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29.- LA EXPANSIÓN DE LOS REINOS CRISTIANOS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA.

1. Introducción

El tema “La expansión de los reinos cristianos en la península ibérica” tiene su


referencia legislativa en el RD. 217/2022 (conviene citar también el
Decreto/Orden/Instrucción de nuestra Comunidad Autónoma) por el que se establece
la ordenación y enseñanzas mínimas de la Educación Secundaria Obligatoria dentro del
bloque de saberes básicos de 1° y 2° de ESO de la materia Geografía e Historia
titulado Sociedades y territorios como Condicionantes geográficos e interpretaciones
históricas del surgimiento de las civilizaciones. Las grandes rutas comerciales y las
estrategias por el control de los recursos.

Con la invasión de los musulmanes de la península ibérica en el 711 se produce la


desaparición del Estado visigodo. No obstante, la resistencia de pequeños núcleos de
población en la cordillera Cantábrica permitirá consolidar pequeños reinos cristianos
en el norte, que más tarde comenzarán, impulsados por el crecimiento demográfico,
una política de expansión territorial que se justificará con la recuperación de un ideal
de restauración del Estado visigodo y un sentido de cruzada contra el infiel, proceso
que conocemos con el nombre de Reconquista, que acompañado por un proceso de
repoblación, permitirá en el siglo XIII, acabar con el poder musulmán en la península
excepto el reino nazarí de Granada.

2. Repoblación y reconquista. Interpretaciones historiográficas

2.1 Reconquista.

El término Reconquista, se refiere a la lucha entre cristianos y musulmanes durante la


Edad Media en la península ibérica. Su alcance, su significado e incluso su pertinencia
ha generado no pocos debates entre los especialistas. El término Reconquista nace
con la historiografía medieval española en el siglo XIX, y podemos encontrar
básicamente dos posturas: la tradicionalista y la negacionista.

La postura tradicionalista nació en la segunda mitad del s. XIX, dotando al concepto de


una enorme carga romántica y nacionalista, puesto que identifica la Reconquista con
una empresa llevada a cabo por nuestros antepasados clave para la construcción y
formación de la identidad nacional española, quienes tras derrotar al islam
recuperarían el solar patrio. Esta visión ha seguido teniendo validez durante el s. XX y
ha sido defendida por autores como Menéndez Pidal (Los españoles en la historio
1991), para quien la invasión musulmana vino a unir a los diferentes reinos cristianos
en su lucha contra el islam, permitiendo la restauración del culto católico y dotando a
la guerra entre cristianos y musulmanes de “un propósito nacional de recuperación del
suelo patrio”. En este sentido, Sánchez Albornoz (España, un enigma histórico 2000)
también identifica la guerra con una “lucha nacional y religiosa”. Por ello, esta postura
sobre la Reconquista surgida en el s.XIX se convirtió en uno de los principales mitos
del nacionalismo español.

Por otro lado, se encuentra la postura negacionista surgida en el s.XX dentro del
terreno del revisionismo historiográfico y por la que la acepción del concepto de la
Reconquista comenzó a ser cuestionada, matizada o incluso negada. Así pues, autores
como barbero y Virgil, ya desde los años 60 sostienen que los pueblos del área
cantábrica (astures, cántabros y vascones) quedaron al margen de las estructuras
políticas romanas y visigóticas, al igual que de las árabes. Por ello, estos pueblos no
podrán ser los sucesores del poder visigótico y ni mucho menos se les podría
considerar como reivindicadores, ya que se resistieron a ellos igual que lo hicieron con
los romanos o visigodos.

No obstante, a pesar del enfrentamiento entre ambas posturas, la acepción


tradicionalista ha seguido vigente hasta nuestros días, a pesar de la desaparición del
nacionalcatolicismo que lo sostuvo como uno de los principales mitos de nuestra
nación. Esto se debe, tal y como establecen Barbero y Virgil a una cuestión de
comodidad y convencionalismo. En este sentido, la historiografía medieval actual
utiliza el término de forma convencional para referirse a un periodo histórico, pero
exento de carga ideológica, política o religiosa. Así pues, según los términos de Jose
Luis Martín, actualmente la Reconquista se entiende como “el avance de las fronteras
de los reinos y condados cristianos del norte”. Por lo que se emplea para definir un
proceso expansivo de los reinos del norte y la integración en estos reinos de los
territorios, población y estructuras políticas, económicas y culturales de los territorios
musulmanes conquistados.
2.2 Repoblación

Según Moxó, se trata de un concepto asociado a la Reconquista que se refiere a la


ocupación efectiva del territorio conquistado, a su explotación económica y a su
integración dentro de las estructuras del Estado. No obstante, cabe preguntarse
¿Hasta qué punto estaban despoblados los territorios sobre los que se ejerció la
primera repoblación?

