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TEMA 4.

ALTA EDAD MEDIA: LAS INVASIONES,


BIZANCIO Y EL IMPERIO CAROLINGIO

I. PANORÁMICA GENERAL SOBRE LA EDAD MEDIA

El concepto Edad Media se acuñó en el Renacimiento (XV – XVI), filósofos,


filólogos e historiadores, que estimaban que había una conexión entre ellos y los sabios
de la época clásica, mientras que el periodo que quedaba entre ellos era un tiempo
oscuro.
Esta concepción llegó hasta la Ilustración, en el siglo XVIII: veían en este
periodo una etapa de despotismo, de abusos señoriales, arbitrariedad. La identificaban
con el feudalismo, una forma jurídico-política que surgió en la E.M y que aún pervivía
en el siglo XVIII. No obstante, a pesar de esta opinión negativa generalizada, algunos
de ellos, como Voltaire, vieron en ella algo positivo: en su obra El Estado y el origen de
las naciones llega a la conclusión de que la base del surgimiento de las naciones
europeas está en la E. M. Un poco más tarde, otro ilustrado, Robertson, publica en el
primer capítulo de su Historia de Carlos V: “Progresos de la sociedad europea desde la
caída del Imperio Romano hasta los comienzos del siglo XVI”.
Pero esta visión un tanto más positiva no fue muy duradera debido a la aparición
de la obra de Edward Gibbón (historiador británico del siglo XVIII) donde volvía a
cargar las tintas sobre el barbarismo.
El Romanticismo volverá a cambiar esta visión “oscura” de la Edad Media. Los
románticos buscarán las bases de las distintas naciones europeas en la E. M.
De este modo, a partir del siglo XIX, la consideración de la E.M. cambiará
definitivamente: no se verá ya como un periodo de oscurantismo sino como el periodo
del nacimiento de Europa y como el proceso de formación de las tradiciones europeas.
Es más, no sólo hemos de referirnos a sus repercusiones en el ámbito político.
Los siglos XI al XIII (Plena Edad Media) se caracterizaron entre otras cosas (por
ejemplo, desarrollo del urbanismo), por la variedad y el vigor de las manifestaciones
culturales (intelectuales y artísticas), por el empleo de instrumentos técnicos (escritura,
el latín), por el auge de instituciones como las universidades y escuelas. Fue una época
de renovación del pensamiento: nacimiento de la conciencia individual, los avances de

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la razón y la medida, el fortalecimiento de la idea de tiempo y de la historia como
progreso. De hecho, algunos historiadores han llamado a esa época “El renacimiento del
siglo XII”. Vamos a ver estos últimos aspectos:
- Escuelas: en el ámbito de los monasterios y después en los ámbitos
episcopales. No sólo se copiaban fragmentos de obras religiosas, de la Biblia, se
ilustraban, sino que también en algunos monasterios los monjes se adentraron en el
conocimiento de autores clásicos sobre Aritmética, Geometría, Música y Astronomía.
También fueron importantes las escuelas episcopales, como de la Chartres: estudios
gramáticos. Fue muy importante su labor en los siglos XI –XII y XIII en la traducción
de obras del árabe o el griego al latín: obras de astronomía, medicina o ciencias de la
naturaleza. También hemos de destacar la prioridad que dieron al conocimiento de la
obra de Aristóteles y a los comentarios que filósofos musulmanes, sobre todo, Averroes
(XII) habían hecho de ella.
- Universidades: En las partidas de Alfonso X el Sabio se decía que la
corporación universitaria era “un ayuntamiento de maestros y de escolares que es hecho
en algún lugar con voluntad y con entendimiento de aprender los saberes”. Se trataba de
una traducción del movimiento corporativo artesanal de las ciudades a la esfera del
trabajo intelectual.
- Procesos de delimitación espaciomental experimentaron también un gran
avance en los siglos XII y XIII: diferenciación entre hombre y naturaleza, entre natural
y sobrenatural (diferenciación que sólo algunos seres eran capaces de salvar, como los
santos), y la delimitación tanto hacia fuera como hacia adentro de espacios de la
Cristiandad. Es decir, una delimitación exterior de “los otros”: bizantinos, musulmanes,
paganos. Con respecto a los tres grupos nació desde mediados del siglo XI, un
sentimiento de diferenciación y hostilidad. También se produjo una delimitación interior
del espacio de la Cristiandad basada en criterios políticos, religiosos y sociales.
Políticos: aquí los “otros” eran los extranjeros (distintos reinos europeos que llevó a la
distinción de los naturales frente a los extranjeros). Religiosos: aparte de las minorías
mudéjares que tras la “Reconquista” quedaron en los reinos hispanocristianos, en el
conjunto de Europa, el “otro” era el judío. Por último, la distinción de los marginados:
grupos cristianos que se convirtieron en marginados: brujas, herejes, leprosos,
prostitutas y homosexuales. Por su parte, la pobreza, que había gozado de prestigio
como virtud, prueba divina para purificación individual de quien la sufría, a partir del
siglo XIII comenzó a interpretarse como incapacidad de ciertas personas para salir de

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esa situación. Como consecuencia, surge el sentimiento de desconfianza hacia el pobre,
sobre todo, el urbano.

Respecto a la periodización de la Edad Media…


¿Dónde situar el comienzo? Decisión difícil: resulta conveniente hablar de un periodo
de transición que va desde finales del siglo IV hasta finales del siglo V.
En cuanto al final, se dieron algunas fechas: 1453 (toma de Constantinopla por los
turcos), 1492 (descubrimiento de América) y 1517 (inicio de la Reforma Luterana que
rompe con la unidad de la Cristiandad). Finalmente se opta también por hablar de un
periodo de transición que va del siglo XIII al siglo XV y que está caracterizado por la
crisis de las grandes construcciones universales (papado e imperio), el afianzamiento de
las monarquías nacionales, la apertura de nuevas rutas comerciales, y el surgimiento del
primer capitalismo comercial.
Se trata por tanto de un periodo de 1000 años que tradicionalmente se divide en
tres etapas:
Alta Edad Media (siglos V – IX): formación de nuevos reinos (romano-germánicos) en
el espacio ocupado anteriormente por el Imperio Romano de Occidente, que mantendrán
la herencia romana y que tendrán como punto culminante el Imperio Carolingio.
- Un periodo caracterizado también por la ruralización de la sociedad como
consecuencia de la decadencia de la vida urbana, colapso del comercio (sobre
todo a larga distancia), labor de Cristianización, formación del papado, época de
aparición del monaquismo.
- Este periodo terminará con el colapso del Imperio Carolingio, la aparición de
nuevos pueblos invasores y la transformación radical de la organización política
europea a partir del siglo X como consecuencia de la crisis de los principios
políticos del mundo romano.
Plena Edad Media (siglos X –XIII), es la Edad de Oro de la Edad Media. Se produce
en toda Europa un gran progreso en el campo económico:
- puesta en cultivo de grandes zonas hasta entonces no cultivadas que permitirá el
aumento de la riqueza y como consecuencia: aumento de población, desarrollo
del comercio y, por tanto, reflotamiento de la ciudad y nacimiento de un grupo
urbano ajeno al mundo rural que basa sus actividades en el comercio y la

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artesanía, que con el tiempo se convertirán en burgueses y más tarde en los
primeros capitalistas.
- Este gran despegue suscitará la conquista del Próximo Oriente: las Cruzadas. Es
la época del Feudalismo, que sustituye a las antiguas formas políticas romanas.
Aparecen las monarquías nacionales (francesa, inglesa) marcadas políticamente
por el enfrentamiento entre el papado y el emperador.
Baja Edad Media: siglos XIV y XV, se caracteriza por ser un periodo de crisis,
subsiguiente al periodo de auge anterior. El siglo XIV es un siglo nefasto:
- Es el periodo del hambre, peste, guerra y muerte
- Se produce un desajuste económico, un desfase entre la producción y el
consumo
- Las tierras se irán agotando: catástrofes alimentarias, años de grandes
hambrunas (principios del siglo XIV), fue además un periodo muy lluvioso en
las que las cosechas se podrían y de inviernos muy fríos en los que las cosechas
se helaban
- Se produce la Guerra de los 100 años
- En entramado feudal comienza a derrumbarse
- Periodo de sublevaciones urbanas: la burguesía se levanta contra los patricios
urbanos que monopolizan la organización de la ciudad.
Todo esto que acabamos de citar se desarrollará en el siglo XIV mientras que en el
siglo XV remontará de nuevo la economía, aunque con importantes cambios: la
burguesía cobra mayor importancia, la guerra de los 100 años concluye, así como las
hambrunas, la peste… en este periodo se solidifican además las monarquías nacionales.
Se produce ahora también la crisis del Papado y grandes reformas de la Iglesia, que ya
habían comenzado en el siglo XI pero que ahora toma caminos peculiares: movimiento
de la pobreza voluntaria que se caracterizará por las órdenes mendicantes, o las herejías
que irán cultivando el terreno para la gran reforma del siglo XVI.

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II. LAS INVASIONES Y LOS REINOS GERMÁNICOS
OCCIDENTALES

En todas las épocas históricas el devenir de los tiempos es el fruto, en gran


medida, de las luchas por el poder. Pero en pocas ocasiones se va a ver de forma tan
clara como en el periodo de las migraciones e invasiones de los pueblos germánicos.
Aquí la regla va a ser: la ocupación por parte del fuerte del espacio del más débil, para
luego ser desplazado por otro pueblo todavía más fuerte.
Al final del tema anterior, vimos cómo con el Emperador Teodosio se produce
una gran división vertical en el mapa de Europa, una división que tendrá enormes
consecuencias. Nos referimos a la diferenciación entre Imperio Romano de Occidente e
Imperio Romano de Oriente, que sentará las bases de la posterior evolución histórica del
continente.
- El Imperio Oriental va a ser la base de una forma política que empieza
ya tomar forma: el Imperio Bizantino.
- En la parte Occidental, después del periodo convulso de las invasiones,
se va a producir el nacimiento de los distintos reinos occidentales, una
vez que quedó claro que la “resurrección” del antiguo Imperio Romano,
en ese gran intento que fue el Imperio Carolingio, se quedó en eso, en
un intento.
Estos fueron, a pesar de ciertas relaciones de interés, dos mundos esencialmente
distintos y antagónicos, a los que se les va a complicar la situación con la aparición de
otro poder político-religioso que surge de una nueva división, esta vez horizontal. Nos
referimos a la aparición y extensión del Islam. Esta nueva civilización se irá
imponiendo, también de forma antagónica, a las otras dos anteriores, dejando así el
viejo espacio que había sido ocupado por el gran Imperio Romano, dividido en 3
grandes zonas, con sus respectivas características. Son estos tres grandes espacios los
que dominan la Historia de la llamada Alta Edad Media.

