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LA
PRENSA.
0.1. Introducción.
disponer de sí mismo. El progreso del individuo se acelera con la educación. Si los ilustrados
pretendían un nuevo tipo de educación, para sacarlo adelante había que eliminar lo que a él se
oponía, y entre ello la concepción educativa de la Iglesia. Así, esta pasa a ser uno de los
elementos de la oposición.
La primera mitad del siglo, la de Feijoó y Luzán, es una época de esfuerzos estériles por difundir
las nuevas ideas y tendencias literarias. El siglo XVIII español está marcado por la instauración de
la dinastía de los Borbones. Felipe V fue quien reformó las bases sociales españolas, llevando al
país a la modernización que ya tenían el resto de los países europeos. Fue un difusor de las
Instituciones dedicadas a centros de saber e investigación, como las Academias. A Fernando VI se
le deben las reformas llevadas a cabo en obras públicas, transportes y comercio.
Pero será Carlos III (1759-1788) quien personifique los ideales políticos de la Ilustración
española. Coloca a intelectuales en los círculos de poder. De esta manera van a entrar en España
ideas nuevas y modernas que nos acercarán a la Ilustración europea. Durante el reinado de
Carlos IV se frenaron muchas de las reformas iniciadas por los primeros Borbones, propiciando
un giro reaccionario por miedo a las implicaciones de la Revolución Francesa. Con la entrada de
las tropas napoleónicas en España se inicia la Guerra de Independencia, que liquidará
definitivamente la etapa de la Ilustración.
En el campo literario, las obras representativas (teatro y lírica) se producen en las dos
últimas décadas del siglo, cuando en toda Europa estaban ya en plena acción las nuevas
orientaciones románticas. Para lograr la transformación los ilustrados tratan de conseguir la
ayuda del poder central, en lo que se conoce como Despotismo Ilustrado. Se puede hablar de
una cultura dirigida, que si no se impone directamente por el Estado, lo hace a través de
organismos (Academias, Instituciones, Sociedades, publicaciones) sostenidas o protegidas por él.
Ni la Ilustración ni el Despotismo Ilustrado fueron democráticos en modo alguno, aunque los
cambios efectuados desembocaron en un liberalismo que acabó por destruir al propio
Despotismo que lo había engendrado.
La vida cultural del siglo XVIII está caracterizada por una serie de instituciones que le dan un
perfil muy particular y definen los rasgos esenciales de la época. Todas ellas coinciden en la
tendencia de cultura dirigida: una minoría que se considera poseedora de una ilustración
superior trata de regir las corrientes de opinión.
Los orígenes de la Real Academia Española se pueden rastrear en las escuelas de sabios reunidas
por Alfonso X, en la corte de Juan II, en la de Alfonso el Magnánimo en Nápoles… todos centros
1
de creación e irradiación literaria. La Real Academia Española la creó don Juan Manuel
Fernández Pacheco, marqués de Villena, el 3 de agosto de 1713. Esta se creó a imitación de la
Academia Francesa en París y de La Crusca, en Florencia. Sus estancias en Italia le dieron
conciencia del estado de decadencia de nuestra literatura. El número de académicos se fijó en
veinticuatro, y como emblema se eligió un crisol puesto en fuego con la divisa Limpia, fija y da
esplendor. La intención era depurar la lengua de los barbarismos léxicos y sintácticos,
introducidos por el barroco decadente, y frenar la invasión de galicismos.
La creación de esta Academia suscitó recelos, porque se creía que iba a imponer el uso de ciertas
palabras y a prohibir otras.
Las diferencias de criterio entre la Real Academia Española y las dos que le sirvieron de modelo
principal (la de La Crusca y la Francesa) son muy grandes. Éstas no incluían el vocabulario de
artes y ciencias, ni tampoco admitían dialectalismos y voces provinciales. Por el contrario, la
Academia Española demostró desde su primer Diccionario que entre nosotros no tiene
consistencia la diferenciación interna entre lo popular y lo sabio, entre la lengua escrita y la
hablada.
Las principales obras de la Academia fueron las siguientes:
Diccionario (1726): El principal fin que tuvo la Real Academia fue hacer un Diccionario.
Para esto tomaron como base principal el Thesoro de la Lengua Castellana de
Covarrubias y también diccionarios extranjeros. Aceptó en masa como autoridad toda
la literatura medieval conocida para extraer el léxico. La misma amplitud de criterios se
encuentra en la selección de autoridades de los siglos XVI y XVII. Ni siquiera se excluyó
a los autores barrocos, a pesar de que se les achacaba la corrupción del lenguaje. Tan
solo quedaron fuera la mayor parte de los líricos postgongorinos y los últimos
dramaturgos del barroco degenerado. Pudieron igualmente los académicos incluir los
romances, la poesía popular, la picaresca, las palabras de germanía y el refranero, sin
hacer distinción entre el léxico culto y el léxico popular. Se incluyeron también
dialectalismos de todas las regiones. Los redactores del Diccionario apoyaron la
definición de cada palabra con el respaldo de un clásico, poniendo citas como ejemplos.
La Academia excluye del Diccionario los nombres propios de personas y de lugares y los
que significan objetos indecentes.
Ortografía (1742): En materia de ortografía, la Academia reconoce la gran variedad de
criterios seguidos en los numerosos tratados existentes. En un primer momento, se
habían hecho algunas concesiones a la ortografía etimológica, pero luego
progresivamente se tendió a aproximar la grafía a la pronunciación.
Historia de la Academia: afirman su convencimiento de que la lengua había llegado a su
perfección en el siglo anterior, por lo que era necesario fijarla y limpiarla de las voces
nuevas, restituyendo las antiguas.
Gramática (1771).
0.1.1. Los periódicos (La Gaceta de Madrid, Los Mercurios, El Diario de los
El vehículo más importante para la divulgación de las nuevas ideas es el periodismo, que no es
privativa de nuestro país, sino de toda Europa, ya que es en este siglo cuando se difunde ese
nuevo instrumento. Debido a su cómoda lectura y bajo precio, el periódico va a cumplir desde
entonces una importante tarea informativa y crítica.
La prensa periódica no nace, sin embargo, en el siglo XVIII; sus orígenes se remontan a
las hojas volanderas (fogli a mano), que aparecen en el siglo XV y alcanzan luego, con la
invención de la imprenta, gran difusión y popularidad; estas hojas recogían sucesos o noticias de
interés general. El siglo XVI había conocido los ‘almanaques anuales’ e incluso publicaciones
semestrales; a comienzos del XVII aparecen ya las gacetas hebdomadarias, facilitadas por la
creación de los correos que salían semanalmente de las grandes ciudades. Esta innovación cunde
rápidamente por casi toda Europa y hacia mediados de siglo se consolida ya el tipo de gaceta
oficial, monopolizada frecuentemente por los gobiernos. Estas gacetas cumplieron un
importante papel político y diplomático. También desde comienzos del siglo XVI, y paralelamente
a las gacetas, aparecen los mercurios, publicaciones mensuales, que sin prescindir de la
información noticiosa, adquirieron un tono más literario y mundano y, sobre todo, de
comentario político.
➢ La Gaceta de Madrid: la existencia de esta gaceta oficial del gobierno español puede
documentarse desde 1661. Primero fue mensual y luego se convirtió en un semanario. A
finales del siglo XVIII, se empieza a publicar dos veces por semana y daba noticias de
actualidad. Las noticias, aparte de las nacionales, se obtenían de otras gacetas y
publicaciones extranjeras, de las cuales se traducían. Sin embargo, esta publicación
española apenas puede contarse entre los principales vehículos de difusión ideológica de
la época. Ni en su contenido ni en su estructura ofreció ninguna novedad sobre los
prototipos europeos, y no se distinguió por su afán ideológico ni por ninguna intención
política. La tutela oficial orientada hacia los particulares intereses del Gobierno ahogó
toda posibilidad crítica.
➢ Los mercurios: los mercurios nacieron a comienzos del siglo XVI en Alemania como
periódicos semestrales dedicados a la actividad comercial de las ferias. En España
tuvieron su representación con el Mercurio histórico y político, que apareció en 1738. La
Corona se anexionó el derecho de publicación desde 1756 y desde 1784 se tituló
Mercurio de España, y prolongó su vida más allá de los límites del siglo. Aparecía
mensualmente. En esta publicación se tomaban noticias de publicaciones extranjeras y
se añadían a su vez de la propia vida nacional. Recogía especialmente informaciones
político-militares de toda Europa. Incluía además sucesos curiosos, descripciones de
países, noticias de artes, información económica… Pero no alcanzó profundidad
intelectual ni representó afán renovador o crítico, dependiente de cómo estaba de la
tutela del Gobierno.
