seres creados, dependemos del
Creador para todo. En él vivimos, y nos movemos, y somos (Hechos 17:28).
Como dice el Salmo 36:9, nuestro conocimiento depende del suyo: «En tu
luz veremos la luz.» Nuestro sustento físico depende de él (Mateo 6:25-33).
116
Solo Dios puede satisfacer los anhelos más profundos de nuestra alma
(Salmos 62:1, 5), y solo él sacia la necesidad de ser amados y aceptados.
Dios nos creó para estar en comunión con él y amarnos. La obediencia
mantiene esta relación de amor, seguridad y aceptación, pero la desobedien-
cia trae separación y miedo. Dios dijo a Caín: «Si bien hicieres, ¿no serás
enaltecido?» (Génesis 4:7). Pero la desobediencia de Caín lo alejó de Dios.
La sujeción, motivada por una conciencia de su dependencia de Dios, lo
hubiese guiado hacia la aceptación y seguridad.
Por supuesto, no solo somos dependientes de Dios, sino también de
nuestros semejantes: «Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos
miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo
cuerpo […] porque somos miembros los unos de los otros […] [en rea-
lidad,] somos miembros de su cuerpo.» (1 Corintios 12:12; Efesios 4:25,
5:30). Las partes del cuerpo son dependientes unas de otras, y así mismo
somos entre los seres humanos. El mal funcionamiento de una parte afecta
a las demás, de la misma forma en que lo hace el buen desarrollo de esta.
Nos engañamos a nosotros mismos al pensar que podemos ser indepen-
dientes o incluso que deberíamos serlo. Puede que nos hagamos dependien-
tes de una persona, de los dioses o de ideas erróneas, pero ciertamente so-
mos criaturas dependientes. Necesitamos reconocer este hecho si queremos
vivir de manera correcta y seguir mostrando el maravilloso cuidado de Dios
para con nosotros. Como sucede con los demás atributos discutidos en este
libro, nuestra dependencia de Dios y de los demás también tiene implicacio-
nes importantes para la práctica educativa.
118
AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
2. En los casos que has fracasado, ¿por qué piensas que no trataste a
tus estudiantes como portadores de la imagen de Dios?
120
10
LA IMAGEN EMPAÑADA
PERVERSIÓN Y CONTAMINACIÓN, NO
ELIMINACIÓN
El catequismo y otros escritos teológicos nos dan valiosas y compren-
sibles definiciones sobre el pecado, pero fuera de estas, todos reconocemos
que el pecado, en cualquier categoría de la vida, implica la negación de la
realidad como Dios la creó y la reveló. Como no podemos vivir separa-
dos de la verdad, no tenemos otra alternativa que reestructurar la realidad,
de acuerdo con nuestro propio diseño. Al hacerlo, intentamos cumplir, de
manera pervertida, nuestro rol como portadores de la imagen de Dios y
administradores de la creación. Los resultados son la contaminación del
aire y el agua, las estructuras de gobierno y matrimonio corrompidas, y así
en adelante. Todo lo que hacemos para cumplir con nuestro llamado está
distorsionado y encaminado en la dirección equivocada, pero no desaparece
(Frey y otros, 1983).
Entonces, el efecto del pecado es la perversión, no la destrucción. Dios
aborrece la perversión de las instituciones que él ha establecido, como el
matrimonio y el gobierno, no estas estructuras en sí mismas. Al fin y al
cabo, él las creó. Su juicio e ira está dirigido a la forma abusiva de ellas. El
matrimonio, por ejemplo, ha sido muy distorsionado, pero no nos imagina-
mos a Dios eliminando la idea o la institución del matrimonio.
Existe una situación similar, relacionada con los efectos de la caída en
los seres humanos. A pesar de la caída, no dejamos de existir o de ser
portadores de la imagen de Dios —algo que los maestros debemos recor-
dar cuando tratamos con nuestros estudiantes—. No perdimos nuestro ser o
nuestra posibilidad de obrar en la vida; sino que hemos caído en la perver-
sión moral y estamos, por completo, mal direccionados. Vivimos nuestra
existencia humana en un estado de desunión personal, pero todavía somos
humanos (Jaarsma, 1961). Nuestra maldad ha tenido efectos devastadores,
pero el hecho de que todavía seamos portadores de la imagen de Dios, re-
quiere que se nos trate como tales.
IDOLATRÍA
Después de la caída, los seres humanos nos convertimos en vagabundos
—Caín, por ejemplo—, yendo de un ídolo a otro, de un engaño a otro. Ya
no nos centramos en Dios, sirviéndolo, disfrutándolo u obedeciéndolo, sino
que nos enfocamos en nosotros mismos, disfrutando de nuestras personas
y obedeciendo nuestras órdenes (DeJong, 1977). Todavía somos criaturas
de fe, pero no en el verdadero Dios. A causa de nuestra dependencia, ne-
cesitamos seguridad. Pero ahora, como consecuencia del pecado, esta bús-
queda se ha desviado de Dios, la única fuente verdadera de seguridad. Al
ser incapaces de obtener certeza de manera adecuada, nuestra demanda se
hace frenética, extraña o destructiva, terminando siempre en algún tipo de
idolatría.
122
Es importante notar que la naturaleza de la idolatría es intercambiar
—hacer algo en lugar de servir a Dios— (Walsh y Middleton, 1984). Pue-
de adoptar diversas maneras, pero en esencia, declaramos en primer lugar
nuestra independencia de Dios y de su justo reinado para luego sustituirlo
por otra cosa —la perversión—, adorando y sirviendo a ese nuevo dios. Al
quitar a Dios de la escena, también eliminamos sus normas para el orden y
la justicia. Esta es la razón por la que tan a menudo la idolatría se encierra
en la ilegalidad y la injusticia. Romanos 1:23, 25 describe el pervertido
intercambio idolátrico, mientas que los versículos 26 al 32 nos narran sus
desastrosos resultados.
Cuando Satanás tentó a Adán a que hiciese esa declaración de indepen-
dencia, el resultado fue un enfrentamiento de dos reinos —la luz (el reino
de Dios) y las tinieblas (el reino de Satanás)—.
Fuimos creados para la luz, pero nos descubrimos viviendo en las tinie-
blas. La comunión con el Creador que nos otorga la luz fue interrumpida
y nuestra vida se ha vaciado en lugar de ser completa; oscuridad en vez de
luz. Los fracasos interpersonales y sociales han tenido lugar debido a que
nuestra declaración de independencia y los ídolos substitutivos han demos-
trado ser ilusorios. La seguridad genuina no puede encontrarse en el reino
de las tinieblas.
Como la tierra fue maldecida, como resultado de esta manifestación, la
experimentamos como un enemigo (Génesis 3:17-19) —servir a los ídolos
siempre conduce a esa situación, porque ellos sí son adversarios—. Nos
sentimos forzados a conquistar la tierra en lugar de cuidarla y nuestro do-
minio es tan desobediente como nuestra declaración. Mientras Dios sigue
llamándonos a responder con obediencia en el cuidado de la creación, Sa-
tanás trata, por todos los medios, de hacernos jurar lealtad al reino de los
renegados y negar nuestro verdadero llamado. Eso es con exactitud lo que
hacemos —a menos que Dios intervenga—, porque es lo único que somos
capaces de hacer (Walsh y Middleton, 1984). Nuestra «creación cultural» es
tan pervertida como nuestra conducta personal. Nuestros esfuerzos, en cada
dimensión de la vida, están distorsionados, ya que «[…] el mundo entero
está bajo el maligno.» (1 Juan 5:19). La idolatría es un intercambio de todo
lo bueno por todo lo malo.
DISTANCIAMIENTO
Además de relacionarnos con la creación como con un enemigo, somos
afectados por la caída de manera profunda, en términos de nuestras rela-
ciones personales —con Dios, con los demás y con nosotros mismos—. La
angustia se vuelve más intensa en esta experiencia que en cualquier otro
aspecto de la vida. Cuando suprimimos la verdad de Dios, nos negamos a
reconocerlo, profesamos ser sabios y adoramos a la criatura en lugar del
DISTANCIADOS DE DIOS
El primer distanciamiento (o separación) de Dios tuvo lugar en el jar-
dín, después de la caída, cuando Adán y Eva sintieron miedo de Dios. Su
reacción fue esconderse (Génesis 3:8-10). Dios dio el siguiente paso para
el distanciamiento y los echó del Edén (Génesis 3:22-24). Caín declaró su
independencia al decidir qué tipo de ofrenda era aceptable para Dios. Poco
tiempo después, asesinó a su hermano Abel. Dios puso una maldición en
Caín (Génesis 4:11) y lo destinó a ser un fugitivo —de nuevo el hombre se
separaba de Dios—.
Isaías proclama una maldición sobre aquel que pleitea con su hacedor
(Isaías 45:9), y cualquiera que disputa con él, conoce la separación que vie-
ne como causa o resultado de esa controversia. Pelear con Dios es una ofen-
sa grave. Quebranta la comunión, rechazando su verdad. Esta es la esencia
del pecado.
Las Escrituras revelan que aislarse de Dios resulta en juicio, ira y muer-
te. «Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e
injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad» (Romanos
1:18). Aquellos que con terquedad no se arrepienten, «atesoras[n] para ti[sí]
mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios.»
(Romanos 2:5). El juicio vino a causa del pecado de Adán y trajo condena-
ción (Romanos 5:16), y la ira de Dios permanece sobre aquellos que recha-
zan a su Hijo (Juan 3:36). Pablo llega al punto de describirnos como «muer-
tos» en pecados (Efesios 2:1, 5; Colosenses 2:13) y el Antiguo Testamento,
en algunos pasajes, indica que en ciertas instancias el castigo por el pecado
es la muerte (Deuteronomio 24:16; Jeremías 31:10). Si todavía tuviésemos
dudas, Pablo nos recuerda que desde el principio (Génesis 2:17) la paga del
pecado ha sido la muerte (Romanos 6:23). Una separación continua de Dios
en esta vida conduce al infierno, un desprendimiento eterno de Dios.
124
2:23-24). El siervo del Señor es instruido a evitar dicha conducta y a ser
amable con los demás. Una persona que ama la disputa, suscita conflictos
en lugar de sanidad (Proverbios 26:21). Esta es una clara señal de separa-
ción en lugar de unidad.
Nuestra separación con los demás es el resultado directo de nuestro ale-
jamiento de Dios. Como hemos negado a Dios y remplazado su verdad con
una de nuestra invención, y nos enfocamos en proveer para nuestra propia
seguridad a nuestra manera, hemos desarrollado todo tipo de conflictos y
destruido nuestras relaciones con otros, quienes sufren a su vez del mismo
mal. La descripción de esta devastación en Romanos 1:29-31 es aterrado-
ra: «estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia,
maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades;
murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios,
altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales,
sin afecto natural, implacables, sin misericordia», cada una de estos actos
son una ofensa contra los seres humanos y contra Dios. Estamos, en nues-
tra condición caída, separados realmente unos de otros.
BUSCANDO SEGURIDAD
Fuimos creados para sentirnos seguros, pero como nos hemos separado
por nuestra voluntad de la verdadera fuente de seguridad, pretendemos ha-
llarla en otra parte. Ya hemos visto que fuimos creados y que por lo tanto
somos dependientes, lo que nos dice que nuestra verdadera seguridad habita
fuera de nosotros. Como mencionábamos respecto a la idolatría, podemos
comprometernos con cualquier dios falso —sea material o abstracto— para
tratar de encontrar cierta seguridad. Sin embargo, como la naturaleza de
nuestro pecado es suplantar a Dios —tratar de ser Dios— muchas veces la
buscamos en nosotros mismos.
El humanismo occidental ha tenido, por mucho tiempo, una especial
prominencia en promover la ideología de que solo podemos sentirnos se-
guros de nosotros mismos. No existe propósito divino para la vida humana;
los humanos son responsables de lo que llegarán a ser. Ninguna deidad los
salvará; ellos deben salvarse a sí mismos. Los valores morales están deter-
minados por la experiencia humana y la ética es el resultado de las necesida-
des e intereses comunitarios. La importancia y dignidad del individuo es un
valor humanista fundamental, como lo es la máxima autonomía individual
en consonancia con su responsabilidad social. Se alienta a los individuos a
expresar sus preferencias sexuales y a vivir el estilo de vida que deseen, sin
dañar a otros. Se reconoce el derecho a la eutanasia y al suicidio, así como
al aborto y el divorcio. El comienzo es con los seres humanos, no con Dios
(Manifiesto humanista I y II», 1973).
A causa del énfasis en encontrar nuestra identidad dentro de nosotros
mismos, las personas a menudo la buscan tanto en sus atributos personales
como en sus actos. Aquellos que son lindos, inteligentes o atléticos pueden
126
ser alguien (Dobson, 1974), los que tienen éxito en hacer dinero y amigos,
adquiriendo bienes y reconocimientos, o avanzando en una carrera, pue-
den sentirse seguros (Campolo, 1980). Los logros traen reconocimiento y
están acompañados de una sensación de aceptación —un requisito para la
seguridad—. Por otra parte, el fracaso conduce al rechazo, una sensación
desfavorable. Aquellos que no pueden actuar para triunfar son básicamente
«nadie». Los que tienen sobrepeso o no son atractivos no valen mucho.
Las Escrituras no solo esclarecen el concepto de que nuestra identidad
y seguridad pueden provenir solo de Dios, sino que son de igual forma
explícitas al describir la grave situación de quienes confían en sus propios
méritos y atributos. En Ezequiel 16, Jerusalén (el pueblo de Dios o Israel) es
descrito como una niña que es, en principio, despreciada y rechazada, pero
que después se le concede una belleza tan grande que es renombrada por
todo el mundo. En lugar de confiar en el Dios que le otorgó toda su belleza,
riquezas y fama, puso su fe en sus propios dones.
Como todos quienes confían en su belleza o habilidades, la reina (Jeru-
salén) comenzó a preocuparse sobre qué debía hacer si alguien fuera más
bella o exitosa. Como resultado, se prostituyó, derramando sus fornicacio-
nes sobre quienes pasaban a su lado. Necesitaba atención constante de parte
de sus admiradores para sentirse segura. Pero entonces se volvió insaciable,
hasta el punto de pagar a sus amantes en vez de recibir un pago o regalos
de ellos —una perversión considerada por Dios como extrema—. Aquellos
cuya identidad y seguridad dependen de sus actos, nunca pueden estar se-
guros sí lo están haciendo lo suficientemente bien y, por lo tanto, siempre se
esfuerzan por hacerlo mejor, por ser más atractivos o exitosos. En resumen,
el vacío y el miedo son compañeros en la búsqueda de la seguridad por
medio de las acciones y el éxito. Esto no han cambiado mucho desde los
días de Caín.
AUTORREFERENCIADOS
De manera necesaria, todos vemos la vida desde una perspectiva propia.
Mientras crecemos en ella, nos formamos una idea de la realidad, única para
cada persona. A medida que los eventos se desarrollan, los relacionamos
con nosotros mismos y con nuestras creencias, porque no hay otra forma
significativa de interactuar con nuestro entorno. El yo debe servirnos como
punto de referencia, ya que no podemos vivir fuera de nosotros mismos.
Esto no es un problema para quien se relaciona de forma correcta con el
Creador. Pero se convierte en una dificultad para aquellos que viven bajo
los efectos de la caída.
Aunque es imposible percibir la vida separados de quienes somos, usar
el yo como punto referencial definitivo crea un inconveniente considerable.
De la misma forma en que buscamos la seguridad en nosotros mismos, me-
dimos a los demás a través de nuestra propia perspectiva. Cuando nos con-
vertimos en nuestra máxima autoridad, juzgamos el comportamiento, los
valores, las creencias y los pensamientos de otros según los estándares que
hemos establecido. Mientras más inseguros seamos, más autoritaria será
nuestra perspectiva. No tenemos espacio para acomodar enfoques diferen-
tes, a menos que, por supuesto, nuestra perspectiva sea que todos ellos son
aceptables —esta relatividad del concepto de verdad puede hacernos sentir
bastante seguros, ya que nadie nunca estaría equivocado—. En cualquier
caso, decidimos qué aceptaremos que se ajuste a nuestra perspectiva perso-
nal sobre cómo deben ser las cosas.
No hace falta decir que este enfoque de la verdad es problemático. La
actitud rígida de «yo tengo la razón» conduce a conflictos y a una sepa-
ración con los demás. Las personas con este tipo de conducta no se dan
cuenta que están ciegos a la verdad a causa de su incredulidad o, en el mejor
de los casos, tienen oscurecida su visión (1 Corintios 13:12). Este enfoque
también deja poco espacio para el crecimiento, ya que hay pocas o ninguna
oportunidad para asimilar nuevas ideas o experiencias. El reto del aprendi-
zaje se convierte en una amenaza para su seguridad personal.
Por supuesto, la verdad es todo lo contrario. Tener una mentalidad tan
cerrada resulta peligroso, porque no solo nos separa de Dios y reduce las
oportunidades de crecer, sino que además pretende colocar al ser humano
en el lugar de Dios. Aquellos que siempre tienen la razón no sienten necesi-
dad de Dios, incluso cuando afirmen que todo su conocimiento de la verdad
proviene de él. Una declaración como esta puede resultar en la posición más
peligrosa de todas, porque eleva a la persona a un estado donde es imposible
que esté equivocada. ¿Quién puede discutir con los que afirman que Dios
es su autoridad y punto de referencia? Aunque así lo declaren, la verdadera
fuente está en ellos mismos.
El enfoque de «aceptar todas las perspectivas» es de igual manera pro-
blemático. La adherencia a esta perspectiva es, algunas veces, tan rígida
como la anterior. La creencia de que ningún enfoque de la verdad es mejor
que otro es por completo inaceptable. Es interesante notar cómo la premisa
«no existen absolutos» es para ellos una verdad absoluta —una contradic-
ción dentro del sistema lógico—. Pero incluso si nuestra adhesión a acep-
tar todas las perspectivas no es tan rígida, podemos estar tratando con otra
peligrosa situación. Si ninguna perspectiva es mejor que otra, ¿qué sucede
cuando dos de ellas se oponen? ¿Sobre qué base podemos decidir cuál es la
correcta y qué hacer? La idea de «aceptarlo todo», aunque está destinada a
proveer una oportunidad para vivir en unidad, genera en verdad que todos
estemos separados, viviendo en nuestros mundos privados y cuidando no
traspasar los límites del mundo privado de otro. ¡No es de extrañar nuestra
sensación de soledad y falta de comunión! No existe una verdad o propósito
128
común; todos tenemos nuestros propios intereses individuales y debemos
alcanzarlos por nuestra cuenta. Una vez más, nos sentimos aislados de los
demás. Usar el yo como la máxima autoridad y punto de referencia, solo
puede resultar en soledad.
130
AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
132
11
LA IMAGEN RESTAURADA
PERCEPCIONES INICIALES
Cuando analizamos los resultados de la redención de la humanidad,
debemos destacar varias puntos. Primero, no fuimos nosotros los que re-
dimimos —sanamos, renovamos, restauramos—, sino Dios. Comprender
este concepto debe hacer que nos acerquemos asombrados, fascinados y
agradecidos con estas verdades, ya que Dios nos redimió mientras nos ocu-
pábamos en rechazarlo (Romanos 5:8). Él no necesitaba redimirnos. Tenía
todas las razones como para dejarnos muertos en nuestros pecados, bajo su
juicio, pero no lo hizo. Dios es soberano sobre todas las cosas, incluyendo
nuestra salvación.
134
en la justicia y santidad de la verdad (Efesios 4:22; Colosenses 3:9-10).
Todo esto para que reflejemos la verdadera imagen del Creador. En Cristo
somos nuevas criaturas (2 Corintios 5:17), capaces de ser aquello para lo
que fuimos creados. De hecho, el cambio en nuestra posición no puede ser
más dramático —de muerte a vida, de injusticia a justicia, del quebranto a
la plenitud, de la esclavitud a la libertad—.
La posición de los seres humanos ante Dios no es lo único que ha sido
alterado. La redención tiene un alcance cósmico (Walsh y Middleton, 1984)
y, por lo tanto, toda la creación será restaurada (Mateo 19:28). Pablo señala
que «la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción» (Ro-
manos 8:21), y varios pasajes indican que Dios lo restaurará todo (2 Pedro
3:10-13; Apocalipsis 21:1; Hechos 3:21). Él reconciliará consigo todas las
cosas (Colosenses 1:20) y reunirá todas estas en Cristo, las que están en los
cielos, como las que están en la tierra (Efesios 1:10). Nada de lo creado es-
capará de su atención y del impacto de la redención. Toda la creación existe
en una relación diferente como resultado de la cruz.
Aunque el reino de Dios no ha sido, hasta este momento de la historia,
establecido en toda su plenitud, fue inaugurado y nada es como eran antes
(Lucas 4:18-21). Todavía luchamos contra el pecado y la vieja naturaleza en
nuestro interior, pero como en el Día D, durante la segunda guerra mundial,
la batalla decisiva ha sido ganada, en este caso, en la cruz. Llegará el día
(Día V) cuando la guerra se termine y la autoridad del reino sea establecida
por completo (1 Corintios 15:24). Como veremos más adelante, hasta que
llegue ese día, residimos en dos reinos, uno cuyo gobernante está destinado
a la destrucción y otro donde su mandatario reinará para siempre (Ander-
son, 1987).
136
cosas serán hechas nuevas en la consumación final del reino, y vi-
viremos en la ciudad celestial, que sobrepasa por mucho al jardín
del Edén. Renovar significa «tomar lo que existe para convertirlo en
algo mejor». Debemos buscar la renovación de nuestras ciudades a
través de los proyectos de urbanización, además de renovar los go-
biernos corruptos y las industrias que explotan al trabajador. Como
cristianos, ¿no deberíamos estar enfrascados en crear escuelas que
persigan la tarea que Dios nos ha asignado, en lugar de aquellas dic-
tadas por una sociedad sin Dios? Somos llamados a construir algo
mejor que refleje la gloria de Dios en su culminación y ejecución, tal
como lo harán la tierra nueva y el cielo nuevo.
Liberación. La actividad redentora debe librarnos a nosotros y a los
demás de la esclavitud imperante en el reino de las tinieblas. Múl-
tiples poderes parecen gobernarnos —pobreza, drogas, inmoralidad
sexual, opresión racial—. Nuestra actividad como portadores de su
imagen nos llevará a intentar —mediante el poder de Dios— romper
el dominio que tienen esos poderes sobre la vida de las personas.
Dios no se sentó y dijo: «¡Qué terrible!, pero bueno, es así, que le
vamos a hacer.» Aquellos que queremos reflejar quién es él, tampo-
co debemos pensar de esta manera.
Justicia. La actividad redentora busca corregir los males precipi-
tados por la caída, en especial aquellos que nos infligimos unos a
otros. ¿Es satisfactorio un sistema legal que permite que un criminal
evite su condena basándose en una falla del sistema judicial? ¿Debe-
mos aceptar la existencia de una empresa comercial que depende de
la explotación de sus trabajadores, por más que sea legal? ¿Tenemos
que aceptar un sistema escolar disciplinario que administra el cas-
tigo, sin tener en cuenta la naturaleza del crimen? Si queremos ser
fieles a nuestro llamado, debe manifestarse un interés por la justicia
relacionada con la forma en la que los seres humanos nos tratamos
unos a otros.
Paz. La expresión paz es sinónimo de lo que algunos llamarían vivir
la buena vida. El término bíblico es shalom, que significa «habi-
tar en armonía con Dios, con los demás, con uno mismo y con el
entorno». Refleja la integridad y unidad que Dios pensó para noso-
tros y no una simple coexistencia barata. Esta rectitud debe verse en
nuestro trabajo, familia, iglesia y en nuestra perspectiva de la vida.
La preocupación por la protección del medioambiente, como parte
de la creación de Dios, debe sobreponerse al uso de este por mera
conveniencia. Esta misma integridad debe alejarnos de la conformi-
dad de vivir nuestras propias vidas sin preocuparnos por los demás,
siempre y cuando no nos dañen o no les hagamos daño.
Podemos con facilidad ver que nuestro llamado no nos permitirá conten-
tarnos tan solo por las almas salvadas y por una correcta conducta personal.
Dios mismo se identificó con su pueblo y quiso vivir en medio de ellos. La
encarnación es una maravillosa lección de cómo debemos mostrar la ima-
gen de Dios en la actualidad.
Dios ha estado con su pueblo, identificándose con ellos y actuando en
su beneficio, a través de toda la historia. Él estuvo con Abraham, Isaac y
Jacob. Pasó con su pueblo durante el éxodo y habitó en el tabernáculo.
Estuvo con ellos en la carne, en Jesucristo, y vive con nosotros en la per-
sona del Espíritu Santo. Vino a nosotros, entrando en nuestra situación de
espacio y tiempo y, en Cristo, se hizo uno con nosotros (Anderson, 1987).
La actividad espiritual de Jesús fue llevada a cabo en la esfera material y la
liberación se produjo a través de su ocupación y presencia tangible. ¿Cómo
podría ser menos nuestro llamado si Dios espera que mostremos su carácter
a un mundo perdido?
138
La razón por la que este asunto es tan importante para nosotros como
cristianos es que uno de los campos fundamentales de acción del enemigo
es precisamente nuestra cultura. Su espíritu de desobediencia se hace pre-
sente en la misma arena donde Dios nos ha llamado a mostrar su carácter
—el cuidado y desarrollo de la creación—. El enemigo obra en las estruc-
turas de gobierno, familia, arte, filosofía, psicología, ciencia y tecnología,
y educación —todos esos lugares donde, se supone, debemos construir una
cultura que refleje el carácter de Dios.
Satanás es a menudo muy astuto para trabajar con descaro contra Dios.
Prefiere hacer su obra de manera sutil, para que no notemos cuándo te-
nemos la guardia baja —manteniendo las escuelas en silencio en lo que
respecta a la relación del currículo escolar con Dios, asegurándose de que
el proceso educativo no tenga nada que ver con las normas de Dios para la
vida, eliminando de a poco el término justicia como el mayor interés del
sistema judicial o haciendo que las relaciones sexuales sean tan casuales
como las representadas por las comedias televisivas—. Estos son sucesos
culturales en los cuales, algunas veces, los cristianos fracasan en reconocer
la importancia de la presencia de Dios en ellos. Y si Satanás logra mantener
a Dios confinado a un aspecto meramente «espiritual», fuera de la cultura,
mantiene su propia ilusión de gobernar sobre la tierra.
En los acontecimientos culturales de nuestro tiempo, el diablo puede con
facilidad desarrollar un «espíritu de la época» —por supuesto, el espíritu del
Anticristo—. La vida humana está arraigada y afectada en lo más profundo
por la cultura. De modo que si Satanás puede capturar nuestro espíritu en
esa esfera, es posible que logre la ineficacia de nuestro testimonio como
cristianos. Ser «cristiano» quedaría entonces relegado a una categoría de
«otro» mundo, uno en el que realmente no vivimos aquí y ahora. En otras
palabras, Satanás se esfuerza por destruir la idea de que el reino de Dios
existe al hacerlo irrelevante para el mundo real.
Los cristianos percibimos, con frecuencia, el reino de Dios como algo
que vendrá en el futuro. Aunque es cierto que este reino alcanzará su pleni-
tud en ese tiempo, debemos reconocer no solo que el reino está aquí y ahora,
sino que vivir esa realidad es la forma principal de testificar sobre la verdad
de Dios y de mostrar a otros quién es él.
Vivir como si el reino de Dios fuera solo un acto futuro es experimen-
tar una mentira, y existen dos maneras en las que podemos hacerlo. Una
de ellas es rechazar la cultura, entregándosela al enemigo —esperando el
«dulce adiós» para escaparnos de la maldad de este mundo—. Adoptar este
enfoque es negar la declaración de Dios de que todo lo que él hizo es bueno.
La segunda manera en la que podemos vivir esa mentira, es aceptando la
cultura tal y como está, dejando que el espíritu del enemigo le dé la forma
que le place. Entendemos que cualesquiera sean las acciones culturales —
manejar negocios, ver películas, enseñar en la escuela, idolatrar a los atletas
profesionales— no son tan importantes para nosotros por no tener nada que
ver con Dios. Dios y su reino son espirituales, están por encima de la cultura
y no son afectados por ella. Nuestro testimonio de Dios es reflejado en el
cuidado por la salvación de nuestras almas, no por medio de los negocios,
la ciencia, el arte, el gobierno, la familia o las escuelas.
Es probable que ambos enfoques acerca de la vida sean el resultado del
fracaso en admitir que vivimos, en la actualidad, entre dos reinos y que la
manera en que nos comportemos allí es de gran importancia para Dios. O
testificamos de la naturaleza y el amor de Dios mediante nuestro actuar en
el reino terrenal —la cultura que Satanás busca gobernar— o negamos el
carácter de Dios al ceder este reino terrenal al enemigo. La tarea de una
escuela y de sus maestros es ayudar a sus estudiantes a aprender a vivir
entre esos dos reinos, a estar en el mundo testificando del carácter de Dios
mediante el cuidado de la creación, el amor a otros y a los demás, sin ser del
mundo ni dejándose formar por el espíritu de esta era. Si, de alguna manera,
le entregamos la cultura al enemigo por medio de cualquiera de estas formas
de renuncia, traemos deshonra a Dios y daño a su creación.
140
• Residentes de dos reinos. El reino de Dios es una realidad pre-
sente, sin embargo, Satanás todavía trabaja para establecer el
suyo —sobre todo a través de la cultura— y derrotarnos. Nuestra
obra en la cultura testifica el carácter de Dios y la verdad de su
reino. No podemos contentarnos con entregar nuestra cultura al
enemigo, a menos que neguemos la propia naturaleza de Dios.
142
12
UN PORTADOR DE LA IMAGEN DE
DIOS, PERO CAÍDO
144
deben estar a cargo, como citábamos antes, sino que deben hacerlo de ma-
nera creativa. La importancia de la creatividad es subrayada por el hecho de
que la primera acción de Dios en las Escrituras fue crear. Vemos cómo Dios
ha controlado el decurso de la historia y ha actuado en favor de su pueblo,
y somos capaces de apreciar la forma en que obra: a través de una mente
muy creativa que no es obstaculizada por las circunstancias, la carencia de
imaginación, la mecanización del trabajo o la dependencia a alguien más.
Pensemos por un momento en las sorprendentes formas creativas en las
que Dios proveyó salvación para su pueblo (Isaías 9:6-7; Romanos 5:6-8),
nos dejó una revelación escrita de sí mismo (2 Timoteo 3:16; 2 Pedro 1:21),
sacó a su pueblo de Egipto (Éxodo 2-18), lo preservó a través de la histo-
ria (Génesis 45:5-7; Esdras 9:6-8; Jeremías 29:1-14) y esparció el mensaje
de su evangelio. Dios ha ejercido el control de maneras creativas y, como
maestros, somos llamados a hacer lo mismo y a rechazar la esclavitud de
una guía curricular o un manual del maestro.
Pero de la misma manera en la que Dios no actuó de manera creativa
guiado por un capricho propio, tampoco deben hacerlo los maestros. Es
imprescindible que usen un pensamiento racional, desarrollado con cuidado
y basado en una investigación a la hora de aplicar todo su conocimiento al
proceso de aprendizaje. Los maestros deben utilizar lo verdadero e impor-
tante del aprendizaje en general y combinar, de manera creativa, ese cono-
cimiento con su experiencia inmediata de enseñanza y aprendizaje en su
clase. Pensar de forma creativa no sucede por casualidad, sino que conlleva
trabajo arduo y esfuerzo diligente. Los maestros que solo siguen un manual
toman a menudo el camino más fácil y sucumben ante la presión del tiempo,
y de las exigencias de otros que demandan la aplicación de cierta cantidad
de material.
Permítanme apresurarme en añadir que a pesar de lo dicho, no creo que
los manuales para maestros o las guías curriculares deban ser eliminados.
Por el contrario, necesitamos una orientación planificada con cuidado. Mi
queja se basa en la forma en la que algunos maestros hacen uso de ellos y
cómo algunos editores y administradores esperan que sean utilizados. En
vez de tratarse de herramientas en las manos de los maestros, tienden a de-
terminar la experiencia en el aula y niegan a los educadores la oportunidad
de cumplir con su tan importante llamado de mostrar la imagen de Dios.
Cualquier maestro que considere con seriedad las dimensiones del pensa-
miento creativo en el carácter de Dios, debe negarse de forma enérgica a ser
controlado por las guías curriculares y los manuales para maestros.
Los educadores que se quejan a menudo de que sus estudiantes piensan
muy poco, deben entender que disponerse tan solo a la guía de un manual,
colabora con el problema. Los estudiantes rara vez aprenden a pensar bajo
la tutela de maestros que tampoco lo hacen. Los docentes no pensantes son
tan solo una parte de la mentalidad cultural de «¿cómo lo hago?». El mundo
pide a gritos manuales sobre cómo hacerlo todo, desde arreglar vehículos,
restaurar los matrimonios desechos, hasta cómo relacionarnos con Dios. Pa-
rece no existir una diferenciación entre los manuales diseñados para asuntos
mecánicos y los de índole intensamente personal —lo último, demanda tan-
to un pensamiento creativo como racional—. Si, como maestros, no pode-
mos diseñar experiencias creativas que fomenten un aprendizaje personal
significativo, no podemos esperar que nuestros estudiantes vayan más allá
de lo mecánico en sus enfoques acerca de la vida.
LIBRE Y RESPONSABLE
De manera obvia, para poner en práctica las ideas previas, debemos ser
libres de tomar decisiones y ser responsables de ellas. Por fortuna, Dios nos
creó de esa manera (Génesis 2:15-16, 3:6; Deuteronomio 30:11-20; Juan
7:17). La libertad y la responsabilidad son parámetros necesarios para un
administrador pensante y creativo.
Sin embargo, es importante una comprensión apropiada de esa libertad.
Primero que todo, significa que somos libres de usar los manuales para
maestros y las guías curriculares, a modificarlos o a no utilizarlos a la hora
de diseñar de manera cuidadosa nuestro trabajo en el aula. También signi-
fica que podemos crear nuestras propias guías y, entonces, modificarlas o
desecharlas a posteriori. Pero nuestra libertad para usar las guías de otros o
crear las propias, solo existe mientras estemos dispuestos a hacerlo dentro
de las directrices bíblicas para el proceso educativo.
