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Racionalismo e individualismo
— Gramática
— Retórica
— Historia
— Poesía
— Ética
a) España no rompió totalmente con la Edad Media, lo cual es cierto, pero esta es
una característica del Humanismo.
b) España adoptó una actitud política marcadamente nacionalista, pero como
otros países europeos, porque esto también es típico del Humanismo.
c) España estuvo dominada por preocupaciones teológicas, pero al igual que
ocurrió en Europa —pensemos en Erasmo—.
Durante el s. XVI, que, a grandes rasgos, coincide con los reinados de Carlos I y
Felipe II, España se impone como la gran potencia política europea. Esta hegemonía es
posible en gran medida mediante el imperio que reúne Carlos I bajo su corona: España y
América Central y del Sur, Nápoles, Alemania y los Países Bajos. Un gran imperio, sin
duda, pero inorgánico, falto de cohesión y organización. Pese a ello, se experimenta un
notable desarrollo económico en buena parte, gracias a las riquezas llegadas de
América, y en España la población aumenta de manera considerable, hasta alcanzar un
total de 10 millones de habitantes.
El reinado de Carlos I (1516-1556) comienza en España con una guerra civil, la
llamada de las Comunidades de Castilla: el nacionalismo castellano se manifiesta hostil a la
expansión europea que representaba el nuevo emperador. Otros conflictos ibéricos fueron
las Germanías en Valencia (hasta 1522) y Baleares (hasta 1523), revueltas del pueblo llano
contra la nobleza corrupta.
En política exterior, Carlos I combatió la Reforma protestante en sentido
estricto, por las armas, lo que provocó la implicación de España en innumerables
conflictos internacionales. El Concilio de Trento (1545-1547, 1551-1552 y 1562-1563),
promovido por Carlos I, es el fundamento teológico de la lucha contra el protestantismo, la
Contrarreforma. Además, el emperador tuvo otros frentes abiertos en los enfrentamientos
bélicos contra Francisco I de Francia y contra los turcos.
En gran medida, la política de Felipe II (1556-1598) consistió en intentar aplacar los
conflictos originados por su padre, no siempre con éxito:
— Revueltas en la Península:
manera que los conversos eran admitidos sin problemas. Sin embargo, ya a finales del s. XVI,
principios originarios de la Compañía se pervierten: se renuncia a la denuncia social, se impone el
estatuto de nobleza de sangre y se hace cortesana.
Plebe.— Los plebeyos, frente a nobles y clérigos, pagan tributos y trabajan en oficios
mecánicos. Como en la Edad Media, el trabajo se consideraba no un privilegio, sino una maldición
divina.
La población rural está integrada por pobres campesinos. En una economía medianamente
desarrollada, la producción de una familia campesina permite el autoabastecimiento y mantener a
cuatro o cinco familias más; en el s. XVI hispano ocurre a la inversa.
La población urbana es más variada:
— Esclavos: la esclavitud pervive, limada por el cristianismo, sobre todo en las colonias
americanas.
— Extranjeros, aunque en su interior cabe distinguir entre el técnico especializado —por
ejemplo, el impresor, habitualmente de origen alemán, que vive como mercader aceptado
plenamente en la sociedad— y el dedicado a tareas viles, este marginal.
— Moriscos, conversos y gitanos: marginados por cuestiones raciales y religiosas.
entiende que el análisis de la cultura antigua permitirá la liberación del ser humano, en los
ámbitos cultural y sociopolítico. La cultura clásica propiciará la remodelación del mundo.
La base de este edificio educativo lo constituye, una vez más, la gramática latina. El
currículum humanista lo completan retórica, literatura, historia y filosofía moral o ética. El
dominio de estas disciplinas permitirá acceder a la cultura clásica, una edad en que las artes
y las ciencias habían alcanzado un alto grado de desarrollo, derruido en gran medida por el
escolasticismo medieval. De acuerdo con el ideal humanista, la recuperación de la cultura
antigua mejorará la sociedad. El Humanismo, por tanto, parte de la cultura para remodelar
el mundo. Las ambiciones humanistas, de este modo, exceden el simple ámbito cultural.
Además del mundo clásico, el movimiento humanista se caracteriza también por el
respeto por las tradiciones autóctonas: las lenguas y literaturas vernáculas cobrarán un
interés cada vez mayor. En este sentido, el Humanismo es una síntesis de la cultura clásica
y la medieval, que no se desecha por completo. En su tiempo, esta dimensión filoautóctona
del humanismo resultará desconcertante para los eruditos tradicionales, anclados en el
pasado. Cuando Nebrija publique su Gramática castellana (1492), casi nadie lo entenderá:
entonces, la gramática se concebía para el aprendizaje de las lenguas no maternas,
señaladamente el latín; y, desde esta perspectiva, la gramática de la lengua materna es un
absurdo. Esta preocupación humanista por las culturas vernáculas es uno de los gérmenes
del nacionalismo.