➢ El Diario de los literatos de España (1737): vive cinco años. Los fines que se proponían los
diaristas eran los de informar sobre temas literarios y extractar y juzgar los libros que se
publicaban en España y en el extranjero. Abarcan materias muy diversas (historia,
1
Los testimonios del XVIII condenan las Universidades españolas por su ineficacia o
incluso como focos de resistencia a las innovaciones. Proliferaron abundantes escritos
encaminados a criticar las deficiencias universitarias y a proponer remedios. Se produce la crisis
de la Universidad, porque se adquiere conciencia nacional del problema.
El fallo más evidente de las universidades era la falta de uniformidad, de coordinación y
de propósito común a escala nacional. Hasta la época de la Ilustración, la transmisión de la
cultura no se consideraba una tarea de gobierno, sino un acto de beneficencia ligado
principalmente a las instituciones eclesiásticas, que controlaban tanto la enseñanza primaria
como la secundaria y universitaria. El dominio eclesiástico era absoluto. Cuando los nuevos
conceptos traídos a la enseñanza por la Ilustración, la necesidad de centralizar y de uniformar, y
la urgencia de orientar la Universidad por el camino de las ciencias útiles demostraron lo
imprescindible de la reforma, esta chocó con las autoridades eclesiásticas. Pero sucedía además
1
que la mayoría de las cátedras estaban sostenidas por rentas eclesiásticas, y el Gobierno
necesitaba ese dinero para toda reforma. Los estudios científicos no existían prácticamente.
A las antiguas y famosas universidades de Salamanca, Alcalá, Valladolid, Santiago,
Valencia y Sevilla, se añadían diversos Estudios (universidades menores). Estas concedían
frecuentemente los grados sin las mínimas exigencias científicas, e incluso llegaban a vender
llanamente los títulos. Luego los alumnos podían revalidar esos títulos en las Universidades
mayores. Se hizo indispensable reducir de manera drástica el número de Universidades,
desproporcionado para la cifra de estudiantes, suprimiendo todas aquellas que no contaran con
un mínimo de requisitos capaces de respaldar la seriedad de sus títulos.
A todos estos fallos se habían añadido otros como el paralizante temor a lo nuevo, el
desprecio por las ciencias útiles, la esterilidad o la rutina de los métodos de enseñanza, la
incapacidad o el absentismo del profesorado, etc. Por otra parte, uno de los más graves lastres
para la enseñanza era el espíritu de partido, mantenido principalmente por las órdenes
religiosas, que defendían las ideas filosóficas o teológicas de su institución.
Cuando los nuevos conceptos traídos a la enseñanza por la Ilustración, la necesidad de
centralizar y de uniformar, y la urgencia de orientar la Universidad por el camino de las ciencias
prácticas y útiles demostraron lo imprescindible de su reforma, ésta chocó inevitablemente con
las autoridades y corporaciones eclesiásticas, que habían tenido en sus manos durante siglos el
timón universitario.
En conjunto, la política oficial durante el reinado de Carlos IV fue de hostilidad contra las
Universidades, pues fue entonces cuando, bajo el influjo de la Revolución Francesa, se estaban
convirtiendo en focos de agitación ideológica. Se tomaron medidas como impedir la entrada de
libros y hasta se cerraron Academias donde se daban cursos de francés. Esta actitud solo en
parte fue compensada con la creación de algunas instituciones científicas.
Sin embargo, todas las Universidades acogieron entonces, en mayor o menor medida, las ideas
de la Revolución, destacando como focos más importantes las de Salamanca y Sevilla, y el
Seminario de Vergara. Un nuevo grupo de ilustrados sostuvo durante el reinado de Carlos IV el
programa de la reforma universitaria.
A finales del reinado de Carlos IV, se llegó al Plan general de reforma de 1807. En él se
decidía la supresión de todas las Universidades ‘menores’, y se iniciaba el camino hacia la tan
ansiada uniformidad.
El hecho de que la reforma tuviera lugar en los últimos años del reinado y en vísperas de
estallar la Guerra de la Independencia hizo que se frustrara en gran parte su eficacia práctica.
Además, la reforma volvía a fallar por el problema económico: la disposición oficial reconocía la
falta de fondos, pero no resolvía el modo de obtenerlos; afirmaba su propósito de unificación
científica en todas las Universidades, pero dejaba la parte económica a las circunstancias
particulares de cada una, con lo cual persistía la diversidad.
Como en tantos otros campos, el siglo ilustrado fue más afortunado en la promoción de
1
ideas que en logros positivos, pero la sola agitación ideológica era ya valiosísima de por sí: tan
importante como las reformas y los avances concretos fue el interés que se difundió en todo el
país por los problemas de la enseñanza. No obstante, el XVIII no consigue sino sembrar con
grandes dificultades una ideología pedagógica que sólo a lo largo del siglo XIX conseguirá
arraigar.
Con Luzán adquiere forma y sistema el conjunto de ideas estético-críticas que van a caracterizar
la vida literaria del siglo, compiladas en su Poética o Reglas de la Poesía, cuya primera edición se
publicó en Zaragoza en 1737. Luzán ha sido comúnmente considerado el desafortunado
introductor de abrumantes codificaciones, enemigas de toda libertad, ajenas a nuestro genio
literario y responsables, por tanto, del gusto afrancesado que domina nuestra literatura hasta el
feliz advenimiento del romanticismo.
La situación de nuestras letras en las primeras décadas del XVIII era de un barroquismo
degenerado, tan vacío de contenido como de belleza, tosco residuo de una brillante época
literaria, consumida por sus mismos excesos no menos arriesgados que geniales. Luzán había
estudiado detenidamente la literatura de su propio país y la comparó con la de otras naciones de
muy distinta orientación. Pensaba que su tendencia a la demasiada lozanía, al rebuscamiento y a
la oscuridad había conducido inevitablemente a la actual situación, que sólo podía remediarse
con el retorno al buen juicio y el respeto a las reglas.
La poética de Luján apareció en Zaragoza en 1737 y consta de cuatro libros. En una breve nota
“Al lector”, Luzán advierte de que las reglas expuestas en su libro no son nuevas, ya que fueron
propuestas por Aristóteles y Horacio y utilizadas por muchos sabios posteriores, y que se fundan
en la razón. Luzán está dentro de la línea clasicista que viene desde el Renacimiento italiano y
llega hasta el Romanticismo. Sus fuentes fundamentales, su definición de la poesía, su teoría de
la imitación, su concepción de la belleza, pertenecen al mundo clasicista. Luzán cree en las reglas
universales, fundadas en la razón y en la autoridad de Aristóteles y de Horacio. Una es la poética
y otra el arte de componer bien en verso, así como la retórica. Ahora bien, reconoce diferencias
debidas a circunstancias accidentales: el clima, las costumbres, los estudios y los genios
producen disparidades entre las naciones e incluso entre los autores individuales.
En el capítulo introductorio del primer libro Luzán expone su concepto global de la
literatura española y plasma su confianza en la eficacia de las reglas en contra de la confianza de
los escritores, como Lope o Calderón, en su propio genio, que al ignorar las reglas les llevan a
desatinos. Considera que Lope, Gracián y Góngora son los culpables de la corrupción de la
literatura en lengua castellana: el primero en el teatro con sus irregularidades y extravagancias,
el segundo en la prosa por la acumulación de agudezas, y el tercero en la lírica por su pomposo y
hueco estilo.
Para Luzán la esencia de la poesía es la imitación de la naturaleza en lo universal o en lo
particular para utilidad o deleite de los hombres. Por imitación de lo universal entiende la de los
seres que pueden ser idealizados, como el hombre, que al estar dotado de libertad puede
adquirir más perfección de la que ahora posee; pero el retrato ideal del poeta no debe exceder
los límites de lo verosímil; las cosas de la naturaleza no admiten imitación para su
perfeccionamiento, ya que han sido creadas perfectas por Dios. Este modelo idealizado del ser
humano servirá como ejemplo. Tampoco admite la imitación en todos los géneros literarios,
excluyendo por ejemplo a la comedia. La poesía también depende en gran parte del genio y
numen. Para Luzán, el genio no podrá producir jamás cosa buena si no se somete a las reglas. Las
reglas son para Luzán una parte de la producción poética. De todo esto cabe deducir que la
doctrina de Luzán es en cierta manera incongruente. Arranca de un principio absoluto, la norma
universal, pero acepta después la fantasía, el ingenio y el juicio como creadores de la poesía y
como freno de los posibles excesos. Lo que equivale a decir que introduce en la norma universal
una cuña que la destruye: la regla del individuo creador, aunque sobre la base de que el juicio ha
de ser un juicio educado en las reglas.
Para Luzán, la poesía más perfecta es la que aúna deleite y utilidad, para lo que propone
la épica y la poesía dramática. Si estas cualidades se dan por separado, se debe plasmar la
utilidad en una sátira, oda o elegía, mientras que para el deleite se puede escribir un soneto, un
madrigal o una canción, una égloga, coplas o décimas. Luzán no trata de subordinar el deleite a
la enseñanza, sino de acentuar la eficacia de la misma en virtud del placer que aquel le
comunica, de manera que se vean interpelados no solo el entendimiento sino también el
sentimiento.
