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María Jesús Mancho Duque
Por lo mismo que se trata de una ciencia específica, con un objeto y método concretos, se
diferencia y distingue de otras afines. Así, el santo abulense, en el Prólogo al Cántico espiritual,
contrapone teología escolástica y teología mística:
«Y así, espero que, aunque se escriben aquí algunos puntos
de Teología Escolástica acerca del trato interior del alma con su Dios,
no será en vano haber hablado algo a lo puro del espíritu en tal manera,
pues, aunque a Vuestra Reverencia le falte el ejercicio de Teología
Escolástica, con que se entienden las verdades divinas, no la falta el
(CA,mas
de la Mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben, Pról., 3)
juntamente se gustan».
E. Pacho, que ha analizado esta contraposición, llega a la conclusión de que san Juan considera
la teología mística como algo sapiencial, práctico o experiencial, como pathos de lo divino,
fusión de amor y conocimiento: «la contemplación -sinónimo de Teología Mística, como
señalaremos más adelante- que es noticia y amor divino junto, esto es, noticia amorosa» (LA, 3,
30)4, mientras que la teología escolástica es conocimiento intelectual y conceptual 5.
Como es propio de los lenguajes especializados, los tecnicismos están formados muchas veces
por unidades pluriverbales, constituidas por el núcleo de un sintagma seguido de su adyacente,
algo que se comprueba en el caso de contemplación, susceptible de recibir especificaciones
sémicas, que aparecerían destacadas y definidas en un diccionario técnico debajo de la
entrada contemplación: como contemplación infusa o contemplación purgativa:
«Y dice que este salir de sí de todas las cosas fue [en] (1N, Declar.,
una noche 1)
oscura, que aquí entiende por la contemplación purgativa».
«¿Por qué, pues, estas potencias van purgando a la par, se siente a
los principios más comúnmente en la voluntad la inflamación y amor de
(2N,de13, 2)
la contemplación purgativa, que en el entendimiento la inteligencia
ella?».
Y lo mismo sucede con el tecnicismo vía, que técnicamente no es de los más rentables en san
Juan de la Cruz, al menos en cuanto a la trilogía de unidades pluriverbales comúnmente
establecidas: vía purgativa, iluminativa y unitiva9. Hemos seleccionado un pasaje sanjuanista
en que aparecen los tecnicismos místicos encadenados en serie, en una explicación de gran
interés didáctico:
«Salió el alma a comenzar el camino y vía del espíritu, que es de
los aprovechantes y aprovechados, que por otro nombre llaman vía(1N, 14, 1)
iluminativa o de contemplación infusa».
Naturalmente, la teología mística adopta y adapta para sus propios fines términos prestados de
otras disciplinas afines. Así sucede con la antropología filosófica de raigambre aristotélico-
tomista, de la que el místico de Fontiveros toma vocablos especializados en la designación de
facultades o aptitudes para la percepción de realidades. Surge, de este modo, la dicotomía
entre sentido y espíritu y el variado desglose de sentidos,
tanto corporales como espirituales, exteriores como interiores, inferiores o superiores10. Los
primeros, en los textos sanjuanistas, aparecen clasificados de acuerdo con una tradición que
arranca de los Padres de la Iglesia, por la que el que ocupa el rango más sublime es el oído. Del
segundo conjunto, la vista y los ojos del alma, tecnicismo de raigambre neoplatónica, entre
cuyos principales representantes cabe mencionar a Orígenes, san Buenaventura y san Agustín,
desempeñan una función trascendental en el entramado del sistema sanjuanista 11:
Ahora bien, estas facultades tienen como objeto percibir y recibir, de modo
genérico, aprehensiones, inteligencias o noticias15, de las que escogemos fantasmas16, término
utilizado con el sentido de aprehensiones o imágenes formadas por la fantasía:
«La causa es porque se le da sustancia entendida y desnuda de
accidentes y fantasmas, porque se da al entendimiento que llaman los
(CA,
filósofos pasivo o posible, porque pasivamente, sin él hacer nada 14, 14)
de su
parte, la recibe».
locuciones y sentimientos espirituales:
«Entre las [noticias espirituales] distintas y particulares entran
(2S, 10, 4)
cuatro maneras de aprehensiones particulares [...] y son: visiones,
revelaciones, locuciones y sentimientos espirituales».
Los tecnicismos de este ámbito son muy abundantes. Como ilustración final seleccionamos el
sustantivo supuesto, definido por el Diccionario de Autoridades como «la individualidad de la
sustancia completa e incomunicable. Llámase así porque queda puesta debajo de todos los
accidentes»17, sentido con que es empleado en el siguiente pasaje sanjuanista:
«1. Y la causa es porque semejantes mercedes no se pueden recebir
muy en carne, porque el espíritu es levantado a comunicarse con el
Espíritu divino que viene al alma, y así por fuerza ha de desamparar en
alguna manera la carne. Y de aquí es que ha de padecer la carne y, por
consiguiente, el alma en la carne, por la unidad que tienen (CA,en12, 3)
un supuesto».
En ocasiones más raras, los tecnicismos parecen proceder de la jerga jurídica escolástica, como
ocurre con la locución de prima instancia:
«Porque el entendimiento, la voluntad y la memoria se van luego a
Dios, y los afectos, los sentidos, los deseos y apetitos, la esperanza, el
gozo, y luego todo el caudal de prima instancia se inclinan a(CA, Dios,19, 4)
aunque, como digo, no advierta el alma que obra por Dios».
O con otra, también latinista y muy utilizada por el santo, incluso en sus poesías, de vero:
«Acaba de entregarte ya de vero»».
Como si más claro dijera: Esto, Señor mío Esposo [...] esto que andas comunicando por
medios, que es como comunicarte de burlas, acaba de hacerlo de veras, comunicándote por ti
mismo; que parece a veces en tus visitas que vas a dar la joya de tu posesión y, cuando mi alma
bien se cata, se halla sin ella, porque se la escondes, lo cual es como dar de burla. Entrégate,
pues, «ya de vero», dándote todo al todo de mi alma, porque toda ella te tenga a ti todo (CA, 6,
3, 5).
(Coplas delallí
«El que mismo, hechas
llega de verosobre un éxtasis de harta contemplación, vv. 25-26)
de sí mismo desfallece».
Con todo, de lo que se trata es de elaborar una terminología específica de la teología mística.
Desde un punto de vista formal, existen determinados procedimientos muy rentables para la
creación de tecnicismos. Uno de ellos es el recurso a la sufijación. En este nivel lingüístico
algunos morfemas son especialmente productivos, como ocurre, en el marco de la derivación
sustantiva, con el sufijo -ción y su variante -sión. A lo largo de esta exposición ya se han
mencionado algunos, a los que cabría añadir otros tan representativos
como mortificación18, negación, comunicación o transformación:
«De manera que, según esta semejanza de transformación,
podemos decir que su vida y la vida de Cristo toda era una vida por
unión de amor. Lo cual se hará perfectamente en el cielo en divina vida
en todos los que merecieren verse en Dios; porque, transformados en
Dios, vivirán vida de Dios y no vida suya, aunque sí vida suya, porque
la vida de Dios será vida suya. Y entonces dirán de veras: vivimos
nosotros y no nosotros, porque vive Dios en nosotros. Lo cual en esta
vida, aunque puede ser como lo era en san Pablo, no empero perfecta y
acabadamente, aunque llegue el alma a tal transformación de amor que
sea matrimonio espiritual, que es el más alto estado a que se (CA,
puede11, 7)
llegar en esta vida»19.
