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La Prehistoria es el término con el que se designa al periodo que abarca desde la aparición de
los primeros homínidos hasta la invención de la escritura.
La primera etapa es el Paleolítico (1.200.000 – 5.000 a.C.). Las sociedades paleolíticas vivían de
la caza, la pesca y la recolección. Eran grupos nómadas que se desplazaban de forma estacional
buscando el alimento. Se trataba de una economía depredadora. Los individuos se reunían en
pequeños grupos, con una organización muy elemental. Habitaban en cobijos provisionales y
solo a partir del Paleolítico medio ocuparon cuevas de forma permanente.
A partir del Paleolítico superior aparece el Homo sapiens y sus materiales, técnicas y
herramientas mejoran considerablemente. Es en este periodo cuando aparecen las primeras
manifestaciones artísticas, conocidas como arte rupestre. Destacan principalmente las pinturas
halladas en las cuevas de Altamira y El Castillo (Cantabria) y Tito Bustillo (Asturias). Se trata
de pinturas realizadas en cuevas profundas y se relacionan con significados mágicos (propiciar
la caza) o religiosos. Suelen representar figuras aisladas de gran tamaño con acusado
naturalismo y uso de la policromía.
Las sociedades neolíticas (5.000 – 2.500 a.C) supusieron un cambio trascendental en la forma
de vida de los seres humanos, ya que comenzaron a producir su propio alimento mediante la
agricultura y la ganadería. Estos cambios provocaron, a su vez, la aparición de actividades
nuevas como la elaboración de tejidos, fabricación de cerámica, el pulimento de piedra,
comercio, etc. La necesidad de vivir junto a los cultivos impulsó el sedementarismo y la
aparición de poblados estables.
Durante el primer milenio a.C. y ya en plena Edad del Hierro, conviven en la Península Ibérica
pueblos autóctonos con pueblos colonizadores procedentes del ámbito mediterráneo.
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Los pueblos íberos se instalaron en las costas del Mediterráneo y el valle del Ebro, tenían una
lengua similar, y la economía era de base agraria y comercial. Su organización política era
heterogénea, con jefes de tribu, aristocracia de gran poder económico y militar. Sus hallazgos
arqueológicos (damas de Baza y Elche) nos hablan de sus creencias religiosas y sociedad
militarizada.
Los celtas eran de origen indoeuropeo y ocuparon las cordilleras del Norte. En la franja
cantábrica se sitúan los pueblos celtas menos desarrollados. La economía se basaba en la pesca,
la ganadería y la recolección, habitaban aldeas, llamadas castros, muy fortificadas y sin apenas
calles y se organizaban en tribus o clanes y el rey no tenía poder por lo que se celebraban
asambleas. No poseían escritura y apenas sufrieron influencias de los colonos. Además, la
magia y la adivinación jugaban un papel muy importante.
Gracias al contacto con la cultura íbera surgen los celtíberos, celtas influenciados por la cultura
íbera. Mantenían una gran cohesión tribal y los verracos son su mayor manifestación artística.
La economía era agrícola y ganadera.
Los fenicios proceden de Fenicia y fundaron factorías comerciales por todo el Mediterráneo sur.
Desde sus factorías de Gadir o Malaka comerciaban con los pueblos del interior. Difundieron el
uso del hierro e importaron avances como la conserva en salazón, el torno de alfarero.
Los griegos se extendieron por la costa catalana y levantina y fundaron polis como Rodhes y
Emporion. La influencia griega en las tribus ibéricas se aprecia en el arte, la lengua y el cultivo
de la vid y el olivo.
Los cartagineses procedían de Cartago y, tras hacerse con el control de Fenicia, conquistaron
todo el Sur y Sureste peninsular (s. III a.C.). Su objetivo era el comercio de metales. En su
deseo de controlar el interior de la península hubieron de enfrentarse al ejército romano en las
Guerras Púnicas, en las que los cartagineses fueron derrotados.
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Las legiones romanas llegan a la península en el 218 a.C., con motivo de las Guerras Púnicas,
en las que vencen a los cartagineses y que dan lugar a una conquista larga y que dividimos en
tres fases. En la primera, vencen a los cartagineses y ocupan el litoral mediterráneo, que será la
zona con una romanización más profunda. En la segunda, ocupan la meseta central, luchando
duramente con los pueblos autóctonos (los lusitanos o Numancia como ejemplo). Por último, ya
a finales del siglo I a. C., conquistan la zona norte en las guerras cántabras, que finalizan con la
llamada Pax Augusta.
Las aportaciones fundamentales de Roma fueron de índole económica, con estrechas relaciones
comerciales, uso generalizado de la moneda, incorporación de la tríada mediterránea; social, con
un modelo de sociedad jerarquizada, patriarcal y esclavista; y culturales, implantación del
Derecho Romano y la ciudadanía; el latín, que sustituye a las lenguas prerromanas; las obras de
ingeniería y arquitectónicas (acueducto de Segovia, calzadas, arcos, puentes…); la religión
imperial (primero el paganismo y desde el s IV d.C el cristianismo), etc.
Su legado será tan importante que incluso con la conquista visigoda su influencia pervivirá a
través de las leyes, las instituciones, el arte o la cultura en general.
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Desde el 409 d.C. bandas de suevos, vándalos y alanos penetraron en la Península como aliados
de los romanos. Los emperadores romanos intentaron contener la invasión recurriendo a otro
pueblo bárbaro, los visigodos, un pueblo romanizado al haber asimilado la lengua y costumbres
romanas. Su entrada en la Península señala en inicio de la Edad Media en España.
La conquista tuvo varias fases, puesto que primero expulsaron a alanos y vándalos y los suevos
quedaron reducidos al noroeste. El Reino Visigodo de Tolosa derrotado por los francos en 507
y como consecuencia se asientan en España y fundan el Reino Visigodo de Toledo, que se
consolidó con Leovigildo al conquistar al reino suevo (585). Sus sucesores echaron a los
bizantinos y trataron de someter a los pueblos del norte. Los visigodos crearon el primer reino
peninsular independiente y unido. Unificación territorial.
Los nobles y reyes visigodos eran de religión arriana y la mayoría de la población era católica.
Leovigildo intentó crear una iglesia nacional arriana, pero sería Recaredo (finales s. VI) quien
decidiría convertirse al catolicismo al subir al trono y promover una Iglesia católica, unitaria y
nacional. Unificación religiosa.
Los visigodos introdujeron en Hispania la monarquía electiva como forma de gobierno. Esta
tradición dio lugar a una constante inestabilidad, ya que las grandes familias aristocráticas se
enfrentaban en luchas sangrientas por el poder, y los reyes visigodos trataron de asociar al trono
a sus herederos para asegurar la sucesión.
Ciertos nobles conforman el Officium, organismo que ayuda al rey a gobernar. Desde los inicios
funcionaba el Aula Regia, asamblea consultiva formada por la aristocracia visigoda. Tras la
unificación religiosa se creó la otra gran institución de gobierno: los Concilios de Toledo.
Aunque era una constitución en esencia religiosa (el concilio es una reunión de obispos para
interpretar la doctrina), con el tiempo adquirieron un gran peso político y asumieron importantes
funciones legislativas. Los componentes de estas reuniones eran el rey visigodo (que convocaba
la celebración del concilio), la nobleza y la alta jerarquía eclesiástica constituida por los obispos,
debatían y legislaban, teniendo una gran incidencia tanto en el ámbito político como en el
religioso.