Si hemos de guiarnos por lo que nos dicen los testimonios documentales, la


despoblación del territorio, en especial la zona del Duero, era absoluta. Expresiones
tales como «ciudad destruida» o territorio «yermo» son abundantes. ¿Forma retórica
de hablar o reflejo de la realidad? Para Sánchez-Albornoz, el valle del Duero estaba
completamente abandonado y en ruinas cuando se inicia la repoblación. Por su parte,
Menéndez Pidal piensa que la despoblación no fue tan completa y que lo sucedido fue
que todo ese vasto territorio quedó, tras la invasión islámica y las desoladoras
campañas de Alfonso I, desorganizado y con su población mermada.

Más recientemente, algunas excavaciones arqueológicas han venido a confirmar esta


tesis, vuelta a defender por Vigil y Barbero, para quienes repoblar significa en muchos
casos “reducir a una nueva organización político-administrativa una población
desorganizada o dispersa a causa de la dominación musulmana”. Pero, a pesar del
esfuerzo realizado por los defensores de la posición de Menéndez Pidal, “las tesis de
Sánchez Albornoz de una acentuada despoblación, sin llegar a sus extremistas
formulaciones, permiten explicar mejor la historia posterior”, piensa García de
Cortázar.

3. La expansión de los reinos cristianos


Los textos cronísticos de la Edad Media aluden a una cierta alianza entre visigodos y
nativos que permitió a Pelayo hacerse con el poder,. Así nació el primer núcleo
cristiano, el reino de Asturias, que tiene como hito fundacional la mítica batalla de
Covadonga (718 o 722), de imprecisa fecha y magnitud.

Alfonso I (739-757), yerno de Pelayo, supo aprovechar las dificultades internas de al-
Andalus para efectuar una serie de campañas que permitieron acotar mejor el nuevo
reino, limpiar de enemigos su frontera e incorporar el ámbito gallego.

De todas formas, fue con Alfonso II (79l-842) cuando se conquista Santiago de


Compostela, y el reino de Asturias alcanza su plena definición, al dotarse, por
influencia de numerosos inmigrados mozárabes, de una ideología que ha sido
denominada “neogoticismo”, según la cual los reyes asturianos eran legítimos
descendientes de los reyes godos de Toledo. Alfonso II, en esta línea de actuaciones,
restauró el orden gótico en el Palacio y en la Iglesia, imponiendo el Fuero Juzgo como
ley del reino y erigiéndose en defensor de la ortodoxia católica.

Los avances y progresos territoriales llevados a cabo por los diversos núcleos políticos
hispano-cristianos fueron reflejo, en la primera época, de un lento y seguro proceso de
repoblación de tierras despobladas o poco pobladas. Las actividades repobladoras en
sentido estricto se inician en torno al año 800. En en la mayoría de los casos la
repoblación se ejerce no sobre ciudades ni por orden del rey, sino que sus
protagonistas son campesinos o grupos monásticos, y su objetivo es tomar posesión de
tierras abandonadas. En el siglo IX el sector septentrional del valle del Duero, bulle de
repobladores de muy diversa procedencia y extracción social que buscan un porvenir
para los más valientes o desesperados. En cualquier caso, esta forma de repoblación
da derechos de propiedad sobre las tierras “tomadas” que los reyes reconocerán sin
dificultades.

En este momento se hace importante la repoblación de esta amplia zona deshabitada.


Dichas tierras eran repartidas a nobles por su colaboración militar, a clérigos para
fundar monasterios y a campesinos libres en las zonas más peligrosas. Entre los
repobladores había gente del norte, cristianos mozárabes que huían de al-Ándalus y
buscaban los beneficios que les daban las cartas de poblamiento.
Económicamente, estos lugares vivían de la agricultura de subsistencia con rotación
bienal y ganadería ovina. Sus intercambios eran escasos y había pocos artesanos, casi
siempre en núcleos urbanos. Apenas circuló moneda hasta el XI, por lo que abundaba
el trueque.