También el sufijo -miento, más popular, produce tecnicismos muy rentables dentro de este
ámbito:
(CA, 12, l)
«Los cuales fueron de tanta alteza y con tanta fuerza comunicados,
que la hizo salir de sí por arrobamiento y éxtasis»20.
«Y no se ha de entender que pierde allí el alma los hábitos de
ciencia y totalmente las noticias de las cosas que antes sabía, aunque
(CA,
queda en aquel no saber, sino que pierde el acto y memoria de las 17, 12)
cosas
en aquel absorbimiento de amor»21.
En las formaciones adjetivas, además del sufijo -al, que origina términos tan específicos como
algunos de los reseñados anteriormente, cabría recordar también esencial y razonal:
Deseando unirse con Él por clara y esencial visión (CA, 1, 1).
«Por "todo su caudal" entiende aquí todo lo que pertenece a la parte
sensitiva del alma, la cual dice que está empleada en su servicio,
también como la parte razonal o espiritual que acabamos de decir(CA,en el19, 3)
verso pasado».
o abisal:
En este sueño espiritual que el alma tiene en el pecho de su Amado, posee y gusta todo el
sosiego y descanso y quietud de la pacífica noche, y recibe juntamente en Dios una abisal y
escura inteligencia divina (CA, 15, 22).
Específicamente místicos son los adjetivos terminados en -ble, pero configurados también con
el prefijo negador in-, de gran rentabilidad, dada la importancia de la teología negativa:
«¡Oh alteza de riquezas de sabiduría y ciencia de Dios,(CA, cuán35, 6)
incomprehensibles son sus juicios e incomprehensibles sus vías!».
En efecto, estos latinismos desempeñan una función eminentemente terminológica, para hacer
referencia a conceptos propios de la ciencia en que se inscriben. En este sentido los textos de
especialidad escritos en la lengua madre constituyen una cantera prácticamente inagotable de
nuevas formaciones. La libertad, también lingüística, del místico se revelará en la elección o en
el rechazo de algunas de las posibilidades brindadas por las voces en latín. Así, por ejemplo,
san Juan parece ser, hasta este momento, el primero en haber utilizado el adjetivo deiforme para
explicar la transformación del alma en la unión mística:
«Y no hay que maravillar que el alma pueda una cosa tan alta,
porque, dado que Dios la haga merced que llegue a estar deiforme y
unida en la Santísima Trinidad, en que ella se hace Dios(CA, por38.3)
participación...».
Sin embargo, parece funcionar, más bien, en el campo de la ignorancia, docta ignorancia que
trasciende toda ciencia, como se deduce de algún otro caso:
«El cual no saber se refiere aquí a estas insipiencias y olvidos de la
memoria, las cuales enajenaciones y olvidos son causados del interior(2N, 8, 2)
recogimiento en que esta contemplación absorbe al alma».
A este campo pertenece igualmente un cultismo de nuevo cuño, creado, por el momento, por el
santo abulense24. Nos referimos a ajenación:
«Porque para este divino ejercicio interior es también necesaria
soledad y ajenación de todas las cosas que se podrían ofrecer al alma,
(CA, 25, 6)
ahora de parte de la porción inferior, que es la sensitiva del hombre,
ahora de parte de la porción superior, que es la razonal».
Otro cultismo, documentado por el DCECH a finales del XVI, aunque no he podido contrastar
esta datación con los datos suministrados por el CORDE, es rapto25, que como tecnicismo
místico es utilizado en cuatro ocasiones por san Juan de la Cruz exclusivamente en el Cántico
espiritual:
«En aquella visitación del Espíritu divino es arrebatado con gran
fuerza el del alma a comunicar con el Espíritu, y destituye al cuerpo, y
deja de sentir en él y de tener en él sus acciones, porque las tiene en
Dios; que por eso dijo san Pablo (II Corintios, XII, 2) que en
aquel rapto suyo "no sabía" si estaba su alma recibiéndole "en el cuerpo
o fuera del cuerpo". Y no por eso se ha de entender que destituye y
desampara el alma al cuerpo de la vida natural, sino que no tiene sus
acciones en él. Y ésta es la causa por que en estos raptos y vuelos se
queda el cuerpo sin sentido y, aunque le hagan cosas de grandísimo(CA, 12, 5)
dolor, no siente».
A veces sucede que los préstamos cultos están utilizados en un sentido propio de la lengua de
origen, que no es el habitual, o el que ha prevalecido en la lengua de destino. Se trata, por tanto,
del rescate de una acepción clásica, lo que configura, en consecuencia, un cultismo semántico.
Este tipo de neología de significado fue muy utilizado por los escritores cultos del Quinientos -
especialmente los grandes poetas renacentistas, como Fray Luis, Garcilaso, etc.- y es también
frecuente en el propio san Juan, cuyo estilo no es tan llano ni fácil como superficialmente
pudiera parecer. Un ejemplo característico nos lo proporciona el verbo convertir, empleado en
el sentido de «volver, dirigir», en una dirección en concreto: hacia el interior 26:
«Conviértese en esta canción la esposa a gozar de su Amado al
interior recogimiento de su alma, donde Él con ella está en amor (CA,
unido,32, 1)
donde escondidamente en grande manera la goza».
La neología de sentido no es, con todo, característica exclusiva de los cultismos; también puede
aparecer, y más frecuentemente, en un término patrimonial utilizado en un sentido nuevo
especializado. En el registro de la mística hispana es lo que ha sucedido con numerosas voces,
entre las que hemos entresacado, como más representativas, la familia de recoger,
especialmente en las categorías sustantiva y adjetiva: recogimiento y recogido27:
«Cuenta el alma en esta canción la soberana merced que Dios le
hizo en recogerla en lo íntimo de su amor, que es la unión (CA, o17, 1)
transformación de amor en Dios».
Del primero de los dos pasajes se desprende la rentabilidad de la aplicación de los recursos
traspositivos: comparación, metáfora, símbolo, etc. El uso de las metáforas no es específico, sin
embargo, del lenguaje místico; también el científico recurre a ellas, las cuales, frecuentemente,
acaban por lexicalizarse. Piénsese en la productividad de las partes del cuerpo humano -cabeza,
ojo, boca, brazo, pie, mano, etc.- para designar instrumentos y partes de los mismos en diversas
artes mecánicas y técnicas.
En el ámbito de la mística -la cual es por amor, como acaba de recordar el santo-, la analogía
más cercana es la del amor humano, amor nupcial, con lo que se configura enseguida un campo
léxico metafórico en el que se encuentran, entre otros, Esposo, Amado, Carillo, esposa, amada,
desposado, desposorio y matrimonio espirituales. Estos últimos, especialmente, funcionan ya
como auténticos tecnicismos para designar unas fases concretas del proceso espiritual:
«Un alto estado y unión de amor, en que, después de mucho
(CA, 13, 1)
ejercicio espiritual, suele Dios poner al alma, al cual llaman desposorio
espiritual con el Verbo, Hijo de Dios».
Puede observarse cómo el matrimonio espiritual se refiere a una fase superior y viene a resultar
equivalente de transformación y de unión o junta:
«Restaba ya hacerse el matrimonio espiritual entre la dicha alma y
el Hijo de Dios, Esposo suyo. El cual es mucho más que el desposorio,
porque es una transformación total en el Amado, en que se entregan
ambas las partes por total posesión de la una a la otra con
consumada unión de amor, cual se puede en esta vida, en que está el
alma hecha divina y Dios por participación, en cuanto se puede (CA, 27, 32)
en esta
vida».