En líneas generales, la novedad humanista radica en que las letras y las ciencias se
desligan de la teología. Este proceso se había iniciado en las primeras universidades
medievales, pero la reacción de la Iglesia lo había abortado. Porque la Universidad sigue en
manos de la Iglesia y es el refugio del añejo pensamiento escolástico, el movimiento
humanista es en gran medida antiuniversitario con excepciones, pues Nebrija combate
los saberes medievales desde la universidad de Salamanca. Ahora, los humanistas
intentan recuperar la independencia laica, aunque sin enfrentarse tajantemente a la teología.
De hecho, este proceso de deslindar lo humano y lo divino es empleado incluso por
los humanistas para reivindicar una vuelta a la religión evangélica, purgada de elementos
extraños, como en el caso de Erasmo (vid. supra).
La teoría y praxis literaria del Renacimiento está marcada en gran medida por el
redescubrimiento de la Poética de Aristóteles (384-322 a. C.).
Es esta una obra menor en la producción del filósofo de Estagira, un simple
esquema, tal vez unos apuntes para sus clases. Por esta causa, la Poética no tuvo demasiada
influencia en la Antigüedad ni en la Edad Media. Si acaso, en Al-Ándalus circuló una
versión árabe desde el s. X. Hubo también una versión latina, a cargo de Guillermo de
Moerbeke en 1278; pero solo se conservan dos manuscritos, prueba de su limitada
difusión.
La situación cambia en 1498, fecha del primer impreso que se difunde de modo
notable, cuyo texto es la traducción latina de Georgio Valla. En 1508 se imprime por vez
primera el texto griego, en la imprenta veneciana de Aldo Manuzio. A partir de este
momento, son cada vez más frecuentes las ediciones latinas y griegas, a veces bilingües, y
las traducciones romances —las primeras, italianas; la primera española, por Alonso
Ordóñez en 1626—.
La Poética discurre a lo largo de 26 breves capítulos:
El desarrollo de la poética
La poesía renacentista
En vida, sus versos solo circularon manuscritos. Aunque hoy se conservan algunas
copias de mano, un amplio sector de la crítica considera que son versiones tardías,
derivadas de la tradición impresa. El primer impreso que recogió su producción combina
su obra con la poesía de su amigo Juan Boscán: Las obras de Juan Boscán y algunas de Garcilaso
de la Vega (1543), edición póstuma para ambos, de cuya publicación se encargó la viuda de
Boscán. En 1569 aparece la primera edición exenta de la obra de Garcilaso, frecuentemente
reeditada desde entonces. En 1574 se estampa la edición con comentarios del Brocense, y
en 1580 la edición también comentada por Fernando de Herrera.
La trayectoria poética de Garcilaso supone la combinación de tres grandes
tradiciones poéticas, una hispánica (la poesía de cancionero y el valenciano Ausiàs March) y
dos foráneas (la lírica italiana vernácula, en especial Petrarca, y la poesía clásica latina, sobre
todo Virgilio). Aunque se desconoce la cronología precisa de la mayor parte de sus obras, la
incidencia de estos influjos no es lineal, sino por superposición. A grandes rasgos, entre
1526 y 1532 inciden los cancioneros castellanos y Petrarca, y entre 1533 y 1536 Petrarca y
los italianos, así como los clásicos latinos.
Garcilaso fue esencialmente poeta amoroso. Entre sus obras se conserva un
ramillete de poemas octosilábicos a la manera cancioneril, en la línea de los versos
amorosos Cancionero general de Hernando del Castillo, cuyo fundamento es el amor cortés.
Pero sus composiciones más plenamente renacentistas están influidas por el Canzoniere de
Petrarca, en donde el amor, de expresión más intimista, está concebido mediante finos
matices, con mayor variedad en la introspección y el análisis de los sentimientos
individuales. La nueva tradición poética dominada por este modelo literario del amor se
denomina petrarquismo. Además, en Petrarca y los petrarquistas son novedosos como
motivos amorosos la melancolía, el estoicismo y el sentimiento de la naturaleza. En cambio,
pese a la profesión militar de Garcilaso, las referencias a la guerra apenas afloran en su
obra, y tampoco la religión, ni siquiera como metáforas.
