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Temario clase 10.

Área de Ciencias Sociales

HISTORIA

Clase 10

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Temario clase 10.

Tema 1: La España del siglo XVIII

1. La monarquía absoluta de los borbones


1.1 La Guerra de Sucesión
1.2 La imposición del absolutismo borbónico
1.3 Centralismo y uniformidad
1.4 Política exterior
2. Sociedad
a) Estamento nobiliario
b) Estamento eclesiástico
c) Estamento no privilegiado
3. El reformismo borbónico: Carlos III
3.1 La ilustración en España
3.2 El Despotismo Ilustrado
3.3 La legislación reformadora
3.4 Los límites del reformismo

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1. La monarquía absoluta de los Borbones.


1.1 La guerra de Sucesión
En 1700, el último monarca de la casa de Habsburgo, Carlos II, murió sin descendencia
directa. Los principales candidatos a ocupar el trono, por sus vínculos familiares, eran Felipe
de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia y de la princesa española María Teresa, y el
archiduque Carlos de Habsburgo, hijo del emperador de Austria, y ligado también a la
dinastía española.
El testamento de Carlos II designaba como sucesor al candidato Borbón, que fue proclamado
rey (1700) con el nombre de Felipe V, y juró su cargo ante las Cortes en 1701. Este
nombramiento provocó un conflicto grave en el equilibrio de poder entre las potencias
europeas. El acceso de Felipe V al trono español fortalecía la influencia de los Borbones en
Europa, y rápidamente Gran Bretaña, Holanda y Portugal, contrarias a tal situación, dieron
su apoyo al candidato austriaco y entraron en guerra contra Francia y España. De esta
manera, la sucesión al trono español pasó a ser un conflicto internacional.
En España, la cuestión sucesoria también había dividido los territorios peninsulares.
Castilla se mostró fiel a Felipe V, a excepción de una parte de la gran nobleza, temerosa de
perder poder e influencia ante el absolutismo borbónico. En cambio, en la Corona de Aragón,
especialmente en Cataluña, las instituciones (Generalitat), representativas de los diversos
sectores sociales (nobleza, clero y burguesía) y las clases populares respaldaron al candidato
austriaco. Los motivos de este apoyo pudieron ser el temor de las instituciones a perder su
poder ante las tendencias centralizadoras y uniformadoras de la nueva monarquía, y el mal
recuerdo dejado por las tropas francesas en Cataluña durante el levantamiento de 1640. El
enfrentamiento derivó en una guerra civil que se desarrolló durante casi una década.
En el plano internacional, las fuerzas de ambos candidatos estaban bastante equilibradas y
los Borbones se mostraron incapaces de derrotar a los ejércitos aliados, que apoyaban a
Carlos de Habsburgo. Pero en 1711, un hecho hizo cambiar el curso de los acontecimientos:
el 17 de abril moría el emperador de Austria, José I, y ocupaba el trono el archiduque Carlos.
Entonces, el peligro para el equilibrio europeo lo constituía un Habsburgo en el trono de dos
reinos tan importantes. Los ingleses y los holandeses manifestaron su interés en acabar la
guerra y reconocer a Felipe V como monarca español.
La paz entre los contendientes se firmó en los Tratados de Utrecht y Rastadt (1713-1714),
pero a cambio de importantes concesiones a Austria, que se quedó con el Milanesado,
Flandes, Nápoles y Cerdeña, y a Gran Bretaña, que recibió Gibraltar y Menorca como
compensación, junto al “asiento de negros” y el “navío de permiso”, privilegios comerciales
que suponían abrir las colonias americanas a los británicos.
En España, las tropas de Felipe V ejercieron una evidente superioridad. La resistencia de los
reinos de la Corona de Aragón fue sofocada progresivamente entre 1706 y 1710. En 1713,
cuando se firmó el Tratado de Utrecht, únicamente resistían Barcelona y algunas otras
ciudades de Cataluña y las Baleares. Las Cortes catalanas, reunidas en Barcelona, decidieron
luchar frente a los ejércitos borbónicos, que sitiaron durante meses la ciudad. El 11 de
septiembre de 1714, las tropas de Felipe V tomaron Barcelona, y en 1715 ocuparon Mallorca.
1.2 La imposición del absolutismo borbónico
La monarquía autoritaria de los Austrias ya había iniciado, en el siglo XVII, un proceso de
concentración del poder en Castilla. Sus Cortes no se reunían desde 1665 y, desde el siglo

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XVI, sólo lo habían hecho para aprobar impuestos. En cambio, en la Corona de Aragón y
también en Navarra y el País Vasco se habían conservado instituciones propias (Cortes) y
un cierto grado de soberanía respecto al poder central.
Al instalarse los Borbones en el trono impusieron el modelo de absolutismo implantado en
Francia con Luis XIV durante el siglo XVII. En esta fórmula política, el monarca absoluto
constituía la encarnación misma del Estado: a él pertenecía el territorio y de él emanaban las
instituciones. Su poder era prácticamente ilimitado pues era fuente de ley, autoridad máxima
del gobierno y cabeza de la justicia. Con esta nueva concepción, los monarcas, secundados
por consejeros fieles y competentes, combatieron las pocas limitaciones que aún actuaban
sobre las prerrogativas de la Corona, afanándose por fortalecer el poder real.
1.3 Centralismo y uniformidad
Los primeros Borbones españoles, Felipe V (1700-1746) y Fernando VI (1746-1759),
asumieron la tarea de unificar y reorganizar los diferentes reinos peninsulares. Felipe V,
mediante los llamados Decretos de Nueva Planta (Valencia 1707, Mallorca 1715 y
Cataluña 1716) impuso la organización político-administrativa de Castilla a los territorios
de la Corona de Aragón, que perdieron su soberanía y se integraron en un modelo
uniformador y centralista. Así, con la excepción del País Vasco y Navarra, cuyos fueros e
instituciones fueron respetados por su fidelidad a Felipe V durante la guerra; los territorios
de Castilla y Aragón constituyeron una única estructura de carácter uniforme. La Nueva
Planta abolió las Cortes de los distintos reinos, integrándolas en las de Castilla, que de hecho
se convirtieron en las Cortes de España. Consideradas incompatibles con la autoridad del
monarca, sólo se reunían a petición del rey y para jurar al heredero. También se suprimió el
Consejo de Aragón y el Consejo de Castilla asumió sus funciones. Aunque legalmente
conservaba sus facultades legislativas y judiciales y ejercía como Tribunal Supremo de
Justicia, el Consejo de Castilla y el resto de consejos de la época de los Austrias pasaron a
ser meros órganos consultivos y perdieron peso en el gobierno.
Se estableció en la sucesión de la Corona el modelo francés conocido por Ley Sálica,
consistente en la preferencia de los varones sobre las mujeres para tener derecho al trono.
Por encima de cualquier institución se situaba el poder del monarca, que intervenía y decidía
en todos los asuntos del Estado. Su labor era auxiliada por las Secretarías, parecidas a los
actuales ministerios, a cuyo frente se situaban los secretarios de despacho. En 1714 se
crearon las de Estado, Asuntos Extranjeros, Justicia y Guerra y Marina, y en 1754, la de
Hacienda. Los secretarios eran nombrados y destituidos por el rey, y sólo rendían cuentas
ante él. Para realizar sus tareas eran auxiliados por funcionarios, encargados de ejecutar las
órdenes del rey y de controlar la administración. Los Borbones también reorganizaron el
territorio: eliminaron los antiguos virreinatos (menos el de Navarra y los americanos) y
crearon demarcaciones provinciales, gobernadas por capitanes generales, con
atribuciones militares, administrativas y judiciales, ya que presidían las Reales Audiencias,
que se implantaron en todos los territorios. Por último, se generalizó para el gobierno de las
principales ciudades, la institución de los regidores castellanos.
La aportación más relevante del nuevo modelo administrativo fue la introducción del cargo
de intendente, de inspiración francesa. Estos funcionarios dependían directamente del rey,
gozaban de amplios poderes y tenían como misión la recaudación de impuestos y la

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dinamización económica del país: controlar a las autoridades locales, impulsar el desarrollo
de la agricultura, la ganadería y la industria, levantar mapas, realizar censos, etc.
La otra novedad se produjo en los intentos de reorganización de la Hacienda. La nueva
administración comprendía que para el saneamiento de la economía era imprescindible que
todos los habitantes pagasen en relación a su riqueza, incluyendo a los privilegiados (nobleza
y clero). Aprovechando el derecho de conquista, intentaron esa experiencia en los territorios
de la Corona de Aragón, donde se implantaron el equivalente y la talla en Valencia, la única
contribución en Aragón y el catastro en Cataluña. Se trataba, en todos los casos, del
establecimiento de una cuota fija por parte de la administración, a repartir proporcionalmente
entre sus habitantes. El éxito, sobre todo del catastro en Cataluña, se evidenció en muy poco
tiempo: se recaudaba más y el sistema era más ágil y menos gravoso para el conjunto de la
población.
El marqués de la Ensenada emprendió los trabajos para aplicarlo en Castilla; a tal fin, preparó
el Real Decreto de 1749, estableciendo la Única Contribución, pero su establecimiento se
reveló imposible, no pudiendo superar las numerosas resistencias de los privilegiados. La
corona de Castilla se mantuvo sujeta al sistema fiscal precedente basado en las rentas
provinciales (alcabalas, millones).
1.4 Política exterior
El reinado de los Borbones se inició con una importante pérdida de poder e influencia de
la Corona española en el contexto internacional (Tratados de Utrecht y Rastadt), que
permitió liberar a la monarquía de la pesada carga militar y financiera que había supuesto el
mantenimiento de las numerosas posesiones europeas en los siglos XVI y XVII. De este
modo, los Borbones concentraron sus energías en mejorar la situación en el interior del país.
El siglo XVIII fue una centuria de relativa paz, aunque España se vio implicada en algunos
acontecimientos bélicos. Los principales se produjeron a causa del empeño de Isabel de
Farnesio, la segunda esposa de Felipe V (1700-1746), en defender el acceso al trono de
Nápoles de su hijo mayor, Carlos, y al trono de Parma y Módena de su otro hijo, Felipe. Los
intereses españoles en Italia comportaron el enfrentamiento con algunas potencias europeas,
especialmente con Austria. En busca de aliados, Felipe V y, posteriormente, Carlos III
firmaron una serie de pactos con Francia, los llamados Pactos de Familia.
La llegada al trono de Fernando VI (1746-1759) inauguró una época de neutralidad en la
política exterior española. Sus esfuerzos se dirigieron a la reestructuración del ejército y
de la flota. En concreto, la construcción de navíos tenía como objetivo mantener buenas
líneas de comunicación con los territorios americanos. Los Borbones poseían todavía
numerosas colonias en América, e hicieron verdaderos esfuerzos por mejorar y racionalizar
tanto la administración como el comercio colonial. En este esfuerzo, el monarca contó con
los ministros José de Carvajal y el marqués de la Ensenada.
Éste último, que ya había iniciado su política de reformas bajo el reinado anterior, reorganizó
el arsenal de la Carraca en Cádiz y bajo su administración se crearon los de Ferrol y
Cartagena. El monarca impuso la observancia de una neutralidad estricta; sin embargo, el
pacifismo no impidió las continuas agresiones británicas contra el imperio español. La
presión inglesa se ejercía, sobre todo, en el litoral centroamericano, en Honduras, donde se
daba el palo campeche, producto vegetal tintóreo, deseado por los británicos.

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En 1753 se firma un Concordato con la Santa Sede que concedía al rey de España el
patronato regio, es decir, el derecho de presentación de los altos cargos eclesiásticos, lo que
dio impulso a las corrientes regalistas.
Durante el reinado de Carlos III (1759-1788), España intervino en la guerra de los Siete
Años al lado de Francia (Tercer Pacto de Familia, 1761) y contra Inglaterra. La guerra
terminó con la Paz de París (1763), en la que España cedió Florida y territorios de México a
Gran Bretaña, mientras la Luisiana pasaba de manos francesas a españolas. En 1782, se
recuperó la isla de Menorca, que pertenecía a Gran Bretaña. Por último, España intervino
junto a Francia en la guerra de independencia de Estados Unidos (1776-1783), apoyando a
las colonias americanas. Al final del conflicto, con la derrota inglesa, España recuperó
Florida y los territorios de México.
Carlos III y sus consejeros, impulsados por la burguesía levantina, desarrollaron también
una coherente política mediterránea y norteafricana, con vistas a la expansión mercantil. Con
Argel existía un estado de guerra por la presión constante que el corso argelino desarrollaba
contra la navegación española en el Mediterráneo occidental, lo que motivó una acción
militar contra ella en 1775 que terminó en un desastre. Se llegó entonces a una serie de
acuerdos con Argel y con las demás “regencias berberiscas”, así como con Turquía, para
favorecer el comercio español.
2. Sociedad del Antiguo Régimen
La sociedad española del siglo XVIII sigue basándose en la división estamental de grupos
privilegiados (nobleza y clero) y no privilegiados, pero es una sociedad en crisis, en
descomposición. La burguesía comercial o industrial-artesanal constituía un porcentaje muy
bajo y además pretendía, siempre que podía, ascender al escalón superior y asimilarse a la
nobleza.
En líneas generales los Borbones desarrollaron una política encaminada a la conversión de
la nobleza en instrumento al servicio del Estado, a la protección de la burguesía y, en la
medida de lo posible de los labradores, así como a la rehabilitación del artesanado, buscando
terminar con la teoría de la “deshonra legal” del trabajo.
a) El estamento nobiliario.
No era homogéneo. De un grande de España con enormes posesiones en Andalucía a un
hidalgo norteño dedicado al oficio de carretero había un abismo.
En el norte de España (Guipúzcoa, Vizcaya, Santander y Asturias) existía un elevado
porcentaje de nobles. Casi todos eran hidalgos (Literariamente los hidalgos han sido
caracterizados fundamentalmente como nobles con escasos o nulos bienes, pero exentos del
pago de determinadas obligaciones tributarias, debido a la prestación militar que les confería
el derecho de portar armas; cargas y tributos que pagaban en cambio
los plebeyos (pecheros), exentos de tal arriesgada obligación o privilegio. Nacen en la
reconquista, siendo originalmente un título que llevaba aparejada la necesidad de defensa
militar del territorio a modo de caballeros, si bien luego el tema se fue descontrolando, por
lo que apenas se diferenciaban del estado llano realizando sus mismos trabajos (sastres,
albañiles, taberneros…). Galicia se aproximaba a las características de la meseta, igual que
en Extremadura y la Mancha. En estas zonas el porcentaje es más bajo, pero los hidalgos
poseen tierras, son generalmente rentistas y no ejercen trabajos mecánicos.

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Tanto en estas regiones como en Andalucía se encuentran algunas de las casas nobiliarias
más importantes, con grandes posesiones. Estos “grandes” residen en Madrid, en la Corte,
dejando sus propiedades en manos de administradores que se enriquecen. En Cataluña, la
pequeña nobleza fue disminuyendo su importancia, ya que algunas de sus tierras pasaron a
ser propiedad de campesinos. Además, la burguesía había ido adquiriendo lazos con ella,
comprando señoríos o por matrimonios mixtos. En el Reino de Valencia se distingue una
nobleza de sangre (familias más antiguas) y una nobleza de privilegio (recientes, adquieren
el título). Los “ciudadanos honrados” eran prácticamente de la misma categoría,
constituyendo el enlace entre nobleza y pueblo llano.
La alta nobleza no ostentó el poder político, salvo excepciones (conde de Aranda). Se
limitaba a percibir las rentas de sus señoríos, sin pretender transformar la explotación de sus
tierras. A lo sumo participaron en Las Sociedades Económicas de modo decorativo. La
nobleza media participó activamente en la vida política (Campomanes, Floridablanca) y en
los intentos de renovación del país.
El número de títulos nobiliarios aumentó a lo largo del siglo. A pesar de los cambios, la
nobleza seguía ostentando un gran poder económico y enorme prestigio social.
b) El estamento eclesiástico.
El clero no creció a lo largo del siglo XVIII; disminuyó incluso porcentualmente al aumentar
la población. Las reformas de los Borbones respecto a la Iglesia fueron de poco alcance. La
expulsión de los jesuitas en tiempos de Carlos III fue una acción puntual, y la reforma que
preparaba Campomanes sobre la amortización eclesiástica fracasó. Sí hubo por parte de la
Administración una tendencia a favorecer al clero secular por su papel educativo en los
pueblos y a desconsiderar al clero regular que en muchos casos era visto como parásito de
la sociedad.
El clero se concentraba en las regiones de mayor riqueza. Suponían el 3% de la población,
pero llegaron a controlar el 15% de las tierras cultivables. No obstante, las desigualdades
entre las órdenes y los obispados eran notables.
Las principales fuentes de ingreso son el diezmo, aunque parte se desviaba hacia los señores
territoriales que lo usurpaban y hacia el Estado por medio del “excusado”, que suponía una
cantidad en metálico a la Hacienda desde la Iglesia, y las percepciones por prestación de
servicios litúrgicos (misas, entierros, bautizos…)
El alto clero procedía de la nobleza. Para el paso por el Colegio de San Ildefonso de Alcalá
se exigían pruebas rigurosas de nobleza, y de allí solían salir las altas jerarquías en el siglo
XVIII. El nivel cultural, salvo algunas excepciones, fue bajo.
El bajo clero era el más numeroso. El papel del párroco era importante porque, a veces, se
trataba de la única persona de la población con cierta ilustración. El Estado intentó que
participaran en el desarrollo económico, pero sin resultados.
Las inversiones de este grupo social y de las 40 órdenes religiosas que existían fueron
improductivas (embellecer los lugares de culto) y tendían al atesoramiento o a la adquisición
de propiedades nuevas. Es importante su actuación en la educación popular. Los
franciscanos creaban escuelas. Los jesuitas destacaron en la transmisión de las ciencias
naturales y lenguas, destacando también en las enseñanzas universitarias (Universidad de
Cervera).
c) El estamento no privilegiado

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Es el mayoritario (90%) y enormemente variado.


1. Burguesía y clases medias. Los comerciantes gaditanos, los industriales catalanes de
indianas, fabricantes de seda en Valencia, los Cinco Gremios de Madrid, los prohombres
bilbaínos relacionados con las ferrerías se pueden incluir en esta acepción. Para muchos
de estos individuos ennoblecerse era una meta deseada. Los extranjeros que se establecen
en Madrid, Barcelona, Cádiz o Valencia pertenecen a este grupo.
Los funcionarios que mantienen el aparato del Estado, las profesiones liberales y los
militares, que surgen de la modernización militar del momento, son un grupo dinámico.
2. El campesinado. El grupo más numeroso, con grandes diferencias a lo largo del país. Se
pueden establecer tres grupos claros atendiendo al nivel de vida. El campesinado catalán,
los vascos y asturianos y los propietarios de tierras de la huerta valenciana eran los que
tenían una vida menos dura. La antítesis la constituye el jornalero andaluz y el
arrendatario a censos directos, pues sufren la presión señorial directamente. Entre ambos
extremos se sitúan los campesinos extremeños y aragoneses. En general, la presión sobre
el campesinado era menor en las tierras de realengo. El tradicionalismo y el
analfabetismo hacían difícil la transformación del grupo mayoritario de la sociedad.
3. Los marginados. Los vagos formaban parte de los grupos socialmente no integrados,
junto con los judíos mallorquines (chuetas), los descendientes de arrianos, moros o
judíos, los gitanos y los esclavos negros o mulatos de Madrid y sobre todo de las ciudades
andaluzas, y esclavos estatales musulmanes. Con el nombre de vagos se designaba una
amplia gama de gente desarraigada, una parte de ellos procedía del artesanado, pero el
mayor núcleo lo constituían los campesinos sin tierra: jornaleros, braceros y pastores
fundamentalmente. Para evitar la mendicidad el gobierno recurría a la “leva de vagos”,
es decir, al servicio militar de ocho años.
3. El reformismo borbónico: Carlos III
3.1 Las nuevas ideas ilustradas.
La nueva corriente de pensamiento ilustrado, de origen esencialmente francés, se expandió
rápidamente por Europa, hasta el punto de que al siglo XVIII se le conoce como el siglo de
las luces. La característica básica del pensamiento ilustrado es una ilimitada confianza en la
razón, que no puede ser sustituida ni por la autoridad, no por la tradición, ni por la revelación,
y todo aquello que la razón no pueda aceptar debe ser rechazado como engaño o superstición.
En resumen, los ilustrados creían que los hombres, conducidos por su inteligencia, podrían
alcanzar el conocimiento, que constituía la base de la felicidad. Por ello eran firmes
defensores de la educación y de la idea de progreso, es decir, del enriquecimiento del saber
y de la progresiva mejora de las condiciones de vida del ser humano.
Con estas ideas, los ilustrados sometieron a crítica los principios en los que se basaba la
sociedad estamental, negando la transmisión hereditaria de cualquier virtud o privilegio, y
afirmando la igualdad y el derecho a la libertad de todos los seres humanos. Criticaron
también la rígida organización económica, la falta de libertad para comprar, vender,
establecerse o progresar, y defendieron un sistema social que garantizase la propiedad, la
libertad de comercio e industria. Asimismo, sin negar la existencia de Dios, se opusieron al
dominio ideológico de la Iglesia, a sus privilegios y a la visión conservadora e inmovilista
transmitida por el clero. Por último, se enfrentaron al absolutismo monárquico, defendiendo
la necesidad de un contrato entre gobernantes y gobernados que garantizase los derechos

