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CARLOS CHERNOV
Opinión
Algunas de mis pesadillas favoritas
Últimamente, las distopías han invadido las pantallas. ¿Por qué?

27/09/2019 - 19:00
Las distopías son relatos de sociedades imaginarias con características indeseables, que surgen de las
condiciones del mundo actual. Algunas tienen una intención de denuncia, incluso aspiran a un valor profético.
Creo que detrás de las distopías hay una intención moral, una advertencia.
Las clásicas son rediseños sociales más o menos horribles como 1984, de Orwell, Un mundo feliz, de
Huxley, Fahrenheit 451, de Bradbury y Nosotros, de Zamiatin.
Últimamente, las distopías han invadido las pantallas. Entre las que más me han gustado figura Black Mirror, que
apunta a los efectos de la tecnología sobre los humanos. Es despareja, pero con algunos planteos brillantes. De
estructura similar –episodios autoconclusivos– Electric dreams, basada en relatos de P. K. Dick, no me pareció
tan buena como los relatos.
Otra, también de Dick, que me gustó más es El hombre en el castillo (en rigor, una ucronía). Altered Carbon,
decepciona un poco; parte de un planteo interesante, pero como suele ocurrir se convierte en una de acción.
Algo parecido pasaba con District 9, esa película sudafricana sobre un campo de concentración para
extraterrestres, que empezaba con mucha originalidad y terminaba en una pelea de robots.
Uno de los planteos más extraños que he visto es el de la serie The leftovers (literalmente: las sobras). Un fin de
mundo parcial -desaparece solo el 2% de la humanidad– y esto trastorna mentalmente a los supervivientes, que
entran en duelos interminables, fundan locas sectas religiosas y tratan de viajar al otro lado de la muerte.
Brillantes novelas distópicas son Mercaderes del espacio, de Kornbluth y Pohl, un mundo gobernado por las
grandes corporaciones y las agencias de publicidad en el cual el sistema económico ha devorado al poder
político. ¿Les suena conocido? Fue publicada en 1953. Otra es La naranja mecánica, de Anthony Burgess, que
ilustra la violencia de los jóvenes reprimida por la ultraviolencia de las instituciones.
También El señor de las moscas, de William Golding, tiene algo que decir sobre la raíz violenta de las
organizaciones sociales. Algunas han marcado una estética en el cine, como Brasil y Blade Runner. Aunque no
transcurran en el futuro, El proceso, de Kafka o Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, son buenos ejemplos de
distopías.
Las temáticas sobre genética y clonación son comunes, como en Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro, o la
película Gattaca. También abundan las que vaticinan la pérdida de la fecundidad, como Hijos de los hombres.
Los fines de mundo pueden dar pie a mundos no distópicos como el de La tierra permanece, de Stewart. O a
mundos con peligros incorporados como El día de los trífidos, de John Wyndham o The Walking Dead.
Universos posapocalípticos desolados y estériles, como el de Mad Max, no llegan a ser distopías, que suponen la
construcción de un nuevo sistema social, algo más que malas condiciones de vida. Grandes libros de ciencia
ficción, como La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. Le Guin, inventan mundos completos, pero no
distópicos. Tampoco lo son los magníficos fines de mundo causados por desastre climático de Ballard como La
sequía o El mundo sumergido.
Se suele relacionar el auge de las distopías con el malestar de la época. No creo que se trate de eso, hemos
pasado por épocas peores. Me parece que en su incansable búsqueda de ganancias, Hollywood se ha repetido
tanto que accede, resignada, a la proliferación de la ciencia ficción y el subgénero de las distopías.
He publicado dos distopías, Anatomía humana y El sistema de las estrellas. Me consta que escribir un ‘Fin de
Mundo’ es como hacer tabla rasa y empezar de nuevo; se genera un espacio enorme en el que uno puede jugar
a sus anchas. Supongo que también me motiva a escribirlas una inconformidad con el estado de las cosas. La
discordancia atroz entre los ideales y la realidad.
Carlos Chernov es escritor y autor, entre otros, de Anatomía humana y El sistema de las estrellas.
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Opinión
Esto ya no es ciencia ficción
¿Cuál es la razón de que la distopía y el horror se hayan vuelto un entretenimiento?

