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Extraído, con leves modificaciones, de AA. VV (1984). Biblia de Jersusalén. Edición Pastoral con guía de lectura y
nuevas introducciones de J. P. Bagot. Bilbao, CELAM-Desclée de Brouwer (Edición Conmemorativa. V Centenario de
la Evangelización en América Latina), pp. XXXV-XLIII.
composiciones poéticas, declaraciones de personajes importantes, reflexiones sobre el sentido
de los acontecimientos, oraciones. A través de ellos unos hombres, creyentes, tratan de encontrar
respuesta a un interrogante transcendental: ¿tiene sentido esta aventura común que es la vida?
¿A dónde conduce?
La profundización en este problema lleva a estos hombres a un cambio en su espíritu, cambio que
podemos examinar en dos aspectos íntimamente relacionados entre sí:
• Se da un cambio y una purificación progresiva desde un deseo inicial demasiado centrado
en la adquisición de bienes elementales, y en la pretensión de protegerse con ellos contra
la muerte.
• Se da un cambio en la idea que se hacen de Dios, y en la relación que el hombre tiene con
Él.
Ahondemos en estos dos aspectos que nos van a permitir interpretar la Biblia en sus líneas
generales.
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b) Una historia humana que es a la vez la historia de la relación del hombre con
Dios
Los hebreos son religiosos, como lo son todos los pueblos antiguos. Pero la Biblia presenta su
religión, ya desde el principio, con ciertas características que lo distinguen de los demás.
Para los antiguos, los dioses son poderes oscuros vinculados a realidades sensibles: astros, fuerzas
cósmicas, lugares determinados. A veces revisten una forma más personal. Su vida, entonces,
concebida como la de los hombres, discurre en tiempos y lugares míticos, inaccesibles al hombre.
Las mitologías cuentan entonces sus amores y sus odios, sus conflictos, sus éxitos y sus fracasos.
No se da, con todo, una separación total entre el mundo de los dioses y el de los hombres. El de
los dioses viene a ser un reflejo del mundo de los hombres. Con esto la vida del hombre se
encuentra condicionada completamente por acontecimientos en que él no interviene. Su historia
se decide en otra se parte. Él se limita a recibir las consecuencias, buenas o malas, de un destino
que ignora. A lo más, puede intentar vincular su suerte a ciertos poderes que le aseguren el éxito.
La religión de Abraham es muy distinta. El Patriarca tiene consigo a su Dios que es único. Este Dios
le llama para que emprenda la marcha, le acompaña en el camino, le promete la felicidad, hace
alianza con él.
Es el reverso de la concepción religiosa común. Aquí Dios se ve comprometido en la aventura del
hombre, en una aventura que irá adquiriendo una configuración propia.
Estas dos concepciones religiosas comportan un riesgo de signo contrario. Si el hombre se forja
un mundo mítico donde se desarrolla su propia historia, puede evitar una angustia que sería difícil
de soportar, pero renuncia a su responsabilidad en el mundo. Si, por el contrario, imagina a un
Dios comprometido en su historia, asume esta responsabilidad. Pero, ¿no menoscabará la
transcendencia de Dios al rebajarle a la altura de sus propios intereses?
De hecho, el Dios de la Biblia es un Dios que el hombre se va imaginando según lo que espera.
Para Abraham es un Dios que le promete y concede un hijo. Para los hebreos, a su salida de Egipto,
es el Dios de los ejércitos. En la ocupación de Canaán es el Dios devastador. En tiempos de David
es el genio bueno del rey. A partir de Salomón pasa a ser el Dios del Templo de Jerusalén.
Pero este peligro de imaginarse un Dios a su medida hace posible, a la vez, una maduración
espiritual. El choque con la realidad, al frustrar sus ilusiones, obliga al hombre a cambiar
continuamente la imagen que se hace del Absoluto. La historia le va descubriendo al creyente
que Dios no es en manera alguna lo que él quiere que sea.
En este sentido, con razón puede decirse que la Biblia es el relato de una desmitificación. Hace
ver cómo el hombre debe dejar a un lado sus falsas representaciones de Dios para aprender a
situarse verdaderamente ante Él, y entrar así en un auténtico diálogo con la plenitud de la
realidad.
La crítica a un Dios reflejo de los deseos del hombre se deja ver ya en la historia del sacrificio de
Isaac. Aparece abiertamente en la ley mosaica que prohíbe toda imagen de Yahveh, y resuena
constantemente en las voces de los profetas. De esta manera, el pueblo de la Biblia va
aprendiendo a lo largo de su historia a deshacerse de los ídolos que se inventa.
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Esta maduración del espíritu se acelera en dos periodos cruciales:
• El hundimiento del reino hebreo y la deportación les fuerzan a reconocer dolorosamente
lo ilusorio de las esperanzas en que habían vivido. Surgen entonces unos escritores que
sintetizan definitivamente escritos anteriores que contaban la tentación del hombre de
hacerse Dios. También entonces se consolida la idea de un Dios creador del Universo que
trasciende a todo ser creado (ver los once primeros capítulos Génesis).
