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ETAPAS FINALES DEL DOMINIO MUSULMAN EN ESPAÑA

1 1. Contexto político en Iberia y al-andaluz a finales del siglo XV; conflictos internos y alianzas en
granada a finales del siglo XV.
La invasión musulmana de España es una fase más de la expansión árabe por el Mediterráneo.
Desde que conquistaran la península arábiga en el siglo VII, los árabes se extendieron con rapidez
por el norte de áfrica y Asia central. La idea de propagar el islam al resto del mundo conocido pasaba
por Europa, así pues, desde el estrecho de Gibraltar se lanzan a la conquista de la Península Ibérica.
Como veremos, la conquistaron en menos de 10 años y seguían hacia el norte por Francia, pero se
vieron frenados por los Francos en la batalla de Poitiers (732)
La conquista de la Península Ibérica se llevó a cabo de un modo rápido como consecuencia de la
división interna entre los visigodos. Los visigodos establecieron unas estructuras sociales bastante
pobres, con un poder muy fragmentado. Tenían superioridad militar frente a los invasores si
hubieran unido sus fuerzas, pero no lo hicieron. El gobierno también estaba dividido entre los
partidarios del rey Don Rodrigo y los del pretendiente al trono, Witiza. Éstos últimos se aliaron con
los musulmanes para derrotar al rey Rodrigo. Es decir, pidieron ayuda a las tropas musulmanas del
norte de África para vencer al rey Rodrigo. Y pensaron que los musulmanes se retirarían después de
pagarles por la victoria, pero no fue así. Los musulmanes se quedaron con todo el poder, y, eso sí, los
nobles aliados de Witiza fueron respetados y conservaron sus posesiones y rango; mientras que los
nobles cercanos a Don Rodrigo fueron desposeídos de todo y tuvieron que emigrar cada vez más al
norte hasta refugiarse en las montañas asturianas y cántabras. En estas montañas se creó un foco de
resistencia que poco a poco se fue extendiendo ocupando una franja que, a finales del siglo VIII, ya
llegaba desde Galicia a los Pirineos.
La situación social de tolerancia religiosa duró realmente hasta principios del siglo IX. Por estas
fechas la división en “dos” de la Península empezaba a definirse con fuerza:
En la zona invadida, que los musulmanes llamaron Al-Andaluz, los líderes religiosos cristianos, con el
obispo de Toledo al frente, tomaron una postura de sumisión al islam de manera que aceptaban la
teoría islámica del único Dios y, por ejemplo, que la santísima trinidad no existía realmente, que era
como una metáfora del Dios único. A esta especie de herejía se la conoció como “adopcionismo”.
Por el contrario, los territorios rebeldes del norte de la mano del obispo de Osma y Beato de Liébana
no aceptaron la desviación de los principios cristianos, por lo que se desligaron de la autoridad
eclesiástica de Toledo. Los lazos de unión con la zona invadida se fueron poco a poco cortando o
perdiendo.
De este modo, se consolidó una clara división entre el norte y el sur. Las autoridades musulmanas
desde entonces (unos 50 años después de la invasión) radicalizaron su postura religiosa y muchos
cristianos se vieron obligados a emigrar al norte. En el norte, se establecen pactos con Carlomagno y
los sucesivos reyes francos en una clara actitud europeísta y cristiana, además, nace el mito de la
tumba del Apóstol Santiago en Compostela que se convirtió en el principal estímulo espiritual para
recuperar aquellos territorios cristianizados por el apóstol. Se iniciaba con estos argumentos el largo
proceso de reconquista que concluiría a finales del siglo XV.
A finales del año 710, Hroþareiks o Rodericus (conocido posteriormente como Rodrigo) duxde la
Bética y, al parecer, nieto de Chindasvinto, fue elegido y proclamado rey en Toledo por el Senatus de
la aristocracia visigoda, tras la muerte de Witiza. No se sabe con certeza si se había sublevado
previamente contra dicho rey, venciéndolo, pero sí que consiguió la mayoría de los apoyos en la
asamblea electoral de los nobles. Era, por tanto, el rey legítimo, según el derecho visigodo.