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básicos del individuo. Montesquieu planteó la separación de poderes, Rousseau el principio


de soberanía popular, Voltaire los derechos de las nuevas clases medias.
3.1.2 La ilustración española.
La introducción de las nuevas ideas ilustradas en España fue lenta y difícil. La ausencia de
amplios grupos burgueses, el anquilosamiento y conservadurismo de los medios
intelectuales universitarios y el enorme peso de la Iglesia obstaculizaron la difusión de la
nueva corriente de pensamiento hasta la segunda mitad del siglo. A partir de 1750/60, surgió
una generación de pensadores, entre los que destacaron Feijoo, Campomanes, Cadalso,
Jovellanos, Aranda, Floridablanca, Olavide y Capmany, que en sus escritos reflejaban las
preocupaciones ilustradas y empezaron a criticar el modelo social imperante en la España
del siglo XVIII. No formaban un grupo homogéneo, pero coincidían en el interés por la
ciencia, el espíritu crítico y la idea de progreso. Así, aunque existió un retraso de varios
decenios respecto a algunos países europeos, en esencia se expandieron los mismos
principios y se intentaron las mismas reformas.
Muchos de los ilustrados eran miembros de la pequeña nobleza y permanecían aislados, entre
la indiferencia de gran parte de la aristocracia y el clero y la ignorancia de las clases
populares. Todos ellos estaban convencidos de que únicamente la mejora del nivel cultural
de la población podía sacar al país de su atraso. Por ello hicieron de la educación un objetivo
prioritario, el eje sobre el que debía sustentarse el cambio social. Para conseguir ese objetivo,
los ilustrados se enfrentaron a las órdenes religiosas y a los estamentos privilegiados, y
defendieron la necesidad de imponer una enseñanza útil y práctica, obligatoria para todos en
los primeros niveles, común a los dos sexos, impregnada por los nuevos conocimientos y
relacionada con el extranjero.
La segunda preocupación básica de los ilustrados españoles fue la cuestión económica.
Todos ellos eran conscientes de que el atraso del país, en relación a otras potencias europeas,
provenía de la gran cantidad de tierras amortizadas en manos de la nobleza y el clero, del
excesivo control sobre las actividades económicas y del desconocimiento de las nuevas
técnicas e inventos, aplicados ya en otros países como Gran Bretaña o Países Bajos. Por ello
se esforzaron en estudiar la situación real del país y en proponer una serie de reformas que
contribuyeran al crecimiento económico.
3.2. El despotismo ilustrado
El despotismo ilustrado, forma de gobierno inspirada en las ideas de la Ilustración y
característica de los monarcas absolutos europeos, se desarrolló durante la segunda mitad
del siglo XVIII. Los ilustrados pensaban que desde el poder se podían introducir grandes
cambios en la sociedad, la economía y la cultura del país. Entonces surgió un tipo de
monarquía ilustrada entre cuyos representantes podemos mencionar, además de a Carlos
III en España, a José II de Austria, Federico II de Prusia o Catalina la Grande de Rusia.
Todos ellos fueron monarcas omnipotentes, pero, además eligieron ministros que les
ayudaron en la importante tarea de reformas sus estados.
Sus características comunes fueron: el reforzamiento de la autoridad real, el fomento de la
agricultura, la liberalización del comercio, el establecimiento de industrias y manufacturas,
la mejora de las comunicaciones y su preocupación por mejorar la educación y la cultura. Se
puede afirmar que se trata de un reformismo dirigido desde el gobierno encaminado a lograr

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el bien común, la utilidad pública y el progreso, pero al margen de la actividad política del
pueblo, “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.
La plenitud de la Ilustración española coincide con el reinado de Carlos III, aunque en la
primera mitad del siglo no faltaron proyectos modernizadores, sobre todo durante el reinado
de Fernando VI con la figura del marqués de la Ensenada. Carlos III (1759-1788) accedió al
trono español al morir su hermanastro Fernando VI sin descendencia directa. El monarca ya
había gobernado en Nápoles (1734-1759) y había entrado en contacto con las ideas
ilustradas. Al iniciar su reinado en España se mostró partidario, como otros monarcas
absolutos europeos, de seguir algunas de las ideas de progreso y racionalización ilustradas,
siempre que no atentaran contra el poder de la monarquía absoluta. Así se inició en España
la etapa de despotismo ilustrado.
En el inicio de su reinado, Carlos III tuvo que enfrentarse a la fuerte oposición de los grupos
privilegiados a su programa de reformas. En 1766 se produjo el motín de Esquilache, una
revuelta de causas complejas en las que se unieron el malestar de la población por la escasez
y el elevado precio de los alimentos, el rechazo al excesivo poder de los altos cargos
extranjeros (Grimaldi, Esquilache…) y el descontento de los privilegiados que veían cómo
las reformas ilustradas reducían su poder e influencia. Todo ello confluyó en una revuelta
popular en Madrid contra las medidas de saneamiento y orden público tomadas por el
ministro italiano Esquilache: limpieza urbana, alumbrado y prohibición de los juegos de azar
y del uso de armas, así como de utilizar sombreros chambergos y capas largas.
Carlos III, atemorizado ante la extensión y gravedad de la revuelta, destituyó a Esquilache,
paralizó las reformas y tomó medidas populares como bajar el precio de algunos productos
básicos (aceite, pan, etc.). Los motines cesaron rápidamente, y el país se pacificó. Una vez
controlada la situación, el rey continuó con la política reformista.
Para llevar adelante su programa, Carlos III contó con una serie de ministros y
colaboradores españoles que, desde diversos puestos del gobierno, auxiliaron al monarca,
y fueron, en realidad, los responsables de los esfuerzos reformistas. Entre ellos cabe destacar
a Pedro Rodríguez Campomanes, al conde de Floridablanca, y al conde de Aranda.
Junto a ellos, y desde otros puestos públicos, ilustrados como Pablo de Olavide, Francisco
Cabarrús y Gaspar Melchor de Jovellanos estudiaron, informaron y propusieron una serie
de medidas tendentes a la modernización y racionalización del Estado.
3.3 La legislación reformadora
En el ámbito religioso se puso énfasis en reformar el papel, el poder y la influencia de la
Iglesia. Los ilustrados eran decididamente regalistas, es decir defensores de la autoridad y
de las prerrogativas del rey frente a la Iglesia. Carlos III reclamó el derecho al nombramiento
de los cargos eclesiásticos, al control de la Inquisición y a la fundación de monasterios y
combatió tenazmente el intento de la Iglesia de constituir un poder dentro del Estado. En ese
contexto hay que entender la expulsión de los jesuitas en 1766, una orden religiosa de
enorme poder, de obediencia directa al papado y probable instigadora de los motines contra
Esquilache.
En la cuestión social, el pensamiento ilustrado se plasmó en el decreto de 1783 por el que se
declararon honestas todas las profesiones, y se admitieron las actividades profesionales de
alta utilidad pública como mérito para la consecución de la hidalguía.

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En educación, se inició una reforma de los estudios universitarios y de las enseñanzas


medias (Estudios de San Isidro de Madrid), pero muy especialmente se fundaron las Escuelas
de Artes y Oficios, ligadas a conocimientos prácticos, y se impulsó la obligatoriedad de la
educación primaria. Además, se promovió la fundación de Academias dedicadas a las letras
y las ciencias.
En el terreno económico, para intentar acabar con las trabas que inmovilizaban la
propiedad, entorpecían la libre circulación y amordazaban los mercados, se establecieron las
siguientes medidas:
- Limitación de los privilegios de la Mesta, apoyo a la propuesta de Olavide de colonización
de nuevas tierras (Sierra Morena) e impulso de los proyectos de reforma agraria. Para ello
se trajeron colonos de otros países europeos; el objetivo era organizar una sociedad modelo,
libre de todos los inconvenientes que criticaban los ilustrados como los señoríos y los bienes
amortizados.
- Fomento de la libre circulación de mercancías en el interior de España, como la libre
circulación de granos (1765), y la liberalización progresiva del comercio colonial (fin del
monopolio del puerto de Cádiz, decretado en 1765).
- Apoyo a la actividad industrial, liberalizando gradualmente el proceso de fabricación, a
partir de 1768, y abandonando la gestión directa de las Reales Fábricas, desde 1761. Al
mismo tiempo, se establecieron aranceles (Arancel de 1782) y se firmaron tratados
comerciales para defenderse de la competencia exterior.
- Moderación en la política impositiva, con el objetivo de fomentar la producción y limitar el
gasto público.
- Creación de las Sociedades Económicas de Amigos del País. La primera fue fundada por
un noble vasco, el conde de Peñaflorida, en 1765, y rápidamente se fueron creando
sociedades en muchas provincias, con el objeto de fomentar la agricultura, el comercio y la
industria, traducir y publicar libros extranjeros e impulsar la difusión de las ideas fisiócratas
y liberales.
1.4 Los límites del reformismo
El despotismo ilustrado de Carlos III presenta en su conjunto un balance positivo. Ahora
bien, entre todos los proyectos ilustrados, los intentos de reforma agraria implicaban
trastocar profundamente el poder de los privilegiados. En la España del siglo XVIII,
enfrentarse con la nobleza, o menguar sus privilegios, significaba, en el fondo, destruir la
base de desigualdad civil sobre la que se asentaba la propia monarquía absoluta. Reformar
tenía como límite el poder del monarca y mantener el esqueleto del orden del Antiguo
Régimen. Cuando la Revolución francesa anunció el fin del viejo orden, el nuevo monarca,
Carlos IV, y gran parte de sus colaboradores fueron los primeros en observar con gran temor
los efectos que las ideas ilustradas provocaban en Francia.

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Tema 2: la crisis del Antiguo Régimen. Carlos IV y Fernando VII

1. El reinado de Carlos IV: 1788-1808


1.1 La crisis económica y social
1.2 La crisis política (I): los gobiernos de Floridablanca y Aranda
1.3 La crisis política (II): Godoy y las guerras exteriores
1.4 La crisis política (III): la descomposición del Estado absolutista
2. El reinado de Fernando VII: 1808-1833
2.1 La Guerra de la Independencia: 1808-1814
2.1.1 Los inicios de la guerra: la creación de las Juntas
2.1.2 La dinámica militar de la guerra
2.1.3 Los proyectos políticos nacidos en la contienda
2.2 El Sexenio Absolutista: 1814-1820
2.3 El Trienio Liberal (1820-1823). La división del liberalismo
2.4 La Década Ominosa (1823-1833). La división del absolutismo
2.5 El problema sucesorio

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1. El reinado de Carlos IV (1788-1808)


El reinado de Carlos IV (1788-1808) fue un periodo de crisis continuada tanto a nivel político
como a nivel social y económico que condujeron al colapso final del sistema absolutista, un
colapso del que podemos encontrar causas tanto estructurales (que afectan al sistema en sí)
como coyunturales (propias de la coyuntura de finales del XVIII e inicios del XIX):
- En primer lugar, el crecimiento económico que vivió España en las décadas anteriores se
agotó en la década de 1780, lo que frustró las expectativas de diversos sectores de la
población, en especial de la creciente burguesía y facilitó el auge de la conflictividad social.
- En segundo lugar, no debemos olvidar que un año después de acceder al trono Carlos IV
estalla en Francia la revolución. El estallido revolucionario frena toda la política de reformas
ilustradas iniciadas durante el reinado de Carlos III y, además, introduce a la monarquía en
un ciclo bélico de 20 años (1793-1814) que debilitará tanto a la Hacienda Real, aumentando
su ya desmesurada deuda, como a la relación de España con sus colonias americanas.
- Por último, debemos resaltar que la crisis fue, ante todo, política, y afectó sobremanera al
propio prestigio de la monarquía, obligando incluso, en marzo de 1808, al monarca a abdicar
en su hijo, Fernando VII.
1.1 La crisis económica y social:
A lo largo del siglo XVIII España conoció un periodo de crecimiento económico que a
finales de dicho siglo comenzó a estancarse.
Aunque las causas del final del ciclo de crecimiento son diversas según hablemos de una
región u otra de la geografía española, en general podemos encontrar una serie de causas
generales, en su mayoría relacionadas con el freno que supuso para la economía española el
mantenimiento de las estructuras feudales en un periodo en el que el capitalismo estaba
dando sus primeros pasos.
- El carácter extensivo que tuvo el crecimiento agrícola de siglo XVIII, es decir, que el
crecimiento de la producción agraria vino de la mano de la ampliación de las tierras
cultivadas y no de innovaciones técnicas. Las nuevas tierras a su vez serán cada vez de peor
calidad, por lo que el rendimiento que den será cada vez más bajo (ley de rendimientos
decrecientes). Además, los privilegios de la Mesta reservaban las mejores tierras para el
ganado ovino.
- EL crecimiento demográfico y el estancamiento de la producción facilitaron la aparición de
crisis de subsistencia en España. Una población mal alimentada era carne de cañón para las
epidemias, lo que facilitó que el crecimiento de la población se estancara y que las clases
populares se amotinaran contra el régimen y, de paso, contra los derechos señoriales.
- Las innovaciones técnicas no se introdujeron en la agricultura debido a que dichas
innovaciones requerían de fuertes inversiones. Los grandes señores feudales no realizaban
dichas inversiones al tener las rentas garantizadas gracias a sus derechos señoriales y los
pequeños y medianos propietarios no poseían el capital necesario para modernizar sus
campos. Por lo tanto, el mantenimiento de las estructuras señoriales frenaba la inversión en
las mejoras técnicas agrícolas.
- La pervivencia de las propiedades vinculadas y amortizadas dificultaba la libre circulación
de la tierra y, por tanto, la creación de una clase propietaria burguesa que invirtiera capital
en la intensificación de los cultivos, si bien la propiedad privada irá progresivamente
ganando terreno a lo largo del siglo XVIII.

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- El crecimiento del comercio y la industria se vio frenado a finales del XVIII por el
mantenimiento de las arcaicas estructuras feudales, como los gremios, que limitaban la
producción de productos y fijaban los precios de los mismos.
- El aumento de la deuda emitida para pagar los gastos de la guerra generó un problema de
deuda pública a la Hacienda Real, ya que a su vez los ingresos de la monarquía se redujeron
drásticamente. Como la emisión de deuda pública no podía por sí misma solucionar el
problema de la Hacienda Real y la población no podía soportar una mayor carga impositiva,
la única solución recaía en lograr que los estamentos privilegiados colaboraran en el
saneamiento de las arcas públicas, si bien esta vía atacaba los fundamentos propios del
Antiguo Régimen. Es ahora, en 1798, cuando se realiza la primera desamortización de la
historia de España.
- A su vez se resiente el dominio político y la hegemonía comercial española en América. El
comercio americano, que generaba la mitad de los ingresos de la monarquía en la década de
1790, disminuye drásticamente tras las dos derrotas navales españolas contra Inglaterra en
1797 y 1808, lo que facilita que España pierda el monopolio efectivo del comercio
americano y, por tanto, los ingresos de él derivados. Además, en este periodo aparecerán
las primeras pulsiones independentistas en las colonias americanas.
1.2 la crisis política de la monarquía: los gobiernos de Floridablanca y Aranda.
La crisis política fue, sin duda, el aspecto clave que nos hará entender la quiebra de la
monarquía absoluta en 1808, ya que no fueron los problemas descritos, sino la incapacidad
de la monarquía para resolverlos lo que, unido a los conflictos internos de la misma, acabaron
por hundir el Estado absolutista en España. Pero empecemos por el principio.
Carlos IV recibía en diciembre de 1788 una gran herencia, con una política ilustrada que se
hallaba afianzada tras el exitoso reinado de su padre, Carlos III. Contaba con una serie de
figuras políticas e intelectuales de gran prestigio internacional (Cabarrús, Floridablanca,
Jovellanos, Campomanes…), plantel de políticos que hacía suponer que el monarca, sin tener
la personalidad de su padre, pasaría a la historia como rey bienhechor e ilustrado. La
continuidad de Floridablanca como Secretario de Estado 1 parecía confirmar esta hipótesis.
Pero en los tiempos de convulsión de la Revolución Francesa, la persistencia de una política
diseñada para periodos de paz necesitaba para prosperar de una figura de fuerte personalidad
al frente del Estado, y Carlos IV distaba mucho de dicho perfil.
La historia comienza un 19 de septiembre de 1789, cuando Carlos IV convoca Cortes con el
objetivo de abolir la Ley Sálica y así garantizar el acceso al trono de alguno de sus hijos,
pues la mayoría de ellos gozaban de muy mala salud. El monarca logró finalmente que se
aboliera dicha ley, volviendo a la antigua tradición sucesoria de los reyes castellanos, si bien,
ante los acontecimientos que sucedían en Francia, el intento de negociación de las medidas
propuestas por la Corona por parte de los procuradores de Cortes fue vista por Floridablanca
como una actitud revolucionaria, por lo que las Cortes se clausuraron rápidamente en
octubre, lo que impidió que el acuerdo de abolición de la Ley Sálica se publicara como
Pragmática, hecho de notable importancia futura. Esta clausura inaugura el conocido como
“pánico de Floridablanca”.

1
Secretario de Estado es el equivalente actual a Presidente del Gobierno.

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El pánico se refiere al temor de contagio revolucionario y a las medidas consiguientes que


aplicó Floridablanca en varios frentes: el control de publicaciones y propaganda
estableciendo una censura férrea sobre las noticias que venían de Francia, prohibiendo la
publicación en los diarios españoles de nada que tuviera que ver con la revolución; la
vigilancia sobre los ciudadanos extranjeros, pues eran fuente de información y propaganda
de primera mano sobre los acontecimientos franceses, por lo que llegó a prohibir la entrada
de foráneos si no fijaban su residencia en España, con excepción de los ingleses para no
perjudicar el comercio. La expulsión de extranjeros fue frecuente, al igual que el despliegue
preventivo de tropas en la frontera con Francia, algo que solo solía hacerse en periodos de
cuarentena médica para evitar la entrada de infectados en el país. La inquisición será el medio
perfecto para aplicar este aislamiento total de Francia, que será, de todas formas,
constantemente burlado.
En 1792 el Conde de Aranda sustituye a Floridablanca en el gobierno. La intransigencia de
Floridablanca ante el gobierno francés, pues intentó incluir a España en la alianza absolutista
contra Francia, está en la base de su caída, ya que Carlos IV aún no estaba dispuesto a iniciar
una guerra contra el estado galo.
Las medidas iniciales del conde ilustrado revelaban su deseo de llevar a cabo una política de
apaciguamiento con Francia. Trató de mantener en lo posible buenas relaciones con el
gobierno francés para no perjudicar a Luis XVI y para no dejar sumida a España en el
aislamiento frente a Inglaterra. Con este objetivo, alivió la censura de prensa, disminuyó la
vigilancia en la frontera y retiró el apoyo a los contrarrevolucionarios franceses. A su vez se
mantuvo neutral cuando las potencias absolutistas declararon la guerra a Francia en abril de
1792. Pero partir de aquí las cosas se complicaron. Los girondinos, en el poder desde marzo
del 92, aspiraban a extender la revolución mediante la guerra; la intervención absolutista
perjudicó la posición del rey francés, y tras el asalto a las Tullerías (10 agosto de 1792), el
arresto del rey y la subida jacobina al poder la situación se complicó. La inesperada victoria
francesa frente al hasta entonces invencible ejército prusiano en Valmy (21 de septiembre)
convenció a Carlos IV de que era el momento de la guerra. Sin embargo, Aranda era un
hombre de paz. Llegaba el momento de cambiar de líder, llegaba la hora de Manuel Godoy.
1.3 La crisis política de la monarquía: Godoy y las guerras exteriores.
En noviembre de 1792 Carlos IV nombraba a Manuel Godoy Secretario de Estado con tan
solo 24 años, un ascenso político que fue atribuido por los contemporáneos como fruto de
las supuestas y nunca demostradas relaciones amorosas del joven con la reina María Luisa,
infundios de gran importancia en el futuro de la monarquía.
Godoy, partidario de la guerra contra Francia, verá como el camino se le despeja tras la
ejecución de Luís XVI en enero de 1793. Así, en marzo España le declara la guerra a Francia,
iniciándose la guerra contra la Convención. Sin embargo, a pesar de los éxitos iniciales de
las tropas españolas, rápidamente será el ejército francés el que pase a la ofensiva en la
península, por lo que la guerra, antaño popular entre la población, empezó a cuestionarse, y
con ella al impulsor de la misma, Godoy, que tuvo a su vez que aumentar impuestos y recurrir
a préstamos forzosos para poder pagar una guerra que se perdía irremediablemente. Godoy
empezaba no solo a desear la paz, sino a necesitarla.
Aprovechando los problemas internos de Francia (insurrección de La Vendée) y el cambio
de gobierno (reacción termidoriana y caída de Robespierre) Francia también deseaba la paz