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A) MIGRACIONES DE LOS PUEBLOS BÁRBAROS

Desde el siglo III, el Imperio romano se vio envuelto en una crisis profunda,
sobre todo las provincias occidentales: menos pobladas y menos ricas que las de
Oriente. Tenían serios problemas económicos y sociales: ruralización de la vida,
revueltas sociales, aumento de la presión fiscal, inflación, inestabilidad del poder
político y, sobre todo, una importante descentralización: unas provincias que se
consideraban cada vez más alejadas del poder imperial, lo que, entre otras
consecuencias, llevó a una cada vez más difícil elaboración de un buen plan de defensa.
A este debilitamiento generalizado había contribuido el cristianismo, como
elemento perturbador de toda una estructura histórica. Vimos además, cómo Roma
había ido perdiendo el esplendor político que la había caracterizado desde hacía siglos.
Dejó de ser la cabeza de un Imperio cohesionado. Otras ciudades fueron sustituyéndola
en su función de capital: Milán, Rávena, y en oriente: Constantinopla, fundada por el
Emperador Constantino en el 330.
Junto a todos estos problemas de los que adolece el Imperio Romano desde el
siglo III, se le suma la progresiva penetración de los pueblos bárbaros. Esta
circunstancia es lo que, en última instancia, provoca la Caída del Imperio Romano de
Occidente. En realidad, debe asumirse como un largo periodo de adaptación a una
nueva situación política, social y económica que se encuadra cronológicamente desde el
siglo IV hasta el siglo VII. Esta coyuntura histórica es la que da comienzo a la llamada
Edad Media.

Por tanto, como ya hemos dicho en otras ocasiones, los grandes acontecimientos
que fijan el rumbo de la Historia son consecuencia de múltiples factores o causas que se
interrelacionan entre sí. La explicación monolineal resulta demasiado sencilla e
insuficiente para interpretar correctamente los procesos históricos importantes. Y es
que, para que se produzcan los cambios esenciales que echen abajo las estructuras
existentes, éstas se tienen que ver atacadas por varios sitios y de forma prácticamente
simultánea. Una sola causa, por muy profunda que sea, no acaba con una estructura
histórica sólida, pues, precisamente por su carácter de estructura, está preparada para
afrontar las novedades que puedan surgir, siempre que no sean muy numerosas.

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Los invasores pertenecían a muy variadas etnias aunque solemos utilizar el
término “germánicos” para agruparlas. Pero no todos provenían de Europa central, es
decir, no todos son de origen indoeuropeo y de familia germánica.
- Los Hunos, por ejemplo, era un pueblo que procede de Asia.
- También los Alanos, aunque es un pueblo indoeuropeo, su raíz es
irania, puesto que parece que procedían del Norte de Irán, pero por la
presión de los hunos, se desplazaron hacia el Oeste, estableciéndose en
el siglo III en lo que actualmente es Ucrania.
- Los vándalos eran otro pueblo indoeuropeo de familia germánica. Se
cree que habitaban las regiones ribereñas del Báltico (en las actuales
Alemania y Polonia) hasta que la llegada de los godos los obligó a
desplazarse hacia el Sur, un poco actuando como vanguardia de los
godos, hasta asentarse en las riberas del Mar Negro, siendo por tanto
vecinos y en ocasiones aliados de los godos.
- Los suevos también son un pueblo indoeuropeo de familia germánica.
El origen geográfico de los suevos no está demasiado claro. Parece que
estaban asentados en la costa del Báltico cuando la migración de godos
y otros pueblos los empujó al Sur, estableciéndose a finales del siglo I
d.C. en el alto Danubio. Sin embargo, la irrupción de los hunos a
finales del siglo IV los empuja hacia el curso alto del Rhin, donde,
coaligados con alanos y vándalos, intentarán varias veces el cruce del
río, siendo rechazados por las tropas de frontera y por los francos al
servicio del Imperio, hasta el año 406 en que lograrán el cruce sobre el
curso del río congelado.
- Los más importantes serán los godos que procedían de Escandinavia,
de la isla de Gotland, situada al sureste de Suecia desde donde
emigraron al continente. Se extendieron hacia el Norte, por los países
Bálticos (Estonia, Letonia, Lituania) para descender luego hasta el Mar
Negro a principios del siglo III aprovechando la pasividad de los
romanos con respecto a Germania. Se instalaron allí, en la zona de
Crimea, de donde fueron expulsados por los hunos en el 376. Para
entonces, los godos ya se habían desgajado en Visigodos y Ostrogodos.

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Para el estudio de estos pueblos germanos disponemos, además de algunos
elementos arqueológicos, de algunas fuentes romanas. El primer autor que hablará de
estos pueblos será Julio César. Se refiere a ellos como unos pueblos que se encuentran
en un estado de salvajismo, sin ningún contacto con la civilización. Pueblos que vivían
de la caza y el pastoreo –su principal fuente de riqueza-, actividades que
complementaban con una agricultura itinerante, con escaso desarrollo técnico, que a su
vez se complementaba con prácticas de recolección. Según Julio César, comerciaban
con el hierro, aunque su uso estaba muy restringido: fabricación de armas –las
herramientas del campo eran de bronce-.
En cuanto a su organización social, era muy simple: la propiedad era comunitaria.
Aunque el ganado sí parece que tenía un régimen de propiedad diferente: pertenecía a
un clan o familia. Esta organización social no necesitaba de grandes instituciones
políticas. César habla de que vivían en Civitas (aldeas) y que dentro de las civitas, se
distribuían en Pagus (tribus). Cuando no hay peligro exterior cada pagus se organiza
individualmente, pero cuando sienten la amenaza de un peligro externo, los pagus se
unen y eligen a varios jefes militares.
Otra fuente importante para conocer a estos pueblos germanos es Tácito. En su obra
“De Origine et Situ Germanorum”, analiza este mundo germánico. En este momento, la
situación social descrita por Tácito difiere de forma importante con respecto a la
descrita por Julio César.
Según Tácito, los germanos se rigen por dos instituciones básicas:
- El Consejo de Jefes: organismo estable, permanente en el que se reúnen
los princeps de la tribu. También los denomina Optimates, una especie
de aristocracia.
- Asamblea de Guerreros: dirimen los asuntos que afectan al pueblo.
Desde finales del siglo I d. C. en que Tácito nos da esta información hasta que
nos encontramos a los godos cruzando el Danubio, las fuentes nos hablan de una
sociedad mucho más evolucionada, que se encuentra en transición a una sociedad
estatal. Se va a ir produciendo el desarrollo de una institución monárquica que va a ir
concentrándose en un linaje concreto. Una monarquía que no será aún hereditaria sino
electiva, pero falsamente electiva ya que los candidatos son siempre miembros de esa
determinada Sippe o linaje. Serán los optimates o grupos aristocráticos los que lo elijan
y no el grueso del pueblo. De manera que la aristocracia se irá fortaleciendo mientras
que el grueso de guerreros pasará a un segundo plano.

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No obstante, la aparición de un Estado y la evolución a una sociedad clasista,
con propiedad privada, se dará cuando las sociedades germánicas se asienten en tierras
de Roma.

Sus desplazamientos, desde el siglo II hasta el siglo IV tuvieron más el carácter


de migraciones de pueblos que de invasiones. Se trataba de grupos familiares o
pequeñas fracciones de tribus cuya aspiración era buscar lugares en que instalarse y
desarrollar una agricultura sedentaria combinada con la ganadería vacuna. El Imperio
los acogió sin dificultades, sobre todo, en las zonas cercanas a sus fronteras: bien como
colonos, o bien, como soldados. Se venían dando desde hacía bastante tiempo intensos
contactos pacíficos entre pueblos germanos y romanos, en los que se extiende la
interpenetración de sus respectivas estructuras sociales, poniéndose las bases de lo que
será la futura sociedad medieval. Es lo que algunos autores han denominado “la
barbarización del mundo romano y la romanización del mundo bárbaro”. De modo que
el limes se fue convirtiendo paulatinamente en una zona de contacto más que de
separación efectiva. Este contacto se materializaba en intercambios comerciales entre
romanos y germanos. Los germanos obtenían productos de lujo (oro, metales preciosos)
cuya posesión otorgaba prestigio social a su poseedor. Y los romanos a cambio obtenían
ganado y esclavos. Había que conseguir, por tanto, cada vez más ganado y más esclavos
para comerciar con los romanos, lo que llevó a estos pueblos a luchar entre ellos, a
saquear a tribus vecinas para robar sus ganados y sus mujeres.

.Pero a finales del siglo IV y durante el siguiente, estas entradas fueron


protagonizadas por pueblos enteros que ejercen una presión mayor, incluso invasiones
propiamente dichas debido a la llegada de un elemento nuevo altamente perturbador
como eran los hunos, llegados de Asia Central. Las fuentes del siglo III a. C. hablan de
ellos como pueblos de pastores nómadas que durante mucho tiempo fueron vecinos de
los chinos, enfrentándose a ellos.
Pues bien, hacia el siglo IV aparecen los hunos en la zona de la actual Ucrania
donde se asientan. Los primeros en sufrir sus ataques serán los godos –se habían
asentado en las orillas del Mar Negro-. Los derrotan en el año 375 bajo el mando de
Uldi, y a partir de ese momento, experimentan un cambio trascendental: sus
tradicionales ingresos de ganado y saqueo de otras tribus se les va a unir el poder que

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ejercen sobre un pueblo sedentario y agrícola, como eran los godos. Las rentas que le
proporcionan los godos les van a permitir dedicarse en exclusiva a la actividad militar.
Por tanto, la entrada de los godos en el Imperio se produjo en el año 376 cuando
cruzaron el río Danubio debido a la presión provocada por los hunos que procedían de
Asia central. Los godos fueron aceptados a regañadientes por el emperador
estableciendo una serie de condiciones de establecimiento: debían entregarles dos
tercios de tierra. Dos años después, sin embargo, ante el incumplimiento de lo acordado
por los romanos de instalarlos, se sublevaron: 378 aplastaron al ejército imperial en
Adrianópolis, cerca de Constantinopla. Aunque esta derrota no supo mucho en el plano
político, sí fue importante en lo que respecta al efecto psicológico que produjo en los
romanos.
Esta derrota y la muerte del emperador Valente en el campo de batalla fueron
decisivas para que su sucesor, Teodosio, estableciera un pacto con los godos: en virtud
del Foedus del año 382 los godos se instalaron en Mesia en calidad de tropas al
servicio de Roma.