Por ejemplo, si una guía curricular requiere actividades que tienden a
tratar a nuestros estudiantes como algo inferior a seres hechos a la imagen
de Dios, somos responsables de modificar las actividades. Algunas guías
curriculares y manuales para maestros proveen todas las preguntas evaluati-
vas para una unidad y, muchas veces, ni una de ellas requiere un pensamien-
to crítico de parte del estudiante, sino tan solo la memorización de detalles y
eventos. Estas guías siguen, a menudo, el mismo patrón a través de todo el
curso. De esta manera, violan un principio bíblico fundamental: no tratar al
estudiante como un ser pensante y, por lo tanto, no somos libres de usarlas
tal y como se presentan.
Segundo, somos libres para experimentar la presencia de Dios y el gozo
de nuestro trabajo (Salmos 16:7-11). Como maestros, no necesitamos sen-
tirnos ahogados por expectativas poco realistas: abarcar todos los capítulos
de un libro, lograr que a nuestros estudiantes les vaya muy bien en los exá-
menes estandarizados, que nuestra escuela alcance mejores resultados aca-
démicos que las demás, que prepare a sus estudiantes para las mejores pre-
paratorias o universidades, etcétera. Trabajamos duro y hacemos lo mejor
que podemos en nuestros esfuerzos creativos, pero no para probarnos a no-
sotros mismos o a otros, o para lograr el éxito personal y el reconocimiento.
146
Luchamos por la excelencia porque amamos a Dios y porque deseamos
ofrendar nuestro trabajo a él —de manera tan perfecta como sea posible—.
Pero también debemos comprender que somos sus colaboradores, no
trabajamos tratando tan solo de agradarle. Él está presente y podemos ex-
perimentar el placer de su presencia en nuestro trabajo, ahora y por la eter-
nidad. Muy a menudo, como estamos atados por las expectativas y las de-
mandas que exigen los objetivos educativos inmediatos, perdemos de vista
el hecho de que es Dios quien trabaja con nosotros. Él desea que seamos lo
suficientemente libres de las demandas externas, para centrarnos así en el
gozo de su presencia, tanto al hacer el trabajo como al evaluar el resultado.
De todas formas, el desenlace no está bajo nuestro control, sino bajo el
control de Dios. ¡Qué desafortunado somos si perdemos su gozo mientras
hacemos su obra, por estar demasiado motivados hacia los objetivos que
tenemos en vista! En términos humanos, ¡cuánto más completo y satisfac-
torio es trabajar, lado a lado, con alguien que amas y que sigue un meta en
común, que hacerlo solo, esperando que aquel a quien tú amas apruebe al
final lo que has hecho por ti mismo!
En última instancia, debemos entender que de la misma forma en que
somos libres para explorar y ser creativos en nuestro rol como educadores,
dado por Dios, también somos libres para fracasar. El fracaso tiene conno-
taciones muy negativas para nuestra cultura y, sin embargo, Dios lo usa de
manera positiva. El fracaso no es nuestro objetivo, pero debemos aceptarlo
con gusto, como parte del proceso de crecimiento y servicio a Dios. No
debemos temerle, por el contrario, necesitamos aprender a sacar provecho
de él y dejar de castigarnos a nosotros mismos, y a nuestros estudiantes por
ello. La libertad para lograrlo solo puede nacer del reconocimiento de que
tenemos un reposo seguro en los brazos de Dios, que además es soberano.
¡El resultado está en sus manos, pero también lo está el proceso! ¡Debido a
que Dios, por su voluntad y acción, nos ha salvado y nos santifica, podemos
estar seguros! Por consiguiente, cuando cometemos errores y fracasamos,
tenemos la oportunidad de ser valientes y buscar la manera creativa de in-
corporarlos al proceso de aprendizaje. No necesitamos siempre castigar a
nuestros estudiantes con bajas calificaciones o a nosotros con sentimientos
de culpa. Podemos aprender a sentir la presencia de Dios, incluso en nuestro
fracaso. Aun aprender a no tomarnos tan en serio. ¡Qué libertad sería esa!
Sospecho que la responsabilidad que acompaña esta libertad implica no
solo lo obvio —aceptar las consecuencias de nuestras decisiones, sea que
nos conduzcan al éxito o al fracaso—, sino además reconocer que debe-
mos responder siempre con creatividad a lo que suceda como resultado de
nuestras libres decisiones. Nosotros decidimos, actuamos y tratamos con
los resultados por medio de otra decisión y acción, lo que produce nuevos
resultados. Aceptar esto como parte de nuestra existencia y experimentar la
presencia de Dios en ello, es conocer algo del significado de caminar con
148
como resultado de nuestra enseñanza. Nos recuerda nuestro estado de de-
pendencia y debería causarnos asombro de que Dios y los demás nos traten
tan bien como lo hacen —una señal de verdadera humildad— (Stott, 1978).
Además, debemos reconocer que también buscamos seguridad y que no
es posible encontrarla en el desempeño de los estudiantes, en su aceptación
o en las calificaciones de nuestros inspectores. Tener éxito con nuestros
estudiantes puede con facilidad convertirse en idolatría cuando actuamos
como buenos maestros para satisfacer nuestra necesidad de ser amados y
aceptados, y no con el propósito de satisfacer sus requerimientos. O puede
que estemos a veces más preocupados en saber cuán bien nos va como
docentes que lo que viven nuestros estudiantes. Y mientras más tiempo es-
temos inquietos en valorar lo que hacemos, menos tiempo tenemos para
interesarnos en lo que ellos hacen —una ilustración de un verdadero ego-
centrismo—.
Mediante Jesucristo, Dios restauró su imagen en el maestro, dándole
una posición renovada, reemitiendo el llamado a testificar de su carácter en
su tarea educativa y dándole el poder para vivir a la altura de su llamado.
Vivimos con nuestras propias debilidades y pecados, pero ya no somos go-
bernados por ellos. Tenemos la capacidad de discernir la verdad y la manera
en que debe ser enseñada. El Espíritu de Dios también nos hace aptos para
ejercitar nuestras creencias de forma creativa y eficaz. Resumiendo, Dios
nos enseña a ejercer la tarea a la que fuimos llamados, mientras camina con
nosotros derramando su luz por nuestros caminos, día a día y momento a
momento. ¡Cuán sencillo y a la vez cuán maravilloso es que Dios nos capa-
cite para ser aquello para lo que fuimos creados! —Algo que aquellos que
no reverencian sus mandamientos en sus vidas buscan en vano—.
150
13
CARACTERÍSTICAS PERSONALES
DEL MAESTRO REDENTOR
152
El educador cristiano debe modelar una vida que repose en la realidad de
que somos «alguien» porque Dios nos hizo para que fuéramos poco menor
que los ángeles, con la autoridad para trabajar junto a él en la administra-
ción de su creación. Una vida tal, debe demostrar que nuestras buenas obras
y comportamientos son una ofrenda de acción de gracias a Dios, no un
requisito para asegurar su aceptación. Nuestra seguridad solo se encuentra
en la cruz, sea que pensemos en nuestra posición con Dios o con los demás.
Después de la caída fuimos separados por completo de Dios y de los demás.
Lo que hacemos no puede galardonarnos en nada y nuestro autoconcepto
debe estar basado en lo que Dios nos ha dicho sobre nosotros mismos, en
lugar de los atributos pasajeros que nos han sido otorgados o los logros que
podamos alcanzar.
ESTILOS DE INTERACCIÓN
Es evidente que Jesús interactuaba con las personas de maneras diferen-
tes. Podía ser enérgico y directo (Marcos 7:1-13). Un ayudador silencioso
(Marcos 5:24-34). O dejar a sus seguidores con preguntas acerca de qué era
lo que acababa de decir o hacer (Marcos 9:14-29).
Su reacción hacia los demás no era del todo predecible, pero siempre era
capaz de responder de manera apropiada según la persona y la situación. En
otras palabras, era capaz de discernir qué era necesario para una situación
dada y, entonces, seguía un curso de acción que satisfacía esa necesidad.
La relación de Dios con Israel revela la misma diversidad en los estilos
de interacción. Él les dijo, de forma muy directa, cómo debían vivir y, en
ocasiones, qué tenían que hacer (Éxodo 20-30). Otras veces, los guió por
medio de una nube y fuego, sin decirles qué sucedía (Éxodo 13:21-22). Po-
demos ver en las Escrituras a Dios haciendo obras de juicio y de misericor-
dia (Éxodo 12:29; 32:14). A profetas declarando destrucción y describen a
la vez el inagotable amor de Dios (Jeremías 7:30-34, 31:1-17). Queda claro
que Dios no es aburrido ni monótono en su trato con nosotros, ni tampoco
está atado a una sola y repetitiva manera de respondernos.
Las investigaciones indican que hay ciertas formas de interactuar con
los estudiantes que producen mejores logros y actitudes que otras. No nos
sorprende que los resultados muestren que una diversidad de estilos de in-
teracción, apropiados para cada situación específica, sea la mejor opción.
Los elementos esenciales de la influencia del docente en las aulas donde la
motivación, el aprendizaje y las actitudes fueron superiores, eran aquellos
donde el maestro fue capaz:
1. De proporcionar espontáneamente una variedad de funciones
que iban desde una supervisión activa y dominante, hasta un es-
tímulo más reflexivo y discriminatorio.
2. De cambiar los roles a voluntad, en vez de perseguir un solo
estilo de interacción y así excluir otras posibilidades.
3. De salvar la distancia entre su diagnóstico sobre una situación
determinada y el curso de acción que debía tomar.
154
4. De combinar la sensibilidad y el pensamiento crítico para que,
como el principal observador en el aula, pudiera hacer diagnós-
ticos razonables de las condiciones actuales.
(Hamanachek, 1973: 11-12).
Sin dudas, la habilidad de discernir qué tipo de interacción es la adecua-
da para uno y ser consecuente con ella, es parte de lo que significa para un
maestro reflejar la imagen de Dios.
2
Maderos de dos pulgadas por cuatro. (N. del T.)
156
En contraste, los maestros que razonan a través de una mentalidad cris-
tiana, contemplan todas las áreas —terrenales y celestiales— a través de
este marco ampliado. Esta contemplación incluye el razonamiento sobre las
diferentes asignaturas que se enseñan: la administración y organización del
aula —desde las normas de convivencia, la forma de ordenar los asientos,
hasta las asignaciones académicas—, las maneras de interactuar con los
niños, los principios de aprendizaje implementados, la estructura del currí-
culo y las prácticas administrativas de la escuela. Incluso se puede pensar
de forma cristiana sobre otras temáticas como recolectar dinero para le-
che3 —cuando esto incluye la preocupación por responsabilizar a los niños,
quienes son llamados a reflejar la imagen de Dios, incluso a esa edad—. La
preocupación no radica en la forma más rápida, segura y más acertada de
recolectar dinero para la leche. La mayor motivación está en pensar la for-
ma en la que puede usarse esta pesada y mundana tarea en nuestra meta de
ayudar a los niños a convertirse en lo que Dios quiere que sean.
En muchas formas, todo este libro trata sobre la naturaleza del pensa-
miento cristiano y cómo se aplica en el proceso educativo. Nuestro interés
por el propósito de la educación va más allá de la función inmediata de pro-
veer a los estudiantes mejores trabajos a futuro y más de la «buena vida».
Nuestra preocupación por ellos va más allá de ayudarlos a obtener bue-
nas calificaciones en los exámenes o probar sus capacidades intelectuales.
Nuestro interés por el currículo no radica tan solo en darles las herramien-
tas para que entiendan cómo es el mundo. Y los maestros deben ser algo
más que administradores eficientes cuyas aulas están ordenadas y cuyos
estudiantes se desempeñan bien en todas las tareas requeridas. Todas estas
acciones y objetivos terrenales deben llevarse a cabo dentro del marco de
un propósito eterno, uno que nos fue dado por Dios para afectar, de manera
significativa, lo que hacemos y el porqué de lo que hacemos.
3
En algunas escuelas de primaria, se sirve leche y galletitas a los niños, y es costumbre que
sean ellos los que junten el dinero para pagar estos suministros. En ocasiones, el maestro asigna a
un niño la responsabilidad de recolectar el dinero de los demás. (N. del T.)
158
14
EL PAPEL QUE JUEGAN LOS
MAESTROS
Es una obviedad decir que los maestros cumplen varias funciones, sin
embargo, la enseñanza redentora requiere el examen de los roles que cum-
ple un redentor. Por lo tanto, comenzaremos nuestra mirada a estas funcio-
nes examinando a Jesús como maestro —aunque no debemos intentar usar
la Biblia como un libro de pedagogía—.
160
igual que hoy— a través de un encuentro personal con Jesús. Conocerlo de
manera personal es la única forma de que nuestro corazón esté cimentado
en la verdad y en el autor de esta. Él mensaje sin la persona es inservible y,
por lo tanto, viene ligado a aquel que lo proclama (Juan 14:6).
PROFETA
La principal función de un profeta es conocer, interpretar y hablar la
verdad de Dios, lo que implica conocerlo a él, a uno mismo y al resto de la
creación. Todo este entendimiento debe ser guiado por una comprensión de
la revelación de Dios, pero demanda, además, una experiencia personal en
cada categoría.
Comenzamos a tener un conocimiento del yo y del mundo que nos rodea
cuando somos jóvenes. Incluso los más pequeños pueden interpretar las ex-
periencias, las cuales conducen a creencias y compromisos que constituyen
SACERDOTE
El papel sacerdotal de un maestro comprende tareas similares a las de los
sacerdotes del Antiguo Testamento. El sacerdote era un intercesor, alguien
que oraba por su pueblo y realizaba las labores necesarias para restablecer
la relación de este con Dios. Restaurar nuestra relación con Dios y con toda
su creación es necesario, además de ser una promesa de nuestra redención.
Cuando Jesús vino a reconciliar al mundo con su Padre (Colosenses 1:19-
20), nos dio la misión de ser sus agentes reconciliadores (2 Corintios 5:18-
19). ¿Cómo debemos hacerlo? Aunque ofrecer sacrificios físicos ya no es
un medio necesario para la reconciliación, la oración es sin duda un tipo
apropiado de intercesión. La oración del maestro por y con los estudiantes
debe ser una tarea regular en su vínculo. Es poco probable que las relacio-
nes destruidas sean restauradas tan solo por el esfuerzo humano, por este
motivo debemos buscar, en oración, la intervención del Espíritu Santo.
La enemistad casi siempre ocurre cuando una persona fracasa en escu-
char o ser sensible a las necesidades de otra. Por consiguiente, la restaura-
162
ción y la reconciliación, a menudo, implican hacer lo opuesto —atender y
tratar de responder a sus requerimientos—. Si los maestros pretendemos
actuar como agentes reconciliadores, entonces debemos escuchar, com-
prender y reaccionar, de manera adecuada, ante el dolor, la ira, los miedos y
la confusión de los estudiantes. La oración es necesaria, pero no es nuestra
única responsabilidad. Escuchar nos proporciona una información que nos
ayuda a orar de forma más inteligente, pero lo que es incluso más importan-
te, nos permite responder de manera útil, en lugar de agravar la situación.
Saber que alguien nos escucha es de gran importancia al momento de nues-
tra restitución, porque nos permite liberarnos del dolor más rápido.
Sincerarnos con nuestros estudiantes facilita además una atmósfera pro-
picia para la restauración. A causa de que Jesús se identificó de una manera
muy concreta, sabemos que tenemos un sumo sacerdote que nos comprende
(Hebreos 2:14-18, 4:15). Sanamos con más facilidad cuando entendemos
que otros nos comprenden al haber también experimentado problemas, con-
fusión y sufrimiento. Los maestros que parecen mirar por encima el mundo
de los estudiantes, no son muy accesibles y, a menudo, no pueden ofrecer el
amor y el perdón necesario para restaurarlos y reconciliarlos. Si no pueden
identificarse con ellos, tampoco podrán ejercer bien su función sacerdotal.
Por último,����������������������������������������������������������
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la habilidad de escuchar, comprender e identificarse tam-
poco satisface todas las necesidades. Los maestros deben tener, además, la
capacidad de confrontar, cuando sea necesario y de manera amorosa, a los
estudiantes o a determinada situación. La sanidad viene a través del perdón,
y el perdón se otorga después de haber admitido el error y haber reconocido
la verdad. La mayoría, por no decir todas las rupturas en las relaciones,
ocurren cuando la verdad es ignorada, tergiversada o negada. Los maes-
tros llamados a actuar como agentes de reconciliación no pueden pretender
que aquello que causó este distanciamiento desaparezca de alguna manera,
como por arte de magia. Sin embargo, la justa confrontación debe realizarse
de manera sensible. No tenemos permiso para tratar a los ofensores como
algo menos que portadores de la imagen de Dios que necesitan compasión.
Incluso el castigo debe imponerse con sensibilidad.
REY
El rol de rey implica el uso correcto de la autoridad. Cuando examina-
mos la forma en la que Jesús usó su poderío, vemos un ejemplo de cómo
los maestros deben ejercer el papel de reyes. La autoridad es utilizada para
controlar una situación, pero también es puesta en práctica en el servicio a
los estudiantes. Jesús fue un rey-siervo y, por lo tanto, nada de lo hecho por
los maestros puede estar motivado tan solo por el propósito de mantener el
control o imponer su autoridad. Al contrario, como docentes debemos usar
esta facultad para permitir que nuestros estudiantes sean todo aquello para
lo que fueron creados.
164
aunque siempre con compasión. Nunca dañaría a sus ovejas, así como un
maestro debe reconocer la dignidad de los estudiantes cuando los corrige y
los orienta.
Los pastores también guían de manera amorosa a las ovejas utilizando
sus cayados, los que las ayuda al moverse de un lugar a otro y observar
con cuidado por dónde van. Los educadores deben tomar las manos de los
estudiantes para guiarlos en su aprendizaje hacia donde necesitan estar.
Sostenerlos de las manos no es mimarlos; es darles la certeza de que no
están solos, de que el maestro-pastor los acompaña en el viaje. Así como el
cayado proporciona comodidad y seguridad para la oveja, el maestro debe
proveer comodidad y seguridad al estudiante.
Los pastores mantienen las cercas reparadas —estableciendo los límites
apropiados— para que las ovejas no deambulen, alimentándose con pastos
poco nutritivos o dañinos. No obstante, les dan la suficiente libertad para
vagar y encontrar pastos de su agrado. Ellos no ponen el alimento en un
comedero en frente de las ovejas, ellas deben moverse a través del pastizal
para encontrar las mejores hierbas. De la misma manera, el maestro provee
la cantidad adecuada de orden, libertad y responsabilidad, dando siempre
a los estudiantes lo que son capaces de manejar y exigiéndoles su máximo
esfuerzo —en vez de hacerlo todo por él— sin dejar de brindarles opciones
a lo largo del camino. Este tipo de ambiente favorece la seguridad, la digni-
dad y el sentirse amado.
Los pastores son increíblemente pacientes y muy pocas cosas les harían
perder el control sobre sí mismos. Hacerlo podría asustar a las ovejas, las
cuales no pueden alimentarse o crecer en ese estado. Estos animales no
son muy astutos y a menudo son bastante indefensos. Pueden encontrar
mil maneras de meterse en problemas y morir. Pero el pastor siempre está
ahí, ayudando a las ovejas insensatas que quedan atrapadas en la cerca,
que caen de espaldas, que se han descarriado para tomar agua sucia o que
obstinadas trataron de ir donde no debían. Ese mismo patrón es aplicable a
los maestros.
Aunque pastorear ovejas no es muy glamoroso o popular, los pastores
están comprometidos con su cuidado; ellos no se preocupan demasiado de
lo que sucede en otras partes del mundo. Pastorear es una vocación a tiem-
po completo y es preciso que estén libres de distracciones para que puedan
atender a las ovejas y no perder ninguna a causa de los depredadores. La
tarea demanda una devoción resuelta hacia estos animales. Lo mismo suce-
de con los educadores. Aquellos que están demasiado distraídos con otros
asuntos en el mundo, no serán capaces de prestar suficiente atención a sus
estudiantes. Enseñar es una profesión a tiempo completo.
El pastor principal irá tras una oveja perdida, mantendrá viva a aquella
que otros quieren desechar y nunca se rendirá con la descarriada. No dejará
ir a una oveja que considere parte del rebaño. Una devoción tal es difícil
para un maestro, pero su deber es seguir amando al niño difícil o rebelde,
incluso cuando ese amor sea costoso para el maestro y exasperante para los
otros niños que debe cuidar.
Un pastor conoce bien a sus ovejas, con todas sus peculiaridades y temo-
res. Él es tan observador, tan compasivo y preocupado, y tan cercano a ellas,
que comprende todos sus temores, cada movimiento y cada preferencia. No
puede cuidarlas bien si no las conoce bien. ¿Acaso no sucede lo mismo con
el maestro?
Por último, es una obviedad decir que el pastor se preocupa más por las
ovejas que por cualquier otra cosa. Puede que quiera que todos admiren sus
exuberantes pastizales, pero solo por el orgullo de tener ovejas bien alimen-
tadas. Tal vez desee tener los abrevaderos más limpios, pero es a causa de
que pretende que sus ovejas reciban agua fresca y saludable. O quizá esté
orgulloso de su perro ovejero, pero es por la ayuda que le brinda al prote-
ger a las ovejas de algún daño. Puede estar muy contento con la lana que
obtiene de sus ovejas, pero en realidad se goza de tener las mejores ovejas
de la tierra. Para los maestros, los símbolos externos y los resultados de los
exámenes tienen poco valor, a menos que sean un verdadero medio para
ayudar a los maravillosos niños que están bajo su cuidado a crecer y dar
los frutos que Dios desea. Los maestros redentores no se preocupan tanto
por las apariencias, sino más bien por los estudiantes que Dios les ha dado.
EL MAESTRO: UN RESUMEN
En los tres capítulos anteriores, hemos examinado algunas verdades so-
bre los maestros redentores. Nuestro examen no ha sido exhaustivo, pero
resumiremos lo visto sobre este tema:
• Portadores de la imagen de Dios. Así como los estudiantes fue-
ron hechos a imagen de Dios, lo mismo sucede con los educa-
dores. Enseñar es la profesión en particular donde se exhibe el
significado de ser portadores de esa imagen. Los maestros deben
tomar, de manera activa, el control del proceso de aprendizaje y
trabajar hacia un propósito valioso, además de pensar y accio-
nar de manera creativa, ejerciendo su autoridad de forma libre
y responsable.
• Finitos, caídos y redimidos. Los maestros están lejos de ser un
modelo perfecto de aquello que los estudiantes deben ser. Estos
sufren las limitaciones de su naturaleza creada y de los efectos
del pecado, al igual que sus estudiantes. Pero los maestros cris-
tianos han sido restaurados a una correcta relación con Dios y,
por lo tanto, tienen la capacidad de hacer todo como él lo ordena.
166
• Caracterizados por atributos divinos. Si bien ningún maestro
debe ajustarse a un conjunto de rasgos personales para ser eficaz,
las características prescitas en la Biblia para todos los creyentes
son muy importantes para la tarea del docente. Los conceptos
de sí mismo que tengan los educadores, deben formarse sobre
la base de una identidad y seguridad cimentada en la persona y
obra de Cristo. Ellos deben exhibir el fruto del Espíritu utilizan-
do, de manera apropiada y para una situación determinada, esas
cualidades en la interacción con sus estudiantes. Por último, es
necesario que tengan, desde un marco de referencia eterno y so-
brenatural, pensamientos y acciones cristianos, incluso cuando
se trate de consideraciones terrenales.
• Modelos de Jesús. Aunque Jesús es divino y nosotros no, somos
capaces, no obstante, de emular su método de enseñanza. Debe-
mos enseñar con autoridad como él lo hizo, vivir lo que enseña-
mos y personalizar nuestra enseñanza para ajustar nuestro estilo
de interacción a las necesidades del estudiante y las exigencias
del ambiente.
• Profetas, sacerdotes y reyes. En tiempos del Antiguo Testa-
mento, Dios designó profetas, sacerdotes y reyes para ejercer el
control sobre las relaciones humanas y la creación. Con la veni-
da de Jesús como sumo sacerdote, esas funciones fueron dadas a
todos los creyentes. El papel profético implica el conocimiento e
interpretación de la verdad de Dios, su revelación en las Escritu-
ras y su creación. El rol sacerdotal conlleva influir, como agentes
de restauración, en las vidas deshechas en un mundo corrompi-
do. La tarea del rey supone la utilización del conocimiento y la
autoridad para servir y gobernar de forma justa y correcta.
• Pastores. Los pastores ofrecen una completa atención a sus ove-
jas, establecen límites y proveen comida nutritiva y agua limpia
para que se nutran por sí solas. Están siempre pendientes de lo
que las ovejas hacen y se involucran con seriedad en su cuidado.
Son el centro de sus preocupaciones, y su amor por ellas no per-
mite que alguna rebelde se marche fácilmente.
168
15
IDEAS FUNDAMENTALES
SOBRE EL APRENDIZAJE
LA IMAGEN DE DIOS
El principio bíblico más esencial acerca del aprendizaje es que los niños
aprenden junto con su naturaleza. Mientras se instruyen no abandonan su
esencia como portadores de la imagen de Dios. Todo lo que hemos descu-
bierto acerca de sus características como seres creados, caídos y redimidos,
debe ser el fundamento para comprender el contexto y el proceso por el cual
ellos aprenden. Por ejemplo, si tratamos, según el diseño divino, con seres
activos, racionales y creativos, ¿����������������������������������������
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por qué pretendemos que sean simples re-
ceptores y que tan solo acepten lo que se les enseña en el proceso educativo,
o que resuelvan los ejercicios al final del capítulo en vez de involucrarnos
en sus vidas y atender las circunstancias que les están afectando en ese
momento, tanto a ellos como a sus compañeros? Si utilizando estos medios
esperamos que se involucren con el verdadero aprendizaje, negamos enton-
ces su naturaleza.
Cada característica de la esencia de los seres humanos, identificada en
los capítulos anteriores, tiene relevancia para el aprendizaje. Mi consejo
es que revises la lista que resume los capítulos del 8 al 11 y consideres
las implicaciones para el aprendizaje de cada una de estas particularidades.
También es importante que te percates acerca de que sin importar cuánta in-
vestigación se halla hecho al respecto, cualquier concepto relacionado con
el proceso de aprendizaje, contrario a la naturaleza de las personas desde
una perspectiva bíblica, no puede ser aceptado en un sentido literal. Puede
que alguno de ellos tenga algún gramo de verdad, pero debe ser extraído
y puesto en un contexto bíblico apropiado, requiriendo a menudo mucha
revisión antes de ser útil en nuestra construcción de un enfoque cristiano
del aprendizaje.
EL CORAZÓN Y LA CONDUCTA
Dado que casi todas las discusiones o definiciones acerca del aprendizaje
implican, en el proceso educativo, un reconocimiento de la importancia de
impactar en la conducta, es crucial que comencemos con una comprensión
bíblica sobre la fuente del comportamiento humano. Esta temática es fun-
damental, porque sin una debida comprensión de dónde se origina nuestro
comportamiento, podemos centrar en el lugar equivocado nuestros esfuer-
zos en el proceso de enseñanza y aprendizaje. Por ejemplo, si creemos que
el origen de la conducta humana radica en el medioambiente, pondríamos
de seguro nuestros mayores esfuerzos en crear el ambiente adecuado para
favorecer el aprendizaje. Si, por el contrario, entendemos que el compor-
tamiento es el resultado de reacciones químicas en el cerebro, podríamos
quizá potenciarlo a través de drogas u otras sustancias químicas, o si con-
cluimos que la fuente de la conducta es el intelecto, trabajaríamos duro
para influir en las mentes mediante la actividad intelectual. Sin embargo,
la Biblia nos enseña con claridad que el corazón es la fuente del comporta-
miento humano y, por lo tanto, juega un papel primordial en el aprendizaje.
Cualquier consideración sobre la enseñanza debe estar relacionada con el
vínculo existente entre el corazón y el comportamiento, ya que este último
solo se ve afectado cuando la verdad llega al primero.
Es muy difícil definir corazón, pero esta palabra se usa de manera repe-
tida en las Escrituras. Por otra parte, parece que los hebreos no tenían nin-
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guna dificultad con su significado. Quizá podemos empezar diciendo que
se trata del mismo centro de nuestro ser, aquello que comprende o abarca
todo lo que somos. El Señor mira el corazón del ser humano en lugar de
nuestras apariencias externas (1 Samuel 16:7). Jesús dijo que el corazón es
el centro motivador de toda la conducta, sea buena o mala (Marcos 7:21,
y siguientes; Mateo 12:33-35). El salmista admitió que lo proferido con
nuestra lengua proviene del corazón (Salmos 39:3) y Jeremías reconoció
su importancia en afectar la mente y las acciones (Jeremías 17:9-19). En
breve, veremos cómo Pablo, en su escrito a la iglesia en Éfeso, relacionó el
corazón, la mente y el estilo de vida.
Cornelius Jaarsma (1961: 46) atribuye al Dr. Hoekema una lista de pa-
sajes que describen corazón como una palabra polisémica que significa: «el
centro de las emociones, la voluntad, el pensamiento, el pecado, la rege-
neración y los procesos que comprenden nuestra renovación espiritual, la
fe y la práctica de las virtudes cristianas.» Es obvio que el corazón abarca
más que tan solo la mente y el cuerpo, aunque son parte intrínseca de este;
y que es más que una autoimagen, aunque también se incluye. Es la esencia
misma de nuestro ser, donde nace y reside nuestra comprensión, compromi-
sos, creencias y acciones. Si el método de enseñanza pretende favorecer el
aprendizaje, debe estar dirigida al corazón —una idea que exploraremos de
manera práctica en un capítulo posterior—.
CREENCIA Y ACCIÓN
Esta definición de aprendizaje sugiere que la relación entre los compro-
misos (creencias) y el comportamiento (acciones) es importante. Para com-
prender el proceso de aprendizaje, es necesario entender cómo se desarrolla
este vínculo e interactúan entre sí estos dos conceptos.
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Cuando examinamos la manera en que la Biblia describe el corazón
como la fuente de la conducta humana, parece claro que nuestras acciones
(conducta externa) son el resultado de nuestras creencias y compromisos.
Creemos, pensamos y actuamos. Sin embargo, incluso una contemplación
superficial del proceso de aprendizaje mostraría cómo este proceso no es tan
simple. De alguna forma, sabemos que nuestras acciones también afectan
nuestras creencias y estas tienden a cambiar. Incluso creemos en ciertas
verdades, pero no logramos actuar de acuerdo con ellas, por mucho que
queramos. También hemos admitido que las creencias que con tanta segu-
ridad profesamos verdaderas, puede que no sean las que controlen nuestro
comportamiento en determinadas situaciones. Entonces, ¿qué decir?
Existe abundante razón —tanto en la enseñanza bíblica como en la in-
vestigación— para creer que nuestras acciones también influyen en nuestras
perspectivas y creencias. El concepto de conocer, en el Antiguo Testamen-
to, implicaba una respuesta obediente. Mientras que la fe provocaba de se-
guro una reacción, el conocimiento de Dios se daba por el resultado de esa
acción. Sin ella se carecía de un conocimiento de Dios en el corazón. Hacer
lo que Dios ordenaba, conducía a una comprensión acerca de quién era él
y lo que hacía en el mundo. En otras palabras, el conocimiento de Dios se
desarrollaba en la respuesta de la persona —una indicación clara de que las
creencias sobre Dios y el mundo no pueden desarrollarse sin una respuesta
activa a la revelación de Dios—.
Juan señala que esto es cierto también para los creyentes del Nuevo
Testamento. Para conocer en verdad a Dios, debemos realizar actos de amor
hacia los demás (Juan 14:23). Esta obediencia es capaz de mostrar la ver-
dad. No podemos conocer a Dios si no lo hemos experimentado, porque
Dios es amor. Jesús dijo, además, que tanto él como su Padre habitarían
con aquellos que obedecieran sus enseñanzas (Juan 14:23). Tal obediencia
demuestra la realidad del amor por Jesús y trae como resultado nuestra resi-
dencia con el Padre y con el Hijo —otra indicación de que actuar resultará
en un mayor conocimiento—.
Pablo alentó a los filipenses a ocuparse en su salvación con temor y
temblor (Filipenses 2:12) —trabajar para llegar a la plenitud del conoci-
miento que poseían respecto a qué y quiénes eran—. Les dijo que no se
preocuparan, sino que encomendaran todo al Señor mediante la oración y la
acción de gracias. Les habló además que pensaran en lo que es verdadero,
noble y puro, poniendo en práctica lo que habían aprendido de él (Filipenses
4:4-9). En otras palabras, deben hacer algo en relación con lo que saben
que es verdadero, sea que sientan deseos de hacerlo o no. Parece implicar
que haciendo lo que ellos saben que deben hacer, obtendrán resultados que
los ayudarán a tratar con cualquier situación que les esté preocupando. La
perspectiva será entonces influenciada por las consecuencias de la acción
tomada.
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Nacemos con ciertas características genéticas, algunos incluso afirman
que venimos al mundo con ciertos rasgos de personalidad. Si consideramos
solo los rasgos genéticos, notamos que hay limitaciones y ventajas ya es-
tablecidas para nosotros en base a esas características. Algunos nacen con
grandes capacidades físicas y otros, con capacidades mentales en apariencia
increíbles. Otros parecen estar física o mentalmente limitados. Pero afirmar
que estos factores hereditarios determinan quiénes somos, es negar que
somos portadores de la imagen de Dios. Es cierto que influyen en lo que
podemos llegar a ser, pero lo hacen al proporcionar tanto limitaciones como
ventajas. Siempre nos formamos de acuerdo con nuestros propósitos y per-
cepciones, incluso si estamos limitados por nuestra composición genética.
Del mismo modo, el entorno influye en nuestro desarrollo y aprendi-
zaje. Aunque los factores hereditarios sugieren que en parte nacemos con
rasgos de personalidad, los factores ambientales dan a entender que nues-
tra personalidad es formada de algún modo por nuestras experiencias. No
obstante, de la misma forma en que los factores hereditarios no determinan
quiénes somos, tampoco lo hace el entorno. Este solo influye al ofrecernos
limitaciones y ventajas. El yo es quien determina la manera de responder e
interactuar con ellas.
Es muy difícil para los niños escoger una línea de conducta que nunca
han experimentado en su entorno. Cuando este ha vivido por muchos años
en un ambiente de desconfianza, es poco probable que aprenda a confiar.
