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VALENTI ALMIRALL, España tal como es, 1886.

(Texto 4 del siglo XIX)

CLASIFICACIÓN El texto recoge varios párrafos de una obra de Valentí Almirall (España tal
como es, 1886), en la que critica algunos aspectos del sistema político de la Restauración, en
concreto el fraude electoral. Se trata de una fuente primaria, puesto que es contemporánea a
los hechos sobre los que habla, de carácter literario y de naturaleza política. Es un documento
público, ya que el objetivo del autor es denunciar una serie de prácticas y, por lo tanto, va
dirigido al público en general. El autor, como hemos comentado, es Valentí Almirall, político,
periodista, abogado y ensayista, considerado la principal figura del catalanismo político de
izquierdas y republicano federal y uno de los principales pensadores catalanes de la segunda
mitad del siglo XIX. Participó en la creación del primer periódico en lengua catalana y de
organizaciones como el Centre Català. Fue así mismo uno de los fundadores del primer partido
nacionalista catalán, Unió Catalanista. Almirall impulsó el debate y la ideología que aspiraba a
implantar en España la república, el federalismo y el catalanismo progresista. Publicó muchos
artículos en los mejores periódicos de la época y, sobre todo, escribió dos sus grandes obras,
"El catalanismo" y "España tal como es", al que pertenece el fragmento que estamos
analizando

CONTEXTO HISTÓRICO. Se enmarca en la España de la Restauración (1875-1931), el periodo


en que se produjo la vuelta de los Borbones al trono, con el hijo de Isabel II, Alfonso XII, tras el
Sexenio Democrático. Este sistema, ideado por Cánovas, se mantuvo en vigor hasta la
dictadura de Primo de Rivera en 1923. Se caracterizó por la consolidación en España del
liberalismo y sus instituciones, bajo el dominio de la oligarquía conservadora. A diferencia del
liberalismo propio del reinado de Isabel II, la Restauración supone un período de estabilidad
política en el que dos partidos (Partido Conservador y Partido Liberal, conocidos como
“dinásticos”) llegan a acuerdos para alternarse en el gobierno, lo que consiguen gracias al
encasillado, el caciquismo, el fraude electoral o el pucherazo, aspectos que aparecen
reflejados en el texto.

IDEAS PRINCIPALES: El texto denuncia el fraude electoral propio del sistema político de la
Restauración, fraude que está presente tanto cuando el sufragio es censitario (restringido)
como cuando, a partir de 1890 se decreta por parte del gobierno liberal de Sagasta el sufragio
universal (aunque el texto no lo especifica, se trata de sufragio universal masculino, ya que las
mujeres no tenían derecho al voto).

Almirall indica que en realidad no importa el tipo de sufragio, puesto que el único votante es el
Ministro de la Gobernación, quien cuenta con toda una red clientelar de la que forman parte
los gobernadores civiles, caciques, funcionarios… Hace referencia también a otras prácticas
habituales como la alteración del censo electoral (al que se añadían electores imaginarios
como los difuntos), la manipulación de las actas o el pucherazo; todo al servicio del objetivo
fundamental: la elección del candidato previamente seleccionado. El autor incluso ironiza
sobre su propia experiencia al comprobar que su padre, fallecido hacía varios años, votaba en
varias ocasiones (obviamente, alguien lo hacía en su lugar).

Lo más grave de este sistema, según Almirall, no es tanto el tipo de prácticas utilizadas, sino el
hecho de que sean los propios defensores del parlamentarismo los que alientan y organizan el
fraude. No se trataba, por lo tanto, de casos aislados de corrupción o de personas corruptas,
sino que es algo intrínseco al sistema, que forma parte de sus propias estructuras.

El término RESTAURACIÓN hace referencia a la vuelta al trono de los Borbones en la persona


de Alfonso XII, hijo de Isabel II, tras el Sexenio Democrático (1868-1874), pero es además el
nombre que recibe una etapa de la Historia de España y un sistema político cuyas
características aparecen denunciadas en el texto. Lo que se restaura, además de la monarquía,
es un liberalismo de carácter conservador, que beneficia los intereses de la oligarquía formada
por los terratenientes y la alta burguesía. A diferencia de la etapa isabelina, se trata de un
período caracterizado por la estabilidad y el acuerdo entre los dos partidos del régimen, los
llamados partidos dinásticos, para alternarse en el poder.

