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Los gobernadores y el federalismo.

La descentralización del poder

Centralización del SPM


Jhovany Amastal Molina
En este capítulo Rogelio Hernández presenta cómo la descentralización tuvo lugar en
México, rescatando tanto la modificación de las estructuras regulatorias de la política del
PRI, al mismo tiempo que analiza cómo la crisis de esta misma estructura permitió el
empoderamiento de nuevos partidos como el PAN y el PRD. En este sentido, el texto ofrece
un panorama sobre la socialización de las élites en periodos transitorios, entendiendo a este
como la desfragmentación de poder en un entorno dado pues, si bien la estructura había
dado garantizado la estabilidad, la falta de modificación o readaptación de las “élites”
provocó que dicho sistema perdiera el control de lo que diversos autores han demoniada
como “zonas de incertidumbre”, mismas que fueron absorbidas por el PAN, a decir: el
control de la economía y la soberanía local. Para desmantelar esta apreciación considero
que deben ponderarse las siguientes ideas del texto.

En principio, la autonomía no fue una concesión federal, sino una condición


indispensable para que los gobernadores garantizaran la estabilidad política de sus
entidades y pudieran desempeñarse como intermediarios con el gobierno federal, para hacer
posible la integración regional y desarrollar proyectos. Sin embargo, cuando se ponía en
riesgo la estabilidad, o según. Pero el avance democrático suscitó la descentralización de
funciones administrativas y de recursos financieros. En consecuencia, los gobiernos
estatales consiguieron más independencia y poder para separarse de los proyectos centrales.

El cambio se remonta a los años ochenta fue, en todo caso, el resultado de


transformar las prácticas políticas y de reconoce las facultades de las instituciones. Así, el
federalismo no fue un recurso para controlar, sino un medio para resolver determinadas
tensiones, desde el principio se incubó la posibilidad de conflicto. Para atenuarlo, el
gobierno federal recurrió a la centralización de funciones locales, un proceso que se
convirtió, en realidad, en una expropiación de facultades y, con el paso del tiempo, provocó
la debilidad administrativa y económica.

La medida no buscaba un debilitamiento deliberado de los estados, sino garantizar


el equilibrio económico, con el fin de nivelar el desarrollo del país y, sobre todo, evitar que
los gobernadores pusieran en marcha programas alejados de las necesidades nacionales. Sin
capacidad económica y con pocas tareas administrativas que llevar a cabo, los
gobernadores pudieran centrar sus esfuerzos en la que sería su responsabilidad
fundamental: asegurar la estabilidad política local. El gobernador era el líder de la élite
político-administrativa y los vínculos de fidelidad y lealtad eran sólidos, con muy pocos
márgenes de independencia.

Todo ello permitía que el mandatario empleara las designaciones para negociar con
grupos locales e, incluso, para darles cierta representación en el gobierno y conseguir el
equilibrio de facciones. Se designaban como titulares de su gabinete tanto a colaboradores
cercanos como a políticos de otros grupos y a personajes sin trayectoria en el medio, pero
reconocidos social o económicamente. De esta forma, el gobernador conciliaba intereses y,
al mismo tiempo, aseguraba su ascendiente como líder de la élite local. Se le atribuye a
Adolfo Ruiz Cortines la idea sobre el reparto de puestos entre el gobernador y presidente.
El margen de maniobra del gobernador alcanza al congreso local y a los ayuntamiento, es
decir, las instituciones que en menor o mayor medida debían respaldar sus acciones.
Leopoldo Sánchez Celis, quien fuera gobernador de Sinaloa, justificaba su injerencia en la
designación de dirigentes del PRI, es su estado, precisamente porque de esa manera
intervenía en la selección de candidatos al congreso y los ayuntamiento. Flores Tapia acepta
que, siendo dirigente del PRI, integraba las listas, aunque el gobernador era el que, al final,
decidía los nombres definitivos.

En las entidades con menores niveles de desarrollo se propiciaron prácticas políticas


más caciquiles que en aquellas en donde la modernización había fortalecido grupos más
competitivos. El medio natural para evitar la formación de grupos que llegaran a controlar
por largo tiempo el poder local radicaba en la dispersión y falta de homogeneidad de las
élites locales. Más que, “clases políticas”, en el sentido de unidad y renovación regulada, se
favoreció el surgimiento de grupos con liderazgos irreconocibles, siempre enfrentados entre
sí, que basaban su control en la eliminación de los contrarios y no en la negociación que
ayudara a la supervivencia. En esas condiciones, el senado se constituía en un vigilante
natural de los ejecutivos locales.
La corrección de los posibles excesos fueron confiados a dos recursos
fundamentales: la limitación temporal del mandato y las remociones respaldadas por una
legislación siempre flexible que, en última instancia, era aplicada discrecionalmente por el
ejecutivo federal. No obstante, la influencia de uno u otro gobernante, por más discreta y
absoluta que pudiera ser, nunca sobrepasó el término legal del mandato. Los gobernadores
panistas enfocaron su atención en el mejoramiento de la administración pública, su
racionalización y eficiencia, y en el uso honesto de los recursos públicos, todo ello sobre la
base de que los gobiernos pistas anteriores habían sido corruptos e incompetentes. Para los
gobernadores del PRI el desafío interno que amenazó sus recursos y su control. Es decir, se
abrieron dos frentes del conflicto, el local, en el que la oposición avanzaba y el priísmo
regional esperaba acciones que la controlaran, y el federal, donde el presidente quería que
la oposición no fuera un motivo de inestabilidad política.

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