Pero los hunos, que se habían asentado creando una organización política fuerte
en la zona de Ucrania y Panonia, perturbaron también la existencia de otros pueblos
germanos que comenzaron a presionar y entrar en el Imperio. Las líneas generales de
los desplazamientos son:
- en el año 400 vándalos y alanos entraron en las actuales Austria y Suiza
(Retia y Nórica).
- En el año 405, grupos de esos mismos pueblos, acompañados de
ostrogodos penetraron en Italia desplegándose por el valle del Po y la
Toscana
- En el año 406, de nuevo vándalos, alanos y suevos cruzaron el Rin
helado y se prepararon para invadir la Galia y en el año 409, suevos,
alanos y vándalos cruzaron los Pirineos y se instalaron en Hispania.
- En el año 408, los visigodos con su jefe Alarico entraron también en
Italia y en el año 410 saquearon Roma. El Emperador Honorio se tuvo
que refugiar en Rávena, que pasó a ser la capital del Imperio. Estos
sucesos provocaron una fuerte impresión en Occidente. De hecho, la
célebre obra de San Agustín, referente trascendental de la vida
espiritual de la Edad Media, De civitate Dei, aparece en este momento

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(principios del siglo V). En esta obra se establece que las invasiones
son una prueba que recuerda a los cristianos que no deben poner su
esperanza en la ciudad terrena sino en la celeste.
Ante esta situación en emperador Honorio decidió convertir a los visigodos en
una fuerza que controlara a los demás pueblos germanos que habían entrado en el
Imperio. Así que el emperador accede a instalarlos en Aquitania mediante un Foedus de
418. El de Aquitania, con capital en Toulouse sería el primer reino bárbaro de Occidente
reconocido oficialmente. Ataúlfo llegó a casarse con Gala Placidia, hermana del
Emperador Honorio, por lo que Ataúlfo se convierte en cuñado del Emperador. Por
tanto, de una política belicista pasa a las relaciones diplomáticas con los romanos.
La solución al problema visigodo no evitó que otros pueblos germanos
continuaran con sus correrías (Alamanes, Bávaros, Burgundios). Sin embargo, el
emperador Valentiniano III y Aecio, jefe del ejército romano de Occidente, sólo
reaccionaron frente a las 2 amenazas más graves:
- la primera amenaza venía del sur y la constituían los vándalos. Vimos cómo en
el 406 habían cruzado el Rin junto a suevos y alanos y que en el 409 llegaron a los
Pirineos. Desde allí, derrotados por los visigodos deciden a marchar al norte de África
donde se apoderan de las mejores provincias romanas como Cartago. En esta zona,
considerada el granero de Europa, interrumpieron el tráfico comercial por el
Mediterráneo, lo que obligó al emperador a suscribir con ellos un nuevo Foedus en el
año 430. Se establece así el segundo reino oficial bárbaro, el de los vándalos del Norte
de África.
- la segunda amenaza viene del Norte y la protagonizan los hunos. Al frente de
ellos se encontraba Atila. Tras recibir una embajada del emperador Teodosio II y su
diplomático Priscos –que en el transcurso de su Embajada escribió una obra importante
para el conocimiento de los hunos y los godos-, decide desviar su atención de Oriente y
atacar Occidente. De modo que desde el año 451 nos encontramos a Atila atacando a los
pueblos asentados a las orillas del Danubio y el Rin. Atila logra entrar en la Galia donde
es derrotado en los campos Cataláunicos por un conglomerado de tropas romanas,
francas, burgundias y visigodas. Esta fue una de las pocas batallas importantes, que
contrasta con el carácter episódico y local que solía darse entre romanos y bárbaros.
Después de esta derrota los hunos deciden hacer una nueva incursión, esta vez
en Italia. En su camino saquean todas las ciudades de las llanuras del Po. Cuando
parecía que Roma iba a ser la siguiente víctima, se produce la famosa entrevista entre

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Atila y el Papa León I, a la altura de Mantua. La tradición dice que el Papa le convenció
para que desistiera de su avance por Italia, pero en su sorprendente retirada también
hubo de influir la enfermedad que había hecho mella en el ejército de Atila, el temor a
que sus bases en Oriente fueran atacadas, así como el tributo que los romanos se
comprometieron a pagar. Además, la muerte de Atila un año después supuso el
comienzo de la desintegración del Imperio Huno.

Nos queda hablar de otro pueblo germánico que penetra en el Imperio por la
brecha que abrieron los vándalos, al romper la frontera del Imperio en el 406.
Nos referimos a los Francos (formados por dos importantes coaliciones de
tribus: los Salios y los Ripuarios). Inician la ocupación del Norte del Rin. El avance de
los francos hacia el sur fue lento y compacto (no ocurrió así con los vándalos) y sin
abandonar sus puntos de origen. Poco a poco se va a ir perfilando la institución
monárquica, de modo que a finales del siglo V sube al trono Clodoveo (483)
considerado el primer rey de los francos. Logró unificar el territorio de la Galia,
fragmentado, bajo su poder: al sur se encontraban los visigodos (Aquitania, con capital
en Toulouse), al este, controlando el valle del Ródano estaban los burgundios, y en
torno a París quedaba como residuo de la antigua dominación romana un territorio
controlado por un magíster militum. Estos poderes fueron reducidos por Clodoveo en
beneficio de los francos. Con su conversión al catolicismo consolidó su alianza con la
aristocracia galorromana que dirigía las funciones administrativas.
Los visigodos, fueron por tanto expulsados del sur de la Galia por los francos,
por lo que penetrarían en Hispania creando allí un importante reino.
Los Lombardos, otro pueblo germano, se instalarán en el siglo VI en las
llanuras del río Po, en torno a Milán, Verona y Pavía. Formando un importante Estado.
Por último, al norte de los francos, nos vamos a encontrar con otros pueblos que
aparecen atacando las costas del Mar de Norte. Estos pueblos son esencialmente tres:
los Anglos, Sajones y los Iutas. Como los francos avanzaron hacia el sur sin abandonar
las zonas del Norte, estos tres pueblos no pudieron ir al Sur, sino al Oeste. Su objetivo
será, por tanto, la isla de Gran Bretaña. Allí el poder imperial romano era muy débil, por
lo que no van a encontrar resistencia.

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La instalación de los pueblos germanos en el Imperio de Occidente no modificó
sus estructuras. Salvo en el caso de los vándalos y, en menor medida, de los anglos y
sajones, que arrasaron las estructuras precedentes, los recién llegados se adaptaron a las
circunstancias de las regiones ocupadas.
Uno de los rasgos, sin embargo, de todos estos reinos germano-romanos que
surgen en occidente, va a ser la decadencia de sus ciudades. Ya desde el siglo III las
ciudades fueron perdiendo población en beneficio del campo (ruralización), y con la
pérdida de población, perdieron también sus funciones. Apenas se mantuvieron unas
cuantas ciudades, rodeadas de murallas e invadidas por campos cultivados y pequeños
rebaños que servían de asiento a algunas sedes episcopales, y que anunciaban el modelo
de ciudad altomedieval.
Como consecuencia de la desaparición de las antiguas concentraciones urbanas,
disminuye también la actividad mercantil. Sin embargo, las rutas comerciales tanto
terrestres como marítimas conocerían una importante revitalización a mediados del siglo
VI cuando los bizantinos de Justiniano ocuparon el norte de África, el sur de España y
la mitad sur de Italia.
El comercio no sólo disminuyó sino que cambió de carácter. Ya no se trataba
como en la época del Imperio de abastecer a grandes ciudades sino de proveer de
objetos pequeños y de mucho valor: joyas, libros, marfiles, sedas, vestimentas
litúrgicas, a una minoría de ricos. Eran productos que venían del Imperio romano de
Oriente, y para pagarlos debían remitir oro y esclavos a Bizancio.
Este mismo tipo de comercio que apenas utiliza moneda caracterizaba los
intercambios que se producen en el interior de los reinos bárbaros.

B) LOS PRINCIPALES REINOS OCCIDENTALES

En el amplio espacio Mediterráneo anteriormente ocupado por Roma, después


de estos grandes e importantísimos movimientos de población, surgieron una serie de
reinos con una sólida instalación en sus respectivas áreas de influencia. Algunos de
estos reinos dejaron escasa huella en el espacio en el que se instalaron: vándalos,
suevos, ostrogodos y lombardos. Otros, en cambio, constituyeron el embrión de futuros
desarrollos nacionales: los francos, anglosajones y los visigodos que fijaron una larga
memoria de unidad perdida. Vamos a ver aquí los reinos efímeros, aquellos que
acabaron desapareciendo sin dejar prácticamente huella.