Durante la primera mitad del siglo X el reino astur-leonés estuvo a punto de


fragmentarse en tres reinos: Asturias, Galicia y León. Ramiro II (930-951) consiguió
impedir la disgregación, al tiempo que desarrollaba una amplia obra de repoblación y
organización del valle del Duero, y frenaba, incluso, los intentos expansionistas de Abd
al-Rahmán III en la batalla de Simancas (939). Sin embargo, no pudo impedir que
Fernán González, a quien el rey leonés había nombrado «conde de toda Castilla»,
consiguiese hacerse prácticamente independiente. A su muerte, el reino de León se
vio inmerso en una profunda crisis. A partir de entonces, los reyes leoneses,
convertidos en simples figuras decorativas en manos de los gobernantes de Córdoba o
de las fuerzas nobiliarias en ascenso, dejaron ser los principales dirigentes de la España
cristiana. El hueco sería ocupado por el reino de Pamplona y por el joven condado de
Castilla.

Los orígenes de Castilla son muy oscuros y tal vez se haya mitificado en exceso la
singularidad del caso castellano, «islote de hombres libres» (C. Sánchez-Albornoz)
frente al tradicionalismo neogótico de León. Pero parece claro que Castilla nació de un
temprano proceso de repoblación, en el que participaron tanto monasterios como,
sobre todo, campesinos. Los condes nombrados por los reyes de Asturias y León
dotaron al territorio de una compleja estructura defensiva, necesaria dada su
condición fronteriza. Uno de estos condes, Fernán González (929-970), convertido
desde 931 en «conde de toda Castilla», aprovechó la crisis política que se desató en
León a la muerte de Ramiro II para hacer de Castilla un «principado feudal» (Salvador
de Moxó) de amplísima autonomía. Sus sucesores aumentarían el grado de
independencia, como nos muestra el Cartulario de San Millán de la Cogolla donde
aparecen entregando feudos, privilegios y salinas a clérigos y vasallos.
En el VIII, Carlomagno manda expediciones contra los musulmanes, controlando
Pamplona, Jaca, Barcelona y Gerona,. Es lo que se conoce como marca hispánica,
dirigida por un marqués, y subdividida en condados.

Los vascones de Pamplona estuvieron bajo la órbita de francos y Banu Qasi


zaragozanos. En 778 consiguieron frenar en Roncesvalles, tal vez con la ayuda
musulmana, a Carlomagno (como narra el Cantar de Roldán). En 799, eligieron jefe a
Velasco, expulsando a los Banu Qasi y entrando en la órbita de Carlomagno. Sería Íñigo
Arista, quien expulsara a los francos y creara el reino de Pamplona en 816. Que se
aliará con el tiempo con el reino astur-leonés. Llegamos entonces a Sancho III el
Mayor (1004-1035), la figura política más importante de la Península en los años
cruciales de la fitna del califato. Conde de Castilla, Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, llegó
a usurpar el título leonés de «emperador».

Los orígenes del condado de Aragón (inicialmente un minúsculo enclave pirenaico, con
centro en Jaca) son también oscuros. Parece ser que el territorio, después de verse
libre de la presencia islámica, dependió de los carolingios hasta principios del siglo IX.
La dependencia respecto de Pamplona, se consumó al incorporarse a dicho reino en
el X.

La marca hispánica pervivió más tiempo entre los Pirineos y el Llobregat. Aglutinaba un
abigarrado conjunto de pequeños condados, de entre los que destacaba el de
Barcelona. Simultáneamente se desarrolló, gracias a la venida de mozárabes, un
proceso de repoblación similar al del valle del Duero.. A finales del IX, coincidiendo
con la decadencia del Imperio carolingio, el conde de Barcelona Wifredo I el Velloso
controló la práctica totalidad de los restantes condados catalanes. Su nieto Borrell II
se negó al vasallaje del rey franco en 987.

A principios del siglo XI, recuperada de los feroces ataques de Almanzor, lleva a cabo
en 1010, bajo la dirección de los condes de Barcelona y Urgell, una expedición que
concluyó con el saqueo de Córdoba. A continuación, se extendería al norte de los
Pirineos, la Occitania. Desde el XI, nobles y monjes se beneficiaron del proceso, gracias
a tener recintos amurallados para proteger a la población. Fueron recibiendo derechos
jurisdiccionales de los monarcas, convirtiéndose muchos campesinos en sus siervos.
En el IX, Alfonso II había mandado construir la iglesia de Santiago de Compostela, que
vivió un enorme desarrollo durante el XI, naciendo el camino jacobeo, con hitos
importantes en Jaca, Estella, Burgos o León. Fue un flujo de ideas, cultura y economía
que comunicó la península con el resto de Europa.

