Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El siglo XVIII
Desde el punto de vista histórico y cultural, el s. XVIII es uno de los períodos más
interesantes de nuestra historia. Ello contrasta, sin embargo, con el escaso interés que la
literatura de este tiempo ha despertado y despierta entre la crítica: el s. XVIII es la centuria
menos estudiada de nuestras letras.
Es cierto que, con respecto al s. XVII y a algunos autores del s. XIX, el s. XVIII no
ha producido figuras comparables: no hay un Cervantes, un Lope o un Galdós. Sin
embargo, escritores como el Padre Feijoo o como Moratín desempeñaron un papel muy
importante en el desarrollo de géneros como el ensayo y el teatro. Además, el registro
literario de la prosa culta del s. XVIII es el modelo que se impone hasta la actualidad.
¿Por qué, entonces, este olvido? En gran medida, a causa de diversos prejuicios
combinados. Por una parte, los Románticos, al irrumpir en la escena cultural y literaria del
s. XIX, se presentaron como innovadores revolucionarios por oposición a las letras del s.
XVIII, que consideraron poco originales. Hoy, en pleno s. XXI, seguimos compartiendo
algunos prejuicios románticos, como la originalidad artística como principal mérito de una
obra. Pero no es justo evaluar una época literaria como el s. XVIII con criterios estéticos
posteriores.
Además, la crítica decimonónica de la escuela de Menéndez Pelayo condenó las
novedades del s. XVIII como herejías «afrancesadas». Como es notorio, el s. XVIII
europeo está marcado por la Ilustración francesa y, en general, europea los ilustrados
ingleses e italianos también influyen en España. El movimiento, además de extranjero, es
marcadamente laico, incluso anticlerical. En el s. XVIII, los defensores de la ortodoxia
religiosa, y de la cultura y las letras tradicionales, ancladas en los modos del Barroco, se
opusieron a las innovaciones llegadas de Europa. Pero incluso en el s. XIX, Menéndez y
Pelayo enfoca la cultura desde un punto de vista marcadamente cristiano escribió, de
hecho, una Historia de los heterodoxos españoles, sobre la evolución de las ideas religiosas
ibéricas, en donde heterodoxo vale por ‘hereje’; por eso, no ve con buenos ojos el s. XVIII
hispano, que importa ideas liberales y laicas ajenas al tradicionalismo español. El resultado
es que, por este prejuicio religioso-moral, la crítica decimonónica condenó el arte literario
del s. XVIII, de manera notablemente injusta.
Desde finales del s. XVII, el sistema de creencias del Antiguo Régimen había
entrado en crisis: la concepción aún marcadamente religiosa de la realidad sobre todo en
los países de la Contrarreforma como España y el absolutismo monárquico empiezan a
ser discutidos con creciente resistencia.
En este contexto, la burguesía, hasta ese momento solo poder económico,
comienza a disputar a la aristocracia los puestos de gobierno. De este modo, la sociedad
estamental, basada en la nobleza de sangre, es poco a poco reemplazada por una sociedad
2
imprescindible para el estudio de las letras del Siglo de Oro. En 1741, la Academia publica
su primera Ortografía y en 1771 la primera Gramática.
La Real Academia de la Historia (1735), cuya misión es proteger el pasado
histórico y documental de España.
La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1752).
En diversas ciudades españolas, desde 1774 se fundan Sociedades de Amigos
del País y Juntas de Comercio, que alientan de forma especial las ciencias naturales y las
disciplinas técnicas.
El Museo del Prado (1785).
La transición postbarroca
— Teatro crítico universal (1726-1740), ocho gruesos tomos en donde trata los
asuntos más diversos —filosofía, literatura, arte, física, ciencias naturales, leyendas y
tradiciones populares...—. Teatro significa aquí ‘panorama, visión de conjunto’, sin relación
con el arte dramático, con un subtítulo no deja lugar a dudas: Discursos varios en todo género de
materias para desengaño de errores comunes.
— Cartas eruditas y curiosas (1742-1770), de cinco tomos, en donde trata estas
mismas cuestiones en molde epistolar.
Escritas en un estilo llano y elegante, las obras de Feijoo resultan aún hoy de lectura
amenísima. En líneas generales, su objetivo primordial es desterrar los errores, los embustes
y la superstición de la vida española. Valiéndose de su sólida formación cultural pero
6
también del sentido común, Feijoo reflexiona críticamente sobre la realidad: niega el
principio del argumento de autoridad y reclama la comprobación empírica de las cosas.
Feijoo, fraile benedictino y teólogo, desliga perfectamente la religión de la
naturaleza, confusión característica de la Contrarreforma. Con los instrumentos de la razón,
reivindica la necesidad de estudiar la naturaleza al margen de la religión, lo cual le reportó
diatribas furibundas por parte de los sectores más inmovilistas. El rey Fernando VI, con un
decreto que ejemplifica bien la esencia del Despotismo Ilustrado, salió en su defensa y
prohibió oficialmente que se le atacase.
