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Ensayo

Eliminar la conducta inapropiada mediante el castigo

«Ben, no seas tan agresivo»

ELIMINAR LA AGRESIVIDAD DE BEN15

Ben tenía siete años y estaba matriculado en un programa especial de una


escuela pública para alumnos con difi cultades de aprendizaje. Le habían
diagnosticado un retraso en el desarrollo y el personal había observado un
aumento en la frecuencia con que golpeaba a otros alumnos o incluso a los
cuidadores. De hecho, durante las observaciones que se hicieron para tomar
la línea de base a lo largo de tres semanas, se comprobó que Ben pegaba a
los demás una media de 30 veces al día, con lo que quedó patente que había
que hacer algo al respecto. Aunque se ha demostrado que, usadas como
castigo, las consecuencias desagradables reducen la frecuencia de las
conductas no deseadas, son muchas las situaciones, y las aulas de las
escuelas públicas serían un ejemplo, en que este tipo de consecuencias sería
inaceptable. Por tanto, en el caso de Ben, los profesionales decidieron
explorar la posibilidad de establecer una contingencia entre hacer ejercicio
y los comportamientos agresivos para reducir la frecuencia de éstos. Se
tomaron precauciones para garantizar que el ejercicio contingente no
perjudicara a la salud del niño, se explicó el procedimiento con todo detalle
al padre y a la madre y se obtuvo su consentimiento para la participación en
el programa.

El comité de ética de la junta académica del distrito también revisó y


aprobó la propuesta, que se aplicó diariamente en clase durante la jornada
escolar. El día que se introdujo el ejercicio y Ben dio el primer golpe, la
profesora le dijo, «Ben, no se pega a la gente. Siéntate y levántate diez
veces».

A continuación y con el fi n de asegurarse de que lo hacía, la profesora le


cogía de la mano y tiraba de él hacia arriba, para que se levantara, y hacia
abajo, para que se sentara, a la vez que repetía, «Levantarse, sentarse»,

Hasta completar los 10 ejercicios. A pesar de que Ben protestó en algunas


ocasiones, los cuidadores comentaron que sólo inicialmente hubo que
obligarle a que hiciera los ejercicios, ya que posteriormente, el comentario
verbal era suficiente para que los hiciera por si mismo. De la media de unos
30 golpes diarios que se registró durante la línea de base, la frecuencia se
redujo a once ya el primer día de intervención, a diez el segundo día, a uno
el tercer día y a uno o ninguno a partir de entonces. Tras dos semanas, el
personal decidió dejar de aplicar el programa de ejercicios contingentes
para ver qué sucedía con las conductas agresivas. La frecuencia de los
golpes siguió siendo muy baja durante cuatro días, pero luego comenzó a
aumentar nuevamente durante otros cuatro días. Se reintrodujo entonces el
programa de ejercicios y se observó un declive inmediato de los golpes
hasta llegar a desaparecer. Si bien la intervención se mantuvo formalmente
durante otros dos meses, lo cierto es que los cuidadores sólo registraron tres
incidentes de agresión durante todo este tiempo, con lo cual Ben aprendió a
jugar e interactuar con sus compañeros sin volver a evidenciar las
características agresivas inapropiadas de su conducta previa.

EL PRINCIPIO DEL CASTIGO

Un castigo es un suceso que presentado inmediatamente después de una


conducta hace que se reduzca la frecuencia de la misma. Los castigos
también se denominan estímulos aversivos. Una vez que se determina que
un suceso actúa como castigo para una conducta concreta de una persona
en una situación específica, podemos usar este mismo suceso para reducir
la frecuencia de otras conductas de la misma persona en otras situaciones.
Asociado a este concepto está el principio del castigo: si en una situación
determinada, una persona hace algo que es inmediatamente seguido de un
estímulo punitivo, es menos probable que la persona repita la misma acción
cuando se encuentre en una situación parecida. En el caso de Ben, el
ejercicio contingente era un estímulo punitivo de su conducta agresiva. Hay
que destacar que el significado del término «castigo» en el ámbito de la
modificación de conducta es muy específico y distinto al que pueda tener
para la mayoría de las personas ajenas a la Psicología en el contexto de
nuestra cultura. Pensemos, por ejemplo, en alguien que ingresa en prisión
como castigo por haber cometido algún delito. En primer lugar, es poco
probable que el ingreso en prisión sea una consecuencia inmediata de la
comisión del delito.

En segundo lugar, hay quienes defienden que un «castigo» ha de conllevar


reciprocidad, es decir, ha de ajustarse a la gravedad del delito, de manera
que los delitos más graves merezcan penas más severas. En tercer lugar, un
efecto que la cultura espera del «castigo» es que sirva como disuasor para
los posibles delincuentes. Sin embargo, para los modificadores de
conducta, «castigo» no es más que un término técnico que se refiere a la
aplicación de una consecuencia inmediatamente después de que una
persona emita una conducta, lo cual tiene como efecto la reducción de la
probabilidad de la aparición futura de esa conducta en esa persona. Cuando
empleamos el término castigo en este capítulo y a lo largo del libro, por
tanto, siempre lo hacemos con este último significado.

