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1.Introducción.
4.Conclusión.
5.Bibliografía.
1.INTRODUCCIÓN.
Durante el siglo XVIII, también conocido como también conocido como el Siglo de la Razón o
el Siglo de las Luces, se preparan tanto en Europa occidental como en América todo el
conjunto de cambios que, afectando a los órdenes político, económico, religioso, social y
cultural, culminan en el doble proceso de la Revolución Industrial y de las Revoluciones
políticas burguesas. Entre estos fenómenos destaca la Ilustración, capaz tanto de dotar de
soporte a la revolución francesa, como al despotismo ilustrado, un preventivo
homeopático de la revolución burguesa para Martínez Shaw, cuyos monarcas no eran más
que “un Luis XIV sin peluca”. A describir los apasionantes cambios que se produjeron en
este siglo, haciendo especial mención a España, dedicaremos este tema.
Sin embargo, los privilegiados van perdiendo influencia, presionados por monarcas e
intelectuales, por lo que podríamos hacer una diferenciación en función de la riqueza, que
anticipa la futura sociedad clasista, con diferencias entre el mundo rural y el urbano.
En las ciudades se advierte un grupo bien situado, que basa su riqueza en la propiedad de
mercancías, flotas, fábricas o bancos, y que es especialmente importante en Inglaterra,
constituyendo el germen de lo que terminará por ser la alta burguesía. El siguiente estrato lo
ocupa un contingente menos acaudalado, pero de importante preparación intelectual y
formación universitaria; son profesionales liberales, científicos, médicos, economistas,
abogados, etc. De aquí surgirán los ilustrados. El grupo mayoritario serán los trabajadores
manuales, divididos en maestros y oficiales; allí donde se desarrolla la nueva industria
hallamos otros dos tipos de trabajadores, los técnicos, poco numerosos y muy apreciados
por su conocimiento, y los más abundantes “proletarios”.
En cuanto a las mentalidades, la cultura popular, caería arrinconada frente a la tan en auge
erudita, aunque intelectuales singulares inicien el estudio serio del folclore. Las clases
pudientes harían alarde del lujo y de la búsqueda del placer, prueba de ello son los
jardines, el mobiliario doméstico, la diversidad de habitaciones en una mansión, ropas,
juegos, refrigerios, bailes… Es ese tipo de persona el que leerá a los sensuales Choderlos de
Laclos (Las amistades peligrosas) y marqués de Sade, haciendo su vida social en salones,
clubs o cafés. Es la misma época de la revolución de los afectos, tanto en los contenidos
como en las expresiones, llegando, incluso, a una nueva moral sexual. Marina Alfonso Mola
destaca que es el siglo en el que se puso de moda el “coitus interruptus” y el célebre invento
del doctor Condom. También se empezó a reconocer en ciertos ámbitos a la mujer, con los
primeros escritos feministas hechos por Josefa Amar y Borbón, Mary Montagú. Esa misma
igualdad la pedirían hombres como Condorcet o Hippel y por supuesto, Olympe de Gouges,
la revolucionaria por excelencia, quien denunciaría la tiranía masculina en la “Declaración de
los derechos de la mujer”.
Destacan obras como “El espíritu de las leyes” de Montesquieu, en la que distingue distintas
formas de gobierno y anticipa la doctrina de la división de poderes, fundamental para los
sistemas de gobierno liberales.
Montesquieu (1689-1755) conoció directamente el sistema político de las Islas Británicas
entre 1729 y 1731. En 1748 publicó “El espíritu de las leyes”, en la que distingue distintas
formas de gobierno y anticipa la doctrina de la división de poderes, fundamental en el
desarrollo de los sistemas políticos liberales. Voltaire con sus “Cartas sobre los ingleses”,
defendiendo las libertades individuales burguesas o la existencia de una monarquía fuerte
que acote los abusos de determinados grupos, sobre todo de la nobleza. O Rousseau con su
“Contrato social” o el “Discurso sobre el origen de la desigualdad”, cuyas formulaciones se
consideran el precedente del concepto de soberanía nacional o popular, incorporado
posteriormente a los textos constitucionales liberales.
En el campo religioso surgirán fórmulas como el ateísmo, cuya cima en esta época será el
barón de Holbach, o el deísmo, que nace de la necesidad de la fe, desechando los dogmas,
que no tienen ninguna explicación racional. Precisamente este deísmo será un buen caldo de
cultivo para el nacimiento de la masonería a finales de siglo. No olvidemos que sería el siglo
de la persecución de jesuitas, jansenistas y, en definitiva, de lo que Vovelle ha llamado
“descristianización”, puesta de relieve en sus estudios sobre el descenso de las aportaciones
destinadas a misas en los testamentos de la época. En la misma sociedad se vive de un modo
más laico. En España la Inquisición pierde mucha importancia, se desinhiben las
costumbres y desciende la edición de libros píos. Así, el paulatino descenso del poder de la
Iglesia a partir de las revoluciones liberales fue, pues, más fruto del correr de los tiempos y
de las nuevas circunstancias sociales, políticas y mentales que consecuencia de los ataques
ilustrados a la institución.
Se suprimieron las Cortes de la Corona de Aragón y se crearon unas Cortes Generales del
reino, con mayor peso de Castilla.. Este sometimiento a las leyes castellanas se llevó a cabo
acompañado de una brutal represión, que para autores como Pedro Voltes o García Carcel,
fue totalmente injustificada.
