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CATEDRÁTICO:
Lic. Karina Laínez
PRESENTADO POR:
Lorena Estefanía Rodríguez
ASIGNATURA:
TEORÍA Y ABORDAJE DE LA INTERVENCIÓN EN CRISIS
Sección: 1801
TAREA A PRESENTAR:
Manejo del duelo
muerte forma parte de la vida y la vida no es una enfermedad. Al ser cada persona fallecida
única e irrepetible, así como las relaciones interpersonales que se establecen con ellas, el
superviviente nunca vivenciará de la misma forma la muerte de dos allegados. Por lo tanto,
El duelo es el proceso psicológico que se produce tras una pérdida, una ausencia, una muerte o un
abandono. Es diferente para cada persona. Se pueden sufrir diferentes síntomas emocionales y
físicos como: ansiedad, miedo, culpa, confusión, negación, depresión, tristeza, shock emocional,
etc.
El dolor por la pérdida se puede experimentar no solo por la muerte, sino cada vez que en la vida
tenemos una experiencia de interrupción definitiva de algo, de pérdida, de distancia que no podrá
ser cubierta. La experiencia emocional de enfrentarse a la pérdida, es lo que llamamos elaboración
del duelo, que nos conduce a la necesidad de adaptación a una nueva situación.
El duelo se trata de una herida y, por tanto, requiere de un tiempo para su cicatrización.
En general se habla de que en el proceso de duelo se distinguen varias fases, escalones que hay
que superar, aunque ello no significa que en todos los casos aparezcan todos.
Negación:
“No puede ser verdad”, “cómo ha podido ser”, “no es justo”… Son frases que todos reconocemos
haber utilizado alguna vez. La incredulidad es la primera reacción ante un golpe de la vida. La
negación es un escalón inevitable que hay que atravesar y del que finalmente hay que salir para
digerir la pérdida. Negar es una manera de decirle a la realidad que espere, que todavía no
estamos preparados. El impacto de la noticia es tan fuerte que dejamos de escuchar, de entender,
de pensar. Puede suceder que en un primer momento el bloqueo sea tan grande que no podamos
ni sentir. La negación tiene el sentido de darnos una tregua. Hay quien niega la pérdida pero
también hay quien aceptando precipitadamente la crudeza de la realidad lo que en realidad trata
es de negar el dolor.
Enfado:
Lo primero que debemos de hacer con la rabia es reconocerla y aceptarla para poder sacarla fuera.
La rabia tiene una razón de ser. Es pedir ayuda, nos impulsa a tomar otros caminos, cuando
estamos en el fondo del agujero nos hace tomar impulso para salir a flote. Es un arma para la
supervivencia. Toda la rabia que se queda dentro, que intentemos negar o esconder nos acabará
machacando.
Negociación:
Es el momento en que fantaseamos con la idea de revertir la situación, se puede llegar a pactar
con quien haga falta hasta incluso con Dios prometiendo lo que sea necesario. Se buscan formas
de hacer que lo inevitable no sea posible. Pero esta etapa es breve porque estar pensando todo el
día en soluciones es realmente agotador.
Miedo o depresión:
La persona siente tristeza, incertidumbre ante el futuro, vacío y un profundo dolor. La persona se
siente agotada y cualquier tarea se vuelve complicada. “La vida es una mierda”, “no seré feliz
nunca”, “no encontraré a nadie igual” o “ya no volverá “ es lo que suele repetirse cuando la
persona se está enfrentando a su dolor. Pero a pesar de que pueda pensar que esto no acabará
nunca y que va a durar para siempre, la realidad es que solo desde este punto podrá volver a
reconstruirse.
Aceptación:
Es el último paso del duelo. Nunca es fácil aceptar que lo que se perdió se perdió y no hay vuelta
atrás. Tenemos la alternativa de no aceptar pero una vez llegados aquí nos damos cuenta de que si
no lo hacemos el precio a pagar es muy alto. Llegar a este punto requiere de un gran trabajo. Se
trata de aceptar que las piedras que vamos encontrando en la vida también forman parte del
camino.
Sentirse “uno más” es una manera de devolver el duelo a su lugar y trabajarlo como un aspecto
más de la vida, de ese proceso en que reconocemos que también la pérdida forma parte de la
vida, de la misma forma que perdemos juventud, relaciones, lugares, seres queridos…..
