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Endless Love ~ Bookzinga ~ Lucky Girls

TRADUCCIÓN
Anavelam
Flor
Jessibel
LizC
OnlyNess

CORRECCIÓN
Flor
LizC
Marcela
Nanis
Serena

RECOPILACIÓN Y REVISIÓN FINAL


LizC

DISEÑO
Bruja_Luna_
Créditos 3
Sinopsis 5
Capítulo 1 6
Capítulo 2 19
Capítulo 3 32
Capítulo 4 43
Capítulo 5 54
Capítulo 6 71
Capítulo 7 81
Capítulo 8 93
Capítulo 9 106
Capítulo 10 117
Capítulo 11 126
Capítulo 12 139
Epílogo 150
Próximo libro 156
Sobre la autora 157
Me enorgullezco de ser centrada. Seguro, he tenido mi parte de
fantasías infantiles. Ganar un Oscar. Ganar la lotería. Ganar una medalla
olímpica por un talento atlético que aún no he descubierto. Pero la única
fantasía que alguna vez pensé que podría suceder de verdad era ganar al
mejor amigo de mi hermano.
Heath Holiday.
Mi enamoramiento por él ha disminuido y menguado a lo largo de los
años, pero el día en que comencé a trabajar para su empresa de
construcción fue el día en que lo sofoqué para siempre. Más o menos. En su
mayoría. Estaba en mi lista de tareas pendientes. Convertirlo en una
prioridad habría sido más fácil si no hubiera llegado a la fiesta anual de
Navidad de su familia luciendo ridículamente atractivo con un traje.
Luego me besó. Entramos en un universo alternativo y me besó.
Asumí que al día siguiente solo volvería a ser la hermanita de Guy. La novata
de la oficina. Nuestro beso olvidado. Excepto que sigue apareciendo en mi
casa. Con regalos.
Un brazalete de oro con tres cascabeles tintineantes. Dos aretes
delicados con joyas, cada uno con forma de lazo. Y al final, se trajo a sí
mismo.
El mejor amigo de mi hermano, preguntando si puedo guardar un
secreto.

Holiday Brothers #2
Stella

El nerviosismo bailaba en las yemas de mis dedos mientras alisaba la


tela de mi jersey.
—¿Cómo me veo?
—Bonita. —Wendy, mi mejor amiga, me inspeccionó de pies a
cabeza—. Pero no puedes ponerte esos pantalones.
—¿Por qué no? —Me giré hacia un lado, comprobando mi trasero en
el espejo.
Wendy se levantó de la cama y me entregó el batido verde que había
traído.
—Bébete esto.
Tomé un sorbo con el sorbete e hice una mueca.
—Puaj. ¿Cómo puedes soportar esto todos los días?
—Es bueno para ti. Lleva col rizada. Bebe —me ordenó,
desapareciendo en mi vestidor.
—Eww. —Llevé el batido al cesto de basura en la cocina y lo tiré.
Aterrizó junto al batido que había traído ayer. Luego tomé un palito de
regaliz rojo de la bolsa abierta en la encimera.
—¿Estás comiendo caramelos? —Los ojos de Wendy se desorbitaron
cuando salió de mi habitación, con unos jeans desgastados y ajustados en
la mano.
—Sí. Esta mañana comí una saludable tortilla con clara de huevo. —
Agité el regaliz en el aire—. Esto es para mí felicidad.
Frunció el ceño y arrojó los jeans golpeando mi rostro.
—Ponte estos.
—No voy a usar jeans en mi primer día. Mis pantalones están bien.
—Son demasiado holgados.
—Tienen piernas anchas.
—No muestran tu trasero.
Puse los ojos en blanco.
—Estoy intentando mostrar mi cerebro. No mi trasero.
—Pero Heath va a estar allí.
Heath. Solo escuchar su nombre hizo que mi corazón se acelerara.
—No importa.
—Claro —dijo inexpresiva.
—No importa. Ya no. Está a punto de ser mi compañero de trabajo y
nada más. —Eso sonó tan convincente que casi me lo creí—. Lo he superado.
Estoy lista para conocer a un tipo que realmente se fije en mí.
—¿En serio? —preguntó Wendy.
—Sí. Solo fue un tonto enamoramiento. —Un tonto enamoramiento de
quince años.
Desde mi duodécimo cumpleaños, cuando dejé de creer que los chicos
tenían piojos, había estado enamorada de Heath Holiday. El mejor amigo de
mi hermano.
De todas mis fantasías de la infancia, conquistar a Heath era la única
que había durado hasta los veinte años; había abandonado la esperanza de
ganar un Grammy porque era sorda y de ganar una medalla olímpica porque
no tenía talento atlético.
Mi enamoramiento por Heath había experimentado sus picos y valles.
Algún que otro novio le robó el protagonismo a Heath de vez en cuando. Pero
el enamoramiento había perdurado.
Hasta ahora.
Hacía dos semanas, Keith, su padre, me había contratado como jefa
de proyecto para su empresa de construcción. Heath y yo íbamos a ser
compañeros de trabajo en Holiday Homes, y había llegado el momento de
sofocar mi enamoramiento para siempre.
Quince años eran suficientes.
Hubo un tiempo en el que me hubiera puesto pantalones ajustados
con la esperanza desesperada de que él apreciara mi trasero y tal vez, solo
tal vez, me viera como algo más que la hermanita de Guy. Esos días habían
terminado.
—Entonces, ¿eso significa que vas a salir con Jake? —cuestionó
Wendy.
—No.
—Vamos. Él está muy bueno.
—Entonces, sal tú con él.
—Trabajamos juntos —comentó—. Eso sería raro.
Jake, al igual que Wendy, era entrenador personal en el gimnasio más
grande de la ciudad. Era sexy, ella no estaba equivocada. Excepto que Jake
sabía exactamente lo sexy que era y no tenía ningún deseo de salir con un
hombre que pasaba más de tres horas al día mirándose al espejo.
Terminé mi trozo de regaliz y, a pesar del ceño fruncido en su rostro,
tomé otro.
—De acuerdo, será mejor que me vaya al gimnasio. Tengo un cliente
a las ocho. —Se dirigió al sofá y recogió su abrigo y se lo puso—. Buena
suerte en tu primer día. Espero un informe completo.
—Sí, sí, sheriff.
—Eso ni siquiera se acerca. —Se rio—. Capitán. A la orden, capitán.
—Prefiero un sheriff que un capitán. Me mareo.
Se rio de nuevo y se acercó para darme un abrazo.
—Considera unos pantalones que realmente favorezcan tu figura.
—No lo haré. —La acompañé hasta la puerta principal, despidiéndome
con la mano mientras atravesaba a toda prisa el estacionamiento abarrotado
de mi complejo de apartamentos. Luego me apresuré a ir al baño para
revisar por última vez mi maquillaje y mi cabello.
Mis mechones rubios estaban apartados de mi rostro, recogidos en un
moño elegante, aburrido pero profesional. Mis labios estaban pintados de
un rosa claro, un tono clásico pero bonito. Mi jersey gris era suave y peludo.
Aunque prefería los colores vivos y atrevidos, hoy era el epítome de la
sencillez. Lo único descabellado de mi atuendo era su idoneidad. Con
pantalones y todo.
De acuerdo, quizás Wendy tenía razón. Los pantalones eran un poco…
holgados.
Me coloqué delante del espejo y me giré de lado para mirar mi trasero
por encima del hombro. Parecía… enorme.
—Es por eso por lo que no uso estos pantalones. —Mordí mi labio
inferior, moviendo mi trasero ante el espejo. Sin importar el ángulo, parecía
el doble de su anchura real y plano como un panqueque.
¿Y qué? Mis compañeros de trabajo no mirarían mi trasero.
Impresionar a Heath no era el objetivo, no es que él se diera cuenta.
Hace un año, mi hermano había organizado un fin de semana de esquí
y fiesta en Big Sky. Heath y yo habíamos estado allí, y había desfilado por
ese condominio con mi bikini más pequeño antes de darme un chapuzón en
el jacuzzi. ¿Se había dado cuenta de que estaba prácticamente desnuda?
No. Unos pantalones más ajustados no haría la diferencia.
Además, no me importaba que se fijara en mí hoy en el trabajo,
¿verdad? Correcto.
La razón por la que desabroché el botón de la cintura y empujé los
pantalones hacia el suelo no era Heath. Era por mí. Porque en tu primer día
de trabajo, deberías amar tu atuendo. Por eso me estaba cambiando. No por
Heath. Para nada. Ni siquiera un poquito.
Me quité los zapatos y corrí por la casa hasta el lavadero. Mis
pantalones negros favoritos estaban en la secadora, así que rebusqué en el
montón y encontré los adecuados. Metí mis piernas y subí la cremallera
mientras me dirigía al dormitorio. Con los tacones puestos, me miré por
última vez en el espejo. Con estos pantalones, tenía trasero. Un gran trasero.
—Mucho mejor.
Salí a la calle con el abrigo en la mano. La nieve cubría el
estacionamiento y las calles de Bozeman, Montana. El sol brillante hizo que
el viaje a través de la ciudad hasta Holiday Homes fuera de un blanco
cegador.
Mi ciudad natal estaba engalanada para las fiestas y lo había estado
desde el Día de Acción de Gracias. Los árboles de hoja perenne estaban
adornados con luces de colores. Las farolas antiguas a lo largo de la calle
principal estaban adornadas con guirnaldas y lazos. Los escaparates
estaban repletos de nieve artificial y bastones de caramelo. Era mi época
favorita del año, el día perfecto para comenzar una aventura nueva.
Bozeman había cambiado durante mis veintisiete años. Los campos
de cultivo que antes se extendían por las afueras de la ciudad ahora estaban
llenos de casas y negocios. La mayoría de los rostros en la tienda de
comestibles eran desconocidos, aunque las sonrisas permanecían. Nuestras
raíces pueblerinas corrían profundas. Me gustaba creer que la cultura
amistosa de Bozeman se debía en parte a las familias que habían vivido aquí
durante generaciones, como la mía. Y la familia Holiday.
Era emocionante ver cómo crecía la comunidad y formar parte de este
auge. Desde que me gradué en la universidad con un título en negocios,
había trabajado para una empresa de construcción local como directora de
proyectos. Las casas que construían eran bonitas, aunque predecibles. Las
casas especiales y los bloques prefabricados no eran demasiado atractivos,
así que cuando me enteré de que Holiday Homes, el principal constructor
de casas personalizadas del valle estaba buscando a alguien que se uniera
a su equipo, había arrojado mi nombre en el sombrero.
Tenía años de experiencia relevante y era muy buena en mi trabajo.
Pero si la razón por la que me habían elegido entre todos los demás
candidatos era porque Guy y Heath eran mejores amigos, bueno… esta era
mi oportunidad de demostrar mi valía.
A partir de hoy.
Mi estómago dio un vuelco cuando introduje mi camioneta en el
estacionamiento de Holiday Homes. Mis manos temblaban cuando estacioné
y apagué el motor. Pero pareció que no pude obligarme a salir. Permanecí
sentada y contemplé el hermoso edificio de madera con ventanas enormes
que brillaban bajo el cielo azul.
La paga era casi el doble de lo que había estado ganando. Con este
sueldo, tal vez podría permitirme una casa el próximo año y dejar de alquilar
mi apartamento.
—Aquí vamos. —Respiré profundamente, luego enderecé mis
hombros, tomé mi bolso y entré.
Olía a café y aserrín, exactamente igual que el día de mi entrevista.
—Buenos días —saludó la recepcionista. Su largo cabello gris estaba
salpicado de blanco—. Me alegra volver a verte, Stella.
—Hola. —Mi voz tembló—. También me alegra verte.
—¿Emocionada por tu primer día?
—Y un poco nerviosa.
—He visto tu currículum. Lo harás muy bien. De hecho, estaba
revisando tu papeleo de empleada nueva. —Se puso de pie y rodeó su
escritorio situado en el vestíbulo, extendiendo una mano—. Gretchen.
—Por supuesto. Te recuerdo de la entrevista. —Estreché su mano, con
la emoción irradiando a través de mis dedos.
Gretchen parecía una persona sensata porque nos saltamos la charla
trivial para conocernos y me llevó directamente a mi oficina. Pasó veinte
minutos orientándome con un teléfono, una computadora y el correo
electrónico de la empresa. Luego me entregó un montón de papeles que
necesitaban mis firmas.
—Hagamos un recorrido por las oficinas —dijo—. Luego te dejaré
revisar este papeleo. Keith está en una reunión con un cliente esta mañana,
pero debería estar en la oficina a las diez.
—Me parece bien. —Asentí con demasiada fuerza. Mi voz seguía
temblorosa por los nervios. Y maldita sea, ¿cuándo iban a dejar de temblar
mis manos?
—Keith es un gran jefe. Llevo quince años trabajando aquí. No
encontrarás una familia mejor.
Abrí la boca para decirle que había conocido a los Holiday durante
casi toda mi vida, pero la cerré y le di otro asentimiento demasiado
entusiasta.
Tal vez Gretchen sabía que los Holiday me conocían desde mis días de
coletas. Que había pasado mi infancia persiguiendo a Heath y a su hermano
gemelo, Tobias, por el patio de recreo. Tal vez sabía que había ido al mismo
instituto y universidad, y que nuestra conexión personal era probablemente
la razón por la que estaba sentada en este escritorio.
Pero no necesitaba decírselo a nadie. Estaba aquí para demostrarle a
esta empresa y a este equipo, que era un activo. Había una posibilidad de
que el favoritismo me hubiera hecho pasar por la puerta. Pero les
demostraría a todos los empleados que podía hacer este trabajo.
El recorrido por la oficina de Gretchen fue un torbellino de nombres y
títulos. Holiday Homes había crecido desde sus inicios en el garaje de Keith,
treinta años atrás, hasta tener una plantilla de veinte personas en la oficina
y el triple en el personal de mano de obra.
El edificio de oficinas tenía dos plantas, y en la de arriba estaban la
mayoría de las oficinas, incluida la mía. En la primera planta había tres
salas de conferencias con grandes ventanas de madera. Junto a ellas había
una sala de descanso con una nevera de acero inoxidable, una máquina de
café expreso y dos cafeteras.
La oficina situada en la esquina de la de Keith estaba oscura y vacía.
La habitación contigua también estaba vacía, aunque las luces estaban
encendidas. No tuve que preguntar de quién era esa oficina. Olí la colonia
amaderada de Heath.
No me permití retener ese olor increíble. Hoy no. Porque a partir de
ahora, Heath era mi compañero de trabajo. Mi figura tipo jefe. Un amigo de
mi familia. Nada más.
—Heath debe haber entrado a hurtadillas mientras estábamos arriba
—dijo Gretchen—. Estoy segura de que lo encontraremos.
Me había pasado la mayor parte de mi vida buscando a Heath.
—De acuerdo.
—Él dirige nuestras construcciones más grandes, y todo el personal
de construcción se reporta a él. Conocerás a los capataces y a las cuadrillas
con cada proyecto. La mayoría van y vienen de la tienda. Celebramos una
reunión con todo el personal una vez al mes. Y verás a los chicos en las
obras.
—No puedo esperar para verlo. —Otra vez.
La tienda estaba al otro lado de la ciudad, situada en una zona
industrial de Bozeman y no muy lejos de un destacado almacén de madera.
Estaba completamente alejada de todo, del trabajo o de casa, pero durante
la secundaria, cuando estaba en Bozeman High y Heath asistía a la
universidad en Montana State, pasaba por la tienda casi a diario con la
esperanza de verlo.
Durante las vacaciones de verano de la universidad, era el tipo que
estaba en la tienda recargando los remolques con suministros. De vez en
cuando lo veía, sudoroso y espléndido, cargando tablas en un camión de
plataforma.
—¿Tobias? —Gretchen asomó la cabeza en la oficina de al lado.
—Pasa, Gretchen. —Un rostro familiar me recibió con una amplia
sonrisa blanca. Tobias se levantó de su escritorio y dobló la esquina para
sentarse en el borde—. Hola, Stella. Bienvenida a bordo.
—Gracias. —Le sonreí a Tobias, y mis nervios adquirieron una
perspectiva completamente nueva.
Síp, esto es raro.
Este era Tobias, mi amigo de la infancia. El chico que nos había
perseguido a Guy y a mí por la sala de estar cuando jugábamos al pillapilla.
El chico que una vez había entrado accidentalmente en el cuarto de baño
mientras yo estaba orinando.
Ahora él era básicamente mi superior. Como arquitecto de Holiday
Homes, me daría órdenes y se aseguraría de que las cumpliera.
Si sentía algo de la misma incomodidad, no lo dejó ver.
—¿Cómo va todo hasta ahora?
—Muy bien. Gretchen me ha mostrado todo. Estoy segura de que se
cansará de responder mis preguntas antes de que termine el día.
—Pfft. —Hizo un gesto con la mano restándole importancia—. Estoy
aquí para ayudar. Para lo que necesites.
—Gretchen, recuerdas a nuestro amigo Guy Marten, ¿verdad? —Le
preguntó Tobias—. Stella es su hermana.
—Oh, no me había dado cuenta de eso —dijo Gretchen—. Pero ahora
que lo mencionas, puedo ver el parecido.
Guy y yo teníamos el cabello rubio, aunque el suyo era un tono más
oscuro que el mío. Teníamos los mismos ojos color avellana y narices
estrechas. Pero mientras él siempre estaba haciendo el tonto, contento solo
si se ganaba las risas y era el centro de atención, yo había sido la chica que
amaba más los momentos de tranquilidad. La chica que nadaba, hacía
senderismo o se perdía en un libro. Mis viernes por la noche solían pasarlos
en pijama de franela con un bol de palomitas de maíz y el último programa
de éxito.
—Ya que conoces a Heath, supongo que no hace falta que lo
localicemos —dijo Gretchen, y luego miró su reloj—. Bien, tenemos un poco
de tiempo antes de que llegue Keith. Te dejaré charlar y luego te
instalaremos en tu oficina. ¿Quieres un café?
—Puedo encargarme de eso. Gracias, Gretchen.
—Como dijo Tobias, bienvenida a bordo. Somos una familia aquí en
Holiday y estamos muy contentos de tenerte. Keith quedó muy impresionado
con tu entrevista. Seguramente te va a arrojar un montón de cosas encima
hoy.
—Ella puede manejarlo. —Una profunda voz ronca llegó desde la
puerta.
Eché un vistazo y mi estúpido corazón dio un vuelco.
Heath se apoyaba en el umbral, con las manos metidas en los bolsillos
de sus jeans.
—Hola, Stell.
—Hola, Heath. —No te sonrojes. No te sonrojes. Por favor, no te
sonrojes.
Mis mejillas se sintieron calientes, a pesar de mis órdenes silenciosas.
Había estado luchando contra este maldito rubor durante lo que parecía
toda mi vida.
¿Por qué no podía ver a Heath como veía a Tobias? Un amigo, nada
más. Tenían el mismo cabello oscuro. Los mismos ojos azules penetrantes.
Los mismos labios suaves y la misma nariz recta. Diablos, Tobias incluso se
había dejado crecer la barba y siempre había pensado que las barbas eran
sexis.
Pero ¿mi rostro ardió alguna vez por ese hermano Holiday? No. Nunca.
Ni una sola vez.
Heath tenía algo diferente.
Tal vez era porque cada vez que usaba una camisa abotonada, subía
las mangas hasta sus antebrazos esculpidos. Tal vez era la forma en que su
sonrisa estaba un poco torcida en el lado derecho. Tal vez era la forma en
que se reía a menudo y creía que las galletas eran un grupo alimenticio
importante.
Heath era… Heath. Un chico lindo que se había convertido en un
hombre ridículamente atractivo. Él era el sueño.
El sueño que necesitaba desterrar. De forma inmediata.
Se apartó del marco de la puerta para entrar a grandes zancadas en
la oficina de Tobias, acercándose, pero no demasiado. Su colonia me
envolvió como un abrazo cálido. Su metro noventa de estatura
empequeñecía mi metro sesenta y dos, y tuve que inclinar la barbilla cuando
sus ojos azules me atrajeron.
—¿Cómo va el primer día?
—Bien. —Mi voz sonó jadeante. Aunque, teniendo en cuenta que
siempre era jadeante cuando él estaba en la misma habitación,
probablemente pensaría que era normal. Gretchen y Tobias no pensarían
eso. Me aclaré la garganta, dejándola bajar un poco—. ¿Cómo estás?
Demasiado baja. Maldición. Ahora sonaba como si estuviera
personificando a un hombre.
Gretchen estaba mirando.
Simplemente sonríe. Aquí no hay nada extraño, Gretch. Todo está
normal. Totalmente normal.
—Ocupado —respondió Heath. Cierto, había hecho una pregunta—.
Los jueves siempre son agitados.
El jueves era un día extraño para empezar un trabajo nuevo, pero
cuando le di a mi antiguo empleador mi aviso de dos semanas, me había
pedido unos días más para terminar el proyecto en el que había estado
trabajando.
—¿Conseguiste una oficina? —preguntó.
—Sí. Gretchen lo ha arreglado todo.
—Buen trato. —Golpeó mi codo con el suyo. Y ahí fueron mis mejillas
de nuevo. Mierda—. Voy por un café. Iré a visitarte más tarde. Guy me dijo
algo sobre un inodoro obstruido. Tendrás que contarme cómo resultó todo
eso.
Me quedé boquiabierta.
¿Por qué, de todas las cosas que Guy y Heath podían discutir, el hecho
de que yo hubiera atascado mi inodoro era algo digno de conversación?
Odiaba a mi hermano. En serio, odiaba a mi hermano.
Guy ni siquiera se habría enterado del incidente del inodoro si no se
hubiera acercado mientras limpiaba el suelo del baño con toallas.
—No fue nada. —Miré a Tobias y a Gretchen, mis nuevos compañeros
de trabajo que no tenían por qué pensar que tenía problemas de plomería,
con mi casa o mis intestinos—. Estaba limpiando y la parte superior de la
varilla de mi inodoro, de las desechables, no bajó como debía. Mi padre se
acercó y lo limpió por mí. Ya está todo arreglado. Y a partir de ahora solo
tiraré los números uno y dos.
Oh. Dios. Mío.
¿Por qué, Stella? ¿Por qué?
La habitación permaneció en silencio durante un rato, y luego
Gretchen sonrió y se excusó. Tobias se rio entre dientes y volvió a su silla.
Y yo pasé junto a Heath, escabulléndome hacia la sala de descanso.
Me tragué un gemido. No fue la mejor manera de empezar. Ni la peor,
pero tampoco la mejor. Pero teniendo en cuenta mi historial de momentos
embarazosos con Heath, me conformaría con una discusión extraña sobre
el baño.
Fue mejor que la vez que tuve mi periodo en el parque cuando tenía
catorce años. Heath y Guy habían salido a jugar al fútbol y yo había decidido
salir con un libro y una manta, con la esperanza de que Heath me hablara.
Llevaba puestos mis pantalones cortos blancos más bonitos.
Guy lo había visto (literalmente) primero. Declaró, delante de Heath,
que necesitaba ir a casa para buscar un tampón.
Podría decirse que fue el peor de mis momentos embarazosos.
Aunque el segundo lugar lo ocupa la vez que, en séptimo grado, Heath
había venido a jugar a los videojuegos con Guy. Me detuve en la sala de
estar para mirar. Mamá había hecho huevos esa mañana y los huevos
siempre hacían que mi estómago retumbara. Estaba sentada allí, pendiente
de cada palabra de Heath. Él había dicho algo gracioso. Me reí. Y se me
escapó un pedo. El ruido y el olor los habían ahuyentado de la habitación.
¿Inodoro obstruido? Sin dudarlo. Había sobrevivido a cosas mucho,
mucho peores. El resto de mi día no sería más que normal. Tomaría un café
y luego haría el papeleo en mi oficina nueva antes de mi reunión con Keith.
—Tazas… —Abrí los armarios sobre las cafeteras de la sala de
descanso y los encontré vacíos—. De acuerdo, quizás no necesito café.
—Las tazas están aquí. —Heath entró a grandes zancadas,
dirigiéndose al armario junto a la nevera—. Le dije a papá que éste no era el
lugar lógico para guardarlas, pero le gustan junto al lavavajillas.
—Ah. Bueno, para que conste, estoy de acuerdo contigo.
—Gracias. —Sonrió y me entregó una taza de cerámica blanca—. Me
alegro de que estés aquí. Hemos estado desbordados y será genial tener a
alguien con experiencia.
—También estoy emocionada de estar aquí. —Llené mi taza y sonreí—
. Me gustaba mi otro trabajo, pero creo que esto se ajustará más a mis
intereses. En realidad, me encantan las casas que ustedes construyen.
Holiday Homes era conocida por su atención meticulosa al detalle.
Durante los últimos cinco años, cada una de sus exhibiciones en el Desfile
Anual de Hogares había sido mi favorita.
—También tenemos algunos proyectos divertidos —dijo Heath.
—Bien. —Levanté mi taza en forma de saludo—. Será mejor que me
ponga a hacer el papeleo de empleada nueva. Hasta luego.
Él asintió.
—Que tengas un buen día.
Me alejé, completamente impresionada conmigo por haber superado
ese intercambio sin que mis mejillas se sonrojaran y sin divagaciones sin
sentido.
Obviamente, había hablado con Heath muchas, muchísimas veces.
Pero, por lo general, Guy estaba allí para burlarse de mí o hacer el tonto.
Ahora que trabajábamos juntos, tal vez Heath me vería como una adulta si
pasábamos algún tiempo lejos de mi hermano.
Estaba a un paso de la puerta cuando Heath me llamó por mi nombre.
—Stella.
—¿Sí? —Me giré.
Se acercó, invadiendo directamente mi espacio personal.
Mi respiración se entrecortó cuando se detuvo tan cerca que el calor
de su pecho irradió contra mi cuerpo.
Se inclinó, su cuerpo grande y fuerte cayó en cuclillas. Sus dedos
rozaron mi pantorrilla.
Observé atónita, sin palabras, mientras se enderezaba sosteniendo un
pequeño trozo de encaje negro.
Una tanga.
Mi tanga.
Mi tanga que había estado pegada a mis pantalones todo el tiempo.
Maldita sea. Durante la mañana. Durante mi tiempo con Gretchen. Durante
la visita para conocer a mis nuevos compañeros de trabajo. Durante mi
conversación en la sala de descanso con Heath.
No había una palabra para este nivel de mortificación.
—Um… —Me tendió la tanga.
Se la quité de la mano, totalmente aturdida. Si no me hubiera
cambiado la ropa interior, si solo me hubiera puesto los pantalones, la
adherencia estática no habría sido un problema. Sin embargo, ahí estaba
yo, con unos pantalones ajustados y un par de bragas en el puño.
Los incidentes del período y los pedos palidecieron en comparación.
Heath me dedicó una sonrisa pequeña, luego se deslizó junto a mí y
caminó por el pasillo hacia su oficina.
—Oh. Dios. Mío. —Dejé el café a un lado y enterré mi rostro enrojecido
en mis manos.
Cuando se trataba de Heath Holiday, estaba condenada.
2
Heath