Desde el punto de vista formal, la más evidente innovación de Garcilaso fue
métrica, en contraste con las convenciones medievales del s. XV. Como en la poesía de
cancionero, la rima de las obras de Garcilaso es consonante, pero ocasionalmente recurre al
verso blanco, sin rimar —así, en la Epístola a Boscán—. En cuanto a la medida del verso, de
los metros medievales hace un uso escaso del octosílabo —limitado a sus coplas
cancioneriles (vid. infra)—, pero desecha el verso de arte mayor. Su verso característico es el
endecasílabo, tomado de Petrarca y los poetas italianos: aunque el Marqués de Santillana ya
lo había empleado en el s. XV, su modelo, de rígida estructura acentual, no cuajó hasta que
Garcilaso y Boscán lo recrearon dotándolo de mayor flexibilidad. Además, algunas estrofas
que pretenden imitar los metros latinos por combinación de versos largos y cortos, como la
lira, se valen del susodicho endecasílabo y del heptasílabo. Las estrofas de Garcilaso son
igualmente renovadoras en España: los tercetos dantescos o encadenados, la octava real, la
lira y la estancia, esta última de extremado artificio, son incorporadas desde la poesía
italiana o latina —véanse sus características en el Manual de métrica de Antonio Quilis—.
Con esta base material, Garcilaso cultiva las siguientes modalidades poéticas:
A mediados del s. XVI florece una destacada nómina de poetas líricos directamente
influidos por la renovación poética de Garcilaso.
Juan Boscán (h. 1490-1548). Fue amigo y estrecho colaborador de Garcilaso, con quien
comparte el mérito de la introducción de la poesía petrarquista en España. Su vida concilia, como la
de su amigo, las armas y las letras. Su obra poética es más extensa, y de notable calidad. En los tres
tomos impresos por iniciativa de su viuda, su poesía aparece distribuida del siguiente modo:
Tomo I: poesía de tradición hispánica.
Tomo II: lírica italianizante (92 sonetos y 10 canciones petrarquistas)
Tomo III: composiciones extensas (Epístola a Diego Hurtado de Mendoza, Octava rima e Historia
de Leandro y Hero).
Son estos últimos los poemas más interesantes de su producción. La Epístola a Diego
Hurtado de Mendoza, junto con la respuesta de Diego Hurtado y otro poema análogo de Garcilaso,
marcaron la introducción de la epístola poética en España, a imitación del latino Horacio. En
cuanto al Leandro y Hero, incorpora a la poesía española asuntos mitológicos a partir de las
Metamorfosis de Ovidio, siguiendo una línea ya abierta en el siglo XV por el Marqués de Santillana y
Juan de Mena.
Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575). Otro poeta guerrero, que ejerció también la
profesión diplomática como representante de Carlos I en el Concilio de Trento. Fue uno de los
grandes humanistas de su tiempo, y poseyó una gran y famosa biblioteca.
Fue un prosista notable (Guerra civil de Granada, relato de tipo morisco). Como poeta,
pertenece de lleno a la esfera garcilasista: asuntos y versos italianizantes, formas como el soneto y la
canción son también características de su obra, aunque cultiva también la poesía tradicional y
cancioneril. Hoy es apreciado sobre todo por sus poemas largos: la Epístola a Boscán otro de los
hitos de la epístola poética en España y la Fábula de Adonis, en octavas reales, composición de
tipo histórico-mitológico.
Hernando de Acuña (1520-1580). También soldado poeta, destaca como autor de poemas
de asunto no amoroso: los temas morales y religiosos estos últimos centrados en la relación del
ser humano con Dios, poco comunes en la Edad Media son su seña de identidad
Gutierre de Cetina (1520-1557). Poeta soldado que, como Garcilaso, muere muy joven. Fue
el más famoso cultivador de la modalidad poética denominada «madrigal», poemas no demasiado
extensos de forma afín a la canción petrarquista.
Fernando de Herrera (1534-1597).— Es el poeta más destacable de este conjunto, por lo cual
se le dedicará un apartado especial (vid. infra).
Si Garcilaso es el gran poeta amoroso del período, su correlato como poeta moral
es fray Luis de León (1527-1591); si Garcilaso fue un aristócrata y cortesano, fray Luis
encarna la figura del humanista de sólida formación universitaria —fue catedrático Ética y
Teología en Salamanca—; y si Garcilaso se inspiró principalmente en Petrarca y Virgilio, el
modelo básico de fray Luis fue Horacio.
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La obra de fray Luis abarca la prosa y el verso, tanto en latín como en castellano. Su
poesía vernácula nunca se imprimió en vida, y solo circuló manuscrita hasta que Quevedo
preparó una edición (Madrid, 1631), que es la base de las ediciones modernas de fray Luis.