Se comprueba entonces que el locus de la unión y transformación es el pecho del Amado, con
el que está unida la amada en su propio pecho -obsérvese la comunidad deíctica del
posesivo nuestro-, lo que remite a un sintagma de la estrofa sexta de la Noche oscura, de gran
lirismo:
Obsérvese cómo en el pecho florido de la amada, con un indeterminado pero expreso deíctico
espacial -«allí»-, «quedó dormido» el Amado, que se recostaba «escondido de toda criatura
mortal»30, como se precisaba al comienzo del Cántico. De modo que, por esa anchura
mencionada de los dichos de amor en inteligencia mística, lecho florido resulta equivalente
a pecho florido, tanto del Amado como de la amada, puesto que ambos están en estado de
transformación31. De este modo se pone de manifiesto la deliberada vaguedad semántica, la
ausencia del límite preciso del significado de las voces, la fusión de los espacios simbólicos y
las equivalencias personales, de carácter irracional, que pueden irse incrementando en estratos
de profundidad -por ejemplo, el pecho, metáfora del alma, encierra el corazón, otra sede de
interioridad amorosa, que pivota sobre un centro o eje cada vez más íntimo- y en redes de
extensión inalcanzables. En otras palabras, comenzamos a experimentar los efectos de una
inmersión en el universo del símbolo, del que los místicos se erigen en auténticos
exploradores32.
Ahora bien, tanto pecho como lecho reciben una misma calificación, que no es de las más
esperables entre las posibles combinaciones sintagmáticas y que causa alguna extrañeza, al
menos inicial: florido. No es pertinente ahora incidir en la procedencia bíblica de la imagen, a
partir de Cant. 1, 15, lectulus noster floridus, que, en cualquier caso, no serviría para pecho,
aunque sí podría funcionar de impulso sugeridor. Lo que importa aquí no es tanto rastrear en la
tradición o destacar la originalidad imaginaria, cuanto subrayar que florido no equivale a
«florecido», sino a «compuesto de flores» o «lleno o adornado de flores»:
«El cual está ya florido para ella, por razón de la unión y junta que
está ya hecha entre los dos, mediante la cual se le comunican a ella las
virtudes, gracias y dones del Amado, con los cuales está ella tan
hermoseada y rica y llena de deleites, que la parece estar en un lecho de
variedad de suaves flores, que con su toque deleitan y con su(CA, olor15, 2)
recrean; por lo cual, llama ella a esta unión de amor "lecho florido"».
Se trata, por tanto, de un lecho en plena naturaleza y refrescado por una aromática brisa que
corre entre el follaje, mecido en suave susurro, de los cedros dispuestos como vallado
protector33; un tapiz vegetal -prado de verduras, de flores esmaltado- perfumado por la
fragancia de las flores, que «deleitan» -además- «con su toque». Este locus, en fin, en el que se
produce el éxtasis de los sentidos -«y todos mis sentidos suspendía»- se convierte, así, en un
jardín o huerto, de larga tradición bíblica y literaria profana, con un cierto matiz oriental
inducido por los cedros y las azucenas refulgentes en la noche, a la luz de esa luna que se
adivina brillante. La equiparación aparece expresa en el comentario a la estrofa 26, en la cual se
introduce la recreación de la metáfora bíblica del hortus conclusus:
«El alma de la esposa [...] ahora la llama aquí también "huerto",
(CA, 26, 4)
donde están plantadas las flores de perfecciones y virtudes que habernos
dicho».
Pero este huerto o jardín -una única aparición de este término en los escritos sanjuanistas,
precisamente aquí-, referido al alma, es insistente y redundantemente florido, cualidad que
aparece resaltada mediante anteposición del adjetivo:
«Pero algunas veces hace Dios tales mercedes al alma esposa, que,
aspirando con su espíritu divino por este florido huerto de ella, abre
todos estos cogollos de virtudes y descubre estas especias aromáticas de
(CA, 26, 5)
dones y perfecciones y riquezas del alma y, abriendo el tesoro y caudal
interior, descubre toda la hermosura de ella».
Como también llama la atención la urgente necesidad, el perentorio deseo de la presencia del
viento suave -austro- que esparza aromas y fragancias34:
«Y así, con grande deseo desea el alma esposa todo esto, es a saber,
(CA, 26, 7)
que se vaya el cierzo, que venga el austro, que aspire por el huerto,
porque en esto gana el alma muchas cosas juntas».
La finalidad pretendida es que el Amado pueda comunicarse y deleitarse entre las flores del
huerto del alma:
«Y luego dice (VI, 2): "Yo para mi Amado y mi Amado para mí,
que se apacienta entre los lirios", es a saber, que se deleita en mi alma,
que es el huerto, entre los lirios de mis virtudes y perfecciones (CA, y26, 9)
gracias».
Existe, en efecto, una coincidencia con el Cantar, al adscribir este huerto a la esposa -toda vez
que se invita al austro a aspirar por «mi huerto»-. Sin embargo, en la estrofa siguiente, y a
diferencia del Cantar, se menciona el «huerto deseado» que resulta ser de pertenencia del
Amado, adonde se hace una invitación expresa a la amada para que entre en él:
«en el ameno huerto deseado
Y más adelante el huerto pertenece tanto al Amado como a la amada, con lo que se produce una
anulación entre sujeto-amante y objeto-amado, en tanto que ambos se hallan en una fusión
consecuencia del estado de unión alcanzado:
«Por el "muro" se entiende el vallado de paz y virtudes y
perfecciones que ya tiene el alma donde está ya amparada, que es el
muro y defensa del huerto de su Amado; por lo cual la llama Él en los
Cantares (IV, 12) "Hortus conclusus soror mea", que quiere decir: "Mi
hermana es un huerto cercado"; por tanto, no le toquéis a este muro,
No hay otra mística más sensual que la representada en la estética barroca española. Posiblemente a
causa de la tan rigurosa normativa teologal de la Contrarreforma. Porque había entonces que describir la
conexión más sublime a través de la espiritualidad física, esa que representaba el vínculo místico entre
el sujeto asombrado de belleza y su divinidad. ¿Cómo hacerlo para expresar toda esa fuerza mística en
una representación física, sin embargo? Con la sutil materialidad que desde el desprendimiento
precisamente de parte de esa materialidad pueda llegar a expresarse. Al huir de la vida, al desprenderse
de la propia materia para encontrar la vía directa más eficaz con la divinidad, el sujeto seducido por la
atracción de lo sagrado es ahora absolutamente desposeído de su propio sentido de sensualidad material.
Por esto mismo no siente ni es consciente de mostrar o expresar lo físico en su asalto ferviente de
sobrecogimiento espiritual. El pintor sabe que esto sucede y lo aprovecha para realizar una imagen de
realismo estético natural cargada de cierto erotismo involuntario. Sólo el observador se beneficia de la
estética material que el sujeto en éxtasis padece ahora en su sobrecogimiento. Por eso los genios
artísticos capaces de plasmar esa virtualidad con las formas físicas de lo accidental (la materia sensual
inevitable), consiguen alcanzar a expresar con franqueza mística la espiritualidad más natural
representada con elementos propios de lo material. ¿Es posible expresar espiritualidad sin la materia
necesaria? Esta fue la grandeza artística que los creadores del Barroco español supieron comprender:
que el goce interior inmaterial es un reflejo sublime del goce exterior material. Es esta una reacción
neuronal que el ser humano necesariamente padece en cualquier emoción de alto grado sensorial, sea
por causa psicológica o mística. Los síntomas o efectos de una emoción de gran sensación intensa son
semejantes en la satisfacción biológica y en el asalto espiritual. Aunque la causa es muy distinta la
expresión es muy parecida. También aunque sea involuntaria y desprendida, como en este caso. Es por
eso que la verosimilitud de estas obras de Arte, donde el resultado de esa expresión sagrada es
conseguida en todos sus aspectos, también en el sensual más erótico, ofrecen un valor añadido estético
al propiamente representado.