Cuando un niño a recibido abusos en su hogar, es escasa la posibilidad de
que acepte y brinde amor a sus compañeros en la escuela. Si brindamos un
ambiente diferente, entonces, podrían cambiar, algunas veces, para bien y
otras, para mal. Los niños que provienen de un entorno rígido y moralista,
mudan su conducta de manera considerable cuando experimentan un am-
biente relativista y disoluto. O, algunas veces, aquellos que han sido recha-
zados de forma constante, experimentan un gran cambio después de vivir el
tiempo suficiente en un hogar donde son amados y respetados.
Niños de un mismo hogar y entorno comunitario pueden desarrollar di-
ferentes personalidades y conductas. Por ejemplo, el que vive en un hogar
lleno de ira y desconfianza es posible que reaccione con ira hacia cualquier
evento, mientras que otro puede responder de manera miedosa y retraída.
E incluso, otros tal vez se conviertan en personas compasivas y sensibles
hacia aquellos que viven en circunstancias similares a las suyas. Por lo tan-
to, el entorno no puede verse como un factor determinante de lo que será el
niño. Decir que el entorno hace a la persona, es negar que los humanos son
hechos a imagen de Dios. Este es solo otro factor que nos brinda limitacio-
nes y ventajas para escoger, formar nuestras percepciones y compromisos
hacia la verdad, y actuar en correspondencia a ella.
Aunque un maestro no puede afectar los factores genéticos que influyen
en el desarrollo y aprendizaje —más allá de reconocer su existencia y de
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registro bíblico, que crear el mejor ambiente no es garantía de que los niños
aprendan lo que necesitan o se comporten como es debido. Se necesita más
que un entorno. De poco les sirvió el entorno a los israelitas, porque se
olvidaron de Dios, quien los había colocado allí y cuya dirección amorosa
debían seguir. Como segunda constatación podemos afirmar que para que el
entorno tenga el efecto deseado, debe haber un compromiso entre el maes-
tro y el estudiante que ejemplifique a Dios y su pueblo. Ese convenio es aun
más determinante que el entorno.
La tercera reflexión que podemos confirmar es que el ambiente, sea bue-
no o malo, es una herramienta que debe ser usada para fomentar la verda-
dera comprensión y fortalecer el compromiso con la verdad. De la misma
forma en que la exposición a la atmosfera, relaciones, y entornos saludables
apropiados es necesario para crear un buen punto de partida en la toma de
decisiones, la exposición a los actos de maldad en el mundo, las relaciones
deshechas y los entornos desagradables de las zonas urbanas o rurales, pue-
de ser necesaria para ampliar la comprensión y fortalecer el compromiso de
vivir en la verdad en esas circunstancias adversas. La sal no es efectiva si
se queda en el salero. En nuestros esfuerzos por alentar a los estudiantes a
creer en la verdad, a veces fracasamos en usar, a su favor, el impacto que
resulta de la exposición cuidadosa a los malas acciones de este mundo.
Por último, aunque el ambiente está —y debe estar—, en cierto grado,
bajo el control del maestro, es importante ser consientes que en última ins-
tancia está bajo el dominio de Dios. A veces necesitamos admitir que de-
bemos ser más sensibles a cómo utilizar lo que ya existe, en vez de intentar
crear el ambiente perfecto. José se dio cuenta de que aquello que habían
planeado para mal sus hermanos, Dios lo estaba usando para bien. Gracias
a la disposición de José de obrar dentro del entorno en que se encontraba
—por cierto, diferente del que hubiese escogido—, Dios produjo grandes
cosas para su pueblo.
Una escuela cristiana, localizada en cualquier parte de una ciudad, está
rodeada de oportunidades. Si padres y maestros estuvieran interesados en
utilizar lo que ya existe, aunque resulte a veces desagradable, el entorno
sería un factor más efectivo para el aprendizaje de lo que a menudo es, ya
que usaría lo que Dios ha puesto allí, además de nuestro diseño. Cuando vi-
vimos en una relación diaria con Dios, experimentamos la vida de acuerdo
con sus propósitos y nos disponemos a enfrentar cualquier situación, vién-
dolo como una oportunidad para servirle. De esta manera, el aprendizaje es
potenciado. Es tan importante crear un ambiente apropiado, como ver el que
ya existe como una oportunidad de Dios.
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AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
1. ¿��������������������������������������������������������������������
Qué características de la imagen de Dios has pasado por alto al pla-
nificar tus actividades de aprendizaje? Si prestas especial atención a
ellas, ¿cómo podrían cambiar tus actividades educativas?
2. ¿����������������������������������������������������������������
En qué momento has estado conforme al permitir que el aprendiza-
je quede en la mente de los estudiantes y no en el corazón? ¿Cómo
puedes cambiar esta perspectiva?
4. ¿����������������������������������������������������������������
En qué momento has permitido que la herencia o el entorno influ-
yan demasiado en la planificación de tus actividades de aprendiza-
je?, ¿cómo puedes hacer que el yo influencie positivamente en el
proceso de enseñanza?
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16
MOTIVACIÓN Y APRENDIZAJE
visto, es necesario usar las Escrituras como nuestros lentes para apreciar las
ideas fundamentales relacionadas con la motivación y cómo pueden aportar
a nuestras teorías y prácticas. De manera curiosa, los hallazgos investigati-
vos son a menudo coherentes con los conceptos bíblicos.
De nuevo, el concepto de reflejar la imagen de Dios es importante en
la enseñanza y el aprendizaje. Teniendo en cuenta el significado de moti-
vación, parece justo decir que Dios está motivado —aunque admitimos lo
inadecuado de aplicar un término humano a un Dios eterno—. Dios cier-
tamente actúa y lo hace con propósito. Escoge un comportamiento antes
que otro, y este perdura en el tiempo. Su conducta no está incentivada por
factores externos; él actúa porque quiere hacerlo.
Como fuimos hechos a imagen de Dios, también debemos estar motiva-
dos. De hecho, nunca deberíamos no estarlo. Por lo tanto, el asunto no es si
los estudiantes están motivados, sino qué se sienten motivados a hacer. En
todo momento están discerniendo, decidiendo y actuando según un propó-
sito, para mantener algún tipo de control sobre ellos mismos y su entorno.
Esta actividad es parte de poseer la imagen de Dios, que nos da la capacidad
de pensar y actuar como él, y nos encomienda la tarea de ayudar a admi-
nistrar y desarrollar su creación. Pero ¿usaremos esta motivación intrínseca
para servir a Dios, o para honrar otras cosas?
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De esa manera, estamos siempre motivados a encontrar un lugar que nos
pertenezca.
Siempre tenemos la necesidad de ser aquello para lo que Dios nos creó,
sin importar cuánto tratemos de negar o distorsionar esta verdad. Fuimos
creados para actuar como Dios y estaremos siempre motivados por esa ne-
cesidad. Lo importante es si intentaremos llenar esa necesidad de forma que
agrade a Dios o, por el contrario, que le desagrade.
SHALOM
El propósito original de Dios para nuestras vidas era la plenitud o sha-
lom (Snapper, 1984). Por esta razón, su deseo para nosotros y la creación,
no ha cambiado. Una alabanza y propósito universal, la coexistencia pací-
fica de todas las criaturas con la creación, la armonía de todas las cosas que
fueron creadas mediante Cristo —todo está en el deseo de Dios para con
nosotros, el que será consumado cuando Cristo regrese a dar plenitud a su
reino—.
No obstante, Dios no nos hizo esperar hasta ese día para experimentar
el shalom, sino que fue invocado sobre su pueblo en el Antiguo Testamento
(Números 6:24-26), y esas personas buscaron incluso la paz en las ciudades
a las que habían sido exiliados. Pablo persiguió con constancia la bendición
de que los creyentes del Nuevo Testamento vivieran esa plenitud, como es
evidenciado en su forma habitual de saludar: «gracia y paz a vosotros».
También habló a los filipenses de ���������������������������������������
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la paz de Dios, que sobrepasa todo en-
tendimiento[…]» (Filipenses 4:6-7) —una unidad que va más allá de la
comprensión normal, en medio de una vida tan fragmentada—. La caída ha
destrozado la integridad con la que Dios nos creó, pero nuestra búsqueda
NECESIDADES Y METAS
Podemos pensar en la necesidad como un estado en el que las cosas no
resultan como deberían o como nos gustaría que estuviesen —el equilibrio
del shalom está ausente—. Por ejemplo, fuimos creados para sentirnos se-
guros y aceptados por Dios, pero hemos perdido, por el pecado, ese privile-
gio. Por lo tanto, en un estado en el que las cosas no son lo que deberían ser,
tampoco estamos seguros de quiénes somos y dónde estamos y, de hecho,
sin una relación renovada con Dios, nunca lo estaremos. Así que deseamos
aprobación y actuamos para obtenerla.
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Más allá de nuestras necesidades físicas y emocionales, accionamos para
satisfacer las necesidades espirituales. Dios nos hizo criaturas de fe, con una
necesidad de adorar. Cuando no reconocemos a Dios, veneramos a nuestros
propios dioses. Los fariseos sentían la necesidad de mantener el orden y
regular la religión del pueblo de Dios, y rechazaron a Jesús para mantener
las cosas bajo su control y así satisfacer esa necesidad. Cuando Pedro habló
en Pentecostés, muchos reconocieron la necesidad de ser salvos a causa de
sus acciones homicidas. Ellos se arrepintieron y creyeron, cambiando por
completo sus estilos de vida.
Por definición, una meta es �����������������������������������������
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una declaración de una posición o condi-
ción que todavía no se ha logrado��������������������������������������
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. Como es algo que luchamos por obte-
ner, funciona de la misma manera que una necesidad: es determinado en
el interior de las personas, en vez de ser impuesto desde el exterior. Pablo
dijo que proseguía a la meta, al premio que le aguardaba al final de la lucha
(Filipenses 3:14). Jesús dijo: «es necesario que hoy y mañana y pasado
mañana siga mi camino», para entonces lograr su objetivo (Lucas 13:32-
33). En cada caso, las metas tanto de Pablo como de Jesús determinaban su
actividad y no era posible disuadirlos de la persecución y alcance de estas.
Entonces, ¿qué función tiene las necesidades y las metas en relación
con la motivación y, por lo tanto, con el aprendizaje? Las necesidades y las
metas determinan dónde están dirigidas nuestras energías motivacionales
inherentes. Ellas canalizan las energías para lograr algo, ya sea satisfacer
la necesidad o alcanzar la meta. Hacen esto, en parte, al determinar a qué
prestaremos atención:
esfuerzos de una persona por satisfacer sus necesidades […] Lo que una
persona aprende (distingue) en una situación dada, está determinado por la
relación con su necesidad en ese momento.» (Combs, Richards y Richards,
1976: 197).
TENSIÓN CREATIVA
Necesidades o metas insatisfechas, percepciones disonantes, situacio-
nes problemáticas, curiosidad hacia lo desconocido —cualquier tipo de
desequilibrio nos sitúa en un estado de «tensión»—. Si esta no alcanza a
paralizarnos o retraernos por completo, nos ayuda a dirigir con creatividad
nuestras energías, enfocándonos en aquello que ha causado la tensión y dán-
donos el poder de manejarla. Es aquí donde se establece la dirección del
aprendizaje y, por lo tanto, donde este comienza. La influencia que ejerza el
maestro en ese rumbo, es fundamental.
Al tratar de desarrollar una tensión que establezca la dirección de la ruta
de aprendizaje, el maestro trata de crear o utilizar alguna experiencia que
despierte la necesidad de saber qué está a punto de enseñarse. Esto puede
ocurrir cuando el docente estimula una curiosidad natural en los estudian-
tes, trata con problemas reales o quizá crea una conciencia acerca de por qué
es importante saber lo que se aproxima. Hay muchas maneras de crear un
tipo apropiado y útil de tensión, pero la esencia de todos estos es modificar
la estructura de necesidades en los educandos con el fin de que presten aten-
ción y trabajen en las temáticas de aprendizaje presentadas. Los estudiantes
lo harán para intentar aliviar esa tensión y los conducirá hacia el shalom del
cual hablamos anteriormente.
Aunque preferiría pensar en la tensión creativa como un término más
abarcador que la disonancia cognitiva de Festinger, ambas son similares.
En esta terminología, cognición se refiere a �����������������������������
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cualquier conocimiento, opi-
nión o creencia sobre el entorno, uno mismo o la conducta propia». Con
disonancia se refiere a una «inconsistencia o desequilibrio». La disonancia
cognitiva es entonces «una percepción de una incongruencia en el sistema
de ideas que uno considera verdadero.» Y «puede ser considerada como
una condición antecedente que conduce a la actividad orientada hacia la
reducción de la disonancia.» (Festinger, 1957). Mi preocupación por una
concepción más amplia radica en que no todas las disonancias que afectan
a las personas son necesariamente cognitivas. Una parte de ello puede estar
operando a un nivel por debajo de la conciencia.
Sea que tratemos con la disonancia a nivel cognoscitivo o inferior, la
hipótesis de Festinger sobre la reducción de la disonancia como un proceso
básico en los seres humanos, está bien relacionada con la idea de nuestra
búsqueda constante del shalom o plenitud. Cuando recibimos una nueva
información o experimentamos nuevos acontecimientos, experimentamos
186
al menos una disonancia momentánea o un cambio de las condiciones exis-
tentes. Incluso, ante la ausencia de nuevos sucesos o datos, muy pocas si-
tuaciones son claras y libres de posibles elementos contradictorios. Por lo
tanto, la disonancia es una parte fundamental de la existencia humana.
Festinger cree que tan pronto como ocurre una disonancia, existe una
presión para reducirla. Esta está relacionada de manera directa al grado de
importancia de los elementos del saber presentes en la persona. La diso-
nancia puede ser reducida al cambiar uno de los elementos. Podemos cam-
biar elementos actitudinales —incluyendo los pensamientos y creencias—
para que se ajusten más a los ambientales. También es posible modificar
los elementos del entorno para acomodarlos mejor a nuestra conducta, o
añadir nuevos elementos cognitivos con el objetivo de apoyar algún lado
del problema y así reducir la disonancia. Como quiera que escojamos tratar
con ella, la disonancia (tensión creativa) no solo capta nuestra atención,
sino que además canaliza nuestra motivación con la intención de tratar, de
alguna manera, con la situación, enfocándonos en ella antes que en otra
circunstancia. Los maestros que no planifican esta tensión en sus lecciones,
bien pueden estar emprendiendo un esfuerzo fútil en intentar que sus estu-
diantes se involucren en la materia. La disonancia o tensión a otros niveles
de la vida de los educandos, puede absorber todas sus energías e impedir el
aprendizaje de cualquier enseñanza presentada por el maestro. El motivo es
que no hay suficientes razones para que se involucren en ello.
Aunque las teorías y la investigación de Festinger nos son útiles, po-
demos ver también esta tensión creativa en las Escrituras. El hecho de que
la convicción de pecado deba preceder a la salvación, parece estar muy
relacionado con este concepto. ¿Vendrán las personas a un salvador que no
entienden que necesitan? Es en vano predicar sobre la gracia salvadora, si
antes no hablamos acerca del pecado humano y la necesidad que tenemos
de esa gracia.
Vemos en Pentecostés (Hechos 2) a un número de personas que actuaron
bajo la creencia de que Jesús era un blasfemo y creyeron, al matarlo, que
cumplían con la justicia de Dios, reduciendo así una fuerte tensión en sus
vidas. Pero a medida que Pedro les predicaba, fueron traspasados en sus
corazones —convencidos de su pecado—, experimentando de inmediato
una tensión mucho más potente. Habían creído en Dios y esperado a su
Hijo por generaciones. ¡Entonces, cuando Dios lo envió, ellos lo mataron!
Ahora tenían una nueva necesidad y buscaron satisfacerla preguntando qué
debían hacer. Aceptaron la respuesta de Pedro y sus vidas cambiaron de
forma drástica. El cambio, tanto en su creencia como en su conducta, fue
precedido por una conciencia de que ambas debían cambiar.
Por último, cuando examinamos el enfoque de Jesús hacia la enseñanza,
vemos la obra de un maestro haciendo uso de la tensión creativa. La ma-
nera de utilizar los problemas de la vida, las preguntas, las parábolas y los
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a nosotros por Dios, de discernir partes de la verdad que pueden ser de ayu-
da. La motivación intrínseca enfatiza el valor asociado a la actividad en sí
misma. La motivación extrínseca, al resultado de una acción —lo que uno
recibe cuando ha culminado de forma satisfactoria una actividad— (Wlo-
dkowski, 1982). Desde una perspectiva bíblica, la «motivación» parece ser
una entidad interna. Sea que el valor se le conceda a la actividad en sí o a
los resultados de esta, el otorgarlo resulta en un acto interno que proviene
del corazón. Así que es probable que no seamos precisos a la hora de afirmar
si una motivación es, en sí misma, externa o interna; sería mejor centrar
nuestra discusión alrededor de si valoramos la actividad en sí y lo que re-
presenta para nosotros o si damos cierto mérito a los resultados visibles de
la actividad y lo que hace por nosotros.
Gran número de investigaciones parecen indicar que los sistemas de re-
compensas extrínsecos —calificaciones, premios o reconocimientos— pue-
den interferir y disminuir las propiedades motivacionales intrínsecas dentro
de la misma conducta de aprendizaje (Wlodkowski, 1982; Eysenck, 1982).
Algunos estudios revelan que cuando se ofrece una recompensa extrínseca
por hacer algo que ya es interesante de por sí, la motivación intrínseca dis-
minuye. Las recompensas extrínsecas, además, tienden a tener una influen-
cia negativa en el desempeño de las personas en actividades de soluciones
abiertas como la resolución de problemas. Sin embargo, pueden propender
a mejorar el rendimiento en tareas más rutinarias y poco interesantes. Si las
recompensas externas se utilizan sobre todo para expresar que una persona
es competente y autodeterminada, pueden en realidad aumentar la motiva-
ción interna. Sin embargo, si se quiere expresar con ellas que el maestro
es quien controla el comportamiento de los estudiantes, las recompensas
extrínsecas, una vez más, arruinarán la motivación intrínseca (Deci, 1978,
citado en Wlodkowski, 1982). Por último, las recompensas extrínsecas
tienden a funcionar mejor en tareas de comportamiento específicas y pue-
den provocar una reducción del interés general en el aprendizaje, además
de disminuir el comportamiento del aprendizaje voluntario cuando están
ausentes los refuerzos externos específicos (Staw, 1976, citado en Wlo-
dkowski, 1982). Numerosas investigaciones evidencian que al eliminar los
reforzadores externos, se produce un retorno a la conducta anterior y, por
lo tanto, se reduce a muy poco el efecto a largo plazo en el comportamiento
(Eysenck, 1982).
¿Cómo�����������������������������������������������������������������
relacionamos esta investigación con las ideas bíblicas? Para co-
menzar, cuando el valor de una acción está sobre todo en sus resultados
tangibles, los beneficios son efímeros. Tan pronto como el pueblo de Dios
comenzó a centrarse más en este tipo de evidencias —persiguiendo las ben-
diciones de Dios y no a Dios—, comenzaron a separarse de él y a meterse
en todo tipo de problemas. La idolatría comienza muchas veces de esta
manera. Por consiguiente, si dependemos demasiado de las recompensas o
COOPERACIÓN, COMPETENCIA E
INDIVIDUALISMO
Los objetivos individuales y la competencia para el aprendizaje son tan
usados como enfoques hacia la motivación, que resulta importante su aná-
190
lisis. La cooperación como una estrategia para motivar, es más reciente,
aunque es usada de manera amplia en algunos lugares. La Biblia nos da
algunas ideas de cómo debemos relacionar estos tres conceptos con el com-
portamiento humano.
En una estructura con objetivos cooperativos, los estudiantes pueden
alcanzar su meta tan solo cooperando con otros que intentan cumplir con el
mismo propósito. Deben contribuir en todo lo que puedan, apoyarse en los
demás, ayudarse y aprender unos de otros. En una estructura con objetivos
competitivos, los estudiantes pueden alcanzar la meta solo si hacen las co-
sas mejor que los demás, lo que significa que es probable que el resto fraca-
se en lograr sus propósitos. En una estructura con objetivos individualistas,
las metas de aprendizaje de los estudiantes solo los involucran a ellos y a
sus desempeños. Trabajan solos, de acuerdo a los estándares establecidos
para ellos como individuos. Lo que otros hagan es irrelevante (Wlodkows-
ki, 1982). Podemos encontrar cada una de estas tres estructuras en cualquier
escuela, pero las últimas dos resultan más comunes que la primera. Debe-
mos mirar debajo de la superficie para ver su verdadero efecto.
La competencia se usa, de manera amplia, como un recurso de motiva-
ción para el aprendizaje en el aula. Aunque esta práctica parece percibirse
como valiosa y aceptable, es muy dañina para la mayoría de los estudiantes.
Por cada ganador es usual que existan de veinticinco a treinta perdedores.
Es probable que la gran mayoría de los estudiantes experimenten desaliento
y fracaso. Usar la competencia para motivar a las personas solo:
1. Inspira a aquellos que creen que pueden ganar.
2. Desalienta y desilusiona a los que creen que no pueden ganar.
3. Conduce, a menudo, a un deterioro de la moralidad por la impor-
tancia desmedida de ganar y la aceptación de recurrir a cualquier
medio para conseguirlo.
(Combs, 1979).
El éxito de una persona depende del fracaso de otra (Campolo, 1980).
Investigaciones señalan que un enfoque cooperativo hacia el aprendizaje
produce mejores resultados, al influir en la interacción entre los estudiantes
(Johnson y otros, 1981, citado en Wlodkowski, 1982). Pero quizá el he-
cho más destacado sea el resultado de más de ciento veintidós estudios que
concluyeron que la cooperación es, de manera considerable, más efectiva
en promover el éxito y la productividad que los enfoques competitivos e
individualistas. De hecho, los estudiantes en el percentil 50 en la estructura
cooperativa se desempeñaron casi al mismo nivel que los del percentil 80
de las estructuras competitivas e individualistas. Estos resultados fueron
iguales para todos los niveles de edad, asignaturas y casi todas las distintas
tareas de aprendizaje, exceptuando la codificación y la corrección donde la
cooperación parecía no ser superior (Ídem, ib.).
192
MOTIVACIÓN Y APRENDIZAJE: RESUMEN
La motivación en los seres humanos tiene varias fuentes:
• Fuimos hechos a imagen de un Dios que está motivado.
• Caídos y en un estado de necesidad, somos criaturas dependien-
tes que buscamos siempre seguridad, además de la manera de
satisfacer nuestras necesidades.
• Al ser redimidos, respondemos al amor de Dios sirviendo, como
él nos pide, tanto a él como a los seres humanos.
• Estamos en una búsqueda constante del shalom que Dios pensó
para nosotros. —Recordemos que la plenitud o integridad es la
norma de la creación, y por esta razón la buscamos sin descan-
so—.
• Las necesidades y las metas generan una acción en nosotros con
el fin de satisfacer las primeras y alcanzar las segundas. Ellas de-
terminan la dirección que tomará nuestra energía motivacional.
• La tensión creativa es una herramienta importante para dirigir
el aprendizaje, ya que sirve para obtener la atención de los es-
tudiantes y generar la necesidad de aplicar lo enseñado. Es una
influencia primordial para definir la dirección que tomará el
aprendizaje.
• El aprendizaje controlado, sobre todo a través de recompensas
externas, tiene un efecto efímero. Las recompensas externas
tienden a reducir la motivación intrínseca en aquellas tareas que
son interesantes en sí mismas. Hacer todas las tareas para glori-
ficar a Dios requiere de una motivación intrínseca.
• La cooperación es más efectiva como enfoque hacia el aprendi-
zaje que la competición o el individualismo.
a. La imagen de Dios.
194
17
UN MARCO CONCEPTUAL
PARA EL APRENDIZAJE
PERCEPCIÓN/CONCEPTUALIZACIÓN
La noción de que la percepción y la contextualización están en el cora-
zón del aprendizaje, refleja una visión de la humanidad que interpreta que
somos capaces de llevarlas a cabo, además de que está en nuestra naturaleza
realizarlas. Esta posición asume que el aprendizaje humano es cualitativa-
mente diferente al animal —aunque a través del estudio del aprendizaje y la
conducta animal puede obtenerse algún beneficio limitado—. La base para
esta idea es que aunque Dios sopló vida tanto en los animales como en los
humanos y los formó a ambos del polvo, los seres humanos son las únicas
criaturas que fueron declaradas hechas a su imagen. Por lo tanto, nuestras
actividades en la vida poseen cualidades y propósitos que son particulares
de los seres humanos y que están estampados con la forma del carácter de
Dios.
MODO DE APRENDIZAJE
Como los estudiantes desarrollan percepciones, incluso antes de su pri-
mera vez en la escuela, y son influenciados por experiencias, tanto dentro
como fuera de esta, no abordan con una actitud neutral las tareas de apren-
dizaje, sino que las afrontan según un conjunto de percepciones sobre sí
mismos, sobre, tal vez, la tarea específica de aprendizaje y, sin duda, sobre
las tareas de aprendizaje en general:
196
dientes y separados, está abordando la enseñanza con un modo de
aprendizaje rotativo. Un estudiante que trata de relacionar la infor-
mación nueva con los conceptos que ya ha comprendido con cla-
ridad y que transforma nuevas definiciones mediante el uso de los
sinónimos, está abordando la enseñanza con un modo de aprendi-
zaje significativo.
(Steensma y Van Brummelen, 1977).
198
Esta comprensión debe ser aplicada al proceso de aprendizaje (tratare-
mos este tema cuando examinemos nuestra visión de las materias). Un uso
de este entendimiento en el campo de la psicología educativa ha sido el
enfoque todo-parte-todo del aprendizaje. Las investigaciones han indica-
do que un aprendizaje significativo es mejorado, en un comienzo, por una
apropiada exposición y comprensión del todo. Esta exposición ofrece un
panorama inicial de lo que se debe estudiar y provee un contexto para todo
lo que seguirá. Para ganar un mayor entendimiento, es necesario un examen
cuidadoso de las numerosas dimensiones conceptuales o unidades de estu-
dio. Una vez entendido esto, cobrarán sentido para formar una comprensión
mucho más completa del todo (DeJong, 1977; Hamachek, 1973).
Este enfoque puede ser aplicado en una macro o microescala en casi
todo el campo de estudio. Por ejemplo, el análisis de cualquier libro de
la Biblia puede mejorar si comprendemos el propósito global del autor, el
trasfondo histórico y el contexto cultural: todo esto es útil para ayudarnos
a comprender el libro en su totalidad. Es necesario entonces explorar en
profundidad las diferentes partes y secciones de la obra. Notando, por ejem-
plo, el uso de palabras repetitivas y el tiempo verbal. Como resultado, las
verdades obtenidas de esta profundización nos darán una idea más exacta
del propósito y efecto del libro.
Podemos abordar el estudio de una materia de esta misma forma cuando
desarrollamos planes para todo un año escolar. O podría aplicarse a una
sola unidad de estudio o, incluso, a un solo periodo de clases. Esto también
puede ser cierto para porciones completas del plan de estudio. Por ejemplo,
el currículo de Ciencia, en el nivel de secundaria básica, puede comenzar
con un enfoque general sobre qué es la ciencia, cuáles son sus limitaciones,
qué han hecho los seres humanos con ella o cómo es útil o dañina. Enton-
ces, esta planificación puede introducir un estudio de diferentes materias
cada año —Ciencias Físicas, Biología o Química— en relacionamiento con
algunos de los conceptos científicos generales que se desarrollarán en los
años de secundaria. El currículo de Ciencias puede finalizar entonces, en
el nivel superior, con un estudio de temas tales como los problemas éticos
de la ciencia, la tecnología en la cultura, el rol de la ciencia en el futuro o
la relación que tiene esta con otras materias. En este caso, los detalles de
lo aprendido en cada curso, servirán como punto de partida para examinar
estas nuevas temáticas.
INDUCCIÓN Y DEDUCCIÓN
El aprendizaje se realiza tanto de forma inductiva como deductiva. El
uso del método adecuado, en el momento preciso, puede tener una diferen-
cia significativa en el estudiante, en cuanto al valor e impacto del aprendi-
zaje. Abordar la enseñanza de manera inductiva requiere movernos desde
observaciones específicas a principios generales probados en un periodo de
tiempo. Podríamos decir que nos movemos de forma inductiva desde he-
chos o experiencias particulares a conceptos que denotan un cierto nivel de
categorización, a generalizaciones que describen relaciones entre concep-
tos, o a principios —declaraciones abstractas de lo observado—. Abordar el
aprendizaje de forma deductiva es iniciar desde las abstracciones y princi-
pios generalizados hacia la aplicación de ejemplos específicos que reflejan
esos principios generales. Nuestra comprensión de los principios influye en
la forma en la que observamos los hechos específicos. Podríamos decir que
es lo opuesto a la inducción (Beechick, 1982).
Podemos ver ambos enfoques en las Escrituras. Pablo, a menudo, ense-
ñaba principios generales —por ejemplo, comer y beber (1 Corintios 8)—
que debían ser aplicados a situaciones específicas bajo la conducción del
Espíritu. Él mismo obraba de acuerdo con esos principios, incluso cuando
los diagnósticos situacionales de cada caso eran diferentes —por ejemplo,
la circuncisión en los casos de Timoteo, Hechos 16:3, Tito y Gálatas 2:3—.
Vemos también el evangelio del apóstol Juan. Las especificidades que la
gente observaba debían convencerlos de la verdad de Jesucristo, la Palabra
Viva. Juan hablaba de eventos particulares (1 Juan 1:1-4), al igual que Jesús
cuando Juan el Bautista quiso saber si él era el Cristo (Mateo 11:4-5). Los
eventos específicos debían ser suficientes para concluir que Jesús era el Me-
sías. Parecería que en la vida diaria experimentar eventos particulares nos
conduce a formular generalizaciones sobre la naturaleza de nuestro entorno.
Los niños pequeños tienden a aventurarse al mundo con una imprudente
soltura. Cuando experimentan una quemadura con la estufa, la picadura de
un animal, la alegre sensación del lodo chapoteado entre sus dedos o los
resultados de compartir o no sus juguetes, tienden a desarrollar conceptos y
generalizaciones sobre la función del mundo y su papel en él. Construir el
marco conceptual, discutido con anterioridad, es en gran medida una tarea
inductiva, aunque no del todo, ya que esperamos que nuestra advertencia
sobre el peligro que conlleva una estufa caliente se convierta en parte del
marco conceptual, antes de que los niños enfrenten la dolorosa experiencia
de quemarse. Más allá de eso, parece que aprendemos sobre nosotros mis-
mos y la vida especialmente de manera inductiva.
La idea del aprendizaje inductivo parece bien consonante con el reco-
nocimiento de que somos seres activos y con propósito, destinados a com-
prender el mundo para ejercer control sobre él. Esto es parte de nuestra
naturaleza y misión, y al no ser dotados desde nuestro nacimiento con un
conocimiento pleno, debemos adquirirlo a medida que vivimos.
Una vez más, vemos este modo inductivo de dirigir nuestras vidas equi-
librado, ya que Dios nos ha dado por medio de las Escrituras las directrices
generales a seguir. Si buscamos ordenar nuestra existencia separados del
uso deductivo de esos principios, estaremos destinados a formular conclu-
siones y percepciones equivocadas de nuestras experiencias. Por lo tanto,
200
existe un patrón que seguir —Dios revela un conjunto de principios, una
guía que nos da la libertad y responsabilidad para explorar y dirigir nuestras
vidas dentro de ese marco, determinando normas posteriores para nuestra
existencia, como resultado del sentido que damos a nuestras experiencias
particulares—. La deducción y la inducción son dos formas complementa-
rias y necesarias para experimentar la vida en toda su plenitud, como Dios
la pensó.
Esta idea en particular debe tener un profundo impacto en la forma en
la que diseñamos las tareas de aprendizaje. Casi todo nuestro enfoque es
a menudo muy deductivo, donde decimos a los estudiantes qué creer con
exactitud y cómo aplicar de manera específica nuestras conclusiones —si
es que nos importa en algo su aplicación—. Descubrir la verdad de Dios
de forma inductiva y extraer conclusiones acertadas a partir de la explora-
ción —con éxitos o con fracasos—, es demasiado ajeno a nuestro enfoque
educativo. Toma mucho tiempo y, debido a la pecaminosidad e inmadurez
de nuestros estudiantes, no nos creemos capaces de confiar en que llegarán
a sus propias conclusiones.
De manera lamentable, dentro de ciertos movimientos, en el campo de la
educación, que podrían ayudarnos a evitar este error, existen personas que
han perdido de vista los parámetros de Dios para nuestra búsqueda. Aunque
tratan de enfatizar, de manera adecuada, una mayor participación y explo-
ración por parte de los estudiantes, se tornan desequilibrados e inflexibles
frente a las percepciones y descubrimientos, usándolos solo para fortalecer
las bases de los absolutos preestablecidos. Al tratar con los estudiantes, los
maestros cristianos deben evitar ambos errores y seguir el modelo que Dios
usa en su trato con los humanos.
202
AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
204
18
PARTICIPAR EN EL APRENDIZAJE
TENSIÓN CREATIVA
Debido a todo lo dicho acerca de la motivación, las necesidades, los
objetivos y el desequilibrio, es razonable pensar que el proceso de aprendi-
zaje comienza con la tensión creativa, necesaria para ganar la atención de
los estudiantes y dirigir sus energías motivacionales. Ya que cada momento
es diferente del anterior, los educandos estarán siempre entrando a un te-
rritorio, en alguna manera, «desconocido». Este cambio servirá como una
tensión para canalizar su atención y energía.
Los estudiantes experimentan la tensión creativa de varias formas. Ha-
cer que los alumnos tomen conciencia de su necesidad de aprender lo
que se les enseñará, es un medio valioso de crear la tensión adecuada.
Como prestamos atención a nuestras necesidades y dedicamos nuestras
energías en aquello que las satisfará, el primer paso significativo que debe
dar el maestro, en el proceso de planificación, será decidir cómo hacer que
los estudiantes conciencien una necesidad o razón para aprender lo enseña-
do. La tensión creativa se convierte en su razón para prestar atención a lo
206
Los eventos que se perciben como débiles en la relación con
uno mismo, tienen poca influencia en la conducta, mientras que los
eventos percibidos como estrechamente relacionados con el yo, tie-
nen un grado elevado de influencia en ella. Incluso un evento que
se percibe de manera clara y precisa, puede tener poco efecto sobre
el comportamiento del individuo, si no se lo relaciona, de alguna
manera, con cierto grado de significación en el sujeto. La pertinen-
cia o aplicabilidad del aprendizaje estará en función de la relación
percibida con el yo. (196)
Los estudiantes pueden aprender sobre eventos que no se relacionan con
ellos de manera directa, siempre y cuando desarrollen el deseo de conocer-
los. Sin embargo, si es así, puede que el efecto en la conducta no progre-
se más allá de un nivel esotérico de abstracción (Combs y Snygg, 1959).