Ceñidos a sus versos castellanos, el propio fray Luis dividió sus obras en
«traducciones», «imitaciones» y poemas originales:
Por lo que respecta a los subgéneros poéticos, el más característico de fray Luis es
la oda, tomada de Horacio, quien la había empleado principalmente para asuntos morales,
con una estructura formal bastante libre. En la senda de Garcilaso, la estrofa castellana
empleada para remedar el modelo latino es la lira, que fray Luis llevó a su culminación con
nuevos desarrollos. En menor medida, fray Luis también compuso elegías, canciones
petrarquistas y varios sonetos.
La métrica luisiana sigue la línea de Garcilaso. Los versos preferidos son el
endecasílabo y el heptasílabo, aunque ocasionalmente se vale del octosílabo de ascendencia
castellana medieval. En cuanto a las estrofas, la más frecuente es la lira, al lado de los
tercetos encadenados, la estancia y la quintilla.
Estilísticamente fay Luis también destaca por su aparente sencillez, y en la selección
de procedimientos no se caracteriza por la reiteración machacona de ciertos recursos, sino
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por un uso variado y sutil. Sin abusar, emplea más cultismos que Garcilaso, y también se
vale moderadamente de construcciones sintácticas grecolatinas. De Horacio toma el gusto
por la metonimia y la sinécdoque —por ejemplo, leño = barco, cetro = poder, oro =
riqueza—, la metáfora náutica —la vida humana como navegación o el navegante como
codicioso— y meteorológica —día claro = paz y armonía, tempestad = desorden moral y
pecado—. La Biblia le proporciona metáforas complementarias, como la equiparación del
mundo a una cárcel, o las metáforas de alimentos —«el fruto de la gloria», «los frutos de la
paz»—.
La «escuela salmantina»
Fray Luis se convirtió en modelo poético para sus contemporáneos. Para dar cuenta
de este hecho, la crítica ha hablado de una «escuela salmantina» en torno a fray Luis y la
Universidad de Salamanca, que engloba a poetas como Francisco de Aldana, Pedro Malón
de Chaide, Francisco de la Torre, Francisco de Figueroa, Francisco de Medrano o Benito
Arias Montano.
Como características generales, estos poetas, al igual que fray Luis, se inclinan por
temas morales, con un estilo formalmente contenido, sin excesivos artificios ornamentales.
Sin embargo, el mismo fray Luis cultivó la lírica amorosa, prueba de que estas
generalizaciones resultan a menudo forzadas. Además, la crítica tradicional pretendió
establecer una oposición marcada entre la «escuela salmantina» y la «escuela sevillana» (vid.
infra), que debe ser tomada con suma precaución.
Poesía heroica. Aunque como poeta amoroso Herrera fue un autor muy apreciable,
que enriquece sutilmente la escuela de Boscán y Garcilaso, su aportación más original se
halla en el campo de la poesía épica o heroica: Herrera fue el primer poeta culto del s. XVI
que cultivó sistemáticamente el género épico. Por esta atención a asuntos no líricos,
Herrera es no solo precedente de la llamada «escuela sevillana» (vid. infra), sino de la
posterior «escuela antequerano-granadina», cuyo principal exponente será Góngora.
De acuerdo con la trayectoria poética comúnmente aceptada por la crítica, Herrera
fue inicialmente poeta heroico. Su primera obra épica importante, la Gigantomaquia, hoy está
perdida. Pero ha llegado a nosotros un conjunto de odas inspiradas en la epopeya y
mitología grecolatinas, así como en lances bélicos de la Biblia, que, en el Antiguo
Testamento, son abundantísimos. Esta vertiente heroico-bíblica no hará escuela, porque,
con la Contrarreforma, el Concilio de Trento veía con malos ojos la paráfrasis laica del
texto bíblico.
Así, por ejemplo, la Canción IV de Herrera recrea motivos clásicos, al tiempo que
introduce a don Juan de Austria en el firmamento de los dioses grecolatinos. La canción Al
rey don Fernando mezcla elementos mitológicos y evocaciones de la Eneida con elementos
bíblicos, por ser el rey santo el vencedor del Islam. En la canción dedicada a la victoria de
Lepanto, las fuentes bíblicas son exclusivas: motivos del Éxodo, del libro de los Reyes,
Salomón y los Jueces.
Poesía lírica. Según declaraciones propias y de sus amigos, Herrera comenzó su
actividad literaria al margen de la lírica. De acuerdo la tradicional aproximación biografista a
su obra, su interés por la lírica nació con su amor por doña Leonor de Milán, condesa de
Gelves. Sin embargo, no hay documentación alguna de estos hechos, probable fantasía
crítica.