Pero, además, la obra de Mateo Cerezo es artísticamente muy valiosa. Es tan valiosa la obra en su
conjunto que su rasgo sensual no hace al ente perceptor captar otra belleza que la de su propio sentido
místico, a pesar de lo expresado eróticamente de forma clara. Esta fue la grandeza del pintor español,
que utilizó un recurso material o físico para aumentar el desprendimiento material que un ser llegue a
padecer en el profuso arrobamiento que un éxtasis pasional produzca en su cuerpo. Es la forma más
auténtica de expresar un goce efímero ante un hecho espiritual determinado. Lo sensual se justifica
ahora desde la propia conexión mística a pesar de ser un lastre propiamente, ya que el personaje
atribuido de sentido místico no hace otra cosa que padecer su materialidad para poder alcanzar un goce
espiritual. Es un ser vivo que, superando su materialidad o a pesar de ella, alcanzará a comunicar su
deseo espiritual con algo que está fuera de sí mismo. Por tanto no mira ahora ella dentro de sí misma
sino que trasciende su mirada hacia lo que, sin materia, está fuera de ella. Y ese salir de ella misma le
llevará a dejar de ser consciente de su propia materialidad. El pintor quiere además dejar claro con su
Arte esta singularidad: no es consciente el personaje místico de irreverencia o indecoro alguno ante el
gesto involuntario sensual sublime de su éxtasis espiritual. El Barroco español promovía la verosimilitud
en sus formas plásticas todo lo posible, esto fue llamado naturalismo barroco, aunque sólo algunos
pintores se atrevieron a hacerlo sin fisuras. Es decir, a hacerlo de verdad, sin límites decorosos, como
debiera ser el gesto natural de un arrobamiento donde el desprendimiento involuntario sea expresado de
forma armoniosa y natural en su expresión mística.
Una forma armoniosa es aquella que une descripción verosímil con belleza estética, lo que hace percibir
a los ojos receptores toda la verdad estética de la obra. ¿Verdad estética? ¿Qué es eso? Pues expresar
todos los elementos que sean necesarios para obtener una belleza sin exceder los límites de lo esencial.
Belleza y límite. Ahí están los dos referentes subjetivos necesarios para alcanzar el equilibrio estético.
Nada hace saber mejor qué es Arte y qué no es hasta que vemos la obra un tiempo después de haberla
comenzado a ver. En el Arte la totalidad es superior al detalle, pero, sin embargo, el detalle es lo que
hace mejor vislumbrar una belleza sublime. Una obra no es bella en general, son sus detalles los que
hacen que lo sea. Sin embargo, una obra es grandiosa en su totalidad no en sus detalles. Pero la
genialidad está más cerca de la belleza. Son los detalles los que hacen que una genialidad alcance la
gloria artística. Podría el pintor haber cubierto el pezón de Magdalena en su obra de Arte barroca, como
de hecho hizo en otras versiones de esa misma temática en otros lienzos parecidos. Pero entonces no
habría conseguido la genialidad... Habría conseguido una obra de Arte, habría conseguido grandeza,
habría conseguido crear una obra estéticamente valiosa, pero, sin embargo, no habría alcanzado la
Belleza. No habría llegado a sublimar en su obra dos elementos muy decisivos en una exaltación mística
de belleza: la materialidad y la inmaterialidad. Ambos se complementan estéticamente, y, cuanto mejor
lo hacen, más se reflejará el sentido espiritual que enlazará a ambos conceptos. No hay espiritualidad
sublime representada sin una cierta sensualidad vislumbrada. Por eso el pintor Mateo Cerezo sabría que
la fuerza expresiva mística de un ser anegado de materia sensible era mucho mayor que si carecía de
ella. Porque no hay expresión de conexión mística sublime en lo inanimado sensual. La mística es por
definición la comunicación entre lo material y lo inmaterial, entre lo sensual y lo espiritual. Para que esa
conexión sea posible el ser sensual debe obviar cualquier materialidad y el ser divino no poseerla. El
goce estético solo es posible desde lo material y para ser sincero el efecto solo puede ser efímero y
limitado. Sucede lo mismo que en el ámbito del Arte: el ser receptor es ahora el ser místico que alcanza
a solazarse espiritualmente con la belleza física que ve, una belleza creada desde la materialidad
limitada y percibida ahora con el goce material de una expresión, sin embargo, igual de efímera.
(Óleo Magdalena Penitente, 1661, del pintor barroco español Mateo Cerezo, Rijksmuseum, Ámsterdam.
LA MAGIA Y LA
MÍSTICA: LA
ENTREGA SEXUAL
FEMENINA
REPRESENTADA
COMO
ENAJENACIÓN EN
“LA CELESTINA” Y
“LA MUJER
DOBLE”.
Juan Galeano
University of Cincinnati
Introducción
Sin lugar a dudas, La Celestina (1499) es génesis, paradigma y referencia intertextual inherente a la narrativa
erótica que se ha producido en los países de habla hispana. El vocabulario procaz, las escenas de alcoba, la
referencia al coito y el disfraz de “amor” que lo cubre todo, son elementos que dialogan con una tradición de
cinco siglos de antigüedad. No es casualidad, en este orden de ideas, que el erotismo en la obra de Fernando
de Rojas (La Puebla de Montalbán, Toledo, c. 1470; Talavera de la Reina, Toledo, 1541) haya sido analizado
desde distintas perspectivas, llegando a la conclusión de que la trama gira en torno a la lascivia de los
personajes. El presente texto busca analizar La Celestina, más que desde el todo erótico connatural a ella,
desde una parte del mismo: la forma como la entrega sexual femenina[1] se interpreta en su cuerpo narrativo,
el catalizador que de ello hace la magia y la vinculación de esto con las relaciones sociales que se representan
en el texto.
De otra parte, observar cómo se revisitan, modifican o desechan las influencias de la historia de Calisto y
Melibea en la literatura es una tarea impostergable. Por tal motivo, este trabajo se ocupa de la representación
de la entrega[2] en La mujer doble (1990) del colombiano Próspero Morales Pradilla (Tunja, 1920; Bogotá,
1990). Ambientada en el S. XVII, la novela conjuga las contradicciones propias de la época: el agonizante
poder inquisitorial, negándose a ceder espacio a las ideas de la modernidad; la tensión de la vida en las
colonias españolas de ultramar, siempre amenazadas por los enemigos del reino, y el papel de la mujer cuando
la sensualidad se debatía entre los extremos del misticismo y la lujuria[3].
El análisis que aquí se propone parte de que tanto Rojas como Morales Pradilla, proponen una modelo de
mujer que solo decide sobre su entrega sexual cuando es influida por fuerzas sobrenaturales, lo que arrastra
consigo la posibilidad de que esta pueda tomar parte activa en actos socialmente transgresivos y, dicho sea de
paso, tener cualquier tinte de heroicidad. Esta tesis se estructura sobre tres aspectos de los textos que, sin ser
del todo comparables, pueden estudiarse de manera paralela: primero, los recursos narrativos que usan los
autores para hablar de la sexualidad de sus principales personajes femeninos; segundo, la incidencia de lo
sobrenatural en la voluntad de la mujer y tercero, la manera como la entrega termina teniendo repercusiones
dañinas en el contexto social.