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y negoció con España, negociaciones durísimas que concluyeron con la firma de la Paz de
Basilea en julio de 1795. El acuerdo sentará las bases para un futuro convenio comercial y,
lo que es más importante, para una alianza ofensivo-defensiva entre Francia y España. El
tratado que ponía fin a la guerra hizo que los reyes dieran a Godoy el título de Príncipe de la
Paz.
A partir de la paz de Basilea Godoy vuelve a la tradicional alianza con Francia, fomentando
un bloque contra Inglaterra. Desde ahora, la política española queda supeditada a la francesa.
La palabra clave que presidió las relaciones hispano-galas no será el interés sino el miedo.
No solo el miedo a la extensión de la revolución, al estilo Floridablanca, sino el miedo a
Napoleón tras sus imparables victorias por Europa y África. España realizará ante Francia
todo tipo de concesiones para evitar el enfrentamiento directo y la invasión. Para ello
Napoleón recurrió al chantaje y la amenaza, de forma cada vez menos encubierta, pero
también al halago y a los intereses personales del valido y los monarcas, sabiendo explotar
tanto sus ambiciones como sus rivalidades. España buscaba un aliado frente a Inglaterra, su
rival comercial, pero Francia solo buscaba de España que posibilitara su bloqueo continental
contra las islas, lo que no interesaba a España, pues comprometía tanto su potencial naval
como su comercio con América ante los corsarios y poderío naval inglés.
El tratado de San Idelfonso: Firmado en 1796 y renovado en 1800 en la Granja, es una alianza
ofensivo-defensiva entre España y Francia contra Inglaterra. En el caso de declararse la
guerra cada estado contribuiría con un número determinado de buques, lo que, teniendo
presente la superioridad naval de España respecto a Francia, deja claro a quien perjudica. El
objetivo era asegurarse que Portugal cerrara sus puertos a Inglaterra, cumpliendo así el
bloqueo naval impuesto por Francia a las islas, el resultado fue la guerra contra Inglaterra en
1796, de consecuencias catastróficas para España, que fue de derrota en derrota naval con
los británicos, con el perjuicio que ello significaba para su comercio con América,
amenazado también por el bloqueo naval británico y por el corsarismo, legal en tiempos de
guerra. La plata no llegaba a España y ésta no podía exportar manufacturas, lo que llevó a la
ruina a numerosas casas comerciales y compañías de seguros.
A pesar de todo, en 1801 España entrará en guerra con Portugal, es la conocida como guerra
de las Naranjas. Tras la firma del segundo tratado de San Idelfonso Napoleón presiona a
España para que, esta vez sí, invadiera Portugal y le hiciera cumplir el bloqueo continental.
Godoy logró convencer al monarca de la necesidad de dicha invasión al asegurarle que de
esa forma su hija (casada con el rey de Portugal) se mantendría en el trono, pues el corso
pondría a algún familiar en el mismo de invadir él el país luso. La guerra fue breve, del 20
de mayo al 6 de junio de 1801. Godoy, en vez de ocupar todo Portugal, detuvo la campaña
y negoció la paz con los lusos, lo que irritó enormemente a Napoleón. Por el tratado de
Badajoz (8 junio 1801) Portugal cedía a España Olivenza y se comprometía a pagar 15
millones de libras a Francia, cediéndole además un trozo de su Guayana americana, además
lo puertos portugueses cumplirían el bloqueo naval a Inglaterra. Napoleón no quedó contento
con eso, pues deseaba la ocupación de Portugal, sus relaciones con Godoy se tensaron.
1802 fue un año de tregua en la guerra entre Inglaterra y Francia. A partir de ahí Godoy
intentó mantener neutral a España ante el desastre que la guerra anterior había significado
para el país. Napoleón exigió entonces que se sustituyera la ayuda militar por ayuda

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económica si se quería conservar la paz. Así en 1803 se firma el Tratado de Subsidios, un


nuevo chantaje del emperador a España.
Pero evidentemente Napoleón no se conformó con los subsidios, y en la nueva guerra de
1805 exigió de nuevo la colaboración de la armada española para invadir Inglaterra,
prometiéndole Napoleón a Godoy un reino en territorio portugués. El resultado de esta
guerra fue el desastre de Trafalgar (1805), que supuso el final del poderío naval español,
poniendo en grave peligro sus dominios coloniales americanos.
Sin medios de defensa en el mar e inmerso en una crisis galopante debido a las constantes
guerras, Godoy seguía confiando en Napoleón para satisfacer sus ambiciones en Portugal.
El 27 de octubre de 1807 se firma el tratado de Fontainebleau: su objetivo seguía siendo el
control efectivo de Portugal por Francia. Para ello se dividía Portugal en tres reinos, uno de
los cuales quedaría en manos de Godoy. Para hacer efectivo el reparto y ocupación de
Portugal, España concedía derecho de paso a 28.000 soldados franceses, que pronto serían
100.000. En estos momentos Napoleón comenzaba a pensar que había que aplicar a España
la misma política que a Portugal, pasando de la subordinación a la ocupación y
desmembramiento. Para ello Napoleón, que hasta entonces había jugado a la amenaza y el
halago, aprovechará las profundas disensiones en el seno de la familia real, erigiéndose como
árbitro en el conflicto que estalla entre el rey y su hijo. No desaprovechará la ocasión.
1.4 La crisis política de la monarquía: la descomposición del Estado absolutista.
La oposición a Godoy toma cuerpo en ese momento alrededor de Fernando, Príncipe de
Asturias. Fernando, que odiaba a Godoy y estaba resentido con sus padres, intentó atraerse
a Napoleón para derribar a Godoy. La misma noche en que se firmaba el tratado de
Fontainebleau el rey ordenó registrar la habitación de Fernando en el Escorial. Los
documentos encontrados demostraban la existencia de una conspiración cuyo fin era la caída
de Godoy y la eventual abdicación de Carlos IV. Se trataba de cartas a Napoleón, así como
cartas del príncipe contra Godoy y la reina. El príncipe, entre otros, fue procesado por tal
hecho, si bien el partido fernandino salió fortalecido de la prueba, pues la población los verá
como unas víctimas inocentes de las tretas de la reina y su supuesto amante.
Sin embargo, pronto se presentó una nueva ocasión para hacer caer al valido. Alarmado por
la entrada en España de tropas francesas en número muy superior al previsto, que además se
dedicaban a tomar posiciones en las plazas fuertes del país, Godoy empezó a sospechar de
las verdaderas intenciones del emperador, al que la población aun veía como un protector de
Fernando. Así aconsejó a los reyes que se trasladaran al sur para, en caso de invasión, poder
marchar a América, como habían hecho los reyes portugueses. A fines de febrero de 1808
comienza el valido a organizar el traslado de la familia real a Andalucía. La noticia se filtra
en Aranjuez, donde el partido fernandino trama un verdadero motín que dura del 17 al 19 de
marzo de 1808 en el palacio en el que se encontraban los reyes y el favorito; motín que se
inicia tras una señal desde la habitación del príncipe de Asturias. Un grupo de campesinos,
azuzados por la nobleza disfrazada para la ocasión, destroza todo lo que encuentra a su paso
en un sinfín de vivas a Fernando y mueras a Godoy, que pasó dos días oculto hasta que,
acuciado por la sed y el hambre, salió y se rindió. Carlos IV abdicó y su hijo subió al trono
aclamado por la multitud.
Napoleón fue rápidamente informado a través de su lugarteniente en España Joaquín Murat,
duque de Berg. El 27 de marzo el emperador decidió ocupar el trono de España, visto que

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las partes en disputa le elegían como árbitro en las mismas. Napoleón logró jugar con las
ambiciones de padre e hijo en su disputa por el trono para hacer recaer en él la corona. Para
lograrlo solo tuvo que atraer a la familia real española hacia Bayona y allí explotar sus
rivalidades para nombrar a su hermano José Bonaparte nuevo monarca español, alejando del
trono a los Borbones en las conocidas como abdicaciones de Bayona. Pero Napoleón no supo
comprender, como le advirtió meses después su hermano José, que la única pasión que movía
al pueblo español era el odio al Príncipe de la Paz. Aunque los propios monarcas se hubieran
mostrado indignos, los españoles jamás aceptarían un rey extranjero.
2. El reinado de Fernando VII: 1808-1833.
2.1 La Guerra de la Independencia: 1808-1814.
2.1.1 Los inicios de la guerra: la creación de las Juntas.
La Junta de Gobierno nombrada por Fernando VII antes de partir de España cede a las
pretensiones del General Murat, convocando Cortes en Bayona y tratando, a través de los
capitanes generales, de mantener el orden en el País. Sin embargo, los planes napoleónicos
de sustitución dinástica se vieron frustrados por la intervención de la mayoría del país. La
creciente hostilidad contra las tropas francesas desembocó en los hechos del 2 de mayo de
1808 en Madrid. Cuando los franceses intentan trasladar a Bayona a los últimos integrantes
de la familia real española, la población civil tratará de impedirlo. Si bien estos hechos no
fueron espontáneos, pues fue la nobleza la que los fomentó, sí tuvieron una dimensión
popular que se generalizó en la cadena de levantamientos contra los franceses que se
desencadenó en España en mayo de 1808.
La represión a la que fueron sometidos los sublevados fue vista con absoluta pasividad por
las autoridades legítimas españolas, lo que nos permite entender que se creara una situación
de desconfianza respecto de las antiguas instituciones de gobierno, desconfianza que
desembocó en un vacío de poder en España. Por ese motivo los sublevados se dotarán de
nuevos instrumentos políticos: las Juntas locales y provinciales, que liderarán la lucha por
liberarse de la invasión francesa. Rápidamente, en el mes de septiembre, las diversas juntas
provinciales acordarán la creación de una Junta Suprema Central Gubernativa del Reino, que
dirigiría los asuntos políticos y militares de los sublevados y que tenía a Floridablanca y
Jovellanos como sus miembros de más lustre.
La creación de las juntas fue un acto de soberanía, ya que asumían la autoridad en nombre
del pueblo, por primera vez sujeto de la acción política. Las juntas eran instrumentos de auto
organización popular ante el vacío de poder, y se caracterizaron por:
- Tener un perfil revolucionario al proclamarse como soberanas. Su fuente de legitimidad no
era el Antiguo Régimen, sino el hecho mismo del levantamiento.
- Representan una ruptura político-administrativa con el pasado.
- Asumen un poder ilimitado, que actuaba no solo en nombre de Fernando VII, sino también
como responsable de la nación española.
La apelación al pueblo no significaba que las Juntas tuvieran un carácter popular. Estaban
formadas por nobles, clérigos oligarquías locales, grupos mercantiles... Es decir, reunían a
grupos diversos (desde partidarios del Antiguo Régimen hasta liberales), unidos por la
oposición a los franceses y la defensa de la independencia de España y de la monarquía de
Fernando VII, en cuyo nombre en teoría gobernaban, pues lo consideraban “secuestrado” en
Bayona.

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2.1.2 La dinámica militar de la guerra.


Al hablar de la dinámica militar de la guerra debemos saber, en primer lugar, que la Guerra
de la Independencia no fue únicamente un enfrentamiento entre españoles y franceses, fue
ante todo una guerra civil entre españoles, entre los conocidos como “afrancesados”,
partidarios de José I Bonaparte, y los llamados “patriotas”, organizados en las Juntas antes
mencionadas. A su vez fue también España un escenario más del conflicto internacional que
enfrentaba a Inglaterra y Francia, siendo ahora Inglaterra aliada de la España “patriota”.
La guerra puede dividirse en tres fases en función a los acontecimientos militares:
- La primera hasta finales de 1808 en la que la inicial sublevación popular se transformó en
guerra abierta y la resistencia española tomó la forma de sitio (siendo los más famosos los
de Girona y Zaragoza). Fue en este periodo, en julio, cuando las tropas francesas sufrieron
su primera derrota militar en Bailén.
- La segunda, desde finales de 1808 hasta 1812, caracterizada por la hegemonía militar
francesa y por la actuación de la guerrilla. Durante esta fase la mayor parte del territorio
estaba ocupado por los franceses.
- La última, entre 1812 y 1813, definida por la pérdida de posiciones de las tropas francesas,
embarcadas también en la campaña de Rusia. Finalmente, por el Tratado de Valençay de
diciembre de 1813 Napoleón reconoce a Fernando VII como rey de España e inicia la
retirada de su ejército de la península.
Napoleón tuvo que lidiar en la península con dos grandes problemas que le imposibilitaron
el control efectivo de la misma: por un lado, la presencia del ejército británico, comandado
por Wellington, cuyas acciones militares favorecieron enormemente la derrota francesa. Y
por otro la presencia en España de la guerrilla, pequeñas partidas de hombres que,
conocedoras del terreno, hostigaban constantemente a los franceses y amenazaban sus líneas
de comunicación. La guerrilla, formada de manera espontánea por la población civil, rompía
los esquemas militares clásicos, ya que rehuían el combate abierto y apostaban por las
emboscadas. Los guerrilleros luchaban por “Dios, la patria y el rey”, pero su adscripción
política era muy variada: hubo guerrilleros liberales como “El Empecinado” o Espoz y Mina,
o absolutistas como el cura Merino. En todo caso, finalmente, el ejemplo de la guerrilla, “el
pueblo en armas contra el invasor” será una vía clave de desarrollo del patriotismo español.
La guerra será una guerra de desgaste, fatídica para España, que acabó arrasada y con una
economía devastada (fue una guerra de tierra quemada, de voladura de puentes, de
destrucción de industrias, que paralizó el comercio…). Ahora bien, será el punto de arranque
del discurso nacionalista, especialmente del liberal.
2.1.3 Los proyectos políticos nacidos en la contienda.
El proyecto reformista de los afrancesados. José I Bonaparte.
Tras las abdicaciones de Bayona y el nombramiento de José I como rey de España, Napoleón
sabía que únicamente el éxito de la guerra y la capacidad del nuevo rey de ofrecer un
proyecto político de cambio de la vieja monarquía absoluta podían consolidar al rey en el
trono. Fue por ese motivo por el que, a instancias de Napoleón, se constituyó en 1808 la
Asamblea de Bayona que, constituida por un reducido número de nobles, clérigos, militares,
entidades locales e intelectuales procedentes en su mayoría del despotismo ilustrado, acogió
el juramento de José I como rey y aprobó la primera constitución de la historia de España:
la Constitución de Bayona de 1808, si bien podríamos hablar mejor de una carta otorgada

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por el rey a los españoles, pues su aprobación no estuvo sujeta a debate por los asamblearios
españoles en Bayona. Sus características principales fueron:
- Establecía un régimen político de monarquía autoritaria, teniendo el monarca el control del
ejecutivo y un amplísimo poder legislativo.
- Fijaba un poder legislativo muy limitado en sus atribuciones y dividido en dos cámaras:
Senado y Cortes. Las Cortes además respetarán el viejo orden estamental: la nobleza, el
clero y el tercer estado elegirán a sus representantes mediante un sufragio muy restringido.
- Por último, formulaba la supresión de determinados privilegios, la igualdad de los españoles
ante la ley, la libertad de cultos (aún manteniendo el catolicismo como religión oficial), la
libertad de industria y de comercio, la igualdad impositiva y el reconocimiento de ciertos
derechos individuales (como el habeas corpus o el fin de la tortura).
La Carta Otorgada de José Bonaparte buscaba una transición paulatina hacia posiciones de
un liberalismo templado y reformista sin pasar por los traumas revolucionarios que los
franceses conocían bien. Será un modelo que fracasará ante la derrota bélica francesa pero
que, a medio plazo, exportará sus ideas al régimen constitucional español del periodo
isabelino.
El primer proyecto liberal: los patriotas y las Cortes de Cádiz.
El proyecto político de la España patriota nace en el seno de la Junta Suprema y Gubernativa
del Reino. Todas las ideologías que apoyaban a la Junta, desde absolutistas a liberales,
coincidían en la necesidad de convocar Cortes, si bien la Junta se mostrará inoperante en
este aspecto. Eso sí, antes de disolverse y dar paso a un Consejo de Regencia (1810)
convocará dichas Cortes e iniciará una “consulta al país” para preguntar por las reformas
necesarias a realizar en España. Aun sin pretenderlo, las instituciones españolas abren el
camino del liberalismo; desde entonces hasta finales de los años 30, liberalismo y
absolutismo pugnaron por definir el marco político y social por el que se regiría en un futuro
el Estado español.
Las Cortes Generales y Extraordinarias del Reino se reunieron en Cádiz en 1810, única zona
no ocupada por los franceses. El carácter de esas Cortes, así como las resoluciones que
adoptaron, se debieron más a la evolución de la guerra que a decisiones previamente tomadas
por los diputados que hasta allí acudieron.
Respecto a la composición de las Cortes y sus atribuciones, la opinión pública del país y la
propia Junta se encontraban divididas, pues unos pensaban que debían ser Cortes
estamentales, propias del Antiguo Régimen, que reformaran las estructuras anquilosadas de
un régimen que no pretendían destruir. Por otro lado, los liberales pensaban que, si la nación
era objeto de soberanía, por lo tanto, sujeto político, debía ser la nación a través de sus
representantes, elegidos entre todos los vecinos sin distinción estamental, la que tuviera el
poder de decisión, lo que era incompatible con una convocatoria a Cortes de tipo estamental.
El triunfo de esta última opción prefigura lo que será el triunfo de las ideas liberales en las
Cortes de Cádiz.
Así, las Cortes no se dedicaron a modernizar la monarquía absoluta, como querían algunos,
sino que crearon un nuevo orden político y jurídico, el liberal, que marcó la historia española
del siglo XIX. Lo harían además proclamando en la primera sesión de Cortes el principio
fundamental del primer liberalismo español, y el que más controversias desatará en el futuro:
la soberanía nacional, esto es, que la única fuente de autoridad y legitimidad era la nación, y

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no el rey; que todo dimanaba de la voluntad de la nación, y no ya de la voluntad real. Esta


afirmación es la que da, al igual que en el caso de las Juntas, un carácter extremadamente
revolucionario al primer liberalismo español.
La legislación de las Cortes de Cádiz (18010-1813) respondió a dos objetivos básicos:
elaborar una constitución como eje de un nuevo régimen político y promover una serie de
reformas socioeconómicas que pusieran fin a las ataduras del Antiguo Régimen.
Sobre el primer objetivo, el 19 de marzo de 1812 se aprueba la constitución de Cádiz, que
plantea presupuestos tan radicales como los siguientes:
- La afirmación, ya mencionada, de la soberanía nacional, que suponía el fin jurídico de la
monarquía absoluta.
- La limitación del poder de la monarquía. Nace un régimen de monarquía parlamentaria
fundado en la división de poderes. El poder legislativo recaerá en unas Cortes unicamerales
con amplios poderes, si bien el monarca debía sancionar las leyes y poseía un veto
suspensivo de dos años. El poder ejecutivo estará en manos del monarca, y el judicial
quedará en manos de los tribunales del Estado, poniendo fin al señorío jurisdiccional y
sentando las bases de un Estado de derecho.
- El reconocimiento de un sistema participativo basado en un sufragio prácticamente
universal masculino, si bien de elección indirecta de diputados.
La constitución de 1812 reconocía los derechos de los ciudadanos, si bien no incluía una
explícita declaración de derechos. Por otra parte, la primacía de la nación, compuesta por
ciudadanos libres e iguales, implicaba también el fin de los privilegios territoriales, como
los fueros vascos y navarros, pues el nacionalismo liberal estaba vinculado a una idea
unitaria y centralizada de España.
A nivel socioeconómico, los principales cambios que se dieron, tendentes a desmontar el
entramado social y económico del Antiguo Régimen fueron:
- Abolición de los privilegios de la nobleza y clero y de los derechos señoriales procedentes
de jurisdicción.
- Introducción de la propiedad privada de tipo capitalista, por lo tanto, libre y plena. Fin, por
tanto, de las propiedades amortizadas o vinculadas.
- Libertad de comercio, industria y contratación de trabajadores.
- Se aprueban otras medidas como: una educación primaria pública y obligatoria, la creación
de la Milicia Nacional o el servicio militar obligatorio y acceso libre a los altos rangos del
mismo.
Las bases del liberalismo decimonónico quedan así formuladas. El discurso liberal, en sí
mismo revolucionario, representaba el rechazo al mundo del privilegio del Antiguo
Régimen. Frente a ese pasado, reivindicaba un universo regido por la igualdad civil y la
libertad del individuo.
Eso sí, el liberalismo no fue únicamente la ideología de una determinada clase social, por
ejemplo, la burguesía. Fue la opción de una pluralidad de sectores sociales, tanto nobles
como plebeyos, élites como clases populares, que consideraron que era la mejor alternativa
a la quiebra de la monarquía absoluta.
2.2 El sexenio absolutista: 1814-1820
Como escribe Juan Gabriel del Moral en sus memorias “cuando el 22 de marzo de 1814
Fernando VII entró en España, ya no había constitución ni señales de que la hubo”. La

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Temario clase 10.

euforia de los constitucionalistas de Cádiz contrasta con la fría acogida, cuando no


hostilidad, de los españoles ante la constitución. El proyecto era demasiado similar a los que
venían de una Francia derrotada, y a su vez la población se levantó no por el liberalismo,
sino por la independencia de España y por su rey. Aun no estaba implantado el liberalismo
en los ciudadanos como para identificarlo con su patria y defenderlo. La reacción popular
ante el liberalismo servirá al monarca para derogarlo sin traumas.
Cuando a finales de 1813 Fernando VII y Napoleón firman el tratado de Valençay, el
monarca no conoce el grado de aceptación de la Constitución de 1812, lo que le lleva
prudentemente a proclamar su respeto a “todas las leyes “que sean útiles al reino”. Sin
embargo, rápidamente comprobará como su figura levanta mayores adhesiones que la
constitución. En el recorrido que realiza hasta Madrid desde Girona-Valencia, trazada por
los liberales por creerla la más afín a sus intereses, recibe constantes muestras de adhesión a
su persona y al régimen absoluto que representa, buscando el retorno a una normalidad
perdida durante los 6 años anteriores.
En este contexto un grupo de diputados realistas le hace llegar al rey el conocido como
“Manifiesto de los Persas”. Este documento tiene dos partes: en la primera se le pide al rey
que derogue todos los decretos elaborados por las Cortes y no acepte la constitución. En la
segunda se solicita una monarquía moderada, con garantías en la que las leyes estén por
encima de los reyes y éstos no puedan cometer actos arbitrarios contra sus súbditos. Solicitan
también unas Cortes “legítimamente congregadas” capaces de poner en marcha todas las
medidas o reformas convenientes al país. Hablamos, entonces, de un movimiento reformador
que buscaba cambiar las cosas sin romper con la tradición política absolutista.
Con un realismo fuerte representado por los antiguos servidores del Estado absoluto
(nobleza, ejército “antiguo”, sacerdotes, frailes y abogados) y con el favor popular, cabe
preguntarse si el monarca podía hacer otra cosa que aceptar el retorno a la situación de
Antiguo Régimen, por mucho que, débil y poco resuelto, tardara casi dos meses en tomar
una decisión que parecía obvia.
Finalmente, el 4 de mayo el rey proclama el decreto por el que se retorna al Antiguo
Régimen. En este decreto el rey apunta a una monarquía moderada pero no constitucional:
“Aborrezco y detesto el despotismo; ni las luces ni la cultura de Europa lo sufren ya”, y
garantizaba que “la libertad y la seguridad individual quedarán debidamente garantizadas
por medio de las leyes”; entre estas libertades figuraba la de imprenta. Y prometía, como se
expresaba en el Manifiesto de los Persas, la convocatoria de unas Cortes “legítimamente
congregadas” a través de las cuales “se establecerá cuanto convenga al interés de mis
reinos”. Declara nulas todas las disposiciones tomadas por las Cortes de Cádiz y las
autoridades liberales “como si estos seis años no hubiesen pasado y se quitaran de en medio
del tiempo”; sin embargo, el rey no cumplió lo prometido, ni convocó Cortes, ni respetó las
libertades. 1814 verá la vuelta al absolutismo sin sangre.
Los gobiernos del sexenio: represión e ineficacia.
Tras 1814 se inicia una tibia represión hacia los elementos liberales: penas de presidio para
los más destacados, exilio para los que pudieron expatriarse (nutriéndose éstos de ideología
liberal en Francia e Inglaterra) y depuración en la administración para la mayoría de ellos.
No fue una represión feroz, pues las heridas entre realistas y liberales en España aun eran
restañables y la era de los pronunciamientos no había comenzado.

