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Familias de Acogida Externa y su rol desde el Enfoque de Derechos

Leonardo Huequelef Burgos


Diplomado en Niñez y Políticas Públicas
Universidad de Chile
Profesora Francis Valverde
10 de enero de 2022
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RESUMEN

No basta con brindar “pan, techo y abrigo”, no basta con la voluntad de los adultos
de atender a niños/as y adolescentes vulnerados en sus derechos con la expectativa
de que éstos “agradezcan” su noble labor. Se hace necesario que esta atención sea
consciente, especializada, centrada en las necesidades de los NNA, con un mundo
adulto flexible a comprender ese mundo, esas particularidades, desde una
perspectiva inclusiva en la búsqueda constante de abrir nuevos canales de
comunicación. Las familias de acogida externa, se enfrentan a una importante
vitrina, que las y nos obliga a una formación constante.
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La Convención sobre los Derechos del Niño, hito que ocurre en 1989, trae consigo
una cadena de consecuencias que, luego de su ratificación por los distintos países,
obligan a pensar la forma en que se atiende a la infancia y la manera en que se
producirán los ajustes de prácticas que venían dándose por décadas y que, por
mucho tiempo, fueron consideradas una norma incuestionable y estática. Todo lo
anterior, con la complicidad y determinación del mundo adulto que establecía “lo
que era mejor” para la atención de este importante grupo de la sociedad. En Chile,
tras la ratificación de la CDN en 1990 comienza un lento camino que busca que el
enfoque de derechos sea una realidad en el ejercicio ciudadano a todo nivel, pero
como señala Muñoz, G. y Abarca, V. (2016) “…la generación de condiciones
efectivas para que las personas puedan ejercer sus derechos, tanto individuales
como colectivos, sigue siendo una tarea pendiente”. Lo que ocurre en nuestro país
no es una realidad ajena y extraña, ocurre en diversos países y cada cual realiza
los acomodos de acuerdo a sus propias prioridades y urgencias. En Chile, en la
década previa a 1990, en donde los “hogares de menores” eran masivos,
considerados una primera respuesta a la “situación irregular” y además ni su ingreso
ni su permanencia eran controlados, la ratificación de la CDN más la instalación de
la democracia, abrían un camino a mirar la forma en que se atendía a los NNA en
contextos de vulneración de derechos desde una nueva perspectiva, asumiendo el
compromiso que implicaba dicha ratificación y los compromisos asociados a esa
acción.

Lamentablemente, la mirada adultocéntrica, con sus propios intereses y prioridades,


no hacen más que ralentizar todo intento por concretar modificaciones de fondo y
no sólo de forma, y es así como, en las Observaciones finales sobre los informes
periódicos cuarto y quinto combinados de Chile, CRC (2015) se releva como una de
las primeras preocupaciones la vigencia de la Ley de Menores de 1967, cuyo
enfoque tutelar se hace “…incompatible con un marco jurídico adecuado que
reconozca y garantice los derechos de todos los niños”. Ya en los albores de los 30
años de haber ratificado la CDN, nuestro país destaca por la no actualización de los
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marcos jurídicos que regulan el actuar del Estado y de la sociedad en la atención


de los NNA. La lamentable noticia es que generaciones de niños, niñas y
adolescentes, hemos crecido viendo una sociedad que poco les escucha, poco les
ve y poco se interesa por sus necesidades, con el consecuente riesgo que dichas
pautas se mantengan con los hijos/as de ellas/os y así en una sucesión de prácticas
que, de no interrumpir, tendrá siempre como protagonista al mundo adulto que
decide por los NNA.

Siguiendo ello y como consecuencia inevitable de ese descuido, las prioridades a la


hora de generar cambios o modificaciones al statu quo se dan por eventos y
contingencias que, no han sido gratas y que tuvieron su momento más álgido y
dramático cuando fallece Lissette en un centro administrado por el Estado en abril
de 2016. Evento trágico que reabre la discusión sobre la forma en que el Estado es
responsable de aquellos NNA que fueron víctimas de graves vulneraciones a sus
derechos y que han requerido de la protección de dispositivos del Estado para,
primero la interrupción de dichas vulneraciones, pero luego para la restitución de
sus derechos. Ello llevó a la sociedad a mirar una realidad, para muchos invisible,
que ocurre hace décadas y que por mucho tiempo fue normalizada, realidad que
comienza a ser cuestionada y debatida al punto de comenzar a pensar en nuevas
formas de brindar una atención que sea más humana, más personalizada y en un
contexto lo más similar a un entorno familiar. Ello no es nuevo, porque, 7 años antes,
en 2009, la Asamblea General de Naciones Unidas, da la bienvenida a las
Directrices sobre las Modalidades Alternativas del Cuidado de los Niños. Se pueden
señalar los 4 importantes principios que las orientan y que ya daban un impulso a
los países a su implementación. Dichos principios son:

