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UNIVERSIDAD DE COSTA RICA

FACULTAD DE MEDICINA

ESCUELA DE FARMACIA

CURSO: DOLOR Y CUIDADO PALIATIVO

EE-0431

Docente: Rebecca Gómez Sánchez

ENSAYO REFLEXIVO ACERCA DEL DOLOR

Estudiante:

Francisco Mora Sibaja B75119

II Ciclo 2022
Vivir es sufrir, y por consiguiente, la vida está atravesada por diversos procesos de
crisis que sacuden los cimientos de una realidad usualmente entendida como tranquila. Pese
a que esta concepción inicial resulte desesperanzadora, creo que siempre es mejor partir de
una base sólida con la cual se pueda entender la naturaleza y el devenir de la realidad humana,
antes de centrarnos en ideas fantasiosas acerca de la vida, que terminarán decepcionándonos
al no cumplirse. Un ideal desesperado puede ser el peor enemigo del ser humando. Con esto
dicho, para ahondar acerca del dolor y su planteamiento como una crisis en la vida humana,
creo que debemos acercarnos a lo que es una crisis. Slaikeu (2002) aporta una definición que
nos ayuda a comprender la naturaleza de este fenómeno, enmarcándola en un estado temporal
de desorganización, en donde la persona tiene una incapacidad de hacer frente a las dificul-
tades que afronta, caracterizándose por tener un periodo de inicio y un final.
Como vemos, el dolor y la crisis guardan amplias semejanzas, al ser entendidos como
fenómenos que transgreden la vida cotidiana, provocando que la persona se enfrente a situa-
ciones que en un principio preferiría evitar. Un dolor agudo puede ser breve, pero sus conse-
cuencias pueden perdurar en el tiempo. Un trauma puede nacer de la subjetividad más
inocente, y lo que para una persona es un horror indescriptible, para otra no es más que una
cosa sin importancia. En este punto, lo que nos dice Antón (2017) y Diez y Diez (s.f) resulta
vital, ya que el dolor se ve atravesado por una serie de variables contextuales e individuales,
las cuales harán que las llamadas experiencias dolorosas sean distintas para cada quien. Las
variables de género cumplen un rol fundamental aquí, así como las experiencias y expectati-
vas que podemos tener de las personas que nos rodean, y de nosotros mismos. Entender el
dolor es entender que cada persona es un mundo, y que cada experiencia dolorosa un universo
completo y disímil. Pero ante todo, ante el dolor y la crisis, siempre permeará un sentido de
resiliencia, o la capacidad que tenga la persona para hacerse cargo de su malestar y caminar
hacia adelante. Siempre un paso a la vez.
Con esto de que las personas debemos hacernos cargo de nuestra propia experiencia
dolorosa, no quiero dar a entender que somos responsables de nuestros males, o que el dolor
es una encarnación de un castigo divino que busca que nos arrepintamos de nuestros pecados.
Lo que quiero dar a entender es que no debemos ignorar la realidad que nos rodea, y que si
no somos capaces de encarar nuestros problemas, muy difícilmente podremos superar la ex-
periencia traumática a la cual nos enfrentamos. Quizás sea mi formación psicológica la que