La justificación para analizar estas novelas se encuentra, más allá de sus similitudes en términos narrativos, en
que tanto La Celestina como La mujer doble se muestran irreverentes con las formas literarias que las
anteceden. En el caso de la primera, esto se evidencia en la ruptura con el clasicismo renacentista, la
vulgarización de los autores grecolatinos y la desacralización del lenguaje religioso. La segunda, a su vez,
forma parte de lo que Celorio denomina novela neobarroca (100) en la medida en que parodia el lenguaje
alambicado que usaban los habitantes de las colonias españolas del S. XVII, juega con referencias
intertextuales –no reconocidas– a la obra de sor Josefa del Castillo y carnavaliza, en términos bajtinianos, los
rituales cristianos y paganos de la época.
La ascética, nombre con el que la askēsis ha trascendido hasta el momento actual, se sostuvo sin variaciones
considerables durante el imperio romano y llegó a convertirse, en el medioevo cristiano, en una de las virtudes
más loadas por la Iglesia. Su influencia en la cosmogonía de las naciones católicas fue tal que, ya desde los
primeros siglos de esta era, el mundo empezó a conocer santos y santas cuyo único heroísmo consistía en
pasar semanas sin comer o sin dormir, autoflagelarse, ceñirse cilicios y, sobre todo, negarse a cualquier tipo de
contacto amoroso. Sobre la imitación de las llamadas “virtudes heroicas” empieza a construirse, de este modo,
una percepción del mundo en la cual el deseo sexual no solo debilita el carácter sino que ofende a Dios. Sobre
este contexto ideológico se asientan los mundos representados por Rojas y Morales Pradilla; sin embargo, la
propuesta literaria de ambos pretende controvertir tal ideología, como se explica a continuación.
La obra de Fernando de Rojas se divulga como la primera transgresora de los códigos del amor cortés: “Ya en
su primera declaración se muestra Calisto como un enamorado temerario e inconsiderado. Saltándose el
período calculadamente largo de la espera y de la adoración a distancia, impregnada de humildad y silencio
que constituye la fase del «fenhedor»” (Green 505). La voracidad del apetito carnal de Calisto evidencia un
claro desacato a la debida continencia del amante casto; la intervención de Celestina, a despecho de la de un
amigo o de un confidente, indica perversidad en las intenciones del mandante (507); el despojo doloso de la
virtud de Melibea, como conclusión a este juego, es lo que signa a los amantes con el destino trágico de
quienes ofenden a la divinidad. La recepción ejemplarizante que Rojas quiere que se dé de la tragicomedia no
es producto del azar: lleva la transgresión literaria hasta el extremo de exhibir, poco más o menos, todos los
pecados capitales y luego se explica invocando la fatalidad como consecuencia indefectible de la
inobservancia de los órdenes establecidos.
De otro lado, no puede decirse que Próspero Morales Pradilla haya inventado la narrativa erótica en
Colombia, de hecho, su obra recoge estilemas propuestos en la narrativa de Gabriel García Márquez
(Aracataca, 1927; Ciudad de México, 2014) donde se reconoce la lujuria como una condición inherente a la
naturaleza humana y la necesidad de desatarla de los prejuicios morales que se le imponen[4]. Este mismo
desenfado puede reconocerse en Morales Pradilla quien, ya desde 1985 con su exitosísima Los pecados de
Inés de Hinojosa, cuestiona la superposición de los ámbitos privado y público, especialmente en contextos de
arraigada moralidad católica, para denunciar los vicios que se encuentran en la obsesión por la virtud.
Similares premisas se encuentran en la inmortal novela de Germán Espinosa (Cartagena de Indias, 1938;
Bogotá, 2007) La tejedora de coronas (1982), donde el placer sexual se representa sin los límites impuestos
por prejuicios de tipo social, racial o ideológico, como era la usanza.
En consonancia con lo anterior, Morales Pradilla se atreve a describir a las blancas con la misma sensualidad
que describe a las negras y a las mulatas[5] y habla de los deseos sexuales de las amas con la misma
franqueza con la que habla de los de las prostitutas. El colombiano no tiene un propósito aleccionador, sin
embargo, su representación del temor que despierta el erotismo místico de Carmita/Sor Catalina en el
inquisidor Monagas, demuestra el poder desestabilizador que puede tener la sexualidad femenina en el orden
social.
Es posible, así las cosas, hacer precisiones sobre la manera como se desarrollan los aspectos observados en La
Celestina y La mujer doble.
El enfoque que aquí se sustenta, por su parte, se afilia a la tradición defendida por Russell y Deyermond[8],
entre otros; es claro que, si bien Celestina no es el genio demoníaco del que hablaría Cejador y Frauca[9], su
magia es indispensable para la finalidad aleccionadora que se propone Rojas. Es esta una postura mucho más
afortunada teniendo en cuenta que, sin la magia, la facilidad con que se allega Celestina a Melibea sería
completamente inverosímil pues todos los obstáculos que podría tener se apartan del camino por sí solos. De
otro lado, el cambio en el talante de Melibea con respecto Calisto va de un extremo a otro en cuestión de
horas, sin que este hubiera tratado de cambiar de estrategia para buscar mejores resultas. Finalmente, sería
absurdo sostener la posición contraria cuando Rojas se empeña en la descripción exhaustiva de las artes de
Celestina, amén de su laboratorio. En síntesis, por lo que a este texto concierne, Celestina practica la magia y
Melibea es su víctima.
Hay lugar entonces para explicar qué hace de Celestina una maga[10]. Botta, en un extenso estudio sobre el
tema, destaca la solicitud que hace de prendas personales a sus clientes (50), la invocación al Diablo para que
la asista en la satisfacción de los deseos de Calisto (54) y las sucesivas posesiones de quienes entran en
contacto con el cordón de Melibea (55), entre otros. Con todo, la magia de Celestina se encuentra, si se
quiere, ínsita en la propia descripción del personaje: la edad le ha otorgado a Celestina un conocimiento de las
personas y del mundo que le permite manejarlos a su antojo; su pasado como prostituta le confiere autoridad
en todo lo que tiene que ver con los placeres carnales; sus años de práctica con las plantas y los animales la
convierten en una experta en sus usos tanto benéficos como perjudiciales. En pocas palabras, la condición de
maga de Celestina radica, realmente, en que disputa en sabiduría con cualquier hombre, lo que para una mujer
de su edad y condición solo puede originarse, siguiendo la lógica de la trama, en “tratos” con el Demonio.