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1. El Reino Vándalo, en África.
Era ante todo un Estado guerrero, con un fuerte componente de germanismo,
enemigo a muerte de la romanidad y del catolicismo. Provocaron la desarticulación total
de las estructuras económicas y políticas de la antigua provincia norteafricana.
Los piratas vándalos atacaron constantemente todas las costas de Grecia,
saquearon Roma a mediados del siglo V y ocuparon una parte importante de Sicilia.
Crearon un Imperio marítimo que privó a Roma de sus grandes mercados de cereales y
favoreció el aislamiento hispánico. Pero uno de sus mayores problemas fue que no
ocuparon más que las zonas del litoral, dejando amplios espacios de acción para las
tribus autóctonas en el interior, que los asediaron en varias ocasiones.
Pero sería el Ejército Bizantino enviadas por el emperador Justiniano, al mando
de Belisario, quien acabaría con el poder de estos pueblos germánicos en el Norte de
África en el año 534.
2. Los suevos en Galicia.
3. El Reino Ostrogodo en Italia.
Vimos cómo el jefe de los hérulos, Odoacro, había depuesto al último emperador
romano de Occidente, Rómulo Augusto. Llegó a ocupar toda la llanura del norte entre
Rávena y Milán. Sin embargo, finalmente fue derrotado por Teodorico, rey de los
ostrogodos, en el año 490. Al contrario que los vándalos, los ostrogodos combinaron en
su reino el equilibrio entre las tradiciones imperiales romanas y las bárbaras. Así,
Teodorico, educado en Constantinopla, conservó las leyes romanas, y consiguió ganarse
a la clase senatorial y a los grandes dignatarios, a los que mantuvo en sus cargos. De
hecho, dedicó a las funciones civiles a los italo-romanos mientras que los puestos
militares eran ocupados por godos.
Al igual que ocurrió con el reino vándalo del norte de África, este reino
ostrogodo cayó ante la llegada de los bizantinos a mediados del siglo VI.
4. Reino Lombardo: se habían instalado en Panonia hacia el año 520 cuando
sus antiguos ocupantes habían avanzado hacia el oeste. Pero a su vez, la entrada de los
ávaros unas décadas después (finales del VI) los obligó a dejar aquellas tierras y
dirigirse hacia la arruinada Italia. Como retaguardia del mundo germano, estos
lombardos carecían de cualquier influencia romana. Durante mucho tiempo estos
pueblos fuertemente germánicos impusieron la ley militar de los conquistadores,
aniquilando a la aristocracia romana, confiscando sus tierras y sometiendo a la toda
clase de vejaciones a la población romana. A diferencia de los demás pueblos germanos,

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la organización política de los lombardos no había evolucionado hacia formas
monárquicas sino que existía una atomización del poder, dividido entre distintos jefes o
duques con un gran poder individual, que acabaría repercutiendo negativamente en la
consolidación de los lombardos en Italia. De manera que tuvieron que enfrentarse a esta
descentralización política y al poder paralelo y creciente de los papas. Finalmente
cedieron al empuje de los francos a mediados del siglo VIII.

Ahora vamos a ver tres reinos germanos que sí tuvieron importantes


repercusiones, tres reinos más sólidos con cierta pervivencia en el tiempo.
1. Los anglosajones en Inglaterra.
Los destacamentos militares romanos de Britania se habían trasladado al continente
durante el año 407 para cerrar la brecha abierta en la frontera del Rin por la que habían
entrado los pueblos germanos. Su marcha dejó en manos de sus habitantes autóctonos,
quienes muy débilmente romanizados, experimentaron una fuerte celtización. La
retirada de las tropas imperiales de Britania coincidió con la llegada de grupos de
anglos, sajones y jutos, que arrasaron la isla, arrinconando a sus habitantes, los bretones,
en las zonas norte y oeste. Una parte de ellos emigró al continente, al norte, que
rebautizaron con el nombre de Bretaña, donde se instalaron, eliminando la herencia
romana e imponiendo su cultura céltica.
Por su parte, los invasores anglos y sajones se comportaron en la isla de Bretaña
como bárbaros en el sentido peyorativo del vocablo.
Fueron evolucionando hacia formas monárquicas y el fortalecimiento de esta
monarquía vino impulsado por la cristianización de la isla protagonizada por dos grupos
de misioneros. En el norte, los irlandeses, herederos de la tradición de San Patricio. En
el sur, romanos, enviados por el papa Gregorio Magno a principios del siglo VII.
2. La España visigoda.
Los visigodos constituían el pueblo más romanizado de los que habían entrado en el
Imperio romano. Entre el año 376 en que cruzaron el Danubio y el año 507 en que, tras
su derrota por los francos de Clodoveo, tuvieron que renunciar a sus establecimientos en
el sur de la Galia e instalarse en Hispania, los visigodos habían pasado más de un siglo
recorriendo las tierras del Imperio y familiarizándose con sus estructuras.
Una vez que se instalaron en la península ibérica, comenzaron a integrarse con la
población peninsular:
- se dieron matrimonios entre visigodos e hispanorromanos

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- se creó un único sistema administrativo y judicial
- y la defensa del territorio tanto frente a los francos, que atacaban por
los Pirineos, como frente a las tropas bizantinas de Justiniano que a
mediados del VI consiguieron instalarse en las actuales regiones de
Murcia y Andalucía oriental. Mientras, los visigodos, eligieron Toledo
como capital de su reino.
A finales del siglo VI el rey Leovigildo impulsó la dinámica de integración
social y territorial. Combatió a francos y bizantinos, eliminó el reino de los suevos
(Galicia) y mantuvo a raya a los vascones. Buscó también la unidad ideológica de los
visigodos bajo la fórmula del arrianismo. Por tanto, aseguró la autoridad visigoda frente
a cualquier otra, en especial, frente a la Bizantina.
La muerte de Leovigildo dio paso en el trono a su hijo Recaredo. El nuevo
monarca renunció al arrianismo y buscó la unificación ideológica de sus súbditos en el
catolicismo, al que se convirtieron con ocasión del Concilio III de Toledo en el año 589.
Esta decisión sentó las bases para el engrandecimiento de la Iglesia católica del reino:
en poco tiempo consiguió inmunidad fiscal y la inalienabilidad de sus propiedades.
Además, la Iglesia se convirtió en portavoz de las exigencias de la aristocracia..
La fusión de las dos sociedades (goda e hispana) continuó en los años siguientes.
Así, a mediados del VII el rey Recesvinto promulgó el Liber Iudiciorum, único código
legal para el conjunto de la población.
El paulatino poder de la aristocracia a finales del VII y principios del VIII aceleró la
fragmentación del espacio político en numerosas y pequeñas células. Esto facilitó la
entrada en el año 711 la entrada y el dominio de los musulmanes en la Península
Ibérica.
3. El Reino Merovingio.
La historia del reino franco tras la desaparición de Clodoveo estuvo presidida por la
fragmentación de la realidad política y social de la Galia. A ello contribuyeron la
diversidad de grupos étnicos francos establecidos y el creciente poder de los obispos,
verdaderos representantes de los intereses de la aristocracia galorromana. Esta
fragmentación política tras la muerte de Clodoveo se materializó en el surgimiento de
entidades políticas independientes con un fuerte componente regional: ducados
importantes como los de Champagne o Toulouse, y sobre todo, a los tres reinos de de:
Austrasia, Neustria y Borgoña. Aunque la institución dominante en cada uno de estos
reinos era la monarquía, la aristocracia era la que realmente manejaba los hilos del

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poder. De manera que la figura de los monarcas palidecía mientras que iban ganando
prestigio los mayordomos de palacio, los cuales contaban con el apoyo de obispos y
monasterios.
Los más influyentes y poderosos fueron los mayordomos de palacio de Austrasia.
De modo que desde comienzos del siglo VII, el predominio de los mayordomos de
palacio de Austrasia empezó a ser evidente. Hemos de destacar en esta evolución a
Pipino de Herstal quien unificó las mayordomías de los tres reinos a finales del VII.
Cuando murió le sucedió un hijo bastardo llamado Carlos Martel, cuyos éxitos pondrían
las bases de la construcción política realizada por su nieto Carlomagno.

C) NACIMIENTO DE LA CRISTIANDAD OCCIDENTAL

Antes de comenzar a hablar del Imperio Bizantino, vamos a dedicar un espacio


para hablar del nacimiento de la Cristiandad occidental, un nacimiento que tiene
lugar ahora, en la transición de la Antigüedad tardía a la Alta Edad Media.
La creación de una Cristiandad germanorromana –latina- fue un proceso que
tuvo lugar durante tres siglos, del siglo V al VIII: se fueron creando las bases de la
Cristiandad Occidental medieval. En esos tres siglos parecieron existir dos iglesias: la
del Imperio Bizantino, mediatizada por el emperador, apoyada en él, preocupada por los
problemas del dogma, y la Iglesia del occidente romano-germánico, centrada en unos
objetivos más inmediatos como eran intentar acomodarse al nivel cultural y religioso de
los germanos.
La iglesia calcó su organización sobre la civil del Imperio, de modo que
estableció arzobispos al frente de las provincias eclesiásticas y obispos en las ciudades
de las mismas.
La sociedad romano-germana se caracterizó por una serie de rasgos:
- la fortaleza de las aristocracias
- la privatización de las relaciones sociales (ENCOMENDACIÓN)
- el poder y la fuerza de los obispos y proliferación de iglesias.
El poder de estos obispos radicaba en la riqueza y poder de las familias de las
que procedían. Fueron los únicos personajes que se mantuvieron al frente de las
ciudades y territorios cuando el Imperio desapareció. Muchos de ellos se comportaron
como poderosos señores, acumulando grandes patrimonios producto de limosnas y
donaciones.

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Junto al aumento del número de obispados, se dio también el incremento de los
templos, al principio instalados en las ciudades, pero como consecuencia de la
ruralización de la población y la difusión de las creencias cristianas entre los habitantes
rurales, se crearon multitud de templos en el mundo rural. Todo esto marcó el ritmo de
la evangelización de los reinos germánicos.
Al margen de esos dos escalones, cuatro ciudades se convirtieron en ciudades
patriarcales. El hecho de que en Occidente sólo Roma tuviera esa condición (en
oriente: Antioquía, Constantinopla y Alejandría), facilitó el ascenso del obispo de esa
ciudad, la primacía del obispo de Roma sobre otras sedes occidentales, con resistencias
por parte del patriarca de Constantinopla y del emperador de Oriente.
Se fue consolidando así la institución del Papado, uno de las dos grandes
construcciones universales de la Edad Media, una institución que se vincula a la
primacía del obispo de Roma. De los 47 papas que se suceden entre el siglo V y el siglo
VIII, sólo destacan 3: León I, Gelasio I y Gregorio Magno: contribuyeron a elaborar
una doctrina de primacía del obispo de Roma sobre los demás obispos. Paulatinamente
se fue identificando al papa de Roma con el espacio de Occidente, una dinámica que se
dio como una constante, un enfrentamiento entre el obispado de Roma y el patriarcado
de Constantinopla por la autoridad universal que llevó al Gran Cisma del siglo XI
(1054) y que acabó con la creación de dos iglesias (la iglesia católica romana y la iglesia
ortodoxa).
En este contexto el papa Gelasio I envió en el año 495 envió una carta al
emperador Anastasio en la que proponía una de las tesis políticas más importantes de la
Edad Media: la Tesis de las dos espadas: el reconocimiento de la auctoritas pontificia
sobre la potestas regia.