Así que a pesar de las continuas guerras, también hubo una importante interrelación
cultural, con ejemplos en la escuela de Traductores de Toledo. Y la riqueza que
aportaban: los judíos, que vivían en aljamas o juderías, en torno a sinagogas;
mozárabes en al Ándalus; y mudéjares en las morerias de las ciudades cristianas.

La crisis del califato cordobés entre 1009 y 1031 supuso que las fuerzas se invirtieran
en la península. Los núcleos cristianos se expandirán notablemente y pedirán parias
(tributos) a las taifas, a cambio de paz. A ello se une la muerte y testamento de Sancho
III el Mayor de Pamplona en 1035. El primogénito de Sancho III el Mayor, García
Sánchez III (1035-1054), heredó un extenso reino de Pamplona,; el segundo hijo,
Fernando, heredó el condado de Castilla, convirtiéndose en su primer rey; el hijo
menor, Gonzalo, recibió los condados de Sobrarbe y Ribagorza; Ramiro, hijo
bastardo, obtuvo el territorio de Aragón, del que es primer rey.

El fortalecimiento de la línea alcanzada antes de la muerte de Almanzor (valle del


Duero) es el objetivo primario de los reinos cristianos, desde el que impulsarán
operaciones posteriores. A partir del siglo XI la repoblación se concibe como una
empresa de dominio territorial en la que el monarca contrata con sus colaboradores
las condiciones de participación. Una vez adquirido el espacio al Islam, hay que
dominarlo mediante la instalación (exclusiva o compartida con los antiguos
musulmanes) de pobladores cristianos. Normalmente la situación fronteriza en que
quedaban buena parte de las áreas conquistadas, sólo permitía una repoblación militar
de urgencia. Más tarde, conforme avanza la demografía, se produce una auténtica
repoblación que comporta el reparto de las tierras ganadas al Islam, lo que configura
un nuevo tipo de hábitat y de régimen de la propiedad sobre los que se edificarán unas
formas de organización económica, social, política y espiritual.
El área entre el Duero y el Sistema Central, muy despoblada, fue repartida en grandes
términos municipales (de ahí su nombre de repoblación de frontera o concejil), a cuyo
frente los concejos quisieron dominar el área mediante la instalación de colonos. Para
facilitar la tarea, los poderosos municipios de los siglos XI y XII (Salamanca, Avila,
Cuéllar, Arévalo, Segovia, Sepúlveda) reciben numerosos privilegios, contenidos en los
fueros correspondientes, de los que el de Sepúlveda, concedido por Alfonso VI en
1076, señala los criterios seguidos para el reclutamiento de repobladores.

Así pues, Alfonso VI de León (1065-1109) fortaleció la linea fronteriza con la concesión
de fueros como el de Sepúlveda en 1076. Repobló la franja litoral portuguesa hasta el
Tajo y conquistó Toledo en 1085, con lo que consiguió romper las comunicaciones
entre los musulmanes valles del Ebro y Guadalquivir. Se repartió el reino de Pamplona
con Aragón, quedándose definitivamente La Rioja. Tuvo como vasallo al reino de
Valencia del Cid Campeador, durante un corto periodo de tiempo, ya que los
almorávides entraron en la península unificando las taifas y derrotando a los cristianos
en la batalla de Zalaca o Sagrajas en 1086.

La repoblación de la zona del Tajo presenta la existencia de una abundante población


bajo dominio musulmán, lo que junto a la escasez de repobladores moverá a Alfonso
VI a mantener el grueso de la población anterior (musulmanes, judíos, mozárabes...), y,
a la vez, a repartir en extensos alfoces (Talavera, Madrid, Alcalá, Guadalajara, etc.) el
antiguo reino taifa, dotando a sus concejos de privilegios similares a los anteriores.

Alfonso VII de León y Castilla aprovechará la crisis del imperio almorávide y la


aparición de los segundos reinos de taifas haciéndose con Almería durante diez años
(1147). Sus resultados más significativos, aparte del dominio de Almería durante diez
años por Alfonso VII (1147). Además, en 1151 firma el tratado de Tudilén con Ramón
Berenguer IV, por el que se reparten el área de influencia de sus futuras conquistas.
Esto se revisaría años después en el tratado de Cazola.