La regla de oro de la verosimilitud tiene también en Luzán matices importantes. Cuando
la verosimilitud es una de las normas centrales de todo arte clasicista, resulta que Luzán la hace
depender de las opiniones de cada uno. Es una grave fisura de los principios clasicistas, ya que
estos insistían más en una verosimilitud general, no individual. Pero para Luzán, si existen
opiniones generales, al mismo tiempo el poeta queda libre para organizar toda la urdimbre de su
obra sobre lo que él considera verosímil. Serán entonces su fantasía y su ingenio los que quedan
en libertad para elaborar una urdimbre verosímil, pero según su propia opinión. Más adelante
Luzán discierne dos clases de verosimilitud, una popular y otra noble: la primera es la propia del
vulgo ignorante y la segunda, de la gente docta. Con esta clasificación estaba concediendo
prácticamente validez a todas las formas de arte. Además, repudia la ‘oscuridad’ de la que
Góngora es el principal representante, esto es, la dificultad de hallar el sentido de lo que se
pretende por la distancia que media entre el objeto aludido y la imagen que lo expresa. Este
signo de libertad artística, aunque reglada, es un signo de estética rococó, emparentada con el
barroquismo español, del que el Rococó acepta el principio artístico de libertad imaginativa,
aunque quiera someterlo a un orden levemente reglado.
1
Luzán distingue entre los tres estilos –elevado, mediano y bajo-, con las observaciones
de rigor y la condena de los términos huecos y pomposos. Reprueba el uso de extranjerismos y
neologismos, así como del de arcaísmos.
La segunda edición de la Poética apareció en Madrid en 1789, treinta y cinco años
después de la muerte de su autor y a cincuenta y dos de la edición primera. En esta segunda
edición se incluyen más noticias sobre la poesía española, y se insiste en los excesos del teatro
barroco, que consideraba equivocado. En especial critica a Lope, por su Arte de la Comedia
Nueva y por su fecundidad en detrimento de la calidad, así como a Calderón por sus obras de
enredo, y a las escenografías de los ‘dramas con música’, demasiado elaboradas.
El punto más controvertido hasta la fecha en torno a la Poética es el problema de sus fuentes, ya
que se ha llegado a decir que es una copia de la de Boileau. Los críticos y comentaristas han
debatido largamente sobre el supuesto extranjerismo de la Poética. Y es que la amplitud de los
conocimientos de Luzán sobre teoría literaria es prodigiosa. Para Alborg, las fuentes primordiales
para Luzán fueron los preceptistas de la Antigüedad, en especial Aristóteles y Horacio; después
acude a los italianos y a los franceses, pero no por deseo de extranjerización, sino por el hecho
de que en Italia y Francia existía una poderosa tradición de comentaristas y exégetas de la
Poética de Aristóteles. Por otra parte, Luzán alude constantemente a los poetas españoles en
busca de ilustraciones concretas del uso de las técnicas poéticas, sobre todo a los maestros del
Renacimiento. Así pues, Luzán escribe su Poética con el fin de restaurar la poesía en su país y
enfrenar los desmanes del barroco. Para ello acude al solo remedio posible: a la teoría
aristotélica, universal por su validez y única eficaz por contener la disciplina del orden.
Como todas las preceptivas antiguas, Luzán regula en su Poética todos los aspectos
imaginables de los géneros literarios que examina, dificultando toda novedad creadora; esto
hace que su tratado no fuera popular en cuanto soplaron vientos de mayor libertad. Sin
embargo, aunque arranca de un principio absoluto, la norma universal, acepta después la
fantasía, el ingenio y el juicio como creadores de la poesía y como freno de los posibles excesos.
Lo que equivale a decir que introduce en la norma universal una cuña que la destruye: la regla
del individuo creador, aunque sobre la base de que el juicio ha de ser un juicio educado en las
reglas.
dirección racional y del Estado sobre actividades particulares. Todas estas causas marcan toda la
literatura de la época y afectan en idéntica medida a la lírica, arrinconando definitivamente a la
estética barroca, así como se extiende a todos los órdenes de la cultura.
El neoclasicismo no es sino una forma del racionalismo dominante entonces en todo el
pensamiento europeo. Transportado este racionalismo a la poesía tenía que traducirse en una
actitud que colocara la mente por encima de la expresión instintiva y que persiguiera la claridad.
Esto no suponía la condena de la imaginación, pero exigía que trabajara en armonía con el
entendimiento. Había que perseguir el sentido común, que vino en llamarse buen gusto. Para los
neoclásicos el buen gusto era la reunión de la variedad, la unidad, la claridad, el orden y la
proporción al servicio siempre de la verdad. Todo buen gusto es clasicismo, por eso no debe
extrañarnos que se recuperara a los autores del Renacimiento, con su consiguiente influencia.
Todos los preceptistas del XVIII habían proclamado la finalidad moralizadora y
pedagógica de la poesía, que debía ponerse al servicio de la idea y de la claridad. Su excesiva
racionalización lleva al prosaísmo y a los temas poco poéticos en poesía.
No toda la poesía, sin embargo, del siglo XVIII discurre por el mismo cauce educativo y
doctrinal. La poesía lírica desinteresada tuvo también sus cultivadores, tomando en el siglo XVIII
el carácter de lo pastoril. Orgulloso de su razón, pero casi avergonzado de sus sentimientos
íntimos, el poeta neoclásico trata de disfrazarlos bajo la envoltura convencional y artificiosa de la
Arcadia. Para lo cual existía también el magisterio de los poetas bucólicos de la antigüedad
greco-romana y del Renacimiento. Este mundo arcádico, con su naturaleza pulcra, era un marco
exquisito para encerrar la belleza del mundo sensorial, del placer refinado. Bajo el disfraz de los
pastores dialogan gentes cortesanas sobre sus sutilezas amorosas, y discuten los temas que
constituyen la pasión intelectual del ilustrado. Este mundo resucitaba el mito de la Edad de Oro,
aquella edad utópica que parecía posible bajo los ideales de la Ilustración.
En este siglo hay una gran diversidad de rumbos poéticos, incluso en los escritores
comunes, por eso se usa como denominador común el nombre de poesía neoclásica. Por poesía
de la Ilustración debe entenderse la que expresa su admiración por la ciencia, las instituciones y
los ideales. La actitud clasicista y racionalista, que caracteriza el siglo XVIII desde Luzán a
Quintana, se denomina clasicismo. Con el nombre de neoclasicismo debe designarse tan sólo el
movimiento poético que aparece en el último cuarto de siglo y se extiende a los comienzos del
siguiente, y que coincide en su aparición con el auge del prerromanticismo, naciendo como
reacción consciente, con propósito de movimiento normativo, contra la violencia expresiva, la
melancolía y la ensoñación prerrománticas, siendo pues posterior al mismo, y prolongándose
cronológicamente bastante más, hasta la explosión romántica.
Es el primer gran escritor que encarna los ideales literarios de la época, siendo a la vez uno de los
más eficaces reformadores del gusto poético. Su hijo Leandro editó su obra poética tras su
muerte. Su más resonante participación estuvo en el campo del teatro, donde mucho más que
1
por sus obras de creación influyó con sus escritos polémicos, que encauzaron la campaña contra
los autos sacramentales. Aparte esto, el influjo del primer Moratín se ejerció a través de su
prestigio en los círculos literarios de la corte.
Trata todos los temas y moldes neoclásicos, como en sus 39 anacreónticas, de un gusto
muy delicado, y sus silvas dedicadas a distintos personajes. También tiene odas dirigidas a
personajes o sobre temas de índole moral. Entre sus sonetos predominan los amorosos
(Resistencia inútil). Algunos son de carácter cómico, otros aluden a temas literarios e incluso uno
(Ejecutoria de la verdadera nobleza) parece reflejar un remoto eco quevedesco. Compuso
también tres sátiras en las que ataca algunos vicios de su tiempo; pero el mayor interés está en
sus sátiras literarias, especialmente contra el teatro barroco.
Neoclásicas son sus 39 anacreónticas: El premio del canto, El vino dulce; también al gusto
neoclásico escribió silvas A las bodas de la infanta de España doña María Luisa de Borbón y a
diversos personajes: A la muerte de Isabel Farnesio. En parecida línea deben situarse algunas de
sus odas, dirigidas a personajes o sobre temas de índole moral, a imitación de Horacio. Entre sus
26 sonetos, de sobria construcción, dominan los amorosos: Resistencia inútil, Atrevimiento
amoroso; otros sonetos son de carácter cómico, o aluden a temas literarios... Compuso también
tres sátiras en las que ataca algunos vicios de su tiempo; pero el mayor interés está en sus sátiras
literarias, especialmente contra el teatro barroco.