«�����������������������������������������������������������������������
Cualquier estudiante sabe que cuando lo necesite podrá aprender un con-
junto de hechos con suficiente claridad como para plasmarlos en el examen
asignado por el profesor y, aun así, al día siguiente, comportarse como si
nunca hubiese escuchado esos conceptos.» (Combs, Richards, y Richards,
1976: 200). Aunque el valor de la enseñanza, bajo esas circunstancias, es
cuestionable, todavía cabe en nuestra definición de aprendizaje, ya que se
trata de una experiencia relacionada con el ser. La realización de este tipo
de tareas resolutivas no es más que una necesidad inmediata por apaciguar
al profesor y recibir una buena calificación. Sin embargo, no ha sido re-
lacionada con el yo de una manera que afecte alguna conducta posterior.
Mediante la aplicación de una fuerza externa, en el momento adecuado,
es posible lograr que las personas se comporten como deseamos, pero esta
conducta se disipará una vez que cese la presión (Combs y Snygg, 1959).
Combs y los Richards dicen además:
Por supuesto, no solo nos preocupamos por nosotros, sino también por
otras personas y sus asuntos. Sin embargo: ���������������������������
«��������������������������
Incluso cuando nos preocu-
pamos por asuntos que tienen que ver con otras personas, el grado de esta
preocupación será más o menos proporcional al grado en que seamos capa-
ces de identificarnos con ellas.» (Combs, Richards, y Richards, 1976: 199).
Es claro que el yo no es lo único implicado en la percepción. Factores
ambientales tales como el tiempo, las oportunidades, el entorno o los estí-
mulos impactan el proceso solo en la medida en que se relacionen con la
persona. Si el yo no se involucra o no responde a los factores del entorno,
no resultará en ningún comportamiento.
Por lo tanto, relacionar ideas y experiencias con el yo, tiene un papel sig-
nificativo en el aprendizaje. Piaget describe los procesos de acomodación
—un cambio en el marco perceptual para la incorporación de una nueva
información y experiencia— y asimilación —la incorporación de una nueva
información o experiencia en un marco ya existente—. Cualquiera de estos
procesos prescribe que cuando la nueva experiencia se convierte en parte
del campo perceptual, solo es incorporada a las creencias del estudiante si
se relaciona con el yo. Y es precisamente el yo quien se incorpora de manera
activa a la nueva experiencia (Biehler y Snowman, 1986).
Surge un problema cuando la conducta del estudiante es el resultado de
metas, necesidades y percepciones inmediatas y personales, mientras que
los objetivos de la educación son, a menudo, remotos y culturales:
Es muy probable que mucho del conflicto entre los pupilos y los
maestros, que todavía tiene lugar en las escuelas, se deba al hecho
de que las escuelas son dirigidas por personas que están primordial-
mente interesados en preparar al estudiante para sus funciones en la
vida adulta, y están llenas de estudiantes que quieren satisfacer sus
necesidades de aquí y ahora. Cada grupo está propenso a pensar que
el otro es obtuso e irrazonable.
(Combs y Snygg, 1959: 368).
208
rica y práctica discordante con la enseñanza bíblica. El caso más obvio es
hacer del yo la medida de todas las cosas.
En el pensamiento humanista, el yo es un absoluto, la fuente de la verdad
y el significado, el único estándar contra el cual se pueden medir los valores.
El cristiano que reconoce la naturaleza pecaminosa del yo, las percepciones
distorsionadas que este produce y su incapacidad para dirigir la vida por
los caminos de Dios, no puede considerarlo el punto máximo de referencia.
Cristo es el marco referencial para la vida. Debemos medir todas las expe-
riencias a la luz de su verdad si queremos que tengan un significado ade-
cuado. Entonces, ¿cómo reconcilia el maestro cristiano el hecho de que el
verdadero significado proviene tan solo de Cristo, como punto referencial,
con la comprensión de que solo puede ser hallado en la relación que tiene la
información y la experiencia con el yo —quien ha sufrido todos los efectos
negativos de la caída—?
Quizá podamos hallar una respuesta en la verdad de que fuimos creados
para estar en comunión con Dios —una relación que nos une con él—. En el
principio, el ser humano no estaba alejado de Dios ni vivía en un estado de
distorsión y engaño; era uno con él. Su perspectiva era nuestra perspectiva.
En este caso, el relacionamiento de los eventos y experiencias con el yo era
bueno, ya que el ser humano estaba unido a Dios y vinculado a la verdad tal
y como Dios la había creado. La caída, por supuesto, cambió todo, haciendo
que endiosemos el yo en vez de servir y depender del Dios verdadero. El co-
razón, el centro del ser humano, se apartó de su verdad y se hizo poco fiable.
La redención, como hemos visto, implica deshacer los resultados de la
caída. El cristiano es renovado en la unidad con Dios y con su verdad. Al
estar llenos del Espíritu Santo, podemos, una vez más, usar de forma correc-
ta el yo como punto de referencia para un aprendizaje significativo. Como
el yo ha sido sometido a Cristo, se mantiene en una relación renovada con
Dios y resulta más confiable. En este caso, hacer del yo un punto de referen-
cia no conflictúa con tener a Cristo como marco referencial.
Como hemos visto, el yo pecaminoso habita en nosotros, incluso des-
pués de la redención. Pero ya no dirige nuestra vida. Todavía puede plagar-
nos, pero carece de poder si, por medio de la fe, nos sometemos siempre a
Cristo. Por lo tanto, uno de los objetivos de la enseñanza debe ser alentar
la continua sumisión al Señor para que lo aprendido pueda aceptarse como
verdadero. Un yo sumiso a él será capaz de aprender la verdad según la
perspectiva de Dios. Que el proceso de aprendizaje implique relacionar la
experiencia con el yo, no debe asustarnos, pensando que una percepción
tal podría describirse como un humanismo bautizado. Sin embargo, no de-
bemos contentarnos si logramos que las experiencias de aprendizaje sean
relevantes para los objetivos y necesidades de los estudiantes, sin antes
preocuparnos en sus experiencias de sumisión a Cristo. ¿Qué valor tiene
el aprendizaje «significativo» si nos conduce a la destrucción? Aunque no
210
con la vida y solo vale la pena aprender lo que es importante—. El arte de la
enseñanza no se trata tanto de presentar la información correcta de manera
habilidosa, como de ayudar a los estudiantes a descubrir el significado de
esa información para sus vidas.
No cesaré de mi insistencia en enfatizar que el aprendizaje significati-
vo se relaciona con la vida de los estudiantes y no con la del maestro o el
autor de los libros de texto. Los maestros deben presentar a sus estudiantes
problemas a resolver que estén relacionados con la vida, pero a menos que
el estudiante se identifique con esa dificultad o que se le ayude a entender
cómo le afectaría, dichos problemas son solo «ejercicios» y generan muy
poco aprendizaje significativo. Niños que no son propietarios de su hogar
pueden pensar que los problemas aritméticos relacionados con colocar pa-
pel tapiz, son poco interesantes y, por lo tanto, no querrán involucrarse.
(Combs y Snygg, 1959). Este tipo de problemas relacionados con la vida
tiene poco impacto en el aprendizaje, por no estar vinculado con la vida
presente de los estudiantes. El resultado en la práctica es que el educando
aprende a odiar las propuestas educativas.
Del mismo modo, imagina la situación de un maestro de cuarenta años,
de clase media, que intenta comunicar los valores de la democracia y la
libertad a un niño de diez años de edad que está siempre hambriento, que
vive en un apartamento en peligro de derrumbe e infestado de ratas en un
gueto, cuyo padre lo abandon����������������������������������������������
ó antes de nacer������������������������������
y su madre gasta en el alqui-
ler más de la mitad de su cheque de asistencia social. Si el maestro puede
relacionar los intereses por la libertad y la democracia con la falta de opor-
tunidades y el fracaso del gobierno popular en resolver el problema de este
niño, entonces tendrá lugar un aprendizaje transformador. Sin embargo, si
trata de lograr que valore la democracia y la libertad leyendo acerca de la
fundación de los Estados Unidos, recitando el juramento de lealtad a la ban-
dera o enfrentando a su país con el sistema comunista, el único aprendizaje
significativo que experimentará será la idea de que la escuela es irrelevante
y mentirosa, y que deberá sobrevivir a ella hasta que pueda irse.
Si somos honestos entre nosotros, admitiremos que esta situación es
muy similar a lo que sucede en la actualidad con los niños de diez años de
clase media que habitan en los suburbios. Lo que los maestros quieren que
los niños aprendan, rara vez guarda relación con lo que pueden comprender
o experimentan en ese momento. Esto no es culpa del material en sí; la
historia de los Estados Unidos es muy relevante más allá del lugar donde
vivan los niños de diez años, ya sea el gueto o los suburbios. El problema
está en cómo lo enseñamos. Fracasamos en tomar el tiempo suficiente para
determinar cómo el contenido puede relacionarse con la vida de los niños y
en la forma en la que ellos la experimentan. Bajo la conducción de un maes-
tro creativo y reflexivo, los niños de tercer grado de una escuela rural de
Iowa, que nunca habían interactuado con personas negras, experimentaron
y aprendieron los males del racismo, sin ni siquiera salir del aula (El ojo de
la tormenta, 1970. Una película producida por abc [American Broadcasting
Company]). La maestra fue capaz de traducir una realidad histórica y un
concepto difícil, pero muy significativo para la vida que experimentan los
niños de tercer grado. Pero todo comenzó cuando estos estudiantes llegaron
a la escuela con preguntas acerca del asesinato de Martin Luther King Jr.,
luego de escucharlo en sus hogares y verlo en la televisión —los lugares
donde ellos experimentaban la vida—. Este ejemplo dramático es digno
de imitar por el lector de este libro (véase el «Apéndice» para una versión
resumida).
212
(1979), ha descrito estas tres dimensiones como la dimensión intelectual,
la decisoria y la creativa. La dimensión intelectual se centra en entender
cómo son las cosas e identificar las observaciones, los conceptos y las ge-
neralizaciones. La dimensión decisoria se centra en el crecimiento, al es-
coger de forma correcta y aceptar o rechazar lo que existe, a la luz de lo
que debería ser. Puede incluir las decisiones morales, legales, estéticas o
lógicas. La dimensión creativa se enfoca en la respuesta, en la acción y en
aquellos comportamientos que son consecuencia de una comprensión clara
y una decisión correcta. Implica el uso, tanto de las habilidades como de la
imaginación. Estas dimensiones del aprendizaje deberían tener un profundo
impacto en el desarrollo del currículo, pero por ahora las veremos como otra
mirada sobre por qué el proceso de aprendizaje debería incluir:
1. Una actividad mental para el proceso de comprensión.
2. Una actividad mental y moral para la toma de decisiones o el
desarrollo de conclusiones.
3. Una aceptación de la validez de esas conclusiones.
4. Un compromiso o creencia a nivel del corazón.
5. Una respuesta o acción que fluya de ese compromiso de manera
natural. Aprender no es solo recordar las cosas que nos han di-
cho.
214
AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
216
19
PERSPECTIVAS SOBRE EL
CONTENIDO
218
linterpreta lo que pretende comunicar. En primer lugar, la Biblia tiene el
propósito de ser una revelación de Dios para la humanidad. Mediante las
Escrituras, somos confrontados con la realidad de la persona de Dios. Él
nos habla de sí mismo a través de su Palabra, mediante un método diseñado
para conducirnos a un encuentro personal con él. En segundo lugar, Dios
nos habla por la Biblia sobre la humanidad —nuestra identidad y obliga-
ciones originales, nuestra caída por el pecado, cómo este nos ha afectado y
lo que Dios hizo al respecto—. Cuando respondemos a su llamado, somos
capaces de vivir de acuerdo a las directrices dadas en la Biblia. Muchos
teólogos afirman que el mensaje esencial de la Biblia es la redención que
Dios otorgó a su pueblo, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
En tercer lugar, Dios nos habla en las Escrituras sobre la creación —aunque
no nos da un conocimiento pleno sobre ella, nos enseña cómo cuidarla—.
Esto incluye la manera en la que nos relacionamos con nuestros semejan-
tes y con el resto del universo. Nos instruye en cómo vincularnos con la
creación —amar, ser buenos administradores, vivir con justicia y mostrar
misericordia—. Aunque no nos habla todo sobre la creación, nos provee la
libertad y los límites necesarios para explorar y descubrir su verdad, la que
constituye el fundamento en el que descansa todo lo creado. Dios nos habla
por la Biblia, pero también habló para crear la existencia de todas las cosas
y establecer las leyes naturales que las rigen.
Le imponemos una tarea insoportable a la Biblia, si suponemos que Dios
menciona en ellas algunos hechos científicos que nos conduzcan, de algu-
na manera, a la formulación de teorías científicas —u otras ramas acadé-
micas—. Dios dice que su Palabra es lumbrera a nuestro camino (Salmo
119:105). En otras palabras, es una guía que nos capacita en la comprensión
y trato con la realidad, no una descripción de esa realidad en todos sus múl-
tiples detalles. Nos faculta para explorar la realidad y verla según la verdad
de Dios (Greidanus, 1982). En lugar de ver la Biblia como una fuente de
datos para la erudición cristiana, debemos reconocerla como el medio de
Dios para brindarnos un marco donde apreciar y tratar con todo lo relacio-
nado a la vida. Dios nos llama a tener fe en él y a demostrarla en todo lo
que hacemos, incluyendo el ejercicio de la erudición. Para equiparnos en
esto, nos proveyó una guía que descansa sobre tres puntos fundamentales de
referencia —Dios, la humanidad y la creación—. Cuando comprendemos y
nos comprometemos con su revelación escrita, relacionada con estos puntos
de referencia, somos libres de discernir su verdad y cómo se manifiesta en
la creación. Somos libres de perseguir la erudición y expresar nuestra fe
religiosa al hacerlo. La Biblia no nos da las respuestas a las preguntas de
las disciplinas académicas, sino que nos guía para hallar la verdad en la
creación y en el uso que hacemos de lo que hemos aprendido (Ídem, ib.).
Por lo tanto, la Biblia nos brinda normas que funcionan como una guía en la
exploración de los diferentes campos académicos.
220
del cual podemos hacer y percibir cada acontecimiento histórico.
En resumen, debemos usar la Biblia como marco para toda investigación
sobre la creación de Dios. No es un libro de texto para dicha investigación
en ningún campo, ni debe separarse de esta solo porque no haga referencia a
tales asuntos. Dios nos habla a través de su Palabra y lo hace dándonos la fe
a través de la cual perseguimos nuestra investigación académica, la luz para
poder explorar y las normas para guiar tanto nuestra búsqueda como nuestra
respuesta a lo descubierto. La Biblia rige tanto nuestra libertad como los
límites dentro de los cuales debemos ejercerla.
222
DICOTOMÍAS SECULAR/NO SAGRADO
Un legado de la cosmovisión naturalista que sostiene gran parte de la
cultura Occidental es que si lo sagrado (espiritual, celestial, religioso) exis-
te, debe ser visto separado de lo secular (material, terrenal, científico). La
comprensión básica de la palabra secular, es que Dios es retirado de ese
sector de la vida y, por lo tanto, es irrelevante o no se le asocia con él.
Esta visión sostiene que el conocimiento en el campo de lo sagrado es
personal y privado, y debe ser mantenido fuera de la esfera pública. Cual-
quier cosa que queramos creer en términos espirituales está bien, siempre
y cuando entendamos que no debemos llevarlo al conocimiento público.
Esto puede, en especial, ser cierto en el campo académico. Estamos tan
influenciados por el naturalismo que incluso los cristianos, algunas veces,
son víctimas de esta falacia. Puede que no lo profesen, pero lo evidencian
a través de sus prácticas. De hecho, en la esfera académica, la idea de una
mente cristiana obrando en un «mundo secular» ha sido casi erradicada,
como afirma Harry Blamires:
Ya no existe una mente cristiana. Existe, por supuesto, una ética
cristiana, una práctica cristiana y una espiritualidad cristiana. Como
un ser moral, el cristiano moderno se subscribe a un código dife-
rente al de los no cristianos. Como un miembro de iglesia, asume
obligaciones y observaciones ignoradas por el no cristiano. Como
un ser espiritual, en oración y meditación, se esfuerza por cultivar
una dimensión de la vida no explorada por los no cristianos. Pero
como un ser pensante, el cristiano moderno ha sucumbido a la se-
cularización. Acepta la religión —su moralidad, su adoración, su
cultura espiritual—; pero rechaza la visión religiosa de la vida, la
visión que sitúa todos los asuntos terrenales dentro del contexto de
lo eterno, la visión que relaciona todos los problemas humanos —
sociales, políticos, culturales— con los fundamentos doctrinales de
la fe cristiana, la visión que percibe todas las cosas de aquí abajo
en términos de la supremacía de Dios y la transitoriedad de la tie-
rra, en términos de cielo e infierno. […] Exceptuando un muy es-
trecho campo de pensamiento, tocando principalmente cuestiones
de estricta conducta personal, los cristianos en el mundo moderno
aceptamos, con el propósito de la actividad mental, un marco de re-
ferencia construido por una mente secular y un conjunto de criterios
que reflejan evaluaciones seculares. No existe la mente cristiana; no
hay un campo compartido del discurso en el que podamos mover-
nos a gusto como cristianos pensantes, por caminos trillados e hitos
históricos establecidos.
(1978: 3-4).
224
AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
226
20
EL CONTENIDO Y EL MUNDO QUE
NOS RODEA
Nuestro conocimiento, o lo que sabemos, está relacionado con la manera
en que vivimos y respondemos al mundo que nos rodea. No deberíamos
estudiar nada en independencia al llamado que Dios nos ha dado: ejercer
dominio en su creación; sino más bien pensar cómo lo que aprendemos
proviene e impacta este mundo.
FUENTES DE CONOCIMIENTO
De manera tradicional, pensamos en el currículo como «la materia que
se enseña». A menudo, cuando preguntamos sobre este en una escuela, se
nos dice que consiste en determinado número de cursos de Matemáticas,
Estudios Sociales, Artes del Lenguaje, u otras asignaturas. Sin embargo,
teniendo en cuenta el propósito para la educación que hemos visto, sería
provechoso ampliar nuestra comprensión del currículo, de manera que nos
ayude a lograr dichos fines. De esta manera, estaremos obligados a ir más
allá en la descripción del currículo escolar y no pensar tan solo en una lista
de disciplinas académicas.
Si definimos el currículo como ���������������������������������������
«��������������������������������������
aquellas experiencias educativas dise-
ñadas para permitir a los estudiantes el cumplimiento de su llamado, refle-
jando así la imagen del Dios creador-redentor����������������������������
»���������������������������
, sabremos, de manera inme-
diata, que no todas esas experiencias de aprendizaje emanan de conjuntos
organizados de conocimiento académico. De hecho, por sí solos, estos con-
juntos, llamados materias, harán muy poco para ayudar a los estudiantes a
llevar a la práctica su llamado. Separados de este, no están relacionadas con
nada y carecen de importancia para los estudiantes. Aun así, algo más que
el sentido común nos dice que no estaría bien deshacernos de las materias
escolares y tener un currículo relevante.
Como reacción a un currículo que consiste de materias en apariencia
irrelevantes y fragmentadas, enseñadas en periodos separados del día, algu-
nos educadores han propuesto otro definido por las necesidades personales
inmediatas de los estudiantes. Reconociendo que el aprendizaje es signifi-
cativo solo si existe un involucramiento de parte de los estudiantes y una
capacidad para aplicarlos a sus vidas, algunos educadores del nivel superior
han permitido a sus estudiantes definir sus propios programas de grado,
mientras que sus compañeros en los niveles más inferiores, determinan, en
menor grado, lo que les gustaría aprender. Sin embargo, no toma mucho
tiempo percatarse de las potenciales dificultades de un enfoque tan centrado
en las necesidades y deseos individuales de un estudiante en desarrollo.
A veces, en nuestra historia, la sociedad ha priorizado sus necesidades
de manera tal que ha ejercido una influencia sorprendente en el plan de
estudio de nuestras escuelas. El currículo cambió en todo Estados Unidos,
después que los rusos lanzaron el Sputnik. El contenido académico sobre la
salud se está modificando, en la actualidad, por la influencia que ejercen las
preocupaciones acerca del uso masivo de drogas en la sociedad. La mirada
acerca de las relaciones sexuales, el sida, las preferencias personales en
el estilo de familia, la autorrealización, y el auge y caída de la economía
nacional e internacional, influyen en el contenido de los textos vinculados
a estudios sociales, además, las reacciones contemporáneas a estos temas
impactan la cosmovisión de los maestros. Las filosofías, las corrientes y
los problemas que prevalecen en una sociedad en un momento dado, influ-
yen en el qué y el cómo de lo que se enseña. Entonces, ¿cómo puede este
conjunto de influencias fluctuantes determinar, de manera adecuada, cuál
debería ser el currículo?
Por último, los cristianos reconocen que la Biblia es la fuente de la ver-
dad suprema y que contiene lo necesario para vivir en rectitud ante Dios.
Por lo que algunos creyentes sinceros han intentado estructurar todo el cu-
rrículo alrededor de las enseñanzas bíblicas o justificar el estudio de ciertas
materias por estar mencionadas en la Biblia. Como hemos dicho en nuestra
preocupación sobre el uso de la Biblia como un marco para la investigación,
un enfoque tal no es coherente con el propósito de la Palabra de Dios, ni
puede proveer todo lo necesario para un aprendizaje adecuado.
Por consiguiente, necesitamos desarrollar el currículo con un enfoque
que utilice todos los puntos de conocimiento de manera apropiada. Cuando
se combinan de forma correcta, las diversas fuentes pueden hacer mucho
para aumentar el aprendizaje y conducirnos hacia el tipo de conocimiento
referido por la Biblia. Hemos identificado cuatro bases principales del co-
nocimiento:
228
1. La Biblia.
2. El individuo.
3. Los problemas y necesidades sociales.
4. Los conjuntos organizados de conocimientos conocidos como
disciplinas académicas.
¿Cómo podemos usar estas fuentes para promover el tipo de conocimiento
ya descrito?
Consideremos en primer lugar el rol de la Biblia. Dios nos dio su Palabra
para que lo conozcamos a él, a nosotros y a la realidad que nos rodea. De-
bemos actuar en nombre de Dios en nuestra comunidad o sociedad. Por lo
tanto, necesitamos estudiarla de forma que nos permita adquirir este conoci-
miento de Dios, nosotros y nuestro entorno. No podemos excluirla del currí-
culo o analizarla solo de manera académica, sino que es necesario trasmitir
su mensaje en una forma que afecte, de manera personal, a los estudiantes.
A medida que una persona crece, reúne sus propias vivencias, intere-
ses, necesidades y percepciones de cualquier experiencia educativa. Estos
ayudan a establecer la agenda para el aprendizaje, ya que los estudiantes
no aprenderán despojados de aquello que les resulta interesante. Estos son
fuentes legítimas de conocimiento y deben convertirse en factores a tener en
cuenta a la hora de diseñar un currículo.
Sin embargo, no fuimos creados para vivir solo para nosotros mismos.
Dios nos llamó a transitar por la vida cristiana en medio de la sociedad, en-
frentando problemas y situaciones comunitarias de una manera piadosa. No
podemos hacerlo sin un interés legítimo por las necesidades que deben ser
atendidas y los porqués de sus existencias. Sin un conocimiento verdadero
de la Biblia, no es posible abordar los problemas sociales, ya que es esta
quien nos proporciona una perspectiva acerca de la verdadera naturaleza
de los problemas y de nosotros mismos como agentes de Dios, capaces de
hacer la diferencia. Por ende, la sociedad y sus necesidades son una fuente
indispensable para nuestro currículo, porque es en ella donde debemos re-
flejar el carácter de Dios.
Por último, las disciplinas académicas se destacan, en su cualidad de
íntegras, como fuentes de conocimiento. Como agentes de Dios podemos
ver lo concerniente a las ciencias económicas relacionado con los asuntos
sociales. Los conceptos vinculados al campo de las matemáticas como re-
levantes para muchos intereses de la sociedad, incluyendo los beneficios
científicos, económicos y financieros. Los estudios en las ciencias sociales
ligados a las preocupaciones sobre la pobreza, la vivienda, los logros pro-
fesionales, las relaciones con los vecinos, el matrimonio, la familia, entre
otros. Es decir, con los intereses de la sociedad. Las artes reflejando e influ-
yendo las actitudes y las filosofías de vida, y alentando, de la misma forma,
a dar respuestas estéticas al Creador. Todos los campos del conocimiento se
relacionan, de alguna manera, con nuestro mundo y, muy a menudo, con los
230
fica estar comprometido con algo, al punto que dirija
nuestra vida y conducta (Jaarsma, 1961).
Cuando Job dice: «Yo sé que mi Redentor
vive»���������������������������������������
(Job 19:25), no habla como un especta-
dor, sino que está comprometido con Dios:
vive y actúa con él�������������������������
���������������������������
. Su conocimiento provie-
ne de una relación personal dinámica con
un Dios viviente, que implica no solo
una adecuada comprensión, sino ade-
más un compromiso y una conducta
correcta. Cuando Adán «conoció» a
Eva, tuvo algo más que una con-
ciencia intelectual de su existencia. Su conocimiento resultó en un niño. Y
cuando Cristo habló acerca de la verdad, habló de hacer la verdad, vivir en
la verdad, permanecer en la verdad, y estar en la verdad —palabras que
implican relación y acción— (Oppewal, 1984).
Los israelitas en el Antiguo Testamento crecieron en conocimiento al
escuchar las proclamaciones de Dios, se comprometieron con ellas y vivie-
ron en consecuencia. El proceso de responder a la información que iban ad-
quiriendo, contribuyó, en realidad, a desarrollar más su conocimiento. Las
personas crecían en estatura y en sabiduría, al actuar en correspondencia
con lo comprendido. En parte, fueron formados por sus acciones concretas.
Adquirieron información e hicieron un esfuerzo por entender qué signifi-
cado tenía para ellos, en relación con otros seres humanos y con Dios. Ese
compromiso con la verdad que conocían, dirigía su trato con ambos. Hacer
no era solo el resultado obvio de conocer, sino una parte de ese proceso
(Steensma y Van Brummelen, 1977).
Esta comprensión del conocimiento es bien diferente al enfoque griego,
donde es descrito como una entidad que debía ����������������������������
«���������������������������
poseerse�������������������
»������������������
de manera objeti-
va. Para estos, existía fuera de la persona, pero podía ser adquirido. No tenía
importancia para el individuo y no requería algún compromiso personal.
En otras palabras, era estático. Era posible apropiarse del conocimiento si
la persona se separaba de su experiencia inmediata y de cualquier relación
con un Dios viviente (Ídem, ib.). Como contraste, el pueblo de Dios debía
escuchar y obedecer (Deuteronomio 6:4; Santiago 1:22), pero solo llegaban
a hacerlo al relacionar cada una de sus experiencias y enseñanzas con el
Dios viviente, y responder en consecuencia.
Entonces, decir que «saber requiere responsabilidad» —el compromiso
de hacer algo con lo que sabemos—, parece una obviedad����������������
. No podemos ig-
norar más el pecado de otros (Gálatas 6:1; Mateo 18:15; Levítico 19:17), la
injusticia (Miqueas 6:8; Amós 1-4), al perdido (Mateo 5:14-16, 28:18-20),
o el amor de Dios (Juan 13:34-35; 1 Juan 3:16-18). En cada caso, Dios nos
llama a reaccionar ante cualquier cosa que sepamos. El conocimiento no
se sostiene o se adquiere en un vacío, ni es un almacenamiento intelectual,
MATERIA: RESUMEN
En los dos últimos capítulos hemos visto cómo diversas creencias sobre
las asignaturas deben dirigir nuestro currículo y enseñanza. Hagamos un
resumen:
• La verdad bíblica es el marco para toda investigación. La
Biblia ilumina nuestro camino para que podamos ver la realidad.
No debe ser despojada de su importante rol en el esfuerzo aca-
démico, ni debe verse como un libro de texto para un área del
currículo, excepto el curso de Biblia en sí. La Palabra también
nos provee de las normas y asuntos necesarios para explorar las
disciplinas académicas.
• El conocimiento, en toda su diversidad, está unificado. Desde
el comienzo, las múltiples dimensiones de la creación atestiguan
que el conocimiento es diverso. El carácter del único Dios ver-
dadero y el hecho de que Jesús es la fuerza que sostiene todo
como una unidad, prueban que el conocimiento está unificado.
Para comprenderlo y utilizarlo de manera adecuada, necesitamos
encontrarnos tanto con su unidad como con su diversidad.
• Dicotomías secular/no sagrado. Aunque mucho de nuestra tra-
dición cultural nos obliga a separar la vida en términos de sagra-
do o secular, no es así si obedecemos a un marco bíblico. Todo
lo que hacemos tiene una base espiritual y, por esta razón, cada
uno de los esfuerzos terrenales tiene una importancia celestial.
No podemos permitir que cualquier área de la vida o estudio
exista separado de su Creador.
• Sabiendo y haciendo: la responsabilidad del conocimiento.
El verdadero conocimiento implica la comprensión e implica-
ción de la información, y una respuesta a ambos. Saber está for-
mado, en parte, por hacer algo, y no solo por contemplar las
ideas y la información de manera intelectual.
232
AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
2. ¿�����������������������������������������������������������������
Cómo puedes estructurar actividades de aprendizaje en tu enseñan-
za que aumenten la responsabilidad de los estudiantes por el cono-
cimiento —tanto al momento de llevar a cabo una actividad con lo
que saben, como con el objetivo de que conozcan—?
234
PARTE 3
LA ENSEÑANZA
REDENTORA
EN EL TRABAJO:
CONSTRUYENDO SOBRE NORMAS
Y ENSEÑANDO CON GRACIA
236
21
UN LUGAR DIFERENTE:
LA ESCUELA CRISTIANA OMEGA
no sepamos con precisión que rol tienen los padres en todo esto. Ellos han
enviado a sus hijos a la eco porque se preocupan por su educación, pero por
alguna razón, no parecen demasiado obsesionados con las evaluaciones de
sus logros ni la medida de su excelencia. Quieren que sus hijos triunfen en
la vida, pero no miden ese éxito tan solo por la adquisición de poder, pres-
tigio u oportunidades.
Los maestros y administradores creen que los estándares de Dios son
tan elevados, que solo Cristo puede alcanzarlos. De hecho, parecen mucho
más conscientes de sus problemas y limitaciones que del éxito de su escuela
y sus estudiantes. Son sobrios en cuanto a la brecha infinita, imposible de
cerrar por la humanidad, entre las expectativas de Dios y la respuesta de
ellos en su desempeño. No albergan ilusiones sobre alcanzar, de alguna ma-
nera, la excelencia en su trabajo y en sus relaciones, al punto de agradar a
Dios. En verdad aplican ese pensamiento teológico. No hacen alarde de sus
logros y altos rendimientos. En cambio, dan un paso a la vez, con humil-
dad —según sus convicciones, confesando que el pecado invade todos sus
motivos y esfuerzos, aprendiendo de sus errores y teniendo una capacidad
inusual para levantarse, unos a otros, después de haber caído en sus intentos
por vivir a la altura de su llamado—. Viven y sobreviven por la gracia de
Dios, porque están siempre conscientes que no son capaces de alcanzar los
estándares de Dios.
LO ACADÉMICO EN LA ECO
Los estudiantes en la eco son personas muy comunes. Algunos son inte-
ligentes y otros, no tanto. Unos evidencian sus dones, mientras otros aún los
ocultan. Todos ejercen mal sus dones en ocasiones, sean intelectuales, atlé-
ticos, musicales o relacionales. No hay uno que no sea pecador, y no tratan
de ocultarlo. Hay veces que luchan duro por triunfar, otras, se frustran y se
llenan de temor. Por momentos, se rinden. De ellos están los que se resisten
a los esfuerzos de sus maestros por ayudarlos y de los arrogantes que pien-
san que no necesitan ningún respaldo. En resumen, el registro académico de
la escuela es desigual: algunos estudiantes se desempeñan a un alto nivel y
otros no. La eco no es una imagen uniforme del éxito académico.
Cada una de sus aulas parece estar llena de estudiantes con diversas ha-
bilidades y motivaciones académicas. Por alguna razón, no hay, en el pasillo
que da a la oficina, ningún tablero de anuncios que enliste los nombres de
los estudiantes con honores en el último periodo de evaluación. Carecen de
gráficas al frente del aula que indiquen quién ha leído la mayor cantidad de
libros en el concurso de lectura. De hecho, no hay concursos de lectura en
esta escuela. Las recompensas y la aprobación por el desempeño, no parece
predominar. Parecería que hacer cosas que importen en la comunidad es-
colar y en la comunidad exterior, es lo que más les importa a aquellos que
trabajan y estudian en la eco.
238
En realidad, aplicar el conocimiento para beneficio de los demás es tan
frecuente que los estudiantes casi nunca completan hojas de trabajo o libre-
tas de ejercicio. Las asignaciones de Matemáticas no requieren que los es-
tudiantes resuelvan tan solo los ejercicios con números impares, para prac-
ticar cada nueva operación matemática. En lugar de tan solo entregar sus
trabajos al maestro para recibir una nota, pueden enviarlos al periódico local
o al Congreso, o dárselo a sus compañeros como información o motivo de
debate. Las calificaciones no tienen, ni por asomo, el mismo papel que en
otras escuelas. Algunas asignaturas no se califican y otras, solo luego de que
el estudiante y el maestro están satisfechos con el nivel de desempeño al-
canzado, después de varias consultas y de un trabajo continuado. Y, ¿quién
lo iba a decir?, en momentos donde se entiende propicio, se les pide a los
estudiantes que evalúen su propio trabajo, algunas veces, autocalificándose.
Ayudar a los educandos a adquirir y usar ideas y habilidades, además de
permitirles fracasar y triunfar en asuntos importantes de la vida, parece ser
más relevante que el sistema de calificaciones.