Sin embargo, un sector de la nobleza apoyó a otro rey, Agila II, que era dux de la Tarraconense. Agila
II gobernó en el Nordeste (en el sur de Francia, en la actual Cataluña y en el valle del Ebro, es decir,
las provincias visigodas de Iberia y Septimania, en parte equivalentes a las antiguas provincias
romanas de Narbonense y Tarraconense) e incluso acuñó monedas propias. Puede que Agila II fuese
ya antes, desde 708, rey asociado a Witiza, a cuyo clan parece que pertenecía (algunas fuentes lo
citan como hijo suyo, aunque es poco probable).
El reino, pues, estaba en una situación de conflicto civil o, al menos, dividido con alguna suerte de
acuerdo de reparto y asociación (como ya había ocurrido varias veces en el pasado). Y a los pocos
meses de haber subido Rodrigo al trono, en una situación no unánime y vulnerable, se produjo la
invasión.
Los dos reinos de Castilla y Aragón eran los más importantes de la Península Ibérica al finalizar el
siglo XV. Ambos habían incorporado varios reinos y dominios más pequeños en su proceso de
expansión hacia el sur y Castilla, en especial, había afirmado una voluntad de cruzada que podía ser
puesta al servicio de ideales de unidad nacional. Pero la unión de los dos reinos hecha posible por el
matrimonio de los dos herederos -Isabel de Castilla y Fernando de Aragón- en 1469, fue más la
consecuencia de consideraciones dinásticas que el resultado de confusas y tal vez inexistentes
aspiraciones nacionales. Cuando Isabel recibió el trono en 1474, y Fernando el suyo en 1479, cada
uno heredaba únicamente el mando sobre su propio reino, sin que se considerara una posible
unificación de Castilla y Aragón. Aunque Fernando e Isabel gobernarían en forma conjunta, al final
de su reino cada monarquía seguiría independiente. En la práctica la unión, que era teóricamente de
iguales, resultó en la subordinación de Aragón -el reino más avanzado y moderno, pero más débil
demográfica y militarmente- a Castilla y a sus intereses. Y esto ocurrió aunque fuera Fernando quien
se encargara de la política internacional, apoyándose en su mayor familiaridad con las complejidades
de esa naciente diplomacia renacentista en la que, como lo revelara la obra de Maquiavelo, quien
consideró a Fernando un magnífico ejemplo de ella, se advierte el triunfo de la astucia y la voluntad
de poder sobre la moral tradicional.
Los nuevos monarcas, apoyados en su creciente poder interno, lograron rápidamente la culminación
de las luchas de la Reconquista. En 1482 Castilla se apoderó del Alhama, en 1487 cayó Málaga y en
enero de 1492 fue capturado el último reducto árabe, Granada. En la exaltación del triunfo se
ordenó la expulsión de los judíos; así la nobleza veía desaparecer el único grupo social distinto de
ella con algún poder económico de significación. Los que quisieran convertirse podrían permanecer
en España, aunque quienes lo hicieron se convirtieron con frecuencia en víctimas favoritas de la
Inquisición. La situación tenía adicional ironía si se piensa que durante años se había atacado
continuamente a los conversos; ahora se presionaba la conversión más o menos coactiva de miles
más. En 1502 el obispo Francisco Jiménez de Cisneros impuso a los moros de Castilla la disyuntiva de
convertirse o emigrar, que muchos resolvieron con una conversión aparente. Con esto se lograba al
menos nominalmente la unidad religiosa; ahora sólo quedaban en España, fuera de los cristianos
viejos, los "conversos" judíos y los recientes conversos del Islam (los "moriscos"); algunos moros de
Aragón, que eran fuerza de trabajo de la nobleza, fueron tolerados hasta 1526. A cambio de esta
unidad religiosa, que iba a adquirir mucho peso en la mentalidad de los españoles, sufría la
economía, pues la salida de unos 120 a 150.000 judíos implicó el retiro de gran parte del capital
comercial y financiero y la pérdida de muchos especialistas y artesanos, mientras que la expulsión de
los árabes que rehusaron convertirse acentuó la debilidad de la agricultura española. La ausencia
judía fue especialmente grave y sólo pudo ser suplida en parte por la intervención creciente de otros
grupos de capitalistas extranjeros. Genoveses, flamencos, alemanes pudieron así adquirir en un
momento u otro el dominio de sectores claves de la economía española, aunque los conversos, con
su número recién inflado, desempeñaron un continuo papel en tales actividades y siguieron, por lo
tanto, siendo víctimas de la mentalidad anticapitalista de fuertes sectores nobiliarios y de la
sospecha acerca de la sinceridad de la conversión, mantenida con impecable lógica por quienes
habían aprobado que se les obligara a adoptar la cristiandad5.
