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El lenguaje en las historias de Espada y

Brujería
Versión: 0.4
Última Actualización: 16:11:33-08/09/2004
Tiempo de edición (minutos): 287

1. Introducción................................................................................................................ 2
2. El lenguaje del narrador ............................................................................................ 3
2.1. El narrador omnisciente ....................................................................................... 3
2.2. El narrador parcial ................................................................................................. 4
2.3. El concepto del lenguaje–foco............................................................................. 5
2.4. Los metatextos: textos en los textos ................................................................... 7
3. El lenguaje de los personajes .................................................................................... 8
3.1. Estrategias para la caracterización de estratos sociolingüísticos ................... 11
3.2. Vulgarismos y usos incorrectos del lenguaje. .................................................. 11
3.2.1. Los vulgarismos y las falsas erratas............................................................... 14
3.2.2. Términos obsoletos (anticuados/en desuso). ............................................. 14
3.2.3. Vocablos de “época". ..................................................................................... 15
3.2.4. Jerga, argots y jerigonzas varias..................................................................... 15
3.2.4.1. Acuñación de términos en las jergas y argots ............................................. 16
3.2.5. Insultos y lenguaje soez.................................................................................. 17
3.2.5.1. Algunas consideraciones previas................................................................... 18
3.2.5.2. Caracterización de estratos sociolingüísticos .............................................. 19
3.2.5.3. Algunas familias de insultos destacables...................................................... 20
3.2.5.3.1. Rameras, furcias y otras mujeres de mal vivir......................................... 21
3.2.5.3.2. La condición sexual .................................................................................... 23
3.2.5.3.3. Insultos familiares y otras lindezas........................................................... 25
3.2.6. Diferencias entre sexos................................................................................... 27
3.3. Tratamientos de respeto ..................................................................................... 27
3.4. Registros sociolingüísticos.................................................................................. 28
3.5. La construcción de los idiolectos. ..................................................................... 29

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3.6. Lenguas extranjeras. ............................................................................................ 31
4. Creación de sistemas lingüísticos ........................................................................... 31
4.1. Introducción......................................................................................................... 31
4.2. Aspectos de una lengua....................................................................................... 32
4.3. Evolución lingüística ........................................................................................... 34
4.4. Topónimos y antropónimos. ............................................................................. 35
4.5. Últimas reflexiones. ............................................................................................. 36

1. INTRODUCCIÓN 
La patria de un escritor es su lengua.
Francisco Ayala

En la literatura, las palabras lo son todo. Emplear el lenguaje más adecuado para
una historia es vital para que esta consiga los propósitos que nos hemos marcado como
escritores; en el caso que nos ocupa, las narraciones fantásticas, aún más si cabe: estamos
tratando de que algo inverosímil aparezca como verosímil, que el lector suspenda su
incredulidad y decida creerse una historia en la que, por lógica, no debería creer.
Una de las estrategias fundamentales para conseguirlo es el empleo de un lenguaje
adecuado. No pocas novelas causan el disgusto del lector al emplear términos claramente
inadecuados para el trasfondo de la historia: gente de épocas similares al medioevo
hablando de intervalos de tiempo con una precisión de horas y minutos, campesinos y
nobles hablando de una forma similar, expresiones actuales en boca de personajes de
épocas supuestamente pretéritas, etcétera; es obvio que un lenguaje inadecuado puede dar
al traste con una historia que sobresalga en otros muchos aspectos. En el otro extremo, un
buen lenguaje puede conseguir una inmersión casi perfecta en el ambiente de la historia,
hacer que el trasfondo sea vívido y creíble y que sus personajes semejen seres de carne y
hueso y no pálidos reflejos de cartón piedra.
Por último, no puede olvidarse que cuidar el lenguaje de nuestros textos es la
obligación de todo escritor que se tome en serio su labor.

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2. EL LENGUAJE DEL NARRADOR 
Tan importante como el lenguaje de una historia es la voz que la narra, dado que la
condicionará por completo: dos historias narradas desde distintos puntos de vista
(narradores) pueden ser (y en la mayoría de las ocasiones lo son) completamente diferentes.
Para nuestras consideraciones tendremos en cuenta los dos arquetipos básicos de narrador,
entre los cuales se sitúa toda la gama de posibles narradores: el omnisciente y el parcial.
(El lector puede acudir al informe relativo a los Narradores para profundizar en las
distintas perspectivas desde la que es posible narrar una historia.)

2.1.  EL NARRADOR OMNISCIENTE 
El narrador omnisciente no tiene ningún tipo de limitación al lenguaje, como
tampoco la tiene a la hora de conocer aspectos de la historia o de los personajes. No
obstante es perfectamente posible que la omnisciencia esté “atribuida” a un narrador del
que conocemos detalles personales e incluso que puede ser un personaje más de la historia;
en esos casos, respecto al lenguaje, el escritor debería atenerse a las limitaciones propias del
narrador como personaje: si, por ejemplo, se trata de un narrador en primera persona que
ha asumido las funciones de un omnisciente y el personaje es un hombre de poca o nula
formación, será difícil asimilar el hecho de que refiera su narración con un lenguaje culto.
Volviendo a los narradores omniscientes más “clásicos”, pese a que estos no tienen
limitaciones lingüísticas (salvo las del propio escritor, claro está), parece obvio pensar que
no contarán dos historias completamente diferentes usando un mismo lenguaje. Cada
historia requiere un tono adecuado para favorecer la inmersión del lector en la historia y el
estilo del escritor debe adaptarse satisfactoriamente a él.
Uno de los aspectos principales es el vocabulario empleado. En las historias de
EyB, pese a que el narrador podría usar un lenguaje en el que abundaran las expresiones
cotidianas, lo más adecuado es sin duda usar un vocabulario adecuado para la época, real o
equivalente, en la que se desarrolla la historia. De esa forma favorecemos la inmersión del
lector en la historia y ayudamos a que se produzca la suspensión de la incredulidad, amén
de conseguir que la presencia del narrador sea menos notoria. Además, si los personajes de
una historia hablan de acuerdo a la época en la cual viven, el contraste entre sus
expresiones y el lenguaje del narrador será muy contraproducente.
No obstante, no siempre resulta fácil elegir el vocabulario más adecuado al
trasfondo de una historia. Resultará muy conveniente tener bien detalladas las

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características sociales del trasfondo en el que transcurre la historia y puede ser interesante
además definir una lista de “términos vetados”, palabras y expresiones que no se utilizarán
bajo ninguna circunstancia por ser completamente inadecuadas para la ambientación de
nuestra historia.
Un ejemplo de términos o expresiones inadecuadas pueden ser las referencias
temporales y de distancias precisas, si nuestra sociedad carece del nivel de desarrollo
oportuno para que estas tengan sentido: al emplear en un entorno bajomedieval
expresiones como “dentro de quince minutos”, “a los pocos segundos”, “medía unos
quince centímetros”, “había recorrido veinte kilómetros” lo único que consigue es destruir
la atmósfera que se pretendía crear. Una alternativa excelente consiste en elegir medidas de
longitud, peso y volumen adecuadas al contexto de nuestra historia y evitar nuestro actual
sistema métrico (como por ejemplo, codo, pie, vara, braza, legua, cuartillo, fanega, etcétera)
y, para las expresiones temporales, ser imprecisos con ellas salvo que la cultura en cuestión
disponga de la tecnología necesaria para medir el tiempo con precisión (suponiendo,
además, que usen el mismo sistema que el actual).
Conviene además tener especial cuidado con las expresiones hechas, que encierran
muchos peligros por su marcado origen etimológico y, en general, no emplear vocablos
cuya etimología sea demasiado “perceptible”, como por ejemplo sarracina, dantesco,
chauvinismo… O posibles palabras de ambientación como toledana, damasquinado, etcétera.

2.2. EL NARRADOR PARCIAL 
En este caso el lenguaje estará más o menos limitado según la “parcialidad” de
nuestro narrador, que puede tener diversos grados. Al focalizar la historia desde un punto
de vista determinado (habitualmente un personaje, al que denominaremos a partir de ahora
como personaje–foco), de forma que el lenguaje que usemos deberá plegarse (más o menos
según el grado de parcialidad, repetimos) al punto de vista elegido. En el caso de elegir un
personaje como foco de la narración, un narrador parcial perfectamente estricto debería
emplear un vocabulario adecuado al personaje y expresarse según el estado de ánimo de
este. Esto puede ser una importante ventaja o un serio contratiempo: pensemos en una
historia narrada desde el punto de vista de un niño de ocho años ciego, en la que
empleemos un narrador parcial sumamente estricto: además de estar constreñidos por las
percepciones sensoriales del personaje–foco, dispondremos de un vocabulario sumamente
limitado, propio de un niño de ocho años.

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Si bien esta limitación del lenguaje puede resultarnos problemática, gracias a ella se
consigue particularizar la narración de los hechos y se contribuye de forma decisiva a la
credibilidad y singularidad de los personajes descritos, dado que estos serán fácilmente
identificables no solo por lo que cuentan, sino por el cómo lo cuentan.
Valga el siguiente ejemplo para ilustrar esto: una historia en la que se emplean dos
narradores, centrados en personajes antagónicos: uno, un ratero de los suburbios y el otro,
un erudito de noble cuna. Usados para narrar hechos distantes pero complementarios,
utilizando un lenguaje apropiado a cada personaje, se consigue infundir una credibilidad y
viveza a lo narrado difícil de obtener con un único y monocorde narrador omnisciente.

