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Platón, La República, VII, 514-517.
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Sin duda, a primera vista, parece que la descripción de Platón es más realista.
A pesar de ello, se podría aducir que la desavenencia entre estos dos grandes de
la filosofía es mera apariencia, ya que el planteamiento de Aristóteles consiste en
destacar que los seres humanos potencialmente tienen la capacidad de buscar el
saber, sin adentrase al análisis de las circunstancias particulares que motivan la
actualización de esa tendencia. Quizá esto es cierto; pero el contraste entre estas
dos descripciones da que pensar. Para responder a ello, podemos acudir a una
tesis que comparten ambos filósofos, me refiero a la idea de que el asombro
representa el motivo inmediato de la reflexión filosófica. Aunque el asombro puede
estar asociado a una vivencia placentera, es mucho más frecuente que se
encuentre ligado al dolor de la experiencia de los males. El sufrimiento y la muerte
parecen constituir las dos fuentes principales del asombro 2.
Independientemente del color que imprimen los sentimientos al asombro, en
todos los casos se trata de la experiencia de algo que trasciende o que rompe
nuestros esquemas conceptuales, es decir, nos enfrentamos a un fenómeno que
carece de sentido y, por tanto, que no era esperado. Con ello, en diferentes
grados, se cuestiona la concepción del mundo en la que habitamos. A través de
los huecos, del vacío, que abre el asombro nos topamos con eso que Hans
Blumenberg denomina el absolutismo de la realidad 3, esto es, una realidad que
se manifiesta amenazante, peligrosa, contingente, compleja y, sobre todo,
indiferente, ajena por completo a nuestros deseos y aspiraciones; haciendo
patente, además, que nuestras vidas se encuentran sometidas a fuerzas que
trascienden, por mucho, nuestro control; aquello que la noción de destino de la
tragedia griega expresa magistralmente.
En el mito de Prometeo y Epimeteo que Platón narra en el Protágoras, se
describe al ser humano como una criatura desarmada, en términos biológicos (un
mono desnudo), frente a esa terrible realidad; cuya sobrevivencia depende, en
principio, de aquél atributo que el hermano mayor roba a los dioses para
otorgárselo a ese ser desvalido: el saber técnico. Si bien las rudimentarias
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Sobre esto consultar: Schopenhauer, el capitulo 17 de Complementos al Libro primero de El
mundo como voluntad y como representación, titulado, “Sobre la necesidad metafísica del ser
humano”.
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Blumenberg,H., (2003).
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La crítica a la metafísica que propone Kant no tiene nada que ver con
rechazarla6 o declararla irracional; mucho menos con intentar sustituirla por la
ciencia. Esto último resulta peligroso, pues se corre el riesgo de disfrazar a la
metafísica de científica, cosa que ha sucedido en numerosas ocasiones en la
historia de la filosofía y en la vida cotidiana. Para Kant, crítica consiste en
establecer límites, lo cual exige adentrarse en el análisis de su objeto con la
finalidad de comprender su sentido. Lo que él encuentra es que las ilusiones
metafísicas tienen sus raíces en la dinámica de la propia razón, por lo cual no es
posible suprimirlas; de hecho, sostiene que los temas de la metafísica no puede
resultar indiferentes a los seres humanos, en tanto la ciencia y el conocimiento en
general no pueden ofrecer una respuesta a las grandes preguntas que se plantea
cualquier ser pensante.
El efecto del conocimiento científico es, como destacó Max Weber,
desencantar el mundo y, por tanto, enfrentarnos de nuevo a la experiencia del
absolutismo de la realidad. De ahí, la necesidad de la metafísica, pero ello no es
un asunto de conocimiento, sino, ante todo, una cuestión práctica. La esperanza
kantiana consiste en que, una vez establecidos con claridad los límites, no sólo
puedan coexistir la ciencia y la metafísica, sino que entre ellas pueda darse cierta
interacción para orientar las acciones de los seres humanos. En la tercera crítica
Kant plantea que si el uso teórico de la razón puede definir los medios más
adecuados para acceder a un fin dado; el uso práctico es donde la metafísica
tendría su uso legítimo, el que puede establecer los fines.
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Cito sólo un fragmento e invito a leer con cuidado el comienzo del prólogo a la primera edición
de la CRP. Vale la pena destacar la relación que se establece entre la narración metafísica y la
unión social, aquí tenemos mucha tela para cortar.
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Sólo en una cultura en la que no existe una tradición crítica se puede considerar que ésta
última consiste en rechazar.
