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TEMA 2 (PARTE I). CONCEPTOS BÁSICOS.

1. Calidad de vida.
1.1. Concepto.
La calidad de vida se refiere tanto a indicadores objetivos -las condiciones de vida-
como a indicadores subjetivos -la satisfacción con la vida-. Por ejemplo, la aparición de
una enfermedad crónica como la diabetes es un hecho objetivo que tiene un impacto
directo sobre el estado de salud y el estilo de vida de las personas. Sin embargo, la
satisfacción con la vida (indicador subjetivo) puede ser distinta en diferentes personas
y relativamente independiente de los indicadores objetivos, ya que estas diferencias
en la satisfacción con la vida pueden derivarse de la utilización de estándares de
comparación diferentes. Para una persona joven la aparición de esta enfermedad
crónica va a suponer incorporar unos cuidados de salud que van a condicionar su estilo
de vida. En cambio, para una persona mayor siendo el hecho objetivo similar podría
afectarle menos si la persona mayor compara su estado de salud con el de otras
personas que son de edad similar.
La calidad de vida no es el resultado de una aproximación cuantitativa o estrictamente
económica, sino que ésta se relaciona con el nivel de satisfacción que a uno le
proporcionan sus condiciones de vida objetivas (salud, vivienda, trabajo...) cuando las
compara, de acuerdo con baremos personales, con la situación en que se desenvuelve
la vida de otras personas.
También, es importante señalar que la calidad de vida no se centra exclusivamente en
la comparación entre personas, sino que más bien supone tener en cuenta la relación
que se establece entre una realidad y unos propósitos, objetivos o niveles deseables.

1.2. Componentes de la calidad de vida.


Uno de los aspectos más estudiados es la identificación de los componentes que se
consideran importantes para determinar la calidad de vida de la comunidad. En
general, existe bastante acuerdo en que la calidad de vida debe evaluarse teniendo en
cuenta tanto las condiciones externas objetivas como los factores subjetivos. El
interventor comunitario deberá garantizar que están cubiertas las necesidades básicas
de los grupos sociales con los que trabaja. Una vez que estas necesidades básicas
objetivas están cubiertas (sanidad, educación, vivienda, salud, etc.,) irán cobrando más
importancia los indicadores subjetivos para valorar la calidad de vida.
Para Shalock y Verdugo (2003) la calidad de vida es un concepto multidimensional
formado por atributos y valores consensuados culturalmente, posee componentes
objetivos y subjetivos que se aplican en los tres niveles de los sistemas sociales
(microsistema, mesosistema y macrosistema). Los autores identifican ocho
dimensiones de la calidad de vida que se medirían a través de una serie de indicadores:

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2. Bienestar subjetivo y felicidad.
2.1. Concepto de bienestar subjetivo, satisfacción con la vida y felicidad.
El bienestar subjetivo es la evaluación que realizan las personas de su vida, un proceso
que incluye las emociones y la satisfacción. De acuerdo con Cummins y Cahill (2000), el
bienestar subjetivo refleja una evaluación de afecto respecto a una serie de ámbitos de
la vida o respecto a la vida como un todo. Se dice por tanto que el bienestar es el
resultado de la satisfacción con la vida, la felicidad y una buena salud.
Se han identificado algunos ámbitos de la vida que representan adecuadamente el
bienestar subjetivo. Estos ámbitos serían: la satisfacción con uno mismo, con la
pareja, con la vida familiar, con los amigos, disponer de tiempo para hacer cosas, la
relación con los vecinos, el alcanzar logros en la vida, la seguridad personal, estar
integrados en la comunidad, los ingresos, la vida social, el nivel de vida y la salud
personal.
En general, el bienestar subjetivo está compuesto por dos componentes, un
componente cognitivo y otro de carácter afectivo:
- El componente afectivo del bienestar subjetivo constituye el componente emocional,
hace referencia a las emociones y estados de ánimo de las personas y está
determinado por el nivel de afecto positivo y negativo que presenta el individuo y la
diferencia entre estos estados emocionales.
- El componente cognitivo del bienestar subjetivo se conoce con la denominación de
satisfacción con la vida. La satisfacción con la vida es una conceptualización cognitiva,
una evaluación de la felicidad.
El bienestar subjetivo es un concepto que incluye tanto la felicidad como la satisfacción
con la vida. El bienestar subjetivo es un estado afectivo permanente que está formado
por tres componentes: a) la experiencia de felicidad en ámbitos destacados de la vida,
b) la experiencia de afecto negativo acumulado en ámbitos destacados de la vida, y c)
las evaluaciones de la vida en general.