No obstante, el Moratín más personal se encuentra en sus obras de inspiración y tema
nacionales, vaciados en moldes poéticos muy diversos. Cualquier tema es bueno para que
Moratín exalte su fervor patriótico; incluso su poema didáctico La Caza le sirve para explanar su
entusiasmo narrando episodios históricos. El poema, prolijo y pesado, se despeña en frecuentes
prosaísmos. El mismo sentimiento se hace patente en su poema épico Las naves de Cortés
destruidas, de corte clásico e innegable fuerza épica.
Pero sus logros mayores, situados entre la lírica más alta del siglo XVIII, son dos piezas
dedicadas al tema tan popular y tradicional de los toros: las quintillas Fiesta de toros en Madrid y
la Oda a Pedro Romero, torero insigne.
Un aspecto que completa la veta nacionalista de Moratín es su madrileñismo. El poeta
siente entrañable amor por su ciudad natal y alude a ella en tono de alabanza a la menor ocasión
que se le ofrece; a la ciudad dedica una oda en particular: Madrid antiguo y moderno.
El siglo XVIII, tan dado a la didáctica, produjo solamente estos dos fabulistas. El carácter
sencillo y vulgarizador, aparentemente infantil, de sus fábulas, no anula que fueran
representantes de las corrientes ilustradas y piezas importantes del movimiento renovador.
Reaparece entonces en el siglo XVIII este género, olvidado desde la Edad Media.
IRIARTE (1750-1791)
Aunque conocido fabulista, también creó en otras áreas, como en el teatro, pongamos de
ejemplo una de sus comedias: El señorito mimado. Además, tradujo varias obras (ej. Arte
poética, de Horacio). Tomás de Iriarte publicó en 1782 las Fábulas literarias. Su deseo de hacer
resurgir este género se puede deber a su espíritu innovador. Se trata de una colección de
apólogos.
Las Fábulas no contienen doctrina literaria de particular novedad o profundidad, y todas
sus máximas o moralejas vienen a ser como un catecismo literario, prácticamente ineficaz de tan
genérico. Sin embargo, tienen una particular orientación: están inspiradas por firmes principios
clásicos y constituyen una defensa de las reglas, sin las cuales solo se acierta por casualidad.
Aparte este espíritu, que da a las Fábulas un especial valor como exponente del pensamiento
literario de su tiempo, sus enseñanzas son intemporales, si bien algunas fábulas atacan
cuestiones más concretas, que fueron en su tiempo motivo de controversia.
Repetidamente se ha dicho que las Fábulas no son una preceptiva literaria, sino una
ética. La mayoría de ellas se refiere a cualidades no literarias de los autores y de los críticos,
siendo minoría las que tratan de las condiciones que debe reunir la obra.
El estilo de las Fábulas es claro y prosaico, con ironía y amenidad. Iriarte inventó motivos
originales para la casi totalidad de sus fábulas, ignorando los tradicionales del género.
En algunas de ellas se percibe que la crítica iba dirigida contra un autor o situación
concreta. Respecto a la métrica, Iriarte emplea metros, rimas y estrofas diversos. Las Fábulas
tuvieron gran difusión en el extranjero.
SAMANIEGO (1745-1801)
Este autor tampoco escribió solamente fábulas, escribió también cuentos y algún verso. Publicó
1
la primera colección de las Fábulas, compuesta por cinco libros, en 1781 en Valencia, y en 1784
publicó una segunda parte con cuatro libros más. Las escribió para instrucción de los alumnos
del Real Seminario Patriótico Vascongado.
Samaniego se atiene casi por entero a la tradición del género, renunciando a la
originalidad en los asuntos y buscándola solo en el modo de contarlos o en los diversos
accidentes que añade y modifica. Parece desconocer la tradición medieval fabulística española y
hasta los cuentos y ejemplos del Siglo de Oro, tiene como modelo principal a La Fontaine,
además de a Esopo y Fedro. Samaniego suele ser más descriptivo y amplificador que el francés y
se diluye sobre todo en la moraleja. Algunas de sus fábulas son La zorra y el busto, La lechera…
En el lenguaje, se acerca a un estilo claro y sencillo, y temas más humanos y universales que los
literarios de Iriarte. Sin embargo, en lo que supera Iriarte a Samaniego es en la variedad métrica.
1. LA ESCUELA SALMANTINA
Uno de los entronques de la lírica del XVIII con la tradición poética del Quinientos es la
reaparición en Salamanca y Sevilla de dos escuelas: Fray Luis de León ejerce un magisterio
caracterizador sobre los salmantinos, mientras que Herrera orienta los pasos del grupo sevillano.
La obra de fray Luis de León, Jovellanos y el influjo de Cadalso orientan los pasos del
grupo salmantino. Ofrece la poesía del grupo las siguientes características:
-buen gusto para la elección de modelos,
-preocupación por la pureza,
-exactitud del lenguaje,
-acertado sentido del equilibrio entre fondo y forma, pensamiento y sensibilidad, y
-afición por los temas bucólicos y campestres.
Provienen estas cualidades del contacto con las literaturas latina y griega y con la tradición
española. Los salmantinos pretendían resucitar la lengua poética perdida, por lo que van a
emplear arcaísmos y la mitología. Dos representantes de dicha escuela son:
Meléndez Valdés es otro caso de ilustrado desgarrado entre sus sentimientos patrióticos y el
convencimiento de que solo bajo la dirección de una nueva dinastía extranjera podrían adquirir
realidad los ideales de progreso y reforma, libertad y modernidad, que habían constituido la
razón de su vida. Era hombre de pensamiento y no de acción.
Dentro de la poesía ilustrada podremos hablar de poesía rococó, de poesía filosófica y de
poesía neoclásica. La primera desarrolla viejos temas, especialmente amorosos. La segunda será
la que prefiere los nuevos temas sociales, políticos, económicos, religiosos y filosóficos, como
una obligación del poeta de contribuir a la propagación de esas nuevas ideas. La tercera, tanto si
pretende exponer los ideales ilustrados, como si se aparta de ellos, busca, en imitación más
directa de los poetas latinos y griegos, una expresión poética más contenida, huyendo del tono
oratorio. No se trata de tres estilos sucesivos, sino simultáneos. El mismo autor puede cultivar
los tres tipos, como en el caso de Meléndez Valdés (1754-1817).
Meléndez Valdés compendia todas las corrientes poéticas de su tiempo y debe ser
tenido como el más genuino representante de la lírica ilustrada. Su aparición tuvo lugar en el
momento más favorable de madurez de su escuela y de su siglo, y cuando el comienzo de una
nueva sensibilidad preparaba ya la disolución del neoclasicismo y preludiaba la próxima aurora
romántica. Así, la lírica de Meléndez se enriquecía con nuevos matices de modernidad, aunque
es sin duda en su condición de resumen de la orientación neoclasicista donde reside la
primordial importancia de su obra. Su lírica se compone de cuatro vetas principales: lo
anacreóntico y sensual, el bucolismo, la actitud sentimental y la tendencia moral y filosófica.
Meléndez escribe sus dos Alarmas españolas contra los franceses, pero queda atrapado
en Madrid y tiene que prestar el obligado juramento a José I. Acepta varios importantes cargos
en el gobierno intruso y en 1813 pasa la frontera camino del destierro.
Meléndez publicó su primera colección de Poesías en 1785. Lo que no incluyó en la
primera edición lo sumó en la segunda, en 1797. El propio poeta, en el exilio, preparó una
1
Manuel José Quintana es el poeta más representativo de los últimos años del siglo XVIII y
primeros del XIX. De su lírica se dice siempre que poseía una sola forma y una temática única: la
oda heroica sobre motivos patrióticos y humanitarios. La condición de poeta cívico de Quintana
es lo que caracteriza inequívocamente su obra lírica. Su creencia en el progreso indefinido, en los
derechos del hombre, en el poder de la ciencia y su protesta contra la tiranía son una
consecuencia de la Ilustración de Carlos III. En Quintana, el ideal de las luces acaba adquiriendo
un cierto matiz revolucionario.
Publica sus Poesías en 1802, cuyos temas son los afectos de la amistad, la admiración
que inspiran la hermosura y los talentos, el entusiasmo que encienden los grandes espectáculos
de la naturaleza y la indignación contra todo lo que profane las artes.
En 1808 da a luz España libre. Los temas son la tiranía, la opresión, la libertad,
expresados en un lenguaje nuevo que tiene más de arenga o de discurso político. Muchas veces
sus versos tienen carácter oratorio y épico. Así pues, su poesía está al servicio de las ideas. El
estilo poético de Quintana, es clásico, lógico y oratorio mucho más que lírico. Junto a los
predominantes rasgos oratorios, también los hay de la poesía épica
Juan Nicasio Gallego se distinguió en su tiempo por sus ideas liberales, aunque
relativamente templadas. En Salamanca hizo amistad con Quintana, Meléndez, Cienfuegos y los
demás escritores del grupo, y se dio a conocer muy pronto como poeta, aunque su obra se fue
produciendo de forma poco abundante y espaciada.