A la manera de Petrarca, su principal influjo a la par que Garcilaso, en sus versos
líricos Herrera presenta las vicisitudes de un proceso de enamoramiento y desengaño, lo
cual prueba que, más que referir su vida, el poeta se está inspirando en una tradición
literaria.
No sabemos con certeza si es el mismo Herrera el responsable de la ordenación de
su cancionero amoroso, que, en todo caso, discurre en tres etapas de la experiencia
sentimental:
Desde el punto de vista estilístico, destaca el uso del apóstrofe y la exclamación para marcar
el desasosiego interior. También es frecuente la ambientación nocturna, como imagen de la
melancolía, de claro influjo petrarquista, luego desarrollada por Góngora en las Soledades. El
conjunto está integrado por sonetos, elegías y canciones, entre las que descuellan la elegía
IV y XI.
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La «escuela sevillana»
Con respecto a los temas, hay un marcado interés por los asuntos amatorios, en
contraste con los afanes morales de fray Luis y sus imitadores.
Estilísticamente, la escuela sevillana se distingue por una retórica más
ornamental, frente a la mayor sobriedad expresiva de los castellanos.
Estas tres vías místicas se plasman en el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz: vía
purgativa (estrofas 1-12), vía iluminativa (13-21) y vía unitiva (22-39).
La obra poética de san Juan de la Cruz (1542-1591) es muy breve: dos canciones,
diez romances, cinco glosas «a lo divino» y tres poemas algo más extensos (Noche oscura del
alma, Cántico espiritual y Llama de amor viva), los más célebres, con la particularidad de ir
acompañados de extensos comentarios en prosa, cuyo interés es más religioso que literario.
En gran medida, se trata de una poesía de circunstancias, cuya intención es mover a
devoción o comunicar a discípulos y allegados experiencias de tipo ascético-piadoso o
místico: san Juan no se mueve por un propósito estético exclusivo.
Influjos literarios. En la poesía de san Juan confluyen varias tradiciones poéticas, no
necesariamente religiosas, pero enfocadas por él desde perspectivas ascéticas y místicas:
Técnica poética. Que san Juan sea en buena medida un refundidor supone que
adopta y adapta la técnica poética de sus modelos: versificación, formas, motivos, recursos
retóricos, etc. se traen de Garcilaso y Sebastián de Córdoba, del Cantar de los cantares o del
Cancionero general, y se acomodan a los intereses ascéticos y místicos de nuestro poeta. Pero,
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Asentadas las correspondencias iniciales, las demás resultan bastante coherentes. A partir
de aquí, es imperativo respetar las analogías a lo largo de toda la composición.
La prosa renacentista
La prosa del siglo XVI recoge el legado de la Edad Media, pero también incorpora
novedades llamativas, especialmente en el ámbito de la ficción.
Cabe destacar de entrada un cambio en la estética literaria que excluye del dominio
artístico un conjunto de modalidades que en las centurias anteriores sí se consideraba
literatura: la prosa técnica. En el s. XVI, el carácter puramente utilitario de los libros de
leyes, de astronomía o de cetrería, cultivados desde tiempos de Alfonso X, pierden
paulatinamente la pátina artística con que habían nacido. Se siguen componiendo, pero,
desde ahora, quedan ya al margen de la creación literaria.
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Modelos retóricos
La historiografía
Marco Aurelio (1528), biografía ejemplar del emperador romano en la línea de las
Vidas paralelas de Plutarco.
Relox de príncipes (1529), un «regimiento de príncipes» género de origen
medieval cristianizante, con ejemplos traídos de la historia antigua.
Vida de diez emperadores o Una década de Césares (1539), breves semblanzas de
emperadores romanos en la línea de Suetonio y, en nuestras letras del s. XV, Fernán Pérez
de Guzmán (Generaciones y semblanzas) y Hernando del Pulgar (Claros varones de Castilla).
historia es considerada ya por los antiguos como magistra vitae, como guía que enseña los
comportamientos correctos e incorrectos.
Prosa religiosa o espiritual.— Desde el punto de vista religioso, el siglo XVI fue un
período especialmente rico, con nuevos planteamientos religiosos como la Reforma
luterana, el erasmismo y corrientes espirituales afines y la Contrarreforma.
La doctrina cristiana y sus nuevos matices, para afirmarse o difundirse entre el
vulgo, discurre a través de nuevas formas literarias. Para empezar, la lengua romance, no
siempre bien vista en el Medievo para la teología, es el vehículo cada vez más habitual.