Ahora, es meridianamente claro que la magia que Celestina practica es de tipo sexual. Al efecto es posible
señalar como ejemplos, por un lado, el sortilegio que practica sobre el virtuoso y prudente Pármeno para que,
tras reconocerla como la madre putativa que lo acogió tras la muerte de Claudina, yazca con Areúsa frente a
ella. Por otro lado, y con mayor interés para el presente texto, se encuentra el encantamiento que realiza sobre
el cordón de Melibea para que esta deje de resistirse a las arremetidas de Calisto. Sobre este hechizo empieza
a gestarse la verdadera carga erótica de la obra,
Aunque la hechicería se usaba muchas veces para impedir el amor entre dos personas – el laboratorio de
Celestina contenía algunos de los ingredientes usados a este fin –, la actividad más común de las hechiceras
era, según los autores del Malleus, la de producir una violenta pasión hacia una persona determinada en la
mente de la víctima del hechizo. Esto se llamaba philocaptio (…) (Russell 509)
La violencia de esta pasión se manifiesta en Melibea de diferentes maneras: las mordeduras de serpiente de
las que habla cuando aún no se ha entregado a Calisto; los celos con los que ataca a Lucrecia cuando,
emocionada por su llegada, agasaja al hombre que acaba de escalar el muro; la extrema congoja que le
supone, más que la muerte del amante, la imposibilidad de seguir retozándolo; su suicidio, so pretexto de que
se irá a buscarlo hasta el infierno para estar con él nuevamente. La philocaptio obra en Melibea convirtiéndola
en un ser lúbrico, intemperante e inmoral: “Por supuesto, ella desconoce la verdadera causa del repentino
cambio psicológico que ha experimentado, y no la sabrá jamás. Siente, sin embargo, que hay algo anormal en
un amor que calificará de «mi terrible pasión», y Rojas mismo no quiere que el lector olvide el origen
sobrenatural de esta” (Russell 512). No ha lugar aquí hablar de culpa o arrepentimiento porque, dentro de la
trama, Melibea no los experimenta: todas sus emociones, apetitos y deseos se convierten en accesorios de la
voluntad de Calisto; la “terrible pasión” anula su cordura al punto que termina muriendo como la más vil de
las pecadoras, por su propia mano y sin confesión; su enajenación es tal que no mide las consecuencias de la
triple deshonra que causa a su padre al suicidarse, habiendo perdido la virginidad, cuando estaba a punto de
convertirse en una solterona. Melibea, de esta manera, representa la perdición tanto de Calisto como la de
Pleberio, luego de que su sexualidad es desatada por los artificios de Celestina. Es este sentido, es posible
coincidir con Sevilla: “En resumidas cuentas, lo que hace la magia en La Celestina es romper las defensas de
la honestidad y precipitar la entrega desenfrenada de una jovencita de bien, truncando con ello su destino
social esperable” (195).
Queda claro que la entrega de Melibea no es acto deliberado que pueda, eventualmente, interpretarse como un
proceder punible. Es aquí donde la obra pierde potencia dentro del discurso feminista y, más bien, se
recontextualiza dentro del patriarcal en el que vio la luz. Severin es clara al expresar: “(…) la voluntad de
Melibea ha sido encadenada por Celestina, lo que, desde un punto de vista cristiano hace que la joven quede
libre de culpa” (35). Desde una perspectiva más racional, draconiana si se quiere, el discurso subyacente al
apasionamiento de Melibea es que esta no tenía facultades mentales suficientes para comportarse lógica o
moralmente y, por lo tanto, sus actos no merecían sanción divina, mucho menos humana. Las causas que
textualmente se pueden inferir para esta locura son múltiples: la tardanza del matrimonio, la sobreprotección
del padre, la aparente indiferencia de la madre, la influencia negativa de su dama de compañía, entre otras. No
obstante, más que la causa de esa enajenación, lo importante es determinar sus efectos tanto en términos
narrativos como en los de posible recepción de la obra.
Imposible no coincidir con Deyermond (1984 3) en que bajo el deseo sexual, en La Celestina, se esconde una
lucha intestina de clases entre ricos y pobres. Tal lucha se hace particularmente visible dos ocasiones; la
primera, en el banquete en el que los mozos departen con Celestina y las prostitutas: el vocabulario insolente
que todos usan para referirse a quienes se encuentran por encima de ellos en la escala social se establece, sin
cuestionamientos, como un mecanismo de resistencia frente a la desigualdad. La segunda ocasión en la que se
muestra esa lucha de clases es en la llegada, por última vez, de Calisto al huerto de Melibea; los mimos
que Lucrecia le hace demuestran que está dispuesta a pasar por encima de su ama en aras de tener una
oportunidad de acercarse a quien con ella yace. Sintetizando: la carga sexual aneja a la entrega de Melibea
desordena tanto el orden social que hace que las prostitutas se comparen con las señoritas y las damas de
compañía les quieran birlar a sus hombres, y que los mozos despotriquen en contra de sus señores y se
conviertan en asesinos cuando su ambición no se satisface. La interpretación que Deyermond hace de
Maravall coincide con esto: “(Los pobres) Reciben dinero pero sin gratitud. Envidian y desprecian a los ricos.
Se sienten más dignos y más capaces de disfrutar de la riqueza. Quieren disfrutar de las posesiones de los
ricos –incluso de sus posesiones sexuales” (9). No sobra agregar que esta sublevación, originada en un deseo
sexual desatado, se vuelve en contra de Celestina y cobra su vida.
Mas es el mismo personaje de Melibea el que da la pauta para determinar cómo la entrega femenina se
interpreta en el texto como una anomalía social. En un primer momento, el que su deseo sexual haya sido
liberado por los artificios de una socialmente inferior, antigua prostituta, maga y remendadora de virgos,
demuestra las ansias de ascenso que se están produciendo en las bases de la escala social y la torpeza de
quienes se encuentran en el extremo superior para notarlo: “Melibea’s loathsome sexuality brutally proclaims
the descomposition of authority in the civic body and signals the aristocracy’s estrangement from the forces of
production.” (Gerli 382). A continuación, que esa misma entrega provoque revoluciones entre la servidumbre,
es prueba suficiente de que todo aquel que tenga una conciencia social propenda por reprimirla. Súmese a lo
anterior la misma insubordinación de la hija frente al padre y la madre por perseguir ese gozo que, sortilegios
mediante, ha descubierto. Finalmente, la muerte de Calisto, un caballero de preeminencia social que haya la
muerte persiguiendo los ardores de una moza.
No es casualidad, entonces, que Melibea enloquezca y se suicide: no solo pecó por fornicar, pecó por causar
una revuelta social en la que los subalternos llegaron a compararse con aquellas personas a quienes debían
sumisión y respeto. En términos más simples, el cuerpo de Melibea, apartado de la virtud, es un reflejo de los
vicios que se pueden producir en la sociedad cuando no hay en ella una ascesis suficiente. El deseo
aleccionador de Fernando de Rojas no es tanto que las mozas se cuiden de la magia, es que una sociedad en la
que se transgredan los límites impuestos por la clase social no merece existir.
Puede agregarse que es el erotismo, justamente, lo que moviliza el desarrollo de la trama: por el placer sexual
el inquisidor Monagas se deleita con la visión de sus pajes, pero también con la de las curvas prietas de Perla
Yumurí; por el gusto de retozar, Mateo Costa se da a la caza de “la mujer doble”, encontrándose en el camino
con los cuerpos de La Trastienda, Rita Candela y Carmita de Figueroa; es en la pasión desenfrenada Odette de
La Tasserie donde el Preceptor encuentra fuerzas para sacar avante su juego conspirador. Como puede
intuirse, los personajes femeninos superan en número a los masculinos; indagar sobre las representaciones de
la entrega femenina, en la novela, es más que relevante para acercarse a su propuesta narrativa[11].
En términos de sexualidad el personaje más interesante es Carmita de Figueroa, nombre secular de Sor
Catalina de la Cruz, la protagonista. Esta no solo pierde la virginidad antes de ingresar a un convento de
clausura sino que, conforme su carnalidad se va despertando, empieza a desarrollar un alter ego llamado Lupe
Cruz. Morales Pradilla se abstiene de llamar excitación sexual, misticismo, posesión diabólica o simple locura
a tal situación; es justo en esta ambigüedad donde se aloja el horizonte de expectativas más amplio que se
puede encontrar en la obra: en la lectura que se ha hecho de La mujer doble, la percepción de lo que le ocurre
a Carmita depende de quién la acompañe en escena. Si este acompañante es Mateo Costa, Lupe Cruz emerge,
aparentemente, para ocultar la vergüenza por la impudicia; si son las monjas con las que Sor Catalina
comparte claustro, la doble irrumpe como posesa ninfómana para que no importunen a su hospedera; si es el
lector quien acompaña la soledad de la religiosa y fisgonea en sus diarios, olvida su duplicidad y se concentra
en sus percepciones de la “experiencia de Cristo”. Cabe añadir que, una vez ha ingresado al convento,
Carmita pierde todo contacto con Mateo Costa para recuperarlo jamás, de manera que el deseo hacia él-otro
sale de la novela para dar paso a la dicotomía misticismo-lujuria que se analiza a continuación.