La actividad reformadora de Feijoo demuestra algo que vale para todo el s. XVIII
español: que es un período crítico, pero no heterodoxo ni revolucionario. No se niegan los
dogmas cristianos, aunque se discute el poder absoluto de la religión sobre la sociedad, la
política y el pensamiento.
La obra completa de Feijoo puede consultarse en línea en la Biblioteca Feijoniana
[http://www.filosofia.org/feijoo.htm].
Discípulo directo de Feijoo fue el padre fray Martín Sarmiento (1695-1771), cuya
obra tuvo menor repercusión por haber permanecido inédita casi en su totalidad:
Sarmiento manuscribía principalmente para los miembros de su comunidad benedictina y
su círculo intelectual —el mismo de su maestro—, y renunció a a imprimir sus obras para
escribir con libertad, al margen de los polemistas que tanto importunaron a Feijoo. No
obstante, en el s. XVIII, poco después de su muerte, se estampan sus Memorias para la
historia de la poesía y poetas españoles (1775), hito fundamental en la naciente historiografía de la
literatura española. Otra de las más apreciadas líneas de investigación de Sarmiento fue la
defensa y estudio de la lengua gallega, tarea en la que también fue pionero.
En este período antibarroco, destaca también otro sacerdote, el jesuita Francisco de
Isla (1703-1781), que ridiculizó el barroquismo en la oratoria sagrada con su narración
satírica Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, quien «aún no sabía
leer ni escribir, y ya sabía predicar».
Tras esta fase antibarroca de adaptación a los nuevos esquemas de las letras
ilustradas, en donde la crítica predominó sobre la creación literaria, la fase más
característica de la Ilustración europea es el Neoclasicismo. Por ello, hasta hace unas
décadas, en nuestra historiografía literaria fue usual emplear este término para caracterizar
toda la literatura del s. XVIII. Sin embargo, conviene considerar asimismo el Rococó y,
sobre todo, el llamado Prerromanticismo.
La etiqueta menos empleada en sentido literario es Rococó, que en principio
designa una corriente de las artes figurativas desarrollada en Francia a partir de 1725, que se
caracteriza por el exotismo y la sensualidad, con temas galantes y amorosos e interés por la
naturaleza como enclave de los placeres mundanos. Pero su aplicación a nuestra historia
literaria es tardía y no está muy generalizada, en referencia a un tono menor, elegante y
frívolo de cierta poesía dieciochesca, como actualización de la antigua poesía bucólica y
anacreóntica —de Anacreonte, el poeta griego célebre por su poesía amorosa de corte
hedonista, en exaltación de los placeres cotidianos y elementales—. Este enfoque se
advierte en la lírica menor de José Cadalso, y tiene un excelente exponente tardío en Juan
Meléndez Valdés.
Con simultaneidad a los caracteres más obvios del Neoclasicismo, dominado por la
razón, desde el último cuarto del s. XVIII un conjunto de autores exploran otras vetas.
Este movimiento se caracteriza por:
La escuela salmantina
Ben-Beley, en efecto, reconocen y condenan como estúpidas la forma de hablar, las
modas en el vestir, la literatura inútil, etc.. Como obra ilustrada, en las Cartas marruecas el
objetivo es la crítica social, de ahí los problemas de Cadalso con la censura. No se hace, en
todo caso, una crítica demoledora del sistema; simplemente se censuran usos concretos.
Desde el punto de vista estilístico, las Cartas marruecas encarnan perfectamente el estilo llano
pero cuidado característico de los ilustrados.
Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811). Político ilustrado y escritor reformista, es
una de las grandes personalidades del s. XVIII. De familia hidalga, alcanzó un lugar
influyente en la corte de Carlos III, en donde detentó el cargo de Alcalde de Casa y Corte
de Madrid una especie de concejal de obras y fomento. Como parte de su
contribución política a la reforma española, desempeñó una labor cultural de primer orden
dentro de las Academias de la Lengua y de la Historia. Al morir Carlos III, su heredero
Carlos IV frena el reformismo ilustrado, con lo que Jovellanos cae en desgracia; fue
destinado a Asturias, su tierra natal, y, pese a una efímera vuelta a escena en 1797 incluso
fue nombrado ministro de Justicia, pronto regresó a Gijón, acosado por los
tradicionalistas y la Iglesia: denunciado por hereje, fue encarcelado en el castillo de Bellver
de Palma de Mallorca. José Bonaparte quiso nombrarlo ministro en su reinado, pero
Jovellanos se negó y, tras ciertos titubeos, participó en la guerra de la Independencia contra
los franceses.