2.3. EL CONCEPTO DEL LENGUAJE–FOCO 
El concepto del lenguaje–foco puede resultar muy útil para el análisis de los problemas
narrativos que conlleva una historia fantástica. En sí, el concepto es simple: tal y como
existen, o pueden existir, una serie de personajes–foco desde los cuales narramos una
historia, existirá de forma obligatoria un lenguaje con el cual se transmite dicha narración.
Ese lenguaje de referencia es nuestro lenguaje–foco, el que utiliza el narrador, que
no tiene por qué, ni mucho menos, coincidir con el lenguaje en el que estamos leyendo el
texto. Este detalle, que parece poco importante, tiene una importancia vital y puede crear
paradojas como esta: un personaje de una obra traducida al español con un lenguaje–foco
como el inglés, por poner un ejemplo frecuente, que es incapaz de entender lo que dice un
español (es habitual, por otra parte, recurrir a las cursivas para señalar los fragmentos de un
texto que están en lenguaje de la traducción en la obra original).
Resulta interesante analizar el concepto del lenguaje–foco en el cine: muchas
películas lo van cambiando según sea necesario. Otras consideran que el lenguaje–foco es el
de la lengua original de la nacionalidad ⎯casi siempre inglesa⎯ de la película; para el resto
usan subtítulos. Así, tenemos muchos casos curiosos cuando se traduce una película a una
de las lenguas que aparecen subtituladas en la película. Por ejemplo, que un personaje
necesite un traductor para entender la lengua en la que está hablando gracias al doblaje.
En todo caso, es posible ignorar los problemas que acarrea el concepto del
lenguaje–foco si usamos un narrador omnisciente sin un solo atisbo de parcialidad en ese
sentido. Así, este narrador traduciría él solo y de forma automática todo lenguaje extraño a
su propio lenguaje–foco. No hará falta decir que es una estrategia muy discutible y tal vez
incluso pudiera ser considerada como negligente, debido a que el narrador y sus
manipulaciones se hacen demasiado evidentes. Hay casos en las que no caben objeciones,
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como la de un narrador en primera persona que deja testimonio de algo (y que es capaz de
traducir, y de hecho traduce, todo lenguaje ajeno al de la propia narración).
Sin embargo, en las narraciones de ficción no hay demasiados problemas, que no
consideraciones, puesto que siempre puede recurrirse al lenguaje original en el caso de que
se necesite reflejar a un personaje que emplee un lenguaje–foco distinto al de la obra; esto
es, si el lenguaje–foco es el francés, un alemán que hablase se expresaría en alemán y tal
cual se pondría su parlamento en dicho lenguaje.
El problema llega cuando se parte de un lenguaje–foco determinado y abundan las
escenas en las que aparecen otros lenguajes–foco. El ejemplo más clásico es el de las
narraciones de viajes, casi un género en sí mismas. El francés del ejemplo anterior se va a
Alemania. No entiende alemán, por supuesto. Tenemos los siguientes casos:

(a)No aprende el lenguaje extranjero:


►El narrador, si es omnisciente, podría traducir al lector lo que el personaje
protagonista no entiende. Esta es una solución más o menos objetable por los
motivos antes aducidos (la presencia del narrador es muy notoria).
►El narrador es parcial, al menos en cuanto al lenguaje. Luego todo lo que esté en
un lenguaje ajeno al lenguaje–foco es incomprensible. Hay un detalle que requiere
atención: ¿cómo se representarán los parlamentos (frases de diálogos) y textos en un
lenguaje ajeno al lenguaje–foco? ¿Tal cual? ¿Se omitirán?

Si los parlamentos se ponen en el lenguaje ajeno, con un narrador es estrictamente


parcial hay que suponer que este puede asimilar perfectamente la fonética del otro lenguaje,
suposición que no es en absoluto intrascendente. Veamos el siguiente ejemplo:
Un español sin nociones de lengua inglesa viaja a Londres acompañando a su
prometida inglesa, la cual habla perfectamente el español. La presentación del novio a los
padres de su futura desde una posición omnisciente pero con el español como lenguaje–
foco bien podría ser esta:

El suegro: Hello. Have a sit, please. How are you?


La novia: Toma asiento, querido. Papá te pregunta que como estás.
El yerno: Eh, esto, dile que estupendamente. Muy bonita la casa, por cierto.
La novia: He’s fine. We had a nice flight. He likes very much our house, daddy.

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Ahora probemos con un narrador mucho más parcial:

El suegro: Jelou. Javasit, pliis. ¿Jauar yu?


La novia: Toma asiento, querido. Papá te pregunta que como estás y tal.
El yerno: Eh, esto, dile que estupendamente. Muy bonita la casa, por cierto.
La novia: Jis fain. Güi jad anáis flait. Ji laics veri mach aur jaus, dadi.

En la segunda versión de la escena hemos adoptado una transcripción fonética del


diálogo en inglés; no tendría que ocurrir lo mismo con un texto el mismo personaje lea, o
intente leer, siempre que el alfabeto sea similar y el personaje pueda fijarse con calma.

(b)Aprende a chapurrear el lenguaje extranjero:


Tampoco está exento de reflexión este caso. Como el personaje puede entender,
siquiera parcialmente, lo que oye o lee, y quizá hasta pueda hablarlo o incluso escribirlo, ¿se
seguirá representando la lengua ajena mediante una “traducción fonética” al idioma propio,
se asumirá que el personaje realiza una traducción a su lenguaje–foco o se adoptarán ambas
soluciones? Acerca de la última opción, consiste en mostrar el parlamento o texto (tal o
cual o una traducción fonética) primero y luego la correspondiente traducción del
personaje: esta solución permite al lector que conozca la lengua ajena comprobar los más
que posibles yerros del personaje al comprender la lengua y sus errores al emplearla.

Como apunte final, es perfectamente posible que en una misma obra coexistan
distintos lenguajes–foco asociados a distintos narradores, si bien es una táctica muy
extrema y que debería tener una buena justificación, dada la confusión que puede generar
en el lector.

2.4. LOS METATEXTOS: TEXTOS EN LOS TEXTOS 
El término metatextos se refiere a los textos dentro de una historia: crónicas,
fragmentos literarios, diarios, cartas, y un largo etcétera, textos que requieren también la
debida atención.
En primer lugar no debe olvidarse que estos metatextos tienen que representar
perfectamente no solo al autor de los mismos sino además el lenguaje de su época. Si se
presenta un texto escrito supuestamente tres siglos atrás, debería haber diferencias en el
lenguaje empleado respecto a un texto “actual”. No obstante, el principal problema es
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considerar cuál será dicho lenguaje actual, es decir, el que corresponda a la época de la
historia.
Un recurso cómodo y muy verosímil es asimilar la época de nuestra historia con un
equivalente histórico real y tomar elementos propios de los originales de esa época. Puede
argumentarse que así es posible que las diferencias entre el lenguaje hablado y el escrito
sean muy notorias. Esto no tiene por qué ser negativo. Al fin y al cabo, siempre ha existido
en todas las culturas un abismo entre el lenguaje escrito y el hablado coloquialmente.

3. EL LENGUAJE DE LOS PERSONAJES 

Uno de los usos más importantes del lenguaje es emplearlo para diferenciar a los
personajes y dotarlos de personalidad propia; al fin y al cabo, la principal y más importante
vía de expresión de estos es el diálogo. Una historia en la que los personajes hablan todos
igual, de una forma neutra, revela una terrible pobreza de recursos en el escritor.
Podemos diferenciar el habla de los personajes para hacerlos únicos de diversas
formas, entre ellas, por ejemplo el ritmo de su líneas de diálogos (frases más o menos
puntuadas), la complejidad de las frases (oraciones más o menos cortas, con elementos
subordinados o no) y el empleo de las acotaciones para informar de la actitud que toman al
hablar. Una forma muy útil, además, es seleccionar adecuadamente el vocabulario, la
dicción y el dominio del lenguaje de estos personajes, es decir, el idiolecto particular de
estos. Para definir los idiolectos de los personajes de una obra es muy útil conocer las
peculiaridades lingüísticas de la sociedad en la que están inmersos. ¿Cómo podemos
abordar un estudio así sin apelar al fracaso?
Una estrategia excelente es recurrir a un somero análisis sociolingüístico de la
sociedad de la que provienen estos personajes, definiendo “estratos sociolingüísticos”. ¿A
qué nos estamos refiriendo con semejante término?
La sociolingüística, según el DRAE, es la “disciplina que estudia las relaciones entre
la lengua y la sociedad"; una de las acepciones de estrato es “capa o nivel de una sociedad".
Por tanto, los estratos sociolingüísticos serían los distintos niveles en los cuales
discriminaríamos una sociedad cualquiera desde el punto de vista lingüístico: cómo hablan,
en suma.
Por lo general, el individuo medio de un estrato social “hereda” una serie de
características lingüísticas que marcarán de forma inevitable su idiolecto o uso particular de
la lengua. Un ejemplo sencillo es pensar en un clérigo y en un campesino, ambos europeos
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y del s. XIII. Aún hablando el mismo idioma, está claro que no se expresarían de la misma
forma. Hoy en día, supuestamente, hay menos barreras culturales, pero aún así hay
diferencias lingüísticas (más o menos notables) entre los miembros de una misma sociedad
(aunque se comparten muchos rasgos comunes, gracias al efecto homogeneizador de los
medios de comunicación); si esas diferencias existen ahora no es difícil imaginar cuán
importantes serían unos cuantos siglos atrás.
Evidentemente, muchas de esas diferencias son relativas al tono y enunciación, y,
por tanto, resultan extremadamente difíciles de trasladar al lenguaje escrito. También está
claro que un individuo cualquiera no está condenado a hablar de una forma determinada
por pertenecer a un determinado estrato sociolingüístico. Pero son excepciones puntuales.
Bien, hemos decidido emplear esos estratos para caracterizar la “herencia”
lingüística de nuestros personajes. ¿Cómo los definimos?
La forma más lógica sea quizás partir de una estructura de clases para la sociedad en
cuestión y luego matizar el habla de los distintos estratos sociolingüísticos. Para diferenciar
los distintos estratos hemos de tener en cuenta algunos conceptos básicos:
a)Por lo general, el habla en zonas rurales o rústicas es “peor”, dado que al estar más
aisladas, sus habitantes tienen un acceso mucho más difícil o prácticamente
imposible a los medios de expresión cultural. El idioma también está más
“estancado” por la misma razón.
b)En las ciudades el idioma evoluciona mucho más rápido; un individuo medio tiene
más oportunidades de mejorar su idiolecto, enriquecer su vocabulario, mejorar su
dicción, etcétera, ya sea asistiendo a una representación teatral o escuchando un
pregón, por poner dos ejemplos sencillos. Y además, por rígidas que sean las
barreras entre clases, en las ciudades hay mucha más interacción entre las mismas
que en las zonas rurales. Esa interacción retroalimenta la riqueza lingüística de una
sociedad y favorece la evolución continua de un lenguaje.
Pero veamos un ejemplo. Vamos a suponer la típica sociedad equivalente a una
época del bajo medievo, diferenciada en los siguientes estratos sociales:
WNobleza
WClero (del dios o dioses que sean)
WMilitares
WBurgueses (gremiales, burguesía propiamente dicha, etcétera)
WArrabaleros (los habitantes de los arrabales y suburbios de las ciudades)
WCampesinos
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Una vez planteados estas clases sociales, u otras cualesquiera, es útil ordenarlas de
forma cualitativa en estratos sociolingüísticos. Una cuantificación numérica para el dominio
o nivel del lenguaje puede ser cómoda, siempre y cuando no se considere de forma muy
estricta. Para nuestro ejemplo usaremos una escala de –2 a +2.
Los estratos sociolingüísticos, por orden ascendente de “nivel lingüístico”, serían:
a) Campesinos (–2)
b) Arrabaleros (–1)
c) Militares (–1)
d) Burgueses (+0)
e) Nobleza (+1)
f) Clero (+2)
Veamos las razones por las que nos hemos decantado por esta estructura
sociolingüística:
Diferenciamos seis estratos sociolingüísticos, uno por cada clase social que
establecimos antes. La valoración cuantitativa de su nivel lingüístico se ha establecido según
diversos criterios.
––A los campesinos les hemos otorgado el peor valor, –2. Tienen un acceso nulo a
casi cualquier forma de expresión cultural y ninguna oportunidad de recibir formación
académica; además suelen habitar pueblos y aldeas a varias jornadas de viaje de cualquier
ciudad.
––Los arrabaleros les siguen cerca. El lenguaje que emplean es mejor porque están
más cerca de otros estratos sociales con mayor formación y, también, su acceso a las
expresiones culturales es mejor que el de los campesinos.
––Los militares forman otro estrato sociolingüístico. Sin embargo, les otorgamos
un valor cuantitativo igual al de los habitantes de los arrabales. Esto no significa que hablen
igual, pero sí que su dominio del lenguaje es equivalente. Pero, por poner un ejemplo
sencillo, un soldado conocerá una terminología precisa relativa a su oficio y una jerga
propia que un arrabalero no tiene por qué conocer (vocablos muy precisos, como
encamisada, tornillear, fajina, gavión, pavés; acepciones militares de otros términos y por poner
otro ejemplo, los nombres de las distintas formaciones tácticas). De ahí que tengan estratos
sociolingüísticos diferentes.
––Los burgueses son el estrato con un valor cuantitativo neutro, +0. Muchos de
sus miembros tienen acceso a una formación académica, siquiera básica, y pueden
permitirse el acceso a expresiones culturales que enriquecen su lenguaje. También pueden
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evitar el uso de determinadas expresiones para diferenciarse de los estratos sociales