Dado que el resultado de los exámenes tienen poca prioridad en la eco,
las pruebas de rendimiento se usan con moderación. Los resultados ayudan
al maestro y al estudiante a determinar las fortalezas o debilidades del pro-
grama académico, y de ellos mismos. Pero estos no determinan el contenido
del currículo o la conformidad con la experiencia de enseñanza y aprendi-
zaje. El programa de estudios está determinado por la filosofía y objetivos
de la escuela, por las necesidades y contribuciones tanto de los estudiantes
como de los maestros, por los asuntos que Dios nos llama a enfrentar en
nuestra sociedad, por las disciplinas académicas según la concepción que
tenemos ahora de ellas y por la propia Biblia.
Aunque la guía curricular influye de forma directa en el contenido ex-
plorado en todas las aulas, los maestros son responsables en determinar —
en consulta con sus colegas, padres y estudiantes—las instrucciones dadas
día a día y unidad por unidad, así como el plan completo del curso. Ellos
usan los manuales para maestros, los libros de texto y otras guías como re-
cursos para ayudarse a sí mismos y a los estudiantes a alcanzar los objetivos
trazados, pero en ningún caso substituyen el juicio redimido y la sabiduría
del maestro. Otros seres humanos también sirven como recursos valiosos.
Los estudiantes en la eco juegan un papel extraordinario en determinar
las formas más significativas de explorar la creación de Dios. Los maestros
comienzan cada unidad discutiendo los objetivos y propósitos, las necesi-
dades y experiencias, los recursos y el tiempo disponible, además de las
posibles actividades de aprendizaje —incluyendo la mejor manera de eva-
luarlo—. Aunque tanto los maestros como los estudiantes son conscientes
de cuán limitados y caídos están, son capaces de tener una confianza mutua
para ayudarse en el trayecto. Ambos consideran crucial estar en este esfuer-
zo juntos, como seres humanos semejantes, a quienes Dios les ha dado algo
240
como portadores de la imagen de Dios, a pesar de sus ideas. A la hora de
juzgar a otros, reconocen sus propias distorsiones como productos de su pe-
caminosidad. De esta forma, el análisis crítico no conduce tan solo a la con-
denación y el rechazo. Cuando son capaces de analizar y criticar mediante
la gracia, dan respuestas compasivas a los pecadores perdidos y agradecen
a Dios por concederles el discernimiento de su verdad.
LA CONDUCTA EN LA ECO
La condición caída de los estudiantes es evidente, tanto en su conduc-
ta académica como en su comportamiento personal. Algunas veces, toman
decisiones equivocadas y quebrantan las reglas. No hay muchas normas de
conducta en la eco, y las que existen son escogidas teniendo en mente la jus-
ticia de Cristo y el bienestar de la comunidad. Tratar con los ofensores es un
proceso complicado. Los maestros y el director insisten en tratar de manera
personal con aquel que quebranta el buen comportamiento, no permitiendo
nunca que el «sistema» determine sus consecuencias. Ellos insisten, aunque
a veces reacios, en ensuciarse las manos y los pies por adentrarse en el lodo
y salvar a un estudiante beligerante o perdido. Saben que tal vez no los com-
prendan, que quizá se equivoquen o que pueden acabar siendo manipulados
por un estudiante a quien intentan ofrecer algo de la gracia de Dios. Pero de
todas formas lo hacen, porque Dios lo ha hecho por ellos.
Los estudiantes aprenden mucho de las consecuencias naturales de un
buen o mal comportamiento. Por lo tanto, atender el efecto que produce
su conducta es de vital importancia en la eco. De todas formas, aquellos
encargados de mantener la disciplina en la escuela, se niegan a aplicarla por
medio de un sistema de recompensa-castigo, haciendo todo lo contrario.
En cambio, intentan tratar con los ofensores en una manera similar a la que
Dios trata con sus hijos descarriados, dispensando justicia y misericordia,
a la vez que tienen fe en que el Espíritu Santo los guía. Algunas veces, los
estudiantes son suspendidos por conductas inaceptables y, en otras ocasio-
nes, parecen salir «impunes». Por momentos, las consecuencias apropiadas
resultan muy aparentes y otras veces no tanto. Ninguna disciplina se percibe
como un fin en sí misma. Su fin es restaurar, ya que de eso se trata la disci-
plina redentora.
El perdón es uno de los métodos principales en el trato con los ofensores
en la eco, aunque no siempre resulta aceptable —recuerde que la gracia es
muy difícil de entender—. No se trata de evitar o eliminar las consecuencias
naturales de las ofensas, pero no se retiene el perdón por creer que se lo
ganará por el buen comportamiento o pagando un precio suficiente. No se
niega el amor, esperando a que se lo merezcan. No se reserva la confianza,
hasta que prueben que es posible confiar de nuevo en ellos. El perdón, el
amor y la confianza se otorgan a los estudiantes en una demostración vi-
viente de gracia, de manera escandalosa, como es su característica.
Las ofensas públicas muchas veces son tratadas de manera pública, pero
la dignidad y valía de cada estudiante —la del ofensor y la del ofendido—
es de suma importancia para los maestros y para el director. De hecho, esa
integridad es tan importante que los agravios que se consideran más serios,
y con los que se trata de forma más severa, son aquellos que degradan o nie-
gan la imagen de Dios en otros niños. El hecho de que la imagen de Dios sea
tan valiosa es además una razón por la que se aplica la disciplina en esta es-
cuela. Ignorar el pecado es subvalorar al pecador y a la víctima del pecado.
Los maestros de la eco no piensan que la autoridad que han recibido de
Dios les dé la potestad de controlar todo y a todos. No creen tampoco poder
estar presentes en todo sitio, con el fin de supervisar que las cosas no salgan
mal. Ni tampoco imaginan un aula sin interrupciones, como una señal de
que todo marcha bien. En lugar de controlar a los estudiantes, los ayudan
en el dominio propio. Desean ayudarlos a asumir la responsabilidad por su
conducta y decisiones, al aceptar las consecuencias que emanan de ellas.
Buenas decisiones generan, casi siempre, impactos deseados, mientras que
las malas decisiones, por lo general, conducen a resultados indeseables. Sin
embargo, esas consecuencias no se presentan de manera mecánica e imper-
sonal, ni resultan automáticas.
Estos maestros se dan cuenta de la diferencia significativa entre sumi-
sión y obediencia. La sumisión se debe a «una presión externa que fuerza
a alguien a vivir a la altura de las expectativas de otro», mientras que la
obediencia «tiene que ver con que nuestro exterior tenga coherencia con
lo que Dios está haciendo en nuestro interior.» (Van Vonderen, 1992: 165).
La obediencia es una respuesta amorosa a un inmerecido acto amoroso de
Dios. Aquella que resulta del miedo, no es obediencia, ya que no está rela-
cionada con el amor. Los que obedecen a Jesús son aquellos que le aman,
aquellos que le aman son los que le obedecen (Juan 14). Ambos conceptos
son inseparables. Los maestros en la eco están comprometidos a fomentar-
la, ofreciendo primero su amor y perdón.
Aunque existen muchos fracasos en términos de conducta, aquellos que
yerran no resultan avergonzados, quizá por la ausencia de varios métodos
en la eco. No se avergüenza a los estudiantes en voz alta —diciéndoles que
no tienen el nivel deseado, preguntándoles si alguna vez harán las cosas
bien, comparándolos con otros con mejor conducta—. La afirmación, la
aceptación y el amor no están basados en el buen comportamiento, sino en
la posición de una persona como hijo de Dios. No existen reglas tácitas que
expongan a los estudiantes a la verg���������������������������������������
üenza����������������������������������
o a la pena. Ni mensajes implíci-
tos sobre el comportamiento inaceptable que hagan que se pregunten si lo
que hicieron es aceptable o no. Por último, no cabe ninguna preocupación
por los fracasos o la culpa. La culpa no es tan importante como la confesión
y el perdón (Van Vonderen, 1992).
242
ESPIRITUALIDAD EN LA ECO
La eco tiene servicios de capilla. Sus clases y eventos cocurriculares
comienzan en general con oración, y la Biblia es una parte requerida del
plan de estudio. Pero estas actividades no son usadas para demostrar el alto
nivel de espiritualidad que tiene la escuela. La eco ni siquiera concursa en
la competencia regional de Conocimiento Bíblico. La espiritualidad resulta
baja cuando es medida por este tipo de evidencia externa. De hecho, «las
medidas» de espiritualidad no son importantes en la eco. En cambio, se fo-
menta la humildad, alentada y afirmada en lo académico, en los deportes, en
la música y en otras actividades. Se alienta a los estudiantes a permanecer
firmes en sus convicciones, pero también a admitir la posibilidad de estar
equivocados. Nadie es aplaudido por ganar un debate sobre asuntos doctri-
nales o por alguna conclusión académica. Los estudiantes aprenden a respe-
tar a aquellos que tienen opiniones inadecuadas, cuando ven a sus maestros
tratar, de forma amorosa, con aquellos cuyo pensamiento es erróneo. No
existen ovaciones como: «¡Somos los número uno!». Como mencionamos
antes, la eco no publica un listado de estudiantes destacados, ni aplaude en
público los índices académicos�������������������������������������������
más altos���������������������������������
. El honor es concedido en silen-
cio a aquellos que sirven con humildad, en vez de a quienes tienen éxito
de acuerdo con los estándares del mundo. El desempeño es honrado con
la justa compensación de una buena calificación o con cualquier otra cosa
apropiada, pero no es el foco principal en esta escuela. Se considera mucho
más importante el amor en la práctica de la humildad.
En la eco, el conocimiento académico está siempre cimentado en Dios.
Sus revelaciones en su Palabra viviente (Cristo), escrita (la Biblia) y ha-
blada (la creación), son enseñadas de forma tal que los estudiantes puedan
experimentarlas de manera íntegra. La revelación de Dios de s������������
í mismo�����
, me-
diante estas tres fuentes, es el fundamento del estudio en la eco y ninguna
de ellas está por encima o por debajo de las demás. Este tipo de estudio
conduce a un encuentro con la persona de Dios. Una relación más profunda
y completa con su persona, es el resultado más deseado del estudio acadé-
mico, del desempeño musical o deportivo y del servicio a la comunidad.
Tanto los maestros y administradores como los estudiantes, dependen
y confían en la obra del Espíritu Santo en la vida de la escuela. No están
enamorados de sus propios dones, ni hacen alarde de estos. No se basan
en antiguos logros y laureles. Conocen los límites de su comprensión y
dependen del Señor para alcanzar sabiduría. Se ofrecen a sí mismos y a
sus esfuerzos como sacrificios vivos para Dios, y brindan en adoración los
frutos de su aprendizaje.
Esta descripción de la eco puede parecer poco realista en un mundo
caído. Pero el reino de Dios, inaugurado con la venida de Cristo y hacia
donde debe apuntar nuestra actividad, resulta, en verdad, poco real para este
mundo. Vivir las bienaventuranzas en una sociedad caída es poco realista
244
AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
246
22
DISEÑO DE CURRÍCULO
LA BIBLIA Y EL CURRÍCULO
La guía curricular de la eco tiene como cimiento, en varias materias y
unidades, temas bíblicos relevantes. Los maestros intercalan, en el estudio
de las materias académicas, asuntos tales como la mayordomía, la comuni-
dad, el entorno, la adoración y el propósito de la vida. Cuando lo conside-
ran apropiado, incluyen consideraciones éticas. En Ciencia, ellos formulan
preguntas sobre cómo los seres humanos han utilizado sus descubrimientos
científicos y si estos usos reflejan la ley moral de Dios. Los maestros hacen
cuestionamientos similares en las clases de Música, Arte y Literatura.
Los estudiantes no deben corroborar sus conclusiones con los libros de
texto. En cambio, se les pide que demuestren como estas respuestas resplan-
decen a la luz de las Escrituras y de qué manera han sido estas las que han
provisto la información para su exploración —puede incluso que se les pre-
gunte cómo enmarcaron sus inquietudes en primer lugar—. La revelación
bíblica se considera importante para el aprendizaje en cualquier materia y
para cada unidad integrada, pero no porque se asuma que la Biblia refiere
de forma directa a alguna asignatura en particular.
Por último, la Palabra de Dios es una parte importante del currículo
—una entidad que merece ser estudiada en sí misma—. Sin embargo, se
enseña con el fin de conducir a los estudiantes a un encuentro con Dios y
fortalecer así sus conocimientos y convicciones, brindándoles así un marco
para una mentalidad cristiana. Como maestros redimidos, esperamos que
nuestros estudiantes perciban el universo y todo lo que aprenden a través
de la mente de Cristo; y ese tipo de mentalidad no puede desarrollarse solo
mediante el estudio. En cambio, florece a través de un encuentro con Cristo.
Por tanto, en la eco, los estudiantes se capacitan en la Biblia para encon-
trarse con el Dios personal, de manera que la doctrina bíblica y la verdad
derramen luz en sus acciones, por el resto de sus vidas.
INTEGRADO
Otra característica del currículo de la eco es el intento evidente de los
maestros por alcanzar un todo integrado. Aunque afirman la diversidad de
materias y no atenúan las distinciones entre, por ejemplo, las matemáticas
y los estudios sociales, buscan conectar de diferentes maneras las distintas
disciplinas para que los estudiantes experimenten el conocimiento no solo
en su diversidad, sino también en su unidad.
En algunas partes del currículo, han considerado prudente enseñar al-
gunas disciplinas como materias, en esencia, separadas. Cuando este es el
caso, los maestros de las diferentes asignaturas siempre planifican con el
propósito de que sus actividades actúen como apoyo de, o en relación con,
248
las actividades de otros colegas que enseñan a esos mismos estudiantes. Pla-
nifican las unidades de estudio y los temas de exploración para establecer
conexiones en la mente de los estudiantes, y lo hacen a través del trabajo
duro y por medio de la planificación en conjunto.
En otras ocasiones, los maestros planifican para enseñar unidades in-
tegradas, en donde las materias se relacionan unas con otras de diferentes
formas. Asuntos como la pobreza y la riqueza son centrales en el estudio,
y la información e investigación, en varias de las áreas educativas, están
relacionadas con el tema. Los estudiantes se involucran en el estudio de
matemáticas, ciencia, tecnolog���������������������������������������������
ía, economía, ética, psicología��������������
u otras mate-
rias, y los maestros que son expertos en cada una de estas áreas, planifican
y llevan a cabo las experiencias de aprendizaje.
En algunos casos, pueden transcurrir días enteros o semanas de estu-
dio integrado, sin ningún tiempo separado para las artes, el lenguaje o los
estudios sociales. Descubrir las respuestas a las preguntas requiere que los
estudiantes se relacionen y usen los conocimientos de esas disciplinas, pero
entendiendo siempre que el aprendizaje fue diseñado para unificar los ele-
mentos, en lugar de separarlos.
Aunque los maestros buscan de muchas formas la integración en la eco,
nunca los vemos trabajando de manera aislada, haciendo tan solo lo que
ellos consideran correcto, sino que intentan, con seriedad, vencer la frag-
mentación y la desunión en el currículo, contando para esto con tiempo y
oportunidades de planificación y enseñanza en conjunto.
250
CENTRADOS EN LA EXPLORACIÓN Y LA SOLUCIÓN DE
PROBLEMAS
En muchas escuelas la totalidad del currículo parece tratarse de una ex-
plicación de conceptos o procesos que pretenden sean comprendidos por los
estudiantes, con el fin de que desarrollen habilidades que los hagan personas
completas, ciudadanos contribuyentes o cualquier cosa que la escuela pro-
ponga que sean. El currículo en la eco está diseñado para fomentar no solo
la comprensión y la explicación, sino además la exploración y la solución
de problemas reales.
En algunas ocasiones, los estudiantes, a través de la exploración, hacen
preguntas que no han sido formuladas antes por nadie y pueden, por ese
motivo, verse carentes de respuestas claras. El currículo influye el horario
escolar permitiéndoles a los estudiantes el tiempo suficiente para investigar
los asuntos y problemas de la comunidad. Es extraño escuchar un argumen-
to como: «No podemos involucrarnos en tratar de resolver la problemática
impositiva en la clase pobre, porque no tendríamos tiempo para cubrir los
materiales sobre los estudios sociales.» En cambio, la escuela escoge, den-
tro de los libros de texto para esta asignatura, aquellos que ayudarán a los
estudiantes a descubrir la manera de resolver ese problema.
Las dificultades de la vida escolar también influyen en este aspecto del
currículo. Cuando no hay suficiente equipamiento en el patio de juegos, los
estudiantes trabajan para resolver el problema. Si un compañero tiene pro-
blemas de aprendizaje, todos buscan la forma de ayudarlo. Y si alguna vez
se tiene la sensación de que una política educativa es injusta, los estudiantes
tratan con ella y con aquellos que están llamados a cumplirla.
PROPÓSITO DE LA EDUCACIÓN
Dado que los cristianos desean cumplir con el propósito de las Escrituras
para la educación, el currículo de la eco emplea algunas temáticas bíblicas
en el estudio de todas las materias. Si no tenemos la perspectiva que Dios
tiene sobre su creación, seremos incapaces de cuidarla y de ejercer un domi-
nio justo, a menos que conozcamos lo que su Palabra revelada dice sobre la
mejor manera de utilizar la información obtenida en nuestro estudio.
Cuidar de la creación requiere una exploración de ella por parte de los
estudiantes, para conocer su funcionamiento y ser, a la hora de resolver los
problemas dentro y fuera del aula, responsables de lo que han aprendido.
Los asuntos sociales contemporáneos influirán sin excepciones el currículo,
si es que queremos que los estudiantes aborden esos eventos de manera pia-
dosa. Ellos comprenderán los acontecimientos de forma más completa y se-
rán capaces de abordarlos con mayor efectividad, una vez que examinen las
252
ideas y perspectivas, tanto de pensadores cristianos como de no cristianos.
El universo de Dios funciona como un todo, incluso en su maravillosa
diversidad, por lo tanto sus administradores deben entenderlo en su integri-
dad y unidad. Centrarse en un único aspecto de la creación, sin considerar
su interrelación con sus demás características, conducirá a una distorsión y
abuso en las mentes y las manos de los seres humanos caídos.
Si los estudiantes son llamados a amar y servir a Dios y a sus seme-
jantes, podemos esperar de ellos que pongan en práctica lo aprendido. Ser
responsable por materializar la información recibida, significa cumplir con
el llamado a la servidumbre. Hasta que no comprendan el amor y el servicio
desde la perspectiva de las Escrituras, no sabrán cómo es servir a Dios y
ayudarse unos a otros de manera amorosa, a través del conocimiento recibi-
do en materias tales como Ciencia, Matemáticas o Música.
EL ESTUDIANTE
Nuestras creencias fundamentales acerca del estudiante son coherentes
con el enfoque de la eco para el diseño curricular. Puede verse en particular
en el involucramiento de los estudiantes en el plan de estudio de la escuela,
donde son tratados como portadores de la imagen de Dios. Se espera que
ellos piensen como Dios y entonces act����������������������������������
úen como é������������������������
l —de manera activa, in-
tencionada y moral—. El uso de temáticas bíblicas en el estudio de las asig-
naturas, les brinda la perspectiva de Dios como base para sus pensamientos.
Sus intentos de comprender la diversidad y unidad del universo también
lo acercan al enfoque divino. Y si son capaces de enfrentar las situaciones,
dentro y fuera del aula, desde la mirada de Dios, lo harán como personas
amantes y misericordiosas.
El compromiso de influir en la sociedad con lo que saben, es un reco-
nocimiento de su llamado a ejercer dominio. El énfasis en la exploración
y la resolución de problemas les permite —y quizá requiere— que sean
creativos, racionales, libres y responsables. Y debido a la inmensidad de la
tarea, necesitarán depender, de manera constante, unos de otros y de Dios.
¿Y qué sucede con la perversión y contaminación poscaída de la imagen
de Dios en el hombre? ¿No distorsionará esto los esfuerzos estudiantiles
y docentes, de tal modo que este tipo de enfoque curricular los conduzca
a la frustración? En cierta forma, la pecaminosidad de los seres humanos
conduce a la desilusión, al error y a la distorsión. Pero Dios no se ocupa de
las personas pecaminosas controlándolas de forma tan severa que resultan
incapaces de errar. Por el contrario, parece que su amor y gracia se mues-
tran con más claridad al tratarse de situaciones complicadas, con personas
deshechas y caídas. Es como si les pidiera que sigan pensando, trabajando,
ministrando, dependiendo de la guía del Espíritu Santo y de su gracia para
corregir los errores. ¿Qué mejor razón tendríamos para diseñar un currículo
que ruega por la contribución de sus estudiantes, que les alienta a llevar a la
práctica lo que saben, con el fin de ayudar a un mundo deshecho y necesita-
do, y que les enseña a vivir en una forma bíblica integral?
La pecaminosidad de los educandos no es razón para privarlos de acti-
vidades en las que el aprendizaje podría salir mal, sino que la libertad y la
responsabilidad para involucrarse en una actividad tal es parte importante
del diseño del Señor para generar consciencia sobre la necesidad de de-
pender de él. Porque, cuando las cosas salen bien, ¿quién necesita a Dios?
Al momento que apreciamos a los maestros tratando de manera redentora
los asuntos complicados, vemos a Dios actuando, mostrándole a un mundo
destruido quién es él y cómo obra.
EL PROCESO DE APRENDIZAJE
El diseño curricular de la eco está respaldado además por creencias
básicas sobre el proceso de aprendizaje. Como la instrucción implica acep-
tar algo como verdadero, comprometerse de corazón con ello y actuar en
correspondencia, deseamos que nuestros estudiantes cumplan con el primer
paso. Pero para eso, toda comprensión y convicción debe estar a la luz de
las Escrituras. Por lo tanto, debemos aplicar la verdad escrita por Dios en
su Palabra a los descubrimientos acerca de la verdad hablada por él en la
creación. Además, un currículo que consistentemente llama a los estudian-
tes a involucrarse en los asuntos más importantes del mundo y a hacer algo
al respecto, reconoce que el aprendizaje es más que un mero asentimiento
intelectual.
Como nuestras creencias dirigen nuestras acciones, el currículo debe
ocuparse de las creencias y proveer oportunidades para la acción. Pero
como las acciones también juegan un papel importante en formar nuestras
creencias, el plan de estudio debe permitir que ocurran, que pueda reflexio-
narse sobre ellas y, entonces, articularlas en términos de nuevas creencias
o reconfirmaciones. Esta relación entre creencias y acciones respaldan, una
vez más, un currículo que posibilita a los estudiantes a explorar, resolver
problemas, lidiar con la vida, tal como se vive fuera del aula, e intentar
poner en práctica las implicaciones de lo aprendido.
Incluso las ideas bíblicas acerca de la motivación, expuestas anterior-
mente, sustentan el tipo de currículo de la eco. Como los estudiantes fueron
hechos a imagen de Dios y creados para hacer su obra con él, están moti-
vados de antemano a actuar de manera significativa —para ellos y para los
demás—. Tienen un diseño inherente que los empuja a involucrarse en un
aprendizaje que afecta a otras personas, que les permite aprender de forma
que obtengan el conocimiento que necesitan para ejercer un dominio co-
rrecto y que demanda una comprensión integrada. Cuando se les presenta
una necesidad que toca sus corazones, experimentan una tensión que les
254
hace buscar el shalom que Dios pretende que tengan. La tendencia a corre-
gir las cosas es, por lo tanto, parte de la imagen redentora de Dios obrando
en ellos.
Si es verdad que el aprendizaje mejora cuando los estudiantes captan el
significado del todo, esto apoyaría, una vez más, la idea de que el currícu-
lo debe ser integrador. Como comprenden mejor la generalidad mediante
una investigación profunda de sus partes, deben estudiar tanto las materias
individuales, como los medios de investigación. De modo que el enfoque
correcto tiene que ver con un currículo donde la unidad y diversidad del
conocimiento son exploradas, apreciadas y aplaudidas. Por estas razones,
los maestros de la eco trabajan duro en hacer conexiones y honrar el estudio
individual de las diferentes disciplinas académicas.
La tensión creativa, necesaria para dirigir el aprendizaje, se origina en
parte en el método utilizado por el maestro para diseñar las experiencias
particulares de aprendizaje, pero también en la manera en la que se ha plan-
teado el currículo. El estudio influenciado por las necesidades personales
que creen tener los estudiantes, toma ventaja de la tensión que existe de an-
temano en ellos. El aprendizaje que los conduce a experimentar los pecados
del mundo de primera mano, también es capaz de crear esa tensión. Saber
que allí fuera dependen de su comprensión y obra para hacer una diferencia
en la vida, también se suma a esto. Entender que se espera de ellos una res-
puesta a lo que saben, más allá de un examen, crea en los estudiantes una
tensión saludable y valiosa.
EL MAESTRO
¿Nuestra comprensión acerca del maestro, según la perspectiva bíblica,
es sustentable con este tipo de diseño curricular? Sí, de muchas formas. Pri-
mero, reconoce que los maestros son seres caídos y limitados. No se espera
que lo sepan todo para verter ese conocimiento pleno en las mentes de sus
estudiantes. Pero a través del involucramiento en las tareas de aprendizaje,
junto a los educandos, demuestran lo que significa ser una persona llamada
por Dios para ejercer un dominio justo. Un currículo como el de la eco evo-
ca sus propias características portadoras de la imagen de Dios.
Segundo, un currículo que los hace salir de la escuela y de su conformi-
dad con lo que ya conocen, los desafía a cumplir con su rol profético, sacer-
dotal y, en especial, pastoral, y les hace comprender que dependen de Dios
para ejercerlo. El plan de estudio de la eco requiere que los maestros guíen
a los estudiantes a la verdad. Deben hablar de aquello que ellos conocen,
para que comiencen y encuentren sentido a sus descubrimientos, aunque a
causa de la pecaminosidad y limitaciones de los docentes, es necesario que
busquen esas verdades junto a sus aprendices. Cuando el reto de hacer algo
significativo en el mundo parece tan abrumador, hay oportunidades más que
suficientes para que el maestro cumpla su función sacerdotal —no solo in-
terceder por los estudiantes delante de Dios, sino también por otras personas
de la comunidad—. Por otro lado, el ejercicio de la realeza, en este modelo,
sugiere una autoridad que busca servir, en lugar de «enseñorearse».
Es evidente que los maestros tienen la oportunidad de ser pastores en
esta situación. En lugar de indicar a los estudiantes qué conocimientos ad-
quirir, los conducen hacia los pastos verdes de la verdad. Están forzados a
mantener un ojo vigilante sobre cada movimiento que llevan a cabo, corri-
giéndolos cuando es necesario, enderezando a la �����������������������
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oveja con su pata ven-
dada» —estudiantes que se han caído en la búsqueda de aprendizaje y no
pueden levantarse por sí solos—, protegiéndolos del peligro que implica
involucrarse en el mundo, capacitándolos para descansar en sus labores y
conclusiones, incluso cuando no son completas o del todo útiles. Con un di-
seño curricular como el de la eco, si los maestros no aceptan comprometerse
de manera profunda en su rol como pastores, buscando el cuidado y bienes-
tar de sus estudiantes, es probable que sean dañados por la falsa enseñanza
y conocimiento acerca de los acontecimientos del mundo. Pueden caerse y
no levantarse, debilitarse por no lograr alimentarse de alguna verdad nutri-
tiva. Sin verdaderos pastores que supervisen el rebaño, resulta peligroso un
currículo como el de la eco. Cualquier alternativa que se busque estará pro-
pensa a resultar en un prado de pastos secos, amarillentos y poco nutritivos
para un rebaño débil, intranquilo, temeroso e insatisfecho, que no produce
mucha lana ni corderos saludables.
256
Pero solo porque la gracia puede hacer que algo resulte mal, no es excu-
sa para que decidamos excluirla del proceso educativo. No eliminamos la
maldad que puede provenir de nuestro mal uso de la creatividad, eliminan-
do esta habilidad. Hacer eso es negar tanto la imagen de Dios en nosotros,
como su obrar en nuestras vidas. En efecto, esta negación cataloga malo
algo que Dios declaró bueno.
Por tanto, debemos estar dispuestos a considerar las implicaciones de la
gracia para nuestro trabajo con el currículo, las actividades de aprendizaje,
la evaluación y la conducta en el aula. Hacer lo contrario, sería omitir una
parte importante del significado que tiene la enseñanza redentora.
258
AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
260
23
ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE
PROYECTOS
Los estudiantes de la eco trabajan, a menudo, en grandes proyectos a
largo plazo, en lugar de asignaciones diarias, pequeñas y discretas. Estos
pueden incluir investigaciones a través de libros u otros materiales escritos,
pero además con seres humanos. Las fuentes primarias son importantes.
Los maestros y los estudiantes debaten y deciden sobre los medios más
eficientes y efectivos para reunir la información necesaria. Algunas veces,
esto resulta en conferencias, investigación o experimentación. Pero la reco-
pilación de la información para crear un informe o hacer hermosas presen-
taciones no es común que sea visto como el objetivo del proyecto.
COOPERACIÓN
Podemos apreciar, de antemano, el importante rol que tiene la coopera-
ción en el aprendizaje establecido en la eco. Estudiantes y maestros coope-
ran en la planificación y monitoreo de las actividades de aprendizaje, con
el propósito de perseguir los objetivos, realizar las tareas y evaluar, en todo
tiempo, el proceso educativo. Los grupos de trabajo están diseñados para
maximizar la formación de todos los estudiantes. Esto puede resultar en un
grupo donde conviven diferentes habilidades, siendo los estudiantes más
aventajados quienes se benefician en ayudar a los más rezagados y estos,
a su vez, obteniendo provecho de esa ayuda. Aprender no se trata solo de
dominar los contenidos. También implica amarse, servir a otros y dejarse
servir.
Los grupos son formados, a veces, teniendo en cuenta los intereses,
motivaciones y necesidades de sus componentes. En estos, los estudiantes
aprenden a valorar la búsqueda de un objetivo en común y la diferencia
que representa tener un mismo pensamiento en su trabajo. En algunas oca-
siones, los grupos están compuestos por una combinación de estudiantes
262
con determinados dones y habilidades necesarios para cumplir una tarea
específica.
Aunque no es el único medio de enseñanza en la eco, la formación coo-
perativa tiene un rol importante. El aprendizaje individual y grupal está
diseñado para una complementación mutua. Y aunque los estudiantes son
responsables en lo individual por lo que han aprendido —así como respon-
demos en lo personal ante Dios por nuestra conducta y decisiones—, lo
son también por el aprendizaje de los demás —de la misma manera en que
los miembros del cuerpo de Cristo responden y llevan unos por otros sus
cargas—. Este grado de cooperación puede parecernos contrario a nuestra
experiencia cotidiana, pero el reino de Dios es a menudo opuesto a la forma
en la que experimentamos la vida en un mundo caído.
La competencia tiene un papel insignificante en el aprendizaje de la eco.
En estas hay siempre perdedores y ganadores y, contrario a la creencia po-
pular, los primeros —los que a menudo tienen más que aprender— raras
veces se sienten motivados a instruirse mediante una competición. Ellos
saben que la probabilidad de ganar es escasa y que podrían quedar expues-
tos ante sus compañeros, lo que difícilmente resulte alentador. Los juegos
de aprendizaje competitivo se usan de forma muy esporádica, ya que sus
efectos perjudican incluso a los ganadores. Es muy fácil para ellos sentirse
muy satisfechos con sus logros, en lugar de preocuparse por el aprendizaje
y los beneficios grupales. Una identidad positiva, basada en ganar, y una
negativa, basada en perder, no son coherentes con el fundamento bíblico
para la personalidad.
SERVICIO
Muchas actividades de aprendizaje incluyen un componente de servicio.
Quizá sea el objetivo deseado. Incluso si no lo es, está conectado con esta
misión de manera tan generalizada como le es posible. Cuando los estudian-
tes se involucran en un proyecto, lo conciben a menudo con el propósito de
beneficiar a los que lo necesitan. En algunas ocasiones, los de primer grado
son beneficiarios de los de quinto, al escucharlos leer o compartir lecturas
con ellos. Cuando aprenden a usar ciertas habilidades matemáticas, pueden
contribuir en la construcción de algunos elementos del patio de juegos.
Los estudiantes de mayor edad están mejor capacitados para discernir
las necesidades fuera de la escuela: están expuestos a las noticias, las or-
ganizaciones voluntarias o a personas de su círculo cercano. Una vez que
comprenden esa escasez, las plantean a la clase y los maestros trabajan con
ellos para encontrar la forma de usar sus conocimientos para satisfacerla.
Quizá surja un proyecto de clase. Tal vez solo sea un individuo trabajando
con las necesidades de su ciudad o vecindario. En cualquier caso, los que
estén implicados estarán cumpliendo con sus requerimientos académicos.
FUERA DE LA ESCUELA
Las actividades de aprendizaje no deben limitarse a lo que sucede den-
tro del las cuatro paredes del aula. La escuela no debería comprenderse
en un mundo aislado, independiente de los hechos sociales. Más bien, los
acontecimientos dentro de la clase tendrían que reflejar lo que ocurre en el
exterior. Deben ser de ayuda para que los estudiantes se relacionen con los
demás eventos de la vida. Por lo tanto, los alumnos de la eco están investi-
gando, con frecuencia, diferentes características en la comunidad, hablando
con las personas, interrogándolas, trabajando con y por ellas, ayudando a
los necesitados y aprendiendo de los expertos.
Una actividad tal no es nunca un «complemento». Los estudiantes de la
eco no viajan o se involucran en actividades fuera de la escuela con la única
intención de tomar un descanso u otro tipo de experiencia. La actividad en
la comunidad está relacionada de manera directa con los ejercicios en el
aula. A veces, la participación de los estudiantes en la sociedad dirige la
búsqueda y discusión en el aula, ya que provee el impulso para detallar las
características del estudio. Otras veces, la discusión en clase y el aprendi-
zaje conducen a la participación social. Las disciplinas académicas generan
la participación fuera de la escuela, respondiendo mejor en el servicio a
medida que profundizan en ellas.
EXPERIENCIA PRÁCTICA
Los libros de texto de la eco son percibidos como guías y recursos, no
como dictaminadores, momento a momento, de la experiencia. Los maes-
tros no están atados ni demandados a terminar el libro de texto. «Abarcar
el texto» no equivale a aprender el material. Dado que los docentes creen
que entender algo significa haberlo aceptado a nivel del corazón, y debido
a que reconocen que ese acto implica más que tan solo el uso del cerebro,
estimulan a los estudiantes a involucrarse con lo aprendido —de manera
física, emocional, intelectual y espiritual—. Estos deben estar inmersos en
su servicio y no tan solo en la lectura de los materiales.