La experiencia mística, en los contextos católicos, se ha reconocido oficialmente a pocos hombres y mujeres,
siendo la mayoría de ellos religiosos con una ascética superior. Es importante observar que las vías para llegar
a la mística, tal como se relatan en la mayoría de las hagiografías, son diferentes para hombres y mujeres: lo
normal es que los hombres experimenten a Dios a través de la adquisición de conocimiento, de la filosofía; las
mujeres, por su parte, se hacen místicas por medio de una ascesis radical que comporta ayunos, autolesiones y
exigüidades de todo tipo. Paradigmática en este tema resulta la muy estudiada Teresa Sánchez de Cepeda y
Ahumada[12] quien documentó sus trances en textos que dan vida a la comunión del erotismo con la
experiencia divina[13]. La experiencia de Teresa es modélica para la consideración crítica de la mística
porque la profesión religiosa femenina, y así se entiende hasta la actualidad, es un “matrimonio con Cristo” en
el que percibir su presencia comprende tanto un goce espiritual como un goce físico. Afirma Götz: “They had
renounced the physical pleasures of sex but retained its structure and form, transporting these to a spiritual
plane to that what would have passed for description of sexual encounters in the secular world” (15). No es de
extrañar que los escritos, tanto religiosos como seculares, que hablan de experiencias místicas refieran una
sinestesia a medio camino entre la congoja y el clímax sexual.
En muchos casos, este sufrimiento fue recompensado con la “gloria de los altares”, mas no era necesaria una
canonización para reconocer la legitimidad de una experiencia mística. De hecho, parte de la labor de la Santa
Inquisición era precisamente desenmascarar falsos santos y falsos místicos y desmentir falsas apariciones.
By the 1620s and 1630s (…) the Inquisition dealt mainly with the offenses of the Old Christian majority. In
this new role, the Inquisition’s task was (…) the removal from popular culture of anything superstitious,
immoral, or unorthodox. From the standpoint of the Counter-Reformation church, the mystical transports of
women were to be encouraged as long as those women trod the path of orthodoxy (Haliczer 145)
La labor no era sencilla pues tras siglos de vivir la fe desde una perspectiva sobrenatural, el catolicismo
empezaba a dejarse permear por conceptos racionales; así pues, se diseñaron manuales para reconocer las
falsas visiones y denunciarlas mas no siempre estos fraudes se encontraban directamente relacionados con la
herejía y, por lo tanto, no eran castigados con la hoguera sino con sanciones paternalistas como privar al
contraventor de la comunión o cambiarlo de orden religiosa. De cualquier modo, la sombra de la hechicería
no dejaba de estar presente entre los resquicios de cada experiencia mística cuyo conocimiento era avocado
por la Inquisición, “Witches were perceived to be the mirror image of true mystics: as true mystics
experienced God, so these women experienced communion with the devil.” (Jantzen 269), de suerte tal que en
la contradicción congoja-clímax de la que se habló antes, la entrega podía ser fácilmente interpretada como
lujuria, el mayor pecado de las hechiceras. Es en este contexto en el que se representan las experiencias de Sor
Catalina de la Cruz.
Valga establecer que la voz religiosa de Sor Catalina es prestada. Morales Pradilla, por medio de esta obra,
rinde homenaje a su coterránea Sor Josefa del Castillo (Tunja, 1671 – 1742), religiosa clarisa, mística y
escritora, representante del denominado “barroco neogranadino”. De su copiosa producción literaria, La mujer
doble retoma Vida, su autobiografía, y la articula como el diario íntimo que Carmita empieza a escribir unos
días antes de ser enclaustrada. Indiscutiblemente este aspecto de la obra puede analizarse en estudios
posteriores[14], por ahora se asumirá como la estrategia discursiva del autor para representar la vida en el
claustro.
Poco o nada pueden las fuerzas humanas contra este maldito vicio tan ligado a nosotros mismos por esta carne
vilísima, saco de podredumbre, si Dios se aparta. El altísimo don de castidad y pureza que hace a las almas
esposas de Dios, desciende de arriba del padre de las lumbres. Despedazaba mi carne con cadenas de hierro;
hacíame azotar, pasaba las noches llorando, tenía por alivio las ortigas y los cilicios; hería mi rostro con
bofetadas y luego me parecía que quedaba vencida en manos de mis enemigos… (Morales 287)
Nótese cómo Morales/del Castillo toma la visión como un intolerable tormento que, de todos modos, la
religiosa se encuentra en posición de tolerar y que recibe con agradecimiento, casi pidiendo más. Aun así, no
deja de advertirse que el cuerpo estorba a la experiencia mística en la medida en que, a pesar de que el trance
es dolor en sí mismo, es el mismo cuerpo el que impide un “disfrute completo” de ese dolor. La extrapolación
de las sensaciones físicas es clave para entender cómo Sor Catalina puede ser tenida, a la par, como alma
superior o como lúbrica poseída: los gritos, las exclamaciones, los jadeos y las carnes trémulas descritos por
el narrador, tan reminiscentes de las escenas en las que Carmita se solazaba con Mateo Costa, hacen que el
intérprete dude, tanto como los personajes, sobre lo que en verdad le ocurre a la protagonista. Es muy posible
que la respuesta a esta duda se encuentre en Lupe Cruz, la doble (en particular porque su presencia se afirma
tanto en los encuentros sexuales como en los arrobamientos místicos), mas Morales Pradilla no hizo de ella
más que un nombre, un ser sin historia, reservándose así la verdad sobre las circunstancias de su personaje
principal.
La experiencia mística ha sido considerada, en muchas ocasiones, como una especie de locura: se escucha, se
ve, se vive, se siente, la nada. A esta conclusión podríamos llegar en La mujer doble con Irigaray: “The walls
of her prison are broken, the distinction between inside/outside transgressed. In such ex-stasies, she risks
losing herself or at least seeing the assurance of her self-identity-as-same fade away” (192). Aunque Morales
Pradilla se abstenga de calificar su conducta, todo apunta a que la protagonista está loca; a pesar de la lucidez
formidable sus textos, aunque llegue a ser abadesa del monasterio en el que se encuentra recluida, así dé
indicios de una espiritualidad superior, Carmita/Sor Catalina está perdida en esa entrega que la llena de placer
y le causa una terrible congoja. Muestras de ello se encuentran en que Mateo Costa conjetura que la expresión
“rico tenerlo” es un gatillo que dispara la mente de Carmita para traer la presencia de Lupe Cruz; en que
permanece impertérrita cuando el inquisidor Monagas la señala como “la mujer doble”, aun sabiendo que
puede terminar en la hoguera; en que, cuando la ciudad de Carma está siendo atacada por los piratas y la toma
del convento es inminente, Sor Catalina solo puede repetir “rico tenerlo” mientras pretende ser sodomizada
por un ser invisible.