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Según Veenhoven (1994), los recursos disponibles y las diferentes formas de
afrontamiento hacen que las experiencias vividas puedan ser positivas o negativas,
por lo que la evaluación que se realiza sobre la propia vida se hace tanto de forma
global como atendiendo a estándares que son considerados relevantes. Entre las
condiciones necesarias para el bienestar se encuentran las indicadas en el siguiente
cuadro.

2.2. Dimensiones del bienestar subjetivo.


En el análisis del bienestar subjetivo se tienen en cuenta las siguientes dimensiones:
a) Dimensión afectiva-cognitiva. Se producen dos tipos de evaluaciones: la valoración
afectiva donde la persona evalúa sus sentimientos positivos y negativos; y la valoración
cognitiva relacionada con la satisfacción con la vida, en la que el individuo evalúa como
se ha desarrollado su vida, y si ha alcanzado las metas propuestas.
Pavot y Diener (1993) desarrollaron la Escala de Satisfacción con la Vida (SWLS) que es
una de las medidas más empleadas para medir la dimensión cognitiva del bienestar
subjetivo. Los autores desarrollaron una medida general y unidimensional de la
satisfacción con la vida. Esta escala está compuesta por 5 ítems cortos diseñados para
medir de forma global los juicios cognitivos de la propia vida que se responden
conforme a una escala Likert de 1 a 7 (1 = Completamente en desacuerdo, 7 =
Completamente de acuerdo).

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b) Dimensión positiva-negativa. Dentro de la dimensión afectiva aparecen dos tipos
de componentes: positivos y negativos. Los primeros se relacionan con variables
sociales como el apoyo social o la participación; en cambio los afectos negativos se
relacionan con situaciones de estrés, problemas de salud, etc.
c) Dimensión frecuencia-intensidad. La intensidad constituye una referencia
importante de las experiencias emocionales, independientemente de la frecuencia y
de si estas son positivas o negativas, ya que las personas con alta intensidad afectiva
valoran más intensamente los acontecimientos vitales en general.
d) Dimensión interna-externa. El componente afectivo positivo se relaciona con
variables externas como el apoyo social y el componente afectivo negativo se relaciona
con variables internas como la baja autoestima o la ansiedad. Por tanto, la
discrepancia entre lo que uno tiene y lo que tienen los demás, se centraría más en los
aspectos externos de la comparación social, mientras que la valoración de los logros
alcanzados formaría parte de una dimensión más internos del individuo.

3. Teorías de la felicidad y del bienestar subjetivo.


Felicidad
Una persona feliz sería aquella con muchas experiencias positivas y pocas negativas y
que se percibe globalmente como satisfecha con su vida (Fernández-Berrocal y
Extremera, 2009).
Los componentes de la felicidad (Diener, Suh, Lucas y Smith, 1999):
1. Experiencias de afecto positivo frecuentes (alegría, amor, placer).
2. Experiencias de afecto negativo infrecuentes (tristeza, ansiedad, dolor).
3. Altos niveles de satisfacción vital (valoración cognitiva global de cómo valoramos
nuestra vida).
Según DeNeve y Cooper (1998), Myers (1993,2000), y Myers y Diener (1995, 1996):
1. Las personas felices tienen una autoestima alta en los países individualistas (V o F).
2. La felicidad está relacionada con la edad (V o F).
3. Las personas con atractivo físico son más felices (V o F).
4. La felicidad está relacionada con dormir bien y hacer ejercicios físicos (V o F).
5. La felicidad se relaciona con el sexo (H/M): (V o F).
6. Las personas felices tienden más a ser optimistas y agradables (V o F).
7. La felicidad se relaciona con la paternidad (tener hijos o no): (V o F).