Paralelamente, como estilo de estas obras se impone el sermo humilis, a partir del ejemplo de
la propia Biblia. Además, frente al raciocinio teológico ortodoxo, se difunden otros modos
de vivir el sentimiento religioso, más introspectivos y ligados a los afectos, a la intuición y al
irracionalismo. La vivencia religiosa personal desemboca en escritos de base autobiográfica.
El esplendor de estos nuevos planteamientos de la prosa religiosa se alcanza a
mediados del siglo XVI. Pero, tras el Concilio de Trento, durante el reinado de Felipe II se
miran con desconfianza estos intentos aperturistas, que, en particular, por ciertas afinidades
con el protestantismo, se hacen sospechosos de herejía, por lo cual se impone la vuelta a
planteamientos más conservadores.
Pero, inmediatamente antes de esta reacción, la prosa espiritual del s. XVI había
discurrido por los caminos de la ascética y la mística. Algunos autores especialmente
destacados son:
de carne y hueso, más o menos sutilmente, marca los personajes fidedignos dignos de
crédito: los que manifiestan la opinión del escritor, frente a los personajes no fidedignos.
En último término, los modelos antiguos del diálogo renacentista son básicamente
cuatro:
León Hebreo (1460-h. 1521), cuyos Dialoghi d’amore (1535) son una explicación
neoplatónica del amor a partir del Banquete de Platón.
Baldassare Castiglione (1478-1529), que en Il Cortigiano (1508-1516) expone su
modelo del cortesano idealobra traducida al castellano por Boscán en 1534, con prólogo
de Garcilaso.
Con estas influencias antiguas e italianas, los principales dialoguistas españoles son:
La prosa del tiempo de los Reyes Católicos había aportado ya una prosa de ficción
desprovista de elementos didácticos fundamentales. Por este camino, las letras del s. XVI
enriquecerán este legado de la narrativa como mero divertimento lector.
Como a finales del s. XV, la nueva narrativa del Quinientos destaca principalmente
por su inverosimilitud: personajes y acciones e incluso la técnica narrativa rechazan
planteamientos creíbles; antes bien, el exotismo de las historias, los tiempos y los lugares
del relato, localizados en una cronología y unos espacios fantasiosos, son convenciones
inherentes a los diversos subgéneros. No obstante, a mediados del s. XVI aparece una obra
novedosa, el Lazarillo de Tormes, que rompe con los planteamientos inverosímiles y, junto
con la Celestina, instaura la verosimilitud y el realismo literario en nuestras letras.
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La narrativa sentimental
Los relatos sentimentales, no tan antiguos como los libros de caballerías, habían
nacido en la segunda mitad del s. XV entre prosistas como Juan Rodríguez del Padrón
(Siervo libre de amor), Diego de San Pedro (Cárcel de amor) y Juan de Flores (Grisel y Mirabella).
El contenido y enfoque de estas obras es similar al de los libros de caballerías, aunque la
proporción de los elementos varía: aquí dominan los lances amorosos y sentimental sobre
la acción caballeresca, aunque ambas dimensiones están copresentes.
El subgénero entra con vigor en el s. XVI, de la mano de anónimos como Qüestión
de amor (1513) y autores como Juan de Segura (Proceso de cartas de amores, 1548). Influye
incluso en el Quijote, en cuya primera parte la historia intercalada de Cardenio y Luscinda es
un breve relato sentimental. Sin embargo, desde mediados de la centuria dejan de
producirse obras nuevas, pues los narradores se decantaron por otros subgéneros en boga,
en cierto modo afines al relato sentimental: la narrativa morisca, la narrativa bizantina y los
relatos pastoriles.
La narrativa morisca
La narrativa bizantina
El relato bizantino es un género muy antiguo, que nace en la literatura griega, desde
donde se difunde por todas las letras occidentales. La acción, trepidante, está constituida
por amores dificultosos, peligrosos viajes, separaciones desgraciadas, naufragios, raptos por
piratas, diversas peripecias y posteriores anagnórisis y reencuentros de los protagonistas
con final feliz.
En la literatura española, entra mediante traducciones y adaptaciones de textos
griegos. La más antigua muestra castellana de relato bizantino la tenemos en un poema del
mester de clerecía, el Libro de Apolonio (s. XIII), que adapta al romance y al verso
alejandrino la Historia Appolonis, regis Tyrii del siglo V o VI d. C. Esta misma obra fue vertida
en prosa castellana en el siglo XV.
El renacer de la narrativa bizantina durante el siglo XVI se debe al
redescubrimiento del autor griego Heliodoro por parte de los humanistas, en particular de
una de sus obras: la Historia etiópica, traducida al castellano por Fernando de Mena en 1587,
aunque conocida con anterioridad sobre todo a través de versiones latinas.