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Temario clase 10.

A nivel económico los primeros seis años de gobierno de Fernando VII se van a caracterizar
por un progresivo intento de desmontar la obra gaditana. Junto con la restauración del
absolutismo, se vuelve a la sociedad estamental del Antiguo Régimen (incluidos los
impuestos), se restablecen las pruebas de nobleza en el ejército, la organización gremial, se
anula la desamortización y se devuelven propiedades a la Iglesia, entre otras decisiones.
Ahora bien, la principal característica del periodo será la crisis económica galopante que el
gobierno de Fernando VII no supo resolver. España había sido parcialmente destruida como
consecuencia de la guerra, lo que dinamitó su industria interna, mientras a su vez América
había iniciado un proceso de emancipación que a medio plazo lastró tanto sus exportaciones,
como sus ingresos comerciales y, sobre todo, la llegada de plata para acuñar moneda, golpes
durísimos para la economía española, que debía también librar una costosa guerra contra las
colonias insurrectas.
Esta crisis económica sería la que minaría la confianza de los españoles en el gobierno de la
monarquía. Los comerciantes veían como sus impuestos aumentaban para sufragar una
guerra que a su vez perjudicaba a sus negocios mientras que las clases privilegiadas seguían
exentas de pago en una hacienda irreformable desde posiciones de Antiguo Régimen; los
campesinos veían caer sus rentas ante el descenso de exportaciones y la caída del precio del
trigo mientras sus impuestos aumentaban, y a su vez no parecía que estas políticas de
sacrificio condujeran a la recuperación del país. El descontento era mas “administrativo” que
político, pero el propio sistema, sin aportar soluciones, estaba en entredicho.
Tras seis años de gobierno el absolutismo se veía incapaz de solucionar la crisis del país, lo
que provocó el progresivo deterioro de la imagen del gobierno y de la legitimidad del
régimen. La figura del rey no se discutía, pero el sistema de gobierno empezó a ponerse en
entredicho. Los grupos mercantiles se distancian de la monarquía ante la ineficacia de los
gobiernos fernandinos; los campesinos, más empobrecidos, no tendrán reparos en probar
nuevas fórmulas que faciliten la recuperación. Había llegado el momento de que los liberales
lo volvieran a intentar.
Los liberales, inicialmente desconcertados por la rapidez con la que cedieron el poder en
1814, no dejaron de conspirar para recuperarlo. Conscientes ya de ser una minoría social,
poco a poco irán buscando aliados y colaboradores en otros sectores descontentos, hasta
llegar a tomar conciencia de su fuerza potencial. El disgusto general por la mala marcha del
país había tomado un cariz, decíamos, “administrativo”. Se criticaba la mala gestión de los
ministros, no al régimen político, y menos del rey. Pero no era difícil ir desviando, ante las
personas más perjudicadas, el sentido del descontento ¿No podía tratarse más bien de un
defecto del sistema? Ellos dirán que un sistema económico basado en el liberalismo, donde
hubiera libertad de industria (sin gremios) y de comercio (sin aduanas interiores) ayudaría a
salir de la crisis; a su vez, si el liberalismo triunfaba, los americanos volverían al redil patrio.
Así a los liberales de viejo cuño, se les unieron una parte del ejército (en especial aquél que
nació en la guerra y estaba formado por los guerrilleros que vieron como Fernando VII los
degradó en el escalafón), y un buen número de comerciantes, que no solo apoyaron, sino que
financiaron los pronunciamientos.
Y serán los pronunciamientos la vía elegida para derrocar al régimen ya que, en un régimen
absolutista, la alternancia política era imposible, por lo que solo con un golpe de Estado
podía accederse al poder (de ahí, en gran medida, el peso de los militares).

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Los pronunciamientos son pequeñas intentonas de reducidos grupos de militares que se alzan
para proclamar un régimen de carácter liberal. En la mayor parte de las ocasiones no
consiguen siquiera estallar, y cuando lo hacen fracasan al momento, porque los soldados se
niegan a secundar a sus jefes. Caso paradigmático será el de Porlier que, en septiembre de
1815, con el apoyo de un grupo de oficiales y comerciantes consiguió sublevar a la
guarnición de la Coruña. Sin embargo, cuando se dirigía a Santiago para ocupar la ciudad
sus soldados se indisciplinaron y preso se lo llevaron de nuevo a la Coruña, donde entretanto
ya se había declarado la fidelidad al rey nuevamente. Porlier fue el primer fusilado por causa
política. Espoz y Mina y el general Lazy fracasarán también en sus intentonas.
El régimen absoluto de Fernando VII fue derribado al fin en 1820 por obra de un
pronunciamiento, paradójicamente, fracasado. El descontento por la desacertada política iba
en aumento, pero la clave del triunfo revolucionario estriba en un hecho decisivo: por
primera vez la tropa secunda el movimiento de sus jefes. El 1 de enero de 1820, cuando los
oficiales pusieron a sus soldados ante la alternativa de embarcarse “rumbo a una muerte
segura” o “dar un día de gloria a la patria”, la elección no pudo ser más sencilla. El ejército
expedicionario no llegaría nunca a cruzar el atlántico.
Por espacio de mes y medio, España vivió una extraña guerra civil, en la que solo hubo un
muerto (y por equivocación). Los militares no querían definirse y el rey se sumía en un mar
de confusiones. Hasta que el 19 de febrero se sublevó en la Coruña el coronel Acevedo y en
pocas semanas se pasó del recelo de pronunciarse los primeros a la fiebre de los
pronunciamientos. Fernando VII contaba aun con fuerzas adictas, pero no quiso correr el
riesgo. El 9 de marzo se decidió a dar el paso, con aquella proclama que terminaba con las
palabras “marchemos todos, y yo el primero, por la senda constitucional”.
2.3 El trienio liberal (1820-1823). La división del liberalismo.
En poco más de tres años los liberales intentaron llevar a cabo una vuelta al sistema jurídico
consagrado en la obra de las Cortes gaditanas, acorde con los planteamientos ideológicos,
políticos, sociales, económicos y culturales característicos y afines a la revolución liberal.
Sin embargo, la principal característica del trienio liberal no será otra que la propia división
de los liberales en dos corrientes de claras diferencias estratégicas en cuanto al alcance de la
revolución liberal, la vigencia del texto constitucional o la necesidad de buscar algún tipo de
transacción con el rey y las personalidades del Antiguo Régimen.
Por un lado, tendremos a los Moderados o doceañistas, que adoptarán una postura más
conservadora respecto al liberalismo. Ellos serán los que controlen el poder hasta julio de
1822, a pesar de que la revolución de 1820 fue llevada a cabo por los exaltados. Si bien se
van a declarar los defensores del constitucionalismo gaditano, tendrán en mente en todo
momento introducir reformas en el texto constitucional para facilitar la incorporación de los
sectores avanzados del Antiguo Régimen al mundo liberal. A su vez, firmes creyentes de la
incompatibilidad entre movilización popular y gobierno representativo, los moderados
buscarán alterar la relación de fuerzas nacida de la constitución gaditana: la ley de cámaras
de 1822 introducía una cámara alta en la que estarían representados los sectores de Antiguo
Régimen, así como un sufragio censatario y no universal masculino, que debía servir para
atemperar el ímpetu revolucionario de los exaltados. Suya será también la propuesta de
otorgar mayor poder al monarca, que tendría peso a la hora de legislar, matizando
enormemente el control que el legislativo ejercía sobre el ejecutivo. Nace la idea de

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soberanía compartida y la exaltación del papel del rey. Apostarán por la “oligarquización”
del régimen liberal frente a la movilización popular.
Temerosos de los posibles excesos de las revoluciones, defenderán la necesidad de preservar
el orden sobre las libertades. La libertad que propugnan los doceañistas tiene límites bien
definidos: es la que “cabe” dentro de lo establecido por la ley, o bien el justo equilibrio de
las autoridades, donde debe primar el concepto de “seguridad”. Las libertades garantizadas
por la ley son las civiles, no las políticas. Implementarán una ley de imprenta restrictiva,
tratarán de suprimir las Sociedades Patrióticas y de limitar las prerrogativas de la Milicia
Nacional (pues ambos cuerpos eran puntas de lanza de los liberales exaltados, al servir las
Sociedades Patrióticas para extender sus puntos de vista y la Milicia Nacional para
defenderlos con las armas).
Por su parte los exaltados serán el ala radical del liberalismo. Controlarán el poder desde
julio de 1822 apoyándose en la movilización popular y buscarán acelerar la implantación de
las reformas gaditanas para desmontar rápidamente el Antiguo Régimen, rehuyendo los
pactos con los absolutistas. Se declararán defensores del liberalismo gaditano, cuyo texto
constitucional mitificarán y defenderán ante posibles variaciones.
Defensores de la participación de las clases populares en política, tratarán de defender las
libertades de reunión, expresión e imprenta, utilizando las tertulias de las sociedades
patrióticas como medios para generar una opinión pública liberal afín a sus tesis y valorando
a la Milicia Nacional como el ejército del pueblo en defensa del liberalismo. La prensa y las
sociedades secretas (los comuneros) también les servirán para extender su doctrina.
Enemigos de la teoría de que la revolución había terminado y de que había llegado la hora
de que primara el orden sobre las libertades civiles y políticas (lo que consideran cercano al
despotismo), tendrán ciertos “tics” anticlericales, defenderán el unicameralismo gaditano, el
sufragio universal masculino, el control del monarca por las Cortes y el valor sagrado de la
soberanía nacional sobre la figura del monarca, que consideran como accidental.
En cuanto a las medidas gubernamentales implementadas en estos tres años rápidamente se
proclama una amnistía y excarcelación de los liberales en prisión. Se abolió la Inquisición,
se ponen en vigor los decretos de Cádiz vistos con anterioridad. Además, los liberales
marcarán tres vías de actuación fundamental:
1- Legislación socio-religiosa orientada a clarificar el papel del clero y la iglesia católica. Se
suprime el diezmo y se aprueba el Decreto sobre Supresión de Monacales, reformando las
órdenes regulares y limitando su presencia en España, nacionalizando aquellos conventos
que pierdan a los frailes.
2-Las iniciativas de carácter socioeconómico, especialmente orientadas a liquidar el
feudalismo en el campo y a reformar el sistema fiscal: Transformación jurídica de la
propiedad, abolición del régimen de manos muertas y desvinculación y supresión del
régimen señorial. Leyes que Fernando VII vetará durante los dos años que
constitucionalmente podía hacerlo.
3-Reformas administrativas: redacción de un nuevo Código Civil y de Comercio, la
organización administrativa del país en provincias, la reforma de la instrucción pública o el
desarrollo de la administración local y provincial pretendían impulsar la modernización
política y administrativa de España bajo los principios de la racionalidad y la igualdad legal.

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Las reformas del Estado liberal fracasaron, en especial las de carácter económico. Las ideas
básicas: incentivación de la producción y la productividad de las tierras, lograr un pleno
abastecimiento interno de granos, suprimir las importaciones de trigo o tomar medidas
proteccionistas hacia los productos españoles no tuvieron éxito, mientras que los problemas
de la hacienda y la deuda se agravaron. Los campesinos vieron como la presión fiscal
aumentaba al exigirles el pago de los impuestos en metálico y no en especie, mientas que las
antiguas clases absolutistas veían cómo sus privilegios desaparecían. La inicial indiferencia
con que fue acogido el régimen fue progresivamente transformándose en frustración e
irritación.
Además, el trienio contó desde el comienzo con la oposición de los sectores más cercanos al
realismo absolutista. Desde un primer momento el monarca, cuyo acatamiento del orden
constitucional nunca fue sincero, conspiró para lograr derrocar el régimen liberal y
reinstaurar el absolutismo, obstaculizando mientras tanto el normal funcionamiento del
régimen constitucional.
Por otro lado, los realistas lograron movilizar un amplio abanico de grupos, intereses y
sectores sociales en contra del régimen, que iban desde el estamento eclesiástico, parte de la
nobleza, el ejército y el campesinado, e incluso determinados segmentos de las clases
populares urbanas. Los agentes y protagonistas del realismo fueron el monarca y las partidas
realistas, que desdeñando el método del pronunciamiento recurrieron a la guerrilla como
medio de lucha, alcanzando gran auge en 1822 en Navarra, norte de Cataluña, Euskadi y
Castilla la Vieja. En la primavera-verano de 1822 estos dispersos grupos logran tomar una
plaza fuerte (La Seu d’Urgell) donde llegaría a establecerse una autodenominada Regencia,
que logró la adhesión de los diferentes grupos realistas y el apoyo efectivo del gobierno
francés. Su fracaso final ante los liberales a primeros de 1823 y el fracaso de la sublevación
en Madrid de la Guardia Real en julio de 1822 exigiendo el retorno al absolutismo, que
provocó el ascenso al poder de los exaltados, dejaron claro que solo una intervención
extranjera acabaría con el absolutismo, intervención que ya estaba gestándose.
Las potencias absolutistas, temerosas del cariz que la revolución liberal estaba tomando en
España, deciden en el Congreso de Verona de octubre de 1822 la creación de un ejército para
intervenir en los asuntos de España. Liderado por Francia, que quería recuperar parte del
prestigio antaño perdido, entra en España en abril de 1823 y tras un verdadero paseo militar
logra la claudicación del gobierno en octubre de 1823 en Cádiz, donde había huido para
tratar de salvar la situación, debiendo declarar a Fernando VII incapacitado mentalmente
para poder trasladarlo con ellos.
La experiencia liberal del trienio había fracasado, no obstante, en esos tres años se produjo
un proceso de penetración del liberalismo como ideología revolucionaria que acabará
logrando, progresivamente un grado significativo de apoyo popular.
2.4 La década ominosa (1823-1833). La división del absolutismo
Con la llegada de Angulema se inicia el decenio absolutista conocido como “Ominosa
Década”, título ciertamente sectario que requiere de ciertas matizaciones.
Los políticos de la Década fueron conscientes de la imposibilidad de mantener un
absolutismo férreamente cerrado a toda reforma. La línea de actuación que triunfa fue
aquella en la que, tras un escenario propio de Antiguo Régimen, era posible una redefinición
de las estrategias que asegurasen su supervivencia mediante una tímida reforma

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administrativa, una racionalización de su hacienda y el intento de modificar su imagen


mediante una cierta moderación del absolutismo que no alterase su esencia. Frente a esta
praxis se situaron los realistas puros y también los liberales. Ya de entrada, la idea de las
tropas francesas invasoras no era la de restaurar un absolutismo cercano al de 1814, sino más
bien un modelo absolutista próximo al de Carta Otorgada, como lo había en Francia, que
permitiera cierta transacción con los liberales más moderados y que garantizara la paz, pues
el ultrarrealismo solo lleva a la sublevación y a las revueltas.
Si hablamos de la actuación política de los gobiernos del periodo podemos observar notables
cambios con respecto al sexenio absolutista anterior, que vinculan la última fase del reinado
de Fernando VII a una vía reformista cercana al periodo del despotismo ilustrado
dieciochesco, y que entroncaba con viejas aspiraciones liberales. Así el Consejo de Estado
ve cómo la creación del Consejo de Ministros limita sus funciones y su influencia. Desde
entonces, la rivalidad entre un Consejo de Estado copado por los ultrarrealistas y un Consejo
de Ministros liderado por la facción reformista será la tónica política del gobierno del reino.
Junto a esto debemos destacar la reforma de la Hacienda pública llevada a cabo por López
Ballesteros, buscando aumentar los ingresos del Estado vía impuestos y disminuir la deuda.
El Ministro de Hacienda elaborará los primeros Presupuestos del Estado para controlar el
gasto (visto esto como una injerencia en el poder real por parte de los ultrarrealistas) y creará
una caja de amortización para pagar los intereses y amortizar la deuda. A su vez, convierte
el Banco de San Carlos en el Banco de San Fernando, promulga el Código de Comercio y
crea el Cuerpo de Carabineros para evitar el contrabando. En 1831 se funda la Bolsa de
Madrid en relación con la necesidad de controlar las fluctuaciones de la deuda pública. En
1832 crea el Ministerio de Fomento, reivindicación de moderados y afrancesados, que tenía
entre otros cometidos la promoción de la industria, el comercio y las obras públicas. Se trata,
básicamente, de reformar administración del Estado sobre una población políticamente
inerte. No se quiere avanzar hacia el liberalismo, pero resulta obvio que muchas de las
medidas aprobadas entroncan con viejas aspiraciones liberales, tanto en la administración
como en la política económica: la permanencia de la incorporación a la corona de la
jurisdicción señorial, la supresión formal de la Inquisición, medidas tendentes a favorecer el
proteccionismo en materia de cereales, (prohibición de importar cereales se decretó en el
trienio), permitir la libre circulación interior de granos… Solo la debilidad orgánica del
régimen y su división interna impidieron cierto éxito de estas medidas.
Otra característica clave de la Década será la represión ejercida sobre los liberales. Ya hemos
visto como en 1814 el régimen inició una represión sobre los elementos liberales, si bien la
represión de 1823 fue mucho mayor ¿Motivos? La depuración administrativa y la represión
política de 1814 se iniciaron en un periodo en el que los odios entre liberales y absolutistas
no eran especialmente virulentos tras su colaboración en la guerra contra Francia; tal vez
fueron algunos afrancesados los que más la sufrieron. A su vez el régimen no creó
instituciones represivas ad hoc para tratar de eliminar a los elementos subversivos, sino que
cedió el protagonismo a las instancias judiciales ordinarias, lo que “dulcificó” la represión.
Esto no pasará así en 1824, pues la tradición levantisca del liberalismo estaba demostrada,
ya que incluso habían logrado imponer al rey la jura de la constitución de 1812, por lo que
había que controlar a los liberales.

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Como consecuencia de ello entre 1823-1825 se crean las Juntas de Depuración en todas las
instituciones de la sociedad: la función pública, el ejército (cuya depuración llevó al rey a
demandar la permanencia en el país de las tropas francesas), las universidades o la Iglesia.
Si bien su rendimiento fue moderado (apenas el 10% de los expedientados fueron depurados)
su creación ya indica la obsesión depuradora del régimen. En 1824 nace la Superintendencia
General de Policía del Reino, la primera policía de España, cuya misión será controlar a la
disidencia política. A su vez el régimen mantiene en activo a los Voluntarios Realistas,
creados en 1824 para combatir a los enemigos políticos y que llegó a contar con 200.000
hombres, si bien como ejército de los más ultrarrealistas pronto necesitó una reforma para
poder ser controlado. Podemos hablar, sin ningún problema, de la creación de un Estado
represor, que hizo del recurso a la violencia moneda común para mantener el orden público,
diferenciando este hecho a las dos etapas absolutistas de Fernando. Solo la presión francesa,
que trató (y logró) disminuir la intensidad represiva tras 1824-25, impidió que la represión
fuera a mayores.
Ante tal conato represivo la oposición liberal se encaminó al exilio en mayor número que 10
años antes. Francia e Inglaterra serán los núcleos que acojan a la mayoría de exiliados
españoles, un buen número de los cuales continuó conspirando desde allí. El modelo “Riego”
de pronunciamiento será, por supuesto, el más utilizado. Ya apoyados por Francia o
Inglaterra, Valdés, los hermanos Bazán, Espoz y Mina o Torrijos trataron de penetrar en
España y derribar el absolutismo, si bien lo mal preparadas de esas revueltas y el escaso
apoyo popular a las mismas las llevaron al fracaso y a sus protagonistas a la ejecución.
Pero el régimen absolutista verá la eclosión de una nueva oposición: la oposición
ultrarrealista. Está fuera de discusión el carácter absolutista de Fernando VII, pero la
adopción de algunas decisiones políticas y, sobre todo, las reformas administrativas
implementadas, radicalizaron las posiciones de los defensores a ultranza del absolutismo.
Los realistas hablarán de “contaminación liberal” del rey ante las distintas medidas
reformistas emprendidas. La oposición a las reformas administrativas los llevará, a partir de
1824, a utilizar el mismo método que habían empleado los liberales durante el anterior
sexenio, el pronunciamiento, y también la publicación de folletos en los que defendían sus
ideales. Se atrincherarán en el incumplimiento del monarca de algunas de las decisiones
pactadas con ellos en 1823, como la no restauración de la Inquisición o la “escasa” represión
antiliberal realizada. Hablan de victoria traicionada. Los conspiradores (militares,
eclesiásticos, funcionarios especialmente) se reúnen en Juntas. Preparan a la opinión pública
extendiendo rumores a través de sus agentes y vaticinan un levantamiento conjunto de ciertas
unidades del ejército de Voluntarios Realistas, esperando, a continuación, un levantamiento
popular que nunca llegará.
El único pronunciamiento reseñable fue el de Bessières en 1825, si bien la policía y el
ejército leal al monarca lograron controlarlo rápidamente, fusilando al general Bessières.
Mayor gravedad revistieron las protestas catalanas de 1827. Protestas que adquirieron el
carácter de sublevación armada en forma de partidas. Se iniciaron en marzo en el bajo Ebro,
y entre abril y agosto se extendieron por Girona, Vic, Manresa y el Ampurdà. Las razones
políticas de la sublevación son confusas: se justificaban en la defensa de la corona y el rey,
a quien consideraban cautivo de los liberales. A partir de septiembre la sublevación comenzó
a remitir.