a) Apoyar los esfuerzos encaminados a lograr que el niño permanezca bajo la


guarda de su propia familia o que se reintegre a ella o, en su defecto, a encontrar
otra solución apropiada y permanente, incluidas la adopción y la kafala del derecho
islámico;
b) Velar por que, mientras se buscan esas soluciones permanentes, o en los casos
en que estas resulten inviables o contrarias al interés superior del niño, se
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determinen y adopten, en condiciones que promuevan el desarrollo integral y


armonioso del niño, las modalidades más idóneas de acogimiento alternativo;
c) Ayudar y alentar a los gobiernos a asumir más plenamente sus responsabilidades
y obligaciones a este respecto, teniendo presentes las condiciones económicas,
sociales y culturales imperantes en cada Estado; y
d) Orientar las políticas, decisiones y actividades de todas las entidades que se
ocupan de la protección social y el bienestar del niño, tanto en el sector público
como en el privado, incluida la sociedad civil.

A partir de dichas Directrices, los países cuentan con una importante posición de la
ONU sobre lo que debiera considerarse prioritario en el ámbito proteccional y cuál
debería ser la mejor respuesta frente a necesidades de última ratio cuando se
requiere una acción oportuna del Estado frente a las graves situaciones de
vulneraciones de derecho que afectan a niños, niñas y adolescentes. Es así como
la alternativa de entornos familiares toma cada vez más relevancia en nuestro país
y ya en 2018, se produce el Acuerdo Nacional por la Infancia (Ministerio de
desarrollo Social) en donde toma protagonismo el fortalecimiento de las Familias de
Acogida y todos los procesos asociados a lograr que dicho modelo se transforme
en una respuesta prioritaria y que vele por brindar una atención personalizada, en
un ambiente protector y reconocido de forma natural por los niños, niñas y
adolescentes. Ello en claro versus con los modelos institucionales imperantes que
están orientados a atender grupos de NNA no logrando dicha personalización con
entornos altamente expuestos al estrés y a la violencia.

Los esfuerzos desplegados, sumados a una estructura institucional que requiere


modificaciones con urgencia, hacen que la cantidad de ingresos a los sistemas de
Familias de Acogida, superen, por primera vez, en 2019 a los que se produjeron en
sistemas residenciales de protección, en donde los primeros concentraron el 51.3%
de todas las atenciones que requieren una medida de protección por graves
vulneraciones (Anuario Estadístico 2019, SENAME 2020). Lo anterior va
cimentando un cambio de paradigma respecto de lo que se consideraba una primera
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respuesta, tanto desde los tribunales de familia, como del Servicio que brinda la
oferta en dicha atención hoy llamado Servicio Nacional de Protección a la Infancia
y Adolescencia (ex SENAME).

Es así como las Familias de Acogida, asumen un protagonismo y una prioridad en


la respuesta que las obliga a estar preparadas para una diversidad de sujetos de
atención lo que, a 2022, tienen en sus características: “niños, niñas y adolescentes
víctimas de graves vulneraciones de derechos en el contexto familiar de origen,
producto de las cuales el Tribunal de Familia o con competencia en familia ha
ordenado la separación temporal de este contexto” (Orientación Técnica Programa
Familias de Acogida (FAE PRO), Departamento de Protección de Derechos, enero
2021). Agregar que las edades de dichos NNA fluctúan entre los 0 y los 17 años, 11
meses, 30 días, lo que abre un abanico de posibilidades toda vez que existe
diversidad en grupos etarios los que, en cada etapa vital, requieren cubrir
necesidades específicas para lo cual las familias de acogida externa, deben estar
preparadas.