Tan importantes como el fin de la reconquista fueron las modificaciones que los Reyes Católicos
introdujeron en la balanza del poder interno de España. Aunque ambos monarcas se mantuvieron
aferrados al ideal medieval del buen príncipe, cuya autoridad no está limitada pero que al orientarse
al bien común no puede chocar con las prerrogativas, derechos y fueros de los gobernados, Castilla
evolucionó en un claro sentido autoritario, que aumentó los recursos políticos de la Corona a costa
de los poderes de la nobleza y la burguesía. Aragón, gobernado casi siempre en ausencia, afirmó por
el contrario los elementos contractuales de su constitución; con esto los dos reinos se separaron aún
más en sus formas reales.
Etapas decisivas en el proceso de afirmación de la autoridad real en Castilla fueron las Cortes de
Madrigal (1476) en las que se creó un cuerpo permanente de policía y administración judicial rural,
la Santa Hermandad, que logró pacificar el campo español, presa de bandidos y vagabundos. Las
cortes de Toledo (1480) dieron un fuerte golpe a la nobleza, al exigir que devolviera la mitad de todo
el ingreso usurpado al rey por los nobles desde 1464 (aprovechando sobre todo las guerras civiles,
en particular la que enfrentó a Isabel con la pretendiente al trono, Juana la Beltraneja, entre 1474 y
1479). La importancia de esto no debe exagerarse: les quedaba en todo caso la mitad de lo
usurpado, y pronto muchos nobles fueron compensados por lo que debieron ceder. Además se
instauró un consejo real, el Consejo de Castilla, que reemplazó a la nobleza en el ejercicio de las
funciones políticas de la corte. Esta medida refleja en forma justa el sentido de la evolución de la
monarquía, aún más que la orden de devolución. Los reyes querían esencialmente debilitar el poder
político de la nobleza, pero no estaban interesados en disminuir sus poderes económicos y sociales.
El Consejo de Indias estuvo compuesto en su mayoría por letrados, burgueses o plebeyos,
usualmente fieles a la corona a la que debían su encumbramiento y desligados de toda solidaridad
de clase con la burguesía o los sectores populares. Ver en el ascenso de estos individuos un ascenso
burgués es optimista, como lo muestra la firmeza con la que se enfrentó la realeza con los poderes
políticos de las municipalidades y las cortes. En efecto, a partir de 1480 la corona nombró
corregidores, delegados directos suyos, en casi todas las ciudades; estos nuevos funcionarios
limitaron de manera drástica las funciones de los cabildos, la institución en la que se expresaban los
intereses autónomos urbanos. Asumieron también muchas de las tareas judiciales ejercidas antes o
por el alcalde (nombrado por el cabildo) o por el señor, en los casos en los que la villa estaba
sometida a un señorío. El sistema judicial se completó con la formación de tribunales reales para
resolver los casos sujetos a una segunda instancia (Audiencias).