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Los apoyos sociales provenían de los sectores ligados al mundo del campesinado y el de los
oficios, en franco declive, sectores resistentes a los cambios, a los que se unieron clérigos
(afectados por la desamortización) y oficiales vinculados al Voluntariado Realista. Los
sublevados pertenecían a las capas populares que, como muestran los manifiestos publicados
durante la revuelta, seguían ancladas ideológicamente en los planteamientos políticos
propios del Antiguo Régimen y sufrían sobre sus espaldas la crisis económica y las
perturbaciones producidas por los proyectos reformistas.
Les defraudó la actuación de su rey legítimo, Fernando VII, en quien confiaban para que
defendiera sus principios, que eran los del absolutismo. Como realistas a ultranza
necesitaban un rey. A partir de 1830 la esperanza se llamará don Carlos.
2.5 El problema sucesorio.
A la altura de 1829 las posiciones en el absolutismo español entre reformistas y realistas se
hallaban más radicalizadas que nunca. La razón no era otra que la sucesión del monarca. Los
realistas aguardaban su muerte para alzar a don Carlos al trono, quien había dado muestras
suficientes de su radical absolutismo. El aspirante de los realistas era el sucesor de Fernando
mientras éste no tuviera descendencia y, a primeros de 1829, nadie creía que la fuera a tener.
Sin embargo, el monarca enviuda en 1829, lo que le permite volver a contraer matrimonio
con María Cristina de Nápoles, lo que podía facilitar su sucesión: si concebían un hijo don
Carlos se vería privado del trono, pero ¿Y si nacía una niña? Los Borbones a su llegada a
España aprobaron la Ley Sálica, que acababa con la posibilidad de que las mujeres heredaran
el trono. Sin embargo, las Cortes de 1789 aprobaron la vuelta a las viejas Partidas, ley
castellana que sí posibilitaba el reinado de una mujer. Ahora bien, el acuerdo de Cortes nunca
fue sancionado por Carlos IV, por lo que no tenía validez. Ante este dilema el rey optó por
publicar una Pragmática que sancionara el decreto de Cortes de 1789 en 1830. La decisión
no pudo ser más certera: en octubre de ese año nacerá Isabel. Pero el problema no había
tocado a su fin: los ultrarrealistas nunca aceptaron la validez de una Pragmática que
sancionaba una disposición de Cortes aprobada 41 años antes.
Los defensores de don Carlos lo intentaron de nuevo en septiembre de 1832 en el palacio de
la Granja, durante la grave enfermedad que padeció Fernando VII. La posibilidad de una
guerra civil ante la actitud que mostraban los carlistas de no respetar la pragmática llevó al
ministro Calomarde y a otros destacados personajes de Palacio a influir en el ánimo de la
reina y del moribundo rey. Ante la disyuntiva extrema planteada, Isabel y guerra o Carlos y
paz, la reina decidió sacrificar el trono de su hija, preparándose a tal efecto un decreto
derogatorio que fue firmado por el monarca y que debía permanecer en secreto hasta su
fallecimiento.
El éxito carlista duró exactamente 10 días. No tardó en conocerse públicamente lo acordado
en la Granja. La reina recibió suficientes apoyos de los reformistas y, posiblemente, de los
moderados liberales en esos días. La mejoría de salud del rey trastocó definitivamente los
planes del absolutismo intransigente. El rey aprobó medidas de depuración de realistas tanto
en el ejército y en el Voluntariado Realista como en el gobierno, facilitando a su vez el exilio
de don Carlos a Portugal. A finales de 1832 el rey declaraba que el decreto derogatorio de la
pragmática era nulo, al año siguiente se reúnen Cortes que reconocen a Isabel como heredera.
A su vez se publica una nueva amnistía a los liberales, que, aunque fue acogida con
desconfianza por un sector fuertemente represaliado en los años anteriores, dejaba entrever

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la necesidad que tendrán ambos sectores de buscar una transacción para guerrear contra el
ultrarrealismo a la muerte del monarca.
En septiembre de 1833 muere Fernando. Dejaba implantado un sistema absolutista de
carácter moderado e ilustrado que venía funcionando desde unos años antes, despojado a
última hora del lastre que constituía la intransigencia de los “puros”. Al final, y por su
carácter reformista en lo administrativo, no fue mal visto por un liberalismo moderado,
también de corte reformista, si bien partidarios de cierta apertura política, que no creía ya en
la vía de la insurrección como medio para acceder al poder. En el horizonte quedaban dos
incógnitas por resolver: la actitud de los carlistas una vez fallecido el rey legítimo y si era
posible aun mantener las anquilosadas estructuras políticas del Antiguo Régimen ya a finales
de 1833.

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Tema 3: El reinado de Isabel II: 1833-1868.

1. La guerra carlista (1833-1840). Bandos enfrentados y fases del conflicto


1.1 Los bandos en conflicto
1.2 Las fases del conflicto
2. La evolución política de España entre 1833 y 1840: de la guerra civil a la ruptura
liberal
2.1 Del inmovilismo al Estatuto Real: 1833-1834
2.2 El régimen del Estatuto Real: los moderados en el poder: 1834-1835
2.3 El régimen del Estatuto Real: los progresistas en el poder: 1835-1836
2.4 La ruptura liberal: 1836-1840.
3. La regencia de Espartero: 1840-1843
4. La década moderada: 1844-1854. La consolidación del Estado liberal bajo la
hegemonía moderada: exclusión política y exclusivismo moderado
4.1 Las bases del nuevo régimen: la Constitución de 1845
4.2 Las bases del nuevo régimen: la mediatización del Parlamento y el papel de la
Corona
4.3 La configuración e institucionalización del régimen moderado. Principales medidas
5. La crisis del moderantismo. 1853-1854
6. La triple revolución de 1854. El fin de la década moderada
7. El bienio progresista: 1854-1856
8. El final del sistema isabelino: Unión Liberal y Moderados en el poder (1856-1868)

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Temario clase 10.

1. La guerra carlista (1833-1840). Bandos enfrentados y fases del conflicto.


La importancia de la guerra carlista en el devenir de la historia política del régimen liberal
es fundamental, pues mediatizó la evolución política del régimen isabelino en todo
momento. La guerra era algo más que un conflicto dinástico, encerraba en sí misma una
lucha ideológica sobre el modelo de Estado que se iba a imponer en España: ¿Absolutismo
reformista, absolutismo puro, liberalismo? Si atendemos a los rivales que se enfrentaron en
la guerra podemos establecer los perfiles ideológicos de cada uno de ellos:
1.1 Los bandos en conflicto.
-Por un lado, los carlistas defendían una monarquía tradicionalista, católica y defensora de
la conservación del sistema foral propio de las regiones del norte. Para ellos toda
modificación en la sociedad y economía española debía hacerse sin perjudicar los intereses
de los partidarios del viejo orden, tan trastocados por los cambios introducidos por los
liberales y absolutistas reformistas. Así, ante todo, los carlistas serán furibundos
antiliberales, y su base social estará compuesta por aquellos que se sintieron perjudicados
por las reformas liberales ensayadas en el Trienio y en los primeros años 30:
a) Los campesinos, especialmente los de las zonas forales, pues por un lado desconfiaban
de la reforma agraria de los liberales, que podían dejarles sin tierra que trabajar, y por
otro el liberalismo traía mayores impuestos para ellos y su pago al Estado y no a los
señores, por lo que no solo debía usarse la moneda para dicho pago, sino que era
imposible cualquier negociación o retraso en el mismo.
b) La alta nobleza apoyará en masa a la causa isabelina, mientras la Corte carlista se verá
repleta de mediana y pequeña nobleza. ¿Causas? La posible ley de desvinculación
podía favorecer la economía de las grandes fortunas nobiliarias, que podrían usar las
tierras desvinculadas para venderlas y sanear sus maltrechas haciendas, racionalizando
su patrimonio, mientras que para la pequeña y mediana nobleza la desvinculación podía
obligarle a vender las pocas posesiones que aun poseían y por lo tanto acabar con una
fuente de ingresos hasta entonces segura, arruinándolos definitivamente.
c) En las ciudades el apoyo al carlismo será menor, si bien a medida que la causa isabelina
se radicalice encontrará apoyos entre aquellos sectores más ligados al Antiguo Régimen
que empezaban a perder privilegios, como los gremios, que caminaban hacia su
extinción.
d) La Iglesia católica mantendrá una posición dispar en el conflicto: si bien apoyarán la
causa isabelina por orden del Vaticano en 1833, a medida que el liberalismo gane terreno
y se planteen medidas desamortizadoras las relaciones entre la Iglesia y la causa isabelina
se irán deteriorando, llegando Roma incluso a romper relaciones diplomáticas con
España en 1836, lo que de todas formas nunca se tradujo en un apoyo explícito del
Vaticano al carlismo. Sin embargo, la causa carlista siempre tuvo apoyos dentro de la
Iglesia, muy en especial en el clero regular y los párrocos locales, afectados por cualquier
tentativa de desamortización de tierras.
e) La oficialidad militar, por último, fue en masa fiel a la causa isabelina, si bien hubo
destacados militares que apoyaron al Carlos, destacando Tomás Zumalacárregui o el
conde de España, claves a la hora de convertir las partidas de irregulares en un verdadero
ejército regular carlista.

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Temario clase 10.

-Los presupuestos ideológicos isabelinos o cristinos eran aún más heterogéneos que los
carlistas. Contó con el apoyo de la alta nobleza, la mayor parte de la administración del
Estado, la jerarquía eclesiástica, el ejército y la mayoría de las clases medias y populares del
país, especialmente en el mundo urbano. En un principio la Regente buscó consolidar un
régimen de corte absolutista-reformista como el que heredaba del difundo Fernando VII,
pero ante el desarrollo de la guerra y la necesidad de aumentar sus apoyos sociales la Regente
se vio en la necesidad de incluir a los liberales moderados en el sistema. Finalmente, la grieta
liberal abierta y el desarrollo de la guerra será aprovechada por los liberales más radicales
para imponer muchas de sus tesis políticas.
1.2 Las fases del conflicto.
Si hablamos de las fases del conflicto armado debemos destacar:
- Los carlistas se levantan en octubre de 1833 pero inicialmente no pudieron contar con un
ejército regular como consecuencia de las medidas depuradoras en el ejército tomadas en el
último año de reinado de Fernando VII. Encontramos a esta norma una excepción: Navarra
y País Vasco, donde los fueros permitieron mantener las tropas de Voluntarios Realistas
que, separadas del mando militar, se adhirieron en masa a la causa carlista. Estas regiones
serán su base de operaciones. Además de Euskadi y Navarra, los carlistas tendrán apoyos
en el maestrazgo, el pirineo y las comarcas del bajo Ebro.
- Primera etapa (1834-1836): época de estabilización de los frentes y de importantes victorias
carlistas, aunque nunca lograron conquistar una ciudad importante. Zumalacárregui será el
general en jefe de los carlistas, logrando formar un ejército regular que pasó en 1834 a la
ofensiva en Euskadi, si bien fracasó en el asedio a Bilbao, en el que el general morirá,
dejando a los carlistas sin su mejor militar. Fuera de Euskadi y Navarra, en el Maestrazgo
y Pirineos, no existía un verdadero ejército regular y los carlistas actuaban a modo de
Partidas. Destacará en el Maestrazgo la figura de Cabrera, que logró crear en la zona un
verdadero ejército.
- Segunda etapa: 1836-1839: En 1836 el general Espartero levanta el sitio de Bilbao tras su
victoria en Luchana. El carlismo empieza a ser consciente de su incapacidad de ganar si no
aumentaban sus posesiones territoriales, y con ellas su número de adeptos y sus recursos
económicos, por lo que, aprovechando la crisis abierta en el bando isabelino tras la subida
al poder de los progresistas, realizan una serie de marchas por el país para ir ganando
territorio. La expedición real (1837) será la más importante de ellas, tratando Carlos de
llegar a Madrid desde Catalunya. Su fracaso y el estancamiento y agotamiento económico
del carlismo minó su moral y facilitó su escisión en dos corrientes: los transaccionistas,
liderados por el general Maroto, partidarios de un acuerdo con los liberales que acabara
dignamente con la guerra, y los apostólicos, defensores de continuar la guerra hasta la
victoria.
- Finalmente, en 1839, Maroto, a espaldas de Carlos, negocia la paz con los isabelinos. Es el
Convenio de Vergara entre Espartero y Maroto. En él se consigue el mantenimiento de los
fueros para Euskadi y Navarra, y la incorporación de la oficialidad carlista al ejército real y
el fin de las hostilidades. Carlos huye a Francia y la guerra acaba. Cabrera aun resistió en el
Maestrazgo un año más, pero finalmente será derrotado.

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2. La evolución política de España entre 1833 y 1840: de la guerra civil a la ruptura


liberal
2.1 Del inmovilismo al Estatuto Real: 1833-1834.
El 1 de octubre de 1833 la Reina Gobernadora nombra el primer gobierno tras la muerte del
monarca. Francisco Cea Bermúdez será su primer presidente. Político de la década
moderada, marcará una línea de continuidad con la política seguida por Fernando VII:
ilustrado y reformador, pretendía introducir en el régimen todas aquellas reformas
administrativas y económicas que pudieran ayudar a hacer viable el Estado, pero sin
introducir reformas de carácter político, tan ansiadas por los liberales, a los que de todas
formas se pretendía atraer de alguna manera, de ahí la concesión de una amplia amnistía,
permitiendo que los liberales más moderados regresen a España. Esta línea política, reflejada
en el Manifiesto del 4 de octubre de 1833, será la que inicialmente haga suya María Cristina,
aceptando los cambios administrativos y económicos necesarios, pero siempre bajo un único
principio político: “Monarquía pura y dura”.
El primer nombramiento de envergadura en esta línea fue el del antiguo afrancesado e
ilustrado Francisco Javier de Burgos como ministro de Fomento. Partidario de reformas
administrativas, suya será la división de España en provincias (1833), racionalizando la
administración y facilitando la centralización del Estado, medida a la que se une una nueva
regulación de los gremios que pierden buena parte de sus privilegios, facilitando la libertad
de comercio y de industria, buscando así atraerse a las clases medias.
Pero los deseos de María Cristina pronto se vieron desbordados por la realidad de un país en
guerra civil. La amenaza carlista cada vez era más seria, los ejércitos isabelinos no podían
frenar el avance del pretendiente en el norte y las partidas de irregulares carlistas hostigaban
a las principales ciudades del país, en las que empezaba a cundir el descontento con la
política absolutista de la Reina Gobernadora. Por ello cada vez eran mayores las voces en el
seno del absolutismo partidarias de cierta apertura política, pactando con los liberales más
moderados, a los que consideraban más honorables que los carlistas intransigentes. Esta línea
cada vez fue adquiriendo más consistencia entre sectores de las élites militares, políticas y
económicas. Se demandaba a la Regente que acelerara las reformas administrativas y
económicas orientadas hacia la formación del mercado nacional, y ensayara una reforma
política que, sin cuestionar los poderes de la Corona, introdujera cierta representatividad en
la forma de gobierno. Y en este sentido María Cristina empezó a escuchar muchos consejos,
a los que acabó cediendo.
La Reina gobernadora, consciente en 1834 de la necesidad de aumentar sus apoyos sociales
ante la mala marcha de la guerra y sensible a las presiones de Inglaterra y Francia, que
prometieron su ayuda financiera a cambio de una apertura política, aceptó la necesidad de
transformar el régimen político pactando con los liberales más moderados, lo que a su vez
facilitó que la alta nobleza española acatara la necesidad de transformar el absolutismo y se
sumara a la nueva política impulsada por la Regente. El primer paso de la nueva política será
el cese de Cea Bermúdez y el acceso a la jefatura del gobierno de un liberal moderado,
Francisco Martínez de la Rosa. Él será encargado de la realización de un nuevo régimen
político, en absoluto liberal, sino más bien “de tercera vía” entre el reaccionarismo carlista
y la propia ruptura liberal planteada por los liberales más progresistas. Se trataba de un
régimen de “Carta Otorgada” que reconocía cierto grado de representatividad política a las

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Temario clase 10.

clases medias ilustradas, pero siempre dentro de la defensa de una monarquía fuerte y con
grandes poderes: nace el Estatuto Real de 1834, proyecto político muy parecido al planteado
por José Bonaparte en Bayona 25 años atrás.
El Estatuto Real será, de entrada, una concesión del trono a modo de “Carta Otorgada” fruto
de la soberanía del monarca, en absoluto será un texto nacido fruto de la soberanía nacional.
Reconocerá dos cámaras: el estamento de Próceres, nutrido de forma ilimitada y vitalicia por
las dignidades de la nación, así como por todos aquellos nombrados para tal cámara por la
Corona, y el Estamento de Procuradores, elegido mediante sufragio censitario (no más de
16.000 personas en un país de 12 millones de habitantes) y que buscaba colmar las
aspiraciones de apertura política y participación institucional de los liberales más
moderados.
Las Cámaras no tenían capacidad legislativa (no podían elaborar leyes por su cuenta, sino
que tenían que contar con el monarca, que sí tenía capacidad legislativa), tenían un carácter
consultivo, deliberando en principio sobre aquellos asuntos que la Regente les propusiera. A
todo ello debemos unir que el monarca tenía veto absoluto sobre las leyes finalmente
aprobadas, así como la capacidad de convocar y disolver las Cortes libremente. El monarca
a su vez nombraba al presidente del Gobierno, que elegía a sus ministros, lo que nos da a
entender los escasos poderes de las Cortes del Estatuto Real.
2.2 El régimen del Estatuto Real: los moderados en el poder: 1834-1835.
Sin embargo, los moderados, verdaderos artífices del régimen del Estatuto Real, apenas
pudieron permanecer un año en el gobierno, siendo sustituidos en 1835 por los liberales
progresistas. ¿Por qué el régimen del Estatuto se vio tan rápidamente desbordado? Dos son
las respuestas a esa pregunta. Por un lado, hubo un hecho que alentó la extensión de las ideas
liberales progresistas en un régimen tan restrictivo como el del Estatuto: los debates
parlamentarios eran públicos, por lo que no se podía censurar su publicación en prensa. Los
progresistas, que a pesar del restringido régimen electoral conseguirán representación
parlamentaria, usarán sus turnos de palabra en las Cortes para proponer reformas que iban
más allá de aquello que el Estatuto concedía a nivel de derechos y libertades: derechos del
ciudadano, Milicia Nacional, libertad total de prensa o reunión de Cortes Constituyentes
como emanación de la soberanía nacional… Y la prensa, las tertulias políticas y los clubs se
encargarán de extender su ideario a las clases medias y populares, que demandarán cada vez
con más fuerza una mayor apertura liberal.
Por otro lado, los carlistas llevaban la iniciativa en la guerra y las noticias que llegaban de
los frentes no eran positivas, lo que alentaba el miedo ante el avance carlista y, con el miedo,
todo tipo de rumores sobre su actuación, cuya potencialidad política no debemos subestimar.
La potencialidad del rumor se puso de manifiesto en respuestas de violencia primaria como
la del verano de 1834 en Madrid con el asesinato de frailes, en un momento especialmente
conflictivo por la extensión de la epidemia de cólera, acusados sin pruebas del
envenenamiento de las fuentes públicas, en un momento en el que los reveses militares
isabelinos hacían temer un posible avance carlista hacia Madrid.
Con la opinión pública en contra, los progresistas presionando en las Cortes y el fracaso del
gobierno en la gestión del conflicto bélico, el gabinete Martínez de la Rosa fue decayendo a
lo largo de 1834. El divorcio entre el gobierno y la opinión liberal del país era cada vez
mayor. Por fin el 30 de mayo de 1835 Martínez de la Rosa dimite, siendo sustituido por el

