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El documento discute la falacia de acusar a alguien de "usar un silbato para perros", es decir, de enviar mensajes secretos en código a un grupo específico. Explica que aunque los grupos cerrados usan lenguajes propios, acusar a figuras públicas carece de fundamentos, ya que sus mensajes son de amplia audiencia. Concluye que es más probable que quien hace la acusación lo imagine, que que efectivamente exista tal silbato secreto.
El documento discute la falacia de acusar a alguien de "usar un silbato para perros", es decir, de enviar mensajes secretos en código a un grupo específico. Explica que aunque los grupos cerrados usan lenguajes propios, acusar a figuras públicas carece de fundamentos, ya que sus mensajes son de amplia audiencia. Concluye que es más probable que quien hace la acusación lo imagine, que que efectivamente exista tal silbato secreto.
El documento discute la falacia de acusar a alguien de "usar un silbato para perros", es decir, de enviar mensajes secretos en código a un grupo específico. Explica que aunque los grupos cerrados usan lenguajes propios, acusar a figuras públicas carece de fundamentos, ya que sus mensajes son de amplia audiencia. Concluye que es más probable que quien hace la acusación lo imagine, que que efectivamente exista tal silbato secreto.
asuntos, aunque mayormente en debates políticos, he visto que se está empezando a volver común acusar a alguien de estar “usando un silbato para perros”. La “técnica del silbato para perros” consiste, en teoría, en enviar un mensaje secreto a plena vista, usando, en un discurso o artículo publicado, un lenguaje especial; que tiene una significación muy particular para un sector específico de la audiencia, pero que no tiene sentido, o tiene un sentido distinto y trivial para el resto de las personas. Sería como el silbato ultrasónico: que lo oyen los perros, pero no las personas. La técnica del silbato para perros permitiría enviar un mensaje radical, o incluso ilegal, a un sector de adeptos extremistas, pero de un modo que suene inofensivo y no particularmente odioso para el resto de las personas que lo oyen. Empecemos por señalar la parte de verdad que hay en esto: Grupos cerrados y con una dirigencia autoritaria (sectas) tienen una terminología propia que es intencionalmente confusa y en la cual se usan palabras de uso corriente, pero con un significado propio. Esta “neolengua” se usa sólo en reuniones cerradas a las que los “no-iniciados” no tienen acceso o en escritos sólo para uso interno. El objetivo de esa falsificación idiomática es que, ante una eventual filtración o ante un oyente casual que tope con la doctrina de la secta, este no advierta lo radical que es en verdad su doctrina. Encontramos esta misma práctica en movimientos y partidos políticos totalitarios: los cuales son básicamente sectas grandes. Por ejemplo: la “teoría racial crítica” logró colarse en la educación escolar en varios países, gracias a que sus defensores engañaron a los padres de los alumnos con falsificaciones idiomáticas como “anti-racismo” y similares. Ahora bien; esa práctica sectaria presupone: A) Grupos extremadamente cerrados, antisociales y autoritarios. B) Publicaciones propias, o bien secretas, o bien de distribución limitada a una minoría que conoce su existencia y sabe donde conseguirlas. Ciertamente esas no son las condiciones de un presidente hablando por cadena nacional. Ni las de un político en campaña electoral. Ni las de una figura pública cualquiera. ¡Ni siquiera son las condiciones de un youtuber de medio pelo que habla de cine y filosofía! Si alguien dice en un discurso: “Nos vamos a plantar firmes en el Congreso” y me dicen que está diciendo de modo cifrado que van a legalizar la droga (ejemplo real), pero “usando un silbato para perros” para no perder a la mayoría de sus votantes potenciales. ¿Hay algún documento que respalde esa afirmación? No se: Revistas para porreros donde, de modo consistente y frecuente, se use la expresión “plantar en el Congreso” significando legalizar la droga; por ejemplo. (Lo cual, todavía podríamos ser generosos y concederle al candidato en cuestión que no estaba familiarizado con esa expresión y que ha sido una coincidencia desafortunada; aunque daría que pensar). Sin ninguna clase de documentos que respalden esa interpretación, cabe preguntarle a la persona que lanza esa acusación: “Si ese tipo está usando un silbato que sólo oyen los perros, ¿por qué lo oíste vos?” Claramente, la posibilidad de que quien lanza la acusación de que alguien “está mandado mensajes secretos usando un silbato para perros” esté imaginando cosas, es con diferencia la hipótesis más probable.