inferiores, por ejemplo emplear con menos frecuencia dichos soeces o insultos.
––El clero es el estrato mejor parado cualitativamente. En una sociedad típicamente
medieval o equivalente son los poseedores, guardianes y transmisores de la cultura. (Nota:
es más que objetable que el clero tenga un valor homogéneo. Un sacerdote de una capilla
en un pueblo, allá por donde el diablo dijo buenas noches, puede no tener mucho nivel
lingüístico, aunque sí debería tener uno muy superior a sus vecinos.)
––La nobleza les sigue en valor cuantitativo, con +1. Está claro que tienen un
acceso preferente a la cultura de la sociedad y habrán recibido una formación académica
básica, o deberían haberlo hechoi.
Una vez definidos estos estratos lingüísticos, hemos de adoptar consecuentemente
una serie de mecanismos para diferenciarlos; esto es: si hemos decidido que un campesino
hablará peor que un clérigo, ¿qué estrategias emplearemos para que dicha diferencia se vea
reflejada en el texto? Véamoslo en el siguiente punto:

3.1. ESTRATEGIAS  PARA  LA  CARACTERIZACIÓN  DE  ESTRATOS 

SOCIOLINGÜÍSTICOS 

Con “estrategias” nos referimos a los trucos, artificios y trazas para conseguir
diferenciar los distintos estratos sociolingüísticos antedichos. Aunque hay un gran número
de opciones, entre las más interesantes y efectivas se encuentran las siguientes:

3.2. VULGARISMOS Y USOS INCORRECTOS DEL LENGUAJE. 
Es obvio que este tipo de estrategias irían orientadas a caracterizar estratos
sociolingüísticos con niveles lingüísticos “defectivos”, en sentido amplio; en nuestro
ejemplo anterior, a los estratos por debajo del +0. No significa eso que los estratos
“superiores” (y hay que incidir de nuevo en que hablamos en términos necesariamente
abstractos) no incurran en vulgarismos y usos incorrectos del lenguaje, pero sí es lógico
pensar que lo harán en menor medida. (Este punto se asocia directamente con el relativo a
los insultos y el lenguaje soez, si bien no son equivalentes: un vulgarismo no tiene por qué
ser soez.)
En cuanto a los vulgarismos, estrictamente hablando, tenemos que el DRAEii arroja
unas 232 entradas. Los términos considerados como vulgares son bastante comunes en el
lenguaje cotidiano, aun entre las personas del mejor nivel lingüístico, sobre todo si se dan

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en conversaciones distendidas. Conviene dejar claro que no se limitan a términos


específicamente vulgares, como “acojonar”, “putero” o “bujarrón”, sino que además los
vulgarismos agrupan las acepciones vulgares de palabras que en otros contextos no lo son
en absoluto (cabrón, cepillar, correr, etcétera) y abarcan otros ámbitos, como los
sintácticos, fonéticos, morfológicos, etcétera. De cada uno de estos se expondrán unos
cuantos ejemplos, pero es conveniente antes añadir dos breves notas:
––Resulta curioso comprobar como términos en absoluto vulgares cambian su
significado a lo largo del tiempo y acaban siéndolo. Por ejemplo, correrse, que antiguamente
su significado figurativo era más o menos confundirse, azorarse, avergonzarse ahora tiene una
acepción sexual, claramente vulgar. Otro ejemplo curioso es follar, que en un principio
significaba soplar con el fuelle, y que acabó por tener varios significados vulgares, como soltar
una ventosidad sin ruido y la más habitual, sinónima del acto de copular. Un ejemplo no
menos curioso es guay, un equivalente poético de la interjección ¡ay! (¡Guay de ti!), que ahora
tiene una significación completamente distinta.
––Aunque bien podría dedicársele mayor interés a la creación (o derivación) de
términos nuevos (neologismos), la posibilidad de crear términos vulgares propios es muy
interesante. Si son imaginativos y el lector puede deducir su significado del contexto,
nuestro texto ganará en personalidad y coherencia interna.
Y ahora vayamos con algunos ejemplos de vulgarismos:

Sintácticos:
––Dequeísmo: anteponer de forma innecesaria la preposición de. Ej: Le dije de que
viniera. Pienso de que no tienes razón. También podríamos incluir aquí los errores al emplear de
forma correcta las construcciones con de, como no discriminar bien entre las expresiones
deber + infinitivo (que connotan obligación) y deber de + infinitivo, que connotan una
suposición del hablante.
––Los siempre controvertidos loísmos, laísmos y leísmos.

Fonético–morfológicos:
––Yeísmo: pronunciar la elle como ye. Gayina por gallina, poyo por pollo, etc.
––Ceceo: según el DRAE es “Pronunciar la s con articulación igual o semejante a la
de la c ante e, i, o a la de la z. En los siglos XV al XVII, pronunciar las antiguas s y ss como
las antiguas z y ç”. Ej: cerpiente, por serpiente; cerrín, por serrín, etcétera.

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––Seseo: de nuevo nos dice que es “Pronunciar la z, o la c ante e, i, como s, ya sea


con articulación predorsoalveolar o predorsodental, como en Andalucía, Canarias y
América, ya con articulación apicoalveolar, como en la dicción popular de Cataluña y
Valencia”. Ejemplo: sapato, por zapato.
––Supresión de fonemas o alteración de estos: mu por muy, na por nada, conceto por
concepto, acojonao por acojonado, ¿Qué ha sío eso? por ¿Qué ha sido eso?, agüelo por abuelo,
abujero por bujero, etcétera.
––Adición de fonemas: aluego por luego, asín por así, enantes por antes, etc.

Barbarismos:
Aquí se incluyen todos los fallos derivados por interferencias entre idiomas, tanto
por situaciones de bilingüismo como por contacto geográfico o poderes mediáticos y
modas: galleguismos, catalanismos, lusismos, galicismos, anglicismos, etcétera, además de
barbarismos de propia factura (relativos a lenguas ficticias, se entiende). Los barbarismos
son una forma interesante de construir una situación lingüística más creíble.
Las modas lingüísticas suelen repercutir, por otra parte, en las clases de mayor
cultura antes que a las otras; se trata de barbarismos bien vistos, adoptados
conscientemente.

Ejemplos de creación de vulgarismos:


Como se comentó párrafos atrás es una opción muy interesante. Pondremos aquí
algunos ejemplos ilustrativos:
Vulgarismos por cambio de acepción:
–descerrajar: derivando la acepción “Disparar con arma de fuego", podríamos darle
una acepción obscena equivalente a correrse.
–espingarda: para complementar la anterior palabra, espingarda podría significar
miembro viril. Tenemos asimismo la expresión descerrajar la espingarda.
–apuradero: letrina.
Neologismos:
–afiambrar: “convertir en fiambre, matar". Muy similar a “atocinar” o “acogotar".
–agrillar: poner grillos.
Expresiones vulgares:
–apalear el cirio, menear el compadre: masturbarse.
–coronar de astas: poner los cuernos.
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–soltar la estiba: defecar.


–bufanda de esparto: la horca. “Le pusieron la bufanda de esparto."
–añudar la garla, la gorja, el trago: ahorcar.
–agrillarle los zancajos: ponerle grillos (grilletes) a alguien; llevarlo preso.
–servir la sopa: vomitar.

3.2.1. LOS VULGARISMOS Y LAS FALSAS ERRATAS 
El empleo de vulgarismos y usos incorrectos del lenguaje conlleva el riesgo nada
desdeñable de que alguien, al leer un texto, no los considere una artimaña literaria, sino una
genuina errata; de ahí que sea importante recalcar que su uso debería limitarse a los
diálogos que mantienen los personajes o en casos muy concretos de narrador cronista. Una
opción para evitar dichas confusiones puede ser emplear la cursiva para estos términos
vulgares o incorrectos, pero puede ser demasiado llamativa y su uso (o sobreabuso) puede
redundar en que estos términos dejen de parecer naturales y espontáneos.

3.2.2. TÉRMINOS OBSOLETOS (ANTICUADOS/EN DESUSO). 
El empleo de términos obsoletos (definición con la que se engloban los términos en
desuso o anticuados) puede ser muy útil para caracterizar a estratos sociolingüísticos
aislados geográfica o culturalmente, como el estrato de los campesinos en el anterior
ejemplo. Por supuesto, el concepto de “obsoleto” es relativo a la época que considerada
como equivalente para el marco de la historia. Por ejemplo: la acepción “carta o nota
breve” para la palabra “billete” tiene hoy en día un uso meramente anecdótico; el término,
en esa acepción, está obsoleto. No lo estaba antes del s. XIX, cuando el empleo de la
acepción actual aún era escaso.
Hay muchos ejemplos curiosos de términos obsoletos que han pervivido en zonas
aisladas geográficamente. Por ejemplo, la mayoría de las peculiaridades del español de las
américas se deben a que en su español han pervivido muchos términos y giros idiomáticos
que en el s. XVI eran comunes a los peninsulares. El voseo, tan característico del español
argentino y paraguayo, por ejemplo, era habitual en el español peninsular que llevaron los
conquistadores de sudamérica; términos como “plata” para dinero, “platicar” para hablar, y
otros tantos, son ejemplos de ello. (Conviene dejar claro que el voseo predomina en
Argentina y Paraguay y en América Central, y en otros países, como Chile, Colombia o
Ecuador, se considera un rasgo de gentes rústicas e iletradas.)

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No debe olvidarse que el uso de estos términos sirve para “dar color” al lenguaje
empleado por los personajes de una historia. Por tanto es algo arriesgado usar términos que
al lector le cueste relacionar con el término más moderno y que, por tanto, considere
antiguos; se estaría echando a perder el efecto y, a la vez, el texto estaría repleto de multitud
de términos extraños al lector; conviene, pues, aconsejar mesura en su empleo.