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también moderado Toreno. El verano de 1835 fue sumamente crítico y decisivo en el camino
hacia la ruptura liberal. A las tensiones políticas se sumaron variables sociales y económicas
que aumentaron la tensión. Las malas cosechas y el rebrote de la epidemia de cólera crearon
un clima de absoluto pesimismo, incrementado por el desarrollo de la guerra. La revuelta
estallará en julio en Cádiz y se irá extendiendo por toda la Península. El movimiento popular
fue canalizado por Juntas locales y provinciales y por la Milicia Nacional, cuya formación
nos indica hasta qué punto había penetrado la ideología progresista en las capas populares
urbanas. Las propuestas de las Juntas no dejan de ser el eco de lo que los procuradores
progresistas habían ido solicitando en las Cortes y que conformarán el ideario del partido
progresista: libertad de prensa, Milicia Nacional, restablecimiento de las Diputaciones
provinciales, reunión de Cortes Constituyentes, desamortización eclesiástica, devolución de
los bienes desamortizados en el trienio a sus compradores, exclaustración del clero regular,
formación de un potente ejército para derrotar al carlismo… El 14 de septiembre de 1835
dimitió Toreno y a la Regente, nada partidaria de llamar a un progresista al gobierno, no le
quedó más remedio que mandar formar gobierno a uno: Juan Álvarez de Mendizábal. El
régimen del Estatuto Real entraba en su fase final.
2.3 El régimen del Estatuto Real: los progresistas en el poder: 1835-1836.
El programa político de Mendizábal asumía la mayor parte de los postulados defendidos por
las Juntas, que se fueron disolviendo paulatinamente, si bien bajo la promesa de restituir las
diputaciones provinciales, descentralizando así la administración. En términos políticos
Mendizábal no buscó derogar el Estatuto sino reformarlo para darle un mayor contenido
liberal: se aprobó el principio de la responsabilidad ministerial ante las Cortes (lo que daba
una mayor fuerza política a las Cortes al poder controlar la labor de los ministros); una
declaración de derechos del ciudadano y una ampliación del sufragio. Otra de sus promesas,
el sostenimiento de la guerra, contó con tres fuentes principales de ingresos: la contratación
de empréstitos en el extranjero (a pesar de que Mendizábal prometió que no acudiría a ellos),
una mayor presión fiscal y a desamortización del clero regular, que analizaremos más
adelante. A su vez Mendizábal inició el definitivo desmantelamiento del Antiguo Régimen:
se suprimió la inquisición y las pruebas de nobleza para acceder a cargos científicos y
militares entre otras medidas.
No es de extrañar, por tanto, que las políticas progresistas de Mendizábal fueran mal vistas
por la Regente y por los moderados, que rápidamente conspiraron para deshacerse de él y
nombrar un nuevo gobierno moderado. A su vez, los carlistas tratan de aprovechar las
tensiones en el bando isabelino y la radicalización política del mismo para negociar una
salida del conflicto pactada con la Regente, lo que alarma a los sectores liberales
progresistas. En mayo de 1836 Mendizábal dimite y la reina llama al moderado Istúriz al
gobierno en contra de la opinión de la mayoría progresista de las Cortes, que serán disueltas
por la Regente ante su negativa de aceptar al nuevo gobierno moderado. Esto provocará la
definitiva crisis del régimen del Estatuto Real y abrirá el camino a la ruptura liberal.
2.4. La ruptura liberal: 1836-1840.
La disolución de las Cortes y el triunfo de los moderados en las nuevas elecciones será visto
por los progresistas como un intento de mantener el régimen del Estatuto Real frente a sus
deseos de avanzar hacia un verdadero régimen liberal. Si a esto le unimos la mala marcha de
la guerra, las malas cosechas de ese año, un nuevo brote de cólera y una nueva oleada de

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protestas anticlericales, podemos entender los levantamientos progresistas de julio y agosto


de 1836 y la formación de Juntas, en este caso con un importante apoyo militar en el que
empezará a sonar con fuerza un nombre: Baldomero Espartero. En este contexto adquiere su
verdadero significado la actitud de los sargentos de La Granja, que obligaron a la Reina
Gobernadora a jurar la Constitución de 1812 en agosto. Poco después el progresista José
María de Calatrava era llamado a formar gobierno, llevándose con él a Mendizábal como
ministro de Hacienda. La ruptura liberal estaba consumada, la vuelta de la Constitución de
1812 dio pie a la recuperación de toda la legislación liberal emanada de ella hasta 1823. El
Antiguo Régimen será desmantelado de manera definitiva.
Calatrava estará en el poder apenas un año, de agosto de 1836 a agosto de 1837, pero en ese
tiempo el nuevo gobierno progresista acabó, al fin, con las viejas instituciones del Antiguo
Régimen que aún quedaban en España implantando un sistema económico y otro político
plenamente liberales, en muchos casos gracias a la aplicación de la legislación liberal del
Trienio.
En el plano económico, lo primero será consagrar los principios liberales de propiedad
privada libre y circulante, acabando con las instituciones agrarias propias del Antiguo
Régimen: será la llamada reforma agraria liberal, que constará de los siguientes puntos:
- La disolución del régimen señorial: la Constitución de 1812 había abolido los señoríos
jurisdiccionales y los privilegios y prestaciones nacidos de la jurisdicción señorial, si bien
no quedaba claro qué pasaría con la propiedad de la tierra. En los años 30 la interpretación
sobre qué es un señorío jurisdiccional y otro territorial se hizo siempre a favor de la nobleza,
pues la diferenciación entre ambos se dejaba en manos de la justicia, que aceptó como títulos
de propiedad prácticamente todos los documentos que la nobleza le entregó, convirtiendo
dichas posesiones jurisdiccionales en privadas, perjudicando a campesinos y municipios,
especialmente en el sur, donde la nobleza tenía más propiedades, que vieron como
numerosas tierras, antes trabajadas por ellos, pasaban a manos señoriales.
- La desvinculación: se trataba de convertir una propiedad inalienable e indivisible, salvo
permiso del rey, en propiedad plena y circulante, es decir, que se pudiera comprar y vender
libremente. El mayorazgo había permitido perpetuar el patrimonio de la nobleza en sus
propias manos: por él se trasmitían las propiedades bajo la herencia del primogénito varón.
En contra de lo que se pueda pensar, la mayoría de la nobleza de sangre recibió con alivio
la desvinculación, pues les permitió sanear y restructurar sus patrimonios en un periodo de
crisis económica para la clase aristocrática. Son los títulos medios y pequeños los que
sufrirán en sus carnes la medida.
- La desamortización: su inicio fue anterior al gobierno Calatrava: en 1835 Mendizábal
recuperó la Ley de Regulares de 1820, ampliándola poco después al ordenar la disolución
de todas las órdenes religiosas de España excepto las dedicadas a la enseñanza, beneficencia
y las misiones filipinas. Poco después, y una vez vaciados los conventos, se ordenó la
nacionalización de los bienes del clero regular (1836), que pasarían a ser propiedad del
Estado, que se encargaría de su futura subasta pública. Las tierras podrían adquirirse en
metálico o mediante la entrega de vales de deuda pública, mecanismo este último muy
ventajoso para los compradores, pues ante la notable devaluación de la deuda pública
española podían adquirir propiedades a precios muchísimo más bajos. Mendizábal buscaba
con esta medida reducir la deuda pública española, lograr financiación para finalizar la

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guerra y, en último término, crear una nueva capa de propietarios terratenientes que
debieran sus posesiones al nuevo Estado liberal y que por lo tanto le guardaran absoluta
fidelidad.
- Por último se inicia la desamortización de censos (las tierras en régimen de enfiteusis con
doble propiedad entre el señor y el campesino), que se solucionará definitivamente en 1855
con la desamortización de Madoz, que dio a los campesinos la capacidad de redimir el censo
enfitéutico (comprar la parte de la propiedad que ostentaba el señor a un precio
razonablemente bajo) y les permitió quedarse con la propiedad plena de la tierra, creando
en ciertas regiones de España, especialmente en el norte, toda una red de pequeños
propietarios.
Otro pilar de la organización socioeconómica del Estado liberal estaba cimentado por un
conjunto de medidas encaminadas al libre funcionamiento del mercado. Disposiciones sobre
la libertad de explotación de la propiedad agraria, (fin de la Mesta), libertad de comercio,
del ejercicio de la industria, (fin de los gremios); libertad de arrendamientos agrarios,
precios, almacenamiento y comercio interior de granos, así como el fin de las aduanas
interiores y del diezmo eclesiástico, articulando el mercado nacional.
El otro gran logro del gobierno Calatrava fue la convocatoria de elecciones a Cortes
Constituyentes y la elaboración de la Constitución de 1837. Elaborada para encontrar un
camino intermedio entre la Constitución de Cádiz y el Estatuto Real, fue un producto de
naturaleza progresista, pero, en plena guerra civil, nació con una vocación integradora de las
familias liberales, aceptando la necesidad de incluir elevadas dosis de participación de la
Corona en el proceso político; de ahí que la invocación a la soberanía nacional solo
apareciera en el preámbulo y no a lo largo del articulado. Establece, pues, de facto, un
régimen de soberanía compartida Rey-Cortes. La potestad de hacer las leyes residía en el
Rey con las Cortes, el monarca poseía un veto absoluto sobre las leyes; al monarca
correspondía la convocatoria, suspensión y disolución de las Cortes y podía nombrar y
separar libremente a sus ministros sin necesidad de que el gobierno necesitara mayoría en
Cortes para poder ser ratificado. Esta fórmula, que podía ser meramente protocolaria, se
convirtió en España en decisiva, pues será la que tanto María Cristina, como Espartero y
después Isabel II utilizarán para mantener en el poder a sus favoritos obviando a las mismas
Cortes. A su vez se establece el modelo de Cortes bicameral, siendo el Congreso elegido
mediante sufragio censitario directo y el Senado nombrado por el Rey a propuesta de los
electores que en cada provincia eligen a los diputados al Congreso, sistema que entremezcla
el nombramiento y la elección y que se aleja del Senado nobiliario de elección enteramente
real propio de la Constitución de 1845.
Los derechos individuales se encuentran recogidos en la Constitución, si bien serán futuras
leyes orgánicas las que regularán dichos derechos, al igual que la Ley Electoral o la Ley de
Ayuntamientos, no recogidas en la Constitución, hecho que después aprovecharán los
moderados para tratar de reinterpretar dicha Constitución bajo signo moderado. La
Constitución fue aprobada en junio de 1837; dos meses después Calatrava abandonaba el
gobierno. La mala situación de la hacienda pública, la hostilidad de la Regente hacia el
partido progresista y la Expedición Real iniciada por los carlistas, que amenazaban con tomar
Madrid y negociar con la Regente el final del conflicto aprovechando el descontento de la
misma ante la radicalización de la revolución liberal, facilitaron la caída de Calatrava. Las

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elecciones convocadas en 1837 son ganadas por los moderados, que permanecerán en el
poder hasta 1840, periodo durante el cual un general progresista, Baldomero Espartero, pone
fin a la guerra carlista con la firma del Convenio de Vergara (1839).
Los moderados, una vez en el poder, tratarán de reinterpretar bajo signo moderado y de
forma restrictiva aquellas zonas ambiguas y oscuras del texto constitucional de 1837.
Surgieron proyectos que buscaban la restricción del cuerpo electoral y de la libertad de
imprenta, la supresión de la Milicia Nacional y, sobre todo, un mayor control de los poderes
locales, lo que los llevó en 1840 a un nuevo choque con los progresistas.
3. La regencia de Espartero: 1840-1843.
La fuerza de los progresistas a nivel municipal llevó a los moderados a plantearse la
necesidad de reformar la Ley de Ayuntamientos para asegurarse su control y frenar los
ímpetus revolucionarios progresistas. Así, frente a la ley vigente, que aseguraba la elección
directa de los alcaldes por los ciudadanos del municipio mediante un sufragio prácticamente
universal masculino, los moderados plantearon una ley mediante la cual los alcaldes de las
capitales de provincia y cabezas de comarca serán nombrados por la Corona y dependerán
del Gobernador Civil de la provincia (que era el representante del gobierno en la misma),
acabando de un plumazo con el poder progresista en los municipios. Los progresistas,
alarmados ante esta ley, exigieron a la Regente que no la sancionara, si bien María Cristina,
favorable a la propuesta moderada, la sancionó en 1840, lo que impulsó un nuevo
movimiento insurreccional con la consiguiente formación de Juntas revolucionarias en las
principales ciudades de España. Ante la imposibilidad de frenar la revolución, la Regente
pidió ayuda al general Espartero, cuya aureola de salvador del régimen liberal frente a la
amenaza carlista lo convierte en el único capaz de frenar la oleada revolucionaria. Las
peticiones de Espartero a la Regente, que pasaban por anular la Ley de Ayuntamientos y
establecer una corregencia entre ambos, no son asumidas por María Cristina, que dimite de
su cargo ante la falta de apoyos y se expatría a París. Las Cortes nombran a Espartero nuevo
regente: comienza la regencia de Espartero.
Espartero disolvió las Juntas revolucionarias y convocó nuevas elecciones que dieron el
triunfo a los progresistas, frenó el intento moderado por redefinir la constitución de 1837,
anuló la nueva Ley de Ayuntamientos, restableció la libertad de imprenta, la Milicia
Nacional y la legislación electoral progresista, devolviendo al régimen su inspiración
progresista. Sin embargo, durante su regencia gobernará con un claro autoritarismo, sin más
colaboradores que la camarilla de militares que le eran afines, conocidos como los
ayacuchos, y sorteando a las Cortes, que disolvía ante el menor síntoma de insubordinación
a su política, obviando su papel de mero moderador en las disputas políticas, al igual que
había hecho anteriormente María Cristina. Estas actuaciones le llevarán incluso a granjearse
la animadversión de la mayor parte de un partido progresista que se dividirá tres tendencias:
los ministeriales o ayacuchos, partidarios de Espartero, los progresistas puros liderados por
Salustiano de Olózaga y los progresistas legales, liderados por Cortina, ambos contrarios al
regente. A su vez, progresivamente, Espartero irá perdiendo la popularidad que su papel en
el fin de la guerra carlista le había granjeado.
Será 1842 el año que marque el principio del fin de su regencia. Ese año, en Barcelona,
ciudad en vías de industrialización en la que ya existía un germen del futuro movimiento
obrero, llegó el rumor de que el Regente iba a firmar un acuerdo comercial librecambista

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con Inglaterra que lesionaba los intereses del textil catalán. La noticia fue vista como una
agresión a la industria catalana y provocó la unión temporal de patronos y obreros contra el
gobierno. La respuesta de Espartero fue durísima: el bombardeo de Barcelona desde
Montjuic una vez obtenido el voto de confianza de las Cortes. Método castrense de
resolución de conflictos que acabó con su prestigio personal.
A lo largo del primer semestre de 1843 la conspiración es la norma en España; el objetivo
era claro: derribar a un Espartero aislado que veía como incluso la mayoría del partido
progresista repudiaba su política. La insurrección final tendrá un doble componente civil y
militar. Del primero dará cuenta la proliferación de Juntas desde julio de 1843 y el
protagonismo de la Milicia Nacional en la caída de Espartero, lo que nos indica el grado de
apoyo de los propios progresistas a la conspiración. El segundo se mostrará por la vía del
pronunciamiento: O’Donell, Serrano, Prim y sobre todo Narváez liderarán estas intentonas,
que tendrán éxito final cuando el 23 de julio de 1843 las tropas de Narváez derroten a las
gubernamentales en Torrejón de Ardoz. Espartero se verá obligado a marchar al exilio.
Comienza una nueva etapa en España, la década moderada.
4. La década moderada: 1844-1854. La consolidación del Estado liberal bajo la
hegemonía moderada: exclusión política y exclusivismo moderado.
Los moderados habían aprendido del error de asociar su ideario a la política del Regente de
turno, por eso evitaron repetir dicho error con una hipotética regencia de Narváez e
insistieron en la mayoría de edad de la reina Isabel, de solo 13 años de edad, con el objetivo
de que la jefatura del Estado quedara normalizada en la legítima e incuestionable figura de
la Reina. Sin embargo, joven y profundamente inexperta, los moderados no renunciaron a
ejercer una notable influencia sobre ella, mediatizando su política, lo que años más tarde
arrastraría a la Reina al exilio, siguiendo el camino que anteriormente recorrieron María
Cristina y Espartero.
Durante la década moderada asistiremos al proceso de conformación definitiva del Estado
liberal español. Muchas medidas serán las que tomen en este espacio de tiempo: la
rehabilitación de la ley de Ayuntamientos, la supresión de la Milicia Nacional, la limitación
de la Ley de Imprenta, la creación de la Guardia Civil, la firma de un concordato con la Santa
Sede, la reforma de la hacienda, la reforma de la administración… Pero en primer lugar
destacará la creación de todo un sistema político liberal recortado, excluyente y elitista en el
que el mantenimiento del orden público y la preeminencia moderada en el poder primarán
sobre las libertades individuales y la alternancia bipartidista en el gobierno con la Corona
como poder moderador.
4.1 Las bases del nuevo régimen: la Constitución de 1845.
La clave de bóveda sobre la que descansará el nuevo régimen político moderado será la
Constitución de 1845. Representa un proyecto de Estado de corte elitista basado en el pacto
entre Corona, representada por el ejecutivo, y las Cortes. Las diferencias con respecto a la
Constitución de 1837 son más profundas de lo que en una primera lectura de ambas podemos
apreciar. En primer lugar, desaparece cualquier mención a la soberanía nacional, dejando
claro que el nuevo régimen político consagrará el principio de soberanía compartida. La
potestad de hacer las leyes reside en las Cortes con el Rey; el capítulo de las libertades solo
sufre una modificación con respecto a 1837 que tendrá que ver con la libertad de prensa: en
1837 la calificación de los delitos de imprenta correspondía exclusivamente a los jurados,

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Temario clase 10.

por lo que el ejecutivo no podía intervenir, ahora ese párrafo se elimina de la nueva
Constitución, lo que facilitará que la censura de prensa sea directamente controlada por el
ejecutivo, facilitando así una mayor censura. En materia religiosa se establece una figura
próxima a la plena confesionalidad del Estado y se asegura que el Estado mantendrá
económicamente el culto católico y a sus ministros, mientras que en 1837 solo reconocía la
religión católica como la propia de los españoles. A su vez, mientras que el Senado era
semielectivo en 1837, en 1845 es enteramente producto del nombramiento real y además
con un marcado carácter nobiliario, por no decir que el número de senadores era ilimitado y
el cargo vitalicio. El Congreso será elegido mediante sufragio censitario, siendo la ley
electoral moderada mucho más restrictiva que la progresista de 1837.
El Rey adquiere una dosis de poder mayor que en 1837. Por un lado, es fuente de soberanía,
posee iniciativa legislativa, tiene derecho de veto absoluto sobre las leyes del Parlamento y
la capacidad exclusiva de disolver las Cortes libremente, así como de nombrar y separar
ministros independientemente de la mayoría en Cortes, lo que le da un notable poder y al
ejecutivo mucho más peso político que a las Cortes. El espíritu de este artículo, que en teoría
podía hacer del Rey un moderador de la situación política del país, quedará mediatizado por
el juego de influencias políticas de las camarillas palatinas como veremos, por lo que el
sistema político moderado quedará rápidamente viciado.
4.2 Las bases del nuevo régimen: la mediatización del Parlamento y el papel de la Corona.
El asunto central del sistema político moderado reside en la función reservada a la Corona,
a las Cortes y al Gobierno y a la interacción entre estas esferas de poder.
Si en un régimen de monarquía parlamentaria el monarca aparece como una institución
neutral, en una monarquía constitucional el rey actúa en principio como poder moderador
con tres prerrogativas básicas: nombrar y separar libremente a los ministros, facultad de
disolver las Cortes y veto absoluto e ilimitado sobre las leyes. Los amplios poderes otorgados
al monarca, fruto de la lógica de la soberanía compartida, no tienen por qué ser usados por
la Corona para mediatizar la política del país, pues el papel que en teoría se le atribuye no es
el de gobernante de la nación, sino el de un moderador autorizado y legitimado que medie y
resuelva los conflictos que puedan surgir entre el ejecutivo y el legislativo en un periodo en
el que los partidos políticos no eran homogéneos y por tanto las posiciones políticas podían
variar rápidamente, de ahí que se le reconozcan amplios poderes en ambas esferas que le den
autoridad sobre ellas. Este sistema político del liberalismo doctrinario, muy común en la
mayoría de países europeos del periodo, ha sido denominado como el de la doble confianza.
Los gobiernos eran nombrados por el Rey, luego poseían la confianza regia; posteriormente
debían superar un voto de confianza en las Cortes, lo que otorgaba al gobierno la confianza
de Parlamento.
Sin embargo, el sistema de la doble confianza otorgaba a la Corona un protagonismo político
que, dependiendo del uso que hiciera de sus prerrogativas constitucionales, le podía llevar
más lejos de su función moderadora. Las dos regencias anteriores utilizaron los amplios
poderes de la Corona para mediatizar la marcha política del país; durante la década moderada
se utilizará la misma práctica con más descaro. Isabel II, joven, inexperta y fácilmente
influenciable, jugó un papel político decisivo que alteró la vida parlamentaria y tendió a
vaciar de sustancia los contenidos constitucionales de las Cortes, convirtiéndose la Corona
en el factor decisivo de los cambios políticos por encima del Parlamento. Lo importante era

