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EL HAWAI PRECOLONIAL
Las ocho islas del Hawai aborigen estuvieron bajo el dominio de varias jefaturas hereditarias y
rígidamente estratificadas. Se creía que los jefes supremos descendían de los dioses y que estaban
tan cargados de mana -poder sobrenatural- que incluso el suelo que pisaban no podía ser tocado por
simples mortales. Su figura, pues, estaba rodeada de un elaborado conjunto de tabúes, cuya
violación podía significar la pena de muerte. Estos jefes eran líderes económicos, militares y rituales
supremos, aunque la mayor parte de sus funciones eran delegadas a un grupo de administradores
nobles y líderes guerreros que constituían los estratos más elevados de la sociedad. Por debajo de
estos administradores existían otros dos niveles: la baja nobleza y los plebeyos. Cada persona
pertenecía a uno de estos estratos, estando la nobleza también jerarquizada por orden de nacimiento
y proximidad al jefe supremo. A la alta nobleza (o jefes menores) se le concedía una gran
deferencia; por ejemplo, los plebeyos tenían que [:58] postrarse cuando aquéllos pasaban. Para
mantener pura la línea de regencia, los herederos al puesto de jefe supremo eran supuestamente el
hijo primogénito del jefe y su hermana primogénita (una forma de endogamia incestuosa que
también se encuentra en el antiguo Egipto y en el Perú incaico). Los jefes menores controlaban el
reparto de la tierra y del agua -esta última sumamente importante dado que gran parte de la tierra
productiva era de regadío-. También controlaban de hecho el trabajo comunitario de los plebeyos. El
jefe supremo cobraba tributo a la alta nobleza, la cual lo cobraba a su vez a la baja nobleza, y así
sucesivamente hasta llegar a la plebe. Este trihuto -o parte de él- se invertía en obras públicas,
principalmente en canales de riego y en empresas hélicas. De las arcas, la nobleza subvencionaba
también a un grupo de artesanos profesionales. Lo que impidió que estos sistemas de gobierno
alcanzaran el estatus de “estados” fue en parte la indiferenciación de su esfera política; eran
teocracias hereditarias en las cuales la autoridad no estaba todavía suficientemente diferenciada de
la religión y del parentesco. Además, aunque un jefe tuviera el poder sobre la vida y la muerte de
sus súbditos, la unidad central de gobierno no ejercía el monopolio de este poder (distribuido
también entre varios jefes menores), ni existía una estructura legal que administrara esta fuerza. Por
último, estos gobiernos distaban mucho de ser estables. La guerra era constante y las jefaturas se
derrocaban periódicamente, en cuyo caso la nobleza entera era reemplazada por el grupo victorioso
(Davenport, 1967; Seaton, 1978; Service, 1975).» [:59]