—¿Hay alguna posibilidad de que me consigas la oferta de Winthrop


para mañana? —preguntó papá.
—Ja. —Me reí—. No.
Frunció el ceño.
—¿Por qué no?
—Porque es el tercero en mi lista. —Golpeé con el bolígrafo el bloc de
notas que tenía frente a mí—. Me dijiste que las ofertas de Grant y Freeman
eran prioritarias.
—Maldita sea —murmuró—. Tenemos demasiadas prioridades.
—No estás bromeando.
—Con suerte, si Stella se pone al día rápidamente, podremos trasladar
algunos de estos proyectos de tu plato al suyo.
—Eso sería genial. —A estas alturas, no podía seguir el ritmo de las
estimaciones y mucho menos de cada obra, porque estaba siendo empujado
en siete direcciones diferentes.
Incluso en diciembre, un mes en el que el negocio debería haber sido
más lento que lo habitual, nuestras cuadrillas se esforzaban por mantener
el ritmo de la demanda. Hacía demasiado frío para echar los cimientos de
las construcciones nuevas, pero teníamos suficientes viviendas en progreso
como para que cada equipo de construcción estuviera asignado a una obra.
La mayoría estaba haciendo horas extras en la estructura o el suelo o en
una de las muchas otras tareas, pero mi cerebro estaba tan frito que las
había olvidado en ese momento.
—Llego tarde a la cena y tu madre se va a enfadar. Será mejor que me
vaya a casa. —Papá se levantó de su silla frente a mi escritorio—. Nos vemos
mañana.
—Sí. Adiós, papá.
Me despidió con la mano y salió, pasando por su oficina de la esquina
para tomar su computadora portátil y su abrigo antes de que las luces se
apagaran.
—Adiós, papá —dijo Tobias desde su oficina. Cinco minutos más
tarde, después de revolver el papeleo y cerrar los cajones del escritorio, gritó
por el pasillo—: Yo también me voy.
—Nos vemos —le dije.
—¿Quieres que cierre?
—Yo lo haré.
—No te quedes hasta muy tarde. —Sus pasos resonaron en los pisos
de nogal mientras atravesaba el vestíbulo y salía por la puerta principal.
Si había alguna posibilidad de que me tomara la semana entre
Navidad y Año Nuevo, definitivamente me quedaría hasta tarde.
El silencio se instaló en el edificio y me hundí más en mi silla, frente
a la montaña de trabajo que tenía sobre mi escritorio. Era desalentador.
Menos mal que no me importaban los retos.
Papá quería que calculara el trabajo de Winthrop, así que busqué el
archivo de Winthrop. Saqué las notas que había tomado durante nuestra
última reunión y encontré el boceto que Tobias había elaborado después de
su consulta inicial.
De momento, él era nuestro único arquitecto. Su predecesor se había
jubilado esta primavera y Tobias había tomado el relevo. Mi hermano estaba
tan ocupado como yo después de Año Nuevo. Habíamos hablado de buscar
otro arquitecto para que se uniera al equipo.
Mientras que a Tobias le encantaba la planificación, las mediciones y
los detalles más pequeños, a mí me gustaba simplemente hacer las cosas.
Me gustaba ver cómo un trozo de tierra se transformaba en una casa.
Mientras la construcción fuera de calidad y nuestros clientes estuvieran
contentos, no me importaba si el estilo del tejado era a dos aguas, a cuatro
aguas o abuhardillado.
Para el plan de sucesión de papá, nuestros intereses variados habían
funcionado perfectamente. No tenía que elegir a un hijo para que se hiciera
cargo de la dirección porque Tobias no tenía interés en sustituirlo como
director general. Ese puesto recaería en mí, mientras que mi hermano
pasaría felizmente sus días en un escritorio de dibujo.
Papá no estaba ni cerca de estar listo para jubilarse y, a los
veintinueve años, yo no estaba ni cerca de estar preparado para tomar el
relevo. Tenía demasiado que aprender de mi padre. Tenía demasiado respeto
por él como para pisar sus zapatos.
Así que, por ahora, dirigía a los capataces y a su personal mientras
elaboraba los presupuestos de nuestros trabajos más grandes y
pretenciosos. Papá supervisaba a los gerentes de proyecto, que actuaban de
enlace con los capataces para asegurarse de que los clientes estuvieran
contentos y de que los calendarios y presupuestos se ajustaran a lo previsto.
En el último año, habíamos contratado a tres gestores de proyectos nuevos,
y aun así, no podíamos mantener el ritmo.
Holiday Homes estaba creciendo. Y con eso, también mis horas.
Me alejé de mi escritorio y fui a la sala de descanso para tomar un
vaso de agua. Luego volví a mi oficina y me puse a trabajar. Iba por la mitad
de mis notas sobre el proyecto Winthrop cuando un ruido resonó en el techo.
Mis dedos se congelaron sobre el teclado.
—¿Qué demonios?
Otro ruido hizo que me pusiera de pie y corriera hacia las escaleras.
Ya todos deberían haberse ido a casa. Las luces del pasillo estaban
apagadas. Todas las oficinas estaban a oscuras.
Excepto una.
La de Stella.
¿Qué estaba haciendo todavía aquí? Era su primer día. Si alguien
debiese haberse ido a casa a estas alturas, era ella.
Los pies de Stella estaban descalzos, sus tacones desechados estaban
junto a la ventana. Las mangas de su suéter estaban amontonadas a la
altura de sus codos mientras se apresuraba a recoger los cubitos de hielo
del suelo.
—¿Qué estás haciendo?
—¡Ah! —gritó, girando su rostro rápidamente hacia la puerta—. Oh,
Dios mío, me asustaste.
—Lo siento. —Levanté las manos, entrando en su oficina—. Pensé que
era el único que quedaba, entonces escuché un ruido.
—Derribé mi vaso. Estaba vacío excepto por el hielo. —Recogió tres
cubitos más y los dejó caer en el vaso antes de ponerse en pie.
Su cabello se desprendía de su moño, unos largos mechones rubios
enmarcaban su rostro.
Stella Marten era una de las mujeres más hermosas que hubiera visto
nunca.
Y era la hermana de mi mejor amigo.
No puedo pensar que es hermosa. Me lo había estado recordando
durante años.
No podía ahogarme en esos ojos color avellana ni pensar en besar sus
labios suaves. No podía fantasear con sus piernas tonificadas rodeando mis
caderas o con el hecho de que había tenido sus bragas en mi mano esta
mañana.
Fuera de los límites. Stella siempre había estado fuera de los límites.
—¿Cómo estuvo tu primer día? —pregunté, terminando de entrar en
la oficina y ocupando la única silla vacía frente a la suya en el escritorio.
—Bien. —Se hundió en su silla y la hizo rodar de adelante hacia atrás.
Había más papeleo en el escritorio del que esperaba ver—. Tu padre cree en
beber de una manguera de incendios, ¿no?
—Dos mangueras. —Me reí—. ¿Qué te dio?
—La remodelación de Jensen.
Me estremecí.
—¿Tan mal está?
—Está por encima del presupuesto y con retraso.
Esperaba un gemido. Quizás una retahíla de improperios. Pero Stella
se sentó más recta y asintió.
—Lo arreglaré.
—Creo que puedes.
Stella, al igual que yo, no retrocedía ante muchos desafíos. Aunque
era dos años más joven, de niños siempre nos había seguido el ritmo a Guy,
Tobias y a mí. En nuestras bicicletas, por mucho que tuviera que pedalear,
seguía el ritmo. En la piscina, cuando la habíamos desafiado a probar el
salto de altura, ella se había tapado la nariz y había saltado. Y en la colina
de esquí, cuando todos intentábamos con nuestras primeras tablas de esquí
Black Diamond, ella nos siguió montaña abajo.
—Gracias. —Sus mejillas se sonrojaron.
Ese rubor suyo era tan bonito como sus ojos. Lo había visto
innumerables veces en mi vida y nunca me cansaba de verlo.
—¿Qué puedes decirme sobre el proyecto Jensen? —preguntó.
—Bueno… ha sido un desastre desde el principio, en parte porque no
teníamos tiempo para asumirlo y deberíamos haberlo rechazado. Pero papá
es amigo de Joe Jensen y no quiso negarse. Después, como no lo
rechazamos y nadie tenía tiempo, no ha tenido en realidad un recurso
principal. Todos hemos aportado, aquí y allá, pero lo que necesita es un
conductor que lo lleve a cabo.
—Puedo hacerlo. —Señaló con la cabeza el desorden de papeles en su
escritorio—. Tan pronto como le dé sentido a esto.
—Hice el presupuesto original. Creo que han recibido algunas órdenes
de cambio desde entonces, pero puedo repasar los detalles contigo si
quieres.
—¿En serio? Eso sería genial.
—¿Qué tal ahora?
—Si no te importa.
—En absoluto. —Tenía otro trabajo que hacer, pero en el último año
me había resultado cada vez más difícil mantenerme alejado de Stella.
Le echaba la culpa a esa maldita fiesta que Guy había organizado el
año pasado en Big Sky. Stella había venido a esquiar y luego a la fiesta en
el condominio. Se había dado un chapuzón en el jacuzzi todas las noches y
la imagen de ella en ese bikini naranja se había grabado a fuego en mi
cerebro.
Era como si se hubiera encendido una bombilla. Stella no era Stella,
la hermanita de mi amigo y el estorbo. Stella era Stella.
Hermosa. Inteligente. Encantadora. Sexy.
Me gustaba Stella.
A pesar de las razones por las que no debería.
Llevé mi silla hasta su lado del escritorio mientras ella deslizaba una
carpeta de archivos. Luego nos metimos de lleno en el asunto y pasamos la
siguiente hora revisando los dibujos, el calendario y las notas de
actualización de progresos.
—Mañana, busquemos una hora y te llevaré a la obra.
—Gracias, Heath.
—De nada.
Sus ojos se encontraron con los míos, y por un momento, casi me
incliné. Durante un año, había tenido la tentación de cruzar la línea. De
probar los labios que había querido saborear durante meses. Pero la voz de
Guy sonó en mi cabeza.
Fuera de los límites.
—Este proyecto parece costar una mano y un pie, ¿no? —preguntó.
—¿Qué? —Parpadeé—. Una mano y… oh. Quieres decir que cuesta un
brazo y una pierna. Así es el dicho.
—Una mano y un pie parecen menos extremos que un brazo y una
pierna. —Hizo un gesto restándole importancia—. Ya sabes cómo son los
refranes. Patata, tomate.
—Tampoco es un refrán.
—Pa-ta-ta, to-ma-te.
Luché contra una sonrisa.
—Sigue sin ser correcto.
—Para mí tiene sentido. —Se encogió de hombros—. Estoy de acuerdo
en que no estoy de acuerdo.
—Eso es… —Perdí la batalla y me reí. Dios, era divertida. De una
manera natural, no intentaba ser graciosa.
Era simplemente… Stella.
—Es tarde. —Me relajé en mi silla—. Estaba pensando pedir algo para
cenar. ¿Quieres quedarte a comer? ¿O estás lista para salir de aquí?
—Podría comer.
—¿Qué te apetece?
—Lo que quieras. Sorpréndeme.
Saqué mi teléfono del bolsillo y abrí la aplicación Door Dash. Había
comido lo suficiente en casa de los Marten como para saber que a Stella le
encantaba la pizza de pepperoni. Una vez ordenada, señalé con la cabeza
los papeles de su escritorio.
—Además del proyecto Jensen, ¿qué más te dio mi padre?
—Ese es el único proyecto por ahora, pero mencionó algunas cosas de
organización general. Durante mi entrevista, le conté cómo había
investigado este software nuevo de gestión de proyectos para mi antigua
empresa. Le expliqué cómo funcionaba y cómo podía mejorar la eficiencia y
la comunicación con los clientes, pero mi jefe no quiso mostrárselo al
propietario. Dijo que nuestros procesos funcionaban bien, así que ¿por qué
cambiarlos?
—Ah. ¿Por eso te fuiste?
—En parte. También me gustan mucho las casas que ustedes
construyen.
—Son las mejores. —El orgullo era evidente en mi voz.
Papá había creado Holiday Homes con sus dos manos, sangre, sudor
y agotadoras horas de trabajo. Sus estándares se habían transmitido a
nuestros artesanos, y nunca se conformó con menos de lo excepcional.
Puede que ya no empuñe un martillo, pero contrató a hombres que
compartían su destreza. Construían casas en las que todos estarían
orgullosos de vivir.
—¿Cuál es el software? —pregunté.
—Solo es una interfaz de cliente. Los clientes pueden entrar para ver
sus horarios y facturas. Es donde se procesan las órdenes de reformas. El
equipo toma fotos de su progreso cada día y nosotros podemos cargar las
fotos en un panel de control. Eso hace que todo el proceso sea más
transparente. Probablemente por eso mi antiguo jefe no quería hacerlo.
Sería más difícil ocultar las fechas incumplidas.
—Papá es un gran defensor de ser sincero con el calendario. Apuesto
a que comenzó a salivar con esto.
Ella sonrió.
—Estaba muy emocionado.
—En estos días papá es pura organización. Cree que tenemos un
equipo sólido, pero nos falta personal en la parte comercial. —Teniendo en
cuenta que Stella y yo estábamos aquí al anochecer, no estaba equivocado.
—¿Qué opinas? —preguntó ella.
Era la primera vez que alguien me hacía esa pregunta en mucho
tiempo.
—Creo que a veces papá quiere que este negocio sea perfecto para que,
cuando se jubile, todo sea fácil para Tobias y para mí. Excepto que, olvida
que a ninguno de los dos nos molestan las aguas turbulentas.
—Te aburrirías si fuera perfecto.
—Sí, lo haría. —Una sensación familiar se instaló en mi pecho. Una
sensación que normalmente solía tener cuando estaba alrededor de Stella.
Hablar con ella era como hablar con mi amiga más antigua. Me conocía, me
entendía, posiblemente mejor que nadie, incluyendo a su hermano.
Stella era más perspicaz. Tal vez solo era una cosa femenina, pero
hacía las preguntas que los hombres no suelen hacer.
Mi comodidad con ella era una razón más por la que me había tentado
durante un año. El incidente del bikini había abierto mis ojos, pero si era
honesto conmigo, Stella me había atraído durante mucho más tiempo. Por
eso aparté mi mirada de su rostro hermoso y me puse de pie, volviendo a
colocar la silla al otro lado del escritorio.
—Te estoy impidiendo hacer tu trabajo —dijo ella—. Lo siento.
—No te disculpes. Voy a bajar las escaleras. —Necesitaba poner una
escalera entre nosotros antes de hacer una tontería—. Te llamaré cuando
llegue la cena.
—De acuerdo. Gracias de nuevo.
—Siempre. —Sonreí y desaparecí.
Mi oficina estaba fría comparada con la suya y no olía ni la mitad de
bien sin su perfume dulce, pero las pequeñas interacciones con Stella eran
necesarias. De lo contrario, mi cuerpo tendría ideas sobre cómo hacerle
cosas al suyo. Cosas sucias y deliciosas.
El repartidor fue puntual, y antes de que volviera a establecer los
límites con Stella, entró en el edificio. Intercambié una propina de siete
dólares por una pizza de pepperoni y la dejé en la sala de descanso antes de
subir las escaleras de dos en dos.
Cuando llegué a su oficina, Stella estaba concentrada en el expediente
de Jensen, con un bolígrafo en la mano y un lápiz entre los labios.
Cómo quisiera ser ese lápiz.
Tragué con fuerza.
—La cena está aquí.
Sus ojos volaron hacia la puerta y su boca se abrió, dejando caer el
lápiz.
—Ahora voy.
Maldita sea, estaba hermosa, con el cabello suelto y la guardia baja.
Me obligué a alejarme, pasando una mano sobre mi rostro. ¿Qué
demonios me pasaba esta noche? A partir de hoy, éramos compañeros de
trabajo. Otra razón para mantener nuestra relación estrictamente platónica.
Cuando papá la contrató, le había dicho que era una gran decisión.
Stella sería un activo para nuestro equipo. Excepto que, tal vez dejar de lado
mi atracción podría ser más difícil de lo que había pensado. Pasaríamos
tiempo juntos. La vería a diario.
Fuera de los límites.
Sea lo que sea que pasaba conmigo, necesitaba poner en orden mis
cosas y rápido, porque Stella no iba a ir a ninguna parte. Ahora
trabajábamos juntos, y Guy cortaría mis pelotas si me atreviera a tocar a su
hermana.
¿Qué diría si supiera que hoy tuve sus bragas en mi mano?
Pobre Stella. Me reí entre dientes mientras sacaba platos, tenedores y
servilletas en la sala de descanso. Dudaba que alguien más hubiera visto su
tanga. Gretchen se lo habría dicho si se hubiera dado cuenta. La única razón
por la que lo había visto fue porque había estado observando a Stella,
absorbiendo esas piernas largas y esos pantalones negros perfectamente
ajustados. No demasiado holgados. Ni demasiado ajustados. Increíblemente
sexy.
La tanga se había adherido a su dobladillo, casi cayendo hasta sus
tacones. La imagen de ella usando solo esos tacones de aguja y esa tanga
apareció en mi cabeza y mi polla se sacudió detrás de la cremallera de mis
jeans.
No pienses en Stella desnuda. No pienses en Stella desnuda.
—Mi vida está jodida —murmuré.
—¿Qué?
Me giré y encontré a Stella detrás de mí.
—Oh, nada. Solo pensaba en un trabajo.
Un trabajo de mamada.
Maldita sea, Holiday. Hice un gesto hacia la mesa, tomando la silla de
la esquina.
Stella se sentó frente a mí y abrió la caja de pizza, cerrando los ojos a
medida que aspiraba el aroma del ajo y el queso.
—Me encanta la pizza de pepperoni.
—Lo sé.
Abrió los ojos y tomó un trozo, gimiendo al primer bocado.
—Moría de hambre.
La observé masticar, la forma en que se movieron sus labios y la
satisfacción en su rostro cuando volvió a cerrar los ojos, concentrada en
saborear la comida. Así era como Stella hacía la mayoría de las cosas. Con
intención. Siempre había tenido esa manera de saborear los sabores, olores
y sonidos que el resto de nosotros dábamos por sentado.
En mi mundo de distracciones interminables, Stella me hacía
detenerme y tomar una pausa.
Una gota de salsa se desprendió de la rebanada y aterrizó en su jersey,
justo en la parte superior de su pecho izquierdo.
Me quedé mirando, y se me hizo agua la boca por las ganas de lamerla.
—¿En serio? —Dejó la pizza y buscó rápidamente servilletas—. Te juro
que estás maldito.
—No estás maldita… espera. ¿Dijiste que estoy maldito?
—Bueno, sí. —Secó la salsa, pero todo lo que hizo fue agrandar la
mancha naranja. Finalmente se dio por vencida, haciendo una bola con las
servilletas y tirándolas a un lado—. Maldita sea. Este era un jersey nuevo.
—Estoy seguro de que saldrá. Pero no has respondido a mi pregunta.
¿Por qué estoy maldito?
—Porque mis momentos más vergonzosos ocurren todos cuando estás
cerca. —Señaló su jersey—. Ejemplo uno. El ejemplo dos es la tanga en mi
bolso.
Sonreí.
—Así que eso me convierte en un maldito.
—Absolutamente. La lista sigue y sigue. ¿Recuerdas aquella vez que
Guy compró un tobogán de agua en mi segundo año? Tú y Tobias vinieron
a probarlo y me desafiaron a que también lo hiciera. Y lo hice.
—Y se te cayó el top. —La imagen de sus pechos desnudos mientras
entraba en la casa era muy clara, incluso después de todos estos años.
Aquel bonito rubor rosado apareció en sus mejillas.
—¿Ves? Estás maldito. Eso fue horrible.
—No me importó —bromeé—. Ese incidente en el tobogán de agua fue
uno de mis recuerdos favoritos de la escuela secundaria.
—Maldito. —Tomó su porción de pizza y le dio un mordisco.
Tomé mi propia porción, centrando mi atención en comer para no
pensar más en los pechos de Stella. Pero esa mancha naranja era como un
faro hacia su pecho, y después de mi décima mirada, supe que era hora de
dar por terminado este día. Antes de cometer un error.
—¿Quieres más? —le pregunté, y cuando negó con la cabeza, cerré la
tapa de la caja y la llevé a la nevera—. ¿Ya has terminado esta noche?
—Sí. Gracias por la cena.
—De nada. —Señalé con la cabeza la puerta—. Está oscuro. Toma tus
cosas y te acompaño fuera.
—De acuerdo. —Recogió la basura y la arrojo en el cesto, luego salió
de la habitación.
—Demonios. —Pasé una mano por mi rostro.
Esto tenía que detenerse. Para siempre.
Había hecho una promesa hace años y la había mantenido durante
demasiado tiempo como para romperla ahora.
Guy siempre había sido protector con Stella, a su manera. Se burlaba
de ella sin piedad. Pero a sus espaldas, él había sido un pitbull desde la
escuela secundaria, ladrándole a cualquier hombre que mirara en su
dirección.
El día que entró en Bozeman High como estudiante de primer año,
una tímida chica hermosa, Stella había hecho girar muchas cabezas. Guy
me había hecho prometer que, si alguien se acercaba a su hermana,
ayudaría a patearles el trasero. Había hecho correr la voz y nadie había sido
lo suficientemente estúpido como para cruzarse con él y encender su
temperamento infame.
El tipo tenía razón en vigilar a Stella. La dulce, dulce Stella.
Fui a mi oficina y agarré mi abrigo y llaves, luego me dirigí al vestíbulo
y la esperé. Cuando el chasquido de sus tacones sonó en las escaleras,
levanté la vista y mi boca se secó.
Había soltado completamente su cabello. Los mechones rubios
rodeaban su rostro y colgaban hasta su cintura. Ese cabello había sido parte
de muchas fantasías adultas.
—¿Listo? —preguntó.
—Sí. Salgamos de aquí. —Rápido. Caminé hacia la puerta,
manteniéndola abierta para ella. Luego cerré la oficina con llave y caminé a
su lado mientras cruzábamos el estacionamiento hacia su camioneta.
—Hasta mañana, Heath.
—Adiós, Stell. —Me dirigí a mi camioneta, subí y esperé hasta que ella
dio marcha atrás y salió a la calle. Entonces solté un gemido de frustración.
Fuera de los límites.
¿Por qué eso me hacía desearla aún más?
De todas las mujeres del mundo, ¿por qué Stella era la que me
tentaba? Tal vez ella tenía razón.
Estaba maldito.
3
Stella

—Esto es fantástico —dijo Keith.


Sonreí ante su elogio.
—Gracias.
—Voto por que lo compremos. —Golpeó con sus nudillos la mesa de
la sala de conferencias—. ¿Todos están de acuerdo con esto?
Heath, Tobias y los otros dos directores de proyecto que habían visto
mi presentación estuvieron de acuerdo.
—Estoy deseando probar este software —dijo Tobias, mirando su
teléfono, y luego apartando su silla de la mesa—. Gran sugerencia, Stella.
Tengo que salir para recibir una llamada.
—Y yo tengo una cita con mi encantadora esposa, así que también me
voy —dijo Keith—. Estaré fuera la mayor parte de la próxima semana.
Maddox regresa a casa así que me quedaré allí. Pero estoy a una llamada de
distancia si necesitan algo.
Keith se puso de pie y se dirigió a la puerta con los gerentes de
proyecto arrastrándose detrás.
Dejándonos solos a Heath y a mí.
Respiré por lo que me pareció la primera vez en una hora.
—Buen trabajo, Stell.
—¿Lo hice bien? Sé sincero.
—Lo hiciste increíble. —Su sonrisa fue contagiosa.
Me había encontrado con la mirada de Heath a menudo mientras daba
mi discurso de hoy. No solo porque sus ojos azules eran los más seductores
en cualquier habitación, sino porque en las últimas dos semanas, algo había
cambiado entre nosotros.
Los nervios que normalmente se producían al verlo habían
disminuido. Tal vez porque nos veíamos todos los días, ya sea en la sala de
descanso o cuando nos cruzábamos en los pasillos. Tal vez estaba
superando mi enamoramiento… probablemente no. Cualquiera que sea la
razón, el enjambre de avispas en mi estómago que normalmente
acompañaba a la sonrisa de Heath se había trasladado y había encontrado
una colmena nueva.
Las mariposas habían ocupado su lugar. Delicadas mariposas
encantadoras que habían revoloteado cada vez que él me había dado un
asentimiento seguro a medida que probaba el software del que le había
hablado el primer día.
—Pensé que tomaría más tiempo. —Miré el reloj de la pared—. ¿Es
malo que no haya habido muchas preguntas?
—Tu presentación fue sólida. —Apoyó los codos en la mesa—. Tenía
preguntas, pero las respondiste todas.
—De acuerdo, bien. —Cerré la tapa de mi portátil—. Entonces lo
considero una victoria.
—Una gran victoria. —Se levantó de la silla—. Deberíamos celebrarlo.
¿Quieres ir al centro a tomar una copa?
Ooh… mala idea. En las últimas dos semanas había conseguido evitar
cualquier otro momento embarazoso con Heath, pero solo era cuestión de
tiempo antes de que la maldición volviera. Añadir alcohol a la mezcla
seguramente aceleraría lo inevitable.
Di que no.
—Claro.
—Recoge tus cosas. Nos vemos en el vestíbulo en cinco minutos. —
Salió de la sala de conferencias y golpeé mi frente con la mano.
Débil. Tan débil. Pero era demasiado tarde para retractarme, y no
quería hacerlo porque se trataba de Heath, así que me apresuré a recoger
los materiales de mi presentación y subir a mi oficina, donde lo guardé todo.
Con mi abrigo de lana de camello puesto y una bufanda de manta gris
envuelta alrededor de mis hombros, tomé mi bolso y lo colgué al hombro.
Apagando las luces de mi oficina, me dirigí hacia la escalera y escuché
el eco de una voz familiar desde el vestíbulo.
—Guy, será mejor que dejes de coquetear conmigo —advirtió
Gretchen—. Soy lo suficientemente mayor como para ser tu madre.
—Dices eso cada vez que vengo aquí.
—Y nunca escuchas.
—No. —Mi hermano se rio, y con su risa, mi ánimo se hundió.
Demasiado para una bebida de celebración con Heath. Guy se apropiaría la
noche y se llevaría a su mejor amigo.
Maldición.
El sonido de mis tacones al bajar las escaleras atrajo su atención y
sonrió cuando me vio.
—Hola, Stella Bells.
—Hola. ¿Qué estás haciendo?
—Pensé en ver si Heath quería ir al centro. Tomar una copa.
—Oh. Genial —mentí.
—Hola. —Heath vino por el pasillo desde su oficina, encogiéndose de
hombros con su abrigo negro. Combinado con su cabello oscuro y su voz
ronca, ese abrigo era más sexy de lo que debería haber sido. Oh, lo que no
haría por quitárselo de esos hombros anchos.
Sí, mi enamoramiento no estaba del todo muerto.
—¿Te apetece una copa? —le preguntó Guy.
—En realidad, nos dirigíamos al centro. Vamos a celebrar la
presentación exitosa de Stella.
—No hace falta. —Le hice un gesto con la mano restándole
importancia—. Vayan ustedes sin mí.
—Vamos, Stell. —Heath golpeó mi codo con el suyo—. Un trago.
—O tres —se burló Guy—. Para mí. Puedes ser mi conductora
designada.
Ser la tercera o cuarta rueda no me había molestado cuando era niña.
Pero ahora me parecía… patético. Y no tenía ningún deseo de ser el chófer
de Guy.
—O… —Heath le lanzó una mirada inexpresiva—. Puedes llamar un
taxi.
—Estoy bromeando. —Guy se encogió de hombros—. Sobre todo me
gusta que Stella conduzca porque es la conductora más segura del condado
de Gallatin.
Sí, normalmente conducía ocho kilómetros por hora por debajo del
límite de velocidad, pero nunca había tenido una multa ni había tenido un
accidente.
—Ven con nosotros, Stella —suplicó Guy—. No seas aburrida.
—Bien —murmuré. Amaba a mi hermano. Adoraba a Heath. Pero no
siempre era fácil estar con ellos. No por Heath, sino por Guy.
No tenía filtro y le encantaba bromear. La mayoría de las veces se
olvidaba de que yo no era uno de los chicos. La última vez que salimos, un
grupo de hermanos de su fraternidad universitaria había estado en la ciudad
para un partido de fútbol de bienvenida. Me había obligado a salir con ellos
y el grupo había intercambiado historias durante horas sobre las mujeres
con las que se habían acostado.
A medida que las bebidas iban fluyendo, las historias se volvieron
cada vez más inverosímiles y, finalmente, después de tres horas, le dije a
Guy que podía encontrar un aventón a casa. Lo único bueno de aquella
noche fue que Heath no había estado allí. No creo que hubiera podido
soportar escucharlo describir sus escapadas sexuales con otras mujeres.
Aunque de todos modos dudaba que lo hubiera compartido. Heath
nunca había sido ese tipo de hombre.
Al menos, no cerca de mí.
Pero Guy tenía una forma de sacar a relucir la crudeza, y siempre que
él y Heath bebían juntos, me había propuesto mantenerme alejada. Una
copa de vino y luego me iría a casa a cambiar mis jeans por un pantalón de
pijama.
Condujimos por separado hasta el centro de la ciudad. Estacionar fue
una pesadilla porque Main era un lugar popular para las funciones de
trabajo y las fiestas, pero me las arreglé para encontrar un sitio a dos
cuadras del bar donde nos reuniríamos. Dejé el auto en el estacionamiento
cubierto de nieve y me dirigí al bar.
Acababa de doblar la esquina de la acera cuando una voz retumbante
me llamó por mi nombre.
—Stella.
Miré por encima de mi hombro y vi a Heath corriendo para
alcanzarme.
Sus piernas largas devoraron la distancia que nos separaba. Bajo las
luces tenues de la calle, se veía increíblemente sexy. Su mandíbula
cincelada. Su cabello peinado con los dedos fuera de su frente. Sus labios
suaves y flexibles.
Aproveché los minutos que tardó en llegar a mi lado para evitar que
mi corazón diera volteretas. No habría acrobacias. Éramos compañeros de
trabajo. ¿Tal vez, amigos? Nada más.
—Oye. —Maldita sea. Mi voz entrecortada estaba de regreso después
de un paréntesis de dos semanas en la oficina. No la había extrañado.
—¿Lista?
—¿Alguien está realmente listo para beber con Guy?
—Cierto. —Se rio—. Puedes pensar que estás preparado. Pero nunca
lo estás.
Sonreí y me puse a su lado, girando mi rostro hacia las decoraciones
colgadas al otro lado de la calle.
—Me encanta que sigan colgando la misma guirnalda que cuando era
pequeña.
—Lo mismo digo. Mamá y papá solían traernos aquí para el Paseo de
Navidad cada año. Han cambiado tantas cosas en Bozeman, pero me
encanta que esto sea igual.
Las guirnaldas verdes, doradas y rubíes cubrían a Main con gruesos
hilos brillantes. Se habían colgado coronas en las puertas de la mayoría de
los negocios. Las luces centellantes doradas iluminaban los árboles,
haciéndolos brillar contra el fondo del cielo negro de invierno.
La temperatura se estaba acercando lentamente a los cero grados,
pero en el centro de la ciudad se sentía más cálido, con el aroma de
manzana, canela y pino flotando en el aire.
Estaba tan ocupada mirando a mi alrededor, que no vi un trozo de
hielo en la acera y mi tacón lo golpeó, casi haciéndome caer de rodillas. Pero
un brazo fuerte se envolvió alrededor de mi cintura, presionándome contra
un cuerpo igual de fuerte.
—Whoa… —Heath se detuvo y me sostuvo hasta que mis piernas se
estabilizaron.
—¿Ves? Estás maldito. Hace años que no resbalo en el hielo.
Él se rio, aflojando su agarre.
—Sí. Fue mi culpa que no estuvieras prestando atención.
—Exactamente.
—Para estar seguro. —Tomó mi antebrazo y lo colocó junto a sus
costillas, sujetando mi brazo mientras volvía a caminar por la acera.
Vi nuestro reflejo en el escaparate de una tienda y me quedé sin
aliento. Parecíamos una pareja. Una pareja sexy. Mordí mi labio para
ocultar una sonrisa y seguí caminando. No había nada de malo en fingir
durante una cuadra, ¿verdad?
Nuestro viaje terminó demasiado pronto, y cuando llegamos al bar,
Heath soltó de mi brazo para abrir la puerta.
Guy estaba esperando en una mesa con tres tragos ya alineados.
Conociendo a mi hermano, eran todos para él.
—Esto va a ser interesante —murmuré.
—Tu hermano no es nada más que divertido. —Heath tocó mi codo—
. ¿Crees que puedes llegar a la mesa por tu cuenta o sospechas que haré
que tuerzas tu tobillo?
—Ja, ja —pronuncié, y luego me uní a mi hermano. Después de
quitarnos los abrigos, me sorprendió deslizando un trago hacia Heath y
hacia mí.
—Salud. —Levantó su vaso, esperando el tiempo suficiente para que
los nuestros tintinearan con el suyo antes de beber su tequila—. Así que Mel
y yo rompimos hoy.
—Oh, Guy. —Coloqué una mano sobre mi corazón—. Lo siento.
Se encogió de hombros.
—No es gran cosa.
Mentiroso. Sí que era gran cosa. Mel y él habían salido de manera
intermitente en la escuela secundaria, pero se separaron por última vez
antes de ir a la universidad. Habían mantenido el contacto durante años, y
cuando ella regresó a Bozeman hace unos meses, habían comenzado a salir
de nuevo.
Guy había hablado de Mel todo el tiempo. Incluso me había dicho que
esta vez, podría ser el verdadero asunto.
—¿Qué pasó? —preguntó Heath.
—Ella quiso terminar, así que ahora hemos terminado. —Se bajó de
su taburete—. ¿Quieren otro trago? Porque yo sí.
Sin esperar a que le contestáramos, se dirigió a la barra y llamó al
camarero. Esta vez, sus tres tragos fueron solo para él. Los arrojó por su
garganta en sucesión rápida, luego aplaudió y forzó una sonrisa demasiado
amplia.
—Échale un vistazo. —Mi hermano señaló con su barbilla por encima
de mi hombro.
Me moví, siguiendo su mirada hacia una morena de pie en la barra
con un vestido amarillo ajustado y botas por encima de la rodilla. No era
exactamente una prenda de invierno, pero sí que era llamativa. Una pelirroja
con un vestido similar, pero de color rosa, se unió a su amiga, y las dos
escanearon el bar.
De caza. Estaban cazando.
Y Guy se convertiría con mucho gusto en su presa.
Técnicamente, ya había tomado mi copa. ¿Podía irme ahora?
Debí haber sabido que esto pasaría cuando Guy había sugerido el
Rocking R Bar. Era su bar favorito y donde sospechaba que escogía a la
mayoría de sus mujeres. Normalmente era un lugar frecuentado por
universitarios, pero en estas fechas cercanas a la Navidad, la mayoría de los
estudiantes estaban en exámenes finales y el bar ahora estaba concurrido
principalmente con personas de nuestra edad, adultos de entre 20 y 30
años.
—Esa morena te está echando el ojo, Holiday. —Guy sonrió—. Ve allí.
Yyyy ya era hora de que me fuera.
—No. —Heath ni siquiera miró hacia las mujeres—. Estamos aquí
para celebrar las dos primeras semanas de éxito de Stella en el trabajo.
—No seas patético —dijo Guy.
La mandíbula de Heath se tensó.
—No seas idiota.
—Lo que sea. Entonces, ¿el trabajo ha ido bien? —me preguntó Guy.
Sí, me gusta.
—Está haciendo un gran trabajo. —Heath me dedicó una sonrisa
pequeña.
—Por supuesto que sí. —Guy me dio una palmada en el hombro—.
Tuvieron suerte de robarla. Stella es una estrella del rock.
—Gracias. —Sí, Guy podía ser un contundente y enorme idiota. Pero
también tenía tanta confianza en mí que me daba confianza en mí misma.
Siempre que estaba insegura, me decía que podía hacer cualquier cosa que
me propusiera.
—De nada. —Mi hermano asintió y luego miró alrededor del bar—.
Oye, mira. Ese es el chico del que estabas enamorada, Stella.
—¿Qué?
El único chico del que me había enamorado era Heath. Pero no había
manera de que Guy dijera eso aquí y ahora, ¿verdad? De ninguna manera.
Guy era un idiota a veces, pero eso sería cruel.
—¿Joel? ¿No se llama así? —Guy señaló hacia el otro lado del bar.
Descubrí de quién hablaba y mi corazón subió por mi garganta.
—Sí, se llama Joel. Pero no, nunca estuve enamorada de él.
—Sí, lo estabas.
—Estoy bastante segura de que no. —Joel y yo habíamos ido juntos a
la universidad, y este enamoramiento en el que Guy estaba pensando había
sido al revés—. Le gustaba. No estaba interesada.
—Así es. Porque estabas demasiado ocupada babeando por Heath. —
Guy se rio, ajeno a lo que acababa de decir.
Mientras tanto, mi corazón cayó sobre la mesa. Auch. Esta noche, la
humillación era cortesía de mi hermano.
—Jesús, Guy —lo interrumpió Heath—. ¿Qué demonios?
Mi hermano resopló.
—No es que todos no supiéramos que ella estuvo interesada en ti
durante una década. ¿A quién le importa?
La mandíbula de Heath se tensó.
—Cállate, Guy.
—¿Qué les pasa a los dos esta noche? —Mi hermano resopló—. Pensé
que estábamos aquí para divertirnos.
—Creo que ya me he divertido. —Me levanté de mi taburete, tomé mi
abrigo, bufanda y el bolso y luego me dirigí hacia la puerta, sin siquiera
molestarme en abrigarme para el frío.
Las lágrimas escocían en las esquinas de mis ojos mientras salía
volando por la puerta. Avancé una cuadra resoplando, poniéndome el abrigo
mientras caminaba, y para cuando logré llegar a la segunda, el escozor en
mi nariz y el ardor en mi garganta me dificultaban la respiración.
¿Por qué dijo eso? Precisamente ahora. Heath y yo ya no éramos solo
conocidos, sino compañeros de trabajo. ¿Por qué mi hermano era tan
imbécil? Guy siempre se había burlado de mí, pero nunca se había burlado
de mí por mi enamoramiento por Heath. Nunca, ni una sola vez. ¿Por qué
esta noche? ¿Era por su ruptura con Mel? Estaba sufriendo, ¿y qué?,
¿esparciría dolor? Era su hermana, por el amor de Dios.
—Imbécil —murmuré, negándome a llorar.
Heath nunca iba a estar interesado en mí. Sabía que a Heath nunca
le iba a gustar. Lo sabía desde hacía quince años. No había necesidad de
que Guy lo restregara por mi rostro.
Normalmente, después de un incidente vergonzoso, podía evitar a
Heath durante semanas. Meses. Esta vez no. Tenía que verlo el lunes por la
mañana. No habría forma de evitarlo, y ahora, gracias al filtro inexistente de
Guy, sería incómodo en la oficina.
Heath me miraría fijamente con su mirada brillante y se compadecería
de mí por un enamoramiento tonto. No quería la compasión de Heath.
—Maldita sea. —Una lágrima escapó y se deslizó por mi mejilla. La
limpié, caminando más rápido por la esquina que me llevaría al
estacionamiento.
—Stella.
Mantuve la mirada baja, concentrándome en la acera, aunque la voz
de Heath rebotó en los edificios del centro.
—Stella, espera.
Mis piernas se movieron más rápido.
—Stella. —Malditas sean sus piernas largas. Heath me atrapó justo
antes de que pudiera abrir la puerta de mi auto, agarrando mi codo y
obligándome a detenerme.
—¿Qué? —Mi voz se quebró a medida que bajaba la barbilla.
—Lo siento.
—¿Por qué? —Me encogí de hombros—. Está bien. Solo es Guy siendo
Guy.
—No está bien.
No, no lo estaba.
—Olvidémoslo, ¿de acuerdo?
—Stella. —Esa voz. Me estaba haciendo difícil no llorar. Porque había
lástima en su voz—. Mírame.
Negué con la cabeza.
Soltó mi codo, pero antes de que pudiera salir disparada, metió un
dedo debajo de mi barbilla, inclinando mi rostro hacia arriba para
encontrarme con el suyo.
—¿De verdad estabas enamorada de mí?
—Sabes que sí —susurré.
Tenía que saberlo. La sutileza nunca había sido uno de mis talentos,
especialmente cuando era adolescente.
—Lo sabía. Pero quiero que me lo digas.
—¿Por qué? ¿Para prolongar la humillación? ¿Podemos no hablar de
esto? Por favor.
—Sí. —Me soltó y me di la vuelta, alcanzando la puerta del auto, pero
entonces me detuvo nuevamente colocando una mano junto a la ventanilla,
atrapándome entre la puerta y su cuerpo imponente.
—Stella.
—Sigues diciendo mi nombre.
—Me encanta tu nombre.
—¿Qué? —El tequila tenía que estar jugando conmigo porque era
imposible que lo hubiera escuchado bien. Me giré para mirarlo y la expresión
en su rostro me dejó sin aliento.
Ni un ápice de piedad nublaba esos ojos azules.
—Creo que Guy es un imbécil porque es su forma de decir que lo sabe.
—¿Qué sabe?
Sus ojos buscaron los míos.
—Que también estoy enamorado de ti.
Mi boca se abrió.
Lo que pareció sentarle bien a Heath. Porque un segundo estaba
parado allí, mirando mi boca abierta. Al siguiente, sus labios cubrían los
míos y su lengua se deslizaba entre mis dientes.
4
Heath