Por consiguiente, cuando los alumnos de la eco aprenden a escribir,
expresan asuntos valiosos para ellos y para los demás. Cuando aprender
a calcular un área, determinan cuánto pasto necesita el campo de béisbol
y entonces lo colocan. Cuando estudian acerca de los poderes judiciales,
no solo visitan la corte o imitan un tribunal, sino que se involucran en las
cuestiones y las causas que llevan a la justicia. Cuando aprenden a cocinar,
lo hacen para alguien con carencia de alimento. Cuando escriben poesía, la
publican para que otros puedan disfrutarla.
No vemos muchas hojas de ejercicios y práctica en la eco. Son utilizadas
solo cuando se consideran útiles, pero no consumen demasiadas energías de
aprendizaje de parte de los estudiantes. Ellos pasan su tiempo trabajando
con ideas, asuntos y personas.
264
TAREAS SIGNIFICATIVAS
Como todos canalizamos nuestras energías hacia aquello que considera-
mos importante para nosotros, los maestros en la eco reconocen que deben
determinar de antemano qué tiene significado para sus estudiantes, organi-
zando sus actividades de aprendizaje sobre esa base. Ellos hacen muchas
preguntas a sus educandos; los observan en el patio de recreo, en el campo
deportivo y en el comedor. Se esfuerzan por conocer la cultura juvenil y el
trasfondo de cada uno de ellos. De esa manera, se ven facilitados a involu-
crarlos con inteligencia en la discusión de actividades de aprendizaje que no
solo perseguirán los objetivos que el maestro entiende importantes, sino que
lo harán utilizando las motivaciones que los estudiantes traen.
Los maestros también descubren las formas de alentar a los estudiantes a
obtener una «necesidad de saber». Ellos no son siempre lo suficientemente
maduros como para ser conscientes de lo que necesitan saber y, a menudo,
las necesidades que los motivan pueden no ser las más significativas para
un abordaje. Por lo tanto, los maestros en la eco son buenos en suscitar una
concientización y crear la tensión necesaria para proveer a sus estudiantes
una inquietud por conocer.
En la práctica, el aprendizaje en la eco se compone en gran parte de
la contribución de los estudiantes. Los maestros prestan mucha atención a
cómo comienzan una actividad en particular. Todo el tiempo se resuelven
problemas que los estudiantes han llegado a ver como valiosos y significa-
tivos, incluso si son los maestros quienes los han llevado a ver de esa forma
tal dificultad.
INTERACCIONES ABIERTAS
Ya debemos tener en claro que el aprendizaje en la eco no está caracte-
rizado por la acumulación de información ni por un abarcamiento completo
y secuencial de los materiales académicos, ni tampoco por la realización
de ejercicios intelectuales, sino por la discusión abierta, el cuestionamiento
audaz, la exploración intrépida, la humildad para arribar a las conclusiones,
la aceptación del fracaso en el proceso y los intentos fieles de amar a otros
LA BIBLIA
Las temáticas y principios bíblicos están siempre presentes en los es-
tudiantes, en los problemas a resolver, en el servicio que buscan brindar,
en las soluciones y conclusiones que alcanzan y en el efecto que esperan
que tengan en otros. Cualquier maestro podría hacer lo descrito hasta aquí,
pero solo un docente cristiano se interesa por aplicar la verdad bíblica al
conocimiento. Los asuntos y normas reveladas en la Biblia son siempre el
fundamento para generar los cuestionamientos, perseguir el conocimiento,
involucrarse en la tarea y evaluar las salidas al problema y los argumentos
finales.
REFLEXIONES SILENCIOSAS
Pocas escuelas, iglesias u hogares proveen tanto tiempo de reflexión.
Pocas veces se nos brinda la oportunidad de meditar en las implicaciones
de nuestro servicio o de contemplar el papel de Dios en este. En la eco se
da a los estudiantes, de manera regular, un tiempo para consideraciones,
autocuestionamientos y reflexiones acerca de lo que sucede a su alrededor,
sobre quiénes son, quién es Dios y qué hace él en el mundo. A veces tienen
un tiempo de silencio en la capilla o en las clases. El tiempo de reflexión
puede darse antes, durante o después de una actividad de aprendizaje par-
ticular. En ocasiones, resulta en salmos de adoración o llantos de conster-
nación. A veces, las respuestas son escritas, otras habladas y otras, tan solo
contempladas. En cada caso, el aprendizaje no es solo una actividad, sino
que incluye la reflexión interna de su significado.
EL PROPÓSITO DE LA EDUCACIÓN
Si el propósito de la educación es ayudar a los estudiantes a cuidar con
creatividad y de manera justa de la creación, es obvio que esta tarea implica
una práctica del conocimiento que tengan de ella. Ellos deben estar rela-
cionados con la creación para poder cuidarla. En ocasiones, los estudiantes
necesitan salir de la escuela para sus implicaciones prácticas. Como la crea-
ción es compleja y los estudiantes, finitos, deben ayudarse unos a otros para
su comprensión y adecuada administración.
266
Si Dios desea, además, que nos amemos y sirvamos unos a otros, ha-
ciéndolo también con él, el aprendizaje debe incluir obras que afecten a las
personas, que sirvan y las ayuden a satisfacer sus necesidades, y que requie-
ran la energía y la contribución de más de un individuo. No podemos estar
satisfechos solo con la información adquirida de los libros u otras fuentes,
sino que debemos usarla con el propósito de socorrer a alguien y cuidar de
la creación.
Para ser agentes de reconciliación en un mundo destruido, debemos es-
tar en �����������������������������������������������������������������������
él���������������������������������������������������������������������
, utilizar nuestro conocimiento con el fin de restaurar este quebran-
tamiento. No se trata de la tarea de un solo individuo, sino de todo el cuerpo
de Cristo unido. Resolver problemas a nuestro alrededor requiere nuestra
cooperación, involucramiento, exploración, discusión abierta, disposición
al fracaso, ánimo para levantarse e intentarlo de nuevo y una asunción de
los problemas como importantes.
Un componente final en el propósito de la educación implica un sentido
de asombro y fascinación que nos conduzca a adorar a Dios. ¿Qué lugar
mejor que el mundo para apreciar su poder, su amor y su actividad susten-
tadora? ¿Dónde comprenderíamos mejor su naturaleza en nuestro ser, que
en la reflexión silenciosa sobre quién es él, qué ha hecho y cuál es nuestro
lugar en su creación? Por lo tanto, nuestro profundo pensamiento y vínculo
con el mundo resultarán en asombro, fascinación y adoración. Tanto el vín-
culo como la reflexión deben tenerse en cuenta en un enfoque bíblico del
aprendizaje.
EL ESTUDIANTE
Cuando consideramos el significado de ser hechos a imagen de Dios,
apreciamos, una vez más, cómo las tareas de aprendizaje deben ser inten-
cionadas y permitir la acción de los estudiantes. Las actividades de apren-
dizaje en la eco cumplen con este objetivo. Resolver problemas y servir a
otros requiere de un pensamiento creativo de parte de los estudiantes. Los
tipos de proyectos en la eco también brindan a los estudiantes las oportuni-
dades para ejercer dominio. Son confrontados a tomar decisiones morales
en asuntos verdaderos de un mundo que los rodea.
El tipo de contribución de los estudiantes para determinar la naturaleza
y el curso de las actividades de aprendizaje en la eco, nos indica que sus
maestros reconocen la libertad y responsabilidad de los portadores de la
imagen de Dios. Cuando ellos exigen a los alumnos que pongan en práctica
lo que creen que es parte de la experiencia, están reconociéndolos como
criaturas de fe, llamados a ejercitarla. Los esfuerzos cooperativos estimulan
a los estudiantes a relacionarse unos con otros y depender unos de otros en
el trabajo en conjunto. Muchos de los proyectos y tareas en la eco dan a los
estudiantes la oportunidad de ser amorosos y misericordiosos, al satisfacer
las necesidades de los demás.
EL MAESTRO
¿Cómo nuestra comprensión del maestro ayuda a justificar tales acti-
vidades de aprendizaje? Podemos comenzar con algunas semejanzas entre
su estilo de enseñanza, descrito antes, y el de Jesús. Rara vez expuso Jesús
la verdad ante sus discípulos a través de un formato proposicional o de
conferencia. Por el contrario, hablaba de los problemas cotidianos, y sus
estudiantes se involucraban de manera personal con estos, antes de saber
cómo manejarlos. De hecho, su participación se convirtió en parte del méto-
do de aprendizaje. Él los involucraba en su ministerio y los llamaba a servir
en amor y verdad. Sus discípulos trabajaban unidos; incluso después de su
ascensión, acostumbraban a trabajaban en parejas. Sus tareas eran significa-
tivas y su trabajo estaba destinado a afectar a los demás.
268
Este enfoque hacia el aprendizaje permite también a los maestros ser
según fueron creados. Estos usan su pensamiento creativo para diseñar las
actividades de aprendizaje y reconocen sus limitaciones, aceptando la con-
tribución de sus estudiantes. Al no permitir que los libros de texto o la guía
curricular determinen todas sus acciones, ejercitan su libertad y responsa-
bilidad. La plenitud de su esfuerzo es un intento por enseñar de manera
redentora y contrarrestar la condición caída de la escolarización.
Además, se les ha asignado, a los maestros de la eco, el rol de profetas,
sacerdotes y reyes. El hecho de que los estudiantes sean tratados como por-
tadores de la imagen de Dios y se les confíe su responsabilidad, no es un
impedimento para que los maestros proclamen la verdad o ejerzan su auto-
ridad. Por el contrario, así como lo hizo el rey Jesús, utilizan su autoridad
para servir. Y a causa de las muchas posibilidades de que algo salga mal, los
maestros tienen una cantidad de oportunidades para cumplir con su papel de
sacerdotes. También ejercen como pastores, al observar con cuidado lo que
hacen sus estudiantes —aunque dándoles libertad y espacio—, corrigién-
dolos y protegiéndolos en sus esfuerzos y conduciéndolos a hallar nuevas
fuentes de verdad en la comunidad. Los maestros conocen tan bien a los
estudiantes, que pueden determinar qué tendrá valor para ellos. En resumen,
este enfoque demanda que los maestros cumplan con su llamado a practicar
su autoridad como portadores de la imagen de Dios. Si no lo hacen, esta
perspectiva fracasaría.
EL PROCESO DE APRENDIZAJE
¿Qué sucede con nuestras convicciones relacionadas al proceso de
aprendizaje? �����������������������������������������������������������
¿Refleja���������������������������������������������������
n el enfoque de las actividades de aprendizaje pro-
puestas por la eco? Creo que sí. Este emana, de manera intencional, del
marco teórico que plantea que el estudiante ha sido creado a imagen de
Dios. Si esa imagen está relacionada en algo con la forma en la que las per-
sonas aprenden, entonces permitir que ejerzan su creatividad, racionalidad
y responsabilidad, por ejemplo, ayuda en su aprendizaje.
Los maestros en la eco no están satisfechos con tan solo llenar con co-
nocimiento la mente de los estudiantes, sino que los alientan a involucrarse
en las necesidades de la escuela y la comunidad, a buscar la justicia en un
escenario real y a invertir toda su mente, alma y cuerpo en actividades que
lleguen al corazón.
Si la acción afecta las creencias y estas últimas dirigen la primera, en-
tonces las peticiones hechas a los estudiantes de la eco y la medida en la que
se les pide su involucramiento, debe relacionarse con nuestras convicciones
en esa área. Los proyectos en esta escuela proveen muchas oportunidades
para que los educandos solidifiquen sus creencias y las lleven a la práctica.
Y el hecho de que se les pida su injerencia en asuntos fuera de sus círculos
LAS MATERIAS
El hecho de que la Biblia sea aplicable a las cuestiones que los estudian-
tes persiguen y las conclusiones a las que llegan, refleja la creencia de que
la verdad bíblica es el marco para el aprendizaje. Además, la aplicación de
las Escrituras a estudios donde se involucran diferentes asignaturas, en un
intento de afectar de manera significativa a los estudiantes y a la comuni-
dad, indica que no existe en la eco la dicotomía sagrado/secular. El requisito
constante de aplicar el conocimiento a las experiencias de la vida, reconoce
la responsabilidad que conlleva el saber. Por último, la forma en la que los
maestros y estudiantes diseñan los proyectos u otras actividades indica la
comprensión de que la Biblia, la persona, la sociedad y las disciplinas aca-
démicas son fuentes válidas para el currículo y deben ser consideradas de
manera completa por los maestros a la hora de planificar las actividades de
aprendizaje.
270
atmósfera que aplaude el éxito y castiga el fracaso, engendra una identidad
basada en el desempeño personal.
Dar a todos los estudiantes, no solo a los brillantes y exitosos, el derecho
a explorar y a responsabilizarse por sus acciones, es también un acto de
gracia. No es un acción agraciada proveer las actividades de aprendizaje
que incentivan la creatividad, el servicio y la responsabilidad, solo a los es-
tudiantes capaces y cumplidores, y asignar trabajos sedentarios, sin ningún
resultado o efecto en los demás, a los menos capaces. Una vez más, se privi-
legia según el desempeño. Los estudiantes ganan o pierden su recompensa
en base a cuán bien les va.
Enfrentar y aceptar nuestras limitaciones y la de los estudiantes en la ta-
rea de encontrar soluciones a los problemas, cuando nos vemos incapacita-
dos para llevarla a cabo, es otra demostración de gracia. Cuando no tenemos
éxito, en especial en algo encomendado por Dios, nos sentimos, a menudo,
avergonzados y culpables. Padecemos por creer que hemos decepcionado a
Dios. Y, ciertamente, lo hemos hecho. Le desilusionamos debido a nuestro
pecado y limitaciones. Pero ese hecho debe conducirnos a la cruz, no a la
vergüenza y a la culpabilidad. Es más sana una atmósfera donde los defec-
tos son admitidos con libertad y en la que nos regocijamos en el amor que
Dios tiene por nosotros, que una donde solo podemos sentirnos satisfechos
con nosotros mismos si somos el «número uno».
La gracia en las actividades de aprendizaje no obliga a los estudiantes
a una respuesta correcta o «����������������������������������������������
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trillada��������������������������������������
»�������������������������������������
, sino que reconoce la valía de aque-
llas que no parecen ajustarse a la norma, trata con humildad las diferentes
conclusiones e intenta tomar cada una de estas como el paso inicial para
una nueva pregunta y una nueva búsqueda. La gracia no teme señalar los
errores y mostrar los peligros de seguir ciertas conclusiones, pero no juz-
ga las respuestas como correctas o incorrectas, asignándoles una nota. De
todos modos, las actividades de aprendizaje no deberían realizarse con el
propósito de asignar calificaciones. El maestro que utiliza los exámenes, las
asignaciones u otras actividades de aprendizaje con el propósito de obtener
las calificaciones para así informar a los padres, fracasa en la práctica de un
propósito aceptable para el aprendizaje y, sobre todo, en propiciar la ense-
ñanza en una atmósfera de gracia.
Puesto que las actividades de aprendizaje escolar están diseñadas para
ayudar a cumplir el propósito de la educación, la comprensión acerca de la
gracia viene junto a estos objetivos educativos. Creer que los niños pueden
cuidar de la creación y, por ende, proveerles oportunidades para hacerlo, es
un acto de gracia: esta creencia contrarresta todos los actos pecaminosos
que vemos cometer a nuestros niños. Tendemos a pensar con facilidad que
todavía no son capaces —son demasiado egoístas o tontos, y no pueden
marcar una verdadera diferencia—. En otras palabras, los menospreciamos.
No les brindamos lo que Dios les ofrece —el derecho y la responsabilidad
272
Un pensamiento lleno de gracia es muy diferente. El propósito para la
educación que surge de las normas bíblicas sigue vigente. Debido al peca-
do, nuestra habilidad para poner en práctica ese objetivo está empañado y
es inaceptable en cada dimensión. No podemos agradar a Dios con nuestros
esfuerzos, pero gracias a Cristo, somos capaces de comprender las normas
bíblicas y seguirlas. Sin importar lo torpes o egoístas que seamos. Mediante
la gracia, Cristo toma nuestro deseo de obedecer sus mandamientos, nues-
tras motivaciones caídas y nuestros débiles desempeños, para transformar-
los en algo aceptable y agradable a Dios. Es su justicia la que es aceptable,
la cual nos ha sido dada. Dios nunca dejó de tratar con nosotros como si
estuviésemos en la condición en la cual nos creo —un verdadero acto de
gracia— y nos llama a actuar como él con cada persona. Cuando hacemos
esto, reflejamos su identidad. Como confiamos en Jesús, no solo para sal-
vación, sino además para hacer nuestros esfuerzos educativos aceptables
delante del Padre, testificamos de su gracia, porque no hay otra forma en la
que intentaríamos educar según sus normas, sabiendo cuán lejos estamos
de vivir a su altura. Solo un loco o alguien que en verdad confía en Cristo,
intentaría educar a los niños a la manera de Dios.
274
24
MEDICIÓN, EVALUACIÓN Y
CALIFICACIÓN
CALIFICACIONES MINIMIZADAS
Por difícil que sea su aplicación en nuestra cultura moderna, la eco in-
tenta, con seriedad, restar importancia a las calificaciones. Como los maes-
tros reconocen los errores que pueden cometer al evaluar, ponen límites
rigurosos sobre su significado. Y debido a que reconocen la inevitable
subjetividad, incluso en los sistemas de evaluación más concienzudamen-
te objetivos, no se engañan a sí mismos pensando que esas calificaciones,
asignadas como respuesta al trabajo de sus estudiantes, son tan válidas y
confiables como a la mayoría le gustaría afirmar.
276
estas reglas. Además, no toda valoración tiene que ajustarse sí o sí a pará-
metros predeterminados.
Maestros y estudiantes determinan los criterios de evaluación al comien-
zo de la actividad de aprendizaje y los usan tanto para el proceso como para
el resultado final. Se toman en serio la responsabilidad, y no todo depende
de la calidad del producto. Este método dificulta que alguien esté holgaza-
neando hasta el final, ya que es poco probable que un estudiante obtenga
un gran resultado si presta poca atención al proceso. Aquellos que esforzán-
dose mucho y haciendo lo que deben, no producen un mejor resultado, no
serán penalizados de manera indebida. Además, si los estudiantes conocen
cómo les va durante el proceso, no se sorprenderán ni excusarán al final.
Gracias a su constancia, este tipo de evaluación los mantendrá con los pies
en el camino. No obstante, debemos ser cuidadosos en que este diseño no
se convierta en un factor determinante a la hora de definir las actividades
de aprendizaje.
unidos antes del comienzo de la actividad, tanto los estudiantes como los
maestros determinan el proceso de evaluación por los compañeros y el cri-
terio a utilizar. Aunque unos u otros pueden modificar estas características
como les parezca conveniente.
OBSERVACIONES
Los maestros observan a los estudiantes trabajando en varias situacio-
nes, con la intención de identificar la evidencia de su aprendizaje. Pueden
tener algunas anotaciones formales que verifiquen las conductas que de-
muestran el aprendizaje, aunque alguna especie de registro anecdótico in-
formal es de igual manera importante. Los docentes registran, en la medida
de lo posible, estas observaciones en situaciones reales o naturales, con el
fin de que sus estudiantes no intenten solo darles lo que esperan. En oca-
siones discuten sus observaciones con los alumnos con la esperanza de que
aprendan de esa experiencia de forma potencial. De esta manera, se los
desafía a reflexionar en el proceso de el aprendizaje, y no tan solo en el
resultado final y en la calificación resultante.
PORTAFOLIOS
Este enfoque evaluativo se presta al uso de portafolios para demostrar
el aprendizaje y los logros de los estudiantes. Aunque existen quizá muchas
formas de desarrollarlos, la idea es compilar la evidencia de los trabajos
estudiantiles que puedan utilizarse como evidencia del proceso educativo.
Partes tangibles de sus trabajos y muestras de su desempeño en varias ac-
tividades, son incluidas como prueba del aprendizaje —ensayos, dibujos,
resoluciones de varios problemas, presentaciones de proyectos, etcétera—.
Los artistas y fotógrafos utilizan sus portafolios laborales para eviden-
ciar sus habilidades. En la eco, los estudiantes los usan con el fin de mostrar
a sus padres lo aprendido y mantener un registro personal de su aprendizaje.
Los alumnos de mayor edad pueden usar su portafolios al solicitar un em-
pleo.
Los estudiantes escogen, en general, lo que incluirán en sus portafolios,
pero el maestro puede, en ocasiones, tener una razón específica para pedir-
les la incorporación de un trabajo en particular. El portafolio no es utilizado
de manera necesaria para generar una nota final, aunque a veces puede ayu-
dar a determinarla.
278
el determinado en circunstancias escolares habituales. En los escenarios de
la vida real, el criterio de evaluación puede ser difícil de definir y estar car-
gado de subjetividad. Debido a que tanto los maestros como los estudiantes
comprenden y aceptan ese hecho por igual, este es un medio valioso de
análisis y no una razón para molestarse por criterios confusos.
En la eco, este tipo de evaluación casi nunca conduce a una calificación,
al igual que otros tipos de estimaciones antes mencionadas. Una retroali-
mentación oral y escrita, aplicada a la vida de los estudiantes, es mucho
más importante para ellos que una puntuación. De hecho, añadir una nota a
este tipo de análisis puede arruinar la experiencia de aprendizaje, ya que si
esta se convierte en la motivación para la tarea, los estudiantes perderán la
perspectiva de hacerlo por su propio bien.
EXÁMENES
A causa de la forma en que los maestros construyen y usan los exáme-
nes, los estudiantes no sienten temor por estos ni permiten que controlen
sus vidas. Son organizados con cuidado para relacionarse con el contenido
del curso y el método educativo. Los estudiantes no estudian grandes ideas
para después enfrentarse con sus detalles y sus minuciosos eventos en un
examen. No tratan con un conjunto de pensamientos o habilidades en clase
para luego ponerse a prueba con otras reflexiones y aptitudes provenientes
de lugares misteriosos.
Los maestros elaboran exámenes que les permitan medir el aprendizaje
de sus estudiantes, pero también los diseñan para propiciar más instrucción
en su realización. El examen en sí mismo es percibido como otra experien-
cia de aprendizaje. Las preguntas son claras y justas, y a menudo tienen
un final abierto —en especial cuando las vivencias de aprendizaje tienen
esta característica—. Las interrogantes tratan con temas y habilidades de
importancia, y son formuladas de forma tal que inciten a los estudiantes a
usar su mente de manera racional y creativa, de acuerdo con sus etapas de
desarrollo. Los exámenes en la eco requieren, muchas veces, que los estu-
diantes de un paso más de lo estudiado en clase, aunque son cuidadosos en
este aspecto. El aprendizaje demanda que los estudiantes se esfuercen y los
exámenes abren un espacio para hacerlo.
Esta práctica es aceptable debido al cómo los maestros usan los exá-
menes en la escuela. Estos no son determinantes exclusivos y finales de la
evaluación. Los estudiantes tienen oportunidades, o a veces se les demanda,
de volver a hacer los exámenes —justificando de mejor manera lo dicho, re-
solviendo problemas alternativos, corrigiendo lo que hicieron mal la prime-
ra vez—. Con el objetivo de aumentar al máximo su aprendizaje, maestros
y estudiantes determinan los formas particulares de tratar con el fracaso o
el desempeño insuficiente en el examen. Más allá de la prueba, registran el
EL PROPÓSITO DE LA EDUCACIÓN
Cuando consideramos practicar ideas tales como restar importancia a
las calificaciones, aceptar el fracaso y tener múltiples oportunidades de de-
mostrar lo aprendido, debemos justificarlas, en parte, evidenciando que el
propósito educativo, señalado al principio, no puede confinarse a lo objeti-
vamente medible. Medir el aprendizaje es exigir, por definición, una cuan-
280
tificación. Un esfuerzo bastante «científico». La medición debe ser aplicada
sobre elementos calculables y a través de herramientas bien diseñadas que
cuantifiquen con cuidado la entidad, en base a medidas estandarizadas de
longitud, amplitud, altura, etcétera. La evaluación es un juicio sobre cómo
se sostiene la norma deseada según esos datos medibles. La calificación es
un sistema de símbolos que comunican los resultados del cálculo o de la
evaluación, lo que es provechoso y certero, siempre y cuando se trate de una
entidad cuantificable, estén las herramientas calibradas con precisión, el ojo
juzgador sea agudo y confiable, y los símbolos representen con legitimidad
el resultado de todo el proceso.
El primer problema obvio es que cuidar de la creación con creatividad,
en justicia, en amor y servicio a Dios y a los semejantes, convertirse en
agentes reconciliadores y estar en comunión con Dios, adorándole con fas-
cinación, no son tareas que se presten a la medición científica. Para estar
seguros debe existir una evidencia observable de estas cualidades, aunque
la prueba externa demostrada por personas caídas puede ser engañosa. Por
esta razón, aunque la Biblia sugiera que serán conocidos por sus frutos,
también dice que Dios mira el corazón y no la apariencia.
Reconocer con qué tratamos al perseguir el propósito de la educación,
demanda hallar las formas de atenuar los típicos modos absolutos en los
que los métodos «científicos» de medición, evaluación y calificación son
percibidos en las escuelas. Además, nuestros intentos de vivir a la altura de
las expectativas de Dios serán siempre deficientes, pero él no está midiendo
cuán bien lo hacemos para asignarnos luego una calificación en nuestro
registro eterno. Como el propósito expresado solo puede alcanzarse a través
de un viaje con Dios, la evaluación debe mostrar, a lo largo del camino, este
trayecto como un proceso —esa es la razón de la naturaleza circunstancial
y formativa del programa evaluativo de la eco—.
Como nuestra declaración de propósito sugiere con claridad nuestro
interés en alcanzar los propósitos más altos para la vida —aquello esta-
blecidos por Dios—, es comprensible que evaluemos a los estudiantes —
siempre que sea posible— en situaciones de la vida real, observando lo que
ellos hacen en cada circunstancia y examinando los resultados y frutos que
producen en medio de esos eventos. Si los exámenes han de tener un lugar
en el sistema, deben consistir en el tipo de actividades donde pedimos a los
estudiantes que hablen sobre las circunstancias de la vida real o eventos
relacionados con ella. Exigirles algo más que solo recordar información,
refleja la convicción de que el simple dominio de los datos no es suficiente
para alcanzar un propósito bíblico para la educación.
EL ESTUDIANTE
La naturaleza caída de los seres humanos y la forma en la que Dios trata
con nosotros, nos dan más razones para ser, en nuestros enfoques evalua-
tivos, circunstanciales y formativos. Nuestras limitaciones y pecaminosi-
dad están siempre ante nosotros. La clave para la vida, sin embargo, no es
vencer las imposibilidades o eliminar el pecado mediante una planificación
cuidadosa y una búsqueda del aprendizaje. Ese es el enfoque de la ley. La
perspectiva de la gracia, en el trato con los estudiantes, se basa en que cada
desempeño es una ofrenda de agradecimiento al Dios que nos salvó a pesar
de nosotros mismos, e incluso esa ofrenda, debe ser limpiada por la sangre
de Cristo, si queremos que sea aceptable para Dios.
Este reconocimiento sobre quiénes somos demanda un rechazo a abso-
lutizar el fracaso y el éxito, las notas de nuestra evaluación están grabadas
para siempre en nuestro ser, con el fin de que todos las vean. Porque no
somos juzgados, aceptados o usados por Dios de acuerdo con nuestras de-
rrotas o victorias. Más bien somos llamados a llevar su imagen, incluso
si lo hacemos de manera pobre a causa de nuestro pecado y aunque, por
momentos, causemos daño a otros. En ese proceso, Dios nos sostiene de
manera permanente a causa de Cristo. El enfoque evaluativo y calificativo
de la eco fue concebido para reflejar la verdad, aunque de manera débil y
defectuosa. Vale la pena mencionar, una vez más, que de la misma forma en
que el propósito para la educación no se presta para una medición científica
objetiva, tampoco lo hace el ser humano. No nos define lo que otros puedan
ver y medir de nosotros mismos. Somos mucho más de lo que la ciencia
puede manejar o comprender. Además, existen asuntos personales que solo
Dios y nosotros podemos apreciar. Por lo tanto, la autoevaluación ante Dios
es importante. Como somos seres dependientes, creados para amarnos y
apoyarnos unos a otros como un cuerpo, la evaluación y retroalimentación
de nuestros compañeros y colegas es tan válida como necesaria. De la mis-
ma forma, como los seres humanos fueron creados para vivir en el mundo,
es necesario evaluar cómo vivimos en él y no tanto analizar nuestras expe-
riencias en un ambiente artificial —las escuelas pueden ser, algunas veces,
el entorno menos natural para los estudiantes—.
EL MAESTRO
El enfoque de la eco hacia la evaluación y la calificación, reconoce
además la debilidad, las limitaciones y la pecaminosidad de los maestros.
Como no pueden confiar en que sus estudiantes lleven a cabo sus tareas lo
suficientemente bien, los maestros no pronuncian una evaluación absoluta
sobre sus estudiantes, sino que tratan de considerar las circunstancias y ser
flexibles, además de estar dispuestos a ser corregidos mediante el aporte de
los demás y responder en base a esa crítica. Es por eso que los estudiantes
participan, tanto en sus evaluaciones como en la de otros, y tienen además
múltiples oportunidades de demostrar su aprendizaje.
282
Para ayudar a los estudiantes y a los maestros a evaluar, tanto como sea
posible, los mismos intereses y de la misma manera, discuten de antemano
los criterios de evaluación y toman decisiones estructurales antes de comen-
zar el aprendizaje. Este debate preliminar designa otra forma de tratar con la
debilidad, tanto de unos como de otros.
Sin embargo, este enfoque no tiene el único propósito de tratar con la
condición caída de los maestros, sino que presenta oportunidades de exhibir
la imagen de Dios —de ser creativos, racionales, libres, responsables, con
dominio propio, y reconociendo sus limitaciones y dependencia como cria-
turas—. Este tipo de participación les permite ser lo que Dios quiere que
sean y cumplir de nuevo con su rol de reyes serviciales y no tiránicos, de
sacerdotes que tratan con el fracaso, de profetas que emiten juicios sobre el
aprendizaje y la calidad del trabajo de los estudiantes, y de pastores que los
conducen a la verdad, sabiendo dónde se encuentran y hacia donde deben
encaminarse.
EL PROCESO DE APRENDIZAJE
Dada la naturaleza dinámica del proceso de aprendizaje con todas sus
variables, es necesario que tanto el sistema evaluativo como el calificati-
vo sean flexibles y activos. Las múltiples oportunidades de enseñanza y
evaluación, el fracaso como incentivo para el aprendizaje, el análisis en
situaciones de la vida real, todos ellos reconocen la naturaleza dinámica y a
menudo incierta del aprendizaje.
El uso de portafolios —que incluyen muestras del trabajo estudiantil,
las cuales revelan el crecimiento y progreso educativo— evidencia cómo
los maestros en la eco perciben el aprendizaje como un proceso y no como
una mera acumulación de datos. Los productos que a veces resultan del
aprendizaje son usados, sin duda, en la evaluación, pero es el resultado del
proceso, no sus determinantes —como sucede a menudo cuando un pro-
ducto muy definido y con sus estándares predeterminados se les presenta a
los estudiantes como modelo—.
Los maestros de la eco utilizan las necesidades y tensiones naturales
que surgen de las actividades curriculares, con el propósito de promover
el aprendizaje. Por lo tanto, no utilizan los exámenes y evaluaciones como
mecanismos que motiven la participación de sus estudiantes. El hecho de
utilizar las pruebas como un medio para promover la instrucción y no tan
solo para medirla, evidencia un pensamiento certero acerca de la motiva-
ción y el aprendizaje. Este último representa una permanente actividad na-
tural que no debe ser inducida por los maestros con amenazas de exámenes
y calificaciones.
LAS MATERIAS
A primera vista, una visión acerca de cómo tratar con las materias puede
parecer irrelevante en materia de medición, evaluación y calificación. Sin
embargo, cuando regresamos a la verdad de un universo complejo, inte-
grado y a la vez diverso, donde los estudiantes deben explorar y ejercer
dominio, parece absurdo querer arribar a algún sistema de evaluación or-
denado, claro, bien estandarizado, organizado y comprendido. Lo que los
estudiantes estudian y la forma en que deben hacerlo no resulta tan claro ni
libre de imperfecciones. Por ende, la idea de que todo lo aprendido puede
ser medido por completo mediante métodos científicos, no es sostenible.
El análisis del mundo real sugiere una evaluación del desempeño de los
estudiantes en ese mundo. Por lo que este sistema tiene sentido si se aplica
a las circunstancias de la vida natural. Este proceso evaluativo demanda
observación y no tan solo la práctica de tareas escritas. El hecho de que la
vida requiera nuestra autoevaluación mientras transitamos por ella, apoya
la idea de que la evaluación del maestro no puede ser la única posible. La
variedad de formas en las que nos involucramos con el mundo sugiere una
variedad de métodos que las evalúen. Por lo tanto, incluso si la influencia es
indirecta, nuestra percepción de lo estudiado afecta aun la forma en la que
analizamos lo aprendido.
284
En primer lugar, aunque Dios evalúa —y nos ayuda a evaluar— las for-
mas en las que vivimos o no de acuerdo a su ley, siempre nos brinda nuevas
oportunidades para volver a intentarlo. Sus misericordias «se renuevan cada
mañana», su paciencia no tiene fin y su deseo de que avancemos es eterno.
La medición y evaluación que permite a los estudiantes intentarlo de nuevo
para obtener una nueva orientación y entonces seguir hacia adelante, apren-
der del fracaso y corregir los errores, refleja una actitud de gracia. Los enfo-
ques más formativos, que no solo permiten, sino que esperan que se revisen
y se practiquen nuevos intentos, están llenos de gracia.
En segundo lugar, el propósito de la evaluación divina es que nos mire-
mos a nosotros mismos y contemplemos a Dios. Como seres caídos, nues-
tras evaluaciones siempre mostrarán deficiencias. Pero estas no deben ser
motivo de desesperación, porque cuando llegamos a esa comprensión me-
diante una atmósfera de gracia, somos conducidos a mirar a Aquel que nos
ama y acepta en medio de este imperfecto desempeño. Vemos a Uno que
no nos afirma ni nos niega según nuestro desempeño, sino sobre la base de
su amor por nosotros y sobre el fundamento de Cristo, cuya perfecta obra
nos es acreditada. Esa misma gracia es demostrada cuando los maestros
interactúan con los estudiantes, de una manera que les da a entender que
son amados y aceptados, y cuando afirman que poseen valor más allá de sus
actos. Cuanto más vean los estudiantes que los maestros los aman, sea que
actúen bien o no, experimentarán mejor la realidad de que Dios lo hace de
la misma forma. Cuanto menos aprecien que son valorizados ante los ojos
del maestro, o de la escuela, según sus calificaciones, más experimentarán
un amor agraciado en vez de retributivo —que para nada es amor—.