Durante los siglos IV y V la Iglesia se vio inmersa en una serie de debates


teológicos e intelectuales con el fin de dar forma al contenido dogmático. Todo este
cuerpo doctrinal, complejo lo sintetizó San Agustín en el siglo V, verdadero creador
del cuerpo doctrinal que la iglesia católica considerará propio. Los tres grandes ámbitos
fueron: el misterio de la Trinidad, el pecado original y la teología de los sacramentos y
del purgatorio.
El reto asumido por el papado del siglo VI, y sobre todo por Gregorio Magno
fue la evangelización, fue la conversión de los grupos arrianos y de los paganos
(provinciales romanos del mundo rural a los que aún no había llegado el mensaje de los

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obispos; y germanos instalados en el antiguo Imperio). Los protagonistas de la
evangelización de Europa fueron los misioneros y los monjes.
Fue ese corpus doctrinal, sintetizado, resumido, simplificado del mensaje
cristiano el que fue difundido por misioneros. Esto sumergió al cristianismo en un
proceso de folclorización importante.
El mensaje evangelizador del cristianismo incluía una declaración personal en
esos misterios nucleares de la religión, y además, una instrumentalización visual y
mental de la misma a través de una serie de ritos:
- el culto a los santos y mártires: su culto que se generalizaba en oriente a
través de los iconos o imágenes, lo hizo en Occidente a través del culto
a las reliquias o la veneración de las tumbas (peregrinaciones)
- y la celebración de la misa: el modelo fue obra de los papas de esta
época, de León Magno a Gregorio Magno. A comienzos del siglo VII
la misa había alcanzado la forma que hemos conocido.
- El tercer instrumento con el que contaron los misioneros fue la
formalización de algunos sacramentos. Dos fueron los sacramentos que
tomaron forma más rápidamente: el bautismo y la penitencia, pública y
de carácter espectacular a veces, y privada mediante la confesión oral
de los pecados al sacerdote, práctica que cuando se difundió a partir del
siglo XI, se convirtió en un instrumento decisivo de control social de la
población cristiana.

La cristianización de los reinos bárbaros, pese al esfuerzo de obispos, monjes


y misioneros fue una empresa muy larga: “En Europa se bautizó mucho pero se
convirtió muy poco”. Sólo con el bautismo de Clodoveo, rey de los francos en el año
490, se puede hablar de un empujón decisivo en la catolización de los germanos
(catolización porque la mayoría practicaba el arrianismo). Un siglo después (586), la
conversión del rey visigodo Recaredo en el Concilio III de Toledo tendría el mismo
significado para la España visigoda.
Uno de los grandes protagonistas de la conversión en Europa fue Winfrith, el
futuro San Bonifacio: su objetivo era doble: reformar la Iglesia Franca y extender el
mensaje de Cristo más allá del Rin.

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III. EL IMPERIO BIZANTINO

Una de las mejores definiciones que puede darse del Imperio Bizantino es aquella
que se refiere a él como un Imperio:
- de estructura estatal romana
- de cultura griega
- de religión cristiana
Estas serán, en efecto, las bases sobre las que descansa esta construcción histórica
de gran permanencia: podemos situarla cronológicamente desde el siglo V hasta la caída
de Constantinopla en manos de los turcos en 1453. Puesto que nos estamos moviendo
en el período de la Alta Edad Media, vamos a detener nuestro recorrido a mediados del
siglo X, en su segundo punto álgido en lo que respecta a su desarrollo político y
cultural. Todo ello bajo la Dinastía Macedónica. Punto álgido porque es el momento en
el que tiene lugar:
- un proceso de reestructuración interna
- una ampliación externa de su influencia política y cultural hacia los mundos
búlgaro y ruso.
De manera que a mediados del siglo X, nos vamos a encontrar con un Imperio
Bizantino ya totalmente griego, que se convierte en dirigente de una Cristiandad griego-
eslava, paralela al área latino-germana.

Constantinopla fue cobrando cada vez más importancia desde su fundación por el
emperador Constantino, quien la calificó como la “Nueva Roma”. Era una ciudad con
una inmejorable situación geográfica, lo que contribuyó sin duda, también, a su
protagonismo: en la encrucijada entre dos continentes y su situación en un montículo de
gran visibilidad sobre el Bósforo, con un puerto natural extraordinario.
Teodosio el Grande dividió en el año 395 el Imperio romano entre sus dos hijos:
- Arcadio, al que va a corresponder Oriente, con capital en Constantinopla
- Honorio, en Occidente, cuya corte se encontraba en Rávena donde luego se
trasladará la capital del Imperio cuando los visigodos saqueen Roma en el 410.
En un primer momento, cuando se hizo la división se temió por la durabilidad de la
zona oriental del Imperio. Pero lo cierto es que fue el que logró superar el embiste de las
invasiones gracias a su potencial demográfico, a sus defensas y ventajas naturales

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(geográficas). De manera que los primeros emperadores bizantinos protegieron sus
fronteras sin grandes dificultades. En el norte, Teodosio II obtuvo la pacificación de los
Hunos, que marcharon a occidente. Además construyó el famoso Muro Teodosiano.
También se deshicieron de los godos que marcharon hacia Italia. Cuando la vía
diplomática no funcionó tuvieron que apoyarse en soldados mercenarios, por lo que
introdujeron a otros bárbaros en el solar imperial: los isaurios.
Este Imperio Oriental que podemos calificar de griego, culto, político, urbano,
mercantil y cristiano, se extendía por una gran superficie: desde la costa oriental del mar
Adriático hasta la frontera con Persia, y desde el Danubio hasta el desierto africano. Su
lengua dominante que era el griego, va a convivir con diferentes lenguas: el copto en
Egipto, el hebreo, el arameo, el siríaco y el árabe en su extremo sudoriental.
La base política del imperio se asentaba en la solidez de las instituciones,
empezando por el emperador. Su base económica residía en una amplia capa de
pequeños propietarios campesinos instalados en aldeas que aprovisionaban los
mercados de las grandes ciudades, que eran las que daban vida al Imperio al constituir
importantes centros de comercio, administración y enseñanza.
En el Imperio de Bizancio, como en el romano, la ciudad y el territorio articulado
por ella constituía la célula básica de organización del espacio y del sistema de poder.
Durante el siglo V y los primeros decenios del siglo VI, la población de las ciudades
bizantinas había continuado aumentando. La preocupación estatal por el abastecimiento
de estas ciudades estimulaba la actividad mercantil, tanto a través de las rutas regionales
como de las de larga distancia que llegaban hasta China.
El aumento de la población, la riqueza urbana y la ampliación de los recintos de las
ciudades tuvieron como consecuencia:
- una proliferación de las obras públicas, sobre todo en la capital (murallas,
basílica, palacio)
- un importante trasvase de población del campo a la ciudad.
Y es que si las ciudades bizantinas constituían un potencial de energía económica y
organización administrativa. Por su parte, el mundo rural fue cada vez recibiendo menos
atención. La población rural emigraba a las ciudades y sobre los campesinos que
quedaban se aumentó la presión fiscal, a lo que se sumó una concentración cada vez
mayor de la propiedad en unas pocas manos. Estos campesinos, además de la ciudad
también se alistaban en el ejército, se hacían bandoleros, ingresaban en monasterios…
lo que era síntoma de cierta desestructuración del mundo rural.

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Este Imperio tenía a la cabeza, además de al Emperador, al Patriarca de
Constantinopla que se convirtió como un papa en Oriente, aunque siempre subordinado
a la autoridad del emperador. Ambos tuvieron que lidiar con interpretaciones
heterodoxas de los dogmas cristianos. De hecho, el mayor peligro para Bizancio en ese
momento no provenía del exterior –de las invasiones- sino precisamente de las
controversias religiosas y de las herejías que se desarrollaban en su seno. Unas herejías
que arraigaron en algunas regiones donde constituyeron un verdadero caldo de cultivo
de resistencias políticas. Las herejías más importantes eran:
- el arrianismo: negaba el dogma de la Trinidad, puesto que Jesús había sido
creado por el Padre con atributos divinos pero no como un Dios en sí, y por
tanto no era eterno, como éste. Esta doctrina (del sacerdote de Alejandría, Arrio)
fue condenada en al Concilio de Nicea en el 325.
- El nestorianismo: reforzaba la naturaleza humana de Cristo, eliminaba la
condición de la Virgen como Madre de Dios, y ponía en duda el valor de la
redención al considerarla obra de un hombre y no de un Dios. Fue condenado en
el Concilio de Éfeso en el 431.
- El Monofisismo: se sitúa en el extremo contrario de la herejía anterior al
considerar que Jesús sólo tiene una única naturaleza divina. Fue condenada en el
Concilio de Calcedonia de 451.
La condena de estas 3 herejías contó con el acuerdo del papa de Roma y el Patriarca
de Constantinopla, pero el problema continuó existiendo durante siglos. Y es que, los
cristianos de Siria (arraigó el nestorianismo) y de Egipto (donde arraigó el
monofisismo), vieron en estas herejías un complemento a sus señas de identidad. Una
identidad que ya se apoyaba en su individualidad cultural, basada en un idioma propio,
y que va a ser alentada por las sedes patriarcales de Antioquía y de Alejandría, como
una forma de resistencia a la preeminencia de Constantinopla en la organización
eclesiástica. Por tanto, esta situación creó una permanente tensión en el Imperio
Bizantino.
El emperador Zenón (finales del siglo V) intentó alcanzar un equilibrio dogmático
entre las posiciones ortodoxas y monofisitas. Lo hizo a través del Henotikon, un decreto
de unidad del año 482, pero esta solución no logró contentar a las provincias orientales,
tampoco al papa de Roma que no lo aceptó, provocando un cisma entre las Iglesias de
Roma y de Bizancio que se prolongó durante 40 años.