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conseguir la confianza regia, después el falseamiento electoral se encargaba del resto de la


trama. Partiendo de la capacidad regia ilimitada para disolver las Cortes, una crisis de
gobierno, un conflicto entre Gobierno y Parlamento o entre el Gobierno y la Corona se
resolvía con el nombramiento de un nuevo Gobierno, independientemente de que éste gozara
o no de mayoría parlamentaria. En el caso de que el nuevo gobierno no contara con una
mayoría afín en las Cortes, la Reina le concedía el decreto de disolución de las mismas y la
convocatoria de nuevas elecciones. El nuevo Jefe de Gobierno beneficiado con el
nombramiento real convocaba elecciones e intentaba fabricar unas Cortes a su medida. Era
este un proceso podía repetirse de forma continuada tantas veces como fuera necesario. El
hecho de que los partidos estuvieran fragmentados por personalismos, la notable corrupción
electoral y el peso de la influencia de la camarilla regia contribuyó a provocar que los
políticos buscaran en la confianza de la Corona más que en la confianza parlamentaria el
mecanismo para acceder al gobierno.
Por tanto, la pérdida de la confianza regia significaba inmediatamente la dimisión del
gobierno, aunque tuviera la confianza parlamentaria, cosa que no sucedería en caso
contrario, pues si el gobierno perdía la confianza parlamentaria, pero mantenía la regia, la
Corona le otorgaba el decreto de disolución de las Cortes solucionando así el problema. La
inclinación de la joven reina y su camarilla, especialmente su madre, por el partido moderado
y la certeza de los moderados de controlar el poder gracias a su influencia sobre la reina
completaron la lógica política de la década moderada. Se rompe así el frágil equilibrio
Corona-Cortes en el que se basa el sistema de la doble confianza, prevaleciendo el criterio
político de la Corona. A ello es preciso sumar la práctica de la exclusión llevada a cabo por
los moderados, que habían aprovechado al máximo un sistema político entendido como una
especie de coto cerrado que excluía a los progresistas y encenagaba la alternancia en el
gobierno. La marginación de los progresistas se tradujo en su retraimiento electoral como
una forma de protesta contra el fraude electoral y en la adopción de un modelo insurreccional
de cambio político en su doble vertiente civil (Juntas) y militar (Pronunciamientos).
En conclusión debemos afirmar que el problema político no residió en ningún momento en
los textos constitucionales basados en el liberalismo doctrinario, pues la Constitución
española de 1845 apenas difiere de otras muchas europeas del mismo periodo, sino en la
práctica política que se hizo de la misma por parte de los moderados en el poder y de la
propia Corona, basada la exclusión política de los progresistas y en la mediatización de un
Parlamento que en la práctica apenas contaba con capacidad de influencia sobre el gobierno
de la nación. El moderantismo fue hegemónico en la época porque se identificó y confundió
con un régimen que, de hecho, era su producto. Cuando la sociedad española se empiece a
mover más deprisa y plantee un conjunto de demandas a las que el régimen restringido
moderado no pueda dar respuesta, régimen, partido y, por tanto, sistema, acabarán
bloqueándose sin remedio.
4.3 La configuración e institucionalización del régimen moderado. Principales medidas.
El moderantismo será, básicamente, una forma de entender la construcción del Estado liberal
y el funcionamiento social y económico en que debía sustentarse. La idea clave será la
conjunción de libertad más orden tan característica del pensamiento moderado: frente al
concepto de soberanía nacional, la radicalidad del movimiento juntero, los presupuestos
descentralizadores de corte casi federal implícitos en la idea de autonomía municipal o la

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radical política de desarmonización y disolución del régimen señorial propuesta por los
progresistas, los moderados defenderán la soberanía compartida, el fin del proceso
revolucionario y por tanto de la necesidad de nuevos movimientos junteros, la centralización
política y administrativa, la sustitución de la Milicia Nacional por un cuerpo de seguridad
controlado por el gobierno y no por los ayuntamientos y el rechazo a la desamortización y
la abolición del régimen señorial tal y como se había hecho buscando un acercamiento a la
Iglesia y a las élites del Antiguo Régimen. Se buscaba clausurar un proceso revolucionario
al que se temía casi tanto como al reaccionarismo carlista. Sobre estas bases edificarán los
moderados el régimen liberal español. Sus principales medidas serán:
- La Ley de Administración Local (Ley de Ayuntamientos) recogerá los principios de la de
1840 y acaba con la democratización de la vida política local. El aspecto más importante de
la ley era que el monarca será el encargado de nombrar a los alcaldes de las capitales de
provincia y ciudades cabeza de partido, así como de las localidades de más de 2.000
habitantes. En el resto de localidades el alcalde será nombrado por el Gobernador Civil
(nombrado a su vez por el gobierno), del que dependerán. La intervención gubernamental
en la vida municipal aseguraba el control político de los municipios en detrimento de los
progresistas, con mayor capacidad de respuesta en las clases populares urbanas.
- Unificación de códigos legislativos que pusieran fin a la dispersión legislativa del Antiguo
Régimen. Se aprobó el Código Penal (1848) y se elaboró un proyecto de Código Civil que
recopilaba y racionalizaba el conjunto de leyes anteriores, si bien no se aprobó como tal
hasta 1888.
- Se aprobará una reforma tributaria, que vendrá de la mano del ministro Alejandro Mon. Su
reforma fiscal se articulaba sobre la base de dos tipos de impuestos: directos e indirectos.
Los primeros se basaban en dos categorías, los impuestos sobre la contribución territorial
(los bienes en tierras y casas que poseía cada individuo) y los impuestos sobre el comercio
y la industria (pago por el ejercicio de una profesión y por los ingresos obtenidos por la
misma), siendo ambos la base del nuevo sistema impositivo. Los indirectos afectaban a la
circulación y consumo de bienes. Los impuestos indirectos, conocidos por los ciudadanos
como “los consumos”, serán profundamente impopulares por ser un impuesto regresivo que
gravaba especialmente a las clases trabajadoras. Progresistas y demócratas harán bandera
de la abolición de tal impuesto.
- En la instrucción pública los moderados continuaron con la trayectoria anterior de la
revolución liberal que otorgaba a la enseñanza carácter de asunto público y de la que debía
ocuparse el Estado. El plan Pidal, que finalmente derivaría en la Ley Moyano (ya en 1857),
primera ley de enseñanza de España, organizaba los distintos escalones de la enseñanza con
sus respectivos planes de estudio.
- El orden público: la Guardia Civil. En el contexto de la idea genérica de la prevalencia del
orden sobre libertad y centralización política sobre autonomía municipal, el régimen
moderado buscó en todo momento acabar con la Milicia Nacional como institución de
mantenimiento del orden y defensa de la revolución. Con ese objetivo nacerá en 1844 la
Guardia Civil: dependiente del control gubernamental; su carácter de cuerpo armado de
ámbito nacional, militarizado, centralizado, jerarquizado, reglamentado, profesional e
instruido, le diferenciaba notablemente de la antigua Milicia Nacional, formada por
voluntarios y controlada por los poderes municipales, sin necesidad de obediencia estatal.

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Su objetivo no será la defensa de las libertades individuales propias de un régimen liberal,


sino la defensa del orden público y la propiedad. La Guardia Civil era producto de la defensa
del orden una vez clausurada por el moderantismo la revolución.
- Los moderados contemplaron como uno de sus objetivos prioritarios la normalización de
las relaciones con la Iglesia. El proceso fue lento y complicado, y finalizaría en 1851 con la
firma del Concordato con la Santa Sede. Tras unas duras negociaciones que duraron 8 años,
finalmente se paralizó la venta de bienes del clero, se reconoció el derecho de la Iglesia a
poseer propiedades y el Vaticano reconoció como legales las desamortizaciones ya
realizadas en años anteriores. En compensación por tales desamortizaciones, el gobierno se
comprometía al sostenimiento económico de la Iglesia, se reconocía a España como nación
exclusivamente católica y se acepta que la jerarquía católica ejerza influencia directa en el
basamento moral de la población española a través del control de ciertos contenidos del
sistema educativo. Con el Concordato, Isabel II gana un fiel aliado: la jerarquía católica,
pues en 1836 las relaciones Estado-Vaticano se rompieron como consecuencia de la
desamortización.
- Se abordó la reforma de la Administración pública, creando una Ley de Funcionarios que
regulaba el acceso al funcionariado. A su vez se reforzó el papel de los Gobiernos Civiles
y Militares, así como de las Diputaciones provinciales en un sentido centralizador,
reforzando el poder del gobierno en las provincias.
5. La crisis del moderantismo. 1853-1854.
Podría resultar difícil entender los motivos por los que un régimen como el moderado, que
había logrado controlar todos los aspectos de la vida política del país gracias al favor real y
a la influencia de las camarillas palaciegas, pudo entrar en crisis a la altura de 1853. Varios
motivos nos explicarán dicha crisis:
- Por un lado, la propia división del moderantismo en varias tendencias. Al igual que sucedió
con los progresistas durante la regencia de Espartero, no todos los moderados aceptaron de
igual modo el juego político excluyente de la década, dividiéndose el partido en tres
tendencias: a la “derecha” la facción más conservadora, encabezada por el marqués de
Viluma, partidaria de recortar aún más las libertades y de avanzar hacia un régimen de Carta
Otorgada. Defendían una conciliación con los carlistas a partir del matrimonio de la reina
con el hijo de D. Carlos. En el “centro” estará la mayor parte del partido moderado, eje
central de la política de la década y representantes en sentido estricto de la versión
ideológica más depurada, aceptada y universal del moderantismo, partidarios de una versión
restringida del liberalismo que les asegurara el poder. Narváez, Mon o Martínez de la Rosa
serán sus principales líderes. En el ala “izquierda” del moderantismo encontramos a los
reformistas o puritanos, la facción más liberal del partido en principios y estrategias.
Partidarios de una lectura liberal y abierta de la Constitución de 1845, insistieron en la
necesidad de legitimar el régimen mediante la integración en el juego político de los
progresistas, si bien siempre desde la base del orden sobre la libertad. Su oposición a las
prácticas arbitrarias que desvirtuaban el régimen moldeó su discurso de “legalidad” es decir,
mantenimiento de la “pureza” de las leyes frente a la mediatización de las libertades, el
falseamiento electoral o la exclusión progresista: Istúriz, Cánovas del Castillo, O’Donell o
Serrano serán los baluartes de esta postura.

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- La división del moderantismo no afectó a la marcha del régimen mientras la facción central
del partido pudo controlarlo. Sin embargo, el mismo sistema que permitió la permanencia
ininterrumpida de los moderados en el poder acabó facilitando su desgaste. La influencia
constante de las camarillas palaciegas en la política provocó constantes cambios de
gobierno, lo que ayudó a que la fractura entre las distintas familias políticas moderadas se
agrandara. La Reina, influenciada por su madre, tendía en cuanto tenía ocasión a apoyar al
ala derecha del partido, que accedió al poder en 1851 de la mano de Bravo Murillo, quien
planteó una reforma constitucional que convertía al régimen liberal en una dictadura
tecnocrática, con un menor peso de las Cortes y con un sufragio aún más restringido. Si
bien su reforma fracasó ante la negativa a apoyarla del resto del moderantismo, los
constantes cambios de gobierno por parte de la Isabel II y su apego al ala derecha de los
moderados ayudarán a desestabilizar al partido y facilitarán el definitivo desapego de los
puritanos a un sistema político corrupto y cada vez más autoritario.
- Desde 1853 la atomización y el choque de intereses entre las familias políticas moderadas
se traducen en una inestabilidad gubernamental que, mezclada con asuntos de corrupción
administrativa con rango de escándalo político, van creando un contexto de crisis que
desembocó en la revolución de 1854. Sin Narváez controlando el partido, con los puritanos
a la ofensiva, sin poder crear mayorías parlamentarias estables y con la participación de
Palacio en política aún más directa, el clima de deterioro se acentuó. La crisis del partido
era la del régimen con el que se había identificado, por lo que las alternativas pasaban por
acabar con el mismo: desde fuera por los progresistas y desde dentro por un sector que
partiendo de la estrategia puritana planteaba una apertura liberal.
6. La triple revolución de 1854. El fin de la década moderada.
Ante este panorama la revolución estallaría en junio de 1854, un estallido cuya virulencia no
entenderíamos sin hablar de la eclosión de una tercera corriente ideológica de envergadura:
los demócratas. Escisión del progresismo y partidarios de la soberanía popular (que plantea
que el objeto de la soberanía de un Estado no es el rey ni la nación, sino los ciudadanos), del
sufragio universal masculino, el unicameralismo, la ampliación de las libertades y derechos
no solo individuales sino colectivos o la libertad de culto. Defenderán también postulados
cercanos al socialismo utópico, siendo el germen del movimiento obrero futuro. El
desprestigio de Isabel II y sus gobiernos, así como su autoritarismo y apego a los moderados
llevarán al movimiento demócrata, de gran influencia sobre las clases populares,
progresivamente hacia el republicanismo.
El inicio de la secuencia revolucionaria vendrá de la mano de los moderados puritanos:
hablamos del pronunciamiento del general moderado O’Donell el 30 de junio en los campos
de Vicálvaro, “la vicalvarada”, cuyo objetivo no era otro que la apertura del régimen a los
progresistas, el fin del exclusivismo moderado y del papel de la Corona y la camarilla
palaciega en política y, en fin, una lectura verdaderamente liberal de la Constitución de 1845.
Sin embargo, el pronunciamiento de O’Donell no logró el éxito esperado y no tuvo la fuerza
suficiente para torcer la voluntad de la Corona. En esta coyuntura se produjo un cambio
cualitativo que transformó radicalmente “la vicalvarada” y sus objetivos políticos.
Conscientes los militares sublevados de la necesidad de atraerse a los progresistas para
triunfar, hicieron un llamamiento a la participación civil, ampliando las demandas iniciales
para incluir planteamientos invocados por progresistas y demócratas. Esta actitud se tradujo

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en el “Manifiesto del Manzanares”: redactado por un joven Antonio Cánovas del Castillo,
establecía como objetivo no solo el cambio de gobierno, sino la conservación del trono sin
las camarillas que lo desvirtuaban, una lectura liberal de las leyes, la rebaja de impuestos
(sobre todo de los impopulares consumos), la remodelación de la Ley Electoral y de la Ley
de Imprenta, la descentralización de poderes locales y la institucionalización de la Milicia
Nacional, al tiempo que significaba un llamamiento a la formación de Juntas, demandas
todas ellas progresistas. Se iniciaba la segunda revolución: la progresista.
La sublevación cobró entonces impulso gracias a la proliferación de pronunciamientos y
Juntas a lo largo de la geografía española. Sin embargo, el papel de las juntas y sus exigencias
pronto empezaron a desbordar a los propios progresistas. Estallaba la tercera revolución, la
demócrata, con su expresión en las barricadas. La revolución popular desborda las
expectativas de puritanos y progresistas tanto por sus demandas de soberanía popular como
por su extremada violencia contra los prohombres del régimen moderado, que los llevó
incluso a asaltar el Palacio de las Rejas, residencia de María Cristina.
Ante el cariz de los acontecimientos, puritanos, progresistas y algunos demócratas crearon
la Junta de Salvación para intentar encauzar la revolución. La solución que la Junta brinda
a Palacio será el nombramiento de un gobierno dirigido por Espartero. La Corona, en actitud
posibilista ante el desborde de la situación, acepta, pues no le quedaba otra: o Espartero o la
radicalización de las barricadas. El 19 de julio Espartero era llamado a formar gobierno: la
Junta mientras se dedica a invocar en la ciudadanía la imagen mítica del Espartero caudillo
de los progresistas y las clases populares, vencedor en la guerra contra el carlismo y defensor
de los derechos de las clases populares, llamando así a un cese de las hostilidades en las
barricadas.
Cronológicamente se pasó del pronunciamiento militar moderado a la colaboración civil
progresista con la aparición de Juntas y de ahí a las barricadas demócratas. Esta trilogía
revolucionaria se resolverá con el inicio del Bienio progresista, cuyos límites ideológicos
eran aun aceptados por buena parte de la clase política española, temerosa de los demócratas.
De momento la corona sale ilesa del envite, pero avisada. No tendrá una nueva oportunidad
ante otro estallido revolucionario.
7. El bienio progresista: 1854-1856
Espartero contó con el apoyo de O’Donell, que fue nombrado ministro de la Guerra en un
ejecutivo cuya primera misión fue convocar elecciones a Cortes según la legislación de 1837,
que ampliaba el censo electoral. El resultado de dichas elecciones fue una victoria de la
coalición de gobierno formada por Progresistas y la Unión Liberal, el partido creado por
O’Donell y formado por antiguos moderados y progresistas partidarios de facilitar la
alternancia en el gobierno entre las distintas familias liberales. En estas elecciones, por
primera vez, aparecerán los demócratas en las Cortes españolas.
Durante este período las tareas más destacadas de estas Cortes serán:
- La Constitución de 1856. Es conocía como non nata porque no fue promulgada. Reunía el
ideario progresista: la soberanía nacional, vuelta de la Milicia Nacional, la derogación de la
Ley de Ayuntamientos, permitiendo así nuevamente la elección de los alcaldes por los
vecinos, unas Cortes bicamerales (Congreso y Senado, pero éste elegido por los votantes y
no por designación de la corona), libertad de imprenta y libertad religiosa…

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- La ley de desamortización general civil y eclesiástica de 1 de mayo de 1855, llamada de


Madoz por el ministro que la promovió. Afectó a los bienes de la Iglesia, que habían
quedado sin vender, a los que se sumó la venta de los bienes municipales (los bienes de
propios, que proporcionaban, por estar arrendados, una renta al Ayuntamiento). La
burguesía con dinero fue de nuevo la gran beneficiaria, aunque la participación de los
pequeños propietarios fue más elevada que en la anterior de Mendizábal. Como resultado
de las desamortizaciones los ayuntamientos perdieron una gran fuente de financiación,
aumentando sus problemas financieros, mientras los campesinos pobres veían cómo las
tierras comunales, antes a su alcance para lograr productos de primera necesidad, ahora se
privatizaban, dificultando sus condiciones de vida.
- La ley General de Ferrocarriles de 3 de junio de 1855, que facilitó la inversión de capital
extranjero y la constitución de grandes compañías ferroviarias para la construcción y
explotación de la red ferroviaria.
- La ley de Bancos de emisión y de Sociedades de crédito, de 28 de enero de 1856, destinadas
a favorecer la movilización de los capitales para financiar la construcción de las líneas
ferroviarias.
Sin embargo, la falta de legislación en materia laboral generó una gran conflictividad social.
El hecho más destacable fue la huelga general de Barcelona de 1855. La crisis que acaba con
el gobierno de Espartero, y con el Bienio, es una consecuencia del clima de conflictividad
social. En Barcelona, los trabajadores venían reivindicando mejoras sociales (los obreros
pedían la reducción de la jornada laboral, la mejora de los salarios, la reducción de los
consumos o la abolición de las quintas) en un clima de tensión social, pero fue en tierras de
Castilla (Palencia y Valladolid) donde la carestía del pan provocó motines de subsistencias,
cuya represión provocó fuertes diferencias en el seno del mismo gobierno, que trató de paliar
las protestas presentando una Ley de Trabajo que acabó de romper la unidad gubernamental,
especialmente tras la traumática quiebra del partido progresista. En este clima, y tras
presentar su dimisión el ministro de la Gobernación, Espartero decidió hacer otro tanto. Era
lo que venía deseando la reina, al igual que los moderados, que nunca dejaron de conspirar
contra el gobierno. La reina, entonces, llamó a O’Donell para formar gobierno (14 de julio
de 1856), reprimiendo este las protestas y aparcando a los progresistas del poder
definitivamente, situación que se completó tras la llegada al poder de Narváez poco después
ese mismo año.
El balance del Bienio ofrece un fracaso en el plano político, pero se deben destacar dos
aspectos: por un lado, la legislación económica completó la liberalización de tierras y
capitales y puso los marcos para un crecimiento económico más estable; por otra parte,
aparecen nuevas formas de entender y hacer política y a partir de ahí se tendrá que tener en
cuenta “la cuestión social”. Es ahora cuando nace el movimiento obrero.
8. El final del sistema isabelino: Unión Liberal y Moderados en el poder (1856-1868)
Tras un período de dos años con Narváez y los moderados (1856-1858), O’Donell y la Unión
Liberal volvieron al poder en 1858. Esta época estuvo marcada por la euforia económica
("boom" de los ferrocarriles) y por el intervencionismo exterior: guerra de Marruecos (1859-
1860), intento fallido de recuperar Santo Domingo, expedición a México, guerra contra Perú
y Chile... Esta amplia actividad bélica apenas dio ningún resultado práctico para el país.

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La vuelta de Narváez al poder en 1863 marca el inicio del período terminal del partido
moderado. La inestabilidad política y la deriva autoritaria de los gobiernos caracterizaron
una etapa en la que la bonanza económica llegó a su fin tras la crisis económica de 1864.
Los intentos de insurrección contra la reina y el gobierno moderado, como el motín de San
Gil en Madrid en 1866 fueron duramente reprimidos (70 oficiales y suboficiales del ejército
fueron fusilados). El creciente autoritarismo del anciano Narváez llevó a la formación del
Pacto de Ostende (1866): demócratas, progresistas, unionistas y republicanos se aliaron para
derribar a Isabel II y el régimen moderado.
Ante el descontento hacia el régimen monárquico de Isabel II, añadiendo el hecho que
favorecía al Partido Moderado de Narváez, se creó un comité de acción con los Partidos
Progresista y Demócrata, este con Cristino Martos a la cabeza, bajo la presidencia de Prim,
al que se unieron los Republicanos que firmaron en agosto de 1866 el Pacto de Ostende en
contra de Isabel II. O’Donell se negaba a que la Unión Liberal se uniese a este grupo, pero
a su muerte en 1867, su sustituto, el General Serrano también se unió, igual que los
republicanos de Pi i Margall, con lo que se arrastrarían un gran número de altos cargos
militares, que estuvieron a la espera del primer aviso. El fin de este pacto era derrocar a la
reina y a su régimen y el establecimiento de unos derechos fundamentales, entre los que
destacan el sufragio universal, inspirado por los demócratas, partido al que finalmente se
adheriría Prim. Una vez conquistado el poder se formarían unas Cortes constituyentes que
establecerían la forma de gobierno: monarquía o república.
Finalmente, la revolución de septiembre de 1868, conocida como “la gloriosa”, supondrá el
destronamiento de Isabel II y el inicio del denominado sexenio democrático.