Cuando los maestros prestan atención, en sus evaluaciones, a los fra-
casos y errores, y los usan para alcanzar un éxito final, están demostrando
gracia. Dios muestra su gracia mediante la forma en que convierte lo malo
en bueno y los errores en triunfos. Esa es la esencia de la redención. Los
docentes reflejan la gracia al momento en que se concentran en el desem-
peño deficiente de una tarea, con el fin de que sus alumnos tengan éxito en
la próxima asignación —en lugar de castigar el fracaso con una baja califi-
cación—. También ejercen la gracia cuando confían a sus estudiantes nue-
vas tareas de aprendizaje que conllevan responsabilidad, incluso después
de haber fracasado en una tarea previa. Dios no nos quita la oportunidad
de mostrar su imagen, a pesar de nuestro fracaso diario en esa tarea. Por
lo contrario, continúa colocándonos en lugares donde esa imagen debe ser
exhibida una y otra vez, especialmente en las circunstancias donde hemos
fracasado. Su deseo es que caminemos en su Espíritu, para que tanto nuestra
superación como nuestra insistencia testifiquen de su gracia. Por lo tanto, la
gracia demanda que se renueve por siempre el compromiso a los estudiantes
que han fracasado en una tarea o responsabilidad, y que no se les quite la
posibilidad de avanzar. No se les pedirá que asuman sus obligaciones o des-
286
AUTOEXAMEN Y APLICACIÓN
288
25
CONDUCTA EN EL AULA Y
DISCIPLINA
La conducta de los estudiantes está determinada sobre todo por sus pro-
pias decisiones, lo que representa una responsabilidad personal. Pero existe
un número de factores donde los maestros ejercen una influencia conside-
rable para afectar el comportamiento en el aula —la forma en que ven a los
estudiantes y cómo perciben sus responsabilidades, la naturaleza y relevan-
cia de las tareas de aprendizaje, la importancia del currículo e, incluso, el
propósito del sistema educativo—. En gran medida, la conducta en el aula
es afectada también por el nivel de dedicación que tienen los maestros hacia
sus estudiantes y viceversa, por su falta de compromiso o fidelidad con el
Señor, por si han podido convertirse en una verdadera comunidad, por la
manera en que manejan el fracaso, y por una atmósfera de gracia y perdón,
o legalismo y desempeño.
Hemos omitido, en este capítulo, cualquier referencia a un «sistema de
gestión» del aula o un enfoque completo hacia la disciplina. Los sistemas
de recompensa-castigo, y los medios de controlar a los estudiantes para un
comportamiento correcto, son claros reflejos de un sistema de creencias
—sobre la naturaleza humana, la relación de Dios con su pueblo y las rela-
ciones interpersonales— que contradicen las apreciaciones fundamentales
esbozadas en este libro. Por lo tanto, la eco basa su funcionamiento en un
marco diferente.
290
Las reglas existen para regular de manera positiva el funcionamiento
de un grupo extenso donde las personas conviven entre sí, pero nunca se
aplican de manera independiente a los estudiantes y sus circunstancias.
Los educandos no cumplen las reglas solo porque se han establecido, y los
maestros no los tratan como meros objetos regulados por el reglamento.
Cuando las normas parecen ser de poca ayuda o quizá dañinas, se dejan a
un lado. Son las personas las que determinan lo que sucede con los demás
individuos, no las reglas.
Los maestros conceden nuevas responsabilidades a los estudiantes y les
piden que respondan en consecuencia, con el propósito de que aprendan de
sus errores y obtengan el verdadero perdón. En la eco, no se pasa por alto
la mala conducta ni se ignoran los errores. Como los estudiantes son vistos
como portadores de la imagen de Dios que tienen plena libertad de elección,
son responsables por sus decisiones. Cuando estos deciden no vivir a la
altura de su compromiso o herir a otros, son tenidos por culpables y con-
frontados con su conducta y decisión. Solo los verdaderos delitos obtienen
un perdón verdadero, y los estudiantes son tratados con suficiente dignidad
como para llamar a un delito por su nombre. Cuando ellos los confiesan,
justifican el perdón, no solo el castigo. Así opera la gracia de Dios.
Los estudiantes son aceptados en la eco más allá de su conducta. Como
hemos mencionado, la escuela no tiene un programa que centre su atención
en el buen o mal comportamiento y que los motive a desear la aprobación
que resulta de un correcto proceder. Los buenos y malos sentimientos se
expresan de manera abierta y, por lo tanto, los individuos son afirmados en
su derecho de tenerlos. Esto no significa que sean correctos o justificables.
Solo reconoce la verdad de que se poseen.
Dios obra en nuestros sentimientos, por lo tanto, debemos hacer lo mis-
mo unos con otros. Permite que nos acerquemos a él con actitudes, senti-
mientos y conductas corrompidas —quizá una de las mejores oportunidades
para comprender y experimentar su gracia—, ya que su aceptación no de-
pende de un comportamiento admisible, el cual sabemos que nunca es apto,
sino que de todas formas nos recibe debido a la justicia de Cristo.
Cuando los maestros hacen lo mismo con sus estudiantes, testifican una
vez más de la realidad del Evangelio sobre el marco de la gracia. La conduc-
ta de los alumnos nunca es del todo aceptable, pues incluso la más pura de
sus motivaciones está contaminada por el pecado. Pero aquel que pertenece
a Dios y confiesa a él su comportamiento, es aceptado a causa de la obra y
el amor de Cristo. Por lo tanto, la aceptación es gracias a la obra de Cristo y
por la manera en que Dios creó a esos niños; no depende de sus capacidades
—o debilidades— para comportarse de acuerdo con las normas.
292
de manera personal —sea que resulte en un debate, en la aplicación de las
consecuencias de esa conducta, o en ambas—. El Jesús encarnado, aunque
tenía toda autoridad sobre el cielo y la tierra, había dejado su posición para
convertirse en uno de nosotros y en uno con nosotros. Él experimentó lo
que nosotros sentimos, vivió en nuestra compañía, nos sirvió, sufrió por
y con nosotros, nos enseñó, corrigió y condujo a un encuentro con Dios y
su gracia. Dio, guió y enseñó, pero no coaccionó ni sedujo. Nunca violó
nuestro ser creado, tratándonos como algo menos que humanos. Esta actitud
también crea una verdadera comunidad.
Por lo tanto, la eco confía en sus estudiantes y les confiere libertad y
responsabilidad. No son tan solo controlados, sino que toman decisiones
sobre su conducta y sus consecuencias, discuten sobre las políticas para el
buen funcionamiento de la clase y se espera que se traten entre sí como la
corona de la creación de Dios. Este enfoque incluye también la corrección
—de acuerdo con las normas de Dios— de aquellas conductas inaceptables,
o del maltrato entre ellos, provenientes de una naturaleza caída, sin dejar
de extender el perdón al ofensor arrepentido. Los maestros no tienen temor
de permanecer firmes ante los estudiantes que quieren desafiar su autoridad
y cruzar los límites. La disciplina correctiva se aplica cuando se considera
necesaria, pero siempre como una acción de gracia otorgada al que tuvo un
mal comportamiento. Estudiantes y maestros participan, por igual, en deter-
minar cómo la justicia y la misericordia se unifican al tratar con una ofensa.
Por último, los maestros y estudiantes, conscientes de su naturaleza caí-
da, entienden que la buena conducta exterior no es una señal suficiente de
una verdadera piedad. De hecho, puede convertirse en una fuente insidiosa
de orgullo y, por consiguiente, en pecado. Los «buenos» estudiantes no son
exhibidos ante los demás como ejemplos a imitar, y no siempre se aplaude
o recompensa el buen comportamiento. Aunque no deja de ser apreciado,
no se convierte en la fuente de aceptación de ningún individuo. Se les pide,
tanto a los estudiantes que mantienen una buena conducta como a los que
se portan mal, que examinen sus motivos y perspectivas. De nuevo, este au-
toexamen puede realizarse en un debate en clase o mediante la interacción
personal con los maestros.
PROPÓSITO DE LA EDUCACIÓN
Este funcionamiento de las aulas es con certeza un intento por reflejar
el carácter de Dios, ya que los maestros procuran relacionarse con sus estu-
diantes de la misma forma en la que Dios lo hace con su pueblo. Se espera
además que los estudiantes convivan de la misma forma, dándoles oportu-
nidades para que lo hagan.
Se llama a los estudiantes a cuidar de la creación cuando se los alienta
a formular y poner en práctica las políticas que administran los recursos en
el aula, así como aquellas enfocadas en el capital humano. Todo este asunto
de cómo tratar con las buenas y malas conductas, los compromete a com-
prender el significado de preocuparse de manera correcta por los demás y
por sus bienes.
Un aula donde el maestro enfatiza la vida comunitaria, la cooperación
y el servicio a lo demás, promueve una experiencia congruente con la idea
de amarse unos a otros. En un ambiente tal los estudiantes son llamados no
solo a cuidar de la creación, sino también de los demás. Se convierten en
«guardas de sus hermanos» al ayudarlos a establecer políticas razonables y
velar por su cumplimiento —o trabajando con aquellos que no siguen las
normas—.
Como siempre saldrá a relucir su condición de seres caídos, el trato con
los comportamientos erróneos provee el desafío de actuar como reconcilia-
dores. Los estudiantes que tan solo son castigados o recompensados por los
maestros, no aprenden a ser reconciliadores, sino que se instruyen en cómo
cumplir las reglas para no tener problemas u obtener un galardón. Aquellos
que confrontan las malas conductas de unos y otros, tienen la oportunidad
de actuar de manera redentora —en una relación sincera y misericordiosa
con el ofensor—.
Para que los estudiantes actúen de manera redentora, es necesario que
tengan una comunión con Dios. Ellos analizarán esa comunión una vez que
tengan que enfrentarse a otros con la verdad y extender o recibir el perdón.
Esta relación íntima con Dios debe tener lugar tanto en los momentos difí-
ciles y circunstancias adversas, como en los tiempos de bendición y bondad.
Por lo tanto, la oración es el medio adecuado para tratar con la mala conduc-
ta en un aula con estas características.
EL ESTUDIANTE
Un aula con un funcionamiento como el de la eco, demuestra sin duda
un esfuerzo por tratar a los estudiantes como portadores de la imagen de
Dios. Ellos son llamados a ser responsables en el ejercicio de su libertad
EL MAESTRO
Los maestros en la eco tratan a sus estudiantes de la misma forma en
que Dios los trata a ellos, como pecadores caídos que no tienen esperanza,
separados de su gracia, pero que deben ser tratados de acuerdo a la inten-
ción original de Dios en su creación. Los docentes se relacionan de manera
personal, no mecánica. Confían en que el Espíritu de Dios está obrando en
ellos y en los estudiantes, en vez de hacerlo en los sistemas de gestión. No
necesitan controlar más de lo que precisan pastorear.
El rol del maestro como pastor afecta de manera dramática el enfoque
hacia la conducta y la disciplina en la eco. Las herramientas del pastor son
su voz, su vara y su cayado. Muchos de ellos tienen además un perro ove-
jero. No cuentan con sistemas elaborados para el manejo de sus ovejas,
porque estas no están para ser «��������������������������������������������
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manejadas�����������������������������������
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, sino nutridas, protegidas y lle-
vadas a lugares donde puedan crecer —incluso al tratarse de criaturas �����
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ton-
tas», propensas a descarriarse y meterse en problemas—.
La voz del maestro en la eco resulta familiar, porque es escuchada a me-
nudo en conversaciones valiosas y abiertas, y no solo cuando los estudiantes
están por descarriarse o para aplaudir una buena conducta. La voz del maes-
tro expresa a sus estudiantes palabras de aliento y seguridad. El consuelo
y la seguridad pueden provenir de muchas maneras, pero las palabras de
afirmación y aliento —lo que podríamos llamar palabras agradables— son
una de las más importantes. Estas sugieren que las ovejas (estudiantes) son
296
amadas por el pastor (maestro), sin importar cómo se comporten. Al igual
que los pastores, los maestros llaman a sus estudiantes de vuelta al redil
cuando comienzan a extraviarse.
El pastor usa su vara para corregir a la oveja que causa problemas con
consecuencias para ella y las demás. Cuando estos animales reconocen al
pastor y aprenden que este se preocupa por ellas, un simple sonido de la
vara es suficiente para volverse de su locura. Una palabra de advertencia
puede ser a menudo suficiente en la eco, a causa de la relación que se ha
desarrollado entre maestros y estudiantes. Pero la vara de la disciplina solo
es usada si es necesario —cualquiera sea la forma que adopte—, para que
los estudiantes sepan, en términos claros, que no deben seguir por el camino
peligroso. Ignorar el uso de la vara es permitir de manera descuidada que
los estudiantes se dañen a sí mismos y quizá a todo el rebaño al arrastrar a
otros en su extravío.
El pastor, además, usa su cayado para confortar a las ovejas, atrayéndo-
las a él en una relación íntima. Lo usa para acercar a un recién nacido que
se separó de su madre, para atraer a las ovejas de a una para un examen
cuidadoso y para guiarlas, colocándolo con suavidad contra el costado del
animal para encaminarlo por la senda correcta (Keller, 1970). El cayado del
pastor de la eco puede ser, una vez más, las palabras de aliento, un abrazo
sobre el hombro, un toque en la cabeza, la relación con sus estudiantes
fuera de la escuela, o cualquier otro medio que sirva para crear una relación
de intimidad con el maestro y con sus compañeros, y para guiarlos por el
camino correcto.
El perro ovejero ayuda al pastor a movilizar a las ovejas hacia mejores
pastos, manteniéndolas allí, eludiendo a los intrusos que quieren dañarlas y
proveyéndoles un sentido de paz. El perro ovejero es leal y está comprome-
tido con el pastor y las ovejas, siempre vigilante, asegurándose que nadie
les haga daño (Keller, 1983).
De alguna forma, quizá los maestros somos más semejantes al perro
ovejero que al pastor. Como Jesús es el buen pastor de todos los niños
que asisten a nuestras aulas, tal vez deberíamos vernos tan solo como sus
asistentes. Y aunque llevemos la metáfora un poco lejos, la habilidad del
maestro para estructurar tareas de aprendizaje significativas contribuye a un
sentimiento de paz en el aula, con el fin de prevenir a los estudiantes ante la
posibilidad de un descarrío.
Los estudiantes que participan en actividades valiosas hacen aquello
para lo que fueron creados y, por lo tanto, experimentan un sentido de sha-
lom. Las buenas tareas son pastos frescos y la participación en un servicio
significativo tiende a evitar problemas, a medida que la energía se emplea
de manera positiva. Sea que la metáfora haya ido demasiado lejos o no, es-
tructurar las experiencias de aprendizaje en un ambiente seguro y mediante
EL PROCESO DE APRENDIZAJE
Como hemos mencionado antes, nuestras convicciones con respecto a
la imagen de Dios, operan en el ámbito del comportamiento y la disciplina
en el aula. Los estudiantes necesitan abordar los problemas de conducta a
nivel del corazón. Ellos se exponen a situaciones donde está involucrado su
comportamiento y el de otros, y es necesario que le den sentido, que decidan
qué hacer con ello y que actúen en base a esas conclusiones. Las necesida-
des de la clase, así como las personales, tienden a reflejarse en conductas
inaceptables, pero la participación en actividades significativas canalizan
esos comportamientos de manera positiva.
Nuestras convicciones acerca de la motivación también son evidentes en
el enfoque de la conducta en el aula. La estructura reconoce que los estu-
diantes necesitan seguridad. Las reuniones y debates les permiten encontrar
y perseguir caminos que conduzcan a la paz y al shalom. El rol de los maes-
tros como pastores y no como tiranos, también produce seguridad y shalom.
Como a la hora de cuestionar la conducta en el aula se toma en cuenta las
necesidades y objetivos de los maestros y estudiantes, las políticas están
diseñadas para alcanzar, en ambos, dichos propósitos.
Como existen muy pocos incentivos o amenazas externas que alienten el
buen comportamiento, hay una mayor probabilidad de que los estudiantes
hagan lo correcto guiados por el deseo de agradar a Dios. Cuando se sienten
seguros, desafiados, alentados y perdonados, pueden experimentar el amor
de Dios. También son liberados de la necesidad de protegerse a sí mismos,
siendo capaces de responder a Dios impulsados por el amor, más que por
el miedo. El valor de la cooperación por encima de la competencia o el
individualismo, impacta tanto la conducta en el aula como el rendimien-
to académico. Cuando las personas cooperan, hay seguridad y estabilidad,
compañerismo y la búsqueda de objetivos comunes, y una identidad más
allá de la individual. Este tipo de participación es congruente con el diseño
que Dios creo para el ser humano.
LAS MATERIAS
Las materias parecerían estar poco relacionadas con la conducta y la
disciplina en el aula, pero si hemos estructurado el currículo y las expe-
riencias de aprendizaje de manera correcta, sin duda serán de influencia.
Cuando los estudiantes participan en el aprendizaje de conocimientos que
son de su interés, es poco probable que se porten mal. Lo mismo sucede
298
cuando los maestros diseñan actividades de aprendizaje para impactar a las
personas que son importantes para ellos.
Cuando un docente pide a sus alumnos que conecten las ideas de una
materia con las de otra, en especial cuando están relacionadas con sus pro-
pias vidas, es probable que se comporten como deben, en respuesta a estar
experimentando el mundo como en verdad existe. Siempre que entendamos
el universo como Dios lo diseñó, es probable que nos interesemos en él; y
no hay que observar mucho para darse cuenta que los estudiantes tienen una
mejor conducta cuando participan en algo que les interesa.
El mundo está lleno de necesidad, los estudiantes vastos de ideas y expe-
riencias, y las ramas del conocimiento colmadas de conceptos y explicacio-
nes valiosas. Cuando los maestros usan estas fuentes diversas para el diseño
curricular, es probable que los educandos participen de forma intencional en
la actividad de aprendizaje, en vez de intervenir de manera apática y buscar
las formas de crear problemas. Las aplicaciones cuidadosas y en conjunto
de estas fuentes invitan a respuestas significativas. Por el contrario, si pre-
tendemos una a expensas de las otras, convocaremos a los estudiantes a
desvincularse.
Al final, por supuesto, nada que un maestro caído pueda dar por un es-
tudiante caído satisfará la justicia de Dios; solo Jesús puede hacerlo. Pero si
somos llamados a representar la imagen viva de Dios, quizá tenemos el reto
de pensar qué sacrificios son necesarios de nuestra parte para mostrarles el
significado de la cruz de Cristo. Puede que tengamos que inmolar nuestra
eficiencia, control y comodidades —todo lo que proveen la mayoría de los
sistemas para el control de la conducta y la disciplina— para así caminar en
la agonía personal de los niños que se portan mal. Si queremos compren-
der y compartir el dolor de un niño que crea problemas al maestro y a los
demás, debemos actuar como Cristo, sacrificando nuestra comodidad para
sentir su quebranto.
Adentrarnos en la vida de los niños problemáticos hace que resignemos
nuestra posición y bienestar. A veces, corregirlos puede llevarnos a renun-
ciar a ser correspondidos por su amor. Cualquier esfuerzo por tratar con
ellos como verdaderos seres humanos, en vez de elementos a controlar, nos
costará tiempo y energía, y es probable que nos coloque en una situación de
inseguridad con respecto al resultado —por la pérdida de control sobre las
circunstancias—. Puede incluso valer nuestra reputación —o trabajo— si la
relación con estos niños no produce el resultado que otros demandan.
Y en cuanto al «�����������������������������������������������������
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espíritu���������������������������������������������
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que podría inspirar y establecer un compor-
tamiento más aceptable, nos vemos limitados, una vez más, a brindarlo en
algún modo a nuestros estudiantes. Solo el Espíritu Santo puede hacerlo y
él se mueve como desea en la vida de una persona. Pero nosotros podemos
y debemos ofrecernos como ejemplos vivos. Explicar a los estudiantes por
qué se espera que actúen de un modo determinado y demostrar el significa-
do de perseguir la rectitud y fracasar, como lo hacemos de forma constante.
No pretendemos decir con un ejemplo vivo, una persona capaz de hacer
todo como se debe, sino aquella que con gratitud hacia Dios intenta hacer
lo correcto, pero fracasa y descansa en la justicia de Cristo. Eso es gracia.
Ese es el Evangelio. Eso es redención. ¿Cómo encontramos esta realidad
en enfoques hacia la disciplina diseñados para controlar a los estudiantes
y exigirles obediencia con la expectativa de que la lleven a cabo? No es
posible, porque no se puede.
Cuando esperamos que los estudiantes persigan los buenos deseos de
Cristo que vive dentro de ellos, los empoderamos para que busquen la rec-
titud, en lugar de los deseos pecaminosos que todavía poseen. El espíritu
que da poder proviene de la forma en que se lo otorgamos a los estudiantes,
al no centrarnos en lo que está mal en ellos, sino intentando explotar lo
bueno —la imagen de Dios y, para los creyentes, la persona de Cristo que
vive en ellos—. Si los tratamos como portadores de la imagen de Dios, los
invitamos y esperamos que vivan como tales —al igual que lo hace Dios—.
El espíritu recto de los estudiantes proviene además del papel del maes-
300
tro como el pastor que ayuda a la oveja herida a ponerse en pie, permitién-
dole vivir y madurar como Dios desea. Una oveja herida es aquella que
habiendo quedado patas arriba, no puede levantarse. Es muy probable que
haya escogido un lugar cómodo para recostarse —como la suave hierba de
una hondonada— y sin darse cuenta haya rodado demasiado—. Mientras
más patalea para intentar levantarse, más complicada es su situación. Si
permanece así por mucho tiempo, morirá. Los gases empiezan a acumularse
en su rumen y se corta la circulación en sus miembros. Para enderezarla, el
pastor no puede solo tomarla y ponerla de pie, sino que debe primero vol-
tearla sobre su costado, hablarle con suavidad y levantarla de forma lenta,
frotándole las piernas para que recobren su circulación. Una vez que está
de pie, puede que la oveja aún no tenga el equilibrio suficiente, por lo que
al intentar caminar cae desplomada y necesita ser levantada de nuevo. Con
tiempo, aliento y paciencia, la oveja caminará sin problemas y estará feliz,
capaz de continuar alimentándose y creciendo.
Los estudiantes que causan problemas en el aula a menudo están heri-
dos y sus almas necesitan ser restauradas. Su naturaleza caída hace que se
encuentren abatidos, en un hoyo e incapaces de levantarse y seguir adelante
—en ocasiones es producto de sus malas decisiones, pero a veces es por
haber rodado un poquito más cuando se sentían cómodos o porque algunas
circunstancias que no pudieron controlar los arrojaron allí—. Los maestros
en la eco no ponen de pie a esos estudiantes a través de gritos que hacen que
se levanten y se porten de manera adecuada, porque esta acción no participa
en la «restauración del alma». Ellos imitan al pastor. Siempre están ob-
servando a estos estudiantes para encontrarlos antes de que sea demasiado
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sus miembros adoloridos, hablándoles con un tono alen-
tador, incluso si los regañan, y levantando al estudiante —no una vez, sino
todas las que sean necesarias—.
302
26
LA ESENCIA DE UN HACEDOR DE
DISCÍPULOS: CAMINAR CON DIOS
304
a caminar con él. Los alumnos pueden aceptarlo o rechazarlo, pero si, como
maestros, caminamos con Dios, les daremos a probar al menos un poco de
esa vida. El resto es obra del Espíritu Santo. Nosotros estamos llamados tan
solo a mostrar, de manera humana, la realidad divina.
Nada en ella puede ser comprendido fuera de esta gracia. Lo que pensamos,
creemos y hacemos —todo se funde allí—. Si la gracia no abarca todas las
cosas, no es entonces la gracia de Cristo.
Esto implica que si somos seguidores de Jesús, las personas deberían
ver cómo emana del centro de nuestra existencia la gracia viva de Dios. Él
o ella tendrían que experimentar la gracia que proviene de nuestras manos
y nuestros labios —en especial si estamos desprevenidos—. Pero claro, no
podemos brindársela a otros a menos que en verdad sea la esencia funda-
mental de nuestra existencia. No existe ninguna forma de desbordar nuestro
ser en otros, si no bebemos a diario, una y otra vez, de la copa de la gracia de
Jesús. Nuestra habilidad de otorgar gracia, depende de cuánto de ella hemos
recibido. Cuando se otorga poca gracia es porque se ha recibido poca. Con
la misma lógica, recibir mucha gracia significa otorgar mucha de ella. Creo
que este concepto nos sugiere, como maestros, unas cuantas cosas.
Antes que nada, debemos enfrentar y aceptar nuestro propio pecado y
nuestras faltas y limitaciones como maestros. No podemos confiar en que
estaremos en lo cierto todo el tiempo. Aunque sepamos más que nuestros
estudiantes, tenemos la misma condición de caídos que ellos y dependemos
de la gracia de Dios cada día, al igual que ellos. No podemos recibir gracia
sin entender cuán frágiles y arruinados estamos por el pecado. Esto nos hará
confesar con facilidad nuestras debilidades y pecados, cuando sea necesa-
rio, y a no tener una estima más elevada de lo que debería estar. Examinar
nuestros corazones al comenzar, durante y al finalizar el día, es una buena
forma de recordar cuánto la gracia de Jesús nos sostiene en cada momento.
No es posible reconocer la esencia de la gracia, sin saber y admitir la esen-
cia de nuestro propio pecado. El conocimiento sincero de la raíz de ambos
es inseparable.
Pero vivir en gracia no es tan solo estar agradecidos por el perdón de
nuestros pecados. La gracia de Jesús también nos da la libertad para vivir
una vida abundante —radicalmente diferente—, para asumir riesgos, con-
fiar en las personas, tener pensamientos creativos, viajar a lugares donde
otros no se atreverían a ir, alcanzar a personas que otros no intentarían al-
canzar, ser felices o estar tristes y llenos de pesar. Nos permite experimentar
emociones, amar sin desear nada a cambio, vivir con la perspectiva correcta
en todas las cosas, a pesar de que el mundo, la carne y el diablo quieran
oponerse con sus normas. Una infusión de gracia nos posibilita a vivir con
plenitud, al igual que Cristo. Si volvemos a las definiciones sobre el concep-
to radical, citadas antes, veremos que la gracia de Jesús es tan radical que
toda nuestra vida debe ser vivida de una manera muy diferente.
306
LA GRACIA TAMBIÉN ES PERTURBADORA
Sin embargo, quien quiera adentrarse en ella, debe saber que vivir por
la gracia de Jesús es también muy perturbador. Después de todo, si vamos
a ser tan diferentes y a oponernos a todas las influencias filosóficas que nos
rodean, no solo estaremos incómodos, sino que haremos que aquellos que
nos rodean también lo estén.
La gracia que Jesús otorgó era muy perturbadora, en especial para el
sistema religioso y para aquellos que creían estar haciendo lo correcto. Los
de mejor conducta, cumplían mejor las reglas y mantenían una imagen, en
general, intachable ante los demás espectadores; aunque en realidad resis-
tían su gracia y la describían como impía y perversa. Ellos lucharon con
indignación contra ella.
La gracia cobra vida cuando las cosas salen mal, las personas meten la
pata o parece que la justicia no prevalece. Si todo está limpio, pulcro y or-
denado, si los estudiantes se portan bien y hacen lo que se les pide, la gracia
no se manifiesta —se queda en casa, durmiendo—. Cuando los maestros
tienen todo bajo control y cada una de las cosas salen como quieren, no
tienen necesidad de la gracia y, por ende, no la mostrarán nunca —¿por qué
necesitarían hacerlo? La ley es suficiente para mantener todo en calma —en
la superficie—.
Si la gracia se hace presente y toma el control, alterará en primer lugar
todo lo que de manera eficiente, aunque falsa, «mantiene las cosas en su lu-
gar». Cuando nos sentimos seguros y cómodos con la forma en que maneja-
mos nuestra vida, no necesitamos de la gracia, pero cuando esta se convierte
en la raíz de nuestra existencia, es mejor que nos cuidemos —la vida está a
punto de ponerse de cabeza—.
Debido a la naturaleza de la gracia, las personas no obtienen lo que me-
recen, sino algo mucho mejor. Cuando experimentamos una circunstancia
donde alguien recibe algo más sobresaliente de lo que en realidad merece,
nos oponemos declarando que no es justo. Después de todo, se supone que
las personas alcancen lo que meritan o ganan. Cada vez que nos esforzamos
por obtener el favor de Dios o el de los demás, esperamos recibirlo. Hemos
cumplido nuestra parte del contrato y es hora de que Dios cumpla la suya.
Si no nos hemos ganado su valía, es probable que queramos ofrecer una dis-
culpa que nos libre de las consecuencias merecidas. Cualquiera sea el caso,
esta mentalidad dice: «Has esto y obtendrás aquello.» Puede que anhelemos
justicia cuando se trata de otras personas y, a su vez, pretendamos escabu-
llirnos de su aplicación en nosotros, en ambos casos esta cosmovisión opera
según la ley y la justicia, en lugar de hacerlo en base a la misericordia y la
gracia. Cuando los eventos no suceden según este pensamiento, nos descon-
certamos a causa de que la vida parece no sigue el curso esperado.
308
niña tiene acceso a todo en el castillo real. Son el deleite del rey y heredarán
no solo la totalidad de las arcas reales, sino además su autoridad para gober-
nar. No existe duda sobre su identidad y viven en el hogar más seguro de la
Tierra. El príncipe o princesa no tiene que ganar su sustento. Por derechos
de nacimiento, todo le pertenece.
La forma en que vivimos —como huérfanos, fugitivos, empleados, hijos
o hijas— revela nuestra más profunda respuesta a la cuestión de la identi-
dad. ¿Qué dicen nuestras vidas? Si vivimos como huérfanos, fugitivos o
empleados, no hemos experimentado aún la gracia redentora de Jesús. Si,
por el contrario, vivimos como hijos o hijas en los cuales el Rey se deleita,
hemos abierto nuestras manos y corazones para recibir la gracia que con
tanta tenacidad Jesús nos ofrece.
La gracia nos hace libres para experimentar la imagen de Dios puesta
en nosotros. Dios ha dejado bien en claro que fuimos creados a su imagen.
Eso significa que los demás deberían ver un reflejo de Dios en nosotros
—una expresión de su carácter, amor y esencia—. No existe la posibilidad
de que algunos de nosotros posean esa imagen y otros no. Lo que importa
es hasta qué punto y en qué dirección la vivimos, lo cual está determinado
por el grado en que experimentemos la libertad que nos ha sido dada por la
gracia de Jesús.
Con la caída, Adán y Eva no perdieron la imagen de Dios, sino la habili-
dad para practicarla de la forma en la que él la había concebido. Cuando la
Biblia dice que Jesús vino a restaurar lo que se había perdido, no se refiere
tan solo a la salvación de los perdidos, sino a la renovación y capacitación
de las personas para vivir su propósito original.
Separados de la fe en Cristo, estaríamos limitados a lo que podamos
lograr a través de nuestras propias habilidades y determinación. Nos encon-
traríamos, en realidad, atados al viejo hombre, a la carne, y sería lo único
con lo que contaríamos para producir nuestros esfuerzos. Recibir la gracia
de Jesús por medio de la fe, significa liberarnos de esa limitaciones. Ahora,
somos libres para ser lo que Dios quiere que seamos y se nos fue dado el
poder para ejercerlo mediante la presencia activa del Espíritu Santo.
Estamos capacitados para explorar de nuevo, con asombro y fascinación,
el resto de la creación. También podemos gobernarla (ejercer dominio) con
cuidado, sensibilidad y gratitud. Somos aptos para amarnos unos a otros y
tenernos una firme confianza. Poseemos la potestad para entender que más
allá del fracaso o del triunfo, Dios busca siempre nuestro bien. Disfrutamos
de la facultad de arriesgarnos, invertir y sacrificar, y podemos vivir en un
abandono imprudente y una confianza total en Dios, porque sabemos que él
es nuestro todo.
310
INVITADOS A VOLVER A CASA
Nuestra resistencia e incapacidad para confiar en Dios, debe haber roto
su corazón, como ocurrió antes con Adán y Eva; pero él no está frustrado
ahora, como tampoco lo estuvo entonces. Su deseo y su búsqueda de no-
sotros es incesante. Su invitación para que confiemos en él y regresemos a
«casa», aunque ya no sea al Edén, es sincera y continua. Él anhela que sus
hijos vuelvan a casa.
El corazón de Dios es una herida de amor abierta. Le duele
nuestro distanciamiento y preocupación. Lamenta profundamente
que no nos acerquemos a él. Se aflige porque lo hemos olvidado.
Llora por nuestra obsesión por la grandeza y el pluralismo. Anhela
nuestra presencia.
Y te está invitando a ti —y a mí— a volver a casa, a regresar
al hogar donde pertenecemos, a retornar a nuestra morada para ser
aquello por lo que fuimos creados. Sus brazos están completamente
abiertos para recibirnos. Su corazón está ensanchado para albergar-
nos.
Durante demasiado tiempo hemos estado en un país lejano: un
país de ruidos, prisas y multitudes, un país de ascensos y empujo-
nes, un país de frustración, miedo e intimidación. Y él nos da la
bienvenida a casa: un hogar de serenidad, paz y gozo, un hogar de
amistad, comunión y franqueza, un hogar de intimidad, aceptación
y afirmación.
No tenemos por qué estar tímidos. Él nos invita a la sala de estar
de su corazón, donde podemos ponernos pantuflas viejas y compar-
tir libremente. Nos invita a la cocina de su amistad, donde la charla
y la masa se mezclan de formas divertidas. Nos invita al comedor de
su fortaleza, donde podemos tener un banquete para deleitar nues-
tro corazón. Nos invita al estudio de su sabiduría, donde podemos
aprender y crecer y estirarnos… y hacer todas las preguntas que
queramos. Nos invita al taller de su creatividad, donde podemos ser
colaboradores con él, trabajando juntos para determinar el resultado
de los eventos. Nos invita al dormitorio de su descanso, donde en-
contramos nueva paz y donde podemos estar desnudos, vulnerables
y libres. Es también el lugar de la más profunda intimidad, donde
conocemos y somos conocidos de forma plena.