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8. El nivel de educación se relaciona con la felicidad (V o F).
9. Las personas felices tienden a tener una fe religiosa (o espiritualidad) importante (V
o F).
10. Tener amigos íntimos o un matrimonio satisfactorio se relaciona con la felicidad (V
o F).
Son numerosos los enfoques teóricos de la felicidad y el bienestar subjetivo. Según
Diener (1994) éstos se pueden resumir en seis:

3.1. Teorías finalistas.


Desde estas teorías la felicidad se consigue cuando se alcanzan ciertas metas o se
satisfacen las necesidades del plan de vida que cada uno se ha marcado. Sin embargo,
no siempre alcanzar ciertas metas nos proporciona la felicidad ya que a veces puede
suponer la aparición de otros conflictos.

3.2. Teorías de la actividad.


La teoría del flujo de Csikszentmihalyi (1977) es una de las más representativas, para el
autor la felicidad depende de la propia actividad del ser humano. El autor entiende
esta experiencia de flujo como una actividad tan placentera que las personas
continuaran realizándola pese al coste que tenga.

3.3. Teorías del placer dolor.


La teoría del proceso contrario de Solomon (1980) señala que la pérdida de algo bueno
nos hace infelices mientras que la pérdida de algo malo nos hace felices. Es la privación
la que se relaciona con la felicidad, ya que quienes no han sufrido carencias, en algún
ámbito de su vida que valoren como importante, difícilmente sentirán felicidad en
ese ámbito.

3.4. Teorías de juicio.


La felicidad es el resultado de comparar las condiciones reales con unos estándares.
Son muchos los enfoques teóricos que pueden incluirse bajo esta concepción: la teoría
de la comparación social de Festinger (las personas valoran la realidad social
comparándola con la de otras personas); La teoría de la comparación social
descendente (las personas se sienten más felices cuando se comparan con otras más
desgraciadas); la teoría del nivel de aspiración (la felicidad es la diferencia entre lo que
uno desea y lo que consigue); la teoría del nivel de adaptación (la felicidad se
relaciona con la mejora de la situación actual en comparación con situaciones
pasadas); la teoría de las discrepancias múltiples (la felicidad es resultado de valorar
positivamente las discrepancias resultantes en diferentes niveles, como lo que uno
tiene y lo que desea, lo que tiene actualmente y ha tenido en el pasado, lo que tienen
otras personas, lo que esperaba tener, y así sucesivamente).

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3.5. Teorías asociacionistas.
Las personas que se sienten más felices atribuyen los hechos positivos a aspectos
cognitivos internos y estables; también las personas que se sienten más felices son las
que tienen experiencias positivas relacionadas con hechos cotidianos, son las que
tienden a ver el lado positivo de las cosas.

3.6. Teoría de abajo-arriba y de arriba-abajo.


Cuando nos aproximamos al concepto de bienestar es posible hacerlo a través de dos
aproximaciones: La aproximación de arriba hacia abajo (top-down) que considera el
bienestar como una evaluación global de la vida y sus dominios desarrollada
principalmente por Diener. Estas teorías conciben la tendencia a la felicidad como un
rasgo o predisposición a percibir los acontecimientos de forma positiva. La
aproximación de abajo-arriba (bottom-up), considera que el estado general de
felicidad se consigue con la suma de estados de felicidad parciales o situacionales
procedentes de distintas áreas de la vida, en este caso la felicidad se considera como
un estado.

3.7. ¿Qué necesitamos para ser felices?