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Tema 4. El Sexenio Democrático (1868-1874)

1. Introducción al periodo
2. La Gloriosa
2.1. Causas y gestación de la revolución
2.2. Estallido y triunfo revolucionario
3. El Gobierno Provisional y la Constitución de 1869)
4. La monarquía de Amadeo I de Saboya (1870-1873)
5. La llegada de la I República española (1873-1874)

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1. Introducción al periodo
En septiembre de 1868 estalló en Cádiz una revolución cuyo desarrollo y triunfo precipitó
la caída de la monarquía de los borbones y condujo al establecimiento del primer sistema
democrático de la historia española.
A lo largo del reinado de Isabel II habían ido consolidándose en España los principios
liberales, al tiempo que la sociedad experimentaba una profunda transformación.
El desarrollo industrial, aunque limitado su éxito a ciertos puntos de la zona septentrional,
impulsó el crecimiento económico y la aparición de nuevos grupos sociales como la
burguesía urbana y el proletariado industrial.
En el campo, los cambios impulsados en la propiedad y tenencia de la tierra hicieron que las
antiguas formas de explotación señoriales desaparecieran, al menos desde un punto de vista
jurídico, al tiempo que surgía una nueva clase burguesa agraria de grandes propietarios, así
como el proletariado agrario, una enorme masa de campesinos sin tierras cuyo peso fue
especialmente importante en la mitad meridional.
La aplicación de los principios liberales había generado profundos cambios sociales, al
menos desde un punto de vista jurídico. La antigua sociedad estamental había dado paso a
una nueva sociedad de clases. Sin embargo, en la práctica las condiciones de vida de los
sectores económicamente menos pudientes no solo no mejoraron, sino que en muchos casos
empeoraron considerablemente. Empezó de este modo a gestarse en España un grave
problema social que ha marcado la historia reciente de este país.
Los liberales moderados (conservadores) controlaron casi en exclusiva el poder político en
España durante el reinado de Isabel II, en parte gracias al decidido apoyo que les prestó esta
reina. El desplazamiento de estos del poder terminó arrastrando consigo no sólo a la reina,
sino también a la dinastía de los borbones, estrechamente vinculada con los sectores más
conservadores del liberalismo, excluyendo del poder a todo aquel que estuviera fuera de la
órbita moderada.
Frente al régimen moderado se fue gestando un movimiento subversivo que terminó
aglutinando a todas las fuerzas políticas y que desembocó en un estallido revolucionario que
provocó el destronamiento de Isabel II y la salida del poder de los moderados. Tras La
Gloriosa, que es como fue denominada por los contemporáneos la revolución iniciada
en Cádiz el 19 de septiembre de 1868, se abrió paso una nueva fase de la historia de España,
conocida como El Sexenio Democrático o Revolucionario que abarca desde 1868 hasta
1874. Se trata este de un período de gran complejidad, a pesar de su brevedad temporal,
plagado de numerosas e intensas convulsiones políticas:
• En el plano social destaca la penetración y desarrollo de nuevas ideas políticas en
España, amparadas por el sistema de libertades asociado al nuevo régimen democrático
constitucional, que dieron un fuerte impulso al obrerismo, asociado a las nuevas
tendencias anarquistas y marxistas.
• En el plano económico hay que destacar la fuerte crisis heredada de los últimos años
del régimen isabelino, así como la falta de confianza en el sistema político y económico
del Sexenio surgida entre los inversores, lo cual tuvo unos efectos nefastos sobre la
economía, acentuándose la crisis y sus consecuencias.
• En el plano político cabe destacar el estallido de la Guerra de los Diez Años de Cuba y
la III guerra carlista, así como la el conflicto entre las tendencias federales y
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unitarias a la hora de concebir la organización de la República, que condujo a


los conflictos cantonalistas. La situación de crisis generalizada dio lugar a la sucesión
de diversos regímenes políticos (Regencia, monarquía de Amadeo I de Saboya y
Primera República), todos ellos incapaces de solucionar la profunda crisis que
atravesaba el país y de mantener el orden.
La incapacidad para controlar la situación terminó conduciendo a un temprano fracaso de la
experiencia democrática. Los sectores liberales más conservadores retomaron a partir de
1874 el control político, apoyados en el ejército, instaurando un nuevo sistema político de
carácter conservador vinculado a la restauración de la dinastía de los Borbones,
personificada en Alfonso XII, hijo de Isabel II.
2. La Gloriosa
2.1. Causas y gestación de la revolución
El triunfo y consolidación del liberalismo durante el reinado de Isabel II impulsó la
modernización del país y el crecimiento económico. Sin embargo, a partir de 1860 la
expansión industrial y económica experimentó un frenazo. La crisis comenzó en el sector
ferroviario, cuya falta de rentabilidad terminó hundiendo a las entidades que lo habían
estado financiando, provocando tanto una falta de crédito como un fuerte retroceso
industrial. Hay que tener en cuenta que, aunque España necesitaba una infraestructura básica
que permitiera el desarrollo industrial, en un principio no hubo una gran demanda de
transporte, ni por parte de la industria, debido a su modesto desarrollo, ni por parte de
pasajeros. Además, el trazado de las primeras líneas férreas respondió más a intereses
políticos que económicos, ya que se trató ante todo de conectar Madrid con su periferia,
reforzando así el control efectivo del territorio nacional por parte de la capital, sin conectar
las áreas industrialmente más dinámicas e impulsar de este modo su crecimiento.
A estos factores de orden interno que explican la situación de crisis económica hay que
sumar otros de orden externo, como las nefastas consecuencias sobre el sector textil catalán
que tuvo la Guerra de Secesión norteamericana, guerra que hizo disminuir la producción
de algodón en Estados Unidos, lo cual provocó un aumento considerable del precio de la
materia prima en los mercados internacionales.
Esta situación generalizada de crisis hizo aumentar los precios de los alimentos básicos. Los
sectores más populares fueron los que sufrieron con más virulencia las consecuencias de la
crisis. El hambre y la desesperación se extendieron entre la población a la vez que crecía la
tensión y la conflictividad social.
El descontento se extendía entre la población y cualquier señal de protesta era duramente
reprimida por las autoridades. Destaca en este sentido la represión de la protesta estudiantil
de Madrid de abril de 1865, conocida como los sucesos de la Noche de san Daniel, y la
del motín de los oficiales del cuartel de San Gil de junio de 1866, que terminó con el
fusilamiento de todos los oficiales que habían participado en la rebelión.
El gobierno, monopolizado por los moderados, no mostró intención alguna de proceder con
la reforma de un sistema que marginaba del juego político la práctica totalidad de la sociedad
española, en especial a un Partido progresista que, en 1866 y dirigido por el general Prim,
llegó a un acuerdo con el Partido Demócrata, conocido como el Pacto de Ostende,
planteándose como objetivos inmediatos destronar a los Borbones y convocar unas Cortes
Constituyentes mediante sufragio universal. A finales de 1866, después de la muerte

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de O’Donell, leal a la reina, se sumaron al pacto los unionistas. Tras la suma de este partido,
los moderados y la reina quedaron completamente aislados.
2.2. Estallido y triunfo revolucionario
La revolución la inició el brigadier Topete el 17 de septiembre de 1868 con
el pronunciamiento que protagonizó desde la fragata Zaragoza, que se encontraba anclada
en Cádiz. En los días siguientes llegaron a esta ciudad andaluza otros militares que
secundaron el levantamiento, como Prim. Los militares sublevados firmaron un manifiesto
conjunto titulado España con honra, que fue difundido a partir del 19 de septiembre. En él
se exhortaba a todos los españoles a acudir a las armas en defensa de la justicia, negando la
obediencia al gobierno de Madrid y reclamando un sistema representativo plural asentado
en el sufragio universal y el respeto a una Constitución.
Topete, al mando de tres fragatas, consiguió a lo largo de los días siguientes al
pronunciamiento el apoyo de importantes ciudades mediterráneas como Málaga, Almería y
Cartagena. Isabel II trató de hacer frente a los sublevados enviando contra ellos un ejército
leal a la corona que fue derrotado por el general Serrano en Alcolea (Córdoba). Ante el
imparable avance de los revolucionarios Isabel II se vio forzada a huir de España.
Para el triunfo de la revolución fue muy importante el apoyo prestado a los sublevados por
los sectores populares. En muchas ciudades españolas se constituyeron juntas
revolucionarias que reclamaban la recuperación de las libertades, la separación de la Iglesia
y el Estado, la supresión de las quintas, el sufragio universal, la abolición de los Consumos,
la convocatoria a Cortes Constituyentes, el reparto de la propiedad e incluso la proclamación
de la República.
3. El Gobierno Provisional y la Constitución de 1869
Sin embargo, y a pesar de la excitación popular, ni los Unionistas ni los Progresistas, los
principales promotores de la revolución, estaban de acuerdo con la mayor parte de las
propuestas que se hacían desde estas juntas revolucionarias. Derrocada la reina y espantados
los moderados, procedieron con la formación de un gobierno provisional centrista que no
tuvo en cuenta a las juntas revolucionarias. El general Serrano se convirtió en regente y el
general Prim en presidente de un gobierno integrado únicamente por Progresistas y
Unionistas, marginándose al resto de fuerzas políticas.
El gobierno provisional puso en marcha un programa político reformista con el que
pretendían impulsar la modernización de España. En el plano económico cabe destacar la
adopción de un nuevo sistema monetario basado en la peseta. En el plano político y social
destaca el establecimiento de la libertad de imprenta, el derecho de asociación y el
sufragio universal masculino.
Pronto se convocaron unas elecciones a Cortes Constituyentes mediante sufragio universal
masculino. Los resultados dieron el poder a una coalición formada por progresistas,
unionistas y parte de los demócratas. Otros partidos políticos, como los carlistas, los
republicanos y los moderados tuvieron una representación minoritaria.
Estas cortes procedieron con la elaboración de una nueva constitución, la de 1869, de
carácter liberal-demócrata. Algunas de sus principales características son:
• Proclama la Soberanía Nacional.
• Confirma el sufragio universal masculino.

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• Incluye una amplísima declaración de derechos y deberes individuales: libertad de


expresión, asociación, prensa, residencia, enseñanza, culto... Además, se garantiza la
inviolabilidad del correo.
• Establece como sistema político para España la Monarquía Parlamentaria, con una
estricta separación de los poderes: el legislativo, que correspondería exclusivamente a
las cámaras (Congreso y Senado); el ejecutivo, en manos del rey, aunque con un poder
limitado, ya que lo ejercería a través de los ministros; y el judicial, competencia exclusiva
de los jueces.
4. La monarquía de Amadeo I de Saboya (1870-1873)
La Constitución de 1869 establecía como sistema de gobierno la Monarquía Parlamentaria.
Sin embargo, en España no había monarca que ocupara el trono. Para solucionar esta
situación se le encargó al general Prim la tarea de encontrar un rey que ocupara la vacante,
pero debía de tratarse de alguien que respaldara los proyectos modernizadores del gobierno.
Mientras, se estableció una regencia ocupada por el general Serrano.
La lista de aspirantes al trono fue muy amplia. En ella destacan personalidades como los
generales Espartero y Prim, Leopold von Hohenzollern, el duque de Montpensier (Antonio
de Orleans) Alfonso de Borbón (el hijo de Isabel II) y Amadeo de Saboya, duque de Aosta
(hijo del rey de Italia Víctor Manuel II). Fue la candidatura de Amadeo la que logró
imponerse finalmente, gracias al decidido apoyo de Prim y los demócratas. El nuevo
monarca, de conocida tendencia liberal democrática, fue elegido por las Cortes en diciembre
de 1870.
Días antes de que Amadeo de Saboya llegase a España para tomar posesión de su cargo, el
general Prim, su principal valedor, fue asesinado. Perdía de este modo su principal apoyo y
conexión con la realidad política española. El nuevo rey tuvo que hacer frente a una fuerte
oposición: por una parte estaban los republicanos y gran parte de los sectores populares,
reticentes al sistema monárquico; por otra parte estaban los ultraconservadores carlistas,
partidarios de un trono en manos de Carlos VII, cuyas aspiraciones terminaron conduciendo
al estallido de la III Guerra Carlista (1872-1876).
Desde un principio había quedado descartada la restauración borbónica, ya que esta dinastía
había constituido a lo largo del siglo XIX un freno para el desarrollo del liberalismo en
España, y lo que se pretendía era encontrar un monarca comprometido con la causa liberal.
Sin embargo, Cánovas del Castillo, líder de los moderados, comenzó a formar un partido
alfonsino para defender los derechos sucesorios del hijo de Isabel II. Cánovas presentó a la
monarquía borbónica como única garantía de estabilidad y orden frente a los desequilibrios
y cambios generados como consecuencia de la instauración de un sistema democrático. Poco
a poco fue recabando el apoyo de:
• Los Unionistas y sectores de los Progresistas, asustados ante la deriva revolucionaria que
los sectores populares estaban tratando de impulsar.
• La Iglesia, que se había declarado desde un principio contraria al sistema democrático y
a los principios constitucionales de 1869.
• La gran burguesía de los negocios, cuyos intereses se estaban viendo seriamente dañados
como consecuencia de la inestabilidad política, lo cual contribuía a amentar
considerablemente el riesgo a asumir por los inversores, alejando los capitales y

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acentuándose de este modo la crisis y sus consecuencias. Además, este sector también
se estaba viendo perjudicado por muchas de las leyes que se estaban aprobando en el
contexto democrático, como la abolición de la esclavitud y la regulación del trabajo
infantil, que provocaban una disminución de sus ganancias.
Amadeo I reinó poco más de dos años, en un clima de constante inestabilidad política y
social. Los principales problemas a los que tuvo que hacer frente fueron los siguientes:
• Se desató la III Guerra Carlista, focalizada en la zona vasco-navarra.
• Se había iniciado en Cuba la llamada Guerra de los Diez Años o Guerra Grande (1868-
1878), dirigida por una élite criolla que reclamaba el sufragio universal, la liberación
gradual de los esclavos y la independencia de Cuba. El gobierno de España intentó abolir
la esclavitud y prometió emprender reformas políticas en la isla, aunque tuvo que hacer
frente para ello a la oposición de los sectores con intereses económicos en Cuba.
• Las clases obreras, influidas por los ideales internacionalistas, respaldaron
insurrecciones en las que reclamaban un sistema republicano federal.
Finalmente, la coalición gubernamental formada por Unionistas, Demócratas y Progresistas
terminó desintegrándose ante la incompatibilidad de los programas políticos de los distintos
partidos, quedando el monarca sin apoyos para hacer frente a la difícil situación en la que se
encontraba el país. Por ese motivo, el 11 de febrero de 1873 Amadeo I presentó su renuncia
al trono.
5. La llegada de la I República española (1873-1874)
Ante la renuncia de Amadeo I, las Cortes sometieron a votación el establecimiento de un
sistema republicano para España, proyecto que consiguió el voto favorable de la mayoría de
la cámara. El 11 de febrero de 1873 fue proclamada en las Cortes La República Española.
Inmediatamente después de la aprobación de la República, el Ministerio de Gobernación
envió una circular a todos los gobernadores de provincias informando del nuevo orden
político.
La experiencia republicana nació y se desarrolló en un contexto de crisis general. Su
principal defensor con representación en Cortes era el Partido Demócrata Republicano
Federal liderado por Francisco Pi y Margall. Este era un grupo que se había escindido del
Partido Demócrata hacia 1868 y que defendía un sistema de gobierno republicano creado a
partir de pactos establecidos entre las distintas regiones o pueblos españoles. Además,
defendía un Estado completamente laico y quería conseguir que el Estado regulase las
condiciones laborales, para de este modo mejorar las condiciones de vida y trabajo de la
clase obrera y campesina.
La República fue acogida con gran entusiasmo por las clases populares, pues se creía que
esta solucionaría los graves problemas que acosaban a España y a los españoles.
Inmediatamente después de que las Cortes proclamaran oficialmente el establecimiento de
la República se constituyeron Juntas Revolucionarias por todo el país que reclamaban la
abolición de los Consumos y las Quintas. Los Consumos eran unos impuestos que gravaban
los productos de primera necesidad. Las quintas era el sistema de reclutamiento de soldados.
Era denominado así porque se llamaba a filas a un joven de cada cinco. Este sistema era muy
impopular, ya que ofrecía la posibilidad a los seleccionados de librarse del servicio militar a
cambio del pago de una importante suma de dinero, librándose de este modo los ricos de

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contribuir personalmente al ejército y condenando a las clases más humildes a cargar con
todo el peso de la defensa de la patria.
El gobierno republicano procedió de inmediato con la disolución de las Juntas
Revolucionarias, pues las aspiraciones populares, excesivamente subversivas, se alejaban
nuevamente de los objetivos políticos perseguidos por los partidos que habían promovido la
revolución. Fue designado Presidente Estanislao Figueras (11 de febrero a 11 de junio de
1873), cuyo principal cometido fue convocar unas elecciones a Cortes Constituyentes que
fueron ganadas por los Republicanos. Estas cortes empezaron de inmediato a redactar una
nueva Constitución, la de 1873, (no promulgada) cuyas principales características eran:
• Reconoce la soberanía popular.
• Establece el sufragio universal masculino.
• El poder se reparte entre instituciones autónomas: el municipio, el Estado regional y el
Estado nacional.
• Reconoce quince Estados federales, más cuba y Puerto Rico.
El Estado Republicano tuvo que seguir haciendo frente a los numerosos problemas existentes
en España:
• La III Guerra Carlista, que como consecuencia del establecimiento del nuevo sistema de
gobierno se intensificó, extendiéndose por la zona catalana (hasta estos momentos sólo
se había localizado en la zona vasco-navarra)
• En Cuba la guerra continuaba y la República no pudo hacer nada para solventar el
conflicto, entre otras cosas porque las autoridades españolas en la isla fueron reacias a
acatar las órdenes del gobierno republicano.
• Hubo asimismo zonas en las que el triunfo del republicanismo impulsó revoluciones que
desembocaron en el estableciendo cantones independientes. Entre los principales
cantones surgidos destacan: Cartagena, Sevilla, Cádiz, Torrevieja, Almansa, Granada,
Castellón, Málaga, Salamanca, Valencia, Bailén, Andújar, Tarifa, Algeciras y Alicante.
Pi i Margall (presidente de 11 de junio a 18 de julio), que sucedió en el gobierno a Estanislao
Figueras, decidió dimitir después de verse desbordado por los acontecimientos políticos, que
desembocaron en las revueltas cantonalistas. Algunas regiones españolas, al considerar
demasiado lento el proceso político hacia el federalismo, empezaron a declararse cantones
independientes, con su propia política, policía e incluso moneda. Accedió entonces a la
presidencia Salmerón (presidente entre 18 de julio y 7 de septiembre) el cual, después de
planificar una enérgica reacción militar contra los cantones, se vio moralmente obligado a
dimitir debido a los problemas de conciencia que le generaron la firma de penas de muerte
contra los principales líderes cantonalistas. Tras Salmerón fue nombrado presidente del
gobierno Castelar (presidente de 7 de septiembre de 1873 a 3 de enero de 1874),
representante de los sectores más conservadores del republicanismo. Éste no tenía
suficientes apoyos en las Cortes, por lo que, ante el miedo de ser destituido por ellas, decidió
suspender las sesiones parlamentarias y comenzó a gobernar de un modo autoritario,
otorgando grandes atribuciones al ejército para que garantizara el mantenimiento del orden
público.
Las Cortes, tras lograr el derrocamiento de Castelar, trataron de establecer un gobierno de
centro-izquierda. Para evitar esto el general Pavía dio un golpe de Estado, invadiendo el

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Congreso de los diputados con la guardia civil, tras lo cual procedió con la disolución de la
Asamblea. Una coalición de progresistas y unionistas se hizo con el poder y convirtió al
general Serrano en nuevo presidente de la República, que en la práctica se había convertido
en una dictadura militar.
El 1 de diciembre de 1874 el príncipe Alfonso firmó el llamado Manifiesto de Sandhurst,
elaborado por el principal defensor de la causa alfonsina, Cánovas del Castillo. A través de
este manifiesto defendía una monarquía dialogante, constitucional y católica, garantizadora
del orden social, al tiempo que expresaba su voluntad de aceptar buena parte de las
transformaciones producidas durante el Sexenio Democrático y respetar el sistema político
liberal. A finales del mes de diciembre de 1874, los generales Martínez Campos y Jovellar
se pronunciaron en Sagunto a favor de la Monarquía borbónica. El gobierno no opuso
resistencia y dimitió. Cánovas formó entonces un gabinete de regencia y comunicó a Alfonso
su proclamación como rey de España.
Finalizaba de este modo la primera experiencia democrática de la historia de España y se
abría un nuevo y extenso período, la Restauración, que va desde 1874 hasta 1923, año en el
que Primo de Rivera pone fin a un a dicho sistema mediante un golpe de Estado.

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