3.2.3. VOCABLOS DE “ÉPOCAʺ. 
Esto viene a ser una reafirmación de lo que dijimos referido al lenguaje del
narrador, pero esta vez en un sentido más estricto: si en el caso de un narrador omnisciente
puede ser una opción, en el caso de los personajes es obligatorio que hablen empleando
vocabularios muy específicos relativos a su oficio, condición y época, al menos si se quiere
que lo que cuentan sea creíble. De ahí que sea útil y casi imprescindible hacer glosarios, que
podemos discriminar según los distintos estratos sociolingüísticos.

3.2.4. JERGA, ARGOTS Y JERIGONZAS VARIAS 
Las jergas y los argots son uno de los principales motores de la renovación de una
lengua. Son el ejemplo de la innata creatividad asociada al uso del lenguaje humano: crean y
derivan nuevas palabras y acepciones, retuercen y adaptan el lenguaje para apartarse de él;
sin embargo, buena parte de sus términos más aceptados acaban por formar parte el
lenguaje, y, así, anulan su vigencia, de tal suerte que se conforma un ciclo de continua
retroalimentación entre el lenguaje cotidiano y las jergas o argots: se crea un término
desvinculado del lenguaje común y, cuando este acaba por absorberlo, surge otro para
ocupar su lugar. Por tanto, las jergas están en continua renovación; sus objetivos son,
principalmente, dos:
––Desligar un grupo del resto de la sociedad gracias a un lenguaje propio, “solo
para iniciados”.
––Favorecer la identidad y cohesión de tal grupo.
Para facilitar la distinción entre jerga y argot aceptaremos por conveniencia la
segunda acepción del DRAE para argot, “lenguaje especial entre personas de un mismo
oficio o actividad”, si bien no es una distinción ni mucho menos absoluta. Así, podremos
distinguir dos grandes familias:
––Jergas profesionales o argots: están condicionadas por una profesión que
requiere vocablos muy específicos para garantizar la mayor exactitud a la hora de

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comunicarse. Son mucho menos creativas y dinámicas que el siguiente tipo. Como
ejemplos tenemos la jerga médica, la militar, la musical, etcétera.
––Jergas de grupo: están condicionadas, más que por una actividad, por la
condición social de sus hablantes. Son mucho más cambiantes y creativas que los argots, y
sus términos son bastante menos precisos.
No obstante, esta distinción no es absoluta; podemos encontrar ejemplos de jergas
marcadas con la actividad profesional de sus integrantes y además por su condición social.
El ejemplo más claro es la germanía, un lenguaje secreto y exclusivo de los ladrones y
rufianes (principalmente del siglo de Oro español), de una riqueza léxica extraordinaria.
En todo caso, ¿cuándo convendrá caracterizar un estrato sociolingüístico por medio
del uso de determinada jerga o argot? Como se ha apuntado ya, la jerga aísla a un
determinado grupo del resto de la sociedad, por lo su uso será de especial interés para los
grupos que dicho aislamiento sea beneficioso, como, por ejemplo, aquellos colectivos
marginales (comunidades de ladrones y asesinos, por ejemplo; tenemos de nuevo la
germanía como ejemplo prototípico). Los argots, por otra parte, son indispensables para
transmitir conceptos muy particulares de una profesión de forma precisa e inequívoca, de
modo que todo colectivo profesional acabará desarrollando, en la medida que lo necesite,
un argot propio (navegantes, músicos, sabios y eruditos, artesanos de los gremios, médicos,
etcétera).

3.2.4.1. ACUÑACIÓN DE TÉRMINOS EN LAS JERGAS Y ARGOTS 
Las jergas y argots acuñan sus términos siguiendo un buen número de estrategias.
Conviene tener en cuenta estas consideraciones:
Por lo general, los argots dependen del estado de desarrollo de un determinado arte
o profesión y son menos volubles que las jergas, mucho más dependientes de modas y
tendencias pasajeras, así que construyen sus nuevos términos principalmente por métodos
de traslación morfológica: sustantivación de verbos, adjetivación de sustantivos, etcétera,
dado que la función del argot es, ante todo, ser preciso; en consecuencia, se buscan esos
sustantivos, adjetivos o verbos que hagan falta para describir algo en una palabra cuando
por otras circunstancias se haría con más. Por otra parte, a menudo los argots emplean
términos extranjeros para suplir una ausencia (o supuesta ausencia) en el vocabulario.
Podemos considerar, por tanto, que las jergas son más variadas a la hora de crear
nuevos términos, si bien no debemos interpretar esto de forma muy estricta. En cualquier

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caso, la siguiente relación describe los mecanismos más habituales para la acuñación de
nuevos términos en un argot o jerga:
I.Creación de nuevas acepciones:
La creación de nuevas acepciones se sitúa entre estas dos estrategias:
––Distorsión absoluta del significado: cuando se crea un nuevo significado para una
palabra que no puede descifrarse (al menos no sin dificultades) conociendo su acepción
habitual. En la germanía, la mayor parte de las nuevas acepciones siguen este patrón.
Ejemplos: falso y ganzúa (verdugo), bravo (juez), peste (dado), pluma (remo), etcétera.
––Distorsión derivada del significado: la nueva acepción guarda una relación más o
menos evidente con la habitual, de tal forma que el oyente puede descifrarla por sí solo.
Ejemplo: columbrón (vistazo), trotona (puta), filosa (espada), blanda (cama), etc.
Por supuesto, a veces esta distinción no está tan clara; es posible que para algunos
legos en una determinada jerga la nueva acepción sea un misterio y para otros sea algo
evidente.
II.Expresiones y dichos:
Para la creación de expresiones, dichos y sentencias, tan comunes en los argots, hay
dos opciones básicas:
––Componerlos con palabras habituales para conseguir, en conjunto, un nuevo
sentido a lo que estamos expresando.
––Emplear palabras y acepciones propias de la jerga.
III.Neologismos:
Las jergas crean nuevos vocablos (adjetivos, sustantivos, verbos…) siguiendo una
gran variedad de estrategias, entre ellas la adaptación de onomatopeyas, la supresión o
adición de fonemas a términos ya establecidos, el empleo de analogías, por extensión
gramatical, etcétera.

3.2.5. INSULTOS Y LENGUAJE SOEZ 
El insulto ha sido, es y será uno de los engranajes inevitables en la comunicación
humana; todos hemos insultado o nos han insultado alguna vez.
Los personajes de una historia también recurrirán con frecuencia al insulto o el
lenguaje soez (el cual suele componerse de insultos o es al menos frecuentemente
insultante, si bien un insulto no tiene por qué ser soez, aunque la gran mayoría de ellos lo
sean o, al menos, aludan a aspectos soeces). Una caracterización adecuada de los insultos
que empleen será un puntal excelente de su credibilidad como personajes.
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Aunque el uso del lenguaje soez y los insultos parezca estar destinado a priori a
caracterizar a los estratos sociolingüísticos más bajos, el insulto es un mecanismo
demasiado útil e instintivo como para que los estratos sociolingüísticos más “elevados” no
recurran a él de un modo u otro.
¿Por qué? ¿Es tan inevitable el insulto? Quizá convenga reflexionar un poco sobre
su naturaleza.

3.2.5.1. ALGUNAS CONSIDERACIONES PREVIAS 
En todas las culturas existen insultos, de una u otra índole. Los hay en menor o
mayor número. La cultura japonesa, de costumbres sociales muy rígidas, tiene un número al
parecer bastante menor que otras culturas, como las europeas. En cualquier caso, en todas
las sociedades se ha insultado, y todas las culturas tienen, también, un ritual para insulto y
su satisfacción: abofetear al otro, arrojarle el guante, mesarse las barbas, rasgarse las
vestiduras, escupir, y un largo etcétera.
Uno de las características más interesantes del insulto es que aquel que se considere
el más grave y dañino para un género retrata a una sociedad, ya que viene a determinar, de
facto, su escala de valores por el sencillo proceso de la negación: con ese insulto la sociedad
rechaza lo que le parece inaceptable en un hombre o una mujer. García Meseguer, en su
Lenguaje y discriminación sexual (1984) viene a decirnos algo similar:
“El análisis de os insultos, en cualquier cultura, es fecundísimo para conocer los valores sociales
convenidos. Un insulto es una negación de una cualidad que se supone debe existir. Por consiguiente, la
lectura de su definición ofrece […] cuáles son las cualidades, o conductas, que la sociedad espera del
individuo.”
En la mayoría de las sociedades, sobre todo las europeas, el insulto más grave para
una mujer es la condición de prostituta y su legión de sinónimos, y, para el hombre, la de
homosexual. Estos vocablos vienen a ser unos insultos “comodín”, una suerte de insultos–
baúl, capaces de aglutinar lo peor que puede atribuirse a una persona de un sexo u otro. Se
le puede llamar puta a una mujer que nos cae mal, o cuyo comportamiento reprobamos, o
que nos ha hecho una jugarreta, una putada (algo digno de una puta), sin que realmente
tengamos pruebas acerca de su comportamiento sexual; y lo mismo, con matices, claro,
para el caso del apelativo masculino denigratorio por excelencia en nuestra cultura, maricón.
Pero no en todas las culturas tiene por qué ser así, y menos en una fantástica. Por
poner un par de ejemplos, no parece muy creíble que en la Grecia antigua apelar de
homosexual fuera tan grave como en nuestra sociedad actual, dado que ciertas prácticas
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homosexuales eran consideradas normales (aunque no todas); en una cultura que


consagrase a las prostitutas o que tuviera una especie de prostitución ritual, como el que se
ofrendaba a la diosa de origen cananeo Ashtart, no debería tener mucho sentido el insulto
de puta como tal en sí.
En cualquier caso, el insulto puede emplearse –y se emplea– como una herramienta
de represión sexual: siguiendo el ejemplo de puta, una mujer que tiene comercio carnal con
muchos hombres (lo del dinero viene a ser lo de menos en esto de insultar), se trata de
reprimir la libertad sexual de la mujer, sin duda; vendría a ser, tal vez, un intento de
proteger la paternidad, dado que en una sociedad en la que no existan medios
anticonceptivos fiables una mujer que tenga ayuntamiento con varios hombres acabará por
tener hijos cuya paternidad será más bien discutible. Está bien claro que en la mayoría de
sociedades –y ahí está el lenguaje para dar fe– se reprueba la promiscuidad femenina en la
misma medida que se perdona e incluso alienta la masculina.
No obstante, el insulto abarca muchos más registros. Se ocupa de censurar vicios y
comportamientos, matizando así sus escalas de valores. Sirve para aliviar malos humores y
como preámbulo para la violencia, una especie de atisbo de nuestro yo animal más
profundo; por ejemplo, el insulto se emplea como una predisposición progresiva, casi una
justificación, de un acto violento. Alguien que ataque a otro sin mediar una justificación
razonable, esto es, un insulto en la mayoría de las ocasiones, nos parece un loco, alguien
peligroso, imprevisible (y con razón). También sirve como vehículo de la xenofobia,
subrayando así, tal vez, la propia identidad cultural de una sociedad al señalar como ajenos,
propios de extranjeros, los vicios y comportamientos que deplora.
Pero tiene registros menos agresivos: puede usarse de forma cariñosa, normalmente
con diminutivos (¡ay, qué cabroncete eres!); como elogio (¡qué bueno es, el hijo de puta!); como
desafío a lo religioso, en el caso de las blasfemias; y, en suma, viene a ser una válvula de
escape para la sociedad: el insulto pone en su sitio tanto al miserable como al poderoso,
puede ser abiertamente escatológico y soez, etcétera.