Este sistema, ideado por Cánovas, se basa en una serie de elementos, cuya interacción de
fuerzas le dan estabilidad y hace que funcione a la perfección hasta finales de siglo: La
Monarquía es una institución incuestionable, se halla por encima de cualquier circunstancia
política, incluso por encima de la Constitución. Su papel es ejercer de “árbitro” entre los
partidos, para evitar enfrentamientos entre ellos. Los Partidos políticos que se alternan en el
poder son dos: el Partido Liberal-Conservador liderado por Cánovas del Castillo, y el Partido
Liberal-Fusionista, liderado por Sagasta, con quien Cánovas se entiende a la perfección. Ambos
son ideológicamente muy similares, son conservadores, y se comprometen a turnarse en el
gobierno y a no aprobar leyes que el otro tuviera que derogar cuando gobernara. El Partido
Conservador es inmovilista, y el Liberal un poco más reformista El Ejército se mantiene al
margen de los asuntos políticos, ya que el acuerdo entre partidos hace innecesario el
pronunciamiento. En todo el período, y prueba de su estabilidad, sólo se aprobará una
Constitución, la Constitución de 1876. Se redacta de tal manera que permitiera el gobierno de
los dos partidos. Retoma los aspectos más conservadores del constitucionalismo de la etapa
anterior, como la Soberanía compartida entre la Corona y las Cortes o la atribución de muchos
poderes al rey.

En la práctica, el sistema se basa en el turno pactado entre los dos partidos, el encasillado, el
caciquismo y el fraude electoral. El funcionamiento es el siguiente: el rey, ante una crisis de
gobierno, nombra como presidente del gobierno a uno de los dirigentes de los dos partidos
del turno, éste convoca elecciones y las gana. Para ello, el ministro de la Gobernación elabora
unas listas con los candidatos, tanto del gobierno como de la oposición, que tienen que salir
elegidos en cada una de las provincias (el encasillado), se las pasa al Gobernador Civil de cada
provincia y éste al cacique que, mediante una serie de prácticas como amenazas, chantajes,
sobornos…, consigue que la población vote a los candidatos que aparecen en las listas. De esta
forma, como indica el autor, el ministro de la gobernación se convierte en el “único elector”.
En la mayoría de los casos, los candidatos no tenían ninguna relación con el distrito o provincia
por el que se presentaban, sino que eran elegidos directamente por el partido, eran los
llamados cuneros. En cuanto a los caciques, son hombres poderosos que controlan de forma
directa o indirecta a grandes grupos humanos y presionan para que los resultados electorales
se ajusten a las perspectivas del gobierno (el cacique da y quita empleos, controla los sorteos
de las quintas, concede licencias…). En tono irónico nos habla de cómo los difuntos pueden
llegar a votar en las elecciones, en las personas de funcionarios locales mandados por caciques
que a su vez están en conexión con los políticos que desde Madrid tienen el poder de decidir
los resultados electorales. Si, a pesar de la acción de los caciques, no se controlaba el voto de
la población, se recurría a una serie de prácticas fraudulentas como el falseamiento del censo
electoral mediante la inclusión de personas fallecidas (lo que se denuncia en el texto como
voto de los muertos), la compra de votos, la intimidación física, el control del proceso
exclusivamente por parte de funcionarios del gobierno, o la manipulación de los resultados o
pucherazo (introducción o retirada de papeletas de las urnas)
Como vemos, a pesar de la aprobación del Sufragio Universal Masculino en 1890 por el Partido
Liberal, no podemos hablar en absoluto de democracia, puesto que el sistema se basaba en la
corrupción y el fraude, y además dejaba fuera a las fuerzas de oposición como carlistas,
republicanos, ideologías obreras, y nacionalistas, que no tenían posibilidad alguna de llegar al
gobierno.

El turno dinástico funcionó con total regularidad hasta 1898, momento a partir del cual, el
sistema empieza a tambalearse. El caciquismo pierde fuerza a medida que se genera una
conciencia más crítica y culta en la sociedad, y va aumentando el número de población urbana
(en las ciudades es más difícil someter al votante a la influencia caciquil). En las primeras
décadas del siglo XX, el sistema se va salpicado por varias crisis que lo desestabilizan, como la
Guerra de Marruecos, la Semana Trágica de Barcelona o la Triple Crisis de 1917. Sin embargo,
se mantiene hasta 1923, entre otras cosas por la desunión de la oposición, incapaz de
presentar una alternativa conjunta

Como VALORACIÓN, podemos destacar que el texto evidencia cómo la corrupción y el fraude
estaban perfectamente insertados en la práctica política cotidiana. Además de Almirall, otros
autores contemporáneos como Galdós o Valle Inclán, denuncian también en sus obras este
tipo de prácticas. Unos años después, tras la crisis colonial, Joaquín Costa, en “Oligarquía y
caciquismo”, elabora un testimonio fundamental para conocer las prácticas abusivas y
fraudulentas por parte de la oligarcas y caciques hasta bien entrado el s. XX con el fin de
integrar la voluntad nacional en la lógica de un bipartidismo que prepara las elecciones y
simula formalmente la existencia de un régimen democrático a costa de la marginación de las
fuerzas opuestas al mismo.

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