Más bien que disminuir, el dominio económico y social de la nobleza sobre el sector rural aumentó;
la reorganización del estado hecha por la monarquía no había sido hecha contra la nobleza sino más
bien en alianza con ella. Nuevas tierras fueron concedidas a los nobles tras la conquista de Granada;
en 1515 se confirmó y extendió el derecho a establecer mayorazgos, lo que reforzaba el orden
estamental español. Además los Reyes concedieron muchas hidalguías, una política que iba en el
mismo sentido de las anteriores. En la jerarquía social española, después de los "grandes" (unos 25,
que conservaban el sombrero en presencia del rey) y de los nobles titulados, venían los hidalgos,
exentos como los anteriores de toda obligación tributaria. Los hidalgos tenían derecho a ser
tratados con el título de "don" y constituían una capa de nobles muchas veces empobrecidos; una
gran parte de la población española estaba formada por hidalgos, y a esa parte se añadían cada vez
nuevos grupos, en premio de determinadas acciones o, después de 1520, por compra del título. Este
último procedimiento, al ser utilizado por plebeyos enriquecidos, sacaba de las listas tributarias a
quienes tenían precisamente con que pagar impuestos, y gravaba en forma creciente al pueblo bajo
y en especial a los campesinos. Este hecho, junto con la prohibición a los nobles de desempeñar
oficios "viles", que retiraba del trabajo productivo a muchos hidalgos recientes, acentuó la crisis de
la agricultura que la decisión de 1501 en favor de la Mesta no había hecho sino subrayar.
En el terreno económico, la corona adoptó políticas monopolistas: el tráfico de lana fue entregado al
Consulado de Burgos (1494), siguiendo antecedentes aragoneses, con el objetivo adicional de
facilitar el cobro de tributos a una de las fuentes esenciales de ingresos de los reyes. La industria,
menos fácil de someter a un sistema simple de impuestos, fue atendida menos por Isabel y
Fernando. España tenía un conjunto de industrias artesanales bastante amplio, y una proporción
muy alta de la población castellana empleaba parte de su tiempo en ellas, en su propio hogar o
incluso como asalariados. Fernando, siguiendo el ejemplo aragonés, trató de organizar estas
industrias en gremios, lo que iría a dificultar su desarrollo. En un momento en el que los gremios
entraban en crisis en Europa, la adopción de una política de este tipo, hostil a innovaciones
tecnológicas, disminuciones de costos y aumentos de la producción, no podía ser más inadecuada.
Pero a pesar de que la política económica de los Reyes Católicos no condujo a un desarrollo
importante de la producción española, excepto indirectamente, en cuanto garantizaron un buen
grado de paz interior y en la medida en que apoyaron las expediciones de descubrimiento y
conquista de América, la política tributaria fue mucho más exitosa: la corona aumentó sus ingresos
en forma extraordinaria y logró en la práctica una plena independencia de las contribuciones de las
Cortes.