3.2.5.2. CARACTERIZACIÓN  DE  ESTRATOS 

SOCIOLINGÜÍSTICOS 

Está claro que los insultos y el uso de lenguaje soez en general servirán para “darle
color” y credibilidad a los estratos sociolingüísticos más bajos, si bien de los superiores no
tenemos por qué excluir el uso de insultos, aunque definitivamente, en los estratos

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sociolingüísticos superiores, el lenguaje “de mal gusto” estará por lo general peor visto. Por
otro lado, determinados estratos sociolingüísticos pueden ser menos permisivos de lo
habitual con el lenguaje soez; en nuestro ejemplo anterior, tenemos al Clero. Eso no quita
para que un clérigo del medievo no dijera algún taco que otro, o muchos, e incluso que
blasfemara; pero teóricamente el individuo medio de ese estrato debería emplear menos
insultos que los de otros estratos. Conviene dejar claro que un mismo individuo no habla
de la misma forma en todas las situaciones, como es lógico; hablamos de los registros
sociolingüísticos, que trataremos más adelante.
Sin embargo, está claro que si bien todos los estratos sociolingüísticos usarán en
mayor o menor medida un lenguaje ofensivo, este no tiene por qué ser el mismo. De
hecho, como comentamos antes, los insultos son relativos a la escala de valores de una
sociedad, y esta no tiene por qué ser uniforme en todos los estratos que la componen. Por
poner un ejemplo sencillo, y siguiendo nuestro ejemplo, llamar ladrón a un noble es una
afrenta, pero a un arrabalero es poco menos que una broma. De ahí que sea muy
importante, primero, determinar la idiosincrasia de la sociedad en cuestión para tener claro
qué escala de valores es más conveniente y, luego, ir matizando para cada uno de estos
estratos sociolingüísticos.
Ejemplos:
Una sociedad en la que una poligamia “inversa” (esto es, una mujer tiene más de un
compañero masculino) es la norma o en la que la paternidad sea algo vago o incluso un
bien común del grupo (una paternidad compartida, por ejemplo) tenderá a ser menos
represiva con la mujer y, por tanto, los insultos hacia la mujer no tendrán una naturaleza
sexual, al menos no penalizarán conductas promiscuas.
Otras culturas pueden considerar la traición, la cobardía o la mentira como la peor
de las faltas y gravámenes en las que pueda incurrir uno de sus miembros, al tiempo que en
otras sean faltas “menores”.
En el caso de distintas religiones, insultar a los dioses de una sociedad será muy
probablemente una ofensa terrible; aunque, curiosamente, los propios feligreses pueden
blasfemar como un medio para liberar tensión, sin que sea una ofensa.

3.2.5.3. ALGUNAS FAMILIAS DE INSULTOS DESTACABLES 
Para completar este apartado puede ser interesante examinar algunas de las
“familias” más características de los insultos, dado que nos servirá para conocer mejor los
mecanismos lingüísticos que crean y amplían los registros ofensivos del lenguaje.
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3.2.5.3.1. RAMERAS,  FURCIAS  Y  OTRAS  MUJERES  DE  MAL 

VIVIR 

¿Quién te hizo puta?


El vino y la fruta.
Dicho popular

A vosotras las busconas, damas de alquiler, sufridoras del trabajo, mujeres al trote, mullidoras del
deleite, jornaleras de cópulas, hembras mortales, ninfas de daca y toma, vínculos de la lujuria, lo cual,
traducido al castellano, quiere decir putas y cotorreras.
Francisco de Quevedo

No cabe duda que puta (según el DRAE f. Prostituta, ramera, mujer pública) es el
insulto femenino por excelencia en la mayor parte de las culturas y uno de los términos
ofensivos que mayor legión de sinónimos, derivados y eufemismos acaudilla.
Curiosamente, en español es un término de origen etimológico incierto: no aparece como
tal en el latín clásico.
Intentar clasificar el ingente volumen de términos derivados y sinónimos de puta es
difícil, sin embargo existen una serie de “familias” con atributos similares. Veamos las
principales:
I. Los derivados de la propia raíz
Estos términos se construyen por lo general con aumentativos o disminutivos o,
también, con atributos que cumplan esa función.
Algunos ejemplos: puta, putilla, putangona, putarazana, mala puta, puteja, putuela, putaña,
putorra, putaco, putona, putona, putón verbenero, putón desorejado, putón malayo.
Conviene también no olvidar los vocablos derivados etimológicamente de puta que
no son sinónimos, pero que guardan una relación evidente con el insulto. Valgan estos
ejemplos: putería (arrumaco, roncería, soflama que usan algunas mujeres); putaísmo, putería,
putanismo (vida de puta, reunión de putas); putero, putañero (el que frecuenta putas),
incluyendo el verbo putañear; putada (acción digna de una puta), también con su verbo,
putear; putesco (relativo a la puta); y por inversión, puto, homosexual.
II. Los abiertamente explícitos de la actividad
Estos términos aluden a comportamientos y pormenores explícitos de la putería en
sí, por lo que son inevitablemente groseros.

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Algunos ejemplos: pajillera, tragona, mamona, ponecoños, trota ancas, coño alegre. En otros
idiomas tenemos buenos ejemplos: en francés, branleuse, bandeuse, escaladeuse de braguettes,
braguette, Marie–couche–toi–là (pajillera, empinadora, alpinista de braguetas, bragueta, María
acuéstate ahí); en inglés ass–peddler, broad, broad gauge lady (vendeculos, ancha, señora de culo
ensanchado); en italiano, mangiacazzi, zoccola, bucal, bucaiolo, bocchinara (comepollas, vulva,
agujero, agujerito, tragona); y, en ruso, yebushka, júyeva posudína, pízda (folladora, coño para
pollas y coño).
III. Los relativos al vil metal
Aquí se incluyen todos los que aluden a la transacción económica del comercio
carnal, por ejemplo: gorrona, fletera, hermana de la sagrada tarifa, frete, freteira. También
podríamos incluir el eufemismo mercenaria del amor.
Una variante aún más despectiva de esta familia es asociar la condición de asequible
a la mujer que se prostituye, esto es, que, además de puta, sea barata. Ejemplos: puta de tres
al cuarto, puta barata, pesetera, puta de (aquí una cifra monetaria de poca cuantía).
IV. Bestialismos varios
Ahora nos ocuparemos de los insultos basados en establecer símiles o sustituciones
con animales. Es una familia más extensa de lo que parece, y bastante singular. Por
ejemplo, en español tenemos araña, alondra, burraca, bestezuela, cabra, cigarra, gallina (más puta
que), gaviota, lagarta, loba, pájara, pécora, perra, puerca, tarasca, raposa, urraca, víbora, zorra. En otros
idiomas tenemos abundante copia, por ejemplo en inglés bitch, fox, foxy lady, bird, chicken, cat,
cow, sow, slut, jade, vixen (perra, zorra, señora zorra, pájara, polluela, gata, vaca, cerda, puerca,
zorra); en ruso, súka, súchka (perra, perrita); y en francés, bourrin, cocotte, chameau, chienne, grue,
langouste, gousse (rocín, gallinita, camella, perra, grulla, langosta, perra).
V. Los relativos al cómo, al dónde y al con quién:
Otra familia de insultos se deriva de los lugares y las formas en las que las
prostitutas captan a sus clientes y consuman el negocio.
De las prostitutas que captan a sus clientes por las calles, recorriéndolas a pie o
apostadas en las esquinas, tenemos: callejera, esquinera, cantonera, trotera, trotona, correcalles,
trotacalles, andorra, andorrera, zancudas. Derivadas del efecto de andar, tenemos un ejemplo
muy sonoro: taconera. Sumemos a esto las construcciones basadas en este concepto: hacer la
calle, andar en corso, hacer la esquina, hacer la carrera, y otros. El francés tiene dos variantes más
rurales: aller aux asperges, cueillir du persil (ir a por espárragos, ir a por perejil). Una variante
culta podría ser dar un paseo por el monte de Venus.

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Siguiendo con el cómo, tenemos un curioso ejemplo de la germanía; amesada,


prostituta que se alquilaba por meses y a la que se daba alojamiento y comida.
Y en cuanto al dónde, tenemos también bastantes ejemplos. Verbigracia: carcavera
(en los cementerios), bucólica (en los parques), chamicera, puta de celosía o de tapete (putas de burdel),
pupila (puta de mancebía, por lo de estar a cargo de un padre de mancebía).
Respecto al con quién tenemos cantonera y matacandiles (prostituta de frailes y curas).
VI. Suma o asociación de significados
Aquí cabrían bastantes términos que suman o asocian otro significado al de puta.
Por ejemplo:
––La falta de higiene: guarra, puerca.
––La vejez o el exceso de uso se unen en los términos que tratan de representar la
idea de algo muy usado, viejo y por tanto despreciado: pingo, pingona, pingorra, tirada,
arrastrada, piltrofera, zurrona, zurrupio, rastrera.
––Con vestidos o enseres: barragana (de barragán, abrigo de tela basta), matraze
(colchón, en alemán), bagasa y gabasa (de la raíz provenzal bagaça, bolso de piel).
––De la idea de colgar y piel, asociado también a la vejez: pendona, pelleja, pelona,
pelandusca, pendón.
VII. Los eufemismos
Hay un amplio número de eufemismos para puta; el principal, actualmente, es sin
duda prostituta. Entre los más suaves tenemos mujer de moral relajada, mujer de virtud pequeña,
mujer de vida alegre, mujer de mal vivir.
No es nada raro que los eufemismos, a veces, acaben por convertirse en términos
más duros que el propio significado del vocablo al que sustituyen. Júzguense estos
ejemplos: mujer pública, perdida, desviada, descarriada, fulana, mengana, zutana, cualquiera, tipeja,
anónima, individua.