Alfonso VII expulsará a los musulmanes de las comarcas recuperadas a los


almorávides, provocando la rápida castellanización del reino. En este proceso de
castellanización y en la colonización juega gran importancia una enriquecida Iglesia.
Tras su reinado, Castilla y León volverán a ser independientes. Desarrollándose
formas de gobierno distintas, como las primeras Cortes de nuestra historia,
celebradas en 1188 en León. En Castilla, será un monarca fuerte, Alfonso VIII, quien
conquiste Cuenca, pero sea derrotado por los almohades en Alarcos en 1195. Se
tomará la revancha, aliado con navarros y aragoneses, en Las Navas de Tolosa (1212).

En Aragón, será con Pedro I con quien se conquisten definitivamente Huesca (1096) y
Barbastro (1100). Alfonso I el batallador (1104-1134) conquista Zaragoza en 1118,
abriendo definitivamente el valle del Ebro a los cristianos. Ramón Berenguer IV de
Barcelona adquirió gran fuerza al casarse en 1137 con Petronila de Aragón y unir
ambos territorios. Lo que le ayudó a conquistar Tortosa en la desembocadura del Ebro
(1148) y Lérida (1149). Justo antes de que llegasen los almohades, que volvieron a
unificar al-Ándalus y frenar a los cristianos. Su hijo, Alfonso II, será pues, el primer rey
de la Corona de Aragón. En 1171 conquista Caspe y funda Teruel. También firmaría el
tratado de Cazola para delimitar las futuras conquistas con Castilla. La expansión del
catarismo, una herejía cristiana, por los territorios occitanos de la Corona de Aragón,
fue la excusa para que los monarcas franceses la invadiesen, venciendo a Pedro II en la
batalla de Muret.

En el valle del Ebro, los grandes núcleos urbanos (Zaragoza, Tudela, Tortosa) se
repoblaron con habitantes procedentes de puntos diferentes, mientras que las
poblaciones al sur del Ebro (Calatayud, Daroca, Belchite) gozaron de fueros similares al
sepulvedano. Las comunidades mudéjares siguieron siendo muy numerosas en la zona
de Tudela, cursos del Ebro y Jalón, Bajo Aragón y tierras de Albarracín, donde superaba
a la población cristiana. Aún así, la amplitud de los territorios a repoblar entre las
sierras pirenaicas y los macizos turolenses exigió un gran número de repobladores
mozárabes, navarros, aragoneses, catalanes y francos.

El reino de Pamplona fue absorbido por Aragón en el XI y hasta 1134, lo que le cerró
las puertas a la expansión hacia el sur. Cambiará su nombre a reino de Navarra e n
1162, con Sancho VI el Sabio.
En 1128, Portugal, un condado dependiente de León, se independiza con Alfonso
Enriquez, su primer rey. Nacerá con tal ímpetu que hacia 1147 ya ha conquistado
Lisboa y Santarem, en la desembocadura del Tajo. En 1249 los portugueses se hacían
con Faro, concluyendo su particular “Reconquista”.

Las Navas de Tolosa (1212), suponen la descomposición almohade y el surgimiento de


las nuevas y efímeras terceras taifas. El aragonés Jaime I el Conquistador (1213-1276)
aprovecha esto. Conquista Mallorca en 1229 y el reino de Valencia en 1239.

Estas tierras se distribuyeron en pequeños lotes, excepción hecha de la actual


Castellón, entregada tardiamente a las órdenes militares, lo que explica su tardía y
superficial repoblación. La más famosa de las órdenes militares aragonesas, la de
Montesa, será creación de comienzos del XIV, beneficiándose de la posesión de
territorios serranos. En general, permanecieron más mudéjares en Aragón que en
Castilla, muchos sirviendo a nobles y clérigos en sus tierras. Respecto a los
repobladores, principalmente fueron catalanes quienes repoblaron Valencia y
Baleares.

Alfonso IX de León ocupó Cáceres, Mérida y Badajoz entre 1227 y 1230. Pero estas
posesiones se asimilarán a la nueva Corona de Castilla, que desde 1230 gobernaba
Fernando III el Santo. La colonización de las órdenes militares se consagró
definitivamente en Extremadura, repoblada débilmente después que Andalucía, lo que
imprimió a este proceso un carácter aristocrático.

Y es que Fernando III se volcó en conquistar más que en repoblar, quien avanzó sobre
el valle del Guadalquivir, cayendo nuevas plazas por conquista o capitulación. En 1233
Úbeda, en 1236 Córdoba y toda la campiña del valle medio del río, cayendo Jaén en
1246 y Sevilla y la desembocadura del Guadalquivir en 1248.