Besar a Stella no fue la decisión más inteligente que hubiera tomado


en mi vida. Quiero decir… fue un gran movimiento porque sus labios eran
los más dulces que jamás hubiera probado.
Pero esta era Stella.
Pasé el fin de semana rebotando de la alegría al arrepentimiento y
todavía no había decidido qué hacer al respecto. ¿Fingir que no había
sucedido? ¿Decirle que fue un error? ¿Invitarla a una cita?
¿Decir que estaba enfermo para no tener que enfrentarme hoy a ella?
—Maldita sea. —Pasé una mano por mi mandíbula, mirando el edificio
de oficinas a través del parabrisas de mi camioneta.
Stella ya estaba dentro. Su auto estaba estacionado a cinco lugares
del mío. Probablemente había llegado temprano, con la esperanza de evitar
un encuentro incómodo en la sala de descanso. O quizás estaba empacando
sus cosas.
Papá iba a patearme el trasero si ahuyentaba a Stella. Se jactaba a
diario de habérsela robado de su antigua empresa. Cómo iba a ser nuestra
superestrella nueva. No se equivocaba.
Y la había puesto en una situación incómoda.
Tenía que solucionarlo, de alguna manera. Le debía una disculpa,
excepto que no lo sentía. Ni siquiera un poco.
Otra camioneta entró en el espacio junto al mío y miré para ver a mi
hermano estacionarse y salir. Se acabó el tiempo. No habría más demoras.
Así que, me uní a él en la acera cubierta de nieve.
—Buenos días.
—Buenos días. ¿Cómo estuvo tu fin de semana?
—Sin acontecimientos notables. —Técnicamente, no era mentira dado
que besé a Stella el viernes. Mi sábado y domingo los había pasado
principalmente mirando la pared de mi sala de estar, agonizando por una
mujer. Cuestionando el beso. Preocupado por lo mucho que quería hacerlo
de nuevo—. ¿Tú?
—Pasé la mayor parte aquí, desenterrando. No quiero trabajar toda la
semana, especialmente una vez que Maddox llegue mañana.
—También espero tomarme unas vacaciones. Deberíamos ver si puede
tomarse un día para esquiar. Ha pasado un tiempo desde que los tres
hicimos algo juntos. —En realidad, años.
Maddox se había mudado a California para ir a la universidad y
terminó quedándose después de haber comenzado su red de streaming de
gran éxito. Su empresa Madcast, y la zorra de su exesposa, lo habían
mantenido cerca de Los Ángeles en los últimos años. Pero iba a volver a casa
para las festividades con su hija, y la última vez que hablamos, había
anunciado que se mudaría a casa. Por fin.
Había obtenido la custodia exclusiva de su hija, Violet, después de su
divorcio, y Maddox quería criarla más cerca de su familia, en la misma
ciudad donde nos habíamos criado. Aún no estaba seguro de su agenda,
pero sería bueno tenerlo en casa.
—Podría esquiar —dijo Tobias, sacudiendo sus zapatos en el tapete
dentro de la puerta—. Buenos días, Gretchen.
—Buenos días, chicos.
Con Gretchen, siempre habíamos sido chicos. Siempre seríamos
chicos considerando que nos perseguía cuando éramos pequeños. Gretchen
era un elemento básico de Holiday Homes, ya que había trabajado aquí más
tiempo que cualquier otro miembro del personal, excepto papá.
—Buenos días, Gretchen —dije, manteniendo mis ojos enfocados
hacia adelante a medida que caminaba por el pasillo. No me permití mirar
arriba, hacia la oficina de Stella.
Tobias desapareció en su oficina y cerré la puerta.
Hoy la mantendría cerrada. Me quedaría en mi silla, trabajaría mucho
para no tener que trabajar mientras Maddox estaba en casa. Y al hacerlo,
me quedaría en mi piso mientras Stella trabajaba en el suyo.
Lancé mis ojos al techo después de quitarme el abrigo y colgarlo del
gancho junto a la puerta.
Stella había jadeado cuando la besé. Pero no me había devuelto el
beso. Se había quedado allí, inmóvil, ya sea por la conmoción o por las
temperaturas frías de diciembre. Cuando me aparté de su boca deliciosa,
sus ojos estaban totalmente abiertos y sus mejillas sonrojadas. Luego, antes
de que pudiera decir algo, me dio un empujón pequeño, giró hacia su auto
y desapareció.
¿Por qué no me había devuelto el beso?
Esa pregunta había plagado mi mente. Fue lo que más me molestó.
Había estado enamorada de mí cuando éramos más jóvenes, pero tal vez lo
había superado. Quizás llegué demasiado tarde.
Me senté en mi escritorio. Abrí mi computadora. Me quedé mirando al
techo.
—Stella. —En serio amaba su nombre, no era algo que hubiera
planeado admitir como lo hice el viernes.
¿Qué estaría pensando? ¿Le había gustado el beso? ¿Lo odió?
—Diablos. —Hoy no habría trabajo. No hasta que despejara el
ambiente. Así que, solté un suspiro largo y me dirigí al segundo piso.
Estaba en su escritorio, un codo apoyado en su escritorio y su barbilla
en su mano. La otra estaba inmóvil sobre su ratón. Miraba fijamente la
pantalla de su computadora, sin pestañear. Tan perdida en sus
pensamientos que no me había oído caminar por el pasillo.
—Toc, Toc.
Se sobresaltó ante mi voz, el ratón salió volando de su mano y cruzó
su escritorio.
—H-hola.
—¿Puedo pasar?
—Por supuesto. —Tragó pesado, se puso de pie y se secó las manos
en sus jeans. Su largo cabello rubio estaba suelto hoy, los mechones rizados
en ondas sueltas. Llevaba un suéter grueso que empequeñecía su figura
esbelta—. ¿Qué sucede?
Cerré la puerta detrás de mí, luego caminé hacia una silla.
—¿Puedo?
—Por favor. —También se sentó, tan erguida que me preocupó que
pudiera caerse del borde de la silla.
—Sobre el viernes.
—No tenemos que hablar al respecto.
—Te debo una disculpa. —Las palabras tuvieron un sabor amargo.
—Está bien. —Se mordió el labio inferior, apretándolo entre los
dientes a medida que su mirada se posaba en su escritorio.
—Crucé una línea. Trabajamos juntos y no quiero que pienses que me
estoy aprovechando.
Negó con la cabeza, un pliegue formándose entre sus cejas.
—No pienso eso.
—No volverá a suceder. —Incluso si quisiera besarla otra vez con cada
célula de mi ser.
—Sí, es, eh… es mejor mantener las cosas profesionales.
—Correcto. —Puto profesionalismo—. Eh… ¿cómo estuvo tu fin de
semana?
¿Charla trivial? ¿De verdad, Holiday? Odiaba las charlas triviales casi
tanto como odiaba hablar del clima.
—Bien. —Se encogió de hombros—. Aburrido. ¿Tú?
—Igual.
El silencio se instaló, pesado y denso. Miró a todas partes menos a
mí. La pared. Su teclado. Una taza de café con un arco iris como asa.
Ya me había disculpado. Había hecho lo que tenía que hacer.
Entonces, ¿por qué seguía en esta silla?
—Vaya que hoy hace frío.
Maldita sea.
—Así es. —La mirada de Stella se posó en la mía y luego se apartó—.
Super frío.
Vete. Levántate. Lárgate de esta habitación.
—¿Vas a ir a la fiesta?
—No lo había planeado. Iba a ir al servicio de la iglesia en Nochebuena
con mis padres, pero luego Guy vino ayer y me rogó que fuera su cita.
—Ah. —No había hablado con Guy desde el viernes.
Me llamó una vez el sábado, pero lo ignoré. Sobre todo porque estaba
enojado de que él haya avergonzado a Stella. Y en parte, porque no estaba
seguro de poder enfrentarlo, sabiendo que había cruzado una línea.
Amaba a mi mejor amigo, pero podía ser un bastardo. ¿En qué carajo
había estado pensando, diciéndole esa mierda a Stell?
Era increíble, y sí, estuvo enamorada. Vaya cosa. Muchas chicas de
la preparatoria se habían enamorado de mí.
Me ocuparía de Guy más tarde. Estaría en la fiesta anual de Navidad
de mis padres el sábado.
Eso me daba la semana para resolver esto.
—¿Lo has perdonado por actuar como un idiota el viernes? —
pregunté.
—No. Algo así. —Stella levantó un hombro—. No pensó que me
molestaría.
Eso era una patraña. Guy lo había dicho porque no tenía filtro. Por lo
general, sus declaraciones directas harían reír a cualquiera, pero esta vez,
había ido demasiado lejos.
—Está bastante molesto por su ruptura con Mel —dijo.
—Eso no lo excusa para ser un idiota.
—Lo sé. —Suspiró—. No debería defenderlo, pero es mi hermano. Es
casi Navidad y estoy eligiendo mis batallas. No quiero pelear con él, y sabes
lo terco que es.
Sí, lo sabía. Si Guy no veía que lo que había hecho estaba mal,
guardaría rencor y haría una rabieta. Era… agotador. También había
aprendido a elegir mis batallas.
—¿Crees que habrá una buena participación en la fiesta ya que es en
Nochebuena? —preguntó Stella.
—Según el último recuento de confirmaciones de asistencia de mamá,
la mayoría de las personas vendrán. —La velada anual de mamá y papá
siempre era un éxito entre sus amigos.
—¿Por qué es en Nochebuena? —preguntó Stella.
—The Baxter reservó el lugar para su fin de semana normal para una
boda. La novia lo reservó hace dos años, pero aun así, mamá estaba lívida.
Amenazó con mudar la velada por el resto del tiempo, de modo que el hotel
le hizo un buen trato para tenerlo en Nochebuena.
—Me alegro de que haya funcionado.
—Yo también.
El silencio volvió y me mordí la lengua para acabar con la pequeña
charla trivial. Luego me obligué a levantarme de la silla.
—Te dejaré volver al trabajo.
—Ten un buen día.
—Tú también. —Levanté una mano para despedirme y luego salí de
su oficina.
Un paso en el pasillo y extrañé el aroma de su perfume. Pero continué,
volviendo a mi escritorio y sacando a Stella de mi mente. ¿Pero trabajé? No.
Me senté en mi silla y pensé en la belleza del segundo piso.
Ella quería mantener esto profesional. ¿Eso significaba que se
arrepentía del beso? ¿Eso significaba que no me había devuelto el beso por
su trabajo? ¿O porque ya no la atraía?
Maldita sea, quería respuestas. Excepto que, este no era el lugar para
discutirlo. En nombre de la profesionalidad, no me permitiría volver a subir.
Mi concentración se disparó. Quizás debería empacar mi
computadora portátil y marcharme. Podría trabajar desde casa durante la
semana. O podría trabajar desde la casa de mamá y papá. O… tomarme el
tiempo de vacaciones. Había mucho trabajo por hacer, pero papá siempre
nos había animado a tomarnos un descanso cuando lo necesitábamos.
Hoy parecía necesario un descanso.
—Vacaciones —declaré y cerré mi computadora portátil. Pasaría algún
tiempo lejos de Stella. Aclarando mi cabeza.
Tomada la decisión, empaqué lo que necesitaba y agarré mi abrigo.
—¿Sabes siquiera qué diablos estás haciendo? —La voz de un hombre
llegó por el pasillo antes de que yo saliera de mi oficina.
Dejé mis cosas a un lado y salí corriendo, pensando que estaba a
punto de ver a Gretchen poner a alguien en su lugar. Pero la pregunta no
estaba dirigida a Gretchen. Se la habían lanzado a Stella.
—Señor Jensen, me disculpo. —La voz de Stella permaneció tranquila
y serena—. Entiendo que esto es frustrante, pero si desea madera de
zebrano para los pisos, tendremos retrasos importantes en la finalización de
su proyecto.
—Solo pídalo. Envío expreso. No me importa. No veo ninguna razón
por la que debería llevar más tiempo. Aún no has pedido el roble blanco,
¿verdad? Entonces cámbialo.
Llegué al vestíbulo y miré a Gretchen. Ella asintió hacia donde Stella
y el señor Jensen estaban en el lado opuesto del espacio.
Stella tenía una taza de café en la mano. Joe Jensen todavía estaba
usando su abrigo. Supuse que Stella había bajado para volver a llenarla y
Joe la había sorprendido en el pasillo.
—Desafortunadamente, no puedo simplemente cambiarlo, señor
Jensen —dijo Stella—. La madera de zebrano es una especie exótica y
obtener la cantidad necesaria tomará más tiempo que el roble blanco. El
patio local mantiene abastecido el roble blanco. No tienen zebrano.
—¿Estás segura? ¿Les has preguntado? —Él se inclinó hacia adelante,
acercándose para hablarle a la cara.
Ese movimiento de allí me enfadó de una puta vez. Sí, era un cliente,
pero no había ninguna razón para que intentara intimidarla.
No es que su intento haya funcionado.
Stella estaba más erguida y con una sonrisa falsa.
—No, tiene razón. No les he preguntado. Pero haré una llamada ahora
mismo. Si está seguro de que eso es lo que quiere, le enviaré una orden de
cambio y un cronograma nuevo del proyecto esta tarde.
—Sí, eso es lo que quiero. —Retrocedió con los labios fruncidos.
Entonces Joe me vio y pasó junto a Stella, casi chocando su hombro contra
el de ella. Era todo sonrisas mientras cruzaba el vestíbulo, con la mano
extendida—. Heath. ¿Cómo estás? ¿Tienes un minuto?
—Hola, Joe. Felices fiestas. Y para ti, claro. —Asentí hacia la sala de
conferencias más cercana—. Toma asiento. Te veré allí.
—Fantástico. —Abrió la cremallera de su abrigo cuando pasó junto a
mí.
Joe iba a pedirme que tomara su proyecto. No tenía que poner un pie
en la sala de conferencias para saber exactamente lo que implicaría esta
conversación. Pero Joe estaba a punto de decepcionarse.
Los hombros de Stella cayeron a medida que se giraba y caminaba
hacia las escaleras, con la mirada pegada al suelo. Ella también sabía lo que
Joe estaba a punto de preguntarme.
Una hora después, acompañé a Joe fuera de la sala de conferencias.
No estaba del todo contento de que me hubiera negado a tomar su
construcción, pero después de una discusión larga, entendió que si quería
que el proyecto se hiciera bien, necesitaba a Stella.
—Gracias, Heath.
—Claro. —Asentí, escoltándolo hasta el vestíbulo—. ¿Nos vemos en la
fiesta del sábado?
—No me lo perdería. —Saludó con la mano a Gretchen y luego empujó
la puerta.
Gretchen lo vio irse, siguiendo sus pasos hasta que estuvo en su
Cadillac, luego negó con la cabeza.
—Nunca me gustó Joe. Hoy acaba de reforzar mi opinión. La forma en
que entró aquí y prácticamente saltó sobre Stella. Ni siquiera la saludó.
—Él es… difícil.
—Eso es quedarse corto —murmuró Gretchen.
Mi plan de irme y evitar a Stella se había hecho añicos, así que me
dirigí hacia las escaleras.
Se sentaba detrás de su escritorio, sus dedos moviéndose
furiosamente sobre el teclado a medida que observaba su monitor. El clic,
clic, clic era tan fuerte que no me molesté en llamar.
—Hola.
—Hola. —Sus ojos se clavaron en los míos, pero sus dedos nunca se
detuvieron—. La madera de zebrano tardará seis meses más en llegar. No
está en stock y no lo ha estado durante meses. Para un pedido de este
tamaño, y con la tarifa de almacenamiento de madera especial del
aserradero, espero que Joe tenga lista su chequera porque esto le va a
costar.
Doblé la esquina de su escritorio, apoyándome en el borde mientras
sus dedos continuaban asaltando las teclas.
—Oye.
Escribió algunas palabras más, luego se detuvo y alzó la vista.
—¿Pidió que alguien más dirigiera su proyecto?
—Sí.
Sus manos cayeron a su regazo, su barbilla a su pecho.
—Me lo imaginé. También la primera asignación de tu padre.
—Le dije que no.
Su rostro se volvió hacia el mío.
—¿Se lo dijiste?
—Es abrasivo y arrogante.
—No olvides condescendiente.
—Es todas esas cosas, Stell. Pero también es lógico. Quiere que se
haga este trabajo y se da cuenta de que para que eso suceda, tiene que
tomar ciertas decisiones. Le dijiste que no, lo cual no es algo que aún haya
escuchado con este proyecto. Pero te defendiste. Él respeta eso. Me dijo lo
mismo justo antes de irse.
—Tu padre me está poniendo a prueba con este, ¿no?
Me reí.
—Sí.
—Gracias por no sacarme de ahí. Es posible que Joe y yo no
terminemos esto como amigos, pero haré un buen trabajo.
—Sé que lo harás.
—Solo seguiré aprendiendo a las patadas, ¿verdad?
—Eh… ¿qué? —repetí esa frase en mi cabeza. ¿Aprender a las
patadas?—. Te refieres a aprender a los golpes. Ese es el dicho.
—Quizás, pero es un dicho tonto. Si alguien me patea, garantizado
que me caeré al suelo. Y luego, si siguen intentando patearme, me iré
rodando.
Parpadeé.
—Aprender a los golpes es una expresión del boxeo. Ruedas con un
puñetazo para disminuir el impacto.
—Pero no soy boxeadora. Así que, aprender a las patadas tiene más
sentido.
—¿Lo tiene?
—Sí.
Estudié su rostro hermoso.
—No.
—Bien… —Se encogió de hombros—. No estoy de acuerdo en estar de
acuerdo.
Esta mujer. De alguna manera, sus tonterías tenían sentido.
Cuando sus ojos color avellana se cruzaron con los míos, me di cuenta
de lo cerca que estábamos. Casi tan cerca como lo habíamos estado el
viernes antes de que la besara.
Todo lo que tenía que hacer era inclinarme. Todo lo que tenía que
hacer era moverse quince centímetros.
Stella Marten era tan tentadora como un regalo envuelto debajo del
árbol de Navidad.
Pero no me había devuelto el beso.
Así que me moví, levantándome de su escritorio y poniéndolo entre
nosotros.
—Lo siento. Por Joe. Y el viernes.
Ella asintió, sus hombros girando sobre sí.
—Está bien.
No estaba bien. Porque todo en lo que podía pensar era en hacerlo
nuevamente.
—Yo, eh… será mejor que me ponga en marcha.
Tenía que empezar mis vacaciones. Unas vacaciones muy necesarias.
—Adiós, Stell.
Con mis pies apuntando a la puerta, estaba a punto de alcanzar la
seguridad del pasillo cuando ella llamó mi nombre.
—¿Heath?
Me volví y puse una mano en el marco de la puerta. Tal vez si me
agarraba lo suficientemente fuerte, me mantendría en este lado de la
habitación.
—¿Sí?
—¿Por qué me besaste?
Respondí a su pregunta con una propia.
—¿Aún estás enamorada de mí?
Porque si había terminado, si era algo que dejó ir junto con su
adolescencia, entonces pararía con esto. De alguna manera, dejaría de
pensar en ella.
—Trabajamos juntos. —Su respuesta fue como un cuchillo en el
corazón—. Eres el mejor amigo de Guy.
—Cierto. —Me tragué mi decepción—. Deberíamos mantener esto
profesional.
—Deberíamos. —Asintió—. Esa es una buena idea inteligente.
Era una idea horrible. Pero respetaría sus deseos.
—Te veré en la fiesta.
—Oh, ¿no vas a trabajar esta semana?
—Maddox vuelve a casa. Voy a tomarme unas vacaciones.
Unas vacaciones de Stella.
Y quizás para el sábado, habría olvidado el sabor de ella en mi lengua.
5
Stella

—Te ves sexy. —Wendy soltó un silbido—. Sexy humeante.