3.2.5.3.2. LA CONDICIÓN SEXUAL  
[…] y en la oscuridad ríe el antiguo diablo, que no es más que la especie.
Pío Baroja

El sexo es uno de los pilares de la vida humana, junto al miedo; es lógico que buena
parte de los insultos se basen en él, ya sea criticando comportamientos “fuera de la
normalidad” o parafilias. Entre ellas la más recurrente es la homosexualidad, en especial la
masculina.
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a) Homosexualidad masculina
En las culturas de origen latino se supone que la condición de homosexual es lo
más bajo que puede caer un hombre y se usa con mucha frecuencia como un insulto
directo. Pero no olvidemos que tal cosa no tiene por qué ser la norma, y no todas las
culturas tendrían que ser tan poco permisivas con los comportamientos homosexuales.
En cualquier caso, dividiremos en familias estos insultos como en el ejemplo
anterior:
I.Derivados
Estos insultos derivan de unos pocos a partir de aumentativos y disminutivos. El
insulto más común para un homosexual masculino es marica; a partir de él tenemos
marimarica, mariquita, maricona, mariconcete, maruso, mariquituso y, por supuesto, el aumentativo
más frecuente: maricón.
II.Insultos abiertamente explícitos
Aquí se incluyen los insultos que aluden a comportamientos sexuales de la forma
más explícita y grosera posible. Ejemplos: culómano, porculero, porculizador, enculador, poneculos y
chupapollas. En inglés tenemos arse–crawler (traducible como arrastraculo), bum–fucker (jodedor
de culos) y cock–sucker (chupapollas).
III.Metáforas animales
Ya vimos esta clase de insultos antes, construidos con símiles o metáforas animales,
en este caso bastante menos prolija. Ejemplos: palomo (más maricón que un palomo cojo),
mariposa (con el aumentativo mariposón), jibia, sepia.
IV.Suma, asociación y derivación de significados
En la familia de insultos relativos a la prostitución femenina ya vimos algunos
mecanismos por los que la lengua asocia significados a un término ofensivo y este acaba
derivando de forma a veces sorprendente e imprevisble.
Un buen ejemplo es bujarrón, que proviene, según el DRAE, del italiano buggerone y
este, a su vez, del latín tardío bugerum. Bujarrón, y todas sus derivaciones (bujarra, buja, bujarro,
bujendi, bujarronería y aun el verbo bujarronear) tienen un origen etimológico oscuro y en
absoluto bien establecido.
También tenemos en puto un cambio de significado, en concreto una inversión. Puto
era un insulto muy frecuente en el español del renacimiento para designar al homosexual.
Hoy en día se usa bastante menos como sustantivo y mucho más como adjetivo (Ej.: El
puto autobús siempre llega tarde).

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En inglés tenemos algunos ejemplos bastante curiosos: por ejemplo, faggot, en su


origen un galicismo con el significado de “haz de leña”. La asociación al homosexual viene,
muy probablemente, de cuando la Iglesia quemaba a los acusados de sodomía. También
está queer, que proviene de la raíz sajona qver (atravesar). El significado podría asimilarse en
español a atravesado.
V.Eufemismos
Algunos eufemismos resultan francamente curiosos, como los automovilísticos: le
va la marcha atrás, le patina el embrague y pierde aceite. Además de los neutros desviado, invertido,
equivocado o afeminado, tenemos el ahembrado propio del español del siglo de oro y los que
asocian a la condición de homosexual la inclusión en una especie de grupo distintivo: es de
la acera de enfrente, es del otro bando, es de la cofradía del amor distinto, es del gremio, es de los que
cuentan (el equivalente de la germanía al actual es de los que entienden).

b) Homosexualidad femenina
Es bastante menos frecuente el bagaje de insultos que aluden a la condición
homosexual femenina o lésbica, quizá porque con aludir a la condición de puta hay
suficiente arsenal ofensivo. Una clasificación simple podría ser esta:
I.Símiles culinarios
De origen incierto y oscuro es la subfamilia más conocida en español: bollera (y sus
derivados bollito, bollaca, bollo, le va el rollo bollo) y tortillera (abreviado en torti)
II.Los que dudan de la feminidad
Estos insultos asocian la condición de homosexual a las mujeres de aspecto
masculino o de actitud poco femenina. Tenemos virago, camionera, marimacho, machorra.
III.Los abiertamente procaces
No hay muchos. Podríamos proponer lamerrajas, muy explícito y grosero, junto a
otros como comepelusas y comecoños. En todo caso son poco frecuentes.

3.2.5.3.3. INSULTOS FAMILIARES Y OTRAS LINDEZAS 
Afirma Ricardo Morant en su Gramática femenina que el insulto dirigido al español
acaba siempre recayendo sobre la mujer y que, por tanto, siempre se le insulta a través de
ella. Cierta o no, esta afirmación cobra mucha fuerza si se analiza un hecho relativamente
objetivo: los principales insultos masculinos comparan al hombre con la mujer
(cuestionando así su virilidad) o denigran a su madre o esposa.

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Básicamente, en cuanto a insultos familiares, hay dos familias: las que atacan a los
padres del interpelado (o las circunstancias de su nacimiento o concepción) y las que
denigran a su esposa:
I. A través de los padres:
Resulta evidente que los insultos que denigran a la madre del aludido son más
frecuentes que los que se dirigen a su padre. Entre ellos, el insulto estrella es hijo de puta,
hijoputa en la forma abreviada actual e hideputa en la clásica del siglo de oro. De ahí se
derivan hijo de tu madre, hijo de mala madre, hijo de la gran puta, hijo de perra, hijo de la grandísima y
demás aumentativos pintorescos.
Bastardo y los insultos y expresiones insultantes derivados ponen sin embargo en
duda la paternidad “oficial” del individuo y atañen, en principio, a su padre, pero, al
tiempo, atacan a la madre de este, ya que suponen –y con bastante éxito– que parir un hijo
ilegítimo es una deshonra para una mujer y un signo de vileza. De hecho, cuando la figura
familiar a través de la que se insulta es el padre, se duda de su virilidad o se insinúa o
declara abiertamente su condición de cornudo. Frases como Tu padre es un maricón atacan
por tres flancos: la condición homosexual del padre, la dudosa paternidad del individuo y, a
su vez, cuestionan la moralidad de la madre. Los cuernos de tu padre atacan por los dos
últimos frentes al sujeto, si bien de cornudo a maricón hay poco trecho. Como puede verse,
la idea de que al final de todo insulto dedicado a un varón hay una mujer no es cosa baladí.
También pueden ocuparse, de forma más o menos explícita, de las circunstancias de
la concepción del insultado: a ti no te parieron, te cagaron, por poner un ejemplo de estas
lindezas; malnacido, además, pone en duda las condiciones físicas y mentales del sujeto.
II. Cuernos
Insulto prácticamente exclusivo del hombre, la condición de cornudo ha sido y es
origen de numerosos insultos, expresiones y chanzas del acervo popular. El insulto más
fuerte de esta familia es cabrón (que, como puta, tiene asociado el vulgarismo cabronada,
hecho digno de un cabrón), junto a sus derivados (cabronazo, cabroncete, cabrito, cabestro, macho
cabrío). En realidad, el cabrón, en sentido estricto, sería el cornudo que consiente los cuernos,
distinguiendo así dos cornudos: el que ignora su estado y es, según la tradición, el último en
enterarse, y el que consiente los cuernos: el cabrón propiamente dicho (cuya condición se
explicita con insultos como cabrón consentido).
(Como nota adjunta, la curiosa expresión “además de cornudo, apaleado” proviene del
castigo que la Inquisición administraba a los maridos engañados que no lavaban con sangre

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su cornudez: los paseaban a lomos de un mulo con un tocado de cuernos en la cabeza, para
escarnio de la multitud, que escupía y vituperaba al cornudo a placer.)
Pero volviendo a los ejemplos de insultos, tenemos un buen número de ellos
basados en la idea de los cuernos, ya sea ampliando la comparación con animales (astado,
caracol, novillo, toro de lidia, alce, buey, ciervo), algunos muy específicos y tauromáquicos (como
vitorino, miura, morlaco, manso, corniveleto), o con derivados y sinónimos de cornudo: cornicabra,
cornucopia, cornúpeta, cornuto, enastado, bicorne, etcétera.

3.2.6. DIFERENCIAS ENTRE SEXOS 

Está claro que hombres y mujeres hablan de formas muy distintas, dado que
nuestro lenguaje no es sino el reflejo de nuestra idiosincrasia.
Las mujeres tienen, de media, una mayor capacidad verbal. Una mujer no le habla
igual a una compañera de sexo que a un hombre, y viceversa. Hay una tensión sexual por
medio que modifica y distorsiona la comunicación entre hombres y mujeres; entre
hombres, más bien, suele haber una agresividad soterrada (o no), una especie de tanteo con
las palabras, los gestos y las miradas. Entre mujeres, la cosa es más sutil.
Las palabras soeces recibirán de media un uso más frecuente por parte de los
hombres que de las mujeres; esto quizá tenga que ver con la herencia genética de
sociedades patriarcales y los caminos que cada cual encuentra para resolver sus problemas.
Los hombres son más agresivos: resuelven sus asuntos por la fuerza. En cambio, las
mujeres se mueven con más delicadeza y tranquilidad. Y, es inevitable, estos
comportamientos heredados, instintivos, se reflejan en la forma de hablar.

3.3. TRATAMIENTOS DE RESPETO 

Los tratamientos de respeto son una valiosa herramienta para distinguir de forma
inequívoca los estratos sociales. En las sociedades de siglos pretéritos eran, si cabe, más
importantes aún, ya que en su gran mayoría las barreras entre estratos sociales eran mucho
más rígidas y subrayaban derechos de nacimiento, linajes, honores y rangos de especial
importancia. En nuestra sociedad actual puede decirse que han perdido importancia, si bien
en absoluto han desaparecido. Dejando de lado los títulos eclesiásticos y nobiliarios,
auténticas reliquias del pasado, hoy en día tenemos en español dos tratamientos: el de tú y
el de usted.
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De igual forma, a la hora de caracterizar los estratos sociales es vital tener claros
qué tratamientos son los usuales entre ellos. ¿El voseo, el tuteo, etc.? ¿Anteponer títulos
específicos? ¿Otras consideraciones jerárquicas y protocolarias? Un noble, por ejemplo,
podría perfectamente tutear a un campesino o al sirviente que le pone el plato en la mesa,
pero ay del plebeyo que haga lo mismo con él.

3.4. REGISTROS SOCIOLINGÜÍSTICOS. 
Los registros sociolingüísticos son los distintos niveles de nuestro lenguaje según la
situación en la que nos encontremos. No hablamos igual, o no solemos hacerlo, en casa
que con los amigos; no es lo mismo con nuestra pareja que si tuviéramos que declarar en
un jurado, por poner unos ejemplos sencillos.
Por tanto, a la hora de hacer hablar a un personaje, conviene tener en cuenta
cuántos registros sociolingüísticos tiene y cuál va a aplicar en esa conversación. Como regla
general, las personas con un dominio mayor del lenguaje tienen un número y variedad de
registros sociolingüísticos más elevados que aquellas cuyo lenguaje es defectivo, pero a la
variedad de registros contribuyen también la diversidad de ambientes que conozca el
personaje, o dicho de forma coloquial, que tenga más o menos “mundo”. Así, parece
perfectamente lógico mostrar a un poeta de la corte capaz tanto de alternar en germanía
con maleantes como de hablar con exquisitez a la hora de declamar sus versos en palacio, y
no parece igual de razonable que un erudito aislado de la sociedad consiga adaptar su
lenguaje a una conversación propia de una taberna de puntapié.
Un enfoque práctico para estudiar los registros sociolingüísticos es clasificarlos
según su ámbito. Una clasificación sencilla pero efectiva bien podría ser esta:
a) Registro natural. El propio de la persona según su conocimiento, vocabulario,
etcétera. El que utiliza sin presiones sociales de ningún tipo.
b) El registro formal. Aquel que usará para momentos de mayor formalidad. Aquí,
dependiendo del nivel cultural del personaje, y su preocupación por la presión de la
formalidad social, se podrán realizar las adecuadas clasificaciones.
c) El registro escrito, con connotaciones similares al punto anterior.
d) Probablemente una especie de “registro informal". Es decir, el de los amigotes,
de la abundancia de palabras malsonantes y procaces o las noches de jarana, alcohol y
diversión.