Al igual que el refuerzo positivo, el castigo afecta a nuestro aprendizaje a


lo largo de la vida: las consecuencias inmediatas de tocar una estufa
caliente nos enseñan a no repetir la acción; es probable que, en la infancia,
los chichones de las caídas nos ayudaran a adquirir el equilibrio necesario
mientras aprendíamos a caminar; y el ceño fruncido de nuestra pareja
cuando eructamos en un restaurante extinguió este comportamiento en citas
posteriores. Todos hemos visto nuestra conducta afectada cuando los
profesores nos han castigado o retirado determinados privilegios o tras
sufrir diversos «desplantes» sociales de nuestros compañeros. Sin embargo,
es importante resaltar que existe cierta controversia en el ámbito de la
modificación de conducta respecto del uso del castigo. Volveremos a este
asunto a lo largo del capítulo, después de que hayamos descrito los
distintos tipos de castigo y los factores que influyen en sus efectos para
suprimir el comportamiento.

Tipos de castigos

Muchos tipos de sucesos, cuando se presentan como una consecuencia de


la conducta, encajan en nuestra definición previa de estímulo punitivo y
pueden clasificarse conforme a las siguientes categorías (véase Van
Houten, 1983): (a) castigos que producen dolor, (b) reprimendas, (c)
tiempo fuera y (d) coste de la respuesta. Aunque existe cierto solapamiento
entre las categorías, esta clasificación plantea una forma sencilla de
organizar los procedimientos de castigo y ahora vamos a ahondar en cada
uno de ellos.

Castigos que producen dolor Los castigos que producen dolor suelen ser
castigos físicos e incluyen todo tipo de estímulo punitivo que active los
receptores del dolor u otros receptores sensoriales que habitualmente
provocan sensaciones de malestar. Algunos ejemplos de esta categoría son
bofetadas, pellizcos, descargas eléctricas, inhalaciones de amoniaco, baños
de agua fría, sonidos muy altos o muy agudos, cosquillas prolongadas y
tirones de pelo. Estos estímulos o sucesos se denominan castigos
incondicionados porque resultan punitivos sin que se haya producido
ningún aprendizaje ni condicionamiento previo. La aplicación del castigo
no es agradable y sin embargo, hay casos en que las personas mejoran
enormemente con este procedimiento.

Un ejemplo muy llamativo es el procedimiento que salvó la vida de Sandra


cuando tenía seis meses (Sajwaj, Libet & Agras, 1974). Sandra ingresó en
el hospital porque no lograba ganar peso, lo cual estaba asociado a que
regurgitaba el alimento continuamente. Evidenciaba falta de peso y
desnutrición hasta el punto de que su vida corría peligro. Las observaciones
preliminares indicaron que, minutos después de beber la leche, la niña
comenzaba a regurgitar y seguía haciéndolo entre veinte y 40 minutos,
hasta que aparentemente vomitaba toda la leche que había bebido. Sajwaj y
sus colegas decidieron administrarle zumo de limón como castigo. Durante
el tratamiento, en cuanto los profesionales detectaban los movimientos de
lengua enérgicos que precedían sistemáticamente a los vómitos, le llenaban
la boca con zumo de limón. Tras la administración de dieciséis dosis
punitivas de zumo, la regurgitación disminuyó hasta un nivel muy bajo.
Para asegurarse de que la mejora se debía al programa, el equipo de Sajwaj
suspendió el zumo de limón en dos tomas, con el resultado de un aumento
evidente de la regurgitación. Tras un periodo de intervención adicional,
Sara recibió el alta y la custodia de una familia adoptiva, que mantuvo el
tratamiento hasta que ya no fue necesario para su correcta alimentación.

Reprimendas

Las reprimendas son verbalizaciones negativas (por ejemplo, «¡No, eso no


se hace») inmediatamente contingentes con la conducta inadecuada, que
suelen acompañarse de miradas fijas y a veces de un apretón en el brazo.
En el Capítulo 4 comentamos que un estímulo asociado a un castigo se
convierte también en un castigo y entonces se denomina castigo
condicionado. Es probable que el componente verbal de la reprimenda sea
un castigo condicionado, en tanto que el apretón de brazo sea un castigo
incondicionado.

En algunos casos, la eficacia de las riñas aumenta si se emparejan con otros


castigos y así, Dorsey, lwata, Ong y McSween (1980) las acompañaban de
un pulverizador de agua para suprimir los comportamientos auto-lesivos en
personas con retraso cognitivo; lo cual logró que las reprimendas no sólo
fueran eficaces en el contexto original, sino también en situaciones en que
no habían utilizado el pulverizador.