Su primera composición importante fue la oda A la defensa de Buenos Aires, y poco
después los sucesos de mayo le inspiraron su más famosa obra, la elegía Al dos de mayo. Escribió
además algunas piezas amorosas y un cierto número de sonetos.
Gallego es un poeta al gusto neoclásico, bastante afín a Quintana en la estructura,
aunque da mucha menos acogida a las ideas de revolución y de reforma; su campo es la elegía.
Gallego usa una retórica conocida, de tono grandilocuente y espectacular, pero a la que consigue
dar fuerza y pasión. La abundancia de vocabulario retumbante y escenográfico incrusta
constantemente elementos románticos en la severidad de las estrofas clásicas, por lo que bien
puede tenerse a Gallego como poeta de transición entre ambas tendencias. Sin embargo,
Gallego no era ajeno a un sentimiento más delicado y suave, menos aparatoso, como demuestra
en sus bellos sonetos A Garcilaso y A Judas.
2. LA ESCUELA SEVILLANA.
La constitución del grupo de escritores que conforman la escuela sevillana tuvo lugar en
los últimos años del siglo XVIII, cuando se creó en 1793 la Academia particular de Letras
Humanas, con el influjo de Jovellanos y de Forner. Al fin prenden allí las doctrinas del
neoclasicismo, y los poetas del grupo establecen contacto con los de Salamanca, dispuestos a
seguir el magisterio de Meléndez. Su existencia es más bien breve, supone el último brote de
poesía española basada en las doctrinas literarias del Renacimiento y del Neoclasicismo; los
sevillanos se proclaman continuadores de la escuela de Herrera y de Rioja. Junto a las teorías
neoclásicas y las normas del buen gusto se aceptan también las prerrogativas del genio, lo que
confiere a la escuela un carácter más ecléctico.
Bajo el punto de vista ideológico-político, las inquietudes de la época se reflejan en el
grupo sevillano con mayor intensidad todavía que en el salmantino. A pesar de que tenían un
hondo sentido religioso, que se revela en la abundancia de poesía sacra, (muchos poetas del
grupo son clérigos), la ideología enciclopedista prende igualmente con vigor. Durante la Guerra
de la Independencia siguieron en su mayoría la causa nacional. Este acontecimiento y las luchas
políticas posteriores, en las que casi todos se vieron perseguidos, disolvieron la escuela. Su
papel en la renovación de nuestra lírica es de evidente importancia.
Se ocupó de la redacción del Semanario patriótico hasta 1809. Este autor tuvo una
actitud radical. Quería que se instauraran sin preámbulos las reformas políticas. Los artículos
políticos de Blanco contenían los principios del liberalismo: soberanía popular, libertad política,
igualdad civil y monarquía representativa. Estos objetivos eran entonces una revolución. Antes
1
de que los franceses entrasen en Sevilla, salió del país. Su quiebra religiosa se produjo por
razones políticas, pero también personales, pues amaba a una mujer con la que había tenido
hijos. En Inglaterra editó un periódico mensual llamado El español, en el que atacó a su país.
Blanco escribió varias obras en inglés sobre problemas religiosos y políticos, por lo común de
tono polémico. La lucha política fue su verdadera vocación.
Entre sus escritos de carácter literario redactados en inglés destacan sus Letters from
Spain, publicadas al principio bajo el seudónimo de Leucadio Doblado. En ellas pinta las
costumbres andaluzas con admirable frescura y color, mezclando ingenuidad popular y
delicadeza aristocrática.
Blanco escribió trabajos de crítica literaria tanto en inglés como en español; éstos
últimos aparecían en la revista Variedades o El Mensajero de Londres, con destino a la América
Hispana. Estos escritos son de gran interés para el estudio de la época literaria en que se gesta el
Romanticismo. Algunos están dedicados a obras medievales castellanas poco conocidas o mal
estudiadas entonces, como el que se ocupa de La Celestina.
Blanco tiene el mérito de haber sido uno de los primeros iniciadores de la crítica
moderna en España. Sus artículos de crítica en inglés no han sido traducidos nunca al español, al
igual que las Letters from Spain y su autobiografía; esto explica que su obra sea tan poco
conocida. Además, su actividad fuera de España, su heterodoxia patriótica y religiosa provocaron
antipatía.
La obra lírica de Blanco-White posee menos interés que su prosa. Blanco es un poeta
elegante y suavemente armonioso. Se le tiene como poeta de transición, ya que abundan en su
poesía las vislumbres de las nuevas corrientes románticas, pero en realidad lo que predomina en
su lírica es la vertiente neoclásica. Paradójicamente, debe buena parte de su fama a una pieza
religiosa de juventud, la oda A la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora.
Dentro de la temática neoclásica, Blanco escribió una oda A Carlos III y otra A las Musas,
y acogió el espíritu humanitario y progresista en la oda Al triunfo de la beneficencia, aunque en
ésta hallamos ya un naciente romanticismo. El amor a la patria durante los días de la invasión
francesa le inspiró su oda A la instalación de la Junta Central de España.
Blanco es un traductor eximio; sus traducciones llegan a considerarse mejores que sus
versos originales, como ocurre con su enérgica traducción del monólogo de Hamlet.
● ALBERTO LISTA (1775-1848)
recursos mitológicos, que ahogó su originalidad y auténtico arranque lírico. Lista escribía,
sin embargo, muy preocupado por la calidad estética de su verso, que había aprendido en el
constante estudio de los grandes maestros de la tradición clásica. Sus modelos preferidos
estaban en la lírica clásico-renacentista, que va de Horacio a Herrera.
Las poesías religiosas forman el grupo más destacado en su obra lírica; en todas ellas es
notable la imitación de fray Luis y de San Juan de la Cruz. Su composición a La muerte de Jesús es
unánimemente celebrada: en ella su sentimiento religioso vibra con emocionada sinceridad,
patética en algunos momentos, expresada en imágenes de clásica belleza, en las que el influjo de
fray Luis es predominante. El propósito de imitar a San Juan de la Cruz es claro en dos piezas de
carácter místico: El sacrifico de la esposa, escrita con motivo de la profesión religiosa de una
hermana de Blanco-White, y El canto del esposo.
En sus poesías filosóficas Lista rindió tributo a las preocupaciones ideológicas de su
tiempo, y en ellas es visible el influjo de los poetas salmantinos, especialmente de Meléndez,
como en El triunfo de la tolerancia o La vida humana.
Lista escribió también muchas poesías amorosas según el gusto erótico-pastoril de su
tiempo, inclinado hacia el petrarquismo. En cambio manejó con notable soltura el romance, que
aplicó a temas muy diversos, especialmente amorosos; merecen destacarse los cuatro que
forman El puente de la viuda, basados en una leyenda valenciana. Destaca asimismo la
traducción libre El imperio de la estupidez, que Lista hizo del poema de Pope Dunciad.
● OBRA
Su primera obra impresa fue la Carta apologética de la medicina scéptica del doctor
Martínez, publicada en defensa de un médico que había atacado la medicina universitaria y
elogiado la experimental. En la Carta apologética están ya esbozados los temas médicos que
después desarrollaría a lo largo de toda su obra, y se dibujan las líneas capitales de su actitud
intelectual. En 1726 aparecía el primero de los ocho volúmenes de su Teatro crítico universal.
1
● PENSAMIENTO
La compleja multiplicidad de asuntos tratados por Feijoo en su Teatro y en sus Cartas es difícil de
resumir en unas pocas fórmulas que sinteticen su pensamiento.
● En su campaña contra el error común, Feijoo combatió con insistencia lo mucho que en el
sentimiento religioso español había de supersticioso y milagrero; deseaba que la religión
fuera entendida y practicada con la pureza y dignidad que le correspondía. Muchos en su
tiempo entendieron temieron que sus prácticas desprestigiaran el catolicismo español ante
Europa, pero apenas nadie sospecha hoy de su sincera religiosidad.
● En conexión con el problema de la enseñanza está la actitud de Feijoo ante las lenguas
clásicas y modernas. Propugna como más importante el cultivo de estas últimas.
Niega que las reglas generales de la creación literaria puedan tener validez absoluta. Todo eso
que se aprende no sirve de nada, si no va acompañado de unas dotes particulares. Piensa que el
genio se desarrolla en libertad, y que en la mente del artista hay una luz superior a todas las
reglas; los verdaderos genios no se someten a normas comunes, sólo la falta de talento obliga a
esa servidumbre. Feijoo defendió la razón como clásico, ilustrado y crítico; pero con una pasión
por la independencia que le salía de su raíz más íntima y personal como romántico.
enseñanza de la niñez, con ideas como que no se debía castigar, sino estimular a los
muchachos. Es el máximo representante del realismo pedagógico, apoyado en dos principios: 1º)
la intuición es el primer medio didáctico indispensable, 2º) que se enseñe un vocabulario que
permita nombrarlo todo. La postural final de Sarmiento es el escepticismo, del que sólo excluye
las verdades de la revelación. Fuera de las matemáticas no se da verdadera ciencia.