De acuerdo con nuestros criterios actuales, la obra específicamente literaria de
Jovellanos es escasa: dos dramas (El Pelayo y El delincuente honrado) y varios poemas de tipo
amoroso de los que pronto renegó, moral como la epístola poética de «Jovino a sus
amigos salmantinos» y satírico así, sus dos sátiras A Arnesto, estos dos últimos
subgéneros más afines a los planteamientos ilustrados. Pero lo mejor de su producción
pertenece al ámbito de la prosa de tipo didáctico-reformista: escritos políticos, económicos,
filológicos y de temas variados. En este marco destacan su Memoria para el arreglo de la policía
de espectáculos y diversiones públicas (1790), una propuesta de reforma de las fiestas populares y
espectáculos como la tauromaquia, contra la que Jovellanos se manifiesta implacable —de
hecho, Carlos III prohibió los toros—, y el teatro, en particular contra las lamentables
costumbres del público durante las representaciones. En Madrid había tres teatros y dos
compañías principales, enemigos acérrimos: los partidarios de unos, a menudo dirigidos
por frailes, acudían a boicotear las representaciones de los rivales, interrumpiendo o incluso
agrediendo a los actores, usos intolerables para un ilustrado. Otros de sus escritos más
notables son el Informe sobre el expediente de la Ley Agraria (1794), en donde defiende la
reforma de la propiedad agrícola con la expropiación de las posesiones de la Iglesia; y la
Memoria histórico-artística del castillo de Bellver, descripción de la fortaleza gótica en donde
estuvo encarcelado, con atención a otros monumentos mallorquines, la flora, la fauna y la
historia de la isla.
Juan Meléndez Valdés (1754-1817). Es ante todo poeta, el poeta más destacado de
su tiempo, aunque cultivó el teatro con menor éxito. Se formó en la Universidad de
Salamanca, en donde fue profesor de letras antes de dedicarse al oficio de jurista, desde
1789. Tras la invasión napoleónica, titubea entre ambos bandos, pero finalmente apoya a
José Bonaparte, por lo cual al acabar la guerra se ve obligado a huir a Francia, en donde
moriría.
Buen conocedor de las letras francesas, inglesas e italianas, fue amigo de Cadalso y
Jovellanos, que también influyeron en su modo de concebir la poesía. Inicialmente,
Meléndez escribe una poesía ligera amorosa, de asunto pastoril a la manera de Anacreonte,
con estilo elegante y preciosista, en la línea del Rococó: asuntos ligeros de aire bucólico con
planteamientos hedonistas; formalmente, versos cortos y variedad métrica. Paralelamente,
Meléndez Valdés también adopta temas más graves, típicos de las preocupaciones de la
10
poesía filosófica ilustrada, aunque esta parte de su producción hoy nos resulta menos
interesante.
La escuela madrileña
El siglo XIX
El Romanticismo
Las leyes se establecerán por sufragio universal de los ciudadanos; la misión del
Estado es velar por que se respeten las leyes, con el menor intervencionismo posible.
Individualismo: el ciudadano determina sus propios objetivos; el Estado solo
ordena los intereses individuales, para evitar ilegalidades o conflictos de intereses que
perjudiquen al colectivo.
13
Creación literaria no reglada.— Frente a los neoclásicos, los románticos derriban los
preceptos literarios:
Los géneros literarios, que los ilustrados habían perfilado con límites definidos, ahora
se mezclan y confunden híbridamente. Así, lo trágico y lo cómico vuelven a combinarse, como
durante el Barroco.
En teatro, se rechazan las tres unidades neoaristotélicas.
Se mezcla el verso con la prosa.
Los temas literarios, que los neoclásicos habían reducido a asuntos razonables,
contenidos, guiados por el buen gusto, son renovados con atención a elementos muchas veces
sórdidos, tétricos, morbosos: la prostitución, el verdugo, los ahorcados, los fantasmas, los
muertos, la locura... se convierten en nuevos motivos.
Ruptura con el principio de imitatio, desplazado por la radical originalidad del creador.
Esta es la teoría, porque, por ejemplo, la poesía de Espronceda está claramente inspirada por el
inglés Lord Byron.
Poesía
Teatro
Costumbrismo
Otros géneros
cancionero de mediados del s. XIV, gallego, tal vez de Padrón, asunto que Larra trató
también en forma teatral en su drama Macías. En realidad, la triste vida amorosa de Macías
le sirve a Larra para recrear aspectos autobiográficos. Además de un ramillete de poesías
satíricas, Larra cultivó especialmente el artículo periodístico, su gran aportación a las letras
españolas.
Dentro del género, en un principio Larra es un periodista de tintes costumbristas y
satíricos, que también se aplica con frecuencia a la crítica literaria. En su concepción del
costumbrismo, está implícita la crítica sociopolítica, que se convirtió en objetivo en sí
mismo en sus últimos años, en sus artículos políticos. En su tiempo, Larra fue considerado
poco más que un escritor ingenioso y mordaz, pero ligero, sin profundidad. Pero el juicio
es injusto, pues Larra afronta con hondo espíritu crítico los problemas de España, en la
estela de Feijoo y Jovellanos y antecediendo a la Generación del 98. En cuanto a su estilo
prosístico, asombra aún hoy por su modernidad.