—Eso es mucha sombra de ojos. —Tomé un pincel para difuminarlo,
pero Wendy me lo quitó de la mano.
—Ni siquiera pienses en arruinar mi obra maestra.
Mis hombros se hundieron mientras me miraba en el espejo.
—No quiero ir.
—¿Por qué no? Pensé que estabas emocionada.
—Dolor de cabeza —mentí.
La verdad era mía y solo mía. Wendy era mi mejor amiga, pero me iba
a llevar el beso de Heath a la tumba. Bueno… tal vez no a la tumba. Guardar
secretos no era mi fuerte y la única razón por la que lo había logrado hasta
ahora era que Wendy y yo habíamos estado ocupadas.
Esta noche era la primera vez que la veía en toda la semana, y desde
el momento en que entró por la puerta, nos habíamos centrado únicamente
en prepararme para esta fiesta.
Una fiesta a la que no quería asistir. No con mi hermano. Y no con
Heath.
Aún no estaba segura de qué pensar sobre ese beso. Sobre todo,
intentaba no pensar en eso porque la vergüenza que venía con ese recuerdo,
un recuerdo que debería haber apreciado, me hacía querer acurrucarme en
una bola y esconderme debajo de mi cama durante los próximos veinte años.
Mi única gracia salvadora había sido la ausencia de Heath en la
oficina. Nunca en mi vida había esperado no ver a Heath, pero sus
vacaciones habían sido mi alivio.
Un indulto que terminaba esta noche.
—Después de un par de tragos, apuesto a que te sentirás mejor. —
Wendy me dio una sonrisa suave en el espejo.
—Sí. —Le devolví la sonrisa—. Gracias por ayudarme a prepararme.
—¿Para qué son las mejores amigas? Tengo que vivir indirectamente
a través de ti. No recuerdo la última vez que tuve una excusa para vestirme
y ponerme un vestido sexy.
—Pero puedes usar leggins todos los días. Cambiaría los leggins por
un vestido sexy en cualquier momento.
—Esto es verdad. —Se rio—. Está bien, ¿qué zapatos?
—¿Tacones nude?
—De acuerdo. Iré a agarrarlos.
Mientras salía corriendo del baño, hice girar la falda de mi vestido,
sintiendo el roce de la tela sobre mis piernas.
La parte superior tenía un escote pronunciado que se hundía lo
suficiente como para ser sexy, pero no demasiado bajo para ser escandaloso.
Ésta era técnicamente una función de trabajo. La falda fluida llegaba a la
mitad de la pantorrilla con un tajo en un extremo que me llegaba hasta el
muslo. El vestido era negro con una capa de ciruela profunda adornada con
destellos. Mi cabello estaba rizado. Mis ojos color avellana estaban
delineados con negro y sombreados en gris.
Wendy tenía razón. Me veía sexy. Hace un año, habría hecho todo esto
y más, solo con la esperanza de llamar la atención de Heath. Esta noche,
quería borrarlo todo simplemente para mezclarme con la multitud.
Me había besado. Heath Holiday me había besado.
Y se había arrepentido.
Cerré los ojos con fuerza, deseando que la mirada de dolor en su rostro
del lunes saliera de mi cabeza.
Los labios de Heath habían sido tan suaves. Tan deliciosos. Un roce
de su lengua sobre la mía y casi me desmayé. ¿Cuánto tiempo había querido
un beso? ¿Cuánto tiempo había esperado por el de Heath?
Mi única oportunidad y la había desperdiciado.
Me había besado y me quedé allí como una tonta estupefacta. Con la
boca colgando abierta. Babeando.
Ese beso había sido un auténtico desastre. El equivalente a un árbol
de Navidad en llamas. Sugerir que mantengamos las cosas profesionales
había sido mi último intento de salvar la cara.
¿La peor parte? Besaba bien. Yo besaba muy bien. Había tenido novios
que me habían dicho lo mismo. Entonces, ¿por qué, cuando se me presentó
la única oportunidad de besar a Heath Holiday, había fallado de manera tan
épica?
—Maldito seas, pánico escénico.
—¿Qué? —Wendy entró al baño con mis tacones nude de tiras.
—Oh. Nada. —Agarré los zapatos, me agaché para ponérmelos y
aseguré la correa en mis tobillos. No eran exactamente prácticos para una
noche de diciembre, pero la moda requería sacrificio. Y riesgo de
congelación—. Gracias.
—Hazme un favor. Intenta divertirte esta noche. Sé que siempre es
interesante con tu hermano cerca, pero deséchalo y disfruta de la fiesta.
También es tu Nochebuena.
—Está bien. —La atraje a un abrazo—. Feliz Navidad.
—Feliz Navidad.
El timbre de la puerta sonó, enviándonos fuera de la habitación en
una ráfaga. Wendy se apresuró a recoger el maquillaje que había traído
mientras yo agarraba mi abrigo y bolso.
—Hola, Guy —dijo ella, abriendo la puerta antes de pasar a su lado—
. Adiós, Guy.
Su labio se curvó.
—Wendy.
Mi hermano y mi mejor amiga nunca se habían llevado bien. Guy
pensaba que Wendy era una snob porque nunca se reía de sus bromas.
Wendy pensaba que él era egoísta y grosero, de ahí la razón por la que no
se reía con Guy.
Dejé de jugar a ser mediadora hace años.
—Te ves muy bonita, Stella Bells. —Tomó mi abrigo y me lo tendió—.
Serás la chica más hermosa de la fiesta.
—Gracias. —Deslicé mis brazos dentro—. Tú también te ves bien.
¿Traje nuevo?
—Lo es. Pensé que era hora de una actualización. —Me ofreció su
brazo—. ¿Lista para esto?
No. Solté un suspiro largo.
—Lista.
—Gracias por venir esta noche conmigo.
—De nada. —Choqué mi hombro con el suyo—. Siento lo de Mel.
—Yo también. —Me dio una sonrisa triste—. Me gustaba.
—¿Quieres hablar al respecto?
—No esta noche. Vamos a divertirnos. Tú y yo. Recibo todos tus bailes.
Asentí.
—Trato.
El aire frío de la noche aguijoneó la piel desnuda de mis pantorrillas
mientras nos apresurábamos hacia su camioneta. Pero había dejado el
motor encendido y la calefacción de los asientos activada.
—¿Cómo estuvo el trabajo esta semana? —preguntó mientras salía del
estacionamiento.
—Bien. Genial, de hecho. Siento que me estoy adaptando y hasta
ahora me gusta.
—Tienen suerte de tenerte.
—Gracias.
—Entonces, ¿en qué has estado trabajando?
Pasé el viaje en auto al centro hablándole de mis proyectos. Guy había
pasado muchos años desconectándome; las hermanitas probablemente
eran molestas a veces. También había pasado muchos años ignorando a mi
hermano mayor. Pero escuchó a medida que conducía e hizo algunas
preguntas, comprometido con lo que tenía para decir.
Había estado temiendo esta noche, no solo por Heath, sino porque
Guy tenía la costumbre de deshacerse de mí. Él se movería con sus amigos
y yo me convertiría en una ocurrencia tardía. Pero tal vez esta noche fuera
diferente. Quizás se quedaría conmigo y podríamos pasar un buen rato.
Guy podría ser mi salvador. El amortiguador entre Heath y yo. No
había forma de que Heath mencionara ese beso mientras mi hermano
estuviera cerca. Y realmente, en serio no quería escuchar otra disculpa.
—¿Quieres que te deje en la puerta? —preguntó Guy cuando llegamos
a The Baxter.
—No, está bien. Puedo caminar.
—Pero estás en sandalias. Se te van a enfriar los dedos de los pies.
—Está bien. —Quería saber dónde estaba el auto en caso de que él
tomara demasiados cócteles y tuviera que llevarnos a casa.
—Como quieras. —Se encogió de hombros y rodeó el bloque,
encontrando el lugar más cercano disponible.
Guy me prestó el brazo a medida que nos apresurábamos por la acera,
las farolas de Main brillaban más a medida que nos acercamos al hotel.
The Baxter, como los otros edificios del centro, era mágico durante las
festividades. A través de las puertas doradas y de vidrio, el vestíbulo era la
imagen de las festividades navideñas. Incluso en Nochebuena, el espacio
estaba lleno de gente. Algunos estaban aquí para cenar en un restaurante
del piso principal. Algunos estaban aquí para beber. Un grupo estaba
reunido alrededor de la barra en la esquina, cada uno con un cóctel elegante.
Una pareja se paraba debajo de una ramita de muérdago y compartía
un beso. En la esquina había un árbol macizo, sus arcos adornados con
luces y adornos. Algunos niños estaban sobre un plato de bastones de
caramelo.
Guy nos condujo directamente hacia la gran escalera que conducía al
salón de baile del segundo piso.
—¿Puedo poner las llaves en tu bolso?
—Claro. —Lo abrí para él mientras subíamos las escaleras,
deteniéndome junto al guardarropa. Luego, con mi chaqueta y bolso de
mano etiquetados y guardados, entramos al salón de baile.
La conversación flotaba por encima de la música de fondo. Los
servicios de catering recorrían la habitación, pasando de persona a persona
con bandejas de entremeses. Dos camareros, cada uno con camisas blancas
y chalecos de satén negro, mezclaban bebidas en el bar.
Keith se encontraba junto a su esposa, Hannah, y ambos nos dieron
la bienvenida cuando entramos en la habitación. Hice mi mayor esfuerzo,
pero mis ojos escanearon a la multitud, buscando a Heath. Viejos hábitos.
Aún no estaba aquí.
—¿Bebida? —preguntó Guy.
—Por favor. —Asentí, sonriendo a algunas caras conocidas mientras
caminábamos hacia la barra.
Gretchen saludó desde su lugar en una mesa de cóctel. Algunos otros
de la oficina se apiñaban junto con sus cónyuges.
Joe Jensen estaba en otra mesa, asintiendo cuando me encontré con
su mirada. Le sonreí ampliamente al imbécil. La semana pasada, después
de nuestro encuentro en la oficina, le envié un correo electrónico con las
estimaciones de pisos actualizadas.
Aún tenía que responder.
El salón de baile estaba decorado para la fiesta. Se preparó un
escenario vacío a la espera de una banda en vivo. Las mesas altas estaban
cubiertas con manteles blancos planchados y cada una tenía un pequeño
ramo de rosas rojas en el centro. El candelabro de cristal de la sala arrojaba
un brillo centelleante sobre la pista de baile vacía.
—¿Qué quieres? —preguntó Guy a medida que esperábamos en la fila
del bar.
—Champán. —Mañana tendría dolor de cabeza, no ideal para el día
de Navidad, pero esta fiesta y esta sala exigían una bebida con burbujas.
Con mi flauta en la mano, Guy y yo nos dirigimos hacia una mesa.
—Salud. —Chocó su vodka tonic con mi vaso.
—Salud. —Tomé un sorbo y escudriñé la habitación una vez más, mi
mirada aterrizó en la puerta justo cuando Heath entró.
Mi corazón dio un vuelco. Vaya, se veía bien.
Su traje negro acentuaba sus hombros anchos. Su cabello oscuro
estaba dividido en un lado y peinado con un movimiento descuidado por
encima de su ceja. La corbata que llevaba era de un azul casi tan brillante
como el color de sus ojos.
Ningún hombre era tan atractivo como Heath. Estrellas de cine.
Atletas profesionales. Modelos. Dejaría que otras mujeres babearan por ellos
porque Heath los eclipsaba a todos, por dentro y por fuera.
Quizás por eso era tan difícil dejar ir este enamoramiento. Porque el
hombre mismo era inolvidable. Era bueno, amable y encantador. Se
mantuvo apartado de todos los demás rostros de la multitud, exigiendo
atención. Esa mandíbula cincelada. La nariz recta. Los labios carnosos. Se
me secó la boca, así que tomé otro trago.
Heath nos vio y sonrió. Una sonrisa tan deslumbrante que me ahogué.
Tosiendo y resoplando, de alguna manera me las arreglé para tragar
y no arrojar champán sobre la mesa.
—Jesús. —Guy me dio unas palmaditas en la espalda—. ¿Estás bien?
Me lo quité de encima.
—Bien. Tubería incorrecta.
Me miró de reojo, pero cuando vio a su mejor amigo caminando hacia
nosotros, se olvidó de mi incidente cercano a la muerte.
—Por fin. Heath viene. Ahora puede empezar la fiesta.
—Vaya, gracias —murmuré.
—Sabes a lo que me refiero.
—¿Lo sé?
Guy se encogió de hombros y metió la mano en el bolsillo de la
chaqueta del traje para sacar un chicle de menta verde. Casi siempre
masticaba chicle porque nunca quería tener mal aliento si había, en sus
palabras: una chica caliente que quisiera chupar su cara.
Un poeta, mi hermano.
—Ya era hora de que llegaras aquí. —Guy le dio una palmada en el
hombro a Heath cuando se unió a nosotros.
—Hola. —Heath estrechó la mano de mi hermano—. Hola, Stell.
—Hola. —Me llevé la copa de champán a los labios, esta vez bebiendo
con más cuidado y haciendo todo lo posible para no mirar fijamente. Las
flores de la mesa eran realmente hermosas.
—Entonces, ¿cuál es el plan de ataque? —preguntó Guy a Heath—.
Tal vez tome unas copas. Bailar. Luego buscar una mujer para entretener.
Me encanta ver un vestido sexy en el piso de mi habitación.
Arrugué mi nariz.
—Por favor, deja de hablar.
—Es una broma. —Guy se rio, pero todos sabíamos que no estaba
bromeando. No tenía ninguna duda de que era raro que Guy o Heath dejaran
esta fiesta en paz. La imagen de Heath con otra mujer hizo que se me erizara
la piel.
—Vamos a disfrutar de la fiesta —dijo Heath, dándome una sonrisa
forzada.
Incómodo. Tragué un gemido.
Ni siquiera era mi culpa. Había sido el catalizador durante muchos
momentos embarazosos, pero este era todo Heath. Él me había besado. Sí,
podría haber hecho un mejor trabajo besándolo, pero esto no era mi culpa.
No instaba a los besos.
¿Por qué un hombre podía besar a una mujer y olvidarlo por completo,
pero una mujer analizaba cada segundo? ¿O tal vez era solo yo?
Probablemente analizaría el beso de Heath por el resto de mi vida. Ese beso
realmente, verdaderamente, horrendamente asombroso.
—Me sorprende que no hayas llegado antes aquí—le dijo Guy.
—Viajé con Maddox y Violet. —Heath pasó el pulgar por encima del
hombro hasta donde su hermano entró en la habitación con una niña
adorable a su lado y una mujer deslumbrante detrás de ellos.
Miré dos veces. No a Maddox, sino a la mujer y su rostro amistoso.
—Disculpen. —Dejé mi flauta y me dirigí hacia mi amiga—. ¡Nat!
Su rostro se iluminó cuando me vio.
—Hola, Stella.
—Qué bueno verte. —La abracé, deseando que nos viéramos más.
Natalie era dos años mayor, la misma edad que Guy y Heath. Ella
había sido estudiante de tercer año cuando me uní al equipo de natación de
la preparatoria como estudiante de primer año. Aunque era más joven y
poseía solo una fracción de su talento en la piscina, ella siempre me había
animado. Nunca me había tratado como si estuviera por debajo de ella.
A diferencia de Guy y Heath, Natalie no había estado entre la multitud
popular en la Preparatoria Bozeman, y siempre la admiré por su buen
corazón.
Nos habíamos mantenido en contacto durante años dado que ninguna
de las dos había dejado Bozeman después de la graduación. Ella había
comenzado a trabajar como niñera mientras yo me iba directamente al
estado de Montana para obtener mi licenciatura.
—No tenía idea de que estarías aquí —le dije. Pero su presencia calmó
algunos nervios. Espera. ¿Estaba aquí con Maddox? ¿Estaban saliendo?
—Fue una invitación de último minuto. De hecho, estoy aquí por
trabajo.
La jovencita con la que había entrado apareció a su lado. Esta tenía
que ser la hija de Maddox. Tenía su cabello oscuro y ojos azules. Sin siquiera
mirarme, le mostró un vaso de ponche vacío a Natalie.
—¿Puedo tener más?
—Vamos a controlar nuestro ritmo. Tenemos toda la noche. —Natalie
se rio mirándome.
—¿Cómo estás? —pregunté—. Ha pasado una eternidad.
Abrió la boca para responder, pero Guy apareció a mi lado junto con
Heath.
Guy estaba hablando, pero en cuanto vio a Natalie, miró dos veces.
—¿Natalie?
—Hola. Es bueno verte, Guy.
—Ha pasado un tiempo. —La mandíbula de mi hermano se movió
mientras masticaba ese chicle. Y le echaba un vistazo a su trasero.
Puse los ojos en blanco. En serio, acababa de pasar por una ruptura.
Hombres.
—Guy. —Natalie negó con la cabeza cuando él alzó la vista y la miró
a los ojos.
—¿Segura?
Ella se rio.
—Bastante. Pero gracias de todas formas.
Él se rio entre dientes.
—¿Estás aquí sola?
—No. —Agitó su mano hacia la chica—. Violet es mi cita esta noche.
Y atacaremos la mesa de los postres antes de que desaparezca todo lo bueno.
—Natalie es la más genial de todas —le dije a Violet—. Te vas a divertir
esta noche.
—Pero no tan genial como el tío Heath, ¿verdad? —Heath le tendió la
mano a Violet para que la golpeara.
Ella parpadeó y lo ignoró.
—Auch. —Heath fingió una herida en el corazón.
Me reí. Debí haberlo ignorado, pero no pude evitarlo. Me había pasado
años riendo cada vez que Heath hacía una broma. Otro viejo hábito que se
negaba a morir, junto con el rubor que subió por mis mejillas cuando hizo
contacto visual.
Su mirada se posó en el escote de mi vestido y por un momento, mi
corazón se aceleró. Pero luego apartó los ojos, la culpa apoderándose de su
expresión.
Ugh. En serio debí haberme quedado en casa con mis pantalones de
chándal.
—Sé mi acompañante. —Guy le dio un codazo al brazo de Heath y
señaló la puerta con la barbilla. Seguí la mirada de mi hermano hacia donde
una rubia pequeña y una morena bonita acababan de entrar en la
habitación—. Coquetéale a la rubia.
Oh, Dios. Bajé mi mirada a mis tacones nude. Iba a tener que
quedarme aquí y mirar mientras Heath flirteaba con otra mujer. Antes del
beso había dicho que estaba enamorado de mí. Pero supongo que mi no-
beso lo había aplastado.
Champán. Lo que necesitaba ahora era más champán.
—Eh… —Heath se calló a medida que Guy se lo llevaba.
A diferencia de mí, apuesto a que esa rubia le devolvería el beso si
tenía la oportunidad.
No debería doler. Ya había superado mi enamoramiento, ¿verdad?
Entonces, ¿por qué dolía tanto? ¿Cuántas heridas se necesitarían para
finalmente dejar esto?
—¿Estás bien? —Natalie chocó su codo con el mío.
—¡Genial! —Demasiado agudo. Me encogí ante el volumen de mi voz.
—No sabía que estarías esta noche aquí —dijo.
—Acabo de empezar a trabajar en Holiday Homes. Keith invita a toda
la oficina. De hecho, iba a faltar e ir a la iglesia con mis padres, luego pasar
el rato en casa, pero Guy me convenció para que viniera.
Debí haberlo sabido. Llevábamos unos minutos aquí y ya me estaba
quedando atrás.
—Prometió pasar el rato conmigo porque su novia lo dejó —dije—.
Está un poco devastado por eso, aunque no lo admitirá. Me sentí mal por
él, así que le dije que sería su cita. Pero… acaba de abandonarme.
—¿Quieres pasar el rato con nosotras?
—Creo que voy a tomar una bebida. —Bebidas, para ser precisa.
Varias bebidas. Y después de beber varias bebidas, llamaría a un Uber o
Wendy para que me llevaran a casa.
Natalie sacudió su mano, llevando a Violet a la mesa de postres,
mientras yo me dirigía hacia la barra. No quería verlo hablando y riendo con
otra mujer, así que mantuve la barbilla baja, los ojos en el suelo.
Tan concentrada en no vigilar a Heath, casi tropecé cuando levanté la
mirada y allí estaba. Mis pasos vacilaron.
—H-hola.
—Hola. ¿Puedo invitarte una copa? —preguntó, señalando la barra
con la cabeza.
—Oh, um… no vas a pedir una para, eh… —Mis dedos se movieron
sobre mi hombro en dirección a la puerta.
—No. Guy está solo esta noche.
Miré detrás de mí hacia donde mi hermano estaba hablando con la
morena. La rubia no estaba a la vista.
—¿Qué dices, Stell? ¿Qué tal un trago? —Había súplica en sus ojos.
Tal vez si solo fuéramos nosotros en la oficina, él en jeans y una camisa,
habría tenido la fuerza para decir que no. Pero maldita sea, se veía tan sexy
con ese traje. Fue su culpa que mi resolución se derrumbara.
—Claro —susurré.
Sus ojos hipnóticos brillaron cuando entramos en la fila del bar.
—¿Sigues en contacto con Natalie? —preguntó.
Un hombre a mi lado se acercó demasiado, chocando accidentalmente
mi hombro con el suyo.
La mano de Heath se deslizó hasta la parte baja de mi espalda para
estabilizarme. Excepto que, cuando el hombre se disculpó y se alejó poco a
poco, la mano de Heath permaneció igual. ¿Qué demonios? ¿Qué estaba
pasando?
Tragué pesado, intentando recordar la pregunta que me había hecho.
No. Nada. Mi mente estaba en blanco.
—¿Qué?
—Natalie. —Se rio entre dientes—. ¿Sigues en contacto con ella?
—Ah. Sí. —Asentí—. Nos juntamos para tomar algo dos o tres veces
al año. Charlamos sobre gente que conocimos de la preparatoria y ella me
habla de los niños que cuida.
—Entonces, tu próxima reunión debería ser entretenida ya que está
cuidando a Violet. —Se rio—. Esa niña es difícil. A principios de esta
semana, Maddox la encontró con un cuchillo de carnicero en la cocina. Iba
a cortarse un trozo de tarta de manzana.
—¿En serio? —Me reí.
—Se pone mejor. —A medida que avanzábamos, me contó una historia
tras otra sobre las payasadas de Violet, algunas de esta semana y otras que
había escuchado de segunda mano de su madre.
—Suena… entretenida.
—Creo que deberíamos juntar a Violet y Guy. Tendríamos un
espectáculo garantizado.
—Probablemente no esta noche —dije—. Hay muchos objetos frágiles
en esta habitación.
—Sabia decisión. —Guiñó un ojo cuando finalmente llegamos a la
barra. Con un vaso de whisky en la mano y otra copa de champán en la mía,
nos dimos la vuelta para irnos.
La mano de Heath fue a la parte baja de mi espalda una vez más, pero
cuando salimos de la fila, apareció Gretchen. Su mano cayó y se alejó.
—Gretchen.
—Hola, guapo. —Le dio un abrazo—. Dime, necesito un momento. Hay
un cliente que quería tener una charla rápida.
—¿Esta noche? —gimió él.
—No hay tal cosa como un día libre —respondió.
—Seguro. —Heath suspiró—. Hasta luego, Stella.
—Adiós. —Levanté mi copa.
Me quedé mirando mientras Gretchen se abría paso entre la multitud
con Heath no muy lejos. Luego miré a mi alrededor y me di cuenta de que
estaba sola.
Mi hermano había desaparecido. Típico. Natalie estaba con Violet
junto a la mesa de los postres, y aunque estaba segura de que no le
importaría si pasaba el tiempo con ella esta noche, no quería entrometerme
ya que estaba trabajando.
Así que, me acerqué poco a poco a la pared, deseando poder
mezclarme con el papel tapiz.
El vocalista de la banda en vivo tomó el micrófono y dio la bienvenida
a los invitados. Luego, con su banda en posición, iniciaron su espectáculo
con un sensual número de jazz que atrajo a las parejas a la pista de baile.
Los escuché actuar, bebiendo mi champán. El burbujeo bajó
demasiado suavemente, y antes de que terminara el primer set de la banda,
me había bebido tres copas. Mi cabeza estaba achispada fantásticamente.
Mi corazón magullado cubierto de burbujas deliciosas. Una copa más, y
luego buscaría un bocado rápido para comer antes de escabullirme por la
puerta.
Con mi flauta vacía en la mano, dejé la seguridad de la pared para
hacer fila en el bar. Me acababa de unir a la cola cuando apareció un hombre
a mi lado.
Su cabello rubio oscuro era corto y bien peinado. Su traje color carbón
era elegante y se adaptaba a su figura esbelta. También era atractivo. En
serio atractivo. No tan apuesto como Heath, pero nadie era tan apuesto
como Heath, ni siquiera Tobias.
—Hola. —Tendió su mano.
—Hola.
—Soy Seth.
—Stella —dije, deslizando mi palma contra la suya.
—Hermoso nombre.
Sonreí.
—Gracias.
—Perdóname si esto es demasiado atrevido. —Asintió hacia la pista
de baile—. ¿Pero te gustaría bailar?
—Um… —¿Por qué diablos no?—. Me encantaría.
Me ofreció su brazo y juntos navegamos entre la multitud,
acomodándonos en el borde de la pista de baile. Su colonia flotó hasta mi
nariz mientras me giraba en sus brazos, una mano tomando la mía a medida
que la otra se posaba en la curva de mi cadera.
Seth nos juntó, ni demasiado cerca, ni demasiado lejos. Y luego
bailamos, dando pasos y vueltas en nuestro propio cuadrado.
—No soy el mejor bailarín del mundo.
—Lo estás haciendo genial. —Un rubor nuevo se apoderó de mi rostro
ante el interés en su mirada.
Tenía ojos castaños oscuros. Atractivo, aunque no el color fascinante
de Heath. Los hombros de Seth no eran tan anchos y su figura no era tan
alta.
¿Qué diablos me pasaba? Aquí estaba bailando con un hombre
apuesto que en realidad me deseaba, y seguía comparándolo con Heath.
Esto tenía que terminar. Ahora. Basta, Stella.
—Entonces, ¿cómo conoces a los Holiday? —preguntó Seth.
—Trabajo en Holiday Homes. ¿Tú?
—Soy agente de bienes raíces en la firma de Hannah.
—Ah. —Asentí.
—Quizás podamos trabajar juntos en un proyecto uno de estos días.
—Quizás.
Dado que Keith era el principal constructor del valle y Hannah era
dueña de una de las corredurías más grandes, a menudo sus agentes
inmobiliarios se reunían con compradores que no podían encontrar una
casa en el mercado y, en cambio, decidían construir. Colaboraríamos en la
propiedad y el traspaso para conseguirle al cliente la casa de sus sueños.
O eso me habían dicho. Aún no había tenido la oportunidad de hacer
uno de esos proyectos.
—¿Eres de Bozeman? —preguntó.
—Lo soy. Nacida y criada. ¿Tú?
Antes de que Seth pudiera responder, una figura imponente apareció
a nuestro lado. Miré hacia arriba para encontrar un par de ojos muy azules,
muy enojados, fijos en la mano de Seth en mi cintura.
—Stella. —La mandíbula de Heath se apretó—. ¿Puedo hablar contigo
un minuto? Relacionado al trabajo. Tú entiendes.
—Oh… —Seth no tuvo la oportunidad de terminar esa oración.
La mano de Heath envolvió mi codo y casi me arrastró fuera de la pista
de baile.
—Heath —siseé cuando algunas personas nos miraron de reojo.
No se detuvo.
—Heath. —Solté mi brazo de un tirón, obligándolo a detenerse.
Se volvió, dándome una mirada de advertencia, y entonces su mano
estaba de regreso, esta vez envolviendo la mía a medida que me guiaba a
través del salón de baile. Salió por las puertas y recorrió el pasillo,
empujando a través de la primera puerta a la que llegamos.
Entramos en una sala de estar. Los sofás abrazaban la pared del
fondo. Había una silla de felpa inclinada en un rincón.
Heath me soltó y caminó hacia el centro del espacio, pasando una
mano por su cabello.
—¿Qué está pasando?
Se volvió y alzó un dedo hacia mi nariz.
—Tú.
—¿Qué hay de mí? ¿Qué ocurre?
—Tú… —Inclinó la cabeza hacia el techo y exhaló un suspiro largo.
Cuando sus pulmones se vaciaron, la tensión desapareció de su rostro—.
Estás hermosa.
—Yo… oh. —De acuerdo, no es lo que esperaba—. ¿Gracias?
—No. —Me niveló con esa mirada—. No digas “gracias”. Solo para.
—¿Qué paro?
Se acercó, demasiado cerca. Tan cerca como había estado esa noche
junto a mi auto.
—Para de ser hermosa. Deja de bailar con otros hombres. Solo por
esta noche. No bailes con ese chico. Estoy intentando respetar tus deseos,
Stella. Pero esta noche, es una lucha.
—¿Mis deseos? ¿Qué deseos?
—De mantener esto profesional. —Se burló mientras decía la última
palabra.
—Esa fue tu idea. No mía.
—¿Lo fue? —Arqueó una ceja—. Porque recuerdo claramente que fue
tu sugerencia.
Sí, lo había sido. Solo lo había sugerido para salvar una pequeña pizca
de mi orgullo.
—Viniste a mi oficina y te disculpaste por besarme.
—Me disculpé porque no me devolviste el beso.
—Yo… —Oh. Dios mío. Pensó que no lo quería—. Me sorprendió.
Estudió mi rostro.
—¿Qué quieres? Dime qué quieres.
Quería lo que siempre había querido.
—A ti. Quiero…
Me interrumpió chocando su boca con la mía.
Me tomó un instante. Tal vez en realidad nunca superaría la
conmoción de los labios de Heath. Pero me recuperé.
Y esta vez, le devolví el beso.
6
Heath

Solo un beso más. Entonces, me detendría. Ese había sido el plan.


Pero en cuanto la lengua de Stella se deslizó contra la mía, perdí toda
esperanza de contenerme. La verdad era que, la había perdido al momento
en que la vi bailar con otro hombre.
—Stella —gemí, acunando su rostro entre mis manos.
Se aferró a mí, su lengua se enredó con la mía, y maldita sea, sabía
besar.
Stella sabía besar muy bien.
Sin desgana. Sin golpes, ni restricciones. Esta no era la misma mujer
a la que había besado el fin de semana pasado junto a su auto.
La devoré y ella se encontró conmigo segundo a segundo.
Sus labios se movieron frenéticamente sobre los míos a medida que
mis manos vagaban sobre sus hombros, siguiendo la curva de su columna.
Como había acunado su rostro, coloqué mis palmas sobre su trasero. Luego
apreté. Pero no me demoré. Recorrí sus caderas, luego sus costillas,
queriendo sentir cada centímetro de esta mujer. Quería perderme en sus
curvas esbeltas y su sabor dulce.
Mi lengua se batió a duelo con la suya mientras la rodeaba con los
brazos, tirando de ella contra mi pecho. Cuando mi erección creciente se
hundió en su cadera, jadeó, y ese adorable pequeño tirón en su respiración
solo hizo que la deseara más.
Aparté mi boca de la de ella, queriendo saborear su piel. Mientras mis
labios se arrastraban por la columna larga de su garganta, los dedos de
Stella se hundieron en mi cabello, enredándose en mis mechones. Un tirón
y estaba duro como una piedra.
Arqueó la espalda y me dejé caer más abajo, apartando la tela de su
vestido para revelar un seno perfecto. Sin sujetador. Gracias, maldita sea.
Un pezón rosado se soltó y no dudé en succionarlo en mi boca.
—Heath —gimió.
Mordí y lamí el capullo hasta que Stella gimió de nuevo mi nombre.
Su piel era tan suave. Su seno tenía la turgencia perfecta para caber en la
copa de mi mano. Estaba a punto de pasar al otro lado cuando se abrió la
puerta de la sala de estar.
—Oh, Dios mío —chilló una mujer—. Lo lamento.
Stella jadeó, empujándome por los hombros.
Miré por encima del hombro mientras Stella se apresuraba a
enderezar su vestido.
—¿Natalie?
—¿Heath?
Natalie nos miró a los dos con los ojos del todo abiertos.
—No estuve aquí. No vi nada. Ustedes dos, eh, diviértanse.
Había una sonrisita en los labios de Nat cuando salió de la habitación,
dejándonos a Stella y a mí solos.
Mi respiración se convirtió en jadeos laboriosos. La cara de Stella
estaba hermosamente sonrojada y su boca rosada hinchada. Dios, podría
besarla durante años si eso significaba que ese color era mío y solo mío.
Pasé una mano por mi cabello e inspeccioné la puerta. Sin cerradura.
Maldición. Estaba al borde del control, pero no necesitaba que otra persona
se encontrara con nosotros, como su hermano, así que di un paso hacia
atrás.
Stella se aclaró la garganta y se alisó la falda de su vestido.
Esto estaba mal. Muy, muy mal. Mis razones para no perseguir a
Stella no habían cambiado en la última semana. Nada había cambiado. Sin
embargo, todo había cambiado.
Verla con ese sujeto en la pista de baile se había sentido como un
pararrayos atravesando mi corazón. Ninguna mujer me había hecho sentir
tan celoso. El único hombre con el que estaría bailando esta noche era yo.
—Heath, yo… —Se llevó las manos a las mejillas—. ¿Qué estamos
haciendo?
Me acerqué y aparté sus manos.
—No te escondas de mí.
Me miró y esos ojos expresivos estaban tan llenos de incertidumbre
que me dolió el pecho.
—No sé lo que quieres. Eso es bastante aterrador para mí porque lo
único que siempre he querido eres tú.
Stella habló como si esas palabras hubieran estado esperando una
semana, un año, para abrirse camino. La vulnerabilidad en su voz fue
aleccionadora.
—Dije en serio lo de la otra noche. Stell, te he deseado durante mucho
tiempo.
—¿En serio?
—Más de lo que me permitiría admitir.
Se mordió el labio inferior entre los dientes para ocultar una sonrisa
tímida.
Puse mi pulgar en ese labio para soltarlo.
—Deberíamos parar.
—No. —Negó con su cabeza—. Deberíamos irnos.
—¿Juntos?
Ella asintió y dejó escapar un suspiro apresurado.
—Pero debes saber que la gasté.
—¿Qué gastaste?
—Mi valentía inducida por el champán. —Se colocó un mechón de
cabello detrás de la oreja—. Te acabo de decir que siempre te he querido.
Eso agotó toda mi valentía. Así que, ahora tienes que hacerte cargo porque
estoy demasiado ocupada teniendo un ataque mental porque me besaste y
chupaste uno de mis pezones y dijiste que tú también me quieres, y oh Dios
mío, ¿también me quieres? ¿Cómo es esto incluso feli…?
—Nena, respira.
Obedeció, asintiendo a medida que tomaba un poco de aire.
—¿Mejor?
—Sí.
—Bien. —Me incliné hacia adelante y la besé en la frente, luego tomé
su mano en la mía y la arrastré fuera de la sala.
Nuestra primera parada fue el guardarropa. Después de que
obtuvimos su chaqueta y bolso, registró las llaves de Guy a su nombre
mientras yo pedía un Uber. En cuanto tuvimos sus pertenencias, la bajé
apresuradamente por las escaleras y me adentré en la noche de invierno.
La nieve caía levemente cuando nos deslizamos en el asiento trasero
de un sedán negro. Los copos de hielo se derretían instantáneamente en el
parabrisas del automóvil. Incluso con el olor a ambientador y cuero, el
aroma dulce de Stella llenó mi nariz.
El conductor confirmó mi dirección y esa fue la última pizca de
atención que se ganó. Me concentré por completo en Stella, aspirando su
perfume, conteniéndolo por un instante, antes de acercarme para inhalar
más hondo.
Estábamos a solo unas cuadras de The Baxter cuando enterré mi
nariz en sus mechones rizados, apartando su cabello de su hombro para
poder bajar la cabeza y besar su garganta.
Al momento en que mis labios tocaron su pulso, su respiración se
entrecortó. Tímida. Sexy. El sonido se disparó directamente a mi polla.
Recibiría cien de esos esta noche si ella los tuviera para dar.
—Stella —susurré contra su piel.
Su mano se levantó, acunando la parte trasera de mi cabeza y
sosteniéndome en mi lugar.
Sonreí y salpiqué el punto delicado debajo de su oreja con besos con
la boca abierta hasta que sus dedos se clavaron en mi cuero cabelludo.
Aparte de mi boca, no me atreví a tocarla más. No confiaba en mí para
no tomarla en la parte trasera de este auto, maldito sea el conductor
mirando por el espejo retrovisor.
El tráfico fue ligero y cuando nos detuvimos frente a mi casa, me dolía
la polla. Stella se desabrochó el cinturón de seguridad primero,
prácticamente empujándome fuera del auto. Luego corrimos por la acera
hasta la puerta de mi casa.
En cuanto tuve la llave en la cerradura, Stella metió la mano debajo
del dobladillo de mi chaqueta y deslizó sus manos por el plano de mi
espalda. Me incliné hacia el toque, olvidándome por un segundo que
estábamos afuera. Que la nieve caía y captaba el resplandor blanco de las
luces navideñas que había colgado en los aleros.
—¿Vamos a entrar? —preguntó.
Respondí girando la cerradura y entrando con Stella pisándome los
talones. Luego cerré la puerta de una patada antes de sellar mis labios sobre
los de ella.
Se puso de puntillas, retorció su lengua contra la mía mientras yo la
rodeaba con los brazos y la empujaba hacia mi pecho. Cuando me arrastré
hacia la pared más cercana de la entrada y la levanté, ella envolvió sus
piernas alrededor de mi cintura, presionando su centro en mi erección.
Stella podría haberme dicho que tomara el control, pero estaba
siguiendo su ejemplo. Ella mordió y yo chupé, saboreando cada rincón de
su boca. Una de sus manos se deslizó entre nosotros, sus dedos buscando
la hebilla de mi cinturón.
Arranqué mi boca, apretando los dientes. Dolía por ella, pero cuando
cruzáramos esta línea, no había vuelta atrás.
—Stella, ¿estás segura?
Levantó su mano libre y la llevó a mi frente, apartando el cabello.
—Estoy segura.
—Esto lo cambia todo.
—Creo que ya lo hemos cambiado todo, ¿no crees?
—Sí —susurré, ahogándome en su mirada—. Supongo que lo hemos
hecho.
Se inclinó, presionando sus labios en la esquina de mi boca mientras
inclinaba sus caderas hacia adelante, instándome a seguir.
Quizás no había gastado toda esa valentía. O quizás tenía más coraje
de lo que se permitía creer, con champán o sin él. Tímida o atrevida, la
aceptaría en todos los sentidos.
Sus dedos encontraron la hebilla de mi cinturón y comenzaron a tirar.
—Espera. —Me aparté, jadeando—. No vamos a hacer esto contra la
pared.
—¿No?
Negué con la cabeza.
—No.
Se dispuso a bajar sus piernas pero la levanté, ganándome una risita
pequeña mientras la sacaba de la entrada. Cada habitación estaba oscura,
la única luz provenía del árbol de Navidad en la esquina. Sus bombillas
multicolores proyectaban su luz roja, azul, verde y amarilla sobre la sala de
estar.
Si Stella tenía curiosidad por mi casa, no lo dijo. No apartó la mirada
de mi rostro ni aflojó su agarre sobre mis hombros a medida que caminaba
por el pasillo largo hacia mi habitación.
Como en la sala de estar, había puesto un árbol pequeño en un rincón.
Quizás otros hombres no se molestarían con las decoraciones, considerando
que no había reuniones familiares planeadas en mi casa, pero me encantaba
la Navidad y quedarme dormido con el resplandor del árbol iluminado.
Stella desenvolvió sus piernas cuando la puse a los pies de la cama.
Me alcanzó, pero negué con la cabeza y me arrodillé. Me temblaban las
manos.
¿Cuándo fue la última vez que estuve ansioso con una mujer? ¿Quizás
mi primera vez? Eso había sido en la preparatoria, después del baile de
graduación. Incluso entonces, cada uno de nosotros había tenido suficiente
licor barato para ahuyentar los nervios.
Esta era Stella.
Mis dedos juguetearon con las correas de sus zapatos. Deseé que mi
corazón dejara de acelerarse. Cuando sus manos llegaron de nuevo a mi
cabello, me incliné hacia su toque y cerré los ojos.
—No puedo creer que esto esté pasando. —Su confesión fue apenas
audible. La honestidad en su voz, el corazón reflejándose a través de esos
ojos deslumbrantes, fue mi perdición. No había mujer tan hermosa como
Stella Marten.
Y había sido un cobarde durante demasiado tiempo. Un tonto por no
actuar antes.
Ahora era jodidamente mía.
Cuando volví a sus tacones, el temblor de mis dedos había
desaparecido. Si todo lo que hacía esta noche era hacer esto bien para ella,
lo llamaría una victoria. Le quité los zapatos de los pies y los arrojé a un
lado, luego pasé los dedos por la suave piel de su tobillo, abriéndome camino
hacia el interior de su rodilla.
Las yemas de mis dedos se movieron en remolinos lentos y tortuosos,
sin dejar nunca su piel a medida que avanzaba a lo largo de sus piernas. Un
escalofrío sacudió sus hombros cuando pasé la falda de su vestido por sus
muslos, empujándolo más y más alto. Su respiración se entrecortó de nuevo,
ese jadeo jodidamente sexy, cuando rocé sus caderas y a lo largo del encaje
de sus bragas.
Tenía los ojos entrecerrados cuando me encontré con su mirada, su
labio inferior una vez más entre sus dientes.
Le di una sonrisa de satisfacción a medida que apretaba su vestido en
mis puños y lo arrastraba hacia arriba por su torso. Ella levantó los brazos
mientras yo lo soltaba.
—Eres… —Mi boca se secó ante la imagen de ella en mi cama,
desnuda excepto por esas bragas—. Perfecta. Mi Stella. Tan jodidamente
perfecta.
Incluso en la luz tenue, vi el rubor rosado de sus mejillas.
Tomé su rostro entre mis manos, acercándola a mi boca. Luego me
puse de pie, sin soltar mi agarre, mientras la ponía en el colchón.
Los cuidados que había perdigado con mis manos ahora los hacía con
mi boca, dejando un rastro de besos con la boca abierta por su cuello y
pecho, deteniéndome para prestar más atención a sus pezones. Después me
moví más abajo, arrastrando mi lengua alrededor de su ombligo.
Ella gimió, un sonido que estaba empezando a amar tanto como ese
jadeo.
Me detuve por encima del dobladillo de sus bragas, arrastrando su
aroma dulce mientras metía mis dedos en el encaje y los arrastraba lejos de
su montículo desnudo.
—Heath. —Stella tragó pesado al momento en que la tela estuvo a un
lado, agrupada en el suelo junto a su vestido y tacones—. Yo, eh, nadie
nunca ha… quiero decir, no soy virgen pero, eh, ya sabes.
Oh. Maldito sea yo.
Sería el primero en probarla. El único. Se me hizo agua la boca.
—¿Confías en mí?
Asintió.
—Bien. —Presioné sus rodillas, separándolas.
Sus pliegues brillaban, su coño tan bonito como sus labios. Sus
músculos se tensaron, sus piernas se tensaron. Sería divertido provocarla
uno de estos días. Besar en todas partes menos donde lo necesitaba. Pero
por primera vez, no me retrasé.
Arrastré mi lengua a través de su abertura, gimiendo por su sabor.
Stella dejó escapar un grito pequeño y se tapó la boca con una mano.
Me reí entre dientes, lamiéndola de nuevo.
—Oh, Dios mío. —Fue amortiguado por debajo de su mano, pero lo
estaba tomando como una aprobación para devorarla.
Lamí, chupando su clítoris en mi boca, llevándola al borde, una y otra
vez. Cuando sus piernas temblaron, su cuerpo retorciéndose, retrocedí.
Para la quinta vez, la mano en su boca había desaparecido y sus
manos apretaban el edredón carbón en puños. Para la décima, estaba
gruñendo de frustración.
—¿Quieres correrte, cariño? —pregunté.
—Sí.
—Como gustes, Stell. —Esta vez, no retrocedí. Me mantuve en ella
hasta que su espalda se arqueó fuera de la cama, todo su cuerpo sufrió
espasmos mientras dejaba escapar una ristra de gemidos. Solo cuando los
dedos de sus pies se estiraron me detuve.
Su pecho estaba sonrosado, su cuerpo flácido.
Me lamí los labios y me paré, quitándome el abrigo del traje mientras
memorizaba la imagen de una Stella desnuda en mi cama. Mi polla estaba
dolorosamente dura, el bulto se tensaba contra la cremallera de mis
pantalones. Hice un trabajo breve al desnudarme, y cuando mi ropa estuvo
esparcida junto a la de ella, agarré mi eje y le di una frotada fuerte.
—No he estado con nadie por un tiempo —dije—. Y tuve un chequeo
el mes pasado.
Stella asintió frenéticamente.
—Yo tampoco. Y estoy tomando la píldora.
Esta noche seguía mejorando. Planté una rodilla en la cama,
levantándola y arrastrándola hacia las almohadas. Abrió las piernas para
mí, haciendo espacio en la base de sus caderas.
La besé, dejándola probarse a sí misma en mi lengua. La besé hasta
que se retorció de nuevo, rogando por más.
En una embestida larga, empujé dentro de su cuerpo apretado. Una
embestida larga, sus paredes agitándose alrededor de mi longitud, y casi me
deshago.
—Maldición, Stell. —Necesité cada fibra de mi fuerza para no
correrme, sintiendo su calor a medida que se estiraba a mi alrededor. La
envolví en mis brazos, enterrando mi rostro en su cabello—. Te sientes muy
bien.
Envolvió sus brazos alrededor de mí, abrazándome.
—Muévete.
Besé su pulso, luego me alejé, saliendo para embestir dentro.
—Heath —gritó, cerrando los ojos con fuerza.
Escuché mi nombre tres veces más de sus labios antes de que se
corriera otra vez, palpitando y apretándome con tanta fuerza que su
orgasmo provocó el mío. Me corrí con un rugido, palpitando dentro de ella
mientras estrellas blancas estallaban detrás de mis ojos.
Sin fuerzas y saciado, me derrumbé sobre sus brazos, rodando de
modo que ella se envolvió en mi pecho. Luego la abracé con fuerza, sintiendo
su corazón latir a un ritmo opuesto al mío.
¿Cómo había pasado tanto tiempo sin ella? ¿Por qué no habíamos
estado haciendo esto todo el tiempo? Me había arruinado para otras
mujeres.
Una noche y estaba arruinado.
Esto era imprudente. Era una empleada. Era la hermana de Guy.
Pero era Stella.
Mi Stella.
Hizo un movimiento para ponerse de pie, pero la abracé con fuerza.
—Quédate.
Se apartó el cabello de la cara y me dio una sonrisa soñolienta.
—De acuerdo.