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Para Kant la noción de metafísica tiene varios significados, que si bien están
relacionados es indispensable distinguir con claridad. En primer lugar, el término
metafísica se refiere al análisis de las condiciones trascendentales de la
experiencia. En efecto, la metafísica no es más que el inventario de todos los
conocimientos que poseemos, sistemáticamente ordenados por la razón pura (A
XX). Lo que se busca resaltar con este significado es la diferencia entre el
conocimiento que se justifica en la experiencia y aquél que se justifica en la razón
pura. Desde este punto de vista, Kant hace en la primera parte de la CRP
metafísica, ya que se trata de establecer la condiciones universales y necesarias
de la experiencia. En este terreno, nada puede escapar a nuestra atención, ya que
no puede ocultarse a la razón algo que ésta extrae enteramente de sí misma (A
XX). De acuerdo con esto es correcto que Herbert James Paton calificara a su
texto sobre la CRP como metafísica de la experiencia (Kant’s Metaphysic of
Experience).
Esta acepción positiva del término metafísica se encuentra estrechamente
relacionada con la estrategia argumentativa típica, aunque no exclusiva, de Kant,
me refiero a los argumentos trascendentales 7. En ellos, la primera premisa está
constituida por algo (A) que se considera verdadero (contingente o
necesariamente). En la segunda premisa se sostiene que de no darse cierta
condición (C), A no sería posible. De ahí se concluye que la necesidad o carácter
a priori de C. Su esqueleto lógico es:
P1: A
P2: (- C - ◊ A)
Por tanto C
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Sobre la caracterización y problemática de estos argumentos remito a la excelente antología
realizada por Isabel Cabrera (1999).
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del uso cotidiano actual del término 8, significa todas aquellas actividades humanas
que presuponen la libertad: moral, política y derecho. Lo que está en juego en
ellas es establecer los fines de las acciones humanas y, en ello, no sólo está
justificado trascender la experiencia, sino que es su exigencia. Porque en el uso
práctico de la razón no se parte de las intuiciones, sino de conceptos, para
después buscar su realización a través de las acciones. Pensemos en el famoso
Reino de los fines, es decir, aquella organización social en donde todos sus
miembros son reconocidos no sólo como medios, sino también, al mismo tiempo,
como fines en sí mismos (una sociedad libre de dominación). Alguien puede
observar que se trata de una utopía; en efecto, lo es, pero se trata de un fin que
permiten orientar las acciones en el proceso de organización de la convivencia
social. Aquí los problemas surgen cuando se cree que hemos arribado ya esa
situación o que se trata de una situación que puede ser conquistada de manera
definitiva.
Regresando al uso teórico de la razón, hemos señalado que Kant lo califica, en
este contexto, como especulativo, ello se debe a su objetivo consiste en destacar
que la dinámica de la razón tiende, de manera espontánea, a emplear las
categorías más allá de lo dado en la experiencia, dando lugar a la Dialéctica
Trascendental, esto es, la lógica de la ilusión, por lo cual se considera que es
posible conocer, donde no hay nada que conocer. Como se puede apreciar, se
trata del sentido negativo o peyorativo del término metafísica, es decir, tratar de
acceder a un conocimiento que trascienda la experiencia. Es importante no perder
de vista que si bien la metafísica implica un uso ilegítimo de las categorías, se
trata de algo inevitable, una ilusión que no puede ser eliminada.
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En la primera introducción Kant llama la atención sobre la confusión entre técnica (teoría
aplicada) y practica. El hecho de que en las sociedades modernas se de ésta confusión, es decir,
que se considere a la técnica como el paradigma de práctica es muy significativo. Será uno de los
temas centrales de toda la filosofía alemana a partir de Kant.
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Es importante leer el siguiente párrafo (A VII – A VIII), donde se amplía ésta tesis con la cual
inicia el prólogo a la primera edición.
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Ha de entenderse por inferir aquella función del pensar mediante la cual se deriva un juicio a
partir de otro. Una inferencia en general es, por tanto, la derivación de un juicio a partir del otro.
Kant (2000), § 41. La inferencias pueden ser mediatas o inmediatas. Una inferencia inmediata o
del entendimiento es la deducción de un juicio a partir de otro, sin un juicio intermedio. Una
inferencia mediata o de la razón es cuando, además del concepto que contiene en sí un juicio, se
necesita otro para deducir de él un conocimiento.
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Si el entendimiento es la facultad de la unidad de los fenómenos mediante reglas, la razón es
la facultad de la unidad de las reglas del entendimiento bajo principios. La razón nunca se refiere,
pues, directamente a la experiencia o algún objeto, sino al entendimiento, a fin de dar unidad a
priori, mediante conceptos, a los diversos conocimientos de éste. Tal unidad puede llamarse
unidad de la razón, la cual es de índole totalmente distinta de la que es capaz de producir el
entendimiento. (B 359)
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Parecería que al plantear la dualidad de las ideas de alma y mundo, Kant cae de nuevo en el
esquema tradicional de la epistemología, esto es, plantear la unidad de sujeto y objeto. Pero la idea
de Dios nos indica que esa dos ideas, a su vez, forman parte de una unidad.
