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El mito del paraíso perdido en el cine.

Hay un acuerdo casi unánime en que un artista tiene


derecho a apartarse de la verdad histórica de los hechos que está representando para
volver su obra más interesante. Las dos batallas de Filipos no estuvieron separadas entre
sí por unos pocos minutos, como las representa Shakespeare en “Julio Cesar”, sino por
tres semanas. América no apareció en toda su gloria al disiparse la bruma, como en
“1492, Conquista del Paraíso”, sino que la expedición de Colón estuvo viendo la costa por
dos días. Cortez no prendió fuego sus barcos, sino que los desmanteló: la “quema de las
naves” es un invento de los pintores. Y, por supuesto, todo el mundo era bastante más feo
en la vida real. Pero hay un tipo particular de falsedades que no parecen tener un
propósito artístico, sino que buscan engañar al espectador respecto de lo que pasó
realmente. Películas que omiten un dato claramente relevante, que cambiaría por
completo la percepción del espectador acerca de lo que está viendo. O que, por el
contrario, se inventan “hechos” que nunca ocurrieron. El límite entre la manipulación
propagandística y las verdaderas licencias poéticas puede llegar a ser sumamente difuso.
Un caso fronterizo me parece que es un tópico que se repite en muchas películas: tanto
pretendidamente “históricas” o acerca de “problemas sociales”, como de la fantasía o la
ciencia-ficción. Lo llamaré “el paraíso perdido”. El tópico es este: La sociedad idílica X vivía
en paz y armonía, sin conocer el conflicto ni el mal; pero el malvado imperio Y apareció de
la nada y destruyó su utopía por pura maldad. Los pacíficos habitantes de la sociedad
idílica X, superado el shock inicial, comprenden que deben pelear contra el malvado
imperio Y, para lo cual generalmente necesitan la ayuda de un forastero: quien conoce “el
mundo” al que pertenece el malvado imperio y les puede enseñar como hacerse armas y
pelear. Digamos: “El último samurái”, “Siete años en el Tíbet”, casi cualquier película
progre sobre la conquista de América, prácticamente todas las de Mel Gibson. En estos
casos, podemos tomar un libro de Historia y tirárselo por la cabeza a los guionistas: “El
último samurái” omite que el Japón feudal era un régimen de castas donde los siervos no
tenían derechos y podían ser asesinados por sus amos a discreción; “Siete años en el
Tíbet”, que la teocracia budista fue una tiranía brutal donde los disidentes eran enterrados
vivos junto con sus esposas e hijos y la prensa clandestina tibetana se refirió a la invasión
china como “la liberación” (si el Partido Comunista Chino son vistos como “liberadores”,
es que el régimen previo REALMENTE apestaba...); “La Misión” ignora por completo que
las misiones jesuitas fueron el modelo a imitar de todos los totalitarismos modernos:
admiradas por igual por Marx y por Hitler; largos etcéteras. Pero no tiene mucho sentido
acusar a una película de ciencia-ficción como “Avatar” de no ser fiel a los hechos reales,
porque NO HAY hechos reales detrás de esas fantasías. Y, sin embargo, hay algo en esas
ficciones que nos provoca el mismo desagrado, la misma repulsión ante lo que
percibimos como malicia y falta de honestidad intelectual, que nos provocan películas de
propaganda pseudo-históricas. ¿Por qué? Las películas de falsa Historia mienten acerca
del caso particular (ESA sociedad no era la utopía de paz y bondad aislada del mundo que
pinta el film) y mienten en general acerca de cómo funciona el mundo (NINGUNA sociedad
ha sido nunca una utopía de paz y bondad). Las películas de fantasía o ciencia-ficción no
mienten sobre el caso particular, porque no hay tal cosa, pero mienten sobre el modo
general en que funciona el mundo. Llamarles “pueblos originarios” o “sin origen” a los
pueblos demasiado estúpidos como para recordar su origen, no cambia el hecho de que
TODOS los seres humanos somos descendientes de conquistadores: de gente que vino de
alguna parte, muy probablemente desplazó a la gente que vivía allí antes y peleó varias
guerras para defender ese territorio desde entonces. En toda sociedad conocida hubo
guerras, injusticias y costumbres desagradables; a la vez que cuesta encontrar alguna tan
despreciable que no tenga al menos una cosa buena. El aislamiento es en general síntoma
de una sociedad extremadamente violenta y pobre: no de un paraíso de paz y prosperidad.
Y los imperios suelen agotar todos los recursos diplomáticos antes de lanzar una invasión
y usan las armas cuando no les dejaron otra opción. NO por razones morales: Invadir un
país es caro. El problema con el mito del paraíso perdido no es tanto que no muestre los
hechos como fueron realmente, lo que sólo es un asunto en las películas “históricas”, sino
que muestra una VISIÓN PROPAGANDÍSTICA de la realidad. Incluso cuando la trama
transcurre “hace mucho mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana”. Hay un bando
absolutamente bueno y un bando absolutamente malvado que lo atacó sin ninguna razón.
Esa visión, después, claramente se va a aplicar a la vida real. Por ejemplo: sólo mencionar
los 30 años de pésima diplomacia de la OTAN que precedieron a la invasión rusa de
Ucrania es repudiado como un “intento de justificar” la invasión. No hay nada que entender
en el mundo: sólo hay que ponerse de parte de “los buenos” y repudiar a “los malos”. Es un
tópico que realmente no me agrada.

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