—¿Stella? —llamé a través de la casa, bostezando mientras


entrecerraba los ojos ante la luz brillante entrando por las ventanas—.
Stella.
Silencio.
Caminé hasta la puerta principal, mirando a través de una luz lateral.
Había huellas de neumáticos nuevas en mi camino de entrada, unas que no
había dejado el Uber de anoche.
No, probablemente eran de esta mañana. Después de que Stella
escapara de la casa.
—Maldición.
¿Por qué se iría? ¿Por qué no me despertaría primero? ¿Estaba
molesta?
Froté la barba incipiente en mi mandíbula, enojado conmigo por no
despertar y frustrado con ella por escabullirse.
Cualquier día normal, la localizaría. Me presentaría en su puerta y
hablaríamos de esto. Pero no era un día normal.
Era navidad.
Feliz Navidad, Stella.
7
Stella

Pop. Pop. Pop.


Mientras las palomitas se cocinaban en mi microondas, repetí su
sonido con mi dedo mientras miraba sin pestañear los armarios de mi
cocina.
Debería llamarlo. ¿Debería llamarlo? Sí. Mañana.
Tal vez.
El microondas emitió un pitido y saqué la bolsa, sacudiéndola antes
de verter los granos blancos en un bol de vidrio y retirarme al salón. Me dejé
caer en el sofá, me metí un puñado de palomitas en la boca y me quedé
mirando la televisión en blanco.
Había estado mirando mucho desde que escapé de la cama de Heath
la mañana de Navidad.
Mamá me había preguntado quince veces ayer si me sentía bien.
Había mentido, prometiendo que estaba bien. Pero no, no estaba bien. Era
un maldito desastre.
Heath había revuelto mi cerebro literalmente. Cada vez que intentaba
pensar en cualquier otro tema (trabajo, regalos, comida), conseguía avanzar
unos dos segundos en una línea de pensamiento solo para ser arrastrada
de nuevo a su cama. Me imaginaba sus hombros anchos empujando mis
rodillas mientras me lamía hasta el olvido.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
Club de fans del sexo oral, conozcan a su nuevo miembro, Stella
Marten.
Había tenido sexo, mucho sexo increíble con muchos orgasmos
increíbles, con Heath Holiday. Mi Heath Holiday.
¿Qué significó esto? ¿Quería una relación? ¿Se permitía que
compañeros de trabajo fueran parejas en Holiday Homes? ¿Por qué ahora?
Todas las preguntas que podría haber hecho si me hubiera quedado
en su casa ayer por la mañana, pero cuando me desperté deliciosamente
adolorida, el pánico se apoderó de mí, así que me escabullí de su brazo y
salí corriendo.
Porque este era Heath.
Heath.
¿Cuánto tiempo había soñado con esto? ¿Con él? Había fantaseado
con él durante tanto tiempo que no estaba preparada para que esto se
hiciera realidad. Él había superado todas las expectativas, todos los sueños.
Y en tan solo una noche.
No debería haber sido tan bueno, ¿verdad? Fue una locura. ¿No?
Tal vez mis delirios juveniles de años pasados estaban nublando la
realidad. Tal vez mi enamoramiento adolescente estaba saliendo a la
superficie. Tal vez mi subconsciente me estaba jugando una mala pasada
porque él estaba prohibido.
Y aterrador.
Una noche y lo había arruinado todo. Porque ahora lo quería más que
nunca. Y si él decidía que habíamos sido un error, bueno…
—Renunciaré. —Eso no era lo peor del mundo, ¿verdad? Solo llevaba
trabajando en Holiday Homes desde principios de mes. Tal vez mi antigua
empresa me aceptaría de nuevo si le rogaba. Y si aceptaba un recorte de
sueldo.
O… podía mudarme. Si Heath me dejaba, podía mudarme.
Sí, definitivamente tendría que mudarme. Tendría que encontrar una
ciudad nueva. Un trabajo nuevo. Una casa y un chico nuevo.
Si Heath no me quería, no había otra opción.
—Sí. Me mudaré. —Apreté otro puñado de palomitas, masticando con
furia mientras la ansiedad corría por mis venas.
Iba a tener que mudarme y cambiar toda mi vida porque Heath me
había arruinado.
Me llevé otro puñado a la boca, con las mejillas abultadas como las de
una ardilla, y seguí metiendo más a medida que soportaba el centésimo
ataque mental de las últimas treinta y seis horas.
Stella, contrólate.
Me metí más palomitas en la boca. Wendy estaría orgullosa porque,
por lo general, mi consumo de estrés implicaba McDonald's, una lata de
crema batida y una bolsa de frituras tamaño familiar. Estas palomitas ni
siquiera tenían mantequilla.
Cualquier otro hombre y me lanzaría al trabajo como distracción. Pero
el trabajo significaba Heath y, por suerte, la oficina estaba cerrada hasta
después de Año Nuevo, así que aún no tendría que enfrentarme a él.
—No quiero moverme. —Me quejé, dispuesta a tirar las palomitas,
buscar las llaves y dirigirme al autoservicio más cercano cuando sonó el
timbre.
Con el bol metido en el brazo, me metí otro bocado en la boca y fui a
contestar, esperando a Wendy o a Guy ya que eran las únicas dos personas,
además de mis padres, que me visitaban. Era de noche, así que mamá y
papá ya estarían pegados al History Channel.
Comprobé la mirilla y encontré a Guy al otro lado. Estaba de espaldas
a mí porque estaba mirando algo en la calle. Desbloqueé la puerta,
abriéndola de golpe, justo cuando se giró.
No era Guy.
Heath.
Las palomitas que tenía en la boca salieron disparadas en un chorro
de confeti blanco.
Un grano empapado aterrizó en la sudadera gris de Heath.
Mis ojos se desorbitaron al ver cómo lo quitó de un manotazo.
—Hola —dijo.
Parpadeé.
Llevaba una sudadera con capucha de Holiday Homes y una gorra
azul marino. Casi la misma gorra azul marino de Montana State que mi
hermano llevaba siempre. Por detrás, esas gorras eran idénticas. Pero los
frentes tenían logotipos diferentes.
Me engañó para que abriera la puerta. Debí haberme fijado más en el
color del cabello.
—¿Puedo entrar?
Volví a parpadear.
Heath se rio y se acercó, usando su pulgar para quitarme un trozo de
palomitas de la barbilla.
—Acabo de escupirte comida —susurré, con las mejillas encendidas.
Los demás no entendían esta versión de mí, la que se empeñaba en
humillarse. ¿Por qué solo salía cuando Heath estaba cerca?
Levantó un hombro, metió la mano para tomar un puñado de
palomitas y luego entró, haciéndome retroceder para poder cerrar la puerta
mientras se metía algunos granos a la boca. Su mandíbula cincelada se
flexionó mientras masticaba.
Ningún hombre había hecho unas palomitas tan atractivas. Si alguna
vez me pidiera una cita para ir al cine, probablemente llegaría al orgasmo
en la sala solo con verlo comer palomitas.
Tragó pesado, su manzana de Adán balanceándose, y luego sacudió
sus Nike, limpiando la nieve en la alfombra de mi entrada. Se quitó la gorra,
solo para girarla hacia atrás.
Santa. Mierda. ¿Por qué era tan sexy? Era la versión más vieja y
robusta del chico que había amado desde lejos. Un hombre tan
completamente atractivo que olvidaba respirar. Mientras estaba allí
babeando, su mirada recorrió mi cuerpo de arriba abajo.
—Jesús, Stell. ¿Es tu pijama?
Asentí.
Cerró los ojos por un momento, con las manos en forma de puño como
si estuviera rezando por la contención.
Miré mi atuendo. El conjunto era de raso negro, los pantalones anchos
y con caída. El top era básicamente un sujetador, mostrando mi vientre bajo
la bata que iba por encima y que no me había molestado en abotonar.
—¿Lo siento?
Abrió los ojos y cerró la brecha entre nosotros, ajustando su palma
contra mi mejilla.
—Te escapaste de mí.
—Estoy un poco asustada. Como, en absoluto pánico. —Mi mano libre
se lanzó automáticamente al bol, pero antes de que pudiera tomar un
puñado para mi boca, Heath robó las palomitas y las dejó a un lado en la
mesa de la consola.
—¿Por qué estás entrando en pánico?
—Porque ahora tengo que mudarme.
Sus cejas se fruncieron.
—¿Qué? ¿Vas a mudarte?
Asentí.
—Tengo que hacerlo.
—¿Por qué?
—Porque tuvimos sexo. Mucho sexo.
—¿Lo hicimos? ¿Cuándo?
—Para. —Le di una bofetada en el brazo, relajándome mientras él se
reía, y lo llevé al sofá del salón. Me senté en un extremo y él se sentó en el
otro.
Parecía tan a gusto, tan seguro de sí, mientras colocaba un brazo
sobre el respaldo y cruzaba un tobillo sobre la rodilla.
—Sé sincera conmigo. ¿Estás bien?
Me derretí un poco ante la preocupación en su voz y la inquietud en
esos ojos azules.
—Sí. Solo… confundida.
—¿Por eso te escabulliste?
—No me va bien cuando las cosas están en las nubes.
—En las nubes. ¿Qué quieres decir?
—Ese dicho. En el aire. Digo en las nubes porque las nubes son más
esponjosas, así que si voy a estar en el limbo, bien podría estar en la
banalidad.
Me estudió, con la comisura de la boca levantada.
—Eso no debería tener sentido. Pero supongo que lo tiene.
—¿Tuviste una buena Navidad?
—Sí. Estuvimos en casa de mamá y papá. Abrimos los regalos. Fue
más emocionante con Violet allí que los años normales.
—Le estás tomando cariño.
—Ella es de terror, y le sacará miles de canas a Maddox antes de que
llegue a los cuarenta, pero sí. Es una niña genial. Acabo de llegar de casa
de mamá y papá. Mamá declaró una noche de juegos. Natalie también
estaba allí.
—¿En serio?
Sonrió.
—Maddox está enamorado de ella. Mucho.
Me encantaba eso para mi amiga. Natalie se merecía un dulce
bomboncito multimillonario.
Maddox se había graduado cuando yo empecé el instituto, pero su
leyenda había perdurado a través de las chicas del equipo de natación.
Había sido muy parecido a Heath. Apuesto. Atlético. Popular. Se había
vuelto extremadamente rico desde que dejó Montana, pero dada la forma en
que Heath parecía admirar a su hermano mayor, sospechaba que Maddox
siempre había conservado sus raíces pueblerinas.
—¿Cómo fue tu Navidad? —preguntó.
—Tranquila.
—¿Papá Noel te trajo algo bueno?
—Este pijama.
—Bien hecho, Santa.
Se me cortó la respiración cuando su mirada recorrió mi pecho y el
cambio en su expresión. Heath parecía estar a punto de abalanzarse sobre
mí, de arrastrarme por el sofá y hacer lo que quisiera.
Estaría encantada de que me arrastrara.
Pero entonces negó con la cabeza, moviéndose para sacar algo del
bolsillo de sus jeans.
—Tengo algo para ti.
—Oh. No tenías que traerme nada.
—Lo sé. —Me entregó un estuche rectangular de terciopelo negro—.
Pero quería hacerlo.
Me senté más erguida, tomé la caja y la abrí. Dentro había una
delicada pulsera de oro con tres cascabeles. La joya me hizo sonreír.
—Es preciosa. Tenía una igual.
—Me acuerdo.
—¿Te acuerdas? No puede ser. Eso fue hace años.
—Tu abuelo te la compró, ¿verdad?
—Sí. Solía burlarse de mí porque caminaba en silencio y podría ser
una ninja cuando creciera. —El abuelo había sido muy parecido a Guy:
ruidoso en todos los sentidos. Tan ruidoso que no me oía subir. Lo había
asustado innumerables veces, y cada vez soltó un aullido enorme antes de
llevarse una mano al corazón—. Esa pulsera fue el último regalo de Navidad
que me compró.
—Estaba allí el día que se rompió —dijo—. Te la enganchaste en el
columpio del patio trasero y lloraste tanto que pensé que te habías hecho
daño.
Había estado devastada. Y él se había acordado. Me había comprado
una nueva. Mis ojos se inundaron al tocar la pulsera.
—¿Me ayudas a ponérmela?
—Claro. —Se deslizó hasta el cojín central, sacando la joya de la caja.
Luego me la puso en la muñeca izquierda, con sus dedos cálidos contra mi
piel.
La hice tintinear, sonriendo ante el tintineo delicado.
—Gracias.
—De nada. —La mirada de Heath estaba esperándome cuando levanté
la vista, y como no le había comprado un regalo, me levanté, presionando
mis labios contra los suyos.
Se suponía que era un beso rápido, pero un roce de nuestras bocas y
el calor entre nosotros se encendió.
Sus brazos me envolvieron con fuerza antes de apretarme más contra
los cojines. Su lengua pasó entre mis dientes, acariciando la mía.
Nos besamos frenéticamente, sin que ninguno de los dos tuviera
suficiente. Entonces, la ropa entre nosotros empezó a desaparecer, prenda
por prenda. Su gorra. Mis pantalones. Su camiseta. Mi top.
Se acomodó entre mis muslos, su excitación dura, gruesa y larga
mientras presionaba mi núcleo palpitante.
—Dios, Stell.
—No puedo creer que esto esté sucediendo —susurré.
Se posicionó en mi entrada, lentamente, centímetro a centímetro,
empujando dentro.
—¿Ahora te lo crees?
Negué con la cabeza, saboreando el estiramiento de mi cuerpo para
adaptarse al suyo.
—No.
—Lo harás. Dale tiempo.
El tiempo con él era una fantasía más.
Pero antes de que pudiera atascarme en mi cabeza, me perdí en el
cuerpo de Heath. Sucumbí a las respiraciones agitadas. A las estocadas
duras. Al ritmo de sus caricias y al estruendo de mi corazón.
Nos corrimos juntos, ambos gritando, mientras el orgasmo me robaba
la vista, cegándome a todo lo que no fuera este hombre.
Mi pulsera nueva tintineó a medida que me apartaba el cabello de los
ojos, bajando del subidón.
—Guau.
—Mierda, eres increíble. —Heath nos giró para quedar debajo de mí
en el sofá, con nuestros cuerpos resbaladizos por el sudor. Luego miró al
techo—. No iba a hacer esto.
—¿Hacer qué?
Dejó que una mano recorriera mi columna vertebral hasta acariciar
mi trasero.
—Tú.
Sonreí.
—¿Por qué no?
—Porque quiero algo más que sexo de ti. Pero ese maldito pijama de
Papá Noel era irresistible. Se ven aún mejor en el suelo.
Me reí, cerrando los ojos para memorizar cada segundo. Su aroma
picante. Su cuerpo duro. El peso de su mano. La caricia de su tacto. El
sonido de sus palabras aún resonando en mi mente.
Porque quiero algo más que sexo de ti.
Se me escapó una risa vertiginosa en el pecho. Al momento en que él
se fuera, iba a soltarla para que rebotara en las paredes del apartamento.
—No puedo quedarme.
—Oh. —La decepción en mi voz llenó mi sala de estar.
—Quiero. —Besó mi frente—. Pero será mejor que me vaya. Tobias se
comportó de forma extraña ayer en Navidad, así que quiero ver si puedo
averiguar qué pasa.
—De acuerdo.
Los dos nos vestimos y nos dirigimos a la puerta. ¿Cuándo iba a
volver? ¿Cómo sería en el trabajo? ¿Debemos decírselo a Guy? Los únicos
hombres con los que me había acostado, los tres, habían sido novios antes
que amantes. Era una mujer que amaba las etiquetas.
Abrí la boca para preguntar cuándo volvería a verlo, pero me contuve
y fingí un bostezo. Había tiempo para resolverlo, ¿no? No teníamos que
responder a todas las preguntas esta noche.
—¿Cansada? —preguntó.
Asentí.
—Sí. Voy a acostarme en la paja.
—Acostarte en el heno.
—No ponen heno en los establos para que duerman los animales.
¿Sabías eso? Fui a un zoológico de mascotas una vez y le pregunté a la
dueña, y me dijo que ponían paja en los corrales y les daban de comer heno.
Así que, te acuestas en la paja.
—Eso… —El pecho amplio de Heath se sacudió mientras reía—. De
acuerdo. Acuéstate en la paja.
—Gracias otra vez por mi pulsera. —Hice girar mi muñeca, amando el
pequeño tintineo.
—De nada. —Se acercó, tomando mi cara entre sus manos—. Eres
algo especial, Stella Marten.
Y él era un sueño.
Con un último beso de despedida, guiñó un ojo y se adentró en la
noche invernal. La sonrisa en mi cara me pellizcó las mejillas mientras
cerraba la puerta tras él.
Wendy. Tenía que llamar a Wendy.
Me apresuré a ir a la sala de estar, donde había dejado el teléfono
antes mostrando su nombre. Pero antes de que pudiera llamar, el timbre
volvió a sonar. Salté por el pasillo, con los dedos de los pies hormigueando
porque Heath había vuelto.
—Oye…
No era Heath.
Guy.
—Hace frío. —Se estremeció y entró.
Miré más allá de él, buscando la camioneta de Heath. Sus luces
traseras estaban en el borde del estacionamiento.
—¿Vas a cerrar la puerta? —preguntó Guy, quitándose el abrigo. No
debía de haber visto la camioneta de Heath en la oscuridad porque habría
hecho una pregunta totalmente diferente.
—Oh, um… sí. —Me aparté para alejarme el frío—. ¿Qué haces aquí?
—Estaba aburrido. Pensé en venir. —Me miró de arriba abajo, con el
rostro amargado—. ¿Es el pijama que te compró mamá?
—Sí. ¿Qué tiene de malo?
—¿No se supone que debes abotonar la parte superior?
Puse los ojos en blanco y abotoné la parte exterior.
—¿Ya estás contento?
—Seré feliz si tienes una cerveza.
Solo tenía vino y una botella de vodka en la nevera. Nunca me había
gustado mucho el sabor de la cerveza.
—Has venido a la casa equivocada si querías cerveza.
—Cierto. —Se dirigió hacia la sala de estar y mi estómago cayó.
Oh, mierda. ¿Sería capaz de oler el sexo? ¿O la colonia de Heath? Por
favor, que no haya una mancha de humedad en mi sofá.
Guy inclinó su nariz hacia el aire.
—¿Palomitas?
Tomé el bol que Heath había dejado a un lado y se lo llevé a Guy,
acercándoselo a la cara, esperando que lo único que oliera fuera la sal.
—Toma.
—Gracias. —Se llevó un poco a la boca—. ¿Sin mantequilla?
—Puedo hacer una tanda nueva con mantequilla.
—Sí, por favor. ¿Quieres ver una película?
—No. Sentémonos en la cocina. —No podría dejar de pensar en Heath
si nos sentáramos en el sofá y mi hermano se daría cuenta si sigo sonriendo
como una tonta.
—¿Por qué?
—Iba a hacer unas galletas —mentí.
—No son tan buenas como la cerveza, pero me comeré una galleta. —
Guy se acercó a la barra y tomó asiento en uno de los taburetes.
Rebusqué en mi despensa, rezando por tener todos los ingredientes.
No tenía harina, pero vi una caja de mezcla para brownies.
—Oh, ¿qué tal si hacemos brownies? Eso suena mejor.
—Me parece bien. —Se encogió de hombros, terminando el bol de mis
palomitas—. Entonces, ¿qué hiciste esta noche?
Tu mejor amigo.
Apreté los labios para ocultar mi sonrisa a medida que le daba la
espalda para recuperar un bol de mezclas del armario.
En algún momento, Heath y yo tendríamos que decírselo a Guy. Si
esto era algo más que sexo. Pero teniendo en cuenta que aún no estaba
segura de cómo sería nuestra relación, no tenía sentido decirle a mi
hermano que me había acostado con su mejor amigo.
Dos veces.
8
Heath

