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La falacia del “silbato para perros”.

En varios comentarios acerca de toda clase de


asuntos, aunque mayormente en debates políticos, he visto que se está empezando a
volver común acusar a alguien de estar “usando un silbato para perros”. La “técnica del
silbato para perros” consiste, en teoría, en enviar un mensaje secreto a plena vista,
usando, en un discurso o artículo publicado, un lenguaje especial; que tiene una
significación muy particular para un sector específico de la audiencia, pero que no tiene
sentido, o tiene un sentido distinto y trivial para el resto de las personas. Sería como el
silbato ultrasónico: que lo oyen los perros, pero no las personas. La técnica del silbato
para perros permitiría enviar un mensaje radical, o incluso ilegal, a un sector de adeptos
extremistas, pero de un modo que suene inofensivo y no particularmente odioso para el
resto de las personas que lo oyen. Empecemos por señalar la parte de verdad que hay en
esto: Grupos cerrados y con una dirigencia autoritaria (sectas) tienen una terminología
propia que es intencionalmente confusa y en la cual se usan palabras de uso corriente,
pero con un significado propio. Esta “neolengua” se usa sólo en reuniones cerradas a las
que los “no-iniciados” no tienen acceso o en escritos sólo para uso interno. El objetivo de
esa falsificación idiomática es que, ante una eventual filtración o ante un oyente casual
que tope con la doctrina de la secta, este no advierta lo radical que es en verdad su
doctrina. Encontramos esta misma práctica en movimientos y partidos políticos
totalitarios: los cuales son básicamente sectas grandes. Por ejemplo: la “teoría racial
crítica” logró colarse en la educación escolar en varios países, gracias a que sus
defensores engañaron a los padres de los alumnos con falsificaciones idiomáticas como
“anti-racismo” y similares. Ahora bien; esa práctica sectaria presupone: A) Grupos
extremadamente cerrados, antisociales y autoritarios. B) Publicaciones propias, o bien
secretas, o bien de distribución limitada a una minoría que conoce su existencia y sabe
donde conseguirlas. Ciertamente esas no son las condiciones de un presidente hablando
por cadena nacional. Ni las de un político en campaña electoral. Ni las de una figura
pública cualquiera. ¡Ni siquiera son las condiciones de un youtuber de medio pelo que
habla de cine y filosofía! Si alguien dice en un discurso: “Nos vamos a plantar firmes en el
Congreso” y me dicen que está diciendo de modo cifrado que van a legalizar la droga
(ejemplo real), pero “usando un silbato para perros” para no perder a la mayoría de sus
votantes potenciales. ¿Hay algún documento que respalde esa afirmación? No se:
Revistas para porreros donde, de modo consistente y frecuente, se use la expresión
“plantar en el Congreso” significando legalizar la droga; por ejemplo. (Lo cual, todavía
podríamos ser generosos y concederle al candidato en cuestión que no estaba
familiarizado con esa expresión y que ha sido una coincidencia desafortunada; aunque
daría que pensar). Sin ninguna clase de documentos que respalden esa interpretación,
cabe preguntarle a la persona que lanza esa acusación: “Si ese tipo está usando un silbato
que sólo oyen los perros, ¿por qué lo oíste vos?” Claramente, la posibilidad de que quien
lanza la acusación de que alguien “está mandado mensajes secretos usando un silbato
para perros” esté imaginando cosas, es con diferencia la hipótesis más probable.

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