En este ámbito destacan Alonso Núñez de Reinoso, con la Historia de los amores de
Clareo y Florisea (1552), y Jerónimo de Contreras, con la Selva de aventuras (1565-1582).
La narrativa pastoril
Como su correlato en verso (la égloga), los relatos pastoriles refieren historias
fuertemente idealizadas en un marco campestre idílico, en donde pastores y pastoras, más
que al duro y real pastoreo, se dedican al ocio, la música y los amoríos juveniles. Estamos,
como en los subgéneros anteriores, en una esfera de total inverosimilitud. Pero, a
diferencias de modalidades previas, cultivadas en el s. XVI por autores de segunda fila, el
relato pastoril llama la atención de figuras tan importantes como Cervantes y Lope de
Vega.
Los referentes literarios de los libros de pastores son varios. En las letras antiguas,
los modelos son el griego Teócrito (Idilios) y el latino Virgilio (Églogas y Geórgicas). Pero el
Renacimiento italiano ya había acogido la tradición antigua, por lo cual representa un
intermedio para las letras españolas. En particular, influyen en España el Boccaccio del
Ninfale fiesolano (1340-1348), poema que refiere los amores entre un pastor y una ninfa, pero
sobre todo Jacoppo Sannazaro, autor de L’Arcadia, obra mixta en prosa y verso
(prosimetrum) de asunto bucólico traducida al castellano en 1547.
En verso, la literatura pastoril había sido introducida por traductores de Virgilio
(Juan del Encina, en el s. XV, y especialmente fray Luis de León), y por imitadores como el
Garcilaso de las Églogas. En prosa, el introductor del relato pastoril fue el portugués Jorge
de Montemayor (¿1520-1561), que compuso en castellano La Diana (h. 1559).
Aunque haya pasado a nuestra historia literaria por otras obras, también Miguel de
Cervantes, según se ha dicho, cultivó el relato pastoril: en 1585 se publica La Galatea, un
prosimetrum en seis libros dotado de destacables innovaciones en el marco del subgénero. La
variedad de la obra comienza por el complejo argumento, un red de múltiples historias
entrelazadas; formalmente, además, la narración alterna y fragmenta estas distintas historias,
en una complicada estructura. Paralelamente, en La Galatea el relato pastoril está
contaminado por otros subgéneros del tiempo, como la narrativa bizantina (historia de
Timbrio y Silerio) y la novella italiana (historia de Lisardo; vid. infra).
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De modo análogo a Cervantes, Lope de Vega también es apreciado hoy por otras
de sus creaciones, pero cultivó asimismo el relato pastoril en La Arcadia (1598), otro
prosimetrum. Es posible que la historia central de Anfriso y Belisarda tenga un trasfondo real,
pero el caso está literaturizado a través de modelos literarios como Sannazaro desde el
mismo título y Jorge de Montemayor. Desde el punto de vista didáctico, destaca el final
moralizante del libro V, que transcurre en el “templo del Desengaño”.
El género celestinesco
verosimilitud del relato, frentes a los libros de caballerías, la narrativa pastoril, etc., que
condiciona la propia estructura narrativa.
La tradición literaria de la autobiografía de un marginado es antigua cultivada,
por ejemplo, por Apuleyo y Luciano. Pero en el s. XVI hay factores sociohistóricos que
propician el renacimiento de estas historias: el afán generalizado por ascender en la escala
social, el problema de la mendicidad infantil o el anticlericalismo cada vez más acusado son
circunstancias sociales que pasan a constituirse en elementos literarios del género picaresco.
Lazarillo de Tormes
El estilo del Lazarillo, en líneas generales, es una buena muestra del ideal prosístico
defendido por Juan de Valdés en el Diálogo de la lengua, resumido lapidariamente en «Escribo
como hablo». El modelo implica un registro sencillo, opuesto a la ampulosidad artificiosa
de Cárcel de Amor o el Amadís. Esta selección estilística es decorosa y verosímil: Lázaro nace
en una familia humilde, pero recibe una cierta instrucción literaria del ciego —gran
narrador de historias—, del hidalgo —que cortejaba a las damas a la manera cancioneril—
y los clérigos —que en la época supervisaban la educación de sus pupilos—. De esta
manera, el registro verbal de Lázaro es creíble. Solo el «Prólogo», que se inicia con una
acumulación de tópicos retóricos del exordio, resulta excepcional por su estilo más
artificioso, probable ironía del autor real, que pinta a un Lázaro ansioso por alcanzar la
fama literaria con su magra autobiografía.