Idénticos principios orientan sus ideas sobre la lingüística. Para Sarmiento era imposible
el conocimiento de las cosas sin un adecuado conocimiento de las voces, pero estas no podían
entenderse debidamente sin penetrar en su origen y seguir su historia. Para lograr este
conocimiento, postula la elaboración de un Diccionario en el que cada voz contenga la historia de
sus sucesivas significaciones, de sus derivados, de su antigüedad, etc.
Durante el siglo XVIII apasionó a muchos sabios de todos los países el proyecto de crear
una lengua universal. Sarmiento sintió también esta inquietud y en 1760 escribió una Tentativa
para una lengua general. Para él el propósito de la lengua universal era claramente utópico, pero
propuso crear una lengua general que se limitase a nombrar las cosas de Dios.
1. LA PROSA SATÍRICO-NOVELESCA.
Durante el siglo XVIII no existe en español novela propiamente dicha, sino que lo que
encontramos son obras literarias híbridas, en las que la forma novelesca se combina con otros
géneros o se pone al servicio de otra intención. Tan sólo el padre Isla y Torres Villarroel escriben
obras de relativa andadura novelesca, pero cuyo fin esencial es la sátira doctrinal o el cuadro de
costumbres satírico. Ambos adoptan la forma novelada para comunicar a sus libros una eficacia
popular que la didáctica pura no podría darles. Imitan entonces los modelos novelescos
disponibles (el Quijote, la picaresca), aprovechando sus técnicas, pero sin proponerse
estrictamente novelar. El exceso de teatro representado y leído en la España del XVIII hizo que no
se echara de menos la narrativa propiamente dicha.
Como pensador, Torres no pertenece apenas a las corrientes de su siglo. Este autor,
incapaz de reaccionar frente a la cultura recibida, puede calificarse de barroco manierista, por la
clara imitación de Quevedo.
no tenía ni idea de esta disciplina, y este éxito provoca un curioso festejo estudiantil. En los dos
años siguientes tiene que huir a Francia y a Portugal. En 1745 se ordena de presbítero y en 1751
alcanza la jubilación, dedicándose a partir de entonces a la publicación de sus obras completas
por suscripción popular.
Posiblemente, Torres Villarroel es el primer escritor español que logró vivir
desahogadamente, y hasta con lujo. Toda la obra de Torres es un tejido de contrastes u
oposiciones entre el mayor desinterés y el afán de ganar dinero, el deseo de gloria póstuma y el
desprecio por la opinión ajena. La imagen más difundida de Torres es la de que fue un pícaro
arquetípico, superviviente anacrónico del XVII, y suele por tanto considerarse su Vida como la
última muestra del género picaresco.
En su Vida muestra una visión pesimista, satírica, incapaz de cualquier ingenua
idealización que se acerca sin duda a la del pícaro. Esto, unido a su extravagante y recargado
autorretrato, puede hacer pensar en su vida como en un capítulo de la picaresca, pero nada más
inexacto. Su libro no posee intención picaresca de ningún tipo. Torres escribió su autobiografía
con fines de defensa personal frente al descrédito sembrado por sus enemigos.
En nuestra literatura solo existían las autobiografías ficticias de los pícaros y las biografías
de los santos, frailes o monjas. Su originalidad consistió en la ingeniosa acomodación a nuevos
fines de formas y estilos existentes, pasando de uno a otro o fundiéndolos, saltando de la
biografía del fraile a la del ahorcado. Sólo una actitud desenfadada, traviesa, burlona y pícara,
empezando por proponerse a sí mismo como objeto de risa, alcanzaría la eficacia deseada.
Torres fue, por encima de todo, un autor mundano, orgullosamente preocupado por su
fama terrena y obsesionado por obtener el reconocimiento de su valor profesional y la
excelencia de su obra literaria.
Su prosa es un prodigio de riqueza verbal, de esfuerzo estilístico, de trabada textura de
conceptos, de sonoridad y ritmo.
➢ LA CIENCIA DE TORRES
Torres ocupó en Salamanca la cátedra de matemáticas, vacía durante siglo y medio. Sobre tal
cuestión disparó pullas y denunció la falta de libros e instrumentos que padecía la misma
Universidad, demostrando tener conciencia de la decadencia científica española de su tiempo.
Sin embargo, no fue un renovador de la ciencia, ni tampoco un innovador capaz de asociarse al
movimiento de reforma intelectual capitaneado por Feijoo,
Almanaques sobre un cuadro de costumbres que le sirve de base. Torres tenía una tendencia
invencible hacia la distorsión esperpéntica de la realidad. Destaca en estos escritos su capacidad
satírica: sus pronósticos son sátiras tremendas de la realidad contemporánea.
➢ LA BARCA DE AQUERONTE
En La Barca de Aqueronte Torres Villarroel satiriza a diversas clases sociales: médicos, gentes de
justicia, mujeres, Universidades, nobleza... La crítica de la nobleza y las desigualdades sociales
era una corriente muy difundida desde el Renacimiento, pero la novedad del siglo XVIII consiste
en que ya no sólo se apoya, como hasta entonces, en argumentos de tipo moral o religioso, sino
en razones de índole económica.En cuanto a su estructura y rasgos estilísticos, vuelve a aparecer
la influencia de Quevedo.
➢ TORRES PROLOGUISTA
Ningún otro escritor en toda nuestra literaria ha cultivado el prólogo con la tenacidad y la
personalidad de Torres. Debió de componer cerca de un centenar de prólogos, que él convirtió
en un peculiarísimo género literario donde vertió su yo íntimo. El deseo de dar título de
legitimidad y de calidad a su obra literaria fue siempre obsesivo en Torres, y sus prólogos fueron
la más repetida demostración de esta actitud. En todos ellos se dirige agresivamente al lector
para reprocharle sus censuras, o su mala intención, o la necedad de su crítica, y plantarse a sí
mismo con superioridad en el centro de la plaza. Junto al relato de su triunfo y ganancias, en sus
prólogos aparece también la afirmación constante de su condición, autoridad y derechos de
escritor. En los Prólogos, difama a sus detractores, para subrayar su propia excelencia.
➢ TORRES VULGARIZADOR
La condición de Torres de escritor ‘de público’ la debió especialmente a sus Almanaques y
Pronósticos, de los que obtuvo su mayor popularidad e ingresos. Pero una gran parte de sus
libros son obras divulgadoras de conocimientos prácticos y ‘científicos’, particularmente médicos.
➢ TORRES BIÓGRAFO
Torres escribió también dos ‘vidas de santos’: la Vida exemplar de la venerable madre Gregoria
Francisca y la Vida exemplar del venerable padre D. Gerónimo Abarrátegui y Figueroa, que son
de gran importancia para valorar su capacidad literaria, ya que se advierte en ellas un cambio
estilístico hacia una prosa mucho más sencilla y un vocabulario fácil, sin estridencias ni
rebuscamientos.
EL EUSEBIO DE MONTENGÓN.
Pedro Montegón y Paret (1745-1824) era novicio jesuita en el momento de la expulsión de los
jesuitas. Embarcó para Italia y el ambiente italiano le permitió liberarse de los módulos y de los
cánones culturales que habían presidido en España su formación cultural. Escribió poesías
dentro de la más estricta poética ilustrada. Para Montengón, la novela era el vehículo más
apropiado para la propagación de su ideología y al recurrir a ella lo hizo con la finalidad de hacer
una obra útil e instructiva.
El Eusebio es la novela más famosa de Montengón, y su resonancia la debió en gran
parte a sus problemas con la Inquisición y a los pleitos con su editor. El autor explica en la
1
Entre los prosistas del siglo XVIII ocupa un puesto destacado Juan Pablo Forner. Su vida
está íntimamente unida a su actividad de escritor y polemista. Forner no pierde la oportunidad
de denostar a todos los escritores de su siglo, lo que le enfrenta contra toda la ideología
ilustrada, en particular contra la francesa; destaca su aversión hacia Feijoo. Forner se convirtió
así en el defensor de la España tradicional frente al contagio de las nuevas ideas foráneas, en
restaurador de la antigua cultura española, en el mayor adversario del enciclopedismo y de todas
las ideas del siglo XVIII.
Aunque acertaba en muchos aspectos de la defensa de su país, desconocidos o
injustamente menospreciados, las derivaciones o desarrollos de la cosmovisión que propone
resultan con frecuencia ridículos y anticuados. Fue una voz molesta pero estimulante, si bien, su
actitud representa un freno.