El judaísmo que nace sigue manteniendo la idea de que Dios llama a los hombres, de que
les hace una promesa de vida. Pero afirma, con mayor lucidez que antes, la vinculación
existente entre el cumplimiento de esta promesa y la purificación del hombre que
consiente en abrirse a un Dios trascendente y santo. Incluso se comienza a vislumbrar que
el conocimiento de Dios, tal como es Él, entra en el contenido de la promesa: vivir es
encontrar a Yahveh.
• El Nuevo Testamento propone una transformación religiosa definitiva. Jesús la proclama
en su predicación, la manifiesta con su vida y, sobre todo, con su muerte. Queda entonces
claro que Dios no es el Dios que responde al deseo del hombre de lograr su vida como él
la entiende. Jesús, el justo, muere en el abandono y en la soledad, pero también muere
transfigurado por la fuerza del amor. Con ello demuestra que Dios cumple su promesa al
conceder al hombre vivir de otra manera. El hombre está llamado a descubrir la plenitud
de la entrada en un mundo espiritual que transforma interiormente la vida presente y que
es, a la vez, vida eterna en Dios.
La Escritura, al afirmar que Jesús en lo más profundo de su ser es Hijo de Dios, que vive en total
unión con el Padre y que ha resucitado, garantiza que la vida del hombre tiene ciertamente un
sentido. Este sentido no es otro sino la entrada en el amor. Reconciliado con Dios, tal como Él es,
el hombre se reconcilia consigo mismo, con sus hermanos y el Universo entero.
c) La influencia de la Biblia
Ahora es posible ver la razón de la influencia de la Biblia. La historia que cuenta es, desde luego,
una historia del pasado. Pero, como hace referencia a una historia interior común a todas las
personas, puede ofrecerse a todos como un espejo en que se reconocen a sí mismos.
Aparentemente, las situaciones concretas en que hoy vivimos, los problemas que hemos de
resolver, pueden distar mucho de los planteados en la Escritura. Pero las cuestiones vitales que
subyacen en estos planteamientos son las mismas. Por eso, unos escritos antiguos pueden
erigirse como símbolos e interpelarnos en profundidad todavía hoy. Aquellos hombres, con la
interpretación que dieron a su vida, nos brindan la posibilidad de abrirnos también nosotros al
Dios que viene al mundo, a un Dios que nos garantiza que realiza nuestras esperanzas en el
momento mismo en que las vuelca.
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manifestación de las prodigiosas facultades del hombre enfrentado a las dificultades de la vida.
Afirman: unos escritores, actuando por encima de su capacidad normal por la presión de los
angustiosos problemas que afrontaban, redactaron unos documentos que testimonian la
inmensa sed de vivir del ser humano. Esta «inspiración» (que mejor se llamaría una expiración
venida de lo más hondo), ha enriquecido a la humanidad con algunos de los más bellos principios
de vida. Para éstos, el Dios que habla al hombre en la Escritura es tan sólo un reflejo del hombre
mismo. En realidad, la Biblia es un monólogo del hombre en forma de diálogo.
Sin embargo, para el hombre de fe, el secreto último de las Sagradas Escrituras es Dios, que con
la fuerza de su amor no cesa de elevar al hombre haciéndole partícipe de su Espíritu. Los escritos
bíblicos son ciertamente palabras de hombres expresadas por hombres. Pero, a la vez, son el
resultado de una relación especial que existía entre los que escribían y el Absoluto. En estos
escritos el creyente descubre la Palabra de Dios que le habla. A través de ellos Dios se le manifiesta
revelándose.
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Hay que descartar aquí las concepciones “iluministas” que todavía hoy muchos mantienen. Según
éstos, la inspiración habría consistido en una especie de dictado de Dios en que los escritores,
dejando a un lado su actividad propia, se comportaron como meros copistas.
Es verdad que en los escritos bíblicos hallamos descripciones de auténticos éxtasis en que, de
pronto, se han visto inmersos profetas y videntes. Pero estas situaciones no son peculiares de los
autores de la Biblia. Ni ellas implican necesariamente la inspiración divina, ni ésta las requiere. La
acción del Espíritu es también real cuando se expresa en el humilde y difícil esfuerzo de
alumbramiento del autor que busca la expresión adecuada que manifieste la verdad que tiene en
su mente.
Hay que dejarse, pues, de atribuir a la inspiración un carácter cuasi mágico que la desnaturaliza,
y lleva a una equivocada interpretación de los escritos sagrados. La Palabra de Dios emerge poco
a poco a través de las limitaciones propias de la palabra humana, y la inspiración no suprime en
absoluto esas limitaciones.