Novedad de esta etapa será la participación de las milicias concejiles y las Ordenes
Militares. Estas nacen fundamentalmente en la segunda mitad del XII, sometidas a la
regla del Cister, siendo la primera Calatrava, seguida de Alcántara y Santiago.
La conquista de grandes poblaciones responde a un sistema de repartimiento
generalizado en el XIII, en el que los cristianos (principalmente leoneses, castellanos y
vascos) ocupan las casas que, en el interior del recinto urbano, han abandonado los
musulmanes, obligados a trasladarse extramuros. Los distintos fueros conceden a las
ciudades un amplio territorio para su vigilancia y defensa, a la vez que la Iglesia recibió
importantes donaciones. El repartimiento es realizado por una comisión de oficiales
reales, que realiza las particiones y entrega de los lotes a quienes habían formado
parte de la conquista. Es una distribución ordenada de casas y heredades, atribuidas
según la condición social y méritos de los conquistadores, que quedan registradas en
los "libros de repartimiento".

Los territorios ganados por Castilla, se repartieron a través de extensos concejos reales
(Baeza, Córdoba, Sevilla, Cádiz, Úbeda, Jaén, Jerez, etc.) o mediante concesiones a los
grandes nobles y órdenes militares, especialmente en zonas de frontera como Estepa,
Martos, Morón, etc. Sólo la repoblación concejil atrae desde el principio a suficientes
pobladores, siendo las otras modalidades, heredades y donadíos.

Ya Alfonso X el Sabio conquistará Jerez, Niebla y Cádiz en 1262. El caso de la conquista


murciana fue problemático, aunque ya las dos grandes coronas habían llegado a un
acuerdo en el tratado de Almizra (1244). Precisamente en ese año, el rey murciano ibn
Hud pactó la sumisión con el futuro Alfonso X, permaneciendo la mayor parte de la
población musulmana en el territorio. Pero el descontento por la ocupación militar
castellana provocó una revuelta en 1266, sofocada a sangre y fuego. Pero en el XIII no
todo fueron conquistas, es la época en la que brilla la escuela de traductores de Toledo
y toda la obra auspiciada por “el sabio”, jurídica como “las Siete partidas”, literaria
como “las cantigas”.

El reino de Murcia y el bajo Guadalquivir continuaron casi exclusivamente habitados


por musulmanes, situación que se mantiene hasta la sublevación mudéjar de 1264,
cuando ambas regiones reciban nuevos pobladores cristianos. Las tradicionales
disputas por el dominio de Murcia entre castellanos y aragoneses se zanjarán con la
incorporación de la actual provincia de Alicante a la corona de Aragón (Sentencia
arbitral de Tordesillas, 1304).
A partir de ahora, salvo escasos avances, la línea fronteriza entre cristianos y
musulmanes se mantendrá intacta hasta 1484, debilitándose el esfuerzo cristiano al
compás de pestes, crisis económicas y luchas intestinas.

4. Conclusión.

Si pasamos a las intencionalidades de este proceso, García de Cortázar establece


objetivos económico, estratégico y político-social: el objetivo económico es el más
general, evidenciándose en el interés por asegurar la rentabilidad de la explotación
rural y atraer pobladores mediante instrumentos como los fueros; el objetivo
estratégico es importante en zonas disputadas entre reinos; el objetivo político-social,
corresponde al interés de los monarcas por ampliar su propia plataforma de riqueza y
poder, frecuentemente erosionada por las grandes propiedades y jurisdicciones
nobiliarias.

Sintetizando, podemos hablar de dos épocas bien diferenciadas en la época estudiada.


Una primera sería la del nacimiento y consolidación de unos pequeños reinos
cristianos. Y otra, a partir del XI, donde un Al-Ándalus en decadencia, ve
progresivamente mermado su territorio, ante el avance de unos núcleos
verdaderamente expansivos.

Otro aspecto a mencionar antes de concluir es el referente al término “Reconquista”,


obviamente debe ser rechazado en cuanto a retorno político de un mítico reino, pues
muchas generaciones de musulmanes ya habían hecho sus vidas a lo largo de
muchísimos siglos. Sin embargo, solo debe ser tenido en cuenta, en cuanto
reconquista cristiana, pues es esta religión la que vuelve a imponerse en estas zonas
del solar ibérico.

4. Bilbiografía
ISLA FREZ, A.: La Alta Edad Media: siglos VIII-XI, Síntesis, Madrid, 2002.

LADERO QUESADA, M. Á.: La formación medieval de España, Alianza, Madrid,


2004.

MANZANO, E.: Los reinos medievales, Crítica, Barcelona, 2007.

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