Frente a la dificultad de responder a la cuestión: ¿Qué es la felicidad? parece que es
relativamente fácil conseguirla o al menos está bastante más al alcance de nuestra
mano de lo que creemos. Según Argyle (1992) es evidente que se puede incrementar la
felicidad personal y ajena, para ello propone las siguientes recomendaciones:
1. Se pueden producir incrementos a largo plazo de los estados de ánimo positivos
pensando en hechos agradables recientes, viendo películas divertidas, escuchando la
música que nos gusta o haciendo afirmaciones positivas sobre uno mismo. Aunque los
efectos sean breves lo podemos hacer de modo regular.
2. Identificar las actividades de la vida cotidiana que nos resultan más agradables para
aumentar su frecuencia (v.g., conversar con los amigos, pasear, leer...).
3. La acumulación de bienes materiales no incide directamente en la felicidad. Tener
más dinero, una casa o un coche mejor parece que tiene una influencia muy débil en el
bienestar.
4. Las redes de apoyo y las buenas relaciones con los demás son una fuente
importante de felicidad: tener amigos, pareja, buenas relaciones familiares y buenas
relaciones con los compañeros de trabajo y con los vecinos. En general, la existencia de
interacciones positivas con los que nos rodean influye positivamente en la felicidad.
5. El ocio y el trabajo satisfactorios son otras dos fuentes fundamentales de la
felicidad. Practicar algún deporte mejora la salud física y mental, buscar un espacio
para la relajación o simplemente tener tiempo para distraerse de las tareas habituales
influyen positivamente en la felicidad. En el ámbito laboral, el desarrollo de

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habilidades, las relaciones positivas con los compañeros, la responsabilidad,
constituyen también elementos que contribuyen a que nos sintamos más felices.
El objetivo último de la intervención comunitaria es incrementar el bienestar de la
comunidad. El profesional se debe centrar en la optimización de recursos personales y
sociales que favorezcan todos los elementos y dimensiones que conducen al aumento
del bienestar. Entre estas actuaciones caben destacar: el desarrollo de las redes
familiares y sociales, fomentar el sentido de control y competencia, fortalecer el
sentido de comunidad, mejorar las conductas de afrontamiento, favorecer la igualdad,
etc.

4. Prevención.
Gerald Caplan (1964) describe tres tipos de prevención: primaria, secundaria y
terciaria.
El principio de la prevención terciaria es reducir el grado de perturbación mental en la
comunidad, a través del desarrollo de programas que reduzcan la duración de la
enfermedad y su deterioro. El autor diferencia entre la rehabilitación dirigida al
individuo particular y la prevención terciaria que reduce los problemas en toda la
comunidad, en palabras de Caplan la comunidad es el cliente. Los métodos utilizados
por Caplan en la elaboración de programas de prevención terciaria involucran en el
tratamiento a la familia y a la comunidad. Hay que trasladar los cuidados a la
comunidad y crear los recursos adecuados (v.g., centros de día) para que eso sea
posible. El concepto de prevención terciaria también implica la calidad del cuidado
dentro del hospital, para los que se crean las condiciones socioambientales más
óptimas, se desarrollan programas especiales de rehabilitación con la intervención de
voluntarios, paraprofesionales, etc.
La prevención secundaria se refiere a programas que reducen el grado de incapacidad
debida a un trastorno o el número de casos de riesgo identificados en una población
dada. La reducción del problema puede hacerse modificando los factores que
conducen a nuevos casos o reduciendo la severidad y duración de los casos existentes,
a través del diagnóstico y la intervención temprana. Los programas de prevención
secundaria se dirigen también a maximizar los recursos para reducir los problemas de
enfermedad mental dentro de la comunidad.
La prevención primaria es el tipo de prevención que más se aleja de la actividad
profesional tradicional de la salud mental. Las actividades que se derivan de la
prevención primaria en salud mental comunitaria son especialmente útiles a la
psicología comunitaria. Para Caplan la prevención primaria es un concepto
comunitario, implica la disminución de la proporción de casos nuevos de trastornos
mentales en una población durante cierto tiempo, se trata de reducir el riesgo de toda
la comunidad. Los programas de prevención primaria se dirigen a identificar aquellos
factores del contexto que influyen en la habilidad de la comunidad para enfrentarse a
los estresores vitales. Los métodos preventivos utilizados son la acción social y la
acción interpersonal. La acción social implica realizar cambios en la comunidad para

