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Luis Cortés Olivares - Abogado de niños, niñas y adolescentes. Docente DDHH y Minorías.
Gobiernos, que silenciosamente abandonaron su rol activo y dejaron a las políticas públicas
a favor de los niños y niñas, truncas, vacías, sin garantías y herramientas concretas y fuertes
para efectivizar los derechos humanos, en especial el derecho a la reparación, a rehabilitar
niños y niñas. Es decir, se ha precarizado y no hay que ir muy lejos para ver cada tanto,
informes de los Tribunales de Justicia, de las agencias, universidades, con sendos reportajes
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Aquellos programas, que ya han trabajado por mucho tiempo en infancia, desde los años
90 hasta estos días, tendrán que seguir desempeñando sus labores en condiciones de
precariedad tal que la rehabilitación y recuperación, prometidas en esos tratados
internacionales no serán completas ni menos integrales, a lo que se le suma el contexto de
pandemia y sus efectos, como piso en el que deben desarrollar sus funciones.
El artículo 39 de la Convención de los Derechos del Niño obliga a los Estados a otorgar
terapias reparatorias a los niños, niñas y adolescentes en condiciones que promuevan su
recuperación en contextos de protección. Lo mismo ocurre con la Convención Belem Do
Pará del año 1994, cuando llama en su artículo 8, a Los Estados Partes en adoptar,
progresivamente, medidas especiales, inclusive programas específicos para que la mujer y
niña objeto de violencia, tengan acceso a programas eficaces y justos de rehabilitación y
capacitación que le permitan participar plenamente en la vida pública, privada y social.
disfrute del más alto nivel posible de salud y a servicios para el tratamiento de las
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enfermedades y la rehabilitación de la salud”, y compromete a los Estados a esforzarse “por
asegurar que ningún niño sea privado de su derecho al disfrute de esos servicios sanitarios”
Cuando se discute en qué se puede gastar, parece lo más difícil, lo político de la decisión de
invertir en infancias y adolescencias que puedan salir adelante de sus padecimientos y de
las consecuencias de graves delitos. Todo junto a profesionales con herramientas
necesarias para acompañarles, y a sus familias y adultos responsables en mejorar la calidad
de los cuidados, de poder cambiar situaciones y circunstancias por otras más favorables, y
así construir y re construir los mundos dañados por las violencias. El gasto sí que es político,
cuestión que se ha podido advertir en estos días.
¿Cuándo gastar? Invertir en rehabilitar, en sanar y recuperar grupos que tienen altos
índices de victimización, es una decisión política que debe adoptarse ahora, no hay más
tiempo para seguir evaluando y diagnosticando. La situación es grave porque ya lo era por
décadas, hoy es cuando deben destinarse recursos frescos en pos de la mejora de
escenarios protectores para los niños y niñas, en especial para los programas públicos y de
la sociedad civil que laboran diariamente en condiciones precarias, con la infancia y
adolescencia.
El Gobierno ha informado del programa de salud mental “Saludable Mente”, sólo se conoce
que se conformará una mesa de expertos y que se fortalecerá la oferta pública en esta
materia. Se desconoce, si esto vendrá a mejorar los servicios e intervenciones que ya se
están desarrollando en infancia y adolescencia; si habrá inyección de recursos y, si en
definitiva responderá a políticas preventivas que pongan a los sujetos como actores
participantes.
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Un razonamiento distinto, sería un gran despilfarro de recursos públicos en políticas
reactivas, de parche, que no contengan componentes multisectoriales esenciales, sin la
opinión de los afectados y dejando de lado a los profesionales que ya, por años, han
laborado en salud mental y rehabilitación psicosocial de niños, niñas y adolescentes.
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