Se convierte en duelo patológico cuando después de un tiempo la persona sigue teniendo los
mismos síntomas.
Es frecuente, que una pérdida no elaborada de forma adecuada de paso a problemas emocionales
e incluso trastornos psicopatológicos al cabo de meses o incluso años.
Sin embargo, un duelo elaborado adecuadamente mejora las capacidades futuras para enfrentarse
a las situaciones de pérdida, frustración o sufrimiento.
Un tema importante son los duelos en los niños, saber afrontarlos, hablarlos, no minimizarlos ni
negarlos, porque la manera en que se enfrenten en sus primeros duelos les ayudará a crear esas
capacidades futuras.
La expresión tanto a nivel social como familiar y personal de emociones acompañando a los
sentimientos de pérdida y a la importancia de realizar rituales que ayuden a elaborar el proceso de
adaptación a la pérdida, pueden evitar el desarrollo de duelos patológicos y facilitar el proceso de
duelo natural.
Cuando perdemos a alguien importante, un trabajo, una relación, etc, sentimos de manera
profunda tristeza, rabia, impotencia, miedo y nos duele y es totalmente normal. Ahora bien,
cuando estos síntomas acaban apoderándose de la persona de manera que aparece un fuerte
sentimiento de culpa y autorreproches pueden llevar a esta a un estado de depresión.
En la mayoría de los casos la intensidad de estas reacciones disminuye con el tiempo, una minoría
desarrolla complicaciones de estos síntomas que afectan a la salud mental y física.
Lo que distingue el duelo normal del patológico es el escalón (fase) en que la persona se queda
bloqueada impidiendo la elaboración de ese dolor.
Lo que ocurre en los duelos no resueltos es que las sensaciones, en lugar de producir cambios para
ir avanzando en las diferentes fases, lo que hacen es justamente que llegan a paralizar el curso del
duelo normal.
Es difícil reconocerlos y atravesarlos. Esta sociedad de la felicidad no nos deja estar tristes. La pena
no tiene glamour y se considera descortés mostrarse débil. Como si la tristeza fuese algo
contagioso, como si el dolor ajeno pudiese despertar el propio. A los afectados por el virus del
duelo se les mantiene a raya y con las mejores intenciones se les inunda de mensajes del tipo “
venga, que tampoco es para tanto”, “ ¡anímate!”, “ Eso ya pasó hace mucho tiempo”, “mírale el
lado bueno”, y así poco a poco se va invirtiendo una gran cantidad de energía para negarlo. Pero
negar un duelo es un mal negocio.
El duelo es un proceso normal, largo, a veces muy largo, pero pasajero. Olvidar es posible, y la vida
no termina con el dolor del duelo, sino que en muchos casos empieza justo ahí.
El tratamiento del duelo lo trabajamos a través de la Terapia Breve Estratégica y EMDR (siglas en
inglés de Desensibilización y Reprocesamiento a través de Movimientos Oculares) que son las
técnicas que han demostrado ser las más innovadoras y eficaces para afrontar los procesos de
duelo y trabajar los bloqueos, las resistencias y las defensas.
Primeramente se deberá detectar en cuál de las fases de elaboración del duelo se encuentra la
persona.
Entre las primeras sensaciones aparece la rabia y esta puede dirigirse hacia uno mismo o hacia los
demás transformándose en sentimiento de culpa o cólera. Cuando esta sensación se vuelve tan
intensa llega a bloquear el proceso normal de elaboración del duelo y entonces es necesario una
intervención inmediata que permita que esa rabia fluya para poder dar paso a las restantes
sensaciones que poco a poco irán apareciendo.
La rabia debe ser diluida en el caudal del resto de nuestra vida hasta hacerse inofensiva. La rabia
que no puede fluir lleva a revivir pensamientos y sensaciones devastadoras.
Una de las principales maneras de trabajar la rabia es a través de la escritura. Si escribimos lo que
sentimos conseguimos bajar su intensidad, descubriendo partes de la realidad que negábamos. Lo
que queda después de la rabia es un profundo dolor y la única manera de superarlo es pasar por
en medio.
En ocasiones el impacto inicial es tan grande, el bloqueo se hace tan fuerte y las emociones se
vuelven incontrolables hasta llegar a incapacitar a la persona para afrontar el día a día. En esas
ocasiones la medicación es un recurso adecuado, siempre controlada por el médico y durante un
periodo de tiempo limitado.