La sonrisa de Stella al abrir la puerta hizo que mi viaje a través de la


ciudad por carreteras heladas valiera cada segundo.
—Hola.
—Hola.
Sonreí y entré, tomándola en mis brazos y atrayéndola para un beso.
Ella sonrió contra mi boca, sus manos envolviendo mis hombros
instantáneamente. Cuando finalmente la levanté, se rio, la luz en esos ojos
color avellana brillaron.
—¿Intentando hacerme perder el control?
—Quizás. —Me reí—. ¿Está funcionando?
—Sí.
—Bien. —Besé su frente, luego me quité los zapatos antes de seguirla
a la sala de estar y unirme a ella en el sofá—. ¿Cómo estuvo tu día?
—Ocupado. Limpié a fondo, lavé la ropa y desafié a Costco. ¿Tú?
—Trabajé por un rato. Dejé que mamá me arrastrara al centro para ir
de compras. —Saqué un joyero cuadrado rojo del bolsillo de mis jeans y se
lo entregué—. Para ti.
—¿Otro regalo? Ya van dos días seguidos. —Tomó la caja—. Ahora
siento que debería haberte comprado una caja gigante de Cheerios en la
tienda.
—Me encantan mis Cheerios.
—Lo sé. —Sonrió—. Mamá siempre se aseguraba de tenerlos cada vez
que Guy y tú tenían una fiesta de pijamas.
Mirar atrás en nuestros recuerdos juntos era una emoción inesperada
en cuanto a estar con Stella. Era divertido ver los detalles que recordaba.
Los que yo lo hacía.
Nuestra historia era la razón por la que había tenido una sonrisa casi
constante desde anoche. Era como si una pieza hubiera encajado en su
lugar. Una pieza que no me había dado cuenta de que faltaba.
Stella llenó el vacío.
Abrió la caja y otra sonrisa impresionante se extendió por su boca.
—Lazos.
—Los vi y tuve que conseguirlos. Me hicieron pensar en ti.
—¿Pensaste en mí?
—Sin parar.
Se sonrojó y sacó uno de los pendientes de la caja, un pequeño lazo
dorado adornado con joyas de colores del arco iris. Stella se lo puso en la
oreja y luego hizo lo mismo con el otro.
—Me encantan los colores del arco iris.
—Lo sé.
Tan pronto como las palabras dejaron mi boca, se lanzó hacia mí,
aplastando mi espalda contra el sofá mientras se levantaba. La envolví con
fuerza, sin perder un segundo.
Por muy divertido que hubiera sido tener sexo en el sofá, esta noche,
quería algo de espacio. Así que, con ella todavía en mis brazos, nuestras
bocas fusionadas, me paré y la llevé por el pasillo, esperando
desesperadamente encontrar una cama.
Mi conjetura fue sólida.
Salimos de su habitación una hora después de un par de orgasmos y
una ducha.
Stella y yo regresamos al sofá y, mientras me acostaba, la acurruqué
en mi costado. Un ajuste natural.
¿Cuántas películas habíamos visto en el sótano de la casa de sus
padres? ¿Cuántas noches me había perdido de hacer esto? Demonios, no
me habría dado cuenta incluso si lo hubiera intentado en ese entonces.
Cuando era un adolescente, no me gustaba abrazar a las chicas.
Probablemente le habría roto el corazón, y entonces Guy habría tenido una
buena razón para patear mi trasero.
Había una razón por la que él había prohibido a sus amigos acercarse
a Stella. Todos habíamos sido tan malos como él, buscando flirtear y nada
más. Excepto que, había madurado. Cuanto más me acerqué a los treinta,
los ligues casuales habían perdido su atractivo. Mi última novia había sido
hace meses. Pero me gustaba el compromiso. Me gustaba estar atado a una
persona.
No perdería la oportunidad de estar atado a Stella.
—Me gusta tu apartamento —dije.
Su apartamento tenía un acabado neutro, como la mayoría de los
complejos de la ciudad. Paredes beige. Alfombra de color gris pardo. Pero
había agregado toques de color con los muebles, la decoración y las obras
de arte. El mueble del televisor era de un coral acentuado. La almohada que
tenía detrás de la cabeza era verde azulado. La mesita de café era de color
amarillo mostaza y la alfombra debajo tenía motas de todo, juntándolo todo.
Colores del arco iris para mi hermosa chica radiante.
—Gracias. Solo es un apartamento. —Se encogió de hombros—. Es
aburrido. Pero estoy ahorrando para comprarme una casa. Quieren un pago
inicial considerable, así que me está tomando un tiempo.
—¿Alguna vez pensaste en construir? Conozco a un chico que es
dueño de una empresa de construcción.
Ella sonrió y se acurrucó más en mi costado.
—Quizás, yo, eh… no importa.
—¿Qué?
—No vayas a enloquecer, ¿de acuerdo?
—Cuando una mujer le dice a un hombre que no enloquezca, significa
que probablemente se va a enojar.
—Bien.
Cerró los labios con cremallera.
Esperé, escuchando el tic-tac del reloj en la pared. Pero la curiosidad
se apoderó de mí cuando el segundero dio dos vueltas a las doce.
—Bueno, de acuerdo. Sin enloquecer. Promesa. Dime lo que ibas a
decir.
—Quiero tener una casa en un buen distrito escolar. Sé que el
matrimonio y los hijos están muy lejos, y no estoy diciendo esto sobre ti,
pero es una consideración porque…
—Eres una planificadora.
—Exactamente.
—También soy planificador, Stell. ¿Por qué crees que compré el mejor
lote en el mejor vecindario con la mejor escuela primaria y construí una casa
de cinco habitaciones con un patio enorme?
No iba a vivir solo en esa casa por el resto de mi vida.
—¿No estás asustado por esto?
Me moví para poder ver mejor su rostro.
—¿Hace diez años? Sí. Habría salido por la puerta. Pero no estoy aquí
para una relación pasajera o algo casual.
Ella sonrió, pero hubo cierta cautela en su mirada.
Stella aún no me creía. Pero lo haría.
Estaba a punto de explorar esto con ella. Quería las primeras citas.
Quería las fiestas de pijamas. Quería las llamadas cuando estaba en el
supermercado para ver si necesitaba algo.
—Supongo que aún espero que reacciones como Guy.
Dejó caer su frente sobre mi pecho, su hermoso cabello rubio cayó a
nuestro alrededor.
—Guy es mi mejor amigo. —Torcí un mechón resplandeciente entre
mis dedos—. Pero no somos iguales. Estamos explorando esto. ¿Entiendes?
—Entiendo —suspiró—. Gracias por mis pendientes.
—No hay de qué.
Apoyó la barbilla en las manos.
—¿Cómo estaba Tobias?
—No sé. No estaba en casa y no respondió cuando llamé.
Diez veces. Me había ido de aquí anoche para localizarlo, pero
dondequiera que hubiera estado, no había querido que lo encontraran.
—Guy apareció después de que te fuiste.
Entonces, probablemente fue algo bueno que me hubiera ido. Que él
se presentara y nos viera juntos no sería una buena manera de decirle que
estaba reclamando a su hermana.
—Hablaré con él.
—Tal vez yo debería.
—No, debería ser yo.
Si estuviera en su lugar, querría que mi amigo me lo dijera. No le
dejaría esto a Stella.
—De acuerdo. —Suspiró—. ¿Cómo crees que se lo tomará?
—No lo sé —mentí.
Guy se iba a enfurecer. Probablemente intentaría pelear. Pero valía la
pena algunos golpes. Si eso fuera lo que hiciera falta, dejaría que Guy me
golpeara directamente en el rostro.
Nos acostamos juntos, solo respirando, hasta que ella bostezó.
—Debería dejarte golpear la paja.
Ella rio.
—¿Quieres quedarte?
—Sí, pero será mejor que me vaya a casa. Voy a pasar de nuevo por
la casa de Tobias. Veré si puedo atraparlo.
—Está bien. —Se movió, levantándose del sofá—. Cuándo… no
importa.
—Dilo.
—¿Cuándo voy a verte otra vez?
Pasé mis dedos por su mejilla.
—¿Fue tan difícil de preguntar?
—No quiero que pienses que soy pegajosa.
—Pero eres pegajosa.
Frunció el ceño y se formó un lindo pliegue entre sus cejas.
—No, no lo soy.
—No es un insulto, cariño. Te conozco. Como me conoces. Me gusta
que quieras planificar cuándo nos volveremos a ver. Me gusta que estés
intentando estar tranquila con esto, pero Stella, no estoy tranquilo por esto.
Así que, tampoco necesitas estarlo.
Nunca en mi vida había pensado tanto en una mujer como en Stella
desde la fiesta. Nunca había mirado el reloj, esperando que llegara el
momento adecuado. Nunca había planeado ver a una mujer día tras día.
—Esto está sucediendo muy rápido. —Sacudió su cabeza—. Aún me
estoy poniendo al día.
—Lo harás. —La besé de nuevo—. Descansa un poco. Mañana por la
noche me quedaré y no dormiremos mucho.
Su rostro se iluminó.
—¿Lo prometes? Quizás debería hidratarme.
Me reí.
—Definitivamente deberías. Y no hagas planes para el jueves por la
mañana.
Si ambos estábamos de vacaciones, bien podríamos disfrutarlo.
Con otro beso en la puerta, la dejé por el gélido aire invernal. Me
deslicé detrás del volante de mi camioneta, encendí la calefacción, con la
intención de perseguir a mi hermano y descubrir qué se le había metido por
el trasero esta semana. Pero cuando salí a la calle, tomé la decisión de último
segundo de buscar otro hermano en su lugar.
El viaje al apartamento de Guy fue corto. Había comprado un lugar
cerca del apartamento de Stella a propósito, diciendo que quería estar cerca
en caso de que ella necesitara ayuda. En realidad, era porque era tan
pegajoso como Stella y ansiaba atención. Así que en las noches en que no
había nada más para entretenerlo, visitaba a su hermana.
Sus padres aún vivían en el vecindario donde crecí. Eso fue antes de
que los negocios de mamá y papá tuvieran un auge y decidieran construir
una casa enorme en las estribaciones de la montaña.
Mis padres, también planificadores, habían añadido muchos
dormitorios para futuros nietos.
Estacioné junto a la camioneta de Guy y avancé directamente hacia
la puerta, cuadrando los hombros mientras tocaba el timbre. No había
tiempo para pensar demasiado en esto. Iba a estar enojado, así que bien
podría terminar de una vez.
—Hola. —Abrió la puerta y levantó la botella de cerveza en la mano—
. Buen momento. Acabo de abrir esto. ¿Quieres una?
—Seguro. —Entré—. ¿Pero tienes latas?
Me ofreció una mirada extraña.
—Oh… sí.
—Entonces tendré una lata.
Esa botella era un arma. Esperaría para contarle sobre Stella hasta
que él terminara de beber y la guardaría de manera segura en la basura,
donde no se pudiera romper por la mitad sobre mi cráneo.
Guy abrió el camino hacia su nevera, sacando una Bud Light.
—Gracias.
Abrí la tapa y tragué pesado.
—¿Qué haces esta noche? —preguntó—. Tal vez después de que
terminemos estas podríamos ir al centro.
—Quizás.
Caminé hacia la sala de estar, sentándome en una silla frente a la
televisión. Mi rodilla comenzó a rebotar.
Guy se hundió en su sofá y agarró el control remoto para silenciar
EPSN.
—¿Puedo preguntarte algo?
Maldición. Él sabía. El cabrón ya lo sabía.
—¿Qué pasa?
—¿Algún chico ha estado visitando a Stella en el trabajo?
—Eh, no. —Lo miré de reojo, sin perder de vista la botella de cerveza.
Me dolería como un hijo de puta si la arrojaba a mi rostro—. ¿Por qué?
—Creo que está saliendo con alguien.
Parpadeé. ¿Esto era un truco?
—¿Y?
Levantó las cejas.
Tomé un trago de cerveza para aclararme la garganta.
—¿Y qué?
—Y, ¿has visto a alguien en el trabajo? ¿Llevándola a almorzar o algo
así?
—No.
Frunció el ceño.
—¿No?
Esperé por más. Esperé un ataque. Pero simplemente se sentó allí,
reflexionando mi respuesta.
—¿Por qué crees que está saliendo con alguien?
—Anoche fui a su casa. Llevaba puesto este pijama de zorra y cuando
abrió la puerta, era como si esperara que fuera otra persona.
Yo. Esperaba que él fuera yo.
Esta era la oportunidad perfecta para decirlo y terminar de una vez.
Pero, ¿lo confesé? ¿Le dije que esos pijamas no eran de zorra y que si alguna
vez usaba la palabra zorra en la misma oración que el nombre de su
hermana otra vez, le rompería la nariz? No. Me senté allí como un cobarde.
—¿Y qué si está saliendo con alguien? —Tomé otro trago largo—. Es
una adulta.
—No me gusta que me lo esté ocultando.
Dile.
—Tal vez sea nuevo y aún no quiera presentar al chico a su familia.
Sacudió la cabeza.
—Aun así debería decírmelo. Después de la mierda por la que pasó en
la universidad, sabe que me preocupo.
—Espera. ¿Qué? —Dejé mi cerveza y me incliné hacia adelante—.
¿Qué mierda en la universidad?
Tomó un trago y apuró la botella hasta dejarla vacía.
—No puedes decirle que te lo dije. Me hizo prometer que no lo diría.
—Por supuesto. ¿Qué pasó?
—Este amigo mío. Antiguo amigo. Vivía en nuestro dormitorio de
primer año.
—¿Qué amigo?
—Dave.
Dave. Busqué en mi memoria, intentando ubicar el rostro de Dave.
¿Quién diablos era Dave? El nombre se estaba volviendo más familiar, pero
no podía ponerle rostro.
—¿Lo conocía?
Guy negó con la cabeza.
—No. Vivía en el cuarto piso. A veces iba y jugaba videojuegos con él.
Los videojuegos nunca habían sido lo mío y había pasado mi primer
año en clase mientras Guy apenas había pasado. Había superado el arte de
saltarme las clases. Los días en que tomaba notas en una sala de
conferencias, él estaba con Dave.
—¿Cómo lo conoció Stella?
Ella no había ido a la UMS hasta mucho después de que dejáramos
los dormitorios por nuestro apartamento fuera del campus.
—Me mantuve en contacto con él. —Guy apretó la mandíbula—.
Tuvimos un par de clases básicas juntos. Lo encontraría en la biblioteca
para estudiar. Y un día, Stella estaba conmigo. Yo los presenté. Y…
—¿Y?
Sus fosas nasales se ensancharon.
—Tuvieron una cita. No me lo contó. Fue con él a una fiesta de
fraternidad y él le puso algo en la bebida.
Mi temperatura se disparó de normal a hirviendo en un instante.
Estaba a segundos de explotar cuando mis brazos comenzaron a temblar y
mis manos se apretaron tanto que mis uñas se clavaron en mis palmas. No
confiaba en mí mismo para hablar, así que me senté allí, con la mandíbula
apretada, y esperé a que continuara.
—También me presenté en la fiesta. Maldita sea, gracias a Dios. Se
mostró erguido mientras intentaba arrastrarla a una habitación. Ella estaba
totalmente fuera de sí. Nunca la había visto así. Me asustó muchísimo.
—Dime que le diste una paliza a Dave.
—Le di una paliza a Dave. Esa es la razón por la que me expulsaron
de todas las fraternidades.
Guy me había hablado de la pelea, pero no la razón por la que había
comenzado. Puse los ojos en blanco en ese momento porque, en nuestro
tercer año, estaba más concentrado en la escuela que en las fiestas. Pero
Guy no.
Ahora desearía haber estado con él. Ahora desearía haber conocido a
Dave.
—Después de eso, le hice prometer a Stella que me avisaría cuando
empezara a salir con alguien —dijo.
—¿Por qué no sabía nada de esto?
—Como dije, me hizo prometerlo. La impactó. Estaba realmente
avergonzada y le resultó difícil confiar en alguien durante un tiempo.
Solo por eso, quería estrangular a Dave. Pasé una mano por mi
cabello.
—No tenía ni idea.
—Nadie lo hace. Ni siquiera le dijo a mamá y le cuenta a mamá casi
todo.
Maldita sea. Ciertamente, esto no era lo que esperaba escuchar esta
noche.
—Yo solo… —Se golpeó la pierna con una mano—. Tengo la sensación
de que está saliendo con alguien.
Sí. Conmigo.
—Su primer año fue hace mucho tiempo.
—Hombre, es mi hermana. No quiero que le pase nada.
—Quizás el chico con el que está saliendo no sea un Dave. Quizás sea
decente.
Guy se burló.
—O tal vez es un idiota.
—Vamos. —Mi corazón se aceleró de nuevo. La conversación no había
salido como esperaba hasta ahora, pero tal vez eso funcionaría a mi favor.
Comparado con el idiota de Dave, yo era un santo, ¿verdad? Nunca le faltaría
el respeto a Stella, Guy tenía que saberlo—. ¿Y si está saliendo con alguien
como yo?
O yo.
Guy se echó a reír.
—Hombre, esa es mi pesadilla. Esa es mi jodida pesadilla.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Hombre. Te acostaste con la mitad de las animadoras de nuestro
último año.
—En el instituto. Eso fue hace más de diez años. Y te acostaste con la
otra mitad.
—Exactamente. La última persona con la que quiero a Stella es
alguien como tú y yo. Es demasiado buena.
No podía discutir exactamente eso. Stella era tan pura y perfecta. Pero
maldita sea, quería ganármela. Me gustaba pensar hasta ahora, que estaba
haciendo un buen trabajo.
Guy se puso de pie, recogiendo su botella de cerveza. Dio un paso
como si fuera a dirigirse a la cocina por otra, pero se detuvo y miró por
encima del hombro.
—Todo esto es retórico, ¿verdad? Estás bromeando.
—Oh, sí.
Heath, bastardo cobarde.
—Bien. Porque tendría que matarte si alguna vez persigues a mi
hermana.
Me llevé la lata de cerveza a los labios y la usé para ocultar mi
decepción cuando salió de la habitación.
Guy quería un hombre decente para Stella.
Aparentemente, no creía que su mejor amigo encajara en ese proyecto
de ley.
Maldita sea. ¿Cómo no podía pensar que era lo suficientemente bueno
para ella? Tenía un gran trabajo. Una casa fantástica. ¿Y qué si no hubiera
tenido muchas citas? No había conocido a una mujer que me hiciera querer
un compromiso a largo plazo. Hasta Stella.
Me levanté de mi asiento y llevé mi lata de cerveza a la cocina. Saqué
los desechos y puse la lata en el contenedor de reciclaje debajo del fregadero.
Porque los hombres decentes reciclaban y yo era un maldito hombre
decente.
—Me marcho.
—¿Qué? —Guy salió de la nevera con dos cervezas nuevas en la
mano—. Acabas de llegar.
—Recordé algo que tenía que hacer para el trabajo —mentí.
—Pensé que la oficina estaba cerrada esta semana.
—El hecho de que la oficina esté cerrada no significa que no tenga
trabajo que hacer.
—Bien —murmuró con el ceño fruncido—. De todos modos, estás de
mal humor.
Genial.
—Adiós.
Sin otra palabra, caminé hacia la puerta, la abrí con demasiada fuerza
y me dirigí a mi camioneta. La sangre rugiendo en mis venas me mantuvo
caliente mientras conducía hasta el apartamento de Stella y me quedé en su
puerta, esperando a que contestara.
El cerrojo se volteó primero, luego allí estaba ella. El pijama de esta
noche era una camiseta de dormir teñida que le llegaba a las rodillas. Los
brazos eran tan grandes que le llegaban hasta los codos.
—Hola.
—Hola. —Entré—. Entonces, acabo de dejar la casa de Guy.
—¿Q… qué?
—Fui a decirle que iba a invitarte a una cita.
—¿Lo hiciste?
Asentí y puse mis manos en puños en mis caderas.
—Sí. Fue genial —dije inexpresivo.
Stella se encogió.
—¿Estás loco?
—No, no se lo dije.
Pero él me había dicho muchas cosas.
Muchas cosas que no podía mencionar, aún no. Algún día, pronto,
quería escuchar el lado de la historia de Stella con Dave. Pero estaba
demasiado enojado por eso esta noche. Cuando, o si, ella quisiera hablar,
necesitaba estar allí para escuchar, no enojarme.
—Estaba de un humor de mierda —mentí—. Pensé que sería mejor
esperar. Ya sabes cómo es él.
—Sí. —Sus hombros cayeron y tiró del cuello de su camisa—. ¿Ahora
qué?
No teníamos muchas opciones. No hasta que le dijera a Guy.
Así que, coloqué un mechón de cabello detrás de su oreja.
—¿Puedes guardar un secreto?
9
Stella

Dos días no era precisamente mucho tiempo para guardar un secreto.


De acuerdo, no era nada. Dos días no era nada.
Pero en serio, realmente odiaba guardar secretos.
Después de que Heath me preguntara si podía guardar un secreto,
por supuesto mentí y dije que sí. Quiero decir… ¿cuál era mi otra opción?
¿Echarlo? ¿Negarle el sexo? No, en absoluto.
Este secreto podría estar torturándome, pero lo soportaría solo por los
orgasmos.
Anoche, Heath se había quedado a dormir, agotándome con sus
dedos, su lengua y su polla. Pero esta noche cambiaríamos de cama y me
prepararía la cena en su casa.
Me apresuré a hacer la maleta en mi habitación. La bolsa descansaba
a los pies de la cama, desbordada. Hasta ahora había agarrado una muda
de ropa para mañana. Un negligé de color ciruela y transparente que había
comprado esta tarde en el centro comercial. Mis artículos de tocador estaban
metidos en un estuche de viaje junto con mi secador de cabello, porque mi
cabello no era de los que se secaban bien al aire. También estaba el
maquillaje y las brochas.
Me quedé mirando la bolsa y el rizador en la mano, debatiendo si
añadirlo a la mezcla.
O podría conseguir una maleta. En mi maleta cabría todo, sin
problemas. Quería estar cómoda. Pero Heath se había portado como un
santo hasta el momento, no se había asustado por mi charla sobre el futuro.
Si me presentaba con una maleta, podría ser la gota que colmara el vaso.
Este era el tipo de dilema que normalmente le planteaba a Wendy. Ella
me había llamado cuatro veces en los últimos dos días, intentando ponerse
al día. La había evitado en cada llamada. Porque al momento en que hablara
con ella, lo soltaría todo. Así que llamar a mi mejor amiga no era una opción.
El dilema de la maleta contra la bolsa era algo que tendría que resolver
por mi cuenta.
Había evitado a Guy tan deliberadamente como a Wendy. Hoy había
aparecido en el almuerzo. Me había escondido bajo una manta en el sofá y
había aguantado la respiración hasta que había dejado de llamar al timbre
y se había marchado.
No podía evitarlos para siempre. No podíamos mantener esto en
secreto para siempre. ¿No quería Heath decírselo a la gente? Porque yo
estaba dispuesta a gritarlo a los cuatro vientos.
Heath Holiday estaba teniendo sexo conmigo.
Esa frase sonaría muy bien desde lo más alto de mis pulmones.
Heath era el mejor besador del mundo. ¿Cómo lo sabía? Porque me
estaba besando.
Heath era excelente acurrucándose. Un hecho que había comprobado
después de que durmiera en mi cama.
Heath. Era. Mío.
Mío.
Dios, quería decírselo a alguien. A cualquiera. Entonces, tal vez
creería que esto estaba sucediendo.
—Voy a pasar la noche en casa de Heath.
Decirlo en mi habitación vacía no fue tan terapéutico como esperaba.
Oh, bueno. Mantener el secreto por unos días más nos daría la oportunidad
de sentir esto. Heath y yo podríamos decidir juntos cuándo involucrar a los
amigos y a la familia.
Unos días más, y entonces podríamos decírselo a Guy. Cuando
estuviéramos seguros.
Excepto que, no le había preguntado a Heath cuánto tiempo sería un
secreto. No querría que esto durara demasiado, ¿verdad? De ninguna
manera.
Y si esto no funcionaba, bueno… sería mejor que Guy no lo supiera.
Se me revolvió el estómago ante la idea de una ruptura.
Volví a estudiar la varita rizadora. Mientras lo tuviera a él, al menos
iba a tener un buen cabello, así que lo eché al montón y luego me dediqué
a meterlo todo en la bolsa. Tuve que sentarme sobre ella para cerrar la
cremallera y se abultó en las costuras.
Estaba oscuro más allá de las ventanas mientras me ponía el abrigo,
los días de invierno eran cortos. Me cargué la bolsa tensada al hombro, y
me apresuré a ir al auto.
El viaje a través de la ciudad hasta la casa de Heath fue lento, las
nubes que habían estado colgando sobre la ciudad todo el día finalmente se
abrieron para arrojar una capa fresca de nieve, y mis neumáticos crujieron
en las calles tranquilas a medida que navegaba por el vecindario de Heath.
Esta era una de las mejores zonas de Bozeman. Heath había
construido su casa en una gran parcela de esquina, lo que le permitía
distanciarse de la casa de al lado. A tres manzanas había una escuela
primaria.
Me imaginé a niños con bolsos casi tan pesados como el mío
caminando por esas aceras seguras, reuniéndose con sus amigos por el
camino. Así había sido en mi juventud. Guy y yo salíamos primero de casa
y nos deteníamos para recoger a Heath, Tobias y Maddox de camino al
colegio. Los chicos iban delante, aunque a veces Heath se quedaba atrás y
caminaba a mi lado.
Hacía tantos años, desde que era una niña, que nunca había dejado
de desear que él caminara a mi lado.
Sonreí mientras estacionaba, recogía mi bolso y me dirigía a la puerta.
Antes de que pudiera llamar a la puerta, él estaba allí, con una sonrisa sexy
en ese rostro apuesto.
—Hola. —Me quitó el bolso, tomándolo de mi brazo—. Pensé que
traerías una maleta pequeña.
Se me abrió la boca.
—¿Cómo lo supiste?
Se rio y me hizo un gesto para que entrara.
—Porque no llevas monederos. Llevas bolsos de mano. Nunca te he
visto ir ligera de equipaje. ¿Recuerdas aquel fin de semana en que tus padres
salieron de la ciudad por su aniversario y te quedaste con nosotros? Trajiste
tres maletas para una noche.
—No sé cómo empacar liviano.
—No tienes que hacer una maleta ligera. —Me acomodó un mechón
de cabello detrás de la oreja—. No conmigo. Trae lo que quieras. Lo llevaré
dentro.
Mi corazón dio un vuelco. No estaba segura de qué decir, así que me
levanté de puntillas para rozar mi boca con la suya, y luego entré.
La casa olía a Heath: a especias, hombre y limpio.
—Dame las llaves. —Me tendió la mano.
Las puse en su palma.
—¿Por qué?
—Voy a estacionar tu auto adentro. Mantenerlo fuera de la nieve.
¿O mantenerlo en secreto? Me sacudí ese pensamiento, irritada
conmigo por haber asumido que su gesto amable era para ocultarnos.
—Aquí tienes.
—Ahora vuelvo. —Dejó mi bolso a un lado y se dirigió a la puerta—.
Siéntete como en casa.
—De acuerdo. —Esperé a que saliera y entré en la casa.
Cuando había estado aquí en Nochebuena, había estado demasiado
ocupada besando a Heath para mirar a su alrededor. Y a la mañana
siguiente, cuando me escabullí, me quedé junto a la puerta, vigilando mi
Uber.
Como era de esperar, la casa de Heath era tan elegante como el propio
hombre.
La sala de estar estaba llena de muebles de madera y cuero. Los
armarios de arce abrazaban las paredes de la cocina, rodeando una isla de
granito negro. Las paredes de carbón y las alfombras de carbón contribuían
al ambiente varonil y adusto.
Podría vivir aquí. Definitivamente.
—Te estás adelantando otra vez. —Me reí y me dirigí a la cocina.
En la encimera más cercana a la cocina de gas había una tabla de
cortar y un cuchillo, junto con un tomate y una caja de espinacas tiernas.
La puerta del garaje zumbó al cerrarse en el otro extremo de la casa,
y entonces Heath entró en la habitación principal. Fue directamente por mi
bolso, que seguía junto a la puerta principal, y me guiñó un ojo mientras lo
llevaba por el pasillo hacia su dormitorio.
Cuando regresó, caminó hacia mí, tomando mi cara entre sus manos
para besarme.
—Hola.
—Hola.
—Gracias por venir.
Sonreí.
—Gracias por la cena.
—Aún no me agradezcas. No soy el mejor cocinero.
—¿Quieres ayuda?
—No, siéntate. —Señaló con la cabeza los taburetes de la isla—.
¿Vino?
—Claro.
El descorche de la botella y el servirnos un vaso a cada uno fue lo
único con lo que Heath no lidió en la cocina.
Me mordí el interior de la mejilla para no reírme cuando fue a cortar
el tomate y la mitad rodó por el suelo. Me quedé callada cuando leyó
meticulosamente las instrucciones de la caja de fideos fetuccini sin cocer.
Pero cuando sacó las pechugas de pollo de la nevera y se dio cuenta de que
aún estaban congeladas, no pude evitarlo más y me deslicé de mi asiento.
—Mierda. —Sacudió la cabeza—. Las saqué esta mañana. Supongo
que debí haberlo hecho anoche. ¿Qué te parece si pedimos una pizza a
domicilio?
—O podemos improvisar. —Me uní a él junto a la tabla de cortar,
robándole el cuchillo de la mano—. ¿Tienes champiñones o brócoli?
—En realidad, ambos. —Los sacó de la nevera.
—Perfecto. Pon una olla de agua a hervir y añade un poco de sal.
—Sí, señora. —Heath me dio un saludo militar falso, y después de
rescatar la cena, volvimos a la isla con tazones de pasta primavera cremosa.
Él le dio un mordisco y gimió.
—Esto es increíble.
Me encogí de hombros.
—Mamá es una gran cocinera. Siempre me gustó ayudarla.
—Tienes su talento. Este verano te asombraré con mis habilidades en
la parrilla.
—¿Este verano? —¿Estaríamos juntos este verano?
Se encontró con mi mirada, la suya fijada en la mía, y respondió a mi
pregunta no formulada.
—Este verano.
Sonreí durante la comida y mientras veía a Heath lavar los platos.
Luego nos retiramos a la sala de estar y nos acurrucamos en el sofá.
—¿Quieres ver algo? —preguntó.
—Claro, tú eliges.
Tomó el control y encendió la televisión justo cuando el parpadeo de
unos faros entró por la ventana delantera.
Nos quedamos paralizados, escuchando durante un momento largo,
pero luego salió disparado del sofá.
—Maldita sea —dijo, mirando por las ventanas.
—¿Qué? —Me puse de pie pero no lo seguí hacia el cristal—. ¿Es Guy?
—Es Tobias —Se pasó una mano por el cabello.
—Oh.
Se giró y me dirigió una mirada de dolor.
—He estado intentando hablar con él.
—Deberías hacerlo. Puedo irme.
—¿Te importaría simplemente… esconderte en el dormitorio?
Se me abrió la boca. ¿Tenía que esconderme? Por supuesto, tenía que
esconderme. Era un secreto.
—Um, sí. De acuerdo.
Di un paso para dirigirme hacia allí, pero Heath me detuvo.
—No olvides tu copa.
—Bien. —La recogí de la mesa auxiliar porque no podía haber ninguna
prueba de que estaba aquí. Menos mal que ya había guardado mi bolsa de
viaje.
—Lo siento, Stell.
—No pasa nada —mentí con demasiada alegría. Luego, antes de que
pudiera ver cómo se me caía la cara, me apresuré por el pasillo y cerré la
puerta de la habitación con facilidad.
—Hola. —La voz de Heath llegó desde la puerta principal al abrirla
para Tobias—. ¿Qué pasa? Te he estado llamando.
—Sí. —Tobias entró y, por el sonido de sus pasos se dirigió a la
cocina—. ¿Tienes más de ese vino?
Era mi vino el que estaba bebiendo.
Fruncí el ceño y me desplacé hasta la cama, sentándome en el borde.
El edredón de felpa era del mismo tono gris que las paredes del salón. Los
cojines estaban mullidos contra el cabecero hecho de listones estrechos de
madera, cada uno teñido de diferentes colores como una versión a pequeña
escala de la madera de barniz.
Otra habitación hermosa y masculina. Aunque necesitaba color. Toda
la casa necesitaba más color.
Dios, me sentí como una tonta. Sentada aquí sola, pensando que unos
cojines rojos añadirían encanto a la habitación de Heath.
Se suponía que este secreto era para Guy. ¿Por qué teníamos que
escondernos de Tobias? ¿Por qué no decirle simplemente que estábamos
juntos? A no ser que a Heath le preocupara que Tobias tuviera un desliz.
Guy y Tobias no eran tan cercanos como Heath y mi hermano, pero eran
amigos. O tal vez era un asunto de trabajo. Tal vez las relaciones dentro de
la oficina estaban mal vistas.
Probablemente algo que debí haberle preguntado a Heath antes de
acostarme con él. Lo siento, no lo siento.
—Bien, ¿qué pasa? —preguntó Heath a Tobias.
Era imposible no escuchar. Pero si Heath no quería que escuchara,
debería haberme enviado al garaje para escapar. No había nada que hacer
más que darle un sorbo a mi vino mientras sus voces llegaban hasta mí.
—¿Te acuerdas de Eva? —preguntó Tobias a Heath.
—Sí.
Hubo una pausa larga.
—Está embarazada.
Me senté con la espalda recta.
Heath se atragantó, tosiendo para aclararse la garganta.
—¿Qué?
—Está embarazada. Nos enrollamos hace unos meses. Supongo que
el condón se rompió porque se presentó en Nochebuena para decirme que
estaba embarazada.
—Por eso no estabas en la fiesta.
—Sí —murmuró Tobias.
Tan concentrada en Heath y mi champán, no me había dado cuenta
de que Tobias había faltado a la fiesta.
—¿Y ahora qué? —preguntó Heath—. ¿Se va a quedar con el bebé?
¿Van a volver a estar juntos?
—Se va a mudar a Londres. —La voz de Tobias sonó gruesa como si
le costara decir las palabras—. Se va en Año Nuevo.
—Mierda —siseó Heath.
Mi mano se acercó a mi corazón frotando el dolor. Conocía a Eva. Nos
habíamos conocido en la universidad cuando ella y Tobias habían estado
juntos. Las pocas fiestas a las que Guy me había invitado, siempre había
ido con la esperanza de ver a Heath, ella también había estado allí.
Eva era hermosa e inteligente. Era una de las mujeres más motivadas
que había conocido. Las dos habíamos perdido el contacto después de que
ella y Tobias rompieran; no estaba segura de por qué lo habían dejado,
porque siempre habían estado muy bien juntos. Pero poco después de su
graduación, me enteré por Guy que se había mudado de Montana.
Supongo que volvió en algún momento.
Y ahora estaba teniendo el bebé de Tobias. Vaya.
—No sé qué hacer —confesó Tobias—. Yo solo… ni siquiera puedo
entender esto.
—Lo harás —prometió Heath—. Dale tiempo. Habla con ella. Lo
resolverán.
—Me lo perderé. Me lo perderé todo porque ella estará al otro lado del
mundo.
—Ve con ella —dijo Heath.
Tobias resopló.
—Mi vida está aquí. Mamá. Papá. Tú. Demonios, incluso Maddox se
muda a casa.
—Hermano, somos tu familia sin importar dónde vivas.
El afecto en la voz de Heath derritió mi corazón. No me encantaba
estar sentada aquí, sintiendo que me entrometía en una conversación
personal. Pero escuchar a Heath, me recordó todas las razones por las que
nadie había dado la talla.
Él amaba a su familia. Amaba a sus amigos.
—¿Y el trabajo? —preguntó Tobias—. Papá se va a jubilar dentro de
poco. Entonces será nuestro.
—No hay razón para que tengas que vivir aquí para ayudar a dirigir la
empresa. Ya estás en tu oficina la mayoría de los días. Haremos que Maddox
te compre tu propio avión como regalo de bienvenida. Dios sabe que puede
permitírselo.
Sonreí, esperando que Tobias tuviera también una en su cara.
—No quiero dejar Montana —dijo Tobias—. Cuando pienso en tener
una familia, en criar un hijo. Aquí es donde tiene que suceder. Eva. Ella
viaja a todas partes. Ni siquiera tiene una dirección permanente.
Otra pausa larga y supe hacia dónde iba esta conversación.
Mi corazón se retorció de nuevo.
Si Tobias quería quedarse aquí, tendría que convencer a Eva de que
dejara su vida o…
Tendría que luchar por su hijo. Tendría que luchar para mantener al
bebé aquí.
—Me odiará. —La voz de Tobias sonó tan baja que me esforcé por
escuchar—. Si presiono para que el bebé se quede aquí, ella me odiará. Pero
no quiero que mi hijo viva en casas temporales. Que pase de niñera en
niñera. No quiero ver a mi hijo cada dos fines de semana y vacaciones.
—Tienes que hablar con Eva. —Hubo una palmada, como si Heath
hubiera puesto su mano en el hombro de Tobias—. Sé que ambos querrán
lo mejor para su hijo. Lo resolverán.
—Sí. —Tobias exhaló un suspiro largo—. ¿Qué tal si lo rellenamos?
El corcho salió de la botella y oí el inconfundible sonido de una copa
servida.
—¿Quieres ver un partido o algo así? —preguntó Tobias—. No estoy
preparado para volver a casa. Primero tengo que pensar qué decirle a Eva.
—Oh, eh… —Heath dudó—. Claro.
Gemí y me llevé mi propia copa a los labios, engullendo el resto del
vino. Cuando se encendió el volumen de la televisión, dejé la copa vacía a
un lado y me tumbé en la cama, mirando el techo blanco.
Esto era una tontería. Me sentía como una idiota escondida en la
habitación de Heath. Pero ya era demasiado tarde para salir. ¿Qué iba a
decir?
Oh, hola, Tobias. Siento lo de Eva. Felicidades por el bebé.
Tal vez podríamos haber inventado una excusa para que estuviera
aquí cuando Tobias había llegado. Una cuestión de trabajo o algo
relacionado con Guy. Pero ya era demasiado tarde, así que mi única opción
era esconderme aquí.
Y esperar.
Pasaron treinta minutos. Tobias se quedó. Luego una hora. Después
dos.
—Stella. —Una mano en mi hombro me despertó.
Me levanté de golpe, olvidando por un momento dónde estaba. Me
había quedado dormida esperando que Tobias se fuera.
—¿Se ha ido?
—Sí. Lo siento.
Me levanté sobre un codo, mirando el reloj de la mesita de noche. Era
más de medianoche.
—Quería quedarse a ver un partido. No sé si te has enterado o no…
—Lo hice. Lo siento. Fue un poco difícil no escuchar.
—Está bien. Me ahorra repetirlo todo. De todos modos… no quería
echarlo.
—Lo entiendo.
—Demasiado para una cena y una película, ¿eh? Lo siento.
Deberíamos haberle dicho que estabas aquí.
—Probablemente necesitaba hablar y no lo habría hecho si yo estaba
allí. —Le dediqué una sonrisa triste—. ¿Debo irme?
—No. Quédate. Por favor.
—Está bien.
La culpabilidad en su rostro alivió mi orgullo punzante.
—Lo siento.
—No pasa nada.
Excepto que, no se sentía bien. Porque puede que lo sienta, pero tenía
la sensación horrible de que no importaría.
Y que mañana por la mañana, seguiría siendo su secreto.
10
Heath