A los anteriores aspectos de afirmación del poder real se añadió la política relativa a la Iglesia. Una
de las más importantes medidas de los reyes fue incorporar a la corona las órdenes religiosas
militares, colocando a Fernando como patrón. Con esta medida se incorporaban al dominio real tal
vez un millón de vasallos y se ponían en manos de Fernando unos 1.500 cargos para premiar a sus
amigos. En esta incorporación se advierte el frío realismo con el que se manejaron estos asuntos,
evidente también en la pretensión de Isabel de que el Papa se limitara a confirmar sus
nombramientos de obispos. Nada se logró en este sentido hasta 1486, cuando Inocencio VIII, que
requería la ayuda militar y política de Fernando para apoyarse en Italia, dio a los reyes el derecho de
"patronato" -o sea de seleccionar los obispos- en las iglesias que se establecieron en Granada. El
proceso siguió, y otra vez interesado en apoyo en los conflictos italianos Ale jandro VI concedió en
1493 el derecho exclusive a evangelizar en América -fuera de legitimar la autoridad temporal de los
reyes españoles sobre los territorios descubiertos- y en 1501 cedió los diezmos que se cobraran en
las nuevas tierras. Julio II, el belicoso sucesor de Alejandro, entregó en 1508 el patronato sobre las
iglesias de Indias y Adriano VI dio a Carlos V en 1523 el derecho de presentación de todos los obispos
de España, con lo que se garantizaba la subordinación política de la Iglesia al estado español. Esta
subordinación no representó una gran prueba para la Iglesia. Más bien la fortaleció, en la medida en
que Isabel se esforzó por reformarla, escogiendo con cuidado los obispos, colocando en las sedes
eclesiásticas a hombres severos e ilustrados, impulsando la reforma de los colegios y los monaste -
rios, en muchos de los cuales se vivía sin disciplina ni moralidad. Fue tal la decisión con que se
hicieron las reformas que se dice que un buen número de monjes en Andalucía se convirtió al
islamismo por no soportar los rigores de la nueva disciplina.
Con un estado más moderno y efectivo del que existía pocas décadas antes, capaz de recaudar una
elevada tributación, de imponer su voluntad sobre nobles, ciudades y prelados, España se
encontraba en una nueva situación a finales del siglo XV. La monarquía había acumulado suficiente
poder para apoyar con decisión las empresas imperiales que pronto se plantearían a España, en
parte como continuación del impulso de la misma Reconquista. La nobleza, beneficiada con su
poderío económico en aumento y por la eliminación de los sectores burgueses, estaba lista para
empresas imperiales en Europa y para buscar beneficios eventuales en la conquista de América. Por
otro lado, la orientación de la economía hacia la ganadería favorecía la creación de continuos
excedentes de población sin empleo, la aparición de gente dispuesta a toda clase de aventuras
militares y coloniales. La estructura económica española, aunque no fuera muy sana ni pudiera
transformarse fácilmente para romper las limitaciones que en especial le imponía la situación
agraria, podía sin embargo soportar una alta dosis de tributación. La experiencia de la reconquista y
la de los dominios aragoneses en Italia dieron a España, tanto al prestar gran importancia a las
virtudes y habilidades militares y al orientar buena parte de la población hacia ideales guerreros
como al conformar antecedentes para la administración de colonias y poblaciones conquistadas, una
experiencia de la que se nutriría en el proceso de la conquista americana. Por último, la conciencia
de misión y de cruzada y la religiosidad exaltada y febril derivada de la lucha contra los árabes permi -
tían a los españoles colorear las más audaces aventuras imperiales con los honestos matices del
servicio a Dios y a la cristiandad. Todos los factores mencionados, de un modo u otro, se entre-
lazaron hacia el año 1500 para dar a España los medios y la energía necesarios para la empresa
americana.
2. Contexto social y económico en Iberia y al-andaluz a finales del siglo XV, coexistencia de la
población intercambio cultural, declive económico, elevados impuestos.
La sociedad europea de la Edad Media ha sido caracterizada como una sociedad feudal, en la que la
organización política se basó en relaciones personales de fidelidad y vasallaje entre señores, y la vida
económica en la producción agraria de señoríos rurales y en menor grado en las manufacturas
elaboradas por gremios artesanales urbanos. Todos estos elementos se encontraban en profunda
crisis a finales de la Edad Media. El señorío, unidad económica agraria fundada en la explotación
gratuita, por parte de la nobleza, del trabajo de los campesinos, que estaban obligados a prestar a
aquélla diversos servicios laborales y a pagar tributos y rentas de varias clases, había sentido desde
el siglo XIII el impacto del desarrollo de las ciudades. El crecimiento de las actividades urbanas
revitalizó la circulación monetaria en el sector rural, aumentó las necesidades de ingresos líquidos de
la nobleza y ofreció un mercado creciente para los productos del campo. Al mismo tiempo socavó las
bases de la servidumbre campesina, al ofrecer a los trabajadores rurales un eventual refugio y el
logro de la libertad.