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A) EL EMPERADOR JUSTINIANO Y SU PROGRAMA

Justiniano dirigirá el Imperio entre los años 527 y 565 y lo hará bajo la fórmula
política de la autocracia. Sus dos objetivos fundamentales van a ser: la reconstrucción
física de la unidad del antiguo Imperio romano y el fortalecimiento del poder del
emperador.
Vamos a empezar por este segundo objetivo:
Es decir, podemos hablar de un auténtico absolutismo imperial. Justiniano se
arrogaba el derecho de decidir en todos los ámbitos de la vida de sus súbditos. Incluso la
Iglesia aparece sometida también a su autoridad. Podemos hablar en este sentido de
Cesaropapismo: intromisión del poder político en las cuestiones eclesiásticas: designa a
los prelados, interviene activamente en las cuestiones de fe. La iglesia además va a
reforzar su poder elevándolo a la categoría cuasi divina, identificándolo como el
representante de Cristo en la Tierra. La arquitectura vino igualmente a reforzar esta
imagen de poder absoluto de Justiniano: Santa Sofía de Constantinopla, dedicada a la
Santa Sabiduría, la segunda persona de la Santísima Trinidad, era una metáfora de sus
ambiciones. Esta basílica junto al palacio imperial conformaban el núcleo simbólico de
la capital.
Con la intención de dar una homogeneidad al Imperio desde la base del derecho,
va a realizar una importante labor de recopilación jurídica: pretende recoger la tradición
romana y armonizarla con la cristiana, como digo, para dar al Imperio una base
homogénea. Se crea así el Corpus Iuris Civilis estaba constituido por 4 partes:
- el Código de Justiniano: redactado en latín, recoge los edictos imperiales desde
el siglo II hasta el siglo VI (533)
- las Novellae o nuevas disposiciones del propio Justiniano, redactado en griego
- el Digesto o Pandectas: la parte más voluminosa, es una colección de textos de
los jurisconsultos romanos
- Los Instituta: manual para los estudiantes de Derecho.
Esta obra jurídica de Justiniano recogió la herencia del Bajo Imperio romano que
reforzaba los principios de centralización, separación de poderes civil y militar,
profesionalización de los funcionarios y control de sus actividades. Pero junto a estos
principios también heredó sus debilidades: gigantismo administrativo y la obsesión por
recaudar impuestos que permitieran sostener la política imperialista de Justiniano.

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Además de esta unidad jurídica, va a buscar también la unidad intelectual de base
cristiana. En este sentido, va a cerrar en el 529 la Academia de Atenas, último centro de
la cultura clásica pagana en el Imperio. Y también va a llevar a cabo un fuerte control
que a veces se tradujo en la persecución de monofisitas y judíos, aunque los resultados
fueron más bien limitados. Los monofisitas fortalecieron sus posiciones en Siria y
Egipto, donde su discrepancia religiosa se convirtió en un ingrediente de separatismo
que en los años 630 a 640 facilitará a los musulmanes la ocupación de esos territorios.
Frente a unos y otros, los mejores agentes del emperador fueron los monjes. En sus
monasterios de la capital o de las provincias –algunos de los cuales han perdurado hasta
nuestros días, como el de Santa Catalina en el monte Sinaí, estos monjes constituirán un
grupo de presión poderoso y permanente en la historia del Imperio Bizantino.

El segundo objetivo de Justiniano era la reconstrucción física de la unidad del


antiguo Imperio Romano. Justiniano se dispuso aprovechar la dinámica de crecimiento
de su reino y lo que, según él creía, eran frágiles construcciones políticas de los
germanos en territorios de población mayoritariamente romana.
Pretendía, por tanto, la reintegración del Mediterráneo occidental. Esta tarea la
inició en el 533 bajo el mando de los generales Belisario y Narsés. En cuestión de pocos
meses liquidaron al reino vándalo del norte de África. Al año siguiente los bizantinos
marcharán sobre la península itálica donde fueron bien recibidos por el papa y por un
sector de la población con júbilo, puesto que vivían atemorizados por sus gobernantes
arrianos, los ostrogodos.
Pensaron que podrían repetir el éxito que tuvieron en el norte de África, pero se
encontraron con una importante resistencia por parte de este pueblo al mando de su rey
Totila. De hecho mantendrían la llamada “guerra gótica” durante 30 años.
En el trascurso de la misma, a mediados del siglo VI, los bizantinos van a intervenir
también en Hispania donde durante 70 años ocuparon una parte del territorio: las islas
Baleares, y el espacio entre la desembocadura del Júcar y la del Guadalquivir.
El proyecto de reintegración mediterránea de J. alcanzó entonces su mayor
extensión, aunque en todas partes, con un carácter muy provisional.
- en África las tropas imperiales tuvieron que hacer frente a insurrecciones
bereberes
- en Italia la guerra gótica dejaba al país en la ruina mientras que sus habitantes
añoraban los buenos tiempos de los primeros años de Teodorico

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- en España los monarcas visigodos intentaron concienzudamente expulsar del
territorio a los bizantinos.
Todo ello implicaba para éstos unos gastos militares crecientes para los que no
encontraban compensación, por lo que tenían que aumentar la presión fiscal.

La muerte de Justiniano en el año 565 aceleró los dos procesos que empezaban a
debilitar el Imp. Bizantino: la amenaza de los enemigos exteriores (ávaros, eslavos,
persas y búlgaros) y el deterioro de la situación social, política y militar interna, que se
puede atribuir tanto a la presencia de aquéllos como, sobre todo, al desgaste producido
por la política de reintegración mediterránea.
En este ambiente de agobio fiscal y militarización de la vida social, se desarrollaron
los reinados de los sucesores de Justiniano: Tiberio, Mauricio y su asesino y sucesor
Focas (602-610), todos ellos militares.
La situación de amenazas exteriores trajo consigo 4 consecuencias importantes:
- la renuncia al principio de separación de las funciones civiles y militares. Los
exarcas reunieron ambas.
- La construcción a orillas del Mar Rojo y en el alto Eúfrates de una red de
fortalezas asistida por soldados-colonos bajo el mando igualmente unificado de
un jefe militar.
- El fortalecimiento de los vínculos de dependencia personal respecto a los ricos
terratenientes (para buscar garantías de defensa)
- Y la encomendación por parte de la población a Cristo, la Virgen y los santos,
cuyas imágenes se multiplicaron en iconos.

B) LA CRISIS DEL SIGLO VII

Durante todo el siglo VII (desde 610 hasta el 717) la vida bizantina estuvo
marcada por la crisis que afectó a las estructuras del imperio. El debilitamiento de éstas,
visible desde la muerte de Justiniano, experimentó un agravamiento cuando el Imperio
persa fue sustituido desde la década de 630 por el Islam. Los musulmanes ocuparon
rápidamente las provincias orientales del Imperio de Bizancio. Los rasgos que habían
caracterizado a aquél se debilitaron (unidad, público, urbano, comercial, romanizado) a
la vez que se reforzaba una mentalidad de supervivencia teñida de milagrerismo que
encuentra refugio en la veneración de las imágenes.

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Al final de este periodo, en el año 717, el Imperio apareció como algo nuevo:
más reducido, más coherente, militarizado, rural, privado, griego. Es decir, un Imperio
menos antiguo y más medieval.

Esta crisis del siglo VII estuvo marcada por:

1. Un horizonte de guerra permanente: durante el siglo VII el Imperio


Bizantino. tuvo que atender 3 frentes militares:
- El frente oriental: el tradicional enemigo persa, que luego fue sustituido por el
musulmán. A principios del siglo VII (602) los persas atacaron Bizancio. Durante
20 años fueron cayendo en sus manos Capadocia, Armenia, Siria, Palestina, Egipto
y Jerusalén. Esta última pérdida fue la que más afectó a los bizantinos. Los persas se
llevaron la reliquia de la cruz de Cristo: despertó en la población un verdadero
sentimiento de guerra santa. En ese ambiente, en el año 622 comienza la
contraofensiva bizantina dirigida por Heraclio. En lugar de ir reconquistando las
provincias perdidas, lo que hizo fue atacar directamente el centro del Imperio Persa.
Entró en su capital en el año 628, saqueó su tesoro, recuperó las provincias ocupadas
y sobre todo, la cruz que volvió a Jerusalén.
Pero estos éxitos de Heraclio frente a los persas pudo saborearlos muy poco, ya que
unos pocos años después los musulmanes comenzaron a ocupar territorios
bizantinos: Siria, Palestina y Egipto, Chipre, Rodas y sus dominios en el Norte de
África. Comenzó, por tanto, el irreversible repliegue del imperio frente al poder
islámico.
- el frente danubiano-balcánico: la progresiva penetración de los eslavos hacia el
sur, hasta que se instalaron de forma masiva en Macedonia, rebautizada como
Eskavinia. También comienzan a llegar dos nuevos pueblos de estirpe turca de
guerreros: los jázaros que se mantendrán hasta mediados del siglo X en el curso bajo
del Volga, y los búlgaros: que tendrán un fuerte protagonismo en la política exterior
de Bizancio en los siglos siguientes.
- El frente occidental perdió importancia después de la muerte de Justiniano: ¿por
qué? la falta de continuidad territorial con el conjunto del Imperio y la gravedad de
la amenaza oriental (persa y luego musulmana), explican la pérdida de posesiones
en este frente: la España bizantina pasó a manos de hispano-godos entre 625-630.
En cuanto al África bizantina, la ocuparon los árabes desde mediados del siglo VII.

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Y la Italia bizantina vio disminuir sus dimensiones: limitadas a Rávena, Sicilia y
unos cuantos enclaves costeros en el sur de la península.

2. Militarización:
Se produjo una reorganización militarista del Imperio con el sistema de “Themas”:
designa tanto a la unidad del ejército acuartelada en un distrito, como a la
circunscripción territorial que le correspondía defender. Al frente de cada Thema se
sitúa un estratega, que reunía tanto funciones civiles como militares - sustituye a la
figura del exarca, gobernadores de provincias fronterizas, constituidos por Mauricia a
finales del siglo VI-. Bajo su mando se hallaban todos los habitantes del distrito, pero de
forma más específica, los estratiotas, una especie de campesinos-soldado que en número
variable entre 6.000 y 12.000 estaban instalados en cada Thema, donde tenían
responsabilidades de defensa. Cada uno de ellos poseía en usufructo inalienable una
explotación agraria que debía proporcionarle la renta suficiente para asegurar su
mantenimiento y el de su equipo militar. La relación entre estrategas y estratiotas, pese
al derecho público vigente, fue adquiriendo rasgos de vinculación personal. Es decir, sin
alcanzar el grado que tuvo en la Europa Occidental, el sistema de themas desarrolló
facetas que formalmente recordaban al feudalismo.