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que ésta proporcione los apoyos físicos, psicosociales y socioculturales necesarios, al
tiempo que debe ofrecer medios de asistencia a los sujetos en situaciones de crisis. La
acción interpersonal trata de hacer los cambios en los individuos particulares, con la
intención de que el impacto de la actuación de los profesionales en salud mental
alcance a toda la comunidad.
Las actuaciones en prevención en el ámbito de la psicología comunitaria van más allá
de la intervención en salud mental, dirigiendo la intervención tanto a poblaciones con
necesidades específicas (inmigrantes, personas mayores, escolares) como a problemas
psicosociales muy diferentes (drogodependencia, maltrato, adicciones).
El diseño de estrategias de prevención ha de contemplar tanto el tipo de problema
como la población específica hacia la que están dirigidas. Por tanto, las características
de intervención en prevención las resumimos a continuación:

Es importante señalar que siempre que hay prevención es porque hay un posible
riesgo, los factores de riesgo se refieren a determinadas condiciones biológicas,
psicológicas o sociales medidas mediante variables directas o indicadores que
participan en los antecedentes de diferentes problemas sociales, aunque más que
hablar de factores de riesgo se habla de factores multiriesgo, en la medida en que
existen más factores de riesgo, las probabilidades de que aparezca el problema son
mayores y por tanto es más necesaria la prevención. Por ejemplo, un niño cuyos
padres consumen drogas y que vive en un barrio donde existe disponibilidad de la
misma, tiene más factores de riesgo asociados al consumo que un niño que viva en
unas circunstancias opuestas.
Aunque hablemos de prevención primaria siempre existe un posible riesgo de que
aparezca un problema. Por ejemplo, si queremos desarrollar un programa de

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prevención primaria para evitar el consumo de drogas, elegimos como población
objetivo los escolares en la etapa adolescente ya que, aunque no hayan consumido
drogas son los que más riesgo corren y por tanto los que más beneficios pueden
obtener de la intervención.
Aunque la diferencia es muy sutil se puede distinguir entre promoción de la salud en
general (se refiere al fortalecimiento de conductas saludables positivas como hacer
ejercicio, comida saludable y buenos hábitos en general) y la prevención primaria, que
se debe dirigir a poblaciones específicas con riesgo de aparición de un problema
determinado, sin que el problema haya aparecido.
Cuando aumentan los factores multiriesgo o si el problema está en las primeras fases
(v.g., consumidores ocasionales de drogas de fines de semana) nos dirigimos hacia la
prevención secundaria donde las estrategias de detección precoz tienen un alto valor.
Cuando el problema ya se ha instaurado la prevención terciaria se dirige a la
reinserción social, el desarrollo de conductas de autocuidado y la prevención de las
recaídas.
Un error habitual es creer que sólo con información se puede hacer prevención.
Especialmente cuando se diseñan actuaciones de prevención primaria se suele recurrir
a este recurso. Sin embargo, aunque la información es necesaria no es un recurso que
por sí solo produzca cambios comportamentales. Por ello, cuando se diseñan
actividades de prevención, se deben incluir actividades que fomenten el cambio de
actitudes, por ejemplo, debatiendo en pequeños grupos la información aportada, para
asegurarse de que se ha entendido y asimilado en la dirección adecuada. También se
deben programar actividades para desarrollar habilidades y estrategias para afrontar
una situación conflictiva. Así en el caso de la prevención del consumo de alcohol en
adolescentes, se debe entrenar a los sujetos en habilidades sociales para que sepan
“decir no” ante una situación de presión grupal.

5. Resiliencia.
Los estudios sobre los efectos que los factores de riesgo tienen sobre diferentes
poblaciones han desvelado que no todas las personas responden de la misma forma
ante las mismas situaciones de riesgo. De hecho, en condiciones similares de riesgo,
los niños dentro de la misma familia no tienen por qué responder de la misma
manera: unos pueden reaccionar negativamente y otros, en cambio, consiguen
afrontar la situación de forma exitosa, es decir, desarrollan la capacidad de ser
resilientes ante situaciones adversas.
Cuando se habla de resiliencia es obligado citar el conocido estudio de Werner y Smith
(1982): Vulnerables pero invencibles: un estudio longitudinal de niños y jóvenes
resilientes. En el estudio los autores observaron durante 32 años a 505 individuos que
vivían en condiciones de adversidad similares e identificaron los factores que
diferenciaban a quienes se adaptaban positivamente a la sociedad de aquellos que
desarrollaban conductas de riesgo.