A partir de lo que las Directrices de Cuidado Alternativo (2009) señalan respecto de


las “modalidades alternativas de acogimiento” podemos destacar:

i. “Las decisiones relativas a los niños en acogimiento alternativo, incluidos


aquellos en acogimiento informal, deberían tener en cuenta la importancia de
garantizar a los niños un hogar estable y de satisfacer su necesidad básica
de un vínculo continuo y seguro con sus acogedores, siendo generalmente
la permanencia un objetivo esencial”.
ii. “El niño debe ser tratado en todo momento con dignidad y respeto y debe
gozar de una protección efectiva contra el abuso, el descuido y toda forma
de explotación, ya sea por parte de sus acogedores, de otros niños o de
terceros, cualquiera que sea el entorno en que haya sido acogido”.
iii. “La separación del niño de su propia familia debería considerarse como
medida de último recurso y, en lo posible, ser temporal y por el menor tiempo
posible. Las decisiones relativas a la remoción de la guarda han de revisarse
periódicamente, y el regreso del niño a la guarda y cuidado de sus padres,
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una vez que se hayan resuelto o hayan desaparecido las causas que
originaron la separación, debería responder al interés superior del niño,
ateniéndose a los resultados de la evaluación prevista en el párrafo 49 infra”.

Tal como se señala, el acogimiento alternativo debe buscar la estabilidad del


contexto que un NNA necesita, sumado a ello, la necesidad de un vínculo continuo
y seguro, por lo que la responsabilidad que tienen las familias de acogida es brindar
una atención que supere las aquellas dificultades propias del daño al que un NNA
ha estado expuesto y permita otorgar dicha estabilidad en un contexto nutricio y
ajustado a sus necesidades. Es ahí en donde la figura del adulto queda en un
segundo plano para relevar lo que el NNA necesita. Dicho ajuste no sólo requiere
de adultos con motivación social al acogimiento, sino además con una preparación
permanente en una diversidad de temáticas específicas las que sólo servirán de
guía o de piso inicial, ya que, finalmente, cada acogimiento, es una experiencia
única. La posibilidad del “desistimiento” de las familias de acogida, debe
minimizarse con preparación, información y acompañamiento respecto de aquellas
conductas, actitudes, expresiones que un NNA manifiesta y que permiten acceder
a un mundo que ha estado expuesto al daño de manera permanente. El lograr que
las familias de acogida brinden esta tan anhelada estabilidad en el vínculo, abre el
camino a los procesos de re significación que inician desde esos espacios más
naturales, como son la familia.

Otro aspecto que establecen las directrices se refiere a la dignidad, respeto y


efectiva protección a los NNA con responsabilidad de las figuras acogedoras y que
implica el generar condiciones proteccionales en el entorno inmediato ello en claro
reconocimiento de los aspectos en que el NNA es mayormente vulnerable y necesita
de esta cobertura por parte de los acogedores. Dicho respeto y dignidad no pueden
surgir si no se visualiza al NNA como sujeto de derecho y como un actor principal
de su proceso. El derecho a participar sobre las decisiones que sobre el/ella se
toma, permite generar esas condiciones que, desde ya y luego en su vida adulta,
puede ejercer.
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El tercer elemento destacado desde las Directrices, es la necesidad de que el


acogimiento sea una medida de último recurso y desarrollada en el menor tiempo
posible. Se releva el carácter de temporal del acogimiento. En ello las familias tienen
un rol fundamental ya que deben desprenderse de toda expectativa adultocéntrica
y centrarse totalmente en aquel proceso de restitución de derechos que fundamenta
la llegada de dicho NNA a la familia. Atrás deben quedar las expectativas de un
proceso adoptivo, del “cubrir una carencia de paternidad – maternidad” y de temer
a la fase de desapego cuando la restitución de derechos está en marcha. Tal como
las Directrices establecen, los esfuerzos por el retorno del NNA a su entorno de
origen deben darse y propiciarse una vez desaparecidos los problemas que dieron
inicio a la medida, luego de procesos de evaluación levantados.

Tomando este marco, en revisión de las Orientaciones Técnicas Programa Familias


de Acogida (FAE PRO 2021), es que podemos observar la inserción del Modelo de
Valoración Necesidades-Capacidades para familias de acogida, de Jesús Palacios
(2014), que permite una mirada con mayor coherencia desde la fase diagnóstica de
los NNA y la evaluación de la idoneidad de las familias de acogida. Ya no en
procesos inconexos y persiguiendo objetivos distintos, sino tomando como centro
del proceso las necesidades del NNA. Las señaladas orientaciones, citan a López
(1995, 2008) como Amorós y Palacios (2004) quienes coinciden en agrupar las
principales necesidades infantiles según distintas etapas del desarrollo. Las que se
señalan a continuación:

1) Necesidades relacionadas con la seguridad, el crecimiento y la


supervivencia. Alimentación, vivienda, higiene, sueño, ejercicio, físico,
seguridad o protección de riesgos, ambiente ecológico saludable, salud.
2) Necesidades relacionadas con el desarrollo emocional. Seguridad afectiva,
vinculación saludable, protección y base de exploración, afecto, estima y
cuidados eficaces, red de relaciones (vínculos de amistad, sentido de
comunidad). Interacción sexual placentera e intimidad.
3) Necesidades relacionadas con el desarrollo social. Estimulación sensorial,
exploración física y social, conocimiento de la realidad física y social,
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adquisición de un sistema de valores y normas compartido. Participación y


autonomía.
4) Necesidades relacionadas con el desarrollo cognitivo y lingüístico. Entorno
adecuado para la estimulación, rutinas adecuadas a la edad, adquisición de
saberes escolares y profesionales.