El sentido de la obra, más o menos teñido por la ironía, es uno de los aspectos más
controvertidos. Para un sector de la crítica, el Lazarillo es una obra de crítica social —contra
los malos sacerdotes, contra los hidalgos presuntuosos o incluso contra la sociedad
estamental—; para otros, sin más, es un escrito cómico que persigue la risa del lector a
partir de las grotescas desventuras del protagonista. La obra es ciertamente ambigua, tal vez
deliberadamente ambigua: en el «Prólogo», Lázaro habla de dos tipos de lector —el que
profundiza y obtiene mayor agrado (al comprender el trasfondo de la historia) y el que se
deleita sin ahondar demasiado (y se contenta con reír)—, que coinciden con las dos
principales interpretaciones críticas. La raíz del problema hermenéutico está en el «yo
protagonista» del relato: ¿es Lázaro un narrador fidedigno, es decir, un portavoz válido de
la ideología del autor, o un narrador no fidedigno, un iluso ridículo cuya historia no
comporta ninguna enseñanza? El caso es que la «cumbre de toda buena fortuna» de Lázaro
es vivir como pregonero —un oficio considerado infamante en el s. XVI—, casado con
una mujer a todas luces amancebada con un arcipreste, esto a sabiendas de Lázaro. Con
todo, la interpretación sigue resultando ambigua: si Lázaro es un necio que no advierte su
propia situación, la obra difícilmente albergará crítica social, sino una burla contra el
pretencioso protagonista; pero si Lázaro es consciente de todo —más lógico, pues es un
avezado pícaro—, actúa como un cínico conocedor de los males de la sociedad, y por tanto
su denuncia es válida.
Teatro religioso
Está constituido por obras representadas en los templos, por lo general en épocas
de culto especialmente señaladas, la Navidad y la Semana Santa. Durante el s. XVI, además
de los propios sacerdotes y predicadores, las cofradías cobran una gran importancia como
promotoras del arte escénico de asunto religioso.
La más célebre colección de esta clase de obras, conocida como Códice de Autos
Viejos, se conserva en la Biblioteca Nacional. El contenido, de 96 piezas, es bastante
variopinto: vida de Cristo, piezas marianas, hagiografías, episodios y bíblicos. Domina el
enfoque teológico-doctrinal y piadoso, pero también hay piezas satíricas.
Entre los nuevos autores de teatro religioso del s. XVI, cabe destacar a:
Hernán López de Yanguas (h. 1487-a. 1550). Es un autor destacable como pionero
del subgénero que, en el último tercio de siglo, se denominará auto sacramental: piezas
dedicadas a la exaltación del Santísimo Sacramento. Esta modalidad alcanzará un desarrollo
sobresaliente en el s. XVII, con autores como Lope y Calderón.
Diego Sánchez de Badajoz (h. 1490- h. 1549). Su obra se reúne en la Recopilación en
metro (1554), que contiene un conjunto de 28 «farsas» y 9 composiciones poéticas varias.
Los temas que toca son diversos, pero dominan las obras para la Navidad, las fiestas del
Corpus y las hagiografías. Influido por el erasmismo, a veces se inclina hacia la sátira social,
en particular anticlerical.
Sebastián de Horozco (h. 1500-d. 1578). En sus piezas teatrales de asunto religioso
dramatizó historias bíblicas (Ruth), y escribió sobre la muerte y los estamentos sociales
(Coloquio de la muerte con todas las edades y estados).
Juan de Timoneda († 1583). Célebre como librero y editor, hemos hablado ya de él
como narrador. Como dramaturgo trata tanto asuntos profanos como sacros. En el ámbito
religioso, sus obras se reúnen en el Ternario espiritual (1558) y los Ternarios sacramentales
(1575).
Teatro cortesano
Gil Vicente (h. 1465-1540), autor bilingüe en castellano y portugués, cuya obra
dramática fue reunida por su hijo en la Compilaçam de todas as obras de Gil Vicente (1562).
Bartolomé Torres Naharro (h. 1485-h. 1520), cuyas principales obras se reúnen en el
volumen Propalladia (1517). El prólogo de su antología teoriza en torno al arte teatral y, de
este modo, inaugura la tradición de las preceptivas dramáticas hispanas:
— Distingue entre comedia, cuya acción no supone riesgos para la vida de los
personajes, y la tragedia, en donde sí hay peligros y, además, una actitud heroica ante la
adversidad.
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— La comedia, además, se divide en cinco partes o jornadas, tiene siempre final feliz
y tanto la acción como sus personajes deben respetar la verosimilitud y el decoro.
— Se distinguen dos tipos de comedia: «a noticia», obras inspiradas en hechos
reales, y «a fantasía», ficciones verosímiles.
Teatro popular
Teatro escolar
La tragedia
Lugares de representación