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Aunque las ideas pueden considerarse ficciones, Kant insiste que se trata de
entidades necesarias de la razón, ya que marcan el punto en el cual culmina el
proceso de conocimiento, entendido como el tránsito de la diversidad empírica a la
unidad de la razón. Al remitir a la unidad suprema, hacen posible sistematizar
nuestros conocimientos, adquiriendo con ello una misión heurística, es decir,
orientan o regulan la reflexión tanto en el uso teórico de la razón, como también en
el uso práctico. Esto nos indica que el desarrollo del conocimiento requiere
presuponer la existencia de un orden; presupuesto que encierra los dos principios
fundamentales, el de identidad y el de razón suficiente. No se debe perder de vista
que dicho presupuesto es un recurso heurístico, pero nunca un conocimiento en sí
mismo. Hume había dicho que ese presupuesto era una necesidad psicológica,
Kant agrega que se trata de una exigencia trascendental. Sin embargo, admite
que responden a esa necesidad psicológica, por lo que alejarnos de la ilusión que
ellas producen requiere de una sutil y aguda crítica.
En efecto, lo que hacen las ideas es relegar o hacer a un lado un dato básico de
la experiencia, a saber: la contingencia. El poner entre paréntesis la contingencia
es un requisito del pensamiento para construir nuestros modelos teóricos. Pero, si
quiere mantenerse en el sendero del conocimiento, en la búsqueda de la verdad,
es indispensable que una vez construidos esos modelos se los contraste con la
experiencia, en donde reina un grado de complejidad mayor que cualquier modelo
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Me parece que Kierkegaard tiene un punto fuerte, cuando sostiene que esa reconciliación
entre fe y razón, a la que aspiran de diferentes maneras Kant y Hegel, no es nada fácil, de hecho
podríamos decir que es imposible. Pero también asumir la falta de fundamento de la fe, como él
propone, requiere de una fuerza y un refinamiento difíciles de encontrar en la experiencia.
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Kant entiende por cosmología aquella disciplina que tiene por objeto el mundo,
entendido como totalidad de los fenómenos. Aunque la razón exige pensar esa
totalidad, los problemas surgen cuando consideramos que es posible acceder al
conocimiento de esa unidad suprema de los objetos. Lo que se busca hacer
patente es que cuando se pretende pasar de uso formal, lógico, al aspecto
material del conocer nos vemos enredados en antinomias, es decir, argumentos
donde encontramos dos tesis, que si bien cada una puede encontrar un sustento
racional, entre ellas existe una contradicción (tesis – antítesis), por lo que no es
posible acceder a una conclusión. La antinomia es una especie del género de las
paradojas. Kant menciona cuatro antinomias, divididas, al igual que las categorías,
en dos grupos: matemáticas y dinámicas. La primera es denominada antinomia de
la cantidad y sus tesis son:
Tesis: Toda sustancia compuesta consta de partes simples y no existe más que
lo simple o lo compuesto de lo simple en el mundo.
Antítesis: Ninguna cosa compuesta consta de partes simples y no existe nada
simple en el mundo.
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tendrán la razón. Sin embargo, Kant advierte que la libertad es la única idea de la
razón que tiene una base empírica, la cual remite a la relación práctica con el
mundo. En la tranquilidad de su gabinete el Dr. Fausto no encontrará nunca la
satisfacción de una prueba de la libertad; para lograr ello tiene que seguir su
traducción de la Biblia y asumir que en el principio es la acción.
De hecho, la libertad es la condición necesaria de la relación práctica; lo
indispensable es una descripción (no una prueba) de la libertad que sea
compatible con la causalidad del uso teórico. Para ello se requiere lo siguiente: 1)
Desechar por completo la noción de la libertad como espontaneidad absoluta, es
decir, negar que la libertad implica negar una relación causal. 2) No perder de
vista que la necesidad de la relación causa y efecto es introducida, como
condición trascendental teórica, por el entendimiento, es decir, que la necesidad
no se infiere de las cosas mismas. 3) A partir del segundo punto, aceptar que son
compatibles causalidad y libertad, en la medida que hay claridad en los límites
entre uso teórico y uso práctico.