Veintinueve años y nunca le había regalado flores a una mujer. Ni a


mamá, papá siempre lo había cubierto. Ni a mis citas de graduación, no
habían querido ramilletes de muñeca. Ni a una novia, no había habido
muchas.
Supongo que simplemente estaba esperando a la mujer
adecuada. Con un ramo de doce rosas rojas en una mano, contuve la
respiración y presioné el timbre de Stella.
Respondió momentos después vistiendo unos jeans rotos y un suéter
rojo de cuello alto del mismo color que las flores. Su cabello estaba
rizado. Su maquillaje acentuaba esos ojos bonitos suyos y sus pestañas
largas. Y en sus oídos, llevaba los pendientes que le había comprado esta
semana.
—Hola. —Sonrió, levantando una mano para meterse un mechón de
cabello detrás de su oreja y el tintineo más leve confirmó que también estaba
usando mi brazalete.
Agregaría más regalos a su colección. Las joyas que había comprado
simplemente porque había pensado en ella, pero verla usarlas fue un
subidón que no esperaba. Fue casi tan emocionante como lo había sido
despertarme con ella en mi cama esta mañana.
—Hola.— Me incliné para besar su mejilla, luego entré y le entregué
el ramo.
—Gracias. —Las presionó contra su nariz, tarareando mientras
inhalaba su fragancia—. Son hermosas.
—Espero que me compren una cita.
—¿Una cita? —Arqueó una ceja—. ¿Qué tipo de cita?
—Del tipo real. Tú. Yo. Un buen restaurante. Un buen vino.
—Eso está, um… ¿permitido?
—¿Por qué no? —Me encogí de hombros.
La noche anterior había sido un choque de trenes. Cuando apareció
Tobias, me entró el pánico. No solo porque él también era amigo de Guy,
sino porque primero quería hablar con papá sobre Stella. No necesitábamos
una tensión incómoda en la oficina. Después de Año Nuevo, lo sentaría y
explicaría. Hasta entonces, mantendríamos esto en silencio.
Tener a Stella escondida en mi habitación no era como había planeado
que fuera la noche, especialmente dejándola sola durante horas. Pero Tobias
claramente había estado evitando su propia casa, se había quedado más
tiempo que después de mi fiesta del Super Bowl el año pasado.
Esta noche, se lo compensaría.
Cenar en el centro era un riesgo, pero Guy me había enviado un
mensaje de texto antes invitándome a una partida de póquer en la casa de
otro amigo. Tobias estaba en casa. Maddox estaba en casa. Mis padres
estaban en casa, pasando tiempo con Violet.
Los había llamado a todos antes solo para asegurarme de los planes
de todos.
Y si nos encontráramos con alguien que conociéramos, podríamos
fingir que era una cena de trabajo.
—Suena divertido. —Sonrió y señaló su atuendo—. ¿Debería
cambiarme?
—No. Estás hermosa.
Sus mejillas se sonrojaron al oler las rosas una vez más.
—Déjame poner esto en un poco de agua.
Mientras se ocupaba de las flores y se ponía unos zapatos y abrigo,
llamé al restaurante de carnes más nuevo de Bozeman e hice una reserva
de última hora.
—¿Por qué estoy nerviosa? —preguntó Stella a medida que salíamos
de su apartamento.
—¿Nervios? ¿O emoción? —Porque los escalofríos que sentía eran de
esto último.
—Ambos —suspiró, deslizando su mano en la mía.
Me encantaba lo honesta que era conmigo. Que no se guardara sus
pensamientos para sí.
Stella se veía perfecta en el asiento del pasajero de mi camioneta, su
perfume llenando la cabina. Mientras caminábamos desde el
estacionamiento hasta el restaurante, su brazo descansó cómodamente en
el mío, como si así fuera como siempre deberíamos haber caminado juntos.
La anfitriona nos sentó en una mesa en la esquina del lugar, entregándonos
nuestros menús para leer a la luz tenue.
—¿Quieres que pida por ti? —preguntó Stella.
—¿No es costumbre que el hombre pida por su cita? —No es que lo
haría. Ella podía tener lo que quisiera.
—Has estado demostrando lo bien que me conoces esta semana. Es
mi turno de intentarlo.
—Está bien. —Cerré mi menú y lo dejé a un lado.
Sonrió, aceptó el desafío, y examinó el libro. Luego lo dejó a un lado y
me lanzó una sonrisa cuando nuestra camarera se acercó. Stella pidió
primero vino, un rico cabernet que yo mismo habría escogido.
Después de traer la botella y llenar nuestras copas, la camarera sacó
su bloc de notas.
—¿Y qué van a pedir esta noche?
—Voy a comer un filete. Medio con una papa al horno, por favor —dijo
Stella, mirando en mi dirección—. Y él va a pedir el chuletón. Término medio
con papas fritas.
Sonreí cuando la camarera garabateó sus notas y nos dejó con
nuestro vino.
—¿Entonces? —preguntó Stella.
—En el blanco.
—Sí. —Alzó el puño al aire y levantó su copa de vino para chocar con
la mía.
Me reí, listo para tomar un sorbo cuando mis ojos se posaron en un
rostro familiar avanzando hacia nosotros. Mi sonrisa decayó.
—Mierda.
Papá cruzó el restaurante con mamá del brazo.
—¿Qué? —Stella siguió mi mirada—. Ah.
Demasiado para nuestra cita.
—Hola, ustedes dos. —Papá extendió una mano mientras me ponía de
pie—. ¿Cómo están?
—Bien. —Asentí, mi mente corriendo.
Hasta donde sabía, nunca había habido una relación de oficina en
Holiday Homes. No teníamos una política oficial en contra, pero esta noche
no era la noche para discutirlo con mi padre. No hasta que Stella y yo
pasáramos más tiempo juntos. No hasta que le dijéramos a Guy.
Y al igual que anoche con Tobias, entré en pánico.
—Stella y yo estábamos en la oficina. —La mentira salió de mis labios
en un intento desesperado por hacer que esto no se viera exactamente como
era. Una cita—. Ambos teníamos hambre y recordé que mencionaste que
este lugar era bueno.
—Ah. —Papá asintió—. Es bueno. No sabía que ambos estaban
trabajando hoy.
—Solo poniéndome al día con los correos electrónicos —mentí
nuevamente, odiando la forma en que la espalda de Stella se puso rígida.
—Yo estaba, um… revisando algunos números nuevos para la
remodelación de Jensen. —Sus ojos se posaron en los míos en la mirada
más rápida de la historia.
—Joe me arrinconó en la fiesta —dijo papá—. Me habló del
suelo. Parece que lo manejaste bien.
—Gracias. —Stella le dedicó una sonrisa, y luego se volvió hacia
mamá—. Hola, señora Holiday.
—Hannah —corrigió mamá—. Por favor. Y los dejaremos para que
vuelvan a la cena.
—¿A menos que quieran unirse a nosotros? —La invitación llegó tan
rápido que la dije antes de pensar en las palabras.
Jodida. Mierda. ¿Qué me pasaba?
—¿Están seguro? —preguntó mamá, mirándonos a los dos.
—¿Por qué no? —Le ofrecí la silla del otro lado a medida que papá
tomaba la cuarta.
La anfitriona apareció, trayendo consigo los otros dos cubiertos que
había quitado antes. Después, la camarera se apresuró a acercarse para que
pudiéramos pedir otra botella de vino antes de que mamá y papá hicieran
sus pedidos.
Stella se sentó rígidamente, con las manos entrelazadas sobre su
regazo y mantuvo su atención en mis padres.
Diles. Solo diles. Abrí la boca, pero papá habló antes de que tuviera la
oportunidad.
—Stella, ¿qué tal estuvo tu Navidad? —le preguntó.
—Fue encantador —respondió—. Pasé el día en casa de mis padres y
me relajé. ¿Y ustedes?
—Hicimos lo mismo. Dejamos que Violet nos entretenga. —Papá se rio
entre dientes—. Esa chica va a darle a Maddox grandes problemas cuando
cumpla dieciséis.
—Menos mal que tiene cómo afrontarlos —bromeé.
Mamá se rio.
—No lo dudes. Stella, ¿cómo está Guy?
Ante la mención de Guy, Stella pareció levantar aún más la guardia. A
nivel superficial, lucía su hermosa sonrisa encantadora, pero no llegaba a
sus ojos.
—Está bien. Sigue trabajando como programador.
—Nunca entendí bien cómo llegó a las computadoras. —Mamá negó
con la cabeza—. Para una persona que prospera con la gente, siempre pensé
que se convertiría en maestro, entrenador o vendedor de autos usados.
—¿Se imaginan a Guy enseñando a los niños? —gimió Stella—. Eso
es aterrador.
Todos nos reímos porque no estaba equivocada.
Diles.
Cada vez que abrí la boca, mi madre o mi padre hablaron primero. Y
a medida que pasaron los minutos, a medida que avanzó la conversación,
se hizo cada vez más difícil encontrar una explicación para la mentira en
primer lugar.
Maldita sea. Debí haberles dicho cuando se acercaron a la mesa. A
papá no le importaría, ¿verdad? Tendría que esperar y averiguarlo en el
trabajo la semana que viene. Así que, bebí un sorbo de vino y comí mi
comida mientras Stella encantó por completo a mis padres.
Les brindó toda su atención, respondiendo a sus preguntas y
escuchando historias. Fui yo quien fue ignorado. A través de la conversación
y nuestra comida, su indiferencia se volvió tan gélida como las temperaturas
invernales.
Solo fue después de que nuestros platos fueran retirados, la cuenta
fue pagada (por papá, insistiendo en que lo pagaría ya que había sido una
cena para el personal) y todos estuvimos envueltos en nuestros abrigos, que
Stella finalmente miró en mi dirección.
Su expresión fue plana. Resguardada.
Dios, era un idiota.
—Stella, ¿dónde estacionaste? —preguntó papá a medida que nos
reuníamos en la acera fuera del restaurante—. Está oscuro, así que te
acompañaremos.
—Yo me encargo. Estacionamos en el mismo lote —mentí. Otra vez.
Esa era la décima o quizás la vigésima mentira de esta noche. Perdí la
pista. Papá se las había creído todas. Mamá, ni siquiera un
poquito. Probablemente porque era un mentiroso de mierda y mamá
siempre había tenido olfato para cuando sus hijos estaban siendo taimados.
Miró entre Stella y yo, y si la expresión de mamá tuviera un nombre,
sería Hijo, No Me Engañas.
La había visto innumerables veces en mi vida. Por lo general, antes de
que me castigara por hacer algo estúpido. Como la vez que subí mi trineo al
techo para poder tomar un poco de aire y en lugar de golpear el banco de
nieve debajo de los aleros, me estrellé contra la cerca del vecino.
—Stella, fue un placer verte. —Mamá la abrazó.
Papá estrechó la mano de Stella.
—No te preocupes por el proyecto Jensen. Disfruta el resto de tus
vacaciones. Heath, lo mismo para ti.
—Lo haré.
Papá extendió el brazo para escoltar a mamá y, con un gesto, se
dirigieron calle abajo.
Suspiré cuando desaparecieron en una esquina.
—Lo siento.
—Está bien. —Stella asintió y giró en la otra dirección, comenzando a
bajar por la acera hacia donde habíamos estacionado.
Definitivamente no estaba bien. Sus zapatos resonaron enojados
mientras caminábamos. Mantuvo las manos metidas en los bolsillos de su
chaqueta, los hombros apretados a la altura de sus orejas.
Cada vez que me acerqué, se alejó o caminó más rápido. Y en la
camioneta, cuando me moví para abrir su puerta, me indicó que pasara por
el lado del conductor.
El viaje a su apartamento fue silencioso, la tensión haciéndose más
espesa con cada giro. Cuando estacioné delante de su casa, prácticamente
salió corriendo por la puerta antes de que detuviera la camioneta.
—Maldita sea —murmuré. Luego corrí tras ella, trotando para
alcanzarla antes de que pudiera dejarme fuera—. Stella, lo siento.
—Está bien. —Encajó su llave en la cerradura—. Somos un secreto.
La última palabra fue tan enunciada que sentí cada letra como el golpe
de un martillo contra la cabeza de un clavo. S-E-C-R-E-T-O.
—Tengo que decírselo a papá. Quiero asegurarme de que esté de
acuerdo con eso. Debí haberlo hecho esta noche, pero… lo siento.
Stella miró por encima del hombro.
—¿Y si no está de acuerdo con eso?
—Lo estará. —Lo estaría. Tenía que estarlo. No había otra opción—.
Existe la posibilidad de que nos pida que seamos discretos.
Bajó la mirada, sus hombros cayendo.
—¿Más secretos?
—No es para siempre. —Puse mis manos sobre sus hombros mientras
me inclinaba más cerca—. Esta noche, entré en pánico. No pensé que
veríamos a nadie.
Un minuto ella estaba comenzando a inclinarse hacia mi toque, al
siguiente estaba abriendo la puerta y entrando furiosamente. Mierda.
Quizás esta noche no debería hablar. No había dicho nada bien.
Me quedé en el porche, observando cómo se quitó el abrigo y lo colgó
de un gancho.
—Stell. Quiero decírselo a la gente. Primero quiero decírselo a Guy.
—Entonces, díselo. —Alzó las manos al aire, deteniéndose cerca del
umbral como un bloqueo—. No me gusta ser un secreto. No me gusta
mentirle a la gente, especialmente a mi hermano, mi jefe y la esposa de mi
jefe.
—Tienes razón. —Levanté mis manos—. Lo siento.
Dejó caer la barbilla, mirando al suelo durante un momento
largo. Después. Alzó la vista y la vergüenza en sus ojos me hizo sentir como
de ocho centímetros de altura.
—Sé que solo ha pasado una semana. Menos de una semana. Pero
eres… tú. Quiero contarle a la gente de ti. Porque me gustas. Me gustas
mucho.
—También me gustas. Más que mucho. Les diré. A papá. Mamá. Guy.
Tobias. Les diré a todos.
Exhaló un suspiro largo.
—¿Cuándo?
—La próxima semana. Se lo diré a papá a primera hora del lunes por
la mañana.
—¿Y Guy?
—El domingo por la noche. —Lo que significaba que para mi reunión
con papá el lunes por la mañana, probablemente tendría un ojo morado—.
Una vez que Guy regrese de esa fiesta a la que irá en Big Sky.
—Está bien. —Su cuerpo se desinfló—. Gracias. Sé que va a estar más
enojado que una cabra, pero… lo superará.
—Ojalá. —Una sonrisa tiró de la esquina de mi boca. Esta mujer y sus
dichos desordenados—. Y es más loco que una cabra.
—Lo sé. Pero…
—Te gusta más tu versión.
—Sí. Más que loco estará enojado.
—Eso es cierto.
Me dio una sonrisa pequeña.
—Supongo que sí.
—Stell, a mí tampoco me gusta esto. Los secretos. Lo juro. —Pero
teníamos años, ¿verdad? ¿Qué eran unos días escondiéndonos cuando
teníamos años y años para compartir esto con el mundo?—.
Mañana. ¿Quieres intentarlo otra vez? ¿Solo tú y yo?
Y con suerte, el intento de cita número tres no sería un desastre.
—De hecho… mi mejor amiga Wendy me invitó a salir. Trabaja en un
gimnasio en la ciudad y están haciendo una fiesta en The Crystal.
—Ah, de acuerdo. —Maldita sea. Esperaba estar con ella en
Nochevieja.
—¿Quieres venir? ¿Como mi cita?
La invitación se pareció mucho a una prueba.
No era de los que fallaban en las pruebas.
—Sí.
Debe haber pensado que diría que no porque la sonrisa que me envió
estuvo llena de alivio.
—¿Vas a entrar?
—Si me dejas.
Se hizo a un lado y torció un dedo.
11
Stella

Los ojos de Wendy se abrieron de par en par cuando Heath y yo


entramos en The Crystal Bar. Su mandíbula cayó desde el otro lado del lugar
lleno de gente cuando vio su mano en mi hombro. Pero la conmoción
desapareció en un abrir y cerrar de ojos, y me envió un ceño fruncido.
Tenía que dar explicaciones.
—Lo siento —articulé.
—Estás en problemas —articuló ella en respuesta.
Tomé la mano de Heath, apretándola con fuerza, mientras me abría
paso entre la multitud.
El bar estaba lleno para la Nochevieja. Las mujeres iban vestidas con
blusas relucientes y vestidos esplendorosos. Un grupo de hombres tenía
matracas, haciéndolas sonar después de una ronda de tragos. Estábamos a
horas de la medianoche y ese sonido envejecería pronto. Sombreros de fiesta
y tiaras con el número del próximo año estaban esparcidos por el bar. De
las vigas polvorientas del bar colgaban volutas de papel de aluminio.
El Crystal Bar, aunque de nombre elegante, era el bar más burdo de
Main. Era la definición de “sin lujos”. Todavía tenía que ser renovado y
cambiado a un bar exclusivo y moderno como tantos otros en el centro.
En una de las paredes de ladrillo del bar colgaban filas de viejos grifos
de barriles que se unían a los carteles de cerveza y licor. Una sección del
techo se había dedicado a las identificaciones falsas confiscadas, fila tras
fila de ellas cubiertas a salvo detrás de una hoja de plexiglás. El Crystal
tenía un olor propio, cultivado por muchos años de borrachos y
universitarios alborotadores. La reseña número uno de Yelp ridiculizaba al
antro por las señales lascivas, el lenguaje soez y los baños sucios.
—Este lugar me recuerda a la universidad —dijo Heath, acercándose
para que pudiera escucharlo por encima del ruido.
—A mí también. —Me reí—. El mismo olor a humedad. Las mismas
telarañas.
Se rio entre dientes.
—Básicamente.
Éramos cinco años más viejos que la mayoría de la gente aquí esta
noche. Pero considerando que Wendy trabajaba con muchos estudiantes
universitarios en el gimnasio, no era una sorpresa que hubieran elegido este
como su lugar de festejo.
—¿Qué quieres beber? —preguntó Heath—. Iré a ordenar. Puedes
hablar con Wendy.
—Champán si tienen alguno.
—De acuerdo, nena. —Se inclinó y rozó un beso en mi mejilla y la
emoción de sus labios en mi piel corrió por mis venas.
Estábamos aquí. En público. Sin escondernos. Sin fingir.
Sin secretos.
Prácticamente bailé hasta llegar a Wendy. Estaba frunciendo el ceño,
pero no pude evitar sonreír.
—Feliz Año Nuevo.
—Ya terminaste de sentirte atraída por Heath Holiday, ¿eh?
—No exactamente. —Me sonrojé, encontrándolo en la barra. Era más
alto que los otros hombres, sus hombros más anchos. Mientras esperaba al
cantinero, se subió las mangas de su suéter negro hasta sus antebrazos
fornidos.
—Escúpelo. Ahora. —Wendy me dio una palmada en el hombro—.
¿Por cuánto tiempo ha estado sucediendo esto? ¿Y por qué no fui la primera
persona a la que llamaste?
—Perdón. Comenzó en la fiesta de Nochebuena. Pero aún no le hemos
dicho a Guy, ni a mi jefe. Así que, lo hemos mantenido en silencio.
—¿No confiaste en mí para guardarlo en secreto? Como si alguna vez
hablase con Guy. O tu jefe.
—Lo sé. —Suspiré—. ¿Me disculpas?
—Solo si me lo cuentas todo.
Sonreí.
—Estoy teniendo sexo con Heath Holiday.
Soltó una risita.
—Alguien debería. Mira a ese hombre. Es tan atractivo.
Miré por encima del hombro, riéndome con ella.
—Aún no puedo creerlo. Solo quiero gritarlo, como si eso ayudará a
hacerlo realidad.
—Hazlo. —Me dio un codazo—. Hace tanto ruido aquí que nadie te
escuchará.
“Sweet Caroline” de Neil Diamond sonaba a todo volumen por los
altavoces, y la mayoría de la multitud se unía a la línea del Da. Da. Da. Los
hombres con las matracas se estaban volviendo locos, agitándolas, tocando
las bocinas y haciendo sonar sus cuernos.
Si alguna vez hubo un lugar para gritar, era este.
A la mierda.
—¡Estoy teniendo sexo con Heath Holiday!
La música se cortó a mitad de mi frase. Las matracas se
detuvieron. Todas las miradas se volvieron hacia mí y Wendy se estremeció
en mi nombre.
—Oh, Dios mío —susurré, encogiéndome dentro de mí.
—Uh… —El cantinero había detenido la música para agarrar el
micrófono—. Bien por usted, señorita. Y Heath Holiday.
Dejé caer mi rostro entre mis manos mientras el lugar se reía. ¿Por
qué? ¿Por qué yo?
—De todos modos —dijo el cantinero—. Anuncio rápido. Las pintas de
barril desde ahora hasta la hora de las luces a las once cuestan dos dólares.
La música comenzó de nuevo tan abruptamente como se había
detenido.
No me moví más que para dejar que mi cabello cayera a mi alrededor,
protegiéndome la cara. Esta noche, estaba usando un suéter color crema y
unos pantalones plateados con lentejuelas. Era mi atuendo de discoteca. Lo
que no daría por estar completamente de negro para poder deslizarme en
una sombra y desaparecer.
Un brazo fuerte rodeó mis hombros, atrayéndome hacia un pecho
sólido como una roca. Un pecho en el que había dormido todas las noches
de esta semana.
—Esto es culpa mía, ¿no? —Heath se inclinó para hablarme al oído.
—Sí. Todos mis momentos embarazosos son culpa tuya,
¿recuerdas? Estás maldito.
—Lo siento.
Me relajé y dejé caer mis manos, girando para enfrentarlo.
—¿Qué tan mal estuvo?
Heath dejó su botella de cerveza y mi champán en la mesa más
cercana a nosotros, luego enmarcó mi rostro con sus manos antes de
inclinar la cabeza hacia arriba y gritar:
—¡Estoy teniendo sexo con Stella Marten!
La habitación era demasiado ruidosa, y las únicas personas que lo
escucharon estaban cerca.
—¿Ves? —preguntó—. No tan mal.
—Uff. —Gemí y caí hacia adelante en su cuerpo—. No es igual.
Me envolvió con fuerza, besando mi cabello.
—Hola. Soy Heath.
—Wendy.
Permanecí enterrada en su pecho mientras le estrechaba la mano a
mi amiga.
—¿Cuáles son tus intenciones con mi mejor amiga?
Gemí de nuevo.
—Wendy.
—Esa es una pregunta jodidamente buena.
Excepto que Wendy no lo había preguntado.
Me puse rígida ante la familiar voz enojada. También Heath. Vino por
encima de su hombro.
Cuando los brazos de Heath se aflojaron, me aparté y miré más allá
de él para ver a mi hermano.
Quizás todo el bar no había escuchado el anuncio de Heath. Pero Guy
lo había hecho. Estaba furibundo, tan lívido como nunca lo había visto en
años. Mi hermano mostraba sus emociones en su rostro y, en ese momento,
estaba al borde de la ira.
Solo una vez en mi vida había visto a Guy tan enojado.
Y eso había llevado a un idiota épico al hospital.
—Oh, mierda —murmuró Wendy, acercándose a mi lado—. Está
cabreado.
—¿Tú crees? —Di una mirada inexpresiva, luego me moví, intentando
meterme entre Heath y Guy.
Pero Heath sintió que me moví y me interrumpió. Una de sus manos
tomó la mía mientras hablaba con Guy.
—Déjame explicar.
—Jódete —dijo Guy—. Tu explicación se puede ir a la mierda.
—Guy —siseé.
—No. —Señaló mi nariz—. Tú también me ocultaste esto.
—Te lo íbamos a decir —dijo Heath—. Cuando regresaras de esquiar
en Big Sky.
—Sorpresa. Mel apareció y uno de nosotros tuvo que irse. Así que,
llegué a casa temprano, pensando en llamar a mi mejor amigo y mi
hermana. Ver si querían reunirse. Pero entonces ninguno de los dos
respondió, así que vine al centro. Y aquí están.
—Lo siento —dije.
Guy ya me había despedido, su mirada fija en la de Heath.
—Tómatelo con calma —dijo Heath—. Déjanos explicarte.
—Guy, cálmate. —Tomé su brazo, pero él se apartó bruscamente,
dándome una mueca de desprecio breve antes de entrecerrar los ojos en
Heath.
—Después de todo lo que te dije la otra noche. —Guy se burló—.
Maldita sea, no puedo creerlo.
—¿Qué? —Miré a Heath—. ¿Qué te dijo?
—Esto no es lo mismo. —La mandíbula de Heath se apretó—. No te
atrevas a compararme con ese hijo de puta.
Espera. ¿Qué le había dicho Guy? Solo puede haber una historia. Una
historia que Guy no tenía derecho a compartir, especialmente con Heath.
No. Mi cabeza empezó a dar vueltas y agarré la mano de Heath para
mantener el equilibrio. Esto no estaba sucediendo. Había una razón por la
que no le contaba a la gente lo que me sucedió en el primer año. No solo era
una historia vergonzosa. Había sido una pesadilla.
Guy no tenía ningún derecho.
—Le dijiste. —Me acerqué a mi hermano—. Le dijiste de Dave.
Guy ni siquiera tuvo la decencia de parecer culpable.
—Sí, le dije. Sabía que estabas saliendo con alguien. Escabulléndote
por ahí. Estaba preocupado por ti y le pregunté a Heath si sabía con quién
estabas viéndote. Y me mintió. Me. Mentiste. En. Mi. Cara. Vaya amigo.
La mayoría de esas palabras fueron absorbidas por el ruido sordo en
mi cabeza.
Heath sabía lo de Dave. Sabía que uno de los amigos de Guy me había
drogado y me habría violado. Lo había sabido toda la semana.
Lo había sabido la noche que había venido y me preguntó si podía
guardar un secreto.
Mi estómago dio un vuelco.
—¿Cómo pudiste? —le preguntó Guy—. Es mi hermana. Se suponía
que eras mi mejor amigo. ¿Qué va a pasar cuando la jodas? ¿Qué va a pasar
cuando le rompas el corazón?
—Eso no…
—¿Va a pasar? —Guy arqueó las cejas—. Claro que sí.
—Detente. —Mi voz sonó demasiado suave. Ninguno de los dos me
escuchó, y Guy estaba en plena racha.
—La estás usando. Te dije que estaba enamorada de ti y decidiste que
sería una presa fácil, ¿verdad? ¿Un revolcón fácil?
—Cuida tu maldita boca. —Heath se acercó un poco más a Guy—. No
hablarás de Stella como si fuera una prostituta barata.
—La estás tratando como a una.
—Eso no es cierto. Me preocupo por ella. Nunca la lastimaría
intencionalmente.
—Detente. —Me las arreglé para hacer mi voz un poco más
fuerte. Pero no sirvió de nada. Siguió habiendo demasiado ruido alrededor.
Guy resopló, aun ignorándome.
—Has dicho eso de todas tus mujeres. Nunca lastimas a nadie
intencionalmente, pero lo haces. Una y otra vez. Las he visto llorar por ti
cuando te has ido.
—¿Y eres mucho mejor?
—Jódete —espetó Guy—. Esto no se trata de mí. Se trata de ti y de mi
hermana.
—Detente. —Arranqué mi mano de la de Heath—. Dejen de hablar de
mí como si no estuviera aquí.
—Te odio por esto. —La mandíbula de Guy se flexionó y se volvió como
si fuera a irse, pero antes de dar un paso, se dio la vuelta, moviéndose tan
rápido que apenas tuve tiempo de registrar lo que venía.
Heath lo vio. Ni siquiera intentó moverse. Dejó que los nudillos de Guy
chocaran con su mandíbula.
El golpe resonó a nuestro alrededor.
Wendy gritó, agarrándome del brazo para alejarme.
Pero Heath puso su mano en mi brazo, manteniéndome detrás de él
mientras gruñía.
Los gorilas corrieron hacia nuestra esquina del bar, gritando y
empujando a la gente fuera del camino.
Contuve la respiración, mirando entre Guy y Heath, sin pestañear. No
peleen. Por favor, no peleen.
Heath se mantuvo erguido, fulminando a Guy con el ceño fruncido.
Y mi hermano le devolvió el ceño.
Pero afortunadamente, no se lanzaron más golpes.
—Ambos, fuera de aquí. —Uno de los gorilas tomó a Guy por el codo,
intentando arrastrarlo. Excepto que, los gorilas eran todos más pequeños
que Guy y Heath.
—Suéltame. —Guy liberó su brazo y esta vez, cuando se volvió, no se
detuvo hasta que salió por la puerta principal. Un gorila lo siguió afuera.
—Tienes que irte —le dijo otro portero a Heath.
—Lo haré. —Heath levantó las manos mientras el gorila lo empujaba
por el hombro, empujándolo hacia la salida trasera.
—Oh, Dios mío. —La mano de Wendy encontró la mía.
La agarré con fuerza, mirando el cuerpo alto de Heath mientras
pasaba junto a grupos de personas. La mayoría de ellos ignoraban lo que
acababa de suceder. Incluso los del grupo de Wendy no habían prestado
mucha atención.
—Vamos. —Arrastré a Wendy conmigo a medida que atravesaba el
lugar.
Guy estaba furioso. La única persona que podría hablar con él en este
momento era yo. Pero no caminé hacia el frente. Elegí la puerta trasera.
Elegí a Heath.
Se paraba en el estacionamiento cubierto de nieve al otro lado del
callejón. Su mano estaba en su mandíbula, frotando el lugar donde había
sido golpeado. Cuando me escuchó acercarme, su mano se apartó y avanzó
hacia nosotras.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí. —Tragué pesado—. ¿Y tú?
—Estoy bien —se quejó—. Lo estaba esperando.
Parecía tan… calmado. Mientras tanto, mi corazón estaba galopando
en mi pecho. Mi respiración se convirtió en un jadeo pesado, el aire frío
transformándolo en una nube ondulante a nuestro alrededor.
—Voy a volver a buscar mi abrigo. —Wendy apartó su mano de la
mía—. Espérame.
—Está bien. —Asentí, tomándome un minuto para respirar a medida
que ella corría hacia el bar—. Eso fue…
—Lo siento. —Pasó una mano por su cabello—. Cristo.
—¿Qué te dijo… la noche que fuiste a su casa?
Los ojos de Heath se clavaron en los míos.
—Stell, no importa.
—¿Qué te dijo? —Apreté los dientes.
Exhaló un suspiro largo.
—Me habló de su amigo. El compañero de la escuela. Dave. Que te
llevó a una fiesta de fraternidad. Que ustedes lo mantuvieron en secreto. Y
que eso, um… terminó mal.
—Me drogó. Me habría violado.
Heath se estremeció.
—No digas eso.
—¿Por qué no? Es cierto. Es el momento más humillante de mi
vida. El único que no es tu culpa.
Mi broma fracasó.
Heath pareció sentir más dolor ahora que después de que Guy le
destrozara la cara con su puño.
—No quería que lo supieras —admití—. Guy no tenía derecho a
contarte esa historia. ¿Es por eso por lo que querías que fuéramos un
secreto?
—¿Qué?
—¿Esto es una cosa de lástima? —pregunté—. ¿Esa es la razón?
—Stella, no fuiste un secreto en ese bar. —Señaló por encima de mi
hombro, la tensión aumentando en su rostro—. Te dije que iba a decírselo a
Guy. Esto no tiene nada que ver con lo que ese hijo de puta te hizo en la
universidad.
Entonces, ¿por qué no podía sacarme esta sensación de asco del
estómago?
—Así no es cómo esperaba que fuera esta noche —susurré y mi
barbilla comenzó a temblar.
Heath me alcanzó, pero me aparté de su agarre. Si me tocaba, me
derretiría. Si me abrazaba, lloraría.
—Tengo que hablar con Guy.
—Mañana podemos ir a verlo. Juntos.
Negué con la cabeza.
—No. Ahora.
—De acuerdo. —Dio otro paso pero levanté una mano.
—Sola. Es mi hermano.
Cuando me caí de un columpio o de las barras, Guy siempre fue el
primero en correr a mi lado. Si choqué mi bicicleta, fue él quien me tomó de
la mano mientras papá me quitó la grava de las rodillas desolladas. Guy me
había cuidado en la escuela secundaria, asustando a los cretinos con sus
amenazas. También había intentado hacer lo mismo en la universidad.
Sospechaba que la mayor parte de la ira y frustración de Guy no se
debían a Heath. Sino por mi culpa. Porque le había guardado un
secreto. Había dejado que Heath me convenciera de que tenía que ser él
quien se lo dijera a Guy. Pero eso había sido un error.
Debería habérselo dicho.
Guy debería haberlo escuchado de mí.
—Stell…
—Dile a Wendy que la llamaré. —Salí corriendo, corriendo tan rápido
como pude sin arriesgarme a caerme en la nieve con mis botas de tacón.
—¡Stella! —llamó Heath, pero no me detuve.
Llegué al final del callejón, doblé la esquina y corrí hacia la acera de
Main, buscando a Guy en ambas direcciones.
No había ido muy lejos. Mi hermano caminaba de un lado a otro justo
en las afueras de The Crystal Bar, con las manos en puños. Tal vez él
también había esperado que saliéramos por la puerta principal.
—Guy —grité, corriendo a su lado.
Dejó de caminar y miró por encima de mi hombro como si estuviera
esperando a Heath.
—Estoy sola —dije, reduciendo la velocidad hasta detenerme.
La adrenalina estaba disminuyendo y el frío se filtró a través de mi
suéter. Estos pantalones eran lindos pero no exactamente cálidos. Envolví
mis brazos alrededor de mi cintura.
—Lo siento.
—Stella, no sabes lo que estás haciendo.
—Guy, ya no soy una niña. Sé lo que estoy haciendo.
—Él no es quien crees que es.
—Guy. —Le dediqué una sonrisa triste—. Es Heath. Sé exactamente
quién es. Es amable. Es gracioso. Es listo. Silba mientras se afeita y ama a
su familia. Es leal, tanto que me pidió que mantuviera esto en secreto porque
sabía que ibas a enloquecer.
—¿En secreto? ¿Te pidió que fueras un secreto? Stell, eso es
sospechoso. No es dulce.
—Me preocupo por él. Lo he hecho desde que era una niña.
—Exactamente. —Levantó los brazos—. Lo has idealizado en este
sueño o fantasía. ¿Qué pasa cuando la ilusión se vaya a la mierda? ¿Qué
pasa cuando te des cuenta de que es un mujeriego? ¿Que te está usando y
te dejará de lado cuando termine?
—Eso no va a suceder. —Creía eso hasta la médula de mis
huesos. Heath no me estaba usando. Esto era real.
Éramos reales.
—¡Sí, lo hará! —Guy se pasó una mano por el cabello—. Es un
mujeriego. Lo sé porque no somos muy diferentes. ¿Sabes por qué Mel me
dejó? Porque estaba coqueteando con otra mujer. Fue estúpido. Fue un
movimiento jodidamente pendejo. Pero estaba bebiendo y esta chica quería
coquetear. Mel apareció y me atrapó a unos dos segundos de besar a otra
mujer. Ella lo interrumpió y me dijo que nunca la volviera a llamar.
Mi corazón se retorció por el idiota de mi hermano.
—Lo siento.
—Es mi culpa.
—Sí, lo es. Pero eso no significa que Heath hará lo mismo conmigo.
—Stell, lo he visto jugar con las mujeres.
—¿Cuándo? ¿En la secundaria? ¿La universidad? Conoces a
Heath. Lo conoces. ¿De verdad crees que jugaría conmigo?
Un destello de duda cruzó su mirada, pero no se rindió. Solo levantó
esa barbilla obstinada.
—Lo que sea. —Levanté las manos. Esta noche no había forma de
razonar con él. Había tomado una decisión, y nada de lo que pudiera decir
la cambiaría—. Si juega conmigo, lo dejaré como Mel te dejó a ti.
—Y perderé a mi mejor amigo.
—No te estoy pidiendo que elijas.
Parpadeó.
—¿En serio? Como si pudiera ser amigo de un hombre que lastimó a
mi hermana.
Si tan solo mi hermano pudiera ser tan leal con sus novias como lo
era conmigo.
—No sé lo que pasará con Heath. Pero no puedes protegerme todo el
tiempo.
—Stella, rompe con él. Termina con esto ahora antes de que vaya
demasiado lejos.
Resoplé.
—No.
—Sí.
—Guy, esto no es asunto tuyo. No puedes decirme qué hacer.
—Entonces no vengas llorando cuando te rompa el corazón. No estaré
ahí para secarte las lágrimas. Esta vez no. —Con eso, se volvió y marchó por
la acera, dejándome sola.
Mi barbilla estaba temblando otra vez, no solo por el frío.
Estaba a segundos de llorar cuando un par de brazos fuertes y
familiares y un aroma reconfortante me envolvieron.
Heath no se había ido. Por supuesto, no se había ido. Nunca me
dejaría así. Algo que Guy sabría si sacara la cabeza de su trasero.
Heath probablemente había estado rondando la esquina, fuera de
vista, pero escuchando toda nuestra conversación.
—Vamos, nena. —Heath me abrazó con más fuerza—. Vamos a casa.
12
Stella