Ante las circunstancias actuales que enfrentamos por la pandemia del coronavirus COVID-
19, es importante reconocer que el sufrimiento, el dolor y la muerte son aspectos de la vida
que no pueden erradicarse, por lo que debemos asumirlos y poner a prueba nuestra
fuerza interior. Si, desafortunadamente es el final. Es normal que nos sintamos destrozados
por lo sucedido. A pesar de nuestra frustración, hay algunas cosas que podemos hacer:
Es necesario despedirse
Si no podemos físicamente lo haremos desde la distancia, a través de una carta, una video
llamada, grabar un audio y hacérselo llegar. Nuestras emociones viajan hacia la persona que
queremos, aunque no estemos ahí físicamente, nuestra compañía puede hacerse sentir. No
debemos olvidarnos de los más pequeños, ellos también necesitan despedirse a su manera, con un
El final de la vida
Aunque no podamos hacer un velatorio y entierro tradicional, intente hacer algo que simbolice
una despedida: Encender una vela, hacer una oración, hacer un mural en su honor o escuchar
música. Puede hacer una reunión virtual con sus familiares y allegados para conmemorar la vida
de la persona fallecida.
Tratar de mantener una vida saludable, comer y dormir bien, no abusar de sustancias, hacer
accesorios de esa persona especial requiere de mucho coraje, tómese su tiempo para
hacerlo.
· Mantener contacto con amigos y familiares, no es la única persona que sufre, no está solo.
Obligar a la persona que ha sufrido la pérdida a asumir un papel, diciendo: “lo estás haciendo
muy bien”. Debemos dejar que la persona tenga sentimientos perturbadores sin tener la sensación
Decirle a la persona que ha sufrido la pérdida lo que “tiene” que hacer. En el mejor de los casos,
esto refuerza la sensación de incapacidad de la persona y, en el peor, nuestro consejo puede ser
contraproducente.
Decir “llámame si necesitas algo”. Este tipo de ofrecimientos indefinidos suele declinarse y la
persona que ha sufrido la pérdida capta la idea de que nuestro deseo implícito es que no se ponga
Sugerir que el tiempo cura todas las heridas. Las heridas de pérdidas no se curan nunca por
Hacer que sean otros quienes presten la ayuda. Nuestra presencia y preocupación personal es lo
Decir: “sé cómo te sientes”. Cada persona experimenta su dolor de una manera única, por lo que
lo mejor que podemos hacer es 27 invitar al afectado a compartir sus sentimientos, en lugar de
son insondables”. Esto solo convence a la persona de que no nos preocupamos lo suficiente por
entenderla.
regalar las posesiones del difunto, etc. El trabajo de duelo requiere tiempo y paciencia y no puede
Abrir las puertas de la comunicación. Si no sabe que decir, pregunte: “¿cómo está hoy?” o “He
Escuchar un 80% del tiempo y hablar un 20%. Hay muy pocas personas que se tomen el tiempo
necesario para escuchar las preocupaciones más profundas de otro individuo. Sea una de ellas.
Tanto usted como la persona que ha sufrido la pérdida pueden aprender cosas en el proceso.
intimidad del superviviente, éste valorará nuestra ayuda concreta con las tareas de la vida
cotidiana.
“estar ahí”, acompañando a la persona. Hay pocas normas para ayudar, aparte de la autenticidad
y el cuidado.
Hablar de nuestras propias pérdidas y de cómo nos adaptamos a ellas. Aunque es posible que
esa persona en concreto tenga un estilo de afrontamiento diferente al nuestro, ese tipo de
abrazo cuando faltan palabras. Aprenda a sentirse cómodo con el silencio compartido, en lugar de
Ser paciente con la historia de la persona que ha sufrido la pérdida y permitirle compartir sus
recuerdos del ser querido. Esto fomenta una continuidad saludable en la orientación de la persona
La muerte de una persona querida supone una experiencia profundamente dolorosa vivida por la
mayoría de las personas. Es importante reconocer que el dolor pasará a pesar de que se necesitara
algún tiempo para elaborar ese duelo y llegar a la etapa de la aceptación. El consuelo llegará
cuando se acepte que el ser amado se le lleva en el corazón, internamente, y que es posible
dejarlo partir y seguir con la propia vida, y, aún más, cuando nosotros hayamos logrado aceptar