Ello implica que una acción libre no tiene nada que ver con esa espontaneidad
absoluta de la que nos habla la metafísica. Pensar que sólo somos libres cuando
nada determina nuestra acción es absurdo, se trataría de un ser humano que se
sitúa en un misterioso ámbito donde ni la naturaleza, ni su cultura influyen en su
comportamiento. Los candidatos a convertirse en agentes libres serían
exclusivamente los ángeles, de los que se habla en la teología. Pero, de regreso a
la pequeña isla de la experiencia, la única manera de asumir el carácter libre de un
agente es advertir que las determinaciones que confluyen en la voluntad no son
armónicas, sino que existen entre ellas una tensión o contradicción. Según esto la
libertad no consiste en una espontaneidad absoluta, sino en adquirir la capacidad
de elegir, entre determinaciones opuestas. Por eso, la libertad se localiza en el
arbitrio (Willkür), el cual es la mediación entre la voluntad (Wille – la razón en su
uso práctico) y las pasiones.
Los seres humanos pueden ser considerados libres en tanto son seres tanto
naturales como culturales y entre naturaleza y cultura no existe esa armonía. El
precio ineludible de la libertad es el conflicto. Esto fue percibido en el mito cristiano
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del Génesis, en el cual Eva y Adam son arrojados del paraíso (el reino situado
más allá del bien y del mal) cuando aparece el deber, que entra en contradicción
con sus instintos o pulsiones. Únicamente el ser humano puede pecar, porque
tiene opciones, abiertas por la normatividad cultural (El ser humano actúa por la
representación de la ley). La ley moral es lo que permite experimentar, en la
práctica, la libertad. Como se puede apreciar, la única manera de comprender la
compatibilidad, de la causalidad y la libertad es disolviendo la antinomia que se
presenta en la CRP. Pasemos, por último, a la cuarta antinomia, la cual nos
conecta ya con el ideal de la razón:
Tesis: En el mundo debe haber algo que, ya sea como parte de él o como su
causa, sea un ente absolutamente necesario.
Antítesis: No existe en ninguna parte un entre absolutamente necesario, ni en
el mundo, ni fuera del mundo, como causa de él.
La cuarta antinomia nos permite percibir con claridad que mientras la tesis
expresa el dogmatismo de una razón que se abandona a la búsqueda de lo
incondicionado, la antítesis expresa las exigencias del empirismo. Según esto, la
fuente de las antinomias se encuentra en desligar sensibilidad y entendimiento,
olvidando que el conocimiento exige la intervención de esas dos facultades. Si
aceptamos esto último, por definición, no podemos ofrecer una prueba de la
existencia de Dios, pues éste trasciende la experiencia. Kant agregaría: tampoco
su inexistencia.
De hecho, él sostiene que la razón, en tanto su función es buscar la síntesis de
los conceptos del entendimiento, tiene necesariamente que acceder de manera
necesaria a la idea de Dios, a la cual, en la medida que no contiene ningún
elemento empírico, la denomina el ideal de la razón pura o el ideal trascendental.
(Prototypon trascendentale). El argumento en el cual sustenta ésta tesis resulta,
por lo menos, desconcertante. Su punto de partida es el llamado principio de la
completa determinación, según el cual a toda cosa le tiene que convenir uno de
los dos posible predicados contradictorios, esto es, cada cosa tiene que ser P o –
P. Posteriormente se agrega que en cierta clase de predicados uno de ellos tiene
un carácter negativo, en el sentido que niega todo contenido y sólo puede ser
entendido si se comprende el predicado positivo.
Lo opuesto, en cambio, la negación indica una mera
ausencia y donde sólo ésta es pensada se representa la
supresión de toda cosa. Ahora bien nada puede concebir
una negación determinada sin basarse en la afirmación
opuesta. El ciego de nacimiento no puede hacerse la menor
representación de la obscuridad debido a que no tiene
ninguna de la luz, como tampoco el salvaje de la pobreza,
puesto que desconoce la riqueza. El ignorante no posee un
concepto de su ignorancia por no tener ninguno de la
ciencia, etc. Todos los conceptos de negaciones son, pues,
derivados. (A 575)
Con ello quiere decir que los predicados negativos no tienen un contenido y, por
tanto una realidad en sí misma, sino que representan un límite y éste, a su vez,
presupone, ineludiblemente, lo ilimitado. Así como para formar el concepto de una
cosa se presupone un sujeto de predicaciones, sustancia, a la cual voy a
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límites que hay entre estas actividades, lo cual en la práctica es muy difícil de
alcanzar, pues la reflexiones metafísicas tienden, impulsadas por la razón, a
levantar pretensiones de verdad. La finalidad de la argumentación kantiana no es
desechar la metafísica, sino que los seres humanos aprendan a utilizarla para
orientarse tanto en la teoría, como en la práctica.