Tiempo fuera El tiempo fuera implica trasladar a una persona desde una
situación reforzante a otra que lo es menos, inmediatamente después de que
ha llevado a cabo una conducta específica, por lo que puede interpretarse
como una reducción en las oportunidades para obtener refuerzos (Van
Houten, 1983, p. 28). Existen dos tipos de procedimiento de tiempo fuera:
exclusivo y no exclusivo. Un tiempo fuera exclusivo consiste en apartar a
la persona durante un periodo de tiempo breve, por ejemplo, cinco minutos,
de la situación en que se está produciendo el refuerzo. A menudo, se
dispone de una habitación especial al efecto, que se denomina sala de
tiempo fuera, y que carece de cualquier objeto que pudiera servir como
reforzador, además de estar frecuentemente acolchada para minimizar
comportamientos auto-lesivos. El tiempo de permanencia en la sala no debe
ser prolongado, y son varios los estudios que señalan que cinco minutos es
un periodo adecuado (Brantner & Doherty, 1983; Fabiano y cols., 2004).
Por supuesto, al calibrar la duración de este castigo, hay que considerar
aspectos éticos (véase Capítulo 30, ¿El fin justifica los medios?) y
pragmáticos, ya que en el caso de los escolares, se les mantiene alejados del
ambiente de aprendizaje. El tiempo fuera no exclusivo consiste en
introducir en la situación un estímulo que está asociado a un refuerzo
menor. Un ejemplo pertinente es el procedimiento de Foxx y Shapiro
(1978) en que los alumnos de una clase llevaban un cinturón, del que se les
privada durante un rato si no se portaban bien. Mientras no llevaban el
cinturón, no podían participar en las actividades del aula y eran ignorados
por el profesor.

Coste de la respuesta

El procedimiento de coste de la respuesta implica la retirada de una


cantidad predeterminada de reforzador inmediatamente después de que se
haya producido un comportamiento específico (Reynolds & Kelley, 1997).

Este tipo de castigo se emplea a veces en los programas de modificación de


conducta en que los participantes obtienen fichas como reforzadores
(Kazdin, 1977a). Por ejemplo, Sullivan y O’Leary (1990) mostraron que en
un entorno escolar, la pérdida de fichas (cada una de las cuales podía
cambiarse por un minuto de recreo) tenía éxito a la hora de reducir
comportamientos ajenos a la tarea. Observará que a diferencia de lo que
ocurría en el tiempo fuera, en el coste de respuesta no se modifican las
contingencias de administración del refuerzo. No hay que confundir este
procedimiento con la extinción, en que se deja de administrar el refuerzo
inmediatamente después de una respuesta que era previamente reforzada;
en tanto que aquí, la respuesta tiene un coste porque se retira un reforzador
después de que se produce una respuesta inaceptable. Algunos ejemplos
cotidianos de coste de la respuesta son las penalizaciones de la biblioteca,
las multas de tráfico y las comisiones de los bancos por mantener la cuenta
en descubierto, aunque estos castigos no suelen aplicarse inmediatamente
después de la conducta inapropiada. De la misma manera que en el
Capítulo 3 establecíamos la diferencia entre los efectos de acción directa e
indirecta del refuerzo positivo, ahora podemos establecerlos respecto del
castigo. El efecto de acción directa del castigo es el descenso en la
frecuencia de la respuesta debido a las consecuencias punitivas inmediatas
que se producen aproximadamente durante los primeros 30 segundos.

El efecto de acción indirecta del castigo es el debilitamiento de una


respuesta que es seguida con retraso de un estímulo punitivo. Supongamos
que un conductor acelera en un cruce, pero la cámara del radar registra la
fotografía y por tanto recibe la multa por correo transcurrida una semana.
Aunque mediante este procedimiento, en el futuro el conductor no vuelva a
superar los límites de velocidad, no podemos afirmar que el principio
aplicado sea simplemente el del castigo. Los castigos diferidos afectan al
comportamiento debido a las instrucciones que han guiado la conducta, a
las auto-instrucciones o «pensamientos» que intervienen desde el momento
en que se produce la conducta hasta que aparece el estímulo punitivo, o
debido a la presencia de castigos condicionados inmediatos que actúan
entre la conducta y la llegada del castigo de apoyo. Sería inadecuado
presentar el castigo como una explicación, sin duda exageradamente
simplificada, de la reducción de una conducta cuando ésta no es
inmediatamente seguida del estímulo punitivo. En el Capítulo 17,
presentaremos las explicaciones de los efectos de acción indirecta del
castigo. Vamos a continuar con la exposición de los factores que influyen
sobre la eficacia del castigo, pero quienes estén interesados en la
investigación sobre este tema pueden consultar Lerman y Vorndran (2002).
Ensayo correspondiente al libro de Martin G. Pear, Pearson (2008),
referente a cap. 12 Pág. 161 a la 174.

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