3. Desestructuración del sistema urbano


Pérdida de protagonismo de la ciudad. La militarización de la vida del Imperio, con
la nueva organización en themas, alteró la tradicional función administrativa de las
ciudades, subordinada ahora a un continuo esfuerzo militar. Las ciudades perdieron
peso demográfico, económico y, sobre todo, social y político. Su importancia pasó a
depender de su condición de acuertelamiento o de lugar de peregrinación.
No obstante, la crisis urbana fue más breve que la que experimentaron las ciudades
en occidente, ya que dos siglos después, se produjo la recuperación urbana del Imperio
Bizantino.

4. Fortalecimiento del mundo rural:


La disminución de la población del Imperio y, sobre todo, sus continuos trasvases de
unas regiones a otras para asegurar la defensa de las fronteras, cambiaron la red de
doblamiento. A esto también contribuyó la creación de numerosos monasterios en el
mundo rural y la consolidación del sistema de themas.

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Por otra parte, ese sistema de themas y de sus soldados campesinos favoreció el
auge de la mediana y la pequeña propiedad, lo que propició el fortalecimiento de las
aldeas y de sus comunidades aldeanas.

El sistema de themas favoreció los poderes militares de las provincias, sobre todo de
las fronterizas. Algunos de sus jefes aprovecharon a finales del siglo VII esta
circunstancia para hacerse con el poder. De este modo, en el año 717, el estratega de
Anatolia, León sube al trono imperial mediante un golpe de Estado, instaurando una
nueva dinastía: la Isáurica (que sustituye a la heracliana). Se trataba de León III el
Isáurico.

C) DINASTÍA ISÁURICA: LA QUERELLA DE LAS IMÁGENES

Pocos meses después de subir al poder, León III comenzó a dar los primeros pasos
para reorganizar el Estado. Lo hizo cubriendo los 3 aspectos siguientes:
- El derecho: promulga en 726 la Eklogé (selección), edición resumida del Corpus
Iuris Civilis de Justiniano. En ella reforzaba la figura del Emperador como
legislador inspirado por Dios.
- La administración territorial: con el aumento del número de themas, para reducir
su tamaño
- La política religiosa: con la imposición de la iconoclastia.
Esta dinastía dirigiría las riendas del Imperio Bizantino hasta mediados del siglo X
en que es sustituida por la Dinastía Macedónica.
La querella de las imágenes consistió en la disputa entre los iconoclastas, partidarios
de su eliminación, y los iconódulos, defensores de su veneración e incluso de su
adoración. Esta querella abarcó un amplio periodo, entre el año 726 y el año 843, año en
que la querella concluyó con el triunfo definitivo de los defensores de las imágenes. La
resolución final de este conflicto tuvo como consecuencia la eliminación de las fuentes
favorables a la iconoclastia, por lo que no se conoce mucho de este periodo.
La devoción por las imágenes religiosas había sido mucho más vigorosa en oriente
que en occidente. Algunas imágenes de Cristo, la Virgen y ciertos santos habían
generado un verdadero culto de los iconos en sí mismos. Durante el siglo VII, los
campos de batalla, las ciudades sitiadas, los monasterios, las casas, se llenaron de
imágenes, propiciando un ambiente de exaltación y veneración que fue impulsado,

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sobre todo, desde los monasterios. Estos conservaban las imágenes más populares, a las
que se atribuía milagros portentosos, lo que generaba una corriente de peregrinaciones y
ofrendas.
El problema radicaba en que la iconodulía formaba parte de la ortodoxia que la
Iglesia había defendido tanto frente al monofisismo como frente al judaísmo y el
islamismo, los tres opuestos a la tradición icónica. En este sentido, no fue extraño que
las corrientes iconoclastas más vigorosas nacieran en las fronteras orientales del
Imperio, las que en el siglo VIII vivían en contacto con monofisitas, judíos y
musulmanes.
A esto hay que añadir una interpretación política. El emperador que por primera vez
prohibió los iconos, León III el “Isáurico”, tenía la voluntad de crear una nueva dinastía
y la de realizar una renovación política. La expresión religiosa de estos dos objetivos la
encontró en la exaltación de la Santa Cruz y, de forma paralela, en la persecución de las
imágenes; imágenes de santos monopolizadas por los monasterios y los terratenientes
más poderosos. De esta forma, León III estaba contraponiendo y reforzando la autoridad
del Emperador identificado con la cruz de Cristo, frente al poder de las imágenes,
identificadas con el monopolio de los monasterios.
Todo comenzó cuando León III ordenó que se quitara una imagen de Jesús colocada
de manera destacada sobre la entrada ceremonial al Gran Palacio de Constantinopla, y
que se reemplazara con una cruz. Algunas personas dedicadas a la tarea fueron
asesinadas por una banda de iconódulos. León describió la veneración de imágenes
como «artimañas de idolatría». Una idolatría que sólo atraía la ira de Dios; pero tras ese
trasfondo religioso, como hemos dicho, se encontraban intereses políticos.
Durante este largo periodo de lucha entre iconoclastas e iconódulos, el periodo más
duro de la persecución iconoclasta lo constituyó el reinado del Emperador Constantino
V, el hijo de León III. Los monasterios se convirtieron en plazas fuertes a favor de la
veneración de iconos, y entre los monjes se organizó una red subterránea de iconódulos.
Juan Damasceno, era un monje sirio que vivió fuera del territorio bizantino y que se
convirtió en el principal oponente de la iconoclasia a través de sus escritos teológicos.
Constantino dirigió su lucha hacia estos monasterios, destruyó muchas reliquias,
muchos monjes fueron asesinados y humillados. Algunos grandes monasterios en
Constantinopla fueron secularizados, por lo que muchos monjes huyeron.

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Los papas se negaron a aceptar las tesis iconoclastas, por lo que se creó un
importante enfrentamiento con el emperador. Esto provocó un deterioro de las
relaciones entre la Iglesia de Constantinopla y Roma.

D) LA DINASTÍA MACEDÓNICA. LA SEGUNDA EDAD DE ORO BIZANTINA

En la segunda mitad del siglo IX sube al poder Basilio I con el que se inicia una
nueva dinastía, la Macedónica, que estaría en el poder hasta mediados del siglo XI.
Durante este periodo de casi 2 siglos, el Imperio Bizantino vivió una etapa de
consolidación política y social interna y un apogeo cultural. De hecho, a esta etapa se le
conoce como la “segunda edad de oro” del Imperio Bizantino. Sus rasgos
predominantes fueron:
- el fortalecimiento de la autoridad imperial
- la recuperación de las ciudades y, por tanto, cierto debilitamiento de las
comunidades aldeanas campesinas
- una reactivación del comercio internacional
- un desarrollo de las grandes propiedades monásticas.

Dentro de esta edad de oro habría que incluir a los siguientes emperadores:
Basilio I (867-886), León VI el Sabio (886-912), Constantino VII Porfirogéneta (912-
959), Juan I Tzimiskes (959-976) y Basilio II (976-1025).
Durante esta segunda edad de oro, tuvo lugar una fuerte autocracia en la que el
emperador era considerado como un representante de Cristo en la tierra, recalcando el
origen divino de su autoridad.
El Imperio contuvo las nuevas oleadas de invasores procedentes de Asia.
Además, reconquistó a los árabes algunas de sus antiguas posesiones en Italia y Oriente.
Tampoco permitió la insubordinación de los nuevos Estados de los Balcanes.
Pero la muerte de Basilio II en 1025 señalaría el inicio de un largo periodo de
problemas y reveses que prepararía la intervención de los cruzados a finales del siglo
XI. Y es que, a partir de esa fecha, el imperio perdió su unidad y, con ella, su fuerza.
Problemas políticos y económicos provocaron que a lo largo de la segunda mitad del
siglo XI los emperadores bizantinos solicitaran ayuda de los mandatarios occidentales
en su lucha contra turcos y musulmanes. La intervención se traducirá en las cruzadas.

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Posteriormente, Bizancio ya no volverá a recuperar su antiguo esplendor y caerá,
al final, bajo el poder de los turcos en el año de 1453.

IV. EL IMPERIO CAROLINGIO

Los pipinos o carolingios eran una familia aristocrática de la región de Austrasia


que dirigían la política franca.
Pipino de Heristal y su hijo Carlos Martel ya se habían distinguido muy
claramente en dicha política franca, sobre todo, Carlos, al detener en la batalla de
Poitiers (732) a los musulmanes. Carlos Martel también luchó con energía contra los
demás enemigos externos e internos del territorio franco; de modo que a su muerte en el
año 741, formaba ya un sólido bloque político.
Su hijo, Pipino el Breve continuó estabilizando sus dominios. Este se
proclamaría “rey de los francos” (recordemos que todas estas figuras de las que venimos
hablando ostentaban el cargo de Mayordomos de Palacio). Así, sustituiría al último
monarca merovingio, Childerico III (descendiente de Clodoveo). Para ello contó con el
apoyo de Roma que veía en los francos un sólido baluarte para su independencia del
poder de Oriente y frente a los lombardos que intentaban unificar Italia.
Es ascenso al poder de los carolingios se produjo, en gran medida, porque eran
una de las familias propietarias más ricas del reino, en un momento en que el último de
los monarcas merovingios estaba pasando por apuros económicos.
Pipino el Breve fue el primer rey carolingio que hizo del papado una potencia
política, luchando por conseguir su independencia frente a los lombardos. De modo que
formó el Estado Pontificio constituido por Roma, Romaña y otros territorios
recuperados a los lombardos. Su hijo Carlomagno seguiría sus huellas en este sentido,
aunque no quería hacer un papado demasiado potente que se inmiscuyera en funciones
que ya estaba ostentando el propio soberano, incluso en el ámbito religioso. Tampoco el
papado quería un emperador todopoderoso que no encontrara ningún freno a su poder
en toda Europa, y que no reconociera que tal poder le venía de Dios.
Carlomagno sucedió a su padre y fue coronado Emperador en Roma en la
Navidad del año 800 por el papa León III. Este acto tuvo mucha importancia, tanto
efectiva como moral.