(Foster, 1992: 1-2)
312
es probable que él nos invite a juntar los ingredientes para una ensalada y
crear una. O decirnos: «Si tienes la receta de tu postre favorito, usa todo lo
que precises y prepáralo. Me encantará comer lo que desees elaborar para
nosotros.» Cuando estamos en su cocina, somos invitados a participar en la
preparación del banquete que pronto disfrutaremos juntos.
La conversación en la cena siempre incluye algo de alabanza y agra-
decimiento por el delicioso sabor de la comida. Es un momento apropiado
y placentero para halagar al anfitrión. Estas actitudes son muy apropiadas
también cuando nuestro Padre es quien nos ha invitado.
Disfrutamos en todo nuestra comida juntos. En general, las conversacio-
nes comienzan a volverse más serias y, al final, decidimos movernos para
otra habitación con el fin de seguir conversando. Podemos llevarnos el café
o el té de nuevo a la sala de estar, o quizá al estudio, a medida que los temas
de conversación tienden a ser más profundos.
Cuando recibo huéspedes en mi casa, vienen, en general, con preguntas
guardadas en sus mentes y queriendo saber qué respuestas les daría. En
ocasiones, son asuntos preocupantes; a veces tratan de circunstancias que
han cautivado sus pensamientos, sus sueños o visiones. Siempre buscan una
contribución de parte del anfitrión, en este caso yo. De igual manera, vamos
al estudio de la casa de nuestro Padre, después de disfrutar de un satisfac-
torio banquete. Podemos hacer preguntas importantes e interactuar sobre
asuntos de peso que ocupan nuestras mentes y corazones.
A veces, en estas conversaciones, surgen pensamientos creativos, pla-
nes, formas de avanzar en nuevas aventuras o retos. Estamos en un lugar
donde podemos asociarnos con nuestro Padre, de forma creativa, en la tarea
de alcanzar el llamado a vivir su carácter, el cual ha sido colocado en noso-
tros. Podemos ser aprendices por un tiempo o incluso tomar la iniciativa en
estos esfuerzos. Cualquiera sea el caso, el tiempo con el Padre para pensar,
planificar, evaluar y crear, son partes importantes de nuestra estadía en el
«taller» al que Foster hace referencia.
Al final, cuando la noche se ha desgastado, nos encontramos agotados y
con necesidad de descansar. En la casa de nuestro Padre, él no nos conduce
a cualquier habitación, ¡ nos lleva a la suya! En un dormitorio, existen dos
cosas fundamentales que suceden —dormir y tener intimidad de pareja—.
Es aquí donde podemos bajar la guardia y descansar en completa paz y, es
también aquí, donde conocemos y somos conocidos de la forma más plena
y misteriosa. Nada se detiene de ninguna de las dos partes. Podemos estar,
como dice Foster: «desnudos, vulnerables y libres» (Foster, 1992: 2).
Podemos sugerir que, si queremos conocer el íntimo amor del Padre,
este debería ser para nosotros un enfoque común de la oración. Y si pre-
tendemos experimentarlo, no tendríamos que hacer más que regresar con
frecuencia a casa, para estar con él de esta forma, en oración.
314
el alumno. Pero de nuevo, es el instructor quien comienza y pone todo en
movimiento.
Como maestros en la escuela, ¿nos comportamos como si el Espíritu
Santo enseñara en nuestras aulas de esa forma?
El baile también tiene un ritmo y, de nuevo, es el profesor el que lo en-
seña, aunque el alumno tiene la tarea de incorporarlo. Hay un tiempo para
entrar y uno para vacilar. En materia de música, existe un momento donde
la nota debe ser tocada y otro en el que debe reinar el silencio y el descanso.
El ritmo musical y el movimiento crean juntos algo hermoso, en lo que los
bailarines, y sus espectadores, encuentran gracia, paz y plenitud. Es un acto
de shalom, en el que todo es como debería. El shalom implica un ritmo de
acción y descanso, así como sucede en el baile y la educación. Los maestros
que no comprenden este concepto están atados al agotamiento y al enojo, a
la apatía y a la ira. El aula es para ellos muchas cosas, pero nunca una pista
de baile.
Por último, un baile es a menudo un acto de celebración. Puede expre-
sarse para festejar algún evento en particular como, por ejemplo, una boda.
Los bailarines experimentados bailarán porque el simple acto de sus movi-
mientos es una alabanza a la vida y una imagen de la verdadera comunión.
Es también, a menudo, una oportunidad para que los amantes expresen su
unidad a través del baile. Algo así es digno de una verdadera fiesta. El Es-
píritu Santo celebra la presencia y existencia de los estudiantes y maestros.
¿Participamos también nosotros, con plenitud, en esta celebración?
Por otro lado, también somos socios en el taller. Hacemos juntos la obra
que Dios nos ha encomendado a hacer. Hay un socio principal —así como
existe un maestro de baile— que conoce el trabajo: qué se debe hacer y
cómo hacerlo de manera más eficiente. El socio minoritario tiene la misma
tarea, pero también mucho que aprender sobre ella, de hecho, no es capaz
hacerla solo. La motivación, el poder, y el coraje para llevarla a cabo pro-
vienen de la unión con el socio principal. Tiene la libertad de fracasar e
intentarlo de nuevo, porque su socio tiene siempre todo bajo control y no
dejará que se rinda, menos aún pensará en despedirlo. Este socio principal
está, de manera inexplicable, ligado a su compañero, por lo que el socio
minoritario encuentra infinitas oportunidades para seguir intentándolo.
El Espíritu Santo tiene una gran mente y le encanta involucrarse en la
nuestra. Cada acto creativo de nuestras mentes recibe su afirmación, porque
sabe que esa creatividad es un reflejo del carácter del Padre. Y esa es una
de sus funciones, ayudarnos. Cuando no usamos bien nuestra capacidad
creadora, nos instruye y, de ser preciso, nos corrige. Pero nunca intentará
limitar su uso solo por ejercerla de forma incorrecta. Su motivación es que
si somos realmente socios participemos, cooperemos, nos comprometamos
y nos rindamos a su dirección, con el propósito de que el trabajo sea hecho.
Las cosas que creamos en el aula nunca son perfectas y él lo sabe. Pero
gracias a la unión que el Espíritu tiene con el Padre y con el Hijo, él enviará
lo producido al Padre, a través del Hijo, para que sea purificado y perfeccio-
nado. Es por eso que puede alentarnos a no tener miedo de avanzar con la
obra. ¡Cuando esta se ofrece al Padre mediante Jesús, es impoluta!
Por último, este socio nos conduce a una relación de reposo. Él conoce
bien nuestra fragilidad y nuestras debilidades y sabe que el Padre desea
que descansemos. El descanso no es solo un recurso para cuando estamos
demasiado cansados para seguir, este estuvo destinado a ser parte del ritmo
de la vida cuando Dios la creó.
Sin embargo, resulta difícil de aplicar en nuestras vidas. Hay mucho que
hacer como para descansar. Vivimos en una cultura —incluso la cristiana—
que valora más la productividad que cualquier otra cosa, y el descanso no
parece cumplir con ese requisito —no tiene nada que mostrar—. Además,
nos asusta un poco, ya que si nos detenemos puede que comencemos a exa-
minar lo que sucede en nuestro interior y que debamos enfrentar nuestros
demonios y almas vacías —vacías, en parte, por no tomarnos nunca un
tiempo de descanso—.
Jesús dice: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo
os haré descansar.» (Mateo 11:28). Él sigue hablando acerca de un «descan-
so para vuestras almas» (vs. 29). Debe haber tenido en mente algo más que
vacaciones, aunque estas son una opción legítima de descanso. Dios dice a
través de Isaías: «En descanso [regresando a mí] y en reposo seréis salvos
[…]» (30:15).
«Venid a mí» y «regresar a mí» son movimientos hacia Dios. Estar en su
sola presencia parece conducirnos a reposar. Y es eso justo lo que él quiere
para nosotros.
Cuando el Espíritu nos guía a su presencia, nos guía al reposo. Cuando
solo acudimos a Dios para nuestras peticiones —lo que está muy bien que
hagamos—, o incluso cuando tan solo vamos en agradecimiento —lo que
es igualmente bueno—, no encontramos siempre descanso. Una oración tal
es más una labor —aunque muy placentera— que un reposo.
El reposo del que hablan Jesús e Isaías está relacionado con permane-
cer en Dios, deleitarse en su presencia, confiar con el tiempo en él y creer
que también él se deleita en nuestra presencia. El Espíritu Santo es el que
nos ayuda a aceptar esto como bueno, correcto y agradable para Dios. Sin
la comunión —compañerismo— del Espíritu, es muy probable que todos
caigamos presos de los problemas de «productividad» y «desempeño». Con
el Espíritu es deseable y placentero sentarnos bajo un árbol por estar una
hora con Dios, sin necesidad de decir nada. Estar juntos es una bendición,
es refrescante y nos da descanso. Este es el «descanso del alma» del que ha-
blaba Jesús y la «salvación» que expresaba Isaías. Sin el Espíritu, estaremos
316
ocupados en nuestro interior, sin importar si estamos tranquilos por fuera.
UN RESUMEN
Para enseñar de manera redentora, un maestro debe vivir de esta ma-
nera. A menos que la realidad de la redención haya renovado la vida perso-
nal del maestro, la implementación de las ideas presentadas en este libro,
relacionadas con la enseñanza redentora, serán solo un nuevo conjunto de
técnicas. Algunas de utilidad, pero que dudo que conduzcan a la inculcación
de una forma de vida que moldee a nuestros estudiantes.
318
27
TRAYÉNDOLO A LA VIDA, DE MANERA
INDIVIDUAL Y EN CONJUNTO
320
amor, porque la Biblia dice que el amor y el temor no pueden
coexistir; el verdadero amor echa fuera el temor—. ¿Cómo la
relación con mi padre terrenal moldea mi experiencia con mi
Padre celestial?
• ¿Qué sé realmente sobre la comunión (compañerismo) con el
Espíritu Santo? ¿Alguna vez he pensado en mi relación con él
en términos de un baile? ¿En verdad lo veo como un socio en
mi trabajo? ¿He pensado alguna vez en él como aquel que me
lleva a descansar? Haz los comentarios que desees acerca de es-
tas cosas.
AVANZANDO JUNTOS
Cuando consideras confiarte a otros y que otros se confíen a ti, es impor-
tante tener en cuenta tanto a las personas con las que puedes trabajar como
las prácticas en las que te relacionas. Ambas son importantes.
LAS PERSONAS
Si te gusta trabajar con otros, quizá te sientas tentado a acudir con pron-
titud a aquellas personas que ya conoces y con quienes te sientes cómodo.
Es muy probable que acudas a tus mejores amigos. Quisiera sugerirte que
no te apresures, sino que comiences orando, pidiéndole al Señor que te guíe
y que abra tus ojos y tu corazón para apreciar a la persona que él preparó
de antemano para acompañarte en el trayecto. A veces, Dios nos reserva
algunas sorpresas.
Te aconsejo que busques a dos personas más con quienes comprometerte
a trabajar y compartir unos a otros sus vidas y experiencias durante el trans-
curso del año. Formarán una tríada que se convertirá en un lugar seguro
para ti a medida que continúas. Deben ser personas en las que sientes que
puedes confiar, que piensen de un manera que te es útil y que estén dispues-
tas a entregarse por defender sus pensamientos. No es necesario que sean
como tú, o incluso que piensen como tú. Sin embargo, es imprescindible
que tengas la seguridad de que el Señor ha orquestado la composición de
esta tríada. Estas personas constituirán tu pequeño «círculo de confianza»
—un término tomado de Parker Palmer (2004)—.
Estas personas pueden o no ser tus colegas en la escuela. Si lo son, tam-
bién pueden convertirse en una tríada de trabajo con el fin de implementar
los conceptos de enseñanza en el libro —los que serán descritos más ade-
lante—. Pero no es necesario que sean colegas de tu escuela; y para esta
parte del trayecto tal vez prefieras que no lo sean. Eso depende de ti. Lo que
debes evitar es embarcarte en esta aventura solo.
LAS PRÁCTICAS
El nombre círculo de confianza es apropiado, ya que juntos se con-
vertirán en un lugar seguro para explorar y compartir sus viajes hacia la
intimidad con Dios y donde es posible confiar y ser digno de confianza en
lo que respecta a compartir sus vidas y no tanto a querer solucionar cada
situación o salvarse unos a otros. Los círculos de confianza no son grupos
de terapia. No son grupos de estudio. No son confesionarios. Su función es
permitir y alentar a todos los participantes a explorar su relación con Dios
y compartirlo con personas que están transitando el mismo camino, y que
pueden preguntar y ofrecer reflexiones que ayuden a los demás a escuchar,
de forma más clara, la voz de Dios.
A medida que formas este grupo, necesitas establecer algunos paráme-
tros. A continuación, sugeriré algunos, pero tú estás a cargo y debes decidir
qué hacer:
• Seleccionen un lugar de encuentro, cómodo y agradable, donde
no sean interrumpidos ni se distraigan.
• Reúnanse una vez al mes por un período de tiempo que sea fun-
cional —mi sugerencia es una hora u hora y media—.
• Véanse unos a otros como colíderes, con las mismas responsa-
bilidades y tareas.
• Decidan un formato a seguir para compartir sus historias —de
eso se tratará, de compartir sus historias—. Pueden decidir cen-
trarse en una persona cada mes o dividir el tiempo para que com-
partan los tres en cada encuentro.
Al compartir sus historias, existen unas cuantas reglas básicas:
• Todo lo que se diga debe ser confidencial, a menos que alguien
esté revelando algo perjudicial para sí mismo o para otros. Las
cosas que suceden en ese tiempo no deben discutirse con otros
colegas, ni con sus cónyuges.
• Están ahí para escuchar y para influir en las historias del otro. El
silencio es algo bueno y en ocasiones, no debe ser quebrantado.
• Puedes hacer preguntas que te ayuden a aclarar algo o a la per-
sona que comparte la historia, pero no debes intentar aconsejar,
arreglar, corregir o instruir a los demás a medida que responde.
Si las cosas empiezan a tomar esa dirección, la tercera persona
en la tríada es responsable de intervenir y detenerlo.
¿De qué van a hablar? Sugiero que comiencen compartiendo cómo se
sienten al hacer esto. Entonces, pueden conversar —según el formato que
hayan escogido— acerca de las cosas que aprendieron al responder a las
preguntas de autoexamen. Ese será un proceso continuo. Contar la historia
322
puede ser fácil, pero participar en las historias de otros será más difícil. El
tipo apropiado de participación que podemos tener es el siguiente:
• Preguntar: «¿Cómo estás experimentando a Dios en todo esto?».
• Decir: «Cuando escucho tu historia veo a Dios revelándose a sí
mismo y su carácter en ti».
• Expresar: «Tu historia me recuerda a este evento, personaje o
pasaje en la Biblia».
• Hacer preguntas diseñadas para permitir que aquellos que com-
parten su historia puedan aclarar su pensamiento y profundizar
en estos para encontrar a Dios.
• Estar en silencio.
• Orar, invitando a Dios a llevar al que contó la historia a profun-
dizar más en su ser, dándole lo necesario para hacerlo y utilizán-
dolo para revelarse a sí mismo.
Por último, dos veces al año, es bueno utilizar una de las sesiones para
repasar y evaluar las cosas más significativas que han ocurrido en el grupo,
teniendo en mente, de ser necesario, lo que necesita ser cambiado. No pre-
cisan seguir adelante si no está resultando útil.
324
adecuado, piensa con cuidado cuál es la razón. Es poco probable que cam-
bies tus prácticas si no tratas con los motivos subyacentes que te han con-
ducido a hacer lo que haces. Las siguientes preguntas pueden ayudarte en
tu razonamiento:
• ¿Es solo que nunca lo habías visto de esta manera?
• ¿Es contrario a tu entrenamiento y experiencia como maestro?
• ¿Tienes miedo de perder el control o que no funcione?
• ¿Alguna figura de autoridad te ha orientado a hacerlo de otra
manera?
• ¿Pi�����������������������������������������������������������
ensas que tus compañeros, quizá tus estudiantes —y en espe-
cial sus padres— pueden resistirse a un enfoque con un carácter
más redentor?
• ¿No sabes cómo hacerlo?
• ¿Te resistes, por lo general, a los cambios y evitas los riesgos?
PLANIFICANDO EL CAMBIO
326
• Falta de recursos —todos los antes mencionados—.
• Tradición.
• Estructura de las rutinas escolares.
• Guías curriculares y manuales del maestro.
• Resultados esperados en las pruebas de rendimiento.
Cualesquiera que sean tus barreras personales, sería bueno que las iden-
tifiques y las pongas por escrito.
rrón o en las hojas de papel, al igual que lo hicimos con los de Sir Wiggins.
El grupo compara sus problemas con los del perro. Cuando identifican uno
de sus problemas con alguna o algunas dificultades de esta mascota, utilizan
sus aparentes soluciones alocadas como un trampolín para solucionar las
suyas. Es notable cuántas ideas aplicables surgen de lo que pareciera ser una
simple tontería. Estas soluciones pueden entonces convertirse en parte del
plan para superar las barreras que impiden una enseñanza más redentora.
IMPLEMENTANDO EL CAMBIO
No existe en verdad una fórmula ingeniosa para implementar cambios.
Ayuda pensar, lo suficiente y con cuidado, en todo el proceso y tener por
escrito un plan. Además de las ideas presentadas hasta el momento en este
capítulo, es probable que necesites algo de lo siguiente:
• Los pasos que darás.
• Un cronograma.
• Una forma de evaluar los que está sucediendo a medida que im-
plementas y completas tu nueva práctica —un diario sería útil
328
en este proceso, y sería además una manera formal de evaluar el
éxito de tu nuevo enfoque—.
• Alguien comprensivo que ore, trabaje contigo y te ayude a eva-
luar lo que sucede —un colega sería maravilloso, pero no siem-
pre es posible—.
• El coraje para fracasar, si es que sucede, y el compromiso y con-
fianza en el amor del Señor para levantarte, intentarlo de nuevo
o probar otra cosa.
AVANZANDO JUNTOS:
UN POSIBLE ENFOQUE EN EL SERVICIO
Suponiendo que la escuela esté interesada en implementar las ideas de
este libro —un supuesto de gran tamaño e importante para lo que veremos
a continuación—, ofrezco algunas sugerencias sobre cómo proceder juntos.
Es importante recordar que estas son solo ideas que vienen a mi mente. Es
crucial que como portadores creativos de la imagen de Dios, sigan las ideas
que provienen de sus pensamientos. Si las mías les ayudan en un comienzo,
bien. Si, por el contrario, conciben algunas mejores, úsenlas.
Si cada maestro implicado ha estado realizando su autoexamen, sus re-
sultados pueden ser utilizados como punto de partida para los grupos más
pequeños que necesitarán trabajar juntos. O puede establecerse un enfoque
diferente en un grupo reducido de maestros que enseñen la misma área de
conocimiento, o en el mismo nivel de grado, o que decidan trabajar juntos
en una de las cuatro esferas de sus clases. Los docentes deben decidir, por sí
solos, cuál es la mejor manera de agruparse y qué nuevas prácticas o ideas
quieren implementar.
Aunque no intento promover la venta de mis libros, la lectura de En-
señanza redentora es un requisito inevitable. No se logrará mucho si los
maestros implicados no han estado expuestos a estas ideas ni han tenido
tiempo para digerirlas. Los administradores y funcionarios de las escuelas
deben proveer este libro y crear una estructura razonable para que los maes-
tros le den lectura antes de comenzar.
El curso —o el semestre— puede comenzar con una discusión general
sobre el contenido, sobre el significado que tiene para la escuela como un
todo, acerca de las cuestiones que sin duda surgirán, si las ideas son to-
madas con seriedad, las preocupaciones e interrogantes que surjan y una
medida razonable de compromiso para seguir adelante.
Los maestros pueden ser designados para trabajar en grupos de tres. Los
equipos pueden constituirse de diferentes maneras —siendo el criterio más
importante, sentirse cómodo con sus otros compañeros de equipo—. Se
acepta la autoselección, la asignación por materias, por niveles de grado
—ya sea de un mismo nivel o no— o cualquier otro método. Las personas
involucradas deben decidir cuáles son las mejores opciones de funciona-
miento y estar abiertos a cambiar su estructura después de un prudente pe-
riodo de prueba.
Cada maestro debe optar por una idea a implementar; incluso, puede
ser beneficioso si no escogen la misma. Por supuesto, también lo será si
lo hacen —una vez más, la decisión es tuya—. Hay ventajas y desventajas
en ambos casos. Por más que parezca viable, cada maestro debe pensar
en las sugerencias hechas en la sección «Implementando el cambio». Las
330
preguntas: ¿qué?, ¿y qué? y ¿ahora qué?, deben aplicar a la consideración
de cualquier idea nueva que se quiera implementar. Estas son preguntas im-
portantes que pueden ser discutidas en las tríadas, cada vez que un miembro
desarrolla un plan con el fin de establecer una idea.
Los equipos deben mantener reuniones formales, una vez al mes, e in-
formales, tan a menudo como quieran. La administración de la escuela debe
facilitar estos encuentros, sin añadir a los maestros más cargas de tiempo
y responsabilidad. Ya sea que esto signifique destinar un tiempo del profe-
sorado para reunirse con el equipo cada mes; crear un grupo de voluntarios
que asuman las clases por los maestros —con el fin de que estos puedan tra-
bajar juntos en los planes de implementación—, crear un calendario escolar
que provea tiempo para planificar, debatir y evaluar el proceso, o lo que
sea necesario. Los maestros deben disponer de tiempo. Sí, es trabajoso y
tal vez su práctica resulte dolorosa, pero es una gran declaración para los
docentes y para todos en la escuela —incluyendo a los estudiantes— sobre
cuán importante es seguir pensando y planificando en una institución edu-
cativa que pretende revelar la redención del evangelio en la forma en la que
opera.
Las reuniones deben proveer oportunidades para que cada miembro de
la tríada cuente su historia en lo concerniente a las cosas que ha sucedido en
su intento de implementar una idea. Es importante que sus oyentes no traten
de cumplir una función de críticos y evaluadores, tratando de «instruir» al
maestro en cómo mejorar. Su papel como oyentes es ofrecer apoyo, aliento
y oración. Escuchar puede demandar un retraimiento de la labor docente con
el propósito de apoyar a sus colegas —déjenme advertirles que este cambio
no resultará sencillo—. Nuestras vidas como maestros se han definido, por
mucho tiempo, en ordenar a otros qué hacer, encontrando las respuestas co-
rrectas y controlando todo para su «buen funcionamiento». A estas alturas,
ya saben que esa no es mi definición sobre la esencia del aprendizaje, sino
que más bien se trata de extraer de la persona lo que Dios ha colocado en
ella según su imagen divina. Es muy diferente —y desafiante—.
Puede destinarse una reunión mensual en el profesorado para interactuar
sobre lo que sucede en las aulas, a medida que los maestros proceden a
implementar sus ideas. Esta puede estructurarse de una multitud de formas,
pero la clave es asegurarse de que sea certera y alentadora —no un tiempo
para quejarse o reclamar—. Los problemas con la implementación son in-
evitables, pero la reunión debe ser liderada por alguien comprometido con
esas ideas y que no tenga miedo de enfrentar las dificultades.
Se podría distribuir en el profesorado, de manera personal y, quizá, a los
padres, un boletín trimestral para destacar «la enseñanza redentora que fun-
ciona en nuestra escuela». El propósito es alentar los esfuerzos y promover
nuevos pensamientos creativos. No solo tienen que ser historias de éxito. Y
CONSIDERACIONES FINALES
Quiero advertirte, en particular, sobre cómo tratar con la resistencia
mientras intentas avanzar. Puede que tú mismo te resistas a algunas ideas,
pero sin duda puedes esperar una resistencia inicial por parte de los es-
tudiantes, los padres e incluso de tus colegas. Por favor, presta especial
atención a los comentarios en el ítem «Barreras que puedes enfrentar» de la
sección «Planificando el cambio», discutido anteriormente. Espera resisten-
cia y responde de manera saludable para vencerla. En el ítem de la misma
sección, «Planificando superar esas barreras», doy algunas sugerencias.
También debes esperar tener éxito y fracasar, hacer modificaciones en
medio del proceso, sentirte bien o mal con relación a tus esfuerzos, disfru-
tar tu nuevo enfoque por algunos días y cuestionarlo luego con severidad.
Cuando el Espíritu Santo está a cargo, no siempre sabes que esperar. Por lo
tanto, trata de ser flexible y confiarle a él todas tus emociones y reacciones.
Sugiero, entonces, que aceptes el hecho de que modificar los valores y
el espíritu de tu escuela, para que refleje con más plenitud la esencia de la
redención, es un proyecto a largo plazo. Incluso, pensar en términos de
cómo enseñamos en lugar de pensar qué decimos en ella, es una revisión
que amerita tiempo. Sé paciente —contigo mismo, con tus estudiantes, con
los padres y con tus colegas—.
Por último, ¡recuerda que lo estás haciendo surge de tus profundas
convicciones, no porque se trate de nuevas técnicas o formas de satisfacer
al administrador de tu escuela! Si no puedes poner en práctica lo que crees,
la vida no vale mucho. Sé fiel a tus convicciones y defiéndelas —incluso si
debes cruzar dieciséis carriles de tráfico—.
Te deseo bendiciones por leer, por pensar, por intentarlo y por amar a tu
Señor, a tus estudiantes y lo que haces.
332
ENSEÑANZA REDENTORA 333
AULAS LLENAS DE GRACIA Y VERDAD
334
APÉNDICE
CAMINANDO LA MILLA
Todo comenzó antes de que el timbre sonara. Un niño irrumpió en el
aula de Jane con la noticia:
—¡Ayer mataron al tal King! —dijo con excitación—. ¿Por qué le dis-
pararon a ese King?
—Hablaremos sobre eso —prometió Jane, y lo hicieron después de rea-
lizar el primer ejercicio. Cuando los niños contaron lo que habían escu-
chado, Jane les preguntó qué sabían ellos sobre los negros. En el pequeño
pueblo de Riceville, con una población de ochocientos noventa y ocho habi-
tantes y escasas granjas a sus alrededores, no habían negros. En los libros de
textos escolares no se los mencionaba ni se mostraba foto alguna de estos.
Lo que los niños podían decir venía, en gran parte, de sus padres, parientes
o amigos.
Un mismo patrón resurgía con rapidez de sus respuestas. Los negros
no eran tan listos como los blancos. No eran tan limpios. Peleaban mucho.
Nada de esto fue dicho de una manera maliciosa, sino con una clase de
ostensible desdén.
Jane pidió a los niños que definieran algunos conceptos como prejuicio,
discriminación e inferior. Eso no fue difícil, ya que habían estudiado estos
conceptos con anterioridad. Entonces habló sobre las cosas que no le eran
permitidas hacer a los negros en varias partes del país. Esta vez todos se
mostraron compasivos. Sintieron pesar por las personas negras. Pensaban
que no era justo que fueran tratados de manera diferente. Para entonces, ya
habían tenido suficiente sobre el asunto.
Mientras Jane veía como se desarrollaba esta actitud de compasiva indi-
ferencia, recordó la plegaria de los siux que había planificado enseñarles a
los niños ese día: «¡Oh Gran Espíritu!, ayúdame a no juzgar nunca a nadie
hasta que haya caminado una milla con sus mocasines.» Ellos caminarían
esa milla, pensó para sí.
«¿Cómo creen que se siente ser una niña o un niño negro?», le preguntó
a la clase. «Es difícil saberlo, no es cierto, a menos que experimentemos
en verdad la discriminación en carne propia. ¿Les gustaría averiguarlo?»
La perplejidad de los niños era evidente hasta que les explicó en detalles
lo que quería decir. «Supongamos que dividimos a la clase en dos grupos,
los que tienen los ojos azules y los que los tienen marrones. Supongamos,
además, que solo por hoy el grupo de los niños con ojos azules será inferior,
y el lunes lo haremos a la inversa. ¿Les gustaría intentarlo?» Hubo un grito
de entusiasmo y aprobación. Para algunos, esto significaba escapar de la
rutina. A otros, les pareció un juego divertido.
336
LA CLASE DIVIDIDA
La clase estaba compuesta por diecisiete niños con ojos azules, tres con
ojos verdes y ocho con ojos marrones. Para que los grupos estuvieran más
parejos, los niños con ojos verdes se juntaron con los de ojos marrones.
Entonces, dijo Jane: «Hoy, los niños con ojos marrones son superiores a los
de ojos azules. Son más limpios y más inteligentes». Los niños de ojos ma-
rrones comenzaron a mirarse unos a otros con asombro. De la otra parte, los
niños de ojos azules se movían con inquietud. «¿Recuerdan los niños con
ojos azules lo que se les enseña?», preguntó Jane a la clase. Hubo un coro
de noes por parte de los niños con ojos marrones. Comenzaban a entender
cómo funcionaba el juego. Uno de los muchachos de ojos marrones que
estaba sentado cerca de uno de sus mejores amigos —de ojos azules— le
lanzó una mirada fulminante de desprecio. Así de rápido comenzó.
Las reglas para ese día fueron bien explicadas. Los niños de ojos marro-
nes podrían seguir usando el bebedero del aula, como siempre. Los niños de
ojos azules tendrían que usar vasos de papel.
—¿Por qué? —preguntó una niña con sus ojos azules muy abiertos por
el enojo.
Un niño de ojos pardos tenía la respuesta:
—Porque podríamos contagiarnos de algo.
Jane continuó:
—Los niños de ojos marrones tendrán cinco minutos más de recreo.
Irán a almorzar primero, podrán elegir a sus compañeros para la fila del
almuerzo y podrán servirse más si lo desean. Los niños de ojos azules no
podrán hacer ningunas de estas cosas. ¿Quiénes deben sentarse al frente en
el aula? —preguntó.
—¡Los ojos marrones! —gritaron los niños con ojos pardos.
Hubo gran alboroto mientras reorganizaban sus mesas y sillas hacia esta
nueva ubicación.
Y entonces Jane siguió diciendo:
—A los ojos azules no les estará permitido jugar con los ojos marrones,
a menos que sean invitados. Y les sugiero a los ojos marrones que piensen
con seriedad antes de invitar a algún niño de ojos azules para jugar con
ustedes hoy. Puede que no les importe, pero ¿qué pensarán sus amigos de
ojos marrones?
Una vez establecidas las reglas, Jane pasó a las actividades escolares
normales del día. Cuando algún niño de ojos marrones se equivocaba en
la lectura en voz alta, ella lo ayudaba, pero cuando el que lo hacía era un
niño de ojos azules, movía la cabeza con desaprobación y le pedía a algún
niño de ojos marrones que leyera el pasaje de la manera correcta. Cuando
un niño de ojos azules, esperando por su turno para leer, doblaba con ner-
viosismo la esquina de la hoja del libro, Jane le mostraba el libro a toda la
clase. Y preguntaba:
—¿Los niños de ojos azules cuidan las cosas que se les dan?
—¡No! —gritaban placenteros los niños de ojos marrones.
338
Ellos reaccionaron de manera tan intensa ante la discriminación
como lo habían hecho los otros. La única diferencia real fue que
los niños de ojos azules, que ahora eran «superiores», eran menos
despiadados en su trato con los subordinados que lo que habían
sido con ellos. ¿Era esto el resultado de haber experimentado la
discriminación en carne propia, eran capaces de identificarse con el
grupo «inferior» y compadecerse de ellos? Esperaba que así fuera,
aunque no podía asegurarlo.
LA GRAN MENTIRA
Al terminar ese día, Jane concluyó el ejercicio diciéndole a la clase que
todo había sido una mentira. —¿Creen que en verdad el color de sus ojos
determina el tipo de persona que son?—preguntó.
—¡No! —gritaron todos.
Las tensiones vividas esos dos días de ejercicio estallaron como un em-
balse, dando lugar a una inundación. Rio con ellos, confortó a aquellos que
lloraron de alivio y casi llora al ver que los muchachos que habían estado
separados, a causa del color de sus ojos, jugaban juntos y felices; las niñas
lloraban de alegría y abrazaban a sus amigas, las cuales pensaron que ha-
bían perdido para siempre.
En los días sucesivos, Jane condujo a los niños a través de amplios de-
bates acerca de lo que habían aprendido y, por último, pidió a cada niño
que escribiera una composición sobre la experiencia. Luego de recibir las
interpretaciones de sus alumnos, dijo:
Dice Jane:
Antes de haber concluido, estaba convencida de que de que los
niños habían aprendido muchísimo del ejercicio y que su aprendi-
zaje permanecería.
Este hecho ha sido confirmado por los padres.
UN PUNTO DE PARTIDA
Desde entonces, Jane Elliott ha repetido su ejercicio de «El día de la dis-
criminación» con otras dos clases de tercer grado. En cada caso, los resul-
tados han sido los mismos. Mientras tanto, las noticias de lo que ella había
hecho se expandían más allá de Riceville. El año pasado la abc News pidió
su autorización para hacer un documental televisivo sobre «El día de la
discriminación». A los niños solo se les dijo que la clase sería televisada, su
reacción fue tan espontánea como habían sido las de los grupos anteriores.
Después de la trasmisión del pasado mayo, en el programa televisivo
llamado The Eye of the Storm [El ojo de la tormenta], cientos de cartas
provenientes de cuarenta y cuatro estados invadieron la escuela. Más del
noventa y cinco por ciento eran favorables.
Jane contó:
Leí a la clase la mayoría de las cartas, todas, excepto aquellas
que contenía los más bajos comentarios racistas. Sentí que los niños
debían saber que no todos estaban de acuerdo con lo que habíamos
hecho. Algunas personas opinaban que los niños actuaban, que no
podían sentirse inferiores o superiores de forma tan rápida. No les
culpo. Para mí fue difícil aceptarlo la primera vez. Pero ha sido así
repetidas veces. Supongo que esto prueba cuán susceptibles son los
seres humanos —en especial los niños— a una voz de autoridad.
Aún más pernicioso, esto ilustra cómo el resultado de la discrimi-
nación tiende a crear y a confirmar el prejuicio.
A Jane Elliott se le ha invitado a programas televisivos y se ha dirigido a
profesionales y a grupos docentes. Han habido elogios, por su ejercicio, de
parte de educadores y psicólogos. Fue nombrada, el pasado otoño, miembro
de un panel en la Conferencia de la Casa Blanca sobre Infancia y Juventud.
Jane dijo:
340
irracional. Soy maestra. Trabajo con niños. Es sencillamente donde
yo comencé.
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