Dichas necesidades deben contar con tipos de adultos que permitan satisfacerlas y
con disposición al trabajo colaborativo. Ello guía el proceso de evaluación de
idoneidad de estas familias y permite contar con indicadores de lo que dicha familia
necesitaría, en apoyo, para cumplir adecuadamente su rol. Dicha brecha, debe ser
asumida por los proyectos que intervienen, mediante un Plan de Capacitación, que
debe diseñarse en base a cada familia evaluada. Esta versión de las Orientaciones
Técnicas muestra un gran avance en relación a su antecesor de 2019 y muestra, en
la teoría, un mayor acercamiento hacia una intervención desde el enfoque de
derechos, tomando como norte, el que los adultos se adapten y den respuestas a
las necesidades de los NNA.

Las orientaciones técnicas si bien establecen un importante marco teórico respecto


de dicho propósito, no logran operacionalizar adecuadamente el modelo
presentado, dejando un importante margen a la voluntad y capacidad de los
proyectos que licitan, a aplicar según logran comprender o bien la capacidad de
tiempo para implementar, ello basado en la cantidad de casos asignados por dupla
psicosocial que corresponde a 18 NNA. Sin ir más lejos, finalizó el 2021 y no existió
ninguna posibilidad de acceder a espacios formativos en este modelo más allá de
los textos disponibles en la web que hacen referencia al modelo de Jesús Palacios.
Ello pone en entredicho la real capacidad del Estado no sólo para instalar prácticas
ajustadas al enfoque de derechos, sino además a la posibilidad de generar control
respecto de la utilización de recursos públicos que van en directo beneficio de NNA
que lo necesitan.
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CONCLUSIONES

La actual necesidad de que el modelo de Familias de Acogida sea fortalecido no


sólo en su cobertura sino también en la manera en que ejecutan su labor hace
necesario no sólo que sean generadas las directrices que permiten licitar un
proyecto, luego adjudicarlo, sino más bien, el cómo dicho proyecto será
implementado en un territorio específico, con una población específica garantizando
la transversalidad del Enfoque de Derechos en cada una de sus fases. Hoy las
familias requieren ser evaluadas, pero también requieren ser acompañadas en la
especificidad de su labor, educadas en temáticas relacionadas con el trauma
complejo, trastornos del vínculo, problemáticas de salud mental, discapacidad
intelectual, entre otras, justamente las temáticas de las cuales las Orientaciones
Técnicas vigentes no se hacen cargo. Se espera el rol garante del Estado, que esté
supervigilando las diversas prácticas de las OCAS y de cómo cada una de ellas
actúa en distintos territorios, distintas culturas y distintas formas de pensar la niñez.
De algo no hay duda, las Familias de Acogida, seguirán creciendo y se seguirá con
importantes campañas para captarlas, pero es de esperar que el mismo énfasis, se
logre en el proceso formativo y de acompañamiento de dichas familias que tienen
como propósito el cuidado de NNA que han sido vulnerados en sus derechos, en un
tiempo transitorio, mientras se restituyen sus derechos.
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BIBLIOGRAFÍA

1) Muñoz, G. y Abarca, V. (2016). El enfoque de derechos en los programas


sociales y la importancia de su evaluación. En Monroy-Cortes & Matus.
Innovación Social Efectiva. Una propuesta de evaluación de programas
sociales.
2) Observaciones finales sobre los informes periódicos cuarto y quinto
combinados de Chile. CRC, 2015.
3) Directrices sobre las Modalidades Alternativas del Cuidado de los Niños,
Asamblea General de Naciones Unidas, 2009.
4) Acuerdo Nacional por la Infancia, Ministerio de Desarrollo Social, 2018.
5) Anuario Estadístico 2019, Servicio Nacional de Menores, septiembre 2020.
6) Orientación Técnica Programa Familias de Acogida (FAE PRO),
Departamento de Protección de Derechos, enero 2021.

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