La crisis económica que se extendió por el occidente europeo a mediados del siglo XIV aumentó las
dificultades de los señoríos: hambrunas y pestes disminuyeron drásticamente la población,
estrechando el mercado para los productos rurales y haciendo muy escasa la mano de obra
campesina. Ante esta situación, los señores intentaron en muchos casos aumentar la explotación de
siervos y campesinos libres y elevar las rentas de la tierra, lo que condujo a una violenta oleada de
revueltas campesinas, que si no amenazaron directamente el orden señorial, pusieron al menos en
crisis algunos de sus rasgos más odiosos y condujeron a adecuar en alguna medida el sector rural a
las exigencias de un nuevo sistema económico. La oferta de mejores condiciones hecha por los
señores para atraer campesinos a sus tierras y la violencia ejercida por los habitantes rurales se
unieron para cambiar radicalmente la situación del campo, hasta tal punto que para finales del siglo
XV había desaparecido ya casi completamente la servidumbre de la gleba en los países de Europa
Occidental, es decir, había terminado la obligación de permanecer atado al suelo del señor y ligado a
éste por una relación de dependencia personal. Por supuesto, la estructura social siguió siendo
rigurosamente jerárquica, y los señores conservaron el derecho a recibir de los campesinos rentas,
tributos u otras clases de beneficios de origen feudal.
En las ciudades, la crisis económica, que se prolongó durante la segunda mitad del siglo XIV y gran
parte del siglo XV, condujo a una acentuación de las restricciones gremiales tradicionales. Para
mantener los precios y proteger la producción se apeló a una reglamentación cada vez más detallada
de las labores artesanales e incluso a la reducción de las cantidades producidas. Al mismo tiempo,
las oligarquías urbanas, formadas por familias de comerciantes, financistas o maestros artesanos
exitosos, perdieron interés en las actividades artesanales y comerciales, ahora menos lucrativas, y
orientaron gran parte de su energía y sus ingresos a la compra de tierras, a la búsqueda de
oportunidades de ennoblecimiento y a actividades de consumo suntuario. Estas últimas dieron pie
para el florecimiento de las artes en muchas de las ciudades de la baja Edad Media; el
"renacimiento" estuvo así ligado a las dificultades económicas de este periodo de crisis.
Comprende específicamente el transcurso de la costumbre culinarias de España desde lo que pudo
haber sido sus orígenes, del nacimiento de las costumbres que rodean a su gastronomía. La historia
de la cocina española, narrada como un conjunto, no comenzó a tratarse como tal, hasta mediados
del siglo XIX. Se puede decir que la cocina española permaneció oculta, e ignorada, en la literatura
culinaria europea hasta que los viajeros románticos que recorrían el territorio español fueron
describiéndola a los lectores de los países vecinos. Pocos detalles se sabe de la cocina española antes
del siglo X, y las referencias documentales (generalmente literarias) mencionan frecuentemente
ingredientes, nombres de platos pero nada acerca de su proceso culinario. No obstante la evolución
culinaria española desde la Edad Media describe una trayectoria que ha tenido diversas fases antes
de llegar a ser lo que se conoce en la actualidad. La introducción de nuevas formas de cocinar de los
árabes y judíos sefarditas, así como el cultivo de nuevas especies. La incorporación progresiva de
ingredientes culinarios procedentes del Nuevo Mundo y las influencias de una cocina europea. Todo
ello hizo que se creara una personalidad culinaria que influyó en la cocina francesa de comienzos del
siglo XVII. A su vez fue influida posteriormente, en el siglo XVIII, por las cocinas italiana y francesa
que se popularizaron en la Corte. El periodo comprendido desde el siglo XV hasta el principio del XIX
es el momento en el que se fijan las principales costumbres alimentarías de la mayoría de los países
europeos, costumbres que se conocen con el nombre de cocina tradicional.