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habla, pero creo que los seres humanos somos capaces de enfrentar las situaciones más ad-
versas y salir de ellas con un aprendizaje. No diré que todo tiene que ver con la motivación,
o con “no dejarse vencer”. No. Las experiencias de los demás no tienen que ser rechazadas,
se deben validar las emociones y sentimientos que surgen a partir del dolor, y es justamente
con este aprendizaje y con estas emociones, que la persona podrá salir de su crisis dolorosa
como alguien totalmente distinto.
Lo psíquico es inseparable de los biológico. Lo fisiológico siempre tendrá una conse-
cuencia en el estado mental de la persona, y las emociones repercutirán en su salud física. En
estos términos, la salud no es solo física, sino que está integrada por un componente psicoló-
gico y emocional, razón por la cual el dolor no puede ser abordado de una forma adecuada si
no se contempla la subjetividad de la persona. El dolor, es, en muchos casos, no el malestar
que aqueja a la persona, sino la interpretación que esta puede hacer dicho malestar. Los rela-
tos, las narrativas subjetivas de cada persona, añaden una nueva dimensión de complejidad a
la hora de abordar el dolor, tal y como lo señala Loza y Barragán (2016), en tanto las narra-
tivas personales explican mucho sobre el padecimiento psicológico de cada persona. No es
que la persona sea “débil” o que no pueda afrontar la situación en la que se encuentra, es que
para ella en específico, su dolor cobra una dimensión mucho mayor de la que puede ser per-
cibida desde fuera, debido a las variables emocionales que confluyen en un océano de senti-
mientos difícil de ordenar.
Entonces, abordando la complejidad de la experiencia dolorosa y las mil particulari-
dades que la integran, cabe hacerse la pregunta de: ¿qué hacemos con el dolor? Sabemos que
no podemos ignorarlo, que no somos menos capaces de enfrentarlo, pero… qué hacemos con
las experiencias displacenteras que nos interpelan y condicionan nuestra vida, ¿qué hacemos
aquello que es desagradable? Aquí es donde me gustaría marcar otro paralelismo con el dolor
y las crisis, ya que en muchas ocasiones, cuando se supera una crisis, la persona cambia y ya
no es la misma. Mejor, peor, eso depende de cada quien, de cada caso y las herramientas con
las que cuenta, pero en definitiva, después de una crisis sucede un cambio. Lo mismo puede
pasar con el dolor, cuando atravesamos experiencias dolorosas, desagradables, es imposible
que no cambiemos. Que este hecho no nos transforme de alguna manera, y es aquí en donde
podríamos decir que debemos hacernos cargo de nuestra propia experiencia dolorosa.

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En este rubro sobre que hacer con el dolor o las experiencias dolorosas, me gustaría
tomar una cita de una de mis obras literarias favoritas: «Vida antes que muerte. Fuerza antes
que debilidad. Viaje antes que destino» (Sanderson, 2014). Lo que en un principio puede
parecer una frase sencilla y plana, enmascara una verdad tan obvia que muchas veces llega-
mos a pasarlas por delante. A fin de cuenta, las mayores y más importantes verdades a veces
son las más obvias. En este punto, creo que todos estaremos de acuerdo en que es preferible
vivir que morir; en que siempre buscaremos la fuerza antes que la debilidad, y que en oca-
siones el destino no es lo importante, sino el viaje. Pero este juramento caballeresco no quiere
dar a entender que siempre seremos fuertes, sino que al caer, debemos levantarnos. No puede
existir fuerza sin debilidad; no siempre alcanzaremos nuestras metas, pero el aprendizaje que
nos deja la experiencia, es un bien invaluable; llegará un punto en donde moriremos, pero la
vida es quien le da significado a la muerte. Las crisis y el dolor son males inevitables de
nuestra propia naturaleza humana, Y muchas veces nuestra capacidad de resiliencia es lo que
determina como logramos superar los obstáculos a los cuales nos enfrentemos.
Es imposible vivir sin dolor, y de cierta manera, una vida sin sufrimiento o crisis no
sería una vida. No es al dolor a lo que tememos, sino la pérdida de confianza en nosotros
mismos y el hecho de como podemos sobreponernos a las adversidades. No quiero expresar
que todo se supera con una “sonrisa” o con “buena actitud”. Esto sería una falta a la verdad
y un irrespeto a todo aquellas personas que sufren —a quienes hemos sufrido—, pero muchas
veces, contar con las estrategias y herramientas necesarias hará que podamos hacer frente al
dolor, y aprender de estas experiencias. Por lo cual, las variables psicológicas y emocionales
poseen un valor indiscutible a la hora de hablar sobre el dolor y nuestras propias experiencias.

Referencias Bibliográficas
Antón, F. (2017). Antropología del sufrimiento social. Antropología experimental, 7, 346-
355.
Diez, A. & Diez, G. (s.f). Aspectos psicológicos asociados al dolor. Máster del Dolor.
Loza, T. & Barragán, A. (2016). Narrativas como expresión sociocultural de las enfermeda-
des crónicas: el dolor. CONAMED, 18(2), 1-5.
Sanderson, B. (2014). Palabras Radiantes. NOVA.
Slaikeu, K. (2002). Intervención en crisis. Manual para práctica e investigación. Ciudad de
México: Editorial Nuevo México.

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