En este siglo juega un especial papel la preocupación patriótica y el concepto que los
extranjeros pudieran tener de España en todo género de controversias sobre el estado de
nuestro país, sus ciencias, su pensamiento y su literatura. En 1782 apareció en la Encyclopédie
Méthodique un artículo sobre España, escrito por Nicolas Masson, en el cuál se preguntaba qué
se debía a España y qué era lo que había hecho por Europa, menospreciando así la importancia
de nuestro país en el continente. Las palabras de Masson no eran un caso aislado sino lógica
derivación de un ambiente cultural muy difundido.
En 1782, Masson de Morvilliers publica el artículo “Espagne”, diciendo que el gobierno
español era débil, que las ciencias y artes estaban absolutamente abandonadas, que los
1
generales carecían de toda pericia militar, que el clero tiranizaba a la nación y que entre los
españoles no había otra cosa que ignorancia, apatía y gravedad ociosa. Ante estas afirmaciones,
surgieron multitud de reacciones y diversas respuestas apologéticas, entre ellas la Oración
apologética (1786) de Forner. Para unos españoles, el retraso español era indudable. Otros se
anclaban en la tradición, creían que todo avance en Europa se hacía a costa de los sagrados
valores religiosos y por lo mismo renunciaban a ellos. Forner, con el fin de elogiar la ciencia
española, partió de la condenación de toda la ciencia extranjera contemporánea. Este fue un
error. El bando contrario jamás aceptó los juicios de Masson. Lo que negó fue que la España
contemporánea hubiera llegado al desarrollo científico y técnico a que merecía llegar. Para ellos,
el problema no residía en si había habido personas ilustres en otra época, sino en la inferioridad
española respecto de otras naciones europeas. El tono de la Oración apologética, al convertir en
apasionada polémica lo que debió haber sido exposición serena y razonada, contribuyó a
complicar más el conflicto ideológico que pretendía resolver. Así pues, son evidentes los
abundantes fallos de la obra, la cual provocó una tempestad de polémicas.
La fama más duradera y sólida de Forner está vinculada a dos obras: el Discurso sobre el modo de
escribir y mejorar la historia de España y las Exequias de la lengua castellana. En el Discurso
Forner inicia una verdadera teoría estética de la Historia, trazando un paralelo entre la Historia y
la Poesía para deducir cuál debe ser la forma esencial de aquélla. Para él, del mismo modo que
todas las partes de un poema deben converger en una unidad, la historia debe investigar el
encadenamiento y dependencia que tienen los hechos entre sí.
Las Exequias de la lengua castellana están compuestas a nombre del Licenciado D. Pablo
Ignocausto, uno de los seudónimos de Forner, mientras que él se presenta como editor de la
obra. Se trata de una ficción alegórica, que Forner subtituló Sátira menipea por ser mezcla de
prosa y verso. Con ocasión de un viaje al Parnaso, el autor traba contacto con diversos
personajes, la mayoría escritores famosos, y recorre nuestra literatura emitiendo juicios sobre
los clásicos y repetidas ironías contra los modernos, defiende con pasión las glorias pasadas y la
emprende contra los corruptores de la lengua, a la que estima ya agonizante entre desatinados
galicistas y dómines pedantes, que continúan usando el bárbaro latín. Teoriza también sobre los
diversos géneros literarios, y no pierde ocasión disparar contra todas las instituciones y clases
sociales.
Destacan en las Exequias la precisión de los vocablos, la rotundidad de la expresión, o la
aguda agresividad con que dispara sus sarcasmos e ironías. La prosa de Forner, con sus
exuberancias y su afición a la alegoría, está vuelta al pasado; además, sus juicios son casi siempre
demasiado vagos y abstractos.
6.2. CADALSO.
José Cadalso vive en una encrucijada ideológica y geográfica. Al nacer, su padre estaba
en América. Su madre murió cuando él tenía dos años y poco antes había fallecido su hermana
1
mayor. Como consecuencia de todo esto, Cadalso pasó su niñez al amparo de parientes. Fue un
muchacho que maduró demasiado pronto y quien afrontó solo los peligros de una vida
errabunda, por lo que su posterior pesimismo acaso se haya engendrado en aquellos años.
Estuvo como alumno de los jesuitas en París e inició un viaje por Europa, entrando con contacto
con su cultura. Su vida militar comienza en 1762 y termina cuando fallece en acto de servicio
frente a Gibraltar en 1782. En 1770 se enamora de la actriz María Ignacia Ibáñez, la “Filis” de sus
versos. No es difícil imaginar la profunda depresión que sintió Cadalso que le llevará al desahogo
literario de la Noches Lúgubres, aunque tampoco tomemos la obra como estrictamente
autobiográfica.
Su más efectiva actividad literaria comprende el período que va desde 1771 a 1774.
Desde Noches lúgubres, probablemente compuestas en el período de duelo y soledad tras la
muerte de María Ignacia y que quedaron incompletas e inéditas en vida, pasando por Los
eruditos a la violeta, publicada en 1772, las poesías de Ocios de mi juventud publicadas en
1773, hasta las Cartas marruecas, para las que se pidió licencia de publicación en 1774, sin
conseguirla. En 1782, un mes después de conseguir el ansiado grado de coronel, le alcanza un
casco de granada en la cabeza, provocándole la muerte casi instantánea, con tan solo 40 años.
Cadalso compuso su obra Los eruditos a la Violeta “en obsequio de aquellos que
pretendían saber mucho estudiando poco”, según la propia portada de la obra. El siglo XVIII
produjo la más formidable explosión de pedantería que registra la historia; era su parte negativa,
inevitable: mientras algunos se dedicaron con esfuerzo y rigor al trabajo científico, turbas de
pedantes y damiselas sin serios estudios se aplicaron a fingirlos y exhibirlos en las
conversaciones de salón. Estas gentes son los ‘eruditos a la violeta’, contra los cuales dirigió
Cadalso su sátira. El hallazgo del nombre y su burla fueron tan oportunos que la denominación
se convirtió desde entonces en frase de uso común para calificar la vanidad pedante y la
superficialidad en todos los órdenes.
La sátira de Cadalso es transparente: el pensamiento del autor sobre cada materia queda
irónicamente de manifiesto a través de las lecciones del profesor; y lo que prevalece sobre todo
son los serios conceptos que tenía Cadalso de la ciencia y el desprecio que le merece una
sociedad superficial y vana, a la que sólo interesa la apariencia y el éxito a poco coste. Toda la
obra está compuesta con la misma técnica irónica, que se repite de principio al fin: el profesor,
con el fin de preparar a sus discípulos para su triunfo y lucimiento en sociedad sin esforzarse en
estudiar en serio cosa alguna, les enseña las cuatro nociones indispensables que les permitan
exhibir su petulancia de supuestos sabios: los tópicos que se deben repetir, los escritores de
moda que hay que elogiar, las teorías o nombres que hay que despreciar, los conocimientos que
hay que fingir, y las actitudes y habilidades de las que han de servirse en cada caso.
➢ CARTAS MARRUECAS
Cadalso termina las Cartas marruecas antes de cumplir los 33. Él mismo deja constancia del
momento y circunstancias en que las escribe (en su estancia en Salamanca, entre 1773 y 1774).
El año lo precisa en la carta LXVII: año 1774 y el 16 del reinado de Carlos III. Menciona
acontecimientos relativamente recientes como la muerte del gran marino Jorge Juan (julio 1773)
(Carta VII), libros anunciados en la Gaceta en 1772 (Carta LXXVII), libros suyos publicados en
1772 y 1773 (Protesta literaria del editor)
Lo que es cierto es que en 1774 se pidió la licencia de publicación ante el Consejo de
Castilla. Eran los censores de la Real Academia quienes debían autorizarla. El propio Cadalso dejó
escrito en sus Apuntaciones biográficas que no se hacía muchas ilusiones sobre conseguir una
opinión unánime, dado que en lo tocante a la Nación, la obra es contraria a la opinión de algunos
letrados, algo que ya había comentado en una carta dirigida a su amigo Tomás de Iriarte. De
hecho, no se devuelve su manuscrito hasta 1778.
En 1789, 7 años después de su muerte, comienzan a publicarse las Cartas en el Correo de
Madrid. En este faltaban 2 cartas (la LV y la LXXXIII) y la final Protesta literaria del editor.
4 años después, la imprenta de Sancha se hizo con una nueva edición, ahora en libro
pero con numerosas correcciones formales, aunque se cree que estas manipulaciones no tienen
salen de la mano del autor sino de la pretensión correctora y uniformadora del propio Sancha o
de algún escritor amigo de Cadalso.
Hoy conocemos 4 copias manuscritas de las Cartas completas, lo que indica que tuvieron
cierta difusión en los círculos literarios. Uno está en Nueva York y los otros 3 en Madrid.
Desgraciadamente ninguno es autógrafo.