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No se trata de que los personajes siempre dominen cuatro registros claramente


diferenciados; esto sería muy artificial. Más bien interesa saber cuándo y cómo los emplea
según en qué ámbitos se encuentra. Un personaje con menor capacidad lingüística utilizará
el registro natural (o buena parte de él) para los otros registros. Si está preocupado por “ser
formal” o “ser informal", intentará en la medida de sus posibilidades diferenciar; esto
puede conducir a una serie de matices que viene bien tener definidos de antemano. Para el
registro escrito, si toca, pasa otro tanto. El registro informal y el natural a menudo son el
mismo; pero no siempre.
A la vista de todo esto, podríamos preguntarnos cuál de estos registros es el
“verdadero” o el más “natural”. No hay una respuesta sencilla. Dependerá del personaje,
por supuesto; si bien no hay que ser demasiado estrictos con este asunto. El registro más
“natural” variará tanto según el estado de ánimo de una persona que tratar de diseccionarlo
carece realmente de sentido. Por poner un par de ejemplos, muchos considerarán
realmente grosero usar palabras fuertes, de modo que solo las usan en algunos ambientes o
bajo presión; otros muchos las usarán sin ambages, al igual que otros vulgarismos, acentos
regionales e incluso determinados vocabularios.
Además, es muy conveniente tener en cuenta que el registro que usará un personaje
es también reflejo de sus relaciones con una situación. Si trata de distanciarse de ella, es
probable que use un registro lo más alejado posible para aumentar las distancias. Ejemplo:
alguien en una reunión en la que está incómodo y al que le dirigen la palabra en un registro
muy informal puede contestar con frialdad, educación y un lenguaje muy “estirado", para
reflejar su incomodidad. También puede enfocarse desde otra perspectiva: se puede
adoptar un registro intencionadamente grosero para escandalizar al oyente y expresar así el
rechazo hacia él. Si, en cambio, trata de amoldarse a la situación, buscará que su lenguaje
sea lo más parecido al de sus interlocutores o, por lo menos, que este no sea marcadamente
distinto.
Por último, como ya hemos comentado, siempre hay que recomendar la mesura.
Llevar más lejos de lo necesario estas convenciones puede ser contraproducente. Cada caso
debe estudiarse con calma; a menudo, es mucho más efectista cierta simplificación, o
recalcar e incluso exagerar ciertos aspectos de sus registros.

3.5.  LA CONSTRUCCIÓN DE LOS IDIOLECTOS. 
Si bien podemos definir con bastante detalle las características lingüísticas de un
estrato social, no vamos a escribir sobre dichos estratos, sino sobre personajes inmersos en
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ellos. Así, para determinar cómo hablará un personaje, las características del estrato
sociolingüístico al que pertenece serán la base de la que partiremos, para ir luego añadiendo
diferencias y particularidades que le hagan verdaderamente singular.
Con esto no queremos decir que un personaje tenga que sufrir (o disponer de)
obligatoriamente los lastres lingüísticos (o ventajas) del estrato al que pertenece. Un
personaje de origen campesino puede estudiar y mejorar su dominio del lenguaje y perder,
quizá, los acentos de la región en la que nació, o, por el contrario, un personaje con acceso
a una educación excelente puede usar sin cesar muletillas y expresiones mal construidas.
Pero el origen marca mucho y deberíamos tenerlo presente siempre que queramos
caracterizar el idiolecto de un personaje.
Por tanto, si vamos a escribir los diálogos de una serie de personajes de un estrato
bajo, podemos recurrir a las estrategias que hemos descrito anteriormente para hacer dicho
diálogo más creíble. Podemos dotar de peculiaridades concretas al idiolecto de cada
personaje, como por ejemplo:

► Muletillas: las frases coloquiales, dichos, interjecciones y demás voces que el


personaje use con mucha frecuencia son muy útiles para identificarlo (si bien tal vez
no convenga abusar de este efecto, ya que en exceso puede resultar muy artificial).
► Defectos o particularidades de índole gramatical: confusiones con los tiempos
verbales, errores de concordancia, dequeísmos, loísmos, laísmos, leísmos, y un largo,
largo etcétera.
► Defectos de pronunciación específicos: tales como seseo, ceceo, yeísmo,
dificultades al pronunciar consonantes o fonemas determinados, etcétera; por
ejemplo, un personaje con pocos dientes que pronuncie las eses como efes: “Fí,
feñor”. Para emplear estos recursos adecuadamente conviene estudiar sus
implicaciones fonéticas, por supuesto.

En cualquier caso se trata de que el lenguaje sirva de vehículo de expresión para la


personalidad de los personajes, que les dé una apariencia verosímil, creíble, y a ser posible
inequívoca.

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3.6.  LENGUAS EXTRANJERAS. 

Un caso idiolectal muy interesante (y complementario a la anterior exposición del


lenguaje–foco) es el de un personaje extranjero. Asumamos la siguiente hipótesis:
disponemos en nuestra historia de una sociedad metacrónicaiii que emplea como lengua
propia la vernácula (el castellano); existe también una lengua extranjera para el que
empleamos de base algún idioma real. ¿Qué podemos hacer entonces con un personaje que
chapurrea el castellano? Tiene simple solución: si hemos acudido a dos idiomas reales,
busquemos la manera en que se producen las interferencias entre ambos idiomas: seguro
que hay precedentes. Nada resultará tan coherente como esta solución.
Supongamos el gallego como idioma extranjero que geográficamente coincide con
el castellano. Entre otros errores, podríamos topar, por ejemplo, con uno de género: en
gallego paisaxe (paisaje) es palabra femenina. Esta voz gallega podría decir en castellano:
Una paisaje tan bonita.
Son frecuentes los errores con los tiempos verbales. Un gallego no distingue entre
el antepresente y el pretérito; entonces dirá siempre: Comí el arroz. Aunque lo correcto en un
determinado caso sea decir: He comido el arroz.
Otra posibilidad, más agresiva pero con gran potencial: una mezcla directa de
palabras en ambos idiomas. Supongamos un personaje inglés:
⎯Yo istoui… Estoui… How do you… ⎯acompaña con un gesto de llevar comida a la boca⎯;
¿iitin…? ¿Coumeendou? ¿Coumiindou? Yeah! That's it. Istoui coumiindou. Aurrós. Yeah ⎯suspiro de
alivio⎯. ¡Cheeses! Really hard to pronounce this spanish stuff, huh?

4. CREACIÓN DE SISTEMAS LINGÜÍSTICOS 

4.1.  INTRODUCCIÓN 
Estamos, por fin, ante uno de los grandes problemas de ambientación de una
novela fantástica: la parte lingüística. Ya hemos comentado la problemática del idioma de
los protagonistas.
Cualquiera que sea el enfoque elegido, para una historia y un mundo en que exista
más de una lengua será necesario muy probablemente un sistema lingüístico que lo defina.

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Así, en este apartado nos plantearemos por encima cómo podemos abordar la creación de
ese sistema lingüístico con esperanza de una calidad razonable.
Necesitamos de una definición preliminar: ¿qué es un sistema lingüístico?
Un sistema lingüístico es aquel conjunto de reglas que servirán para dar la coherencia
de una de las lenguas en el marco de la narración. Así, queda claro que este sistema puede
ser más o menos complejo; de ahí que un sistema lingüístico pueda ser tan simple como un
par de reglas en la construcción antroponímica o bien algo tan extenso como la definición
de toda una lengua. En un primer extremo tenemos a muchos autores; un ejemplo, que a
veces hasta resulta desagradable, es esa tendencia irremisible a poner la letra k en sus
nombres de personas y lugares, sin haber realizado ningún tipo de reflexión. Porque lo han
hecho otros, porque está de moda… Porque suena familiar… En el otro extremo está
Tolkien, que decide crear un mundo para que sus lenguas sean más coherentes. En fin: la
pregunta que a todos nos interesa contestar es: ¿podemos construir sistemas lingüísticos
coherentes, creíbles pero razonablemente simples? Con más claridad: ¿podemos evitar
construir todo un idioma y que el resultado sea digno?
Sí, siempre y cuando el uso directo que se haga de este idioma ficticio sea muy
limitado.
Hay dos aspectos claros: uno, la estructuración del idioma ficticio en sí mismo; dos,
cómo afecta este idioma a otros. Este segundo aspecto es fundamental y sirve para
caracterizar el supuesto idioma casi tanto como un corpus de facto del idioma en sí mismo.
Lo primero es intentar una comprensión general de cómo funciona una lengua en
toda su extensión. Objetivo nada baladí; lo introduciremos brevemente en el siguiente
apartado:

4.2. ASPECTOS DE UNA LENGUA 

1) La lengua debe estudiarse teniendo en cuenta que existen dos perspectivas: una,
la estática (lingüística sincrónica); la otra contempla lo evolutivo, lo que va cambiando
(lingüística diacrónica) en la lengua. Dedicaremos a este punto el siguiente subapartado.
2) Toda lengua tiene, cuanto menos, cinco niveles de estudio: el fonético, el
morfológico, el sintáctico, el nivel semántico y la representación escrita.