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d) La verdad de la Biblia: la inerrancia
Lo que acabamos de decir nos lleva a revisar también la idea que algunos tienen de la verdad de
la Biblia. Piensan que la Palabra de Dios es siempre una afirmación que hay que asumir al pie de
la letra.
Pero la verdad de una novela puede ser tan real como una noticia periodística redactada por un
testigo, sólo que es de otro tipo. Esa verdad bien puede consistir en una luz intensa proyectada a
las profundidades del corazón humano, sin que por eso tengamos que creer en la realidad de los
personajes de que se sirve el autor para comunicarnos su visión del ser humano.
De igual manera, no vayamos a buscar en la Biblia un tipo de verdad que no pretende darnos.
Cuando sus autores nos presentan descripciones del mundo, reproducen lo que tenían por ciertas
en su tiempo, pero no pretenden enseñarnos ni la geografía, ni la geología, ni los orígenes del
mundo tal como trata estos temas la ciencia moderna. Lo que se proponen es comunicarnos su
camino hacia Dios, en su mundo, y para ello se sirven de los conocimientos de su época.
Es más, ni siquiera todas las afirmaciones religiosas las tenemos que tomar necesariamente como
absolutas y definitivas. Por ejemplo, la idea de Dios que tenían los patriarcas no puede ser la
nuestra hoy; y no debe serlo, como hemos visto.
Con todo, la Iglesia afirma la “inerrancia bíblica”. Lo que quiere decir con esta expresión es que la
Escritura nos conduce con seguridad a Dios, que no nos extravía. En este sentido, no hay parte de
la Biblia que no contenga una faceta positiva del relato de la evolución del Pueblo de Dios. Incluso
los errores humanos conducen a la verdad. A través de las oscuridades propias de toda creencia
espiritual la verdad se revela y descubre.
4. La lectura de la Biblia
El conocimiento de la naturaleza especial de la Biblia nos advierte que no debemos leerla como
se nos ocurra. Ciertos creyentes abren la Biblia con la creencia de que el pasaje leído les va a dar
una respuesta directa y clara a las preguntas que se hacen; en consecuencia, lo toman al pie de
la letra. Puede ocurrir que esta lectura les satisfaga, pero también puede serles peligrosa, pues a
veces lleva a falsas interpretaciones que pueden originar ideas absurdas. Importa, entonces,
precaverse contra el fundamentalismo, que consiste en la creencia de que el sentido de la Biblia
se manifiesta a todos sin una seria reflexión.
No podemos prescindir, pues, de un mínimo de exégesis. La exégesis es hoy una ciencia compleja
que pone en juego múltiples métodos. Unos se aplican a la verificación y eventual reconstrucción
del texto. Otros tienen como fin proporcionar todos los datos que puedan iluminarlo:
determinación del autor, de su medio, de su mentalidad; fecha de la redacción; fuentes a partir
de las cuales se compuso el libro; contexto histórico, cultural, religioso. Otros consisten en
comparar pasajes de la Biblia con escritos procedentes de otras religiones. Las ciencias modernas
pueden proporcionar igualmente preciosas aclaraciones: tendremos, por consiguiente, exégesis
sociológicas, psicoanalíticas, económico-políticas...
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La exégesis, que analiza minuciosamente los libros, nos lleva de la mano a otra tarea no menos
importante, pero que tiene que realizarse después: la interpretación (lo que en términos técnicos
se llama hermenéutica): ¿cómo podemos hoy encontrar en la Biblia luz para nuestra vida?
Se trata de una cuestión que suscita incesantes discusiones entre los que admiten el libro. Los
judíos y los cristianos de las distintas confesiones no leen los textos de la misma manera. En su
interpretación se atienen, ciertamente, a los datos objetivos que ofrece la exégesis científica, pero
están influidos, a la vez, por sus distintas concepciones del hombre y por su fe respectiva.
En el judaísmo, la reinterpretación continua de los escritos bíblicos es patrimonio de su más
antigua tradición. Los escritores religiosos, a lo largo de la historia, no han cesado de tomar los
escritos anteriores y de volverlos a leer para descubrir en ellos un sentido desconocido hasta
entonces, pero que aparece con evidencia a la luz de los acontecimientos posteriores. En el
cristianismo, se afirma que Cristo ha dado el sentido definitivo al Antiguo Testamento. La Escritura
se presenta como realidad concluida con los comentarios que de ella hicieron los últimos testigos
de la era apostólica. Pero esto no significa que se haya llegado a la total inteligencia del Libro. La
historia, en su avance, no cesa de llevarnos a descubrir en él riquezas anteriormente ignoradas.
Nuestro deber es, pues, proseguir la lectura del texto a la luz de las realidades presentes y
partiendo de un acto de fe actual. “Mucho tengo todavía que decirles”, dijo Jesús. “El Espíritu de
la verdad les guiará hasta la verdad completa”. Toca a los cristianos de hoy, animados por este
Espíritu, sacar del sagrado libro “lo viejo y lo nuevo”.