En el plano jurídico, en la Corona de Aragón se crearon las Audiencias, altos tribunales bajo
dirección militar, que contaron también con atribuciones fiscales. La primera se instituyó en
Aragón, seguida luego por las de Cataluña y Mallorca.
Para la administración provincial se optó también por el modelo francés, apareciendo las
intendencias, divisiones territoriales con un funcionario, el intendente, a su frente. Este era
un plenipotenciario con competencias militares, administrativas y económicas.
El centralismo absolutista de los Borbones afectó también a los municipios. En este caso se
intentó adaptar a Castilla el sistema aragonés de “concells”, dividiendo todo el territorio
español en circunscripciones territoriales, llamadas “corregimientos”, a cuyo frente se
hallaba, como representante del poder real, el Corregidor, al que ayudan los miembros de
los Cabildos (regidores y alcaldes).
Es también con Felipe V con el que se inicia la transformación de un ejército que pasa de los
tradicionales tercios a los regimientos, cuerpos de inspiración gala. Si bien los cuadros de
mando fueron copados por nobles, tal como sucedía desde antaño, se intentó modernizar
las milicias con el servicio militar obligatorio. Estas levas forzosas, establecidas durante la
guerra de sucesión, se realizaban mediante sorteo, en presencia del párroco
correspondiente a cada localidad, del que saldría uno de cada cinco mozos, el quinto. De
todos modos, esta equidad de la elección pronto desaparecería, al permitir el Estado, como
recurso para allegar fondos adicionales al erario público, la redención económica del
servicio.
Pero sus medidas más ambiciosas tuvieron que ver con la Hacienda. A instancias del
marqués de la Ensenada se promulgó en 1749 el Decreto de Única Contribución, que
pretendía unir en un solo impuesto la antigua maraña impositiva, el cual se inspiraba por un
sentido racional y equitativo por el que “cada vasallo, en proporción a sus recursos, debe
contribuir con equidad y justicia”. No paran aquí las miras reformadoras de Ensenada, quien
en 1754 crea el Departamento de Hacienda y tres años después obtiene una bula pontificia
que permite la contribución de los eclesiásticos. El necesario conocimiento de la realidad
nacional que estas medidas conllevaban supuso la puesta en marcha del “Catastro de la
Corona de Castilla”. Una última aportación de interés a esta reforma de la Hacienda fue la
erección, también por Ensenada, del “Real Giro”, especie de banco estatal que muchos
consideran el precedente directo del Banco de San Carlos, germen de nuestro Banco de
España.
Carlos III (1759-1788) es nuestro mejor ejemplo de Despotismo Ilustrado, contando con la
colaboración de políticos muy preparados como Floridablanca, Aranda, Olavide o Esquilache,
este último traído por el monarca desde su anterior Reino de Nápoles.
Lo más significativo de lo acaecido en el interior del país fue el motín de Esquilache, revuelta
popular madrileña encendida por la prohibición de la tradicional indumentaria española de
capa larga y sombrero de ala ancha. En política exterior continuó la alianza francesa,
apoyando la rebelión de las trece colonias norteamericanas de Inglaterra.
Hubo numerosas medidas para impulsar la economía nacional. Se iniciaron importantes
obras de regadío como el canal imperial de Aragón, se crearon pósitos (almacenes de grano
municipales), se suprimieron los privilegios de la Mesta y se abolió la deshonra legal del
trabajo para los nobles. Especial importancia tuvo la erección de las Nuevas Poblaciones en
zonas despobladas de las provincias de Sevilla, Córdoba y Jaén (dirigida por Olavide).
En materia religiosa se expulsó a los jesuitas de todos los territorios de la Corona (incluida
América) en 1767, temiendo su oposición a las reformas, su fidelidad al papado y su gran
influencia gracias a los centros de enseñanza que regentaban. Asimismo se limitó el poder
de la Inquisición, privando a esta institución de su capacidad para censurar determinadas
publicaciones y juzgar algunos delitos, que pasaron a ser competencia de tribunales civiles.
Mencionados todos estos aspectos, hemos de decir que la obra de Carlos III es
enormemente vanagloriada desde todos los ámbitos, considerándole el gran modernizador
de la España del XVIII. Sin embargo, existen posturas críticas como la de Fontana, quien
considera al rey un freno para las necesarias reformas del país.
4.CONCLUSIÓN.
En definitiva, en el siglo de la Ilustración, se cava la tumba del Antiguo Régimen, en primer
lugar por los trepidantes cambios económicos y como no, por las nuevas ideas que se
extienden a pesar del freno de los sectores más reaccionarios. Para Domínguez Ortiz, será
en este siglo cuando comience a racionalizarse tanto la administración como la misma
estructura social en España. La cultura se expandirá, gracias a colegios de medicina e
ingeniería, jardines botánicos, academias y sociedades económicas de amigos del país. Sin
embargo, otros autores van más allá, llegando a afirmar, que es con los Borbones, con la
Guerra de Sucesión y los decretos de Nueva Planta, con los que se certifique la partida de
nacimiento de una nación, España.
5. BIBLIOGRAFÍA.
FERNÁNDEZ DÍAZ, R.: La Ilustración: las ideas y la renovación cultural en el siglo XVIII, Espasa,
Madrid, 2004.