Vamos a inspeccionar rápidamente cada uno de estos niveles:


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a) Nivel fonético.
Siempre se descuida, y no es un tema tan complicado como a priori pueda parecer.
Merece al menos un estudio básico: conocer y entender las familias de fonemas, cómo se
producen y las claves de su funcionamiento. Aparte, el conocimiento de las realizaciones
alofónicas permite hilar con otros temas expuestos aquí: la tanda de fallos lingüísticos,
dialectales, etcétera.
¿Y todo esto de qué puede servir? Lo más importante, para saber qué alófonos y
fonemas el hablante jamás ha utilizado. Por ejemplo: si el personaje sesea, entonces carece
de la capacidad inconsciente de utilizar la /c/; sabemos así qué fallos podría tener hablando
en una lengua extranjera a la suya. También puede resultar oportuno conocer algunos de
los que utiliza que sean (relativamente) autóctonos. Todo esto se puede definir de forma
sencilla, lo que ayuda a que luego el sistema lingüístico sea más coherente y sólido.

b) Nivel morfológico.
¿Qué tipos de palabras maneja este supuesto idioma? ¿Existen todas las categorías
del castellano? ¿Alguna más? ¿Alguna menos?
A veces, una caracterización sencilla de este nivel ayuda mucho también a ver cómo
habla en otros idiomas. Imaginad que esa lengua carece de adverbios: lo difícil que le
resultaría asimilarlos al hablar otro idioma.
Con esto podemos ir más lejos. Podemos plantearnos géneros de determinadas
palabras comunes; o los tiempos verbales, cuáles no existen; o cuales existen pero que se
emplea además con un uso distinto; algo muy común, por otra parte.

c) Nivel sintáctico.
Una parte con su enjundia. De nuevo, aquí podemos plantearnos cómo se
conjuntan las palabras, y cómo definitivamente no se conjuntan; táctica esta última que
resulta simple y útil porque permite trabajar con un número pequeño de reglas prácticas.
Podríamos plantearnos una estructura obligatoria de núcleo verbal + complemento
directo + sujeto, por ejemplo. O bien podríamos trabajar con determinadas perífrasis.
¿Cómo hacen las interrogaciones? Etcétera.

d) Nivel semántico.
Este nivel engloba todas aquellas ideas o conceptos propios de un idioma, de una
raza o de una zona, y que resultan completamente desconocidos fuera de ese marco.
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Por ejemplo, una determinada raza podría no distinguir entre los conceptos de “yo”
y “nosotros", por tener una conciencia colectiva. Así, para ellos, ambos términos
significarían lo mismo; imaginad tan solo las posibles consecuencias lingüísticas de esta
confusión.
Otro ejemplo interesante y real: una lengua que carezca del concepto de “cero” (y
el número, claro).

e) La escritura.
Profundizar por este camino supone un trabajo arduo y, con mucha seguridad,
poco satisfactorio. Para obtener resultados dignos se requiere de unos conocimientos
lingüísticos muy profundos; esto no está al alcance de la mayoría de los escritores. Basarse
en nuestro abecedario para cuantos idiomas aparezcan en una historia (sea de la especie que
sea) es difícil (no imposible) de sostener. Por otro lado, imaginemos por un momento la
magnitud del esfuerzo que supone construir un abecedario distinto, en base a otras reglas y
otros fonemas; a continuación, un cuerpo de palabras, reglas sintácticas y los debidos
conceptos semánticos, intentando siempre abarcarlo todo como una lengua completa que
es.
No obstante, nunca está demás saber detalles como cuántas vocales hay (esto
también se relaciona con la fonética, por cierto), o si las vocales se sobreentienden por
ciertas reglas. Si hay signos de puntuación (un detalle curioso que dificulta y mucho la
lectura) o no. Ideogramas, iconos. Un abecedario numeral…

4.3.  EVOLUCIÓN LINGÜÍSTICA 
Una lengua es como un ser vivo: así que nace, crece, se procrea, envejece y muere.
En este proceso evolutivo existen una serie de mecanismos que operan para modificar la
lengua. Estos posibles mecanismos evolutivos ya los hemos comentado aquí de forma
suficientemente extensiva. Pero bueno, unos ejemplos nunca vienen mal: Importaciones
para nuevos conceptos semánticos; por modas. Influencias de otros sistemas lingüísticos.
Dialectos, argots… Necesidades de nuevos términos por una revolución social o
tecnológica. La simplificación silábica (bolígrafo → boli), desgaste de grupos cultos
(obscuro → oscuro), renovación semántica de determinadas palabras, etcétera.
Decíamos que una lengua nace, crece, evoluciona, envejece y muere. Es un ciclo
vital, que a su vez proporciona otros ciclos vitales. ¿Cómo nace entonces una lengua? Pues
precisamente a través de pequeñas variaciones que se van consolidando poco a poco y la
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apartan de la lengua madre. En este terreno de las pequeñas variaciones entra el concepto
de dialecto, como variación de la lengua madre, sobre todo en un determinado ámbito
geográfico. Por supuesto, un dialecto casi seguro que morirá; que se expanda es
improbable. Así que los dialectos, como las jergas, tienen su ciclo vital. De vez en cuando,
ciertos dialectos prosperan y pueden evolucionar, salir de sus fronteras por determinados
hechos históricos (conquistas bélicas, comerciales) y convertirse en lenguas por derecho
propio. En este nivel, también se hace uso de la palabra dialecto para relacionar paternidad:
el castellano y el gallego, por ejemplo, son dialectos del romance, o del mismo latín.
Entonces, vayamos a las posibilidades prácticas de los dialectos así definidos: la
diferenciación por regiones del habla, útil para una historia en que los personajes son unos
trotamundos. Esta diferenciación es geográfica; eso quiere decir que va acorde con las
limitaciones naturales: montañas, valles, islas, y todos aquellos impedimentos físicos
naturales que impiden un contacto lingüístico. Así es como evolucionan las lenguas y se
distancian dialectalmente entre sí; y así nacen los dialectos. Aquí tenemos entonces toda esa
lista de errores del habla ya comentada antes (seseo, ceceo…). Podemos también trabajar
evoluciones naturales distintas según zonas, a partir de la misma lengua. Por ejemplo,
estudiando distintos desgastes de las letras y la ley de la tendencia al mínimo esfuerzo
fonético que hemos ejemplificado en párrafos anteriores.
Una posible táctica consistiría en trabajar con grupos de palabras del mismo idioma
pero con origen distinto: por ejemplo, para una región determinada, abundancia de palabras
castellanas de origen gala; y para otra, abundancia en palabras castellanas de origen arábiga.

Un último apunte: cuando una sociedad madura lo suficiente y el caos bélico


decrece, la cultura se vuelve más importante. Una consecuencia de esto es el intento de
normalización, extensivo a cualquier aspecto de la vida cotidiana: desde comercio, moneda,
carpintería, medidas…, hasta la lengua misma y su escritura. De ahí que, en determinado
momento pueden, por ejemplo, aparecer organismos de control de la lengua que intenta
establecer unas bases, una ortografía, un manual del bien decir. A mayor estabilidad social,
mayor madurez en la normalización. Y viceversa.

4.4. TOPÓNIMOS Y ANTROPÓNIMOS.  
Habiendo realizado los pasos anteriores, construir un pequeño y limitadísimo
corpus para el sistema lingüístico es cosa de hacer pruebas. Los idiomas antiguos suponen
un estupendo referente.
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El más básico e importante de los objetivos de un sistema lingüístico: topónimos y


antropónimos, que indefectiblemente tendrán un significado detrás, sea reconocible o no.
Dicho de otro modo, uno no le pone un nombre a un sitio porque sí, inventándose la
palabra. Al menos, no es habitual. Se suele poner por un motivo, y tiene un significado
concreto.
A partir de ahí, este nombre se desgasta (o no); quizá hasta tal punto que puede no
ser deducible el significado original. Así, debido a la evolución de los nombres conviene
también pensar un poco en la evolución del sistema lingüístico.
Algunos ejemplos de topónimos:

–Todas las Villafrancas y Vilafrancas.


–Viladecans y Castelldefels tienen una historia curiosa. Dicen que en tiempos de la
reconquista, en Viladecans (villa de perros) estaban los moros y en Castelldefels (castillo de
fieles), los cristianos.
–Olesa de Bonesvalls. Olesa es una variedad de olivo y bones valls son buenos
valles.
–Viladecavalls (villa de caballos), Vacarisses (vacas) o Porqueres (corrales de
cerdos).
–Valladolid: Valle de la Vid.

4.5.  ÚLTIMAS REFLEXIONES. 
El escritor que se enfrenta a estos problemas lingüísticos topará con cuestiones
como: ¿qué lengua se habla en el mundo? ¿Una, muchas? ¿Las otras lenguas, a cuáles se
asemejan? ¿Cómo interfiere el lenguaje–foco, que depende y mucho del narrador utilizado?
Aunque así de entrada resulte un mundo de dificultades, no es tan difícil como
parece construir un sistema lingüístico razonable. Hace falta, eso sí, conocer un poco todos
los niveles de un idioma. Y, sobre todo, practicar. Tampoco es vital un estudio intensivo en
todos estos niveles; a menudo, unos detalles aquí y allá alcanzan para transmitir ese “aire”
de credibilidad que buscamos. En definitiva, un informeiv de una o dos páginas sirve para
definir un sistema lingüístico apropiado que represente a una lengua. Muy limitado, claro
está, pero cumplirá su función.
Encontraremos una aplicación práctica en antropónimos y topónimos, lo primero
que cualquier lector percibe de un libro y, por tanto, lo más importante de cualquier
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sistema lingüístico. Otra aplicación es la caracterización adecuada de personajes extranjeros,


proyectando las limitaciones del sistema lingüístico vernáculo al idioma del libro: en este
caso, el castellano.
Aquí hay que reflexionar sobre varios puntos: en primer lugar, ¿cuál es la lengua real
de nuestro personaje? ¿Un castellano retocado? Detalle de coherencia nada baladí. Esto
está muy bien; más peliagudo es un personaje que habla un idioma ajeno o textos
extranjeros. ¿Cuál es la mejor forma de llevar esto? Imaginemos que un personaje ve un
escrito en un idioma del que nada sabe. ¿Cómo se lo mostramos en ese caso al lector?
Tolkien (indudable referente para la creación de sistemas lingüísticos) lo hace directamente.
Para eso ha trabajado antes en varias lenguas y puede escribir las runas apropiadas cuando
le conviene. Pero si ese no es un camino que queramos seguir, por la complejidad que
implica, podríamos trabajar sobre la asunción de que toda palabra no castellana es una
traducción fonética al castellano; y los metatextos son a su vez una traducción escrita, al
igual que la de los personajes. Lo cual, en cierta medida, nos deja en un punto muerto, sin
demasiada base sólida y nada más que opciones cómodas y que diferencien al narrador.
Queda, sin embargo, el tercer camino ya anunciado: asumir con valentía que el
idioma en que se escribe el libro (castellano) es el marco lingüístico de la historia; o bien una
pequeña variante. No olvidemos, por otro lado, que Tolkien no solo usaba lenguas ajenas,
sino que también trabajó con variaciones del idioma vernáculo ⎯el inglés, en este caso⎯
cuyas sutilezas se pierden, por desgracia, en la traducción al castellano.

iNo obstante, no hay que olvidar que la cultura de la nobleza es relativa al estado de caos social que
exista. En épocas de mayor caos, de pequeños reyezuelos e incontables luchas intestinas, el noble (sobre todo
hombre) es un personaje mucho más guerrero, que puede despreciar incluso la noción más básica de cultura,
como saber leer y escribir. Deberían tener, eso sí, más modales que un campesino, si la ocasión lo requiere. La
situación cambia cuando las ciudades crecen gracias a una estabilización social, casi invariablemente asociada
a una figura capaz de concentrar el poder y acabar con las luchas. El noble se convierte en satélite y se
traslada a la corte y la ciudad, en términos simples porque al rey le conviene tenerle bien vigilado. El noble
busca nuevos entretenimientos y las siguientes generaciones de nobles se procuran una mejor cultura, pues la
cultura es un sinónimo de prestigio, igual que el mecenazgo artístico o, incluso, la moda.
iiDRAE: Diccionario de la Real Academia de la lengua Española.
iiiMetacronías: narraciones en las que se recrean la historia o elementos históricos, alterándolos de
alguna forma: ucronías, acronías, etcétera.
iv Sobre informes para una novela, ver el informe “Creación de una Novela”.

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