—Bueno, era pedir demasiado para una divertida víspera de Año


Nuevo, ¿eh? —Bajé la mirada a mi regazo mientras Heath nos conducía a
través de la ciudad hacia su casa.
Esta noche cuando me estaba preparando, cuidando de mi cabello y
maquillaje, había estado fuera de sí al terminar un año y comenzar otro con
Heath a mi lado. Ahora todo lo que quería hacer era lavar la sombra de ojos
brillante de mis párpados y quitarme estos pantalones de lentejuelas.
Esta bola de discoteca se había desinflado.
Toda nuestra semana de citas había sido un desastre. ¿Acaso eso era
una señal de que esta relación era un error? ¿Estábamos condenados?
—Oye. —Heath extendió la mano por encima de la consola y pasó su
pulgar por mi mejilla—. No te rindas con la noche. Aún tenemos una hora
hasta la medianoche.
Le dediqué una sonrisa triste.
—Tal vez solo deberías llevarme a casa. Así podremos empezar de
nuevo mañana.
—No. Puedes empezar de nuevo desde mi casa. —Asintió hacia el
asiento trasero—. Además, ya hiciste las maletas.
De hecho, él había empacado. Mi maleta estaba en el suelo detrás de
nosotros. Había tenido todo metido en una mochila cuando él llegó a
recogerme esta noche. Como la otra noche, la bolsa había estado tan repleta
que las costuras se habían tensado. Heath le echó un vistazo, y luego se
dirigió a mi armario para sacar una maleta.
—Está bien. —Revisé mi teléfono por centésima vez desde que nos
subimos a la camioneta.
Aún nada de Guy.
Cuando regresamos al callejón, Wendy estaba esperando. Había
optado por quedarse en el centro, entendiendo por qué no estaba de humor
para una fiesta. Probablemente habría venido a casa conmigo, pero Heath
no le había dado la oportunidad de ofrecerlo. Después de mi discusión con
Guy, me había dado solo un momento para abrazar a Wendy antes de
meterme en su camioneta y encender la calefacción.
A lo lejos, un fuego artificial dorado explotó en el cielo. Sus zarcillos
se desvanecieron a la nada cuando mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Me duele que no quiera que sea feliz —susurré.
—Nena, lo siento. Esto es mi culpa.
—No, es de él. —Cayó una lágrima—. ¿Cómo puede no querer que te
tenga?
—No llores. —Su mano llegó a mi hombro, deslizándose hasta mi
cuello—. O espera hasta que lleguemos a casa para que pueda abrazarte.
Sollocé, pero la batalla ya estaba perdida. Las lágrimas salieron en un
flujo constante, y cuando entramos en su garaje, estaba segura de que mi
sombra brillante y rímel estaban por todo mi rostro.
Heath apagó la camioneta y salió, rodeando el capó para abrir mi
puerta.
Mientras me sacaba, enterré mi rostro en el hueco de su cuello y dejé
que me llevara adentro.
—Guy apesta.
Él se rio entre dientes.
—¿Esta noche? Sí.
—¿Cómo está tu cara? —Me levanté para mirar la mancha roja en su
mandíbula.
—Estará bien. No es la primera vez que me golpean.
—¿En serio? ¿Quién más te ha golpeado? ¿Y cómo no me enteré de
esto?
—Tobias y Maddox, cuando éramos niños. —Se encogió de hombros—
. Los hermanos pelean.
—Ah. —Dejé caer mi cabeza sobre su hombro nuevamente—. Guy y
yo en realidad no peleamos.
—Lo superará. Entrará en razón cuando vea que hablamos en serio.
—Tienes razón. Pero mientras tanto, voy a darle el tratamiento
silencioso. El muy imbécil. Quiero decir… eres su mejor amigo. ¿Cómo pudo
siquiera decir esas cosas de ti? ¿No te cabrea? ¿Que pensaría que eres malo
para mí? Porque eso me cabrea.
Una oleada de ira me recorrió las venas. La ira era buena. Secó las
lágrimas, y cuando Heath me puso en el borde de su cama, gruñí y crucé
los brazos sobre mi pecho.
—No puede hablar así de ti.
—¿Estás defendiendo mi honor? —Heath quitó uno de mis zapatos.
—Sí.
—Es jodidamente sexy. —Sus dedos rozaron mi tobillo antes de pasar
al otro zapato, quitándolo y arrojándolo a un lado. Luego, sus manos se
arrastraron por mis piernas, moviéndose hacia la cinturilla de mis
pantalones.
Si la ira había vencido a la tristeza, la lujuria iba a patear el trasero
de la ira.
Levanté una mano hacia el cabello de Heath, desordenando los
mechones que había peinado antes.
—¿Vas a besarme a medianoche?
—Stell, esa es una pregunta estúpida.
Apreté su cabello, dándole un tirón.
—¿Estás burlándote de mí?
—Siempre. —Se rio entre dientes y se acercó más, avanzando de
rodillas antes de rozar sus labios con los míos—. Todos tus besos a
medianoche son míos. Sea Nochevieja o no. Eres mía.
Mía. Esa era una palabra que escucharía una y otra vez siempre que
viniera de su voz profunda.
Me incliné, deseando otro beso, pero él retrocedió y una mirada de
preocupación empañó sus rasgos hermosos.
—¿Qué?
—Sobre lo de la universidad. Cuando Guy me lo dijo, mierda, me
sorprendió muchísimo. No estaba seguro de qué decir. Debí haberlo
mencionado esta semana, pero… cada vez que lo pienso, me enojo. Siento
mucho que te haya pasado eso.
—Está bien. —Quité su mano de mi rodilla, entrelazando nuestros
dedos—. Podría haber sido mucho peor, y ya quedó atrás.
—¿Deberíamos hablar de eso?
—He hablado de eso. Guy cree que es un secreto, pero mamá lo
sabe. Ella me animó a ir a terapia. Es vergonzoso que me ponga en esa
posición. Que confiara en alguien en quien no debí haberlo hecho. Esas
emociones probablemente siempre estarán ahí. Aprendí una dura
lección. Pero por lo demás, está en el pasado.
—Estoy aquí, si alguna vez quieres hablar.
—Gracias. —Me incliné para darle un beso, pero él me negó de nuevo.
Sonrió mientras yo fruncía el ceño.
—Obtendrás lo que buscas muy pronto.
—¿Qué estás esperando?
—Siento haberte pedido que seas un secreto. —Acunó mi cara con sus
manos—. Sin más secretos.
Algo se deshizo en mi pecho. La sensación de duda de que en realidad
me deseaba. No sabía cuánto necesitaba escuchar eso hasta que las
palabras salieron de su boca.
—Eres hermosa —dijo—. Eres inteligente. Eres muy graciosa, y tus
peculiaridades son encantadoras.
—No tengo peculiaridades.
—No estoy de acuerdo. —Sonrió—. Stella, te respeto. No puedo decir
que siempre he tratado a las mujeres de la manera correcta. No estoy
orgulloso de eso. No sé a dónde irá esto, pero siempre te respetaré.
—Sé que lo harás.
—Sin más secretos.
Negué con la cabeza.
—Sin más secretos.
—El lunes hablaré con papá. Supongo que no le importará, pero nos
pedirá que no lo difundamos en la oficina.
—Bien por mí. —Necesitaba tiempo en Holiday Homes para
establecerme. No necesitaba que mis compañeros o clientes pensaran que
estaba recibiendo un trato preferencial porque estaba saliendo con Heath.
—Bien. —Esta vez, cuando me incliné, se encontró conmigo en el
medio para el beso que quería.
El beso que borró la tensión de la noche. El beso que me aseguró que
no habría más escondites. El beso que prometió que estaría bien.
Ese beso llevó a otro y otro más hasta que estuvimos conectados en
todos los sentidos. Sin aliento, piel contra piel, fue a medianoche con Heath
enterrado dentro de mí que dejé de sentirme atraída por Heath Holiday.
Y en cambio me enamoré de él.

—¿Sabes lo que no sé de ti? —preguntó Heath a medida que


estábamos en la cocina a la mañana siguiente.
—¿Qué?
—¿Cómo te gusta tu café? Debería saber. Te he visto tomar algo en el
trabajo. Pero estaba demasiado ocupado mirando tu trasero para recordar
si le agregaste crema o azúcar.
—Crema y azúcar.
—Dulce. —Me atrajo hacia su pecho—. Como tú. Debí haberlo
adivinado.
La cafetera se detuvo en la encimera a nuestro lado.
Habíamos dormido hasta tarde esta mañana porque me había
mantenido despierta hasta tarde. Me desperté en sus brazos y, después de
que me hiciera el amor una vez más, nos metimos en la ducha antes de
vestirnos con sudaderas. Heath me había pedido que pasara el día
aquí. Solo nosotros dos.
A medida que avanzó el comienzo de un año nuevo, este era el mejor
que hubiera tenido.
—¿Qué deberíamos preparar para el desay…?
Sonó el timbre, interrumpiéndolo.
Refunfuñó.
—Demasiado para nuestro día a solas.
—¿Y si lo ignoramos?
—Buen plan. —Nos quedamos inmóviles, nuestras miradas
apuntadas en dirección a la puerta.
El timbre sonó de nuevo, no solo una, sino cinco veces.
—Solo hay una persona que hace eso. —Guy. Miré hacia la mandíbula
de Heath. Se estaba formando un hematoma leve, pero la barba incipiente
ocultaba la mayor parte—. Podemos ignorarlo.
—Nena, tú decides.
Mis fosas nasales se ensancharon.
—No quiero que arruine nuestro día. Pero quiero escuchar lo que tiene
que decir.
—Está bien.
—Le daremos cinco minutos. O se disculpa en esos minutos o lo
echamos a la nieve.
—Me encargo de la patada.
Me reí.
—Pedazo de pastel de chocolate.
Heath abrió la boca, pero en lugar de corregirme, simplemente sonrió.
—Me encanta el pastel de chocolate.
—A mí también. Hagamos uno más tarde.
—Siempre y cuando tú lo hornees.
—Por supuesto.
Me soltó, me tomó de la mano y nos llevó hasta la puerta. La abrió,
pero se hizo a un lado para que yo pudiera tomar la iniciativa.
Guy estaba en el porche.
Con Wendy.
—Hola. —Le sonreí a mi amiga, después miré a mi hermano—. ¿Qué?
—¿Podemos entrar? —preguntó—. Hace frío aquí afuera.
—Entonces debiste haber traído un abrigo.
—Stella.
Señalé a Wendy que entrara.
—Ella puede entrar. Tú no puedes.
—Buenos días. —Wendy apretó los labios para ocultar una sonrisa
mientras cruzaba el umbral—. Feliz Año Nuevo.
—Feliz Año Nuevo. —Miré entre ella y Guy. Tenía un batido verde en
la mano. Guy tenía otro. A diferencia de mí, se había bebido la mitad de la
taza—. ¿Cómo terminaron juntos ustedes dos?
—Después de que ustedes se fueron anoche, nuestra fiesta se mudó
a otro bar —dijo—. Encontré a este idiota allí, borracho. Y como soy mejor
persona que él, lo dejé dormir en mi sofá.
—Ah. —Asentí.
—Stella. —A Guy le castañeteaban los dientes—. Por favor.
—No. Eres un tonto, un perdedor estúpido.
De niños, ese había sido el máximo insulto. No tenía idea de por qué
se me había ocurrido, pero lo hizo y bueno… encaja.
El pecho de Heath se estremeció con una risa silenciosa.
Wendy resopló.
—Lo sé —murmuró Guy.
—Heriste mis sentimientos. Idiota. —Eso. El insulto de una mujer
adulta.
—Lo siento —dijo.
—Bien. —Victoria—. Ahora puedes entrar. Pero sobre todo porque yo
también tengo frío, y estás dejando salir todo el calor.
Guy entró y se sacudió la nieve de las botas. Había estado bastante
concentrado en mí, pero se arriesgó a mirar a Heath.
—¿Cómo está la mandíbula?
Heath se encogió de hombros.
—Stella la besó para mejorarlo.
Wendy, quien había estado bebiendo su batido, se atragantó con su
bebida, tosiendo y farfullando.
—Oh, Dios, esto me encanta. Estoy tan contenta de que ninguno de
los dos se lo esté tomando con calma.
—Me estoy lamentando haber subido a tu auto anoche —le dijo Guy.
—Marten, sigue humillándote —ordenó Wendy—. Vuelve a tus rodillas
figurativas de modo que podamos dejar a estos dos solos para que disfruten
de su día.
Suspiró pero no discutió. Luego cuadró los hombros y miró a Heath.
—Amo a mi hermana.
—Lo sé.
—No quiero que la lastimen.
—No voy a lastimarla. —Hubo tanta convicción en la voz de Heath.
Guy lo escuchó. También Wendy.
Se apoyó en mi brazo y se desmayó.
—Bien. —Guy asintió y luego me miró—. Heath es mi mejor amigo.
—Lo sé.
—Tampoco quiero que salga lastimado.
Asentí, mi corazón hinchándose. Para ser tal dolor en mi trasero, de
hecho tenía un corazón blando.
—Lamento lo que dije anoche. —Guy se acercó, extendiendo sus
brazos—. ¿Me disculpas?
—Sí. —Di un paso en su abrazo. Pero un olfateo y lo aparté—. Apestas
como el bar.
—Wendy no me dejó ducharme. —Su estómago gruñó—. Y todo lo que
me dio para desayunar fue esta asquerosa sustancia viscosa verde.
—Es saludable —dijimos ella y yo al unísono.
Heath se acercó y le dio una palmada en el hombro a Guy.
—Estábamos a punto de hacer el desayuno. ¿Quieres quedarte?
Guy asintió.
—Siempre que Stella esté cocinando y no tú.
—Voy a cocinar —dije.
—¿Te importa si me meto en la ducha? —preguntó Guy, olfateando su
propia axila y haciendo una mueca.
—Adelante. —Heath señaló con la cabeza por el pasillo hacia el baño
de invitados—. Te llevaré algo de ropa.
Cuando Guy desapareció, Wendy suspiró.
—Mi trabajo aquí está hecho.
—Gracias por llevarlo a casa. —La abracé—. Y traerlo aquí.
—De nada.
—¿Qué vas a hacer hoy?
—Poco. ¿Por qué?
—¿Quieres quedarte?
Miró entre nosotros dos.
—¿No les importa?
—Quédate —le dijo Heath.
Sonreí y salté a la cocina para prepararnos el desayuno. Después de
que nuestros platos estuvieron limpios y el lavaplatos en funcionamiento,
nos dirigimos a la sala de estar.
—¿Deberíamos ver algo? —preguntó Heath.
—Ojalá la última temporada de State of Ruin estuviera en Madcast —
le dije a Heath a medida que nos acurrucábamos en el sofá.
—Maddox me dio acceso anticipado.
Jadeé y me senté derecha.
—¿Y apenas me estás diciendo esto ahora?
—Hemos tenido una semana muy ocupada. No había tiempo para la
televisión.
—Cierto. —Me acomodé en sus brazos mientras él buscaba el
programa tremendamente popular y tocaba reproducir—. Se siente más de
una semana.
Me abrazó más fuerte.
—Porque siempre se suponía que íbamos a ser tú y yo, Stell.
—¿Podrían callarse de una jodida vez? —gruñó Guy desde el sillón
reclinable—. Quiero ver.
Heath respondió deslizando una almohada y arrojándola a la cara de
mi hermano.
—Debería irme a casa —dijo Guy, apartando la almohada, pero no
hizo ningún movimiento para irse.
—Nunca me gustó este programa. —Wendy estaba acurrucada en el
extremo de un sofá de dos plazas, con los ojos cerrados mientras se escondía
debajo de una manta—. Voy a tomar una siesta.
—Shh —siseó Guy.
Heath se rio y se estiró detrás de mí, rodeándome con un brazo
mientras yo apoyaba mi espalda en su pecho a medida que se escuchaban
los créditos iniciales.
—Feliz Año Nuevo.
—Feliz Año Nuevo.
Se inclinó para susurrarme al oído.
—¿Aún lo crees?
Me encontré con sus ojos brillantes. Vi la promesa en su mirada. Solo
habíamos estado juntos durante una semana. Pero esta fue la semana en la
que todo cambió.
Heath Holiday era mío.
—Lo creo.
Heath

Un año después

—¿Fue tan ruidoso el año pasado? —preguntó Stella mientras nos


balanceábamos en la pista de baile en la fiesta anual de Navidad de mis
padres.
—Sí, pero nos perdimos las partes ruidosas.
—Cierto. —Me dio una sonrisa soñadora—. Porque estabas
chupándome los pezones en la sala de estar.
La pareja bailando junto a nosotros la miró de reojo, pero Stella estaba
demasiado ocupada inspeccionando el salón de baile para darse cuenta.
Presioné un beso en su sien y la giré en la otra dirección. Me culpaba
por sus momentos vergonzosos, y durante el año pasado, había asumido la
responsabilidad muchas veces para mantener la sonrisa en su rostro. Pero
el verdadero culpable de esta maldición era el filtro verbal de Stella, o la falta
de él.
—Estos chicos son mucho mejores. —Stella asintió hacia el
escenario—. Buena elección.
—Gracias, nena.
La banda en vivo tocaba The Baxter. Tal vez estaba predispuesto
porque mamá me había puesto a cargo de la música este año, pero vi a más
gente bailando que en años anteriores.
Por primera vez, mis padres habían renunciado a cierto control sobre
este evento anual de los Holiday y habían pedido ayuda a sus hijos.
Yo había estado a cargo de la música. A Tobias se le habían asignado
las decoraciones. Y Maddox se había ofrecido como voluntario para la
comida y bebidas. La golosa de su hija no quedaría insatisfecha esta noche
porque la mesa de postres era el doble de larga de lo habitual.
—Oh, no —gimió Stella.
—¿Qué?
—Joe Jensen viene en esta dirección. —Puso una sonrisa falsa,
fingiendo estar contenta de verlo—. Hola, Joe.
—Hola, Stella. —Se detuvo lo suficientemente cerca para obligarnos a
dejar de bailar—. Digamos que… estaba pensando antes en la cocina y antes
de que se me olvide, me gustaría cambiar el diseño.
Ella se tensó pero esa sonrisa nunca vaciló.
—Está bien. ¿En qué estás pensando?
—¿Podemos hacer espacio para un congelador y una estufa de calidad
profesional?
Joe le acababa de decir la semana pasada que no cocinaba
mucho. Pero mi esposa preciosa no le reprochó eso a la cara. Simplemente
asintió.
—Por supuesto. Trabajaré en los números la semana que viene.
—Eres la mejor. Heath, se merece un aumento.
—Apuntado. —Me reí entre dientes, esperando a que desapareciera
entre la multitud antes de tomarla de nuevo en mis brazos—. Vas a ganar
la apuesta, ¿no?
—Fácilmente.
—Maldita sea.
Este verano, hicimos una apuesta sobre la casa de Joe Jensen y
cuándo estaría terminada. Pensé que estaría lista para Año Nuevo. Ella
había prometido que tardaría hasta bien entrada la primavera. Dados sus
constantes pedidos de cambio y los productos especiales que quería en cada
habitación, ahora era el proyecto de mayor duración en la historia de
Holiday Homes.
Y a pesar de todo, Stella lo había logrado a la perfección. No solo se
había ganado a Joe, sino que también había ganado nuestra apuesta y podía
elegir nuestro próximo lugar de vacaciones.
—Estoy pensando en Hawái —dijo.
—La última vez dijiste Alaska.
—Cambié de opinión. No creo que esté lista para hacer senderismo
este verano.
—¿Por qué no?
Respiró hondo, luego dejó caer una mano para extenderla sobre su
vientre.
—¿Qué…? —Santa. Mierda—. ¿Eso significa lo que creo que significa?
—Sí. —La luz en sus ojos resplandeció.
Una oleada de miedo, ansiedad y emoción me golpeó de repente y tuve
que dejar de moverme antes de tropezar con mis propios malditos
pies. ¿Esto estaba pasando?
—¿Estás embarazada?
Soltó una risita.
—Estoy embarazada.
Mis brazos la rodearon y la aplasté contra mi pecho.
—Te amo. Maldita sea, pero te amo.
—También te amo. —Se aferró a mí mientras yo enterraba mi rostro
en su cabello, aspirando ese olor y dejando que me estabilizara.
Mi hermosa y maravillosa esposa iba a tener a nuestro bebé.
—¿Cuándo te enteraste?
—Justo antes de que saliéramos de la casa.
—Es por eso por lo que estuviste en el baño tanto tiempo.
Ella asintió.
—Te lo habría dicho entonces, pero quería estar a solas.
Esto, nosotros en la pista de baile llena de gente, era lo más a solas
que habíamos estado toda la noche.
Guy y Wendy habían estado en casa con nosotros antes, las mujeres
preparándose juntas. Luego nos dirigimos todos al hotel en mi
camioneta. Stella había estado callada en el camino, pero pensé que solo era
porque Guy y Wendy habían estado discutiendo.
O… debatiendo. Llamaban debates a sus discusiones.
Ni en un millón de años habría juntado a esos dos como
pareja. Debatían todo el tiempo, rara vez poniéndose de acuerdo sobre
cualquier cosa. Pero Guy estaba loco por ella y por la forma en que Wendy
lo veía, bueno… era la forma en que pillaba a Stella mirándome.
—¿Estás feliz? —preguntó.
Asentí, abrazándola más cerca.
—Tan feliz.
Junto al día de nuestra boda, este era el día más feliz de mi vida.
Solo habíamos estado casados por unos meses, pero nada con Stella
se había sentido apresurado. Siempre había sido parte de mi vida. Había
sido esa pieza que faltaba. Cuando se agotó el contrato de arrendamiento de
su apartamento este verano, se mudó conmigo. Dos semanas después, le
propuse matrimonio. Habíamos planeado una boda de otoño y el día en que
ella caminó por el pasillo con un vestido de encaje blanco y mi diamante en
su dedo fue el día en que hizo toda mi vida.
—Vas a ser la mejor mamá del mundo.
—Detente. —Pellizcó mis costillas—. Me vas a hacer llorar.
Me incliné hacia atrás, enmarcando su rostro entre mis manos. Luego
la besé como si estuviéramos en casa en nuestro dormitorio, no rodeados de
familiares y amigos. Cuando me separé, tenía un rubor bonito en las
mejillas.
—Por eso no querías champán.
—Sí.
—Hola, Heath. Hola, Stella. —Gretchen bailaba cerca con su marido—
. ¿Cómo están esta noche?
—Bien. —Agarré la mano de Stella—. ¿Están divirtiéndose?
—Siempre es una noche divertida.
—Vamos a tomar un postre —mentí, tomando la mano de Stella en la
mía y llevándola fuera de la pista de baile.
Habría tiempo para contárselo a los amigos más tarde. Habría
muchas celebraciones. Pero lo que en realidad quería era un minuto a solas
con mi mujer. Nos abrimos paso entre la multitud, asintiendo y sonriendo
mientras la gente saludaba. Luego escapamos del salón de baile y la llevé al
mismo lugar donde habíamos comenzado hace un año.
La sala de estar estaba vacía. Se veía igual que el año pasado. Al
segundo en que la puerta se cerró, tuve a Stella en mis brazos nuevamente,
mi boca sellada sobre la de ella.
Soltó una carcajada pequeña, dejó de respirar y luego me devolvió el
beso. Cuando envolvió una pierna alrededor de mi cadera, presioné mi
excitación en su centro. Mi mano amasó su pecho y mis dedos tiraron de la
tela de su vestido cuando la puerta se abrió.
—Oh, mierda —murmuró Guy—. Consigan una habitación.
Stella y yo nos separamos para verlo a él y a Wendy apartando la
mirada.
—Lo hicimos. —Me sequé los labios y me aseguré de que el vestido de
Stella cubriera su pezón.
—Consigan una habitación con una puerta con cerradura —dijo,
arrastrando a Wendy y dejándonos solos.
Stella rio.
—Probablemente deberíamos volver.
—Sí. Pero nos vamos temprano.
—No podemos. Recuerda que le prometimos a tu mamá que la
ayudaríamos a limpiar.
Fruncí el ceño.
—Nos sacaré de eso.
—No, no lo hagas. Ayudaremos. Incluso podría ser divertido.
Arqueé una ceja.
—No será divertido.
—Limpiar puede ser divertido.
—Nena, te amo, pero no. No vamos a quedarnos.
Ella sonrió.
—Estoy de acuerdo en que no estoy de acuerdo.
Hay muchos lugares en los que
prefiero pasar la mañana de
Nochebuena que en una fría acera
nevada fuera de la casa de otra persona.
Mataría por estar sentada junto a una
chimenea, bebiendo chocolate, en
pijama de franela y leyendo un libro.
En cambio, estoy aquí, de pie
frente a la casa de mi aventura de una
noche, reuniendo el valor para tocar el
timbre y decirle que estoy embarazada.
Odio ese término: aventura de una
noche. Suena tan barato y sórdido.
Tobias Holiday no es ninguna de esas
cosas. Es apuesto y cariñoso. Ingenioso
y carismático. Y una vez, hace mucho tiempo, fue mío.
Se suponía que nuestra reunión de una noche solo sería un ligue. Una
aventura con un viejo amante. Una despedida antes de mudarme a Londres
y dejar mis sentimientos por él a un océano de distancia. ¿Cómo
exactamente se supone que voy a explicarle a Tobias que voy a tener un
bebé? ¿Su bebé? Quizás podría cantarlo. Siempre le encantaban las
canciones tontas que inventaba en la ducha.
Tres gallinas francesas, dos tórtolas.
Una perdiz y un embarazo.

Holiday Brothers #3
Willa Nash es el alter ego de Devney Perry, la autora más vendida de
USA Today, que escribe historias románticas contemporáneas para Kindle
Unlimited. Amante del pescado sueco, odia lavar, vive en el estado de
Washington con su esposo y sus dos hijos. Nació y se crio en Montana y le
apasiona escribir libros en el estado que ella llama hogar.
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Holiday Brothers Series:


1. The Naughty, The Nice and The Nanny
2. Three Bells, Two Bows and One Brother's Best Friend
3. A Partridge and a Pregnancy

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