En este orden de ideas, la transgresión de Carmita/Sor Catalina es definitiva en el sentido de que conjuga la
experiencia mística con la lujuria; sin embargo, ambas cosas son ajenas a su voluntad: Carmita tiene una
doble personalidad desde antes de ingresar al convento, pero son los autovejámenes, considerados camino
para llegar a la experiencia mística, los que terminan por darle vida propia a ese ser impúdico que mora en
ella y, al mismo tiempo, hacerle creer que se está acercando al encuentro con Cristo. Esta experiencia, tan
íntima en apariencia y con tan pocos efectos en el mundo exterior es, no obstante, definitiva en el desarrollo
de la trama; siendo claro que esa mujer que se debate entre el erotismo místico y la lujuria no va a tomar parte
activa en ningún acto que desestabilice el orden social vigente, también es claro que es precisamente su
conducta la que conduce al debilitamiento de la estructura hegemónica de Carma: el inquisidor Monagas tiene
el poder suficiente para exigir a los fieles la defensa de los intereses de España, mas su obsesión con atrapar a
“la mujer doble”, en desmedro de sus demás deberes, permite al Preceptor ganar aliados en la ciudad y
planear, desde adentro, un ataque inglés a los dominios españoles. La locura es, empero, la salvación de
Carmita/Sor Catalina; Monagas es incapaz de condenarla a la hoguera porque sus textos lo confunden, son tan
blasfemos como geniales, tan llenos de Dios como de Demonio; súmese a esto la ‘contradicción’ de que una
religiosa, blanca y de buena familia pueda tener tratos con el Avernon inadmisible en el contexto descrito.
familia necesariossia Catñpublicada: la iglesia catistplaneninga, mas estn su vida como m, conclusión
inadmisible en el contexto descrito.
El mensaje de fondo de Morales Pradilla es claro y puede entenderse tanto en el momento histórico que
plantea la novela como en el momento en el que esta fue publicada: la Iglesia Católica está condenada a
seguir perdiendo autoridad porque, en lugar de atender sus funciones de guía espiritual, prefiere vivir metida
en la intimidad de sus fieles, el último sitio en el que debería estar.
Conclusión
La Celestina y La mujer doble, a pesar de los casi quinientos años de historia y literatura que las separan,
parten de la misma tesis: la entrega sexual hace que la mujer pierda la voluntad y tome parte en actos que
desestabilizan el orden preestablecido; no obstante, para eliminar la posibilidad de que esa transgresión pueda
ser interpretada como un acto doloso, pensado y ejecutado, tanto Rojas como Morales Pradilla recurren a la
estrategia escritural de identificar ese motor lascivo con un suceso sobrenatural, ajeno a la comprensión
humana, la magia y la mística para el caso. En la lectura que se ha hecho de los textos, tal representación
jalona un efecto de doble vía: por un lado, despoja al personaje femenino de cualquier actitud heroica que el
lector quiera reconocer en ella; por otro, previene a la sociedad con respecto a los “peligros” inherentes a
renunciar a mantener a la mujer controlada.
Los textos dejan entrever, sin embargo, que la determinación y la astucia de la mujer son sus más fuertes
armas para escapar de cualquier control que sobre ellas se quiera ejercer: tanto Melibea como Carmita han
perdido la cordura en su trasegar entre la sexualidad y las experiencias sobrenaturales, mas la voluntad
declarada de ambas es seguir disfrutando de eso que las llena de gozo, sea muriendo, sea burlando una
condena a la hoguera. Esto no significa que las obras soporten una lectura feminista (no debe perderse de vista
que las respectivas protagonistas terminan, de una u otra manera, locas), mas sí que existen intentos en los
autores de no convertirlas en víctimas. A pesar de todo, es claro que en los textos hay un cierto encomio de la
entrega femenina: son las mujeres tan poderosas que, por el simple hecho de vivir plenamente su sexualidad,
pueden revolucionar el mundo que las rodea.
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Notas
[1] Metodológicamente, el presente texto maneja la expresión “entrega sexual” en su sentido más común: el
de ordenar la propia voluntad a la ejecución del acto. Como se verá más adelante, tal sentido induce a la
consideración de factores como el deseo, el apetito y la gratificación sexuales.
[2] En adelante, el uso de la palabra “entrega”, salvo un significado expreso distinto, se entenderá en el
sentido de “entrega sexual”.
[3] Ambas categorías serán consideradas críticamente en el apartado tercero del presente artículo.
[4] Se hace referencia aquí a novelas como La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela
desalmada (1972), Crónica de una muerte anunciada (1981) y El amor en los tiempos del cólera (1985).
[5] Es claro que las primeras excepciones que se hicieron al llamado “principio del decoro” –que “(…) vigila
la imaginación de los escritores tradicionales y allí donde pudieran describir el cuerpo físico de los amantes,
les enrarece el estilo y les dicta palabras equivocadas” (Jaramillo 18) – en las letras colombianas se
encuentran en la producción literaria de finales del S. XX. En la narrativa anterior, solo esclavas, indias y
mulatas podían considerarse como cuerpos eróticos, pues en ellas “no ha[bía] un honor que defender” (31).
[6] Se hace aquí referencia a María Rosa Lida de Malkiel quien en su texto “El empleo de la magia” (220-
226) afirma que la magia de Celestina es, realmente, su poder de persuasión. Una postura similar es sostenida
por Américo Castro en “El problema histórico de La Celestina” (193-215)
[7] Manuel Asensio (28-43) considera que hay un esquema espacio/temporal evidente en la obra, lo que hace
razonable el desenvolvimiento de los hechos sin intervención sobrenatural de ningún tipo.
[8] Especialmente en los ensayos “La magia como tema integral de La Celestina” de Russell, e “Hilado –
Cordón – Cadena: symbolic equivalence in La Celestina” de Deyermond.
[9] Refiriendo aquí sus notas a una edición de 1913 de La Celestina en la que hace constantes alusiones, por
un lado, a la falta de “cristiandad del autor” y, por otro, al satanismo que inspira todos los procederes del
personaje principal.
[10] Intensos debates se han suscitado en torno a qué “tipo de magia” practica Celestina, si brujería o
hechicería, conceptos diferenciados, fundamentalmente en que la bruja es artífice del acto mágico, merced a
un pacto diabólico, mientras la hechicera es un simple canal para que el poder maligno llegue a la víctima. El
énfasis de este texto está en la magia y no en la figura de quien la practica, de modo que para evitar la
confusión conceptual, se usará la palabra “maga” en lugar de las semánticamente cargadas “bruja” y
“hechicera”, a pesar de que las fuentes consultadas se inclinen hacia la hechicería para describir a Celestina.
[11] A modo de epígrafe sobre este punto, vale agregar la explicación que Pineda Botero hace sobre el título
de la novela: “mujer doble [una leyenda que circuló por los prostíbulos del pueblo] es la que es dos mujeres a
la vez, la que tiene la facultad de realizar “coitos castos”, la que es al mismo tiempo dama y prostituta; lleva
bajo la piel un ser subyacente, escondido en los intersticios del cerebro, en los pliegues del sexo, en el ritmo
de las palpitaciones” (25)
[12] Nombre secular de Teresa de Ávila, religiosa carmelita mejor conocida como Santa Teresa de Jesús
(Gotarrendura, España, 1515 – Alba de Tormes, España, 1582).
[13] Imposible ignorar aquí lo que su compañero de orden religiosa Juan de Yepes Álvarez (Almodóvar del
Campo, España, 1499 – Montilla, España, 1569), San Juan de la Cruz, hiciere no solo en términos de
renovación de la filosofía católica sino, además, en lo que respecta a la composición literaria y de
documentación poética de sus experiencias místicas; la presencia del erotismo en sus textos es tan admirable
como en los de Teresa, a pesar de que guardan una diferencia fundamental: mientras en los poemas de él
puede encontrarse un erotismo festivo, “canónico”, en los de ella el erotismo es viene cargado de dolor.
[14] Que deberían empezar por cuestionar la intención del autor, que no explicita la fuente.