A finales del siglo XIX, ciertos periodistas y escritores empezaron a escribir, a recopilar y crear una
identidad desconocida con anterioridad. Se ha venido a llamar la generación gastronómica del 27. La
cocina española es considerada ya por ellos como una mezcla de las costumbres culinarias de los
pueblos que poblaron en el territorio a lo largo de su historia. Su historia muestra como el concepto
culinario evoluciona hasta lograr una personalidad propia dentro de su diversidad. A pesar de ello la
cocina clásica posee unas raíces religiosas muy profundas. Es a partir del siglo XX cuando es conocida
internacionalmente mediante algunos de sus platos regionales más característicos. Posteriormente
el advenimiento de la nueva cocina española marcada por un fuerte espíritu creativo, y
protagonizada por cocineros españoles de marcado reconocimiento internacional, lanza a la fama su
nuevo estilo.
3. Causas políticas, religiosas y papel principal de iglesia.
La crisis del Antiguo Régimen, rematado por la Guerra Carlista, destruyó las bases económicas y el
monopolio ideológico e intelectual del clero, así como buena parte del consenso social existente
hasta entonces, pudiéndose hablar a partir de la Contemporánea de Dos Españas que tenían en la
oposición anticlericalismo/catolicismo integrista una de las grietas separadoras que las condujeron a
una Guerra Civil. Esta fue justificada como cruzada por el clero, víctima de una violentísima represión
en la retaguardia republicana (que se ha llegado a calificar de persecución religiosa recordada desde
el pontificado de Juan Pablo II con canonizaciones multitudinarias).
Para el primer franquismo, el nacionalcatolicismo fue una de sus principales señas de identidad,
además de componer los "católicos" una de las familias en que Franco se apoyaba en el ejercicio de
su poder. Tras el Concilio Vaticano II, la jerarquía católica aparece dividida entre una orientación
progresista y otra conservadora (sin que esa diferencia, como la que también existe entre una
orientación centralista y otra más cercana a los nacionalismos periféricos le impida mantener la
unidad estrechamente coordinada y controlada desde el papado). Simultáneamente, las
comunidades cristianas de base se alinean claramente con la oposición al franquismo. La Transición
supuso la plena libertad religiosa según la Constitución de 1978, que no obstante reconoce la
peculiar condición de la Iglesia católica, protegida en cuestiones relativas a la financiación y la
enseñanza (conciertos educativos y asignatura de religión), lo que ha dado origen, ya en plena
democracia, a algunos enfrentamientos con movilizaciones masivas. Otras cuestiones que separan a
la Conferencia Episcopal de los sucesivos gobiernos han sido asuntos relacionados con la moral,
como el divorcio, el aborto o el matrimonio homosexual.
No han sido tanto las conversiones sino la reciente incorporación a la sociedad española de
numerosos contingentes de inmigrantes lo que ha ampliado la presencia de confesiones cristianas
no católicas, sin conflictos significativos, además de aportar una numerosa población musulmana de
más problemática integración. Pero el mayor desafío a la personalidad cristiana de España es la
secularización de la sociedad, creciente desde el desarrollismo del franquismo final. Si son
significativas las encuestas de práctica religiosa, el cambio social del último medio siglo ha sido
mucho más determinante que la frase de Manuel Azaña en 1931: España ha dejado de ser católica.
Sin embargo, la pervivencia de las tradicionales manifestaciones de religiosidad popular,
vertebradoras de la identidad local de la práctica totalidad de los pueblos y regiones españolas, y de
nuevas instituciones con presencia social decisiva (Cáritas, colegios religiosos, medios de
comunicación como la COPE...) siguen haciendo del cristianismo, en su versión católica, un
importante referente ideológico y social.

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