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Lo más destacado del gobierno de Carlomagno, también llamado Carlos I El
Grande, es la extensión y centralización del Imperio que logró restaurar. Las difíciles
tendencias hacia la unidad cuajaron en la Europa Occidental en este Imperio Carolingio,
produciéndose así la llamada Traslatio imperii, es decir, el paso del Imperio de manos
romanas a manos germanas. No obstante, para Carlomagno, el Imperio significaba, más
que cualquier abstracción política, un aumento de sus territorios.
Aparece como un audaz jefe militar, muy carismático, que supo aprovechar muy
bien la superioridad tecnológica y de efectivos del ejército franco. No obstante, hay que
tener en cuenta que las acciones militares y las anexiones de Carlomagno, más que
gestas heroicas (así son consideradas exageradamente por la historiografía tradicional
francesa) responden mejor al esquema de estabilización de una obra ya comenzada y
desarrollada por su abuelo y padre. En todo caso, lo que sí tenía muy claro Carlomagno
era que la guerra debía dar continuidad al Imperio. Se había convertido en una especie
de necesidad, en el fundamento esencial de su poder. Gracias al botín y al tributo de los
sometidos, se podía mantener abastecida la cámara real y asegurar el apoyo de los
magnates.
El Ejército, elemento fundamental para la expansión territorial y garante de la
estabilidad y seguridad, se hizo fuerte a partir del sistema de la concesión, bien por el
soberano o bien por un magnate, de un beneficio materializado en un pedazo de tierra
que recibía un vasallo, a cambio de acudir al servicio de las armas.

Una vez sometida la región de Lombardía, Carlomagno añadiría al Imperio


Venecia e Istria. La zona más difícil de someter era Sajonia (empresa en la que empleó
más de 20 años). Una vez sometida Sajonia, formaría junto a Francia, Burgundia y la
región alemana, el núcleo del Imperio. También se sumarían al Imperio las regiones de
Frisia y Baviera.
En el sur, pese al fracaso de Roncesvalles (778), Carlomagno se estableció más
allá de los Pirineos orientales, llegando a ocupar Barcelona en el 801, creando la
importante Marca Hispánica.
En Aquitania, por otra parte, logró crear un Estado subordinado a los francos,
cuyo monarca sería su hijo Luis el Piadoso.
Tras las conquistas, que acabaron aproximadamente en el 805, el Imperio
Carolingio se extendía desde el Llobregat hasta el Elba y desde el Mar del Norte hasta el

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sur de Italia. Territorios dispersos a los que se quiso cohesionar mediante la
implantación de una respublica christiana.
Después de ese año de 805, la principal preocupación de Carlomagno fue
eminentemente defensiva, dedicándose, sobre todo, a perfeccionar las marcas.
¿En qué consisten esas Marcas? el Imperio Carolingio, a grandes rasgos, era un
organismo estatal fuerte en su núcleo, pero que se iba debilitando en su periferia, por lo
que era necesario crear zonas de protección militar en torno al Imperio: las marcas.
Las más importantes fueron la ya aludida Marca Hispánica, la Marca Panónica,
la Marca Soraba y la Marca de Bretaña.

A) ORGANIZACIÓN POLÍTICA, SOCIAL Y ECONÓMICA.

En Occidente se introdujo la idea de que el emperador tenía como misión esencial la


de ser el guardián de la fe cristiana, de ahí que Carlomagno se hiciera coronar como
emperador por el papa León III. A ojos de Bizancio esto era un usurpación, por lo que
hizo falta que el emperador de oriente reconociese a Carlomagno como tal en el 812.
Se formaron así 2 poderes con pretensiones universales:
- Oriente, con los países de lengua litúrgica griega
- Occidente, con los países de lengua litúrgica latina.
La organización imperial carolingia se caracterizaba por una gran desconcentración,
así como por absolutismo sin límites jurídicos: el emperador tenía el bannus (poder para
ordenar o prohibir algo bajo pena), el poder militar, el poder judicial y el poder
legislativo.
Respecto a la sucesión, intervenían en este proceso la familia, los magnates y el
Papa. El emperador debía reunirse con los magnates para que eligieran a uno de sus
hijos como sucesor; de lo contrario, la elección se realizaría entre todos los miembros de
la familia real, por lo que la Monarquía sería eminentemente electiva. Después se
necesitaría el consentimiento del Papa para llevar a cabo la consagración del soberano.
La capital del Reino no era fija, y el Palatium era itinerante. Aunque Aquisgrán fue,
sin duda, la residencia más transitada del emperador.
La administración central era dirigida por 3 oficiales:
- el importante cargo de Archicapellán central: representaba al papa ante el
emperador; dirigía el personal eclesiástico, conocía los asuntos eclesiásticos del
reino, informaba al emperador de las cuestiones eclesiásticas más importantes.

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- El Canciller: redactaba las disposiciones legislativas, las cartas reales, las
decisiones del rey, y otros documentos. Estaba ayudado por notarios y escribas.
- El Comes Palatii, estaba a la cabeza de la administración del Imperio; vigilaba a
los condes y tenía el poder judicial –delegado por el emperador-.
Por otra parte, estaban los Missi Dominici cuya función era conciliar la
centralización autoritaria con la desconcentración territorial. Eran enviados de 2 en 2,
uno laico y otro eclesiástico, a cada distrito del Imperio. Sus atribuciones eran muy
amplias: realizaban un trabajo administrativo y de control e inspección, tanto para
cargos civiles como religiosos.
Mientras el poder del emperador fue fuerte, estos Missi Dominici fueron agentes de
dicho poder, pero cuando se debilitó, dejaron de ser delegados de centralización y
control y pasaron a convertirse en agentes de los magnates, asumiendo una autoridad de
la que, en realidad, despojaban al emperador.
En cuanto a la Administración local, se apoyaba principalmente en los condes que
procedían de familias francas, y eran educados en la Corte Real. Tras la expansión
carolingia, su número había ascendido a 300 y en los momentos de mayor extensión van
a alcanzar los 700. La política de Carlomagno hacia ellos fue la de tenerlos controlados
a partir de un vasallaje basado en lazos de fidelidad o dependencia personal; algo que
tendrá su influencia, más tarde, en el desarrollo del feudalismo.
Estos condes ejercieron una cierta independencia de sus poderes en sus unidades
territoriales denominadas pagus; actuaban, por tanto, como fuerzas centrífugas, lo que
contribuía a que la idea de Imperio fuera más bien ilusoria.
Entre sus funciones estaban las de mantener la paz para la seguridad del territorio, y
la de hacer ejecutar las órdenes del rey, convocar a los guerreros y recaudar los
impuestos.
En las marcas o regiones fronterizas-defensivas, sus jefes se denominaban marchio,
y tenían gran autonomía para tomar decisiones importantes. De hecho, tenían los
poderes de un conde más los militares.
La independencia de los condes y los grandes propietarios será cada vez mayor, y se
reflejó en la construcción de castillos. Unas edificaciones que daban testimonio de los
distintos tipos de fragmentación socio-económica:
- El condado, que poco a poco se independiza del poder central y en el 850 se
convierte en hereditario y autónomo.

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- El señorío inmune que, en principio, consistía en la exención de impuestos a
favor de tierras donadas por el rey, con Carlomagno adquirirá un sentido
diferente, ya que consistirá en la prohibición a los agentes reales de penetrar en
las tierras del inmunista. Esta condición únicamente se le concederá a las
iglesias y abadías.
En el momento en el que el poder del emperador se debilita, el señorío inmune, ya
autónomo económicamente, adquirirá también autonomía política.
En cuanto a la base económica en los territorios del imperio: sobra decir que era la
agricultura la principal actividad económica. Prevaleció el gran latifundio repartido en
villae (dominios que constituían unidades económicas autárquicas). Se distinguen las
villae del emperador, de los señores y de la iglesia. La actividad industrial se vio
paralizada por la disminución de los centros urbanos y por la escasez de los mercados.
Además, desde el siglo VIII hasta el X se produjo una progresiva desaparición del
comercio exterior debido, sobre todo, a la conquista árabe. De ahí que el Imperio se
viera obligado a vivir en régimen de economía cerrada.
Desde el punto de vista cultural, el Imperio Carolingio sí tuvo, en cambio, un gran
esplendor: el llamado Renacimiento Carolingio:
- se produjo un resurgimiento de las letras y de las artes, salvándose así la ciencia
y la literatura antiguas
- Carlomagno atrajo a su corte a numerosos extranjeros ilustrados.
- Se obligó a los conventos y catedrales a que crearan escuelas gratuitas.
- El emperador tuvo un papel muy importante en la extensión de la alfabetización,
con la fundación de una serie de centros de enseñanza. Pero él mismo no dejó de
ser un analfabeto.
- El arte del libro tuvo una gran importancia: libros manuscritos con miniaturas,
encuadernaciones, y el propio tipo de letra (caligrafía carolingia o palatina)
- En el terreno de la arquitectura, la capilla palatina de Aquisgrán será un ejemplo
palpable de la exquisitez de la cultura carolingia.
En definitiva, un esplendor cultural que no tuvo se correlato ni en la organización
política ni, sobre todo, en la evolución económica y social.

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B) DISGREGACIÓN DEL IMPERIO

La corta duración del Imperio carolingio se debió a varios factores; entre los más
señalados se encuentran los siguientes:
- su excesiva extensión
- el incremento del poder de la nobleza
- el descenso de las rentas reales
- y la propia herencia que percibían los hijos del patrimonio paterno, lo que trajo
consigo la división del reino.
Los historiadores han reivindicado tradicionalmente que, si bien esto suponía la
disolución del Imperio (aunque nominalmente hubiera un emperador), también llevaba
consigo un primer esbozo de las líneas de la futura Europa.
El Tratado de Verdún, legalizó la extinción del Imperio Carolingio y, en principio,
no pretendía la instalación, en su lugar, de una serie de naciones-Estado nacientes. No
obstante, las fuerzas internas de cada parte crecieron considerablemente, especialmente
en las filas de la aristocracia, por lo que hubo una serie de fuerzas centrífugas que
consolidaron y aumentaron la división.
De hecho, por la capitular de Quierzy, se reconocía jurídicamente (en la práctica se
venía realizando desde hacía varios decenios) el derecho de los hijos de los condes a
recibir toda la herencia y los beneficios de su padre (al monarca no volverían los
privilegios ya otorgados), con o que se daba un paso más para el establecimiento de la
sociedad feudal.

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Nota: lo que aparece en rosa son las zonas de influencia del Imperio Carolingio

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