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Desde las ciencias sociales se utiliza el concepto para describir la capacidad de las
personas, que, a pesar de vivir en condiciones de adversidad, son capaces de hacer
frente a estas adversidades, superarlas y obtener una buena calidad de vida. Por
tanto, la resiliencia no se refiere a la invulnerabilidad ante el riesgo, sino que se refiere
a un proceso mediante el cual la persona desarrolla la capacidad para hacer frente a
las adversidades en todos los órdenes de la vida (trabajo, relaciones personales, salud,
etc.) y la habilidad de superar dichas adversidades aprendiendo de ellas y
fortaleciéndose de la experiencia.
La investigación en resiliencia ha ido mostrando cómo la conducta resiliente es algo
más que la suma de factores, ya que implica la combinación y la interacción de
elementos personales, biológicos y sociales que funcionan como factores protectores
y que aumentan la posibilidad de ser resiliente. Las características individuales, las
familiares y las condiciones sociales y ambientales pueden ser factores que aumenten
la resiliencia del individuo. Sin embargo, la resiliencia depende tanto de la presencia
de estos elementos protectores como de la forma en que estos son integrados en la
propia experiencia personal. Promover factores de resiliencia requiere diferentes
estrategias y es difícil detallar un listado de factores que aumentan directamente la
posibilidad de ser resiliente, ya que dependerá en gran parte, de los factores de riesgo
a los que estén sometidos los individuos y grupos de población. Aun así, los estudios
sobre resiliencia han destacado aquellos elementos presentes en las personas que han
logrado un desarrollo positivo en circunstancias adversas, en las que otras personas,
en circunstancias similares, no lo han conseguido. Estos elementos son:
- Independencia y capacidad de mantener distancia emocional y física sin caer en el
aislamiento.
- Influencia positiva de un adulto significativo que favorece una autoestima
consistente.
- Capacidad de interaccionar positivamente con los demás.
- Tener iniciativa y creatividad.
- Tener sentido del humor y evitar sentimientos negativos.
- Tener valores y la capacidad de comprometerse con el bienestar de los demás.
Se podría decir que la resiliencia es una disposición general que incluye competencia
social, capacidad de resolución de problemas, habilidad para actuar con autonomía y
aspiraciones saludables. Estas cuatro características se consideran básicas para
constituir el perfil de la persona resiliente.
La resiliencia, por tanto, no es una simple respuesta, sino un proceso en el que
Grotberg (1995) identifica una serie de factores que permiten promover la resiliencia
tanto a nivel individual como a nivel grupal y comunitario. Estos factores resilientes se
organizan agrupándolos en tres categorías:

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1. Yo tengo: Apoyos externos que favorecen la resiliencia. Se refiere a personas del
entorno en quienes puedes confiar y que te ayudan ante la dificultad.
2. Yo soy: Fortaleza interior. Se refiere a ser respetuoso consigo mismo y con los
demás, tener valores y hacer gestos positivos.
3. Yo puedo: Habilidades. Se refiere a habilidades de resolución de problemas,
habilidades de control y de comunicación.
Teniendo en cuenta estos factores, para promover el proceso de resiliencia sería
necesario poner en marcha las siguientes estrategias:
- Promoción de factores resilientes: Desarrollar los apoyos externos, la fortaleza
interior y las habilidades.
- Desarrollar el comportamiento resiliente: Identificar la adversidad, los riesgos y
seleccionar la respuesta adecuada.
- Valorar los resultados de la resiliencia: Aprender de la experiencia, conocer el
resultado de la conducta resiliente y actuar para mejorar la calidad de vida.

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