27/09/2019 - 18:50
Murphy y sus exégetas enseñaban que “si algo anda mal, todavía puede andar peor.” Para John W. Campbell, uno
de los padres de la ciencia ficción, esto era una ley para ese género que tanto contribuyó a configurar nuestro
imaginario, nuestras expectativas, temores y deseos.
Sin embargo, ni siquiera las peores pesadillas de la ciencia ficción dejaban de tener un fondo
optimista: siempre había quien ofrecíera resistencia o emprendiera la reconstrucción.
Esta actitud parece haberse perdido en las series que hoy produce la industria de contenidos. Al parecer,
apuestan a que el público se deleitará con los escenarios más terminales y desesperantes.
¿Cuál es la razón de que la distopía y el horror se hayan vuelto un entretenimiento? Puede que se trate de algo
más que una moda: quizás sea el síntoma de una fluctuación cultural que se inició con la demolición escéptica de
los valores modernos y se instauró brutalmente con el 11-S sin que los teóricos la hubieran advertido.
La ciencia ficción descendía de la utopía, que nació a la par de la ciencia, el Estado moderno y la idea de
progreso. Es por eso que hasta en los escenarios más difíciles guardaba un destello de esperanza.
El filósofo Thomas More observó que en lugar de utopía hubiera preferido llamarla eutopía: “el buen lugar.” La
utopía era el sueño de una sociedad perfecta, próspera y libre de injusticias. Pero el paraíso de unos podía ser el
infierno de otros y muy pocos utopistas hubieran soportado vivir en el mundo que habían creado.
Cuando el siglo XX fue presa de la violencia utópica, hubo quien comenzó a pensar cómo evitar que los sueños se
volvieran pesadillas: de ese modo la utopía se volvió distopía.
Nosotros, de Evgeni Zamiatin, criticó una Revolución sin acabar; Un mundo feliz, de Aldous Huxley, denunció
anticipadamente la manipulación biopolítica, y 1984, de George Orwell, fue la versión expresionista del
estalinismo; más que entretenimiento eso era política.
En la segunda posguerra se dio por desaparecida la amenaza totalitaria, pero inmediatamente le sucedió la
amenaza nuclear, de modo que vivimos medio siglo bajo el peligro de una guerra que podía acabar con la
especie humana.
La distopía cambió de discurso y escenificó de modo convincente cómo sería el mundo si sobrevivía al
apocalipsis: esas ficciones, que Boris Strugatski llamó “novelas de advertencia”, ayudaron a evitar la guerra
nuclear, porque todavía servían para que los responsables desistieran del suicidio.
Actualmente, la supervivencia del mundo ya no parecería depender de un botón rojo, pero hay nuevas amenazas
y muchos botones rojos. Tememos al desborde de los conflictos, la degeneración de la democracia y el regreso a
la barbarie.
Sufrimos la destrucción de nuestro hábitat y desconfiamos de una inteligencia artificial que puede volvernos
obsoletos. Descreemos de los valores modernos tanto como de los antiguos pero no atinamos a hallar otros. No
solo dejamos de esperar un futuro mejor: dudamos de que exista algún futuro.
Parte de la fama de Nietzsche se debe a que fue uno de los primeros que vociferó la angustia cuando todos
creían en el progreso inevitable. Él fue quien alguna vez definió al nihilista como alguien a quien no le agrada el
mundo tal como es, pero tampoco le gusta cómo debería ser.
Si pensamos en una tecnología que se usa para amplificar las miserias humanas, en la naturalización de la
injusticia y la irresponsabilidad tendremos que reconocer que los temores no dejan de ser fundados. Si además
reparamos en que muchos líderes mundiales recuerdan más a los espantajos del tren fantasma que a los reyes
filósofos de Platón, tendremos que admitir que las cosas se han puesto bastante distópicas.
La distopía recreativa de hoy puede ser una manera de exorcizar el nihilismo. De un modo algo perverso
llegamos a consolarnos pensando que si este no es el mejor de los mundos posibles, tampoco es el peor, aunque
sí pueden serlo los que están por venir. Consuelo de tontos, decía el refrán.
Pablo Capanna es filósofo y ensayista, especializado en ciencia ficción. Autor de El mito de la nueva
era y Philip K. Dick, el dios Kosmos, entre otros estudios.

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