Las 2 impresiones mencionadas quedan descartadas de ser la versión genuina puesto
que ambas aparecieron póstumas.
Debido a esto, las ediciones más recientes que han ido apareciendo presentan grandes
diferencias entre sí, la mayoría formales. La explicación está en que se han utilizado distintos
textos base: la de “Clásicos Castellanos” utiliza el texto del Correo con algunas variantes del de
Sancha; la de los hispanistas Dupuis y Glendining se basa en el manuscrito de la Biblioteca
Nacional; y la edición que manejamos (Joaquín Arce) en el manuscrito de la Real Academia de la
Historia de Madrid.Parece que el manuscrito de los hispanistas corresponde a una redacción
inicial, lo que no significa que los otros obedezcan a manipulaciones de censores. Podrían
responder a una redacción posterior, más cercana a la deinitiva, más cuidada y revisada, pero no
por manos ajenas al autor.
ARGUMENTO:
Gazel, había venido a España con la comitiva del embajador de Marruecos, pero decide quedarse
con el motivo de “viajar con utilidad” (I). Vestido como cristiano, penetra en los ambientes
españoles, guiado por Nuño Núñez, quien intenta explicarle muchas cosas del carácter y
costumbres españolas. Mientras, Gazel mantiene una postura imparcial (como Nuño) y ajena a la
política.
Todas sus impresiones se las comunica al prudente y sabio Ben-Beley, quien le crió cuando se
quedó huérfano y quien le enseñó a “amar la verdad”. Este mentor es más bien receptor de
1
cartas y sus consideraciones suelen tener un carácter universal sobre el comportamiento ético
de los hombres.
Nuño presenta muchos rasgos biográficos y morales relacionables directamente con Cadalso. Es
decir, personifica al propio Cadalso. Experto conocedor de los ambientes mundanos,
frecuentador de tertulias, se muestra en un momento de su vida en el que está “separado del
mundo”, y se considera “encarcelado dentro de sí mismo” (I). No viciado de nacionalismo (III), se
caraceriza por su dulzura e imparcialidad, se presenta como un verdadero cosmopolita y
ciudadano universal. Representa al “hombre de bien”A través de Gazel no llega este definido
AUTORRETRATO: “yo nací para obedecer, y para esto basta amar a su rey y a su patria: dos cosas
a que nadie me ha ganado hasta ahora” (VIII).
a) Cadalso enfoca la historia de España en torno a 3 momentos: los Reyes Católicos, los Austrias
y los Borbones. Al principio hace una síntesis histórica elemental de los “eventos políticos” para
luego tratar las “consecuencias morales”, siempre manteniendo la imparcialidad. Reconoce la
dificultad de no caer en yerros, porque “el amor de la patria es ciego”. Ello no quita que estime
que al finalizar el siglo XVI, España se derrumbó (XLIV).
El momento más feliz de la monarquía coincidió con la muerte de Fernando el Católico y destaca,
sobre todo, a 2 personajes: Cortés y Cisneros (LXXXVII). Hace una apasionada defensa de Cortés
y de la conquista de México (IX). A Carlos V lo tacha de ambición al igual que a Felipe II. A la
muerte de Carlos II España era sólo “el esqueleto de un gigante” (III).
Más adelante elogiará a los Borbones, desde Felipe V a Carlos III, sobre todo al último.
Aunque Nuño pretende escribir una historia heroica de España (XVI), desea no caer en excesos,
pues el patriotismo mal entendido es más defecto que virtud. Admite que el carácter español
apenas ha cambiado y que es una mezcla de valor, sentimiento religioso monárquico, vanidad y
pereza (XXIX). No obstante, todos lo países tienen sus peculiaridades y Cadalso, en su afán por la
imparcialidad, reconoce que toda nación “es un mixto de vicios y virtudes” (XXIX). También
comenta que cuando la historia no se refiere a hechos contemporáneos, es frecuente confundir
fábula con historia, si bien sólo “la verdad es digna de ocupar al hombre, sobre todo al político”
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(LIX). Hasta puede pasar que el libro de un loco, como Quijote, sea mucho más profundo de lo
que parece.
En cuanto a las leyendas tradicionales, Cadalso parece distinguir, para su valoración,
entre los ilustrados y el pueblo; y a pesar de no admitirlas, piensa que ciertas creencias pueden
ser útiles al Estado pues teme lo que pasaría si el pueblo se pusiese a filosofar (LXXXVII).
Las corrridas de toros son otro argumento donde nos vuelve a mostrar su relativismo o dualidad
de carácter, al afirmar que a pesar de set consideradas bárbaras por los extranjeros, fueron en lo
antiguo diversión de hombres austeros. (LXXII). Sigue demostrando su buscada IMPARCIALIDAD.
El tema de la nobleza y su educación interesa a Cadalso igual que a otros escritores y poetas
ilustrados como Jovellanos. Son varias las cartas sobre esta cuestión: la graciosa definición de
nobleza hereditaria (XIII), los cocheros que tienen vasallos propios (XII), todo relacionado con la
común aspiración de todos para que se les trate con títulos (XXV), incluso el absurdo abuso de
don (LXXX).
Cadalso entiende que este afán a la ascensión social el lo que provoca que los hijos no quieran
seguir la carrera de sus padres (XXIV), lo cual es una de las causas de la decadencia de las artes
útiles.
La desmesurada afición al lujo también sirve a Cadalso para expresar su postura relativa. Por un
lado, señala el paso de la austeridad a la abundancia y afeminamiento (LXVIII); por otro,
considera el lujo como algo útil si sirve para distribuir el dinero y no se estanque. En cualquier
caso, es una lucha inútil declamar contra el lujo (LXXXVIII).
Una vez más, la actitud relativista caldasiana, su reconocimiento plural de distintas
realidades y su búsqueda de conciliación de contrastes, se refleja en la afirmación de que “cada
nación tiene su carácter” (XXIX), como también cada provincia española (II).
Posturas sobre el siglo XVIII en general: según la valoración de Gazel (IV) los europeos se
envanecen (sin ninguna razón) de los “adelantos” de este siglo, basándose en las apariencias en
lugar de lo sustancial, con afirmaciones como que se come con más primor, o en que no se
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Para hacer una valoración crítica de la historia o de la sociedad, se debe tomar una actitud de
honestidad y prudencia. Cadalso procurará fijar el talante que él estima como ideal. Si la
categoría humana fundamental en el XVIII la representa el “filósofo”, Cadalso intenta encontrar
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otra opción menos pretenciosa y de menor alcance intelectual, pero con mayor sentido de la
ecuanimidad y de respeto: la expresión para esta dimensión moral es “hombre de bien”;
paralelamente, la expresión para la ecuanimidad y enjuiciamiento de las cuestiones planteadas
será “justo medio”.
Esta postura moral no corresponde a la naturaleza humana: Nuño refleja el pesimismo del autor
cuando proclama “los hombres corrompen todo lo bueno” (LXXX) y que “el hombre es mísero
desde la cuna al sepulcro” (LIII).
No obstante, Ben-Beley refleja este ideal. Se conforma con que en su epitafio se recordara que
“fue buen hijo, buen padre, buen esposo, buen amigo, buen ciudadano” (XXVIII). No vale nada el
cumplimiento de los deberes personales si no va acompañado del servicio a los demás. Nuño
afirma que “no basta ser buenos para sí y para otros pocos; es preciso serlo para el total de la
nación”, “aunque sea hombre bueno, será mal ciudadano”; “el patriotismo es de los entusiasmos
más nobles” (LXX).
El concepto de hombre de bien supera así lo personal, la patria, la raza y las creencias religiosas.
Así Nuño dirá a Ben-Beley “sé que eres un hombre de bien que vives en África”; y, por
consecuencia, “sabrás que soy un hombre de bien que vivo en Europa” (XLII).
Cadalso declara al final de la Introducción “yo no soy más que un hombre de bien, que ha dado a
luz un papel” y la imparcialidad que impera en la CARTAS es el “justo medio” que debe seguir el
hombre que usa la razón. Por ello debemos burlarnos de los extremos y tomar el “medio justo”
(LXXIX).
Queda así delineado el ideal humano en las CARTAs: por un lado, como “conjunto de un buen
talento y buen corazón” (LXIX) pero no bastan esas virtudes en la soledad ni el retiro. Debe ser
un buen ciudadano.
La fama póstuma: otro concepto de alcance general, tratado desde distintos puntos de vista en 4
cartas. Empieza Gazel, que no entiende el afán por algo que uno no ha de gozar (XXVII). Ben-
Beley le aclara (XXVIII) que la fama puede servir a los vivos con el estímulo ejemplerizante del
fallecido. Más adelante Ben-Beley insistirá en que es, al menos un alivio el desear la fama
póstuma (LXXXIV), Nuño rebatirá, pensando en su patria, que en España predomina la
indiferencia y que solo interesa cumplir con la rutina cotidiana (LXXXV).