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UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CUENCA

Comunidad Educativa al Servicio del Pueblo


UNIDAD ACADÉMICA DE SALUD Y BIENESTAR

CARRERA DE SICOLOGÍA CLÍNICA

CONDUCTA AGRESIVA Y DESREGULACIÓN EMOCIONAL


EN NIÑOS VÍCTIMAS DE ABUSO SEXUAL

TRABAJO DE TITULACIÓN PREVIO A LA OBTENCIÓN DEL


TÍTULO DE PSICÓLOGO CLÍNICO

AUTORES:

ANABELLA STEFANIA ZHIPON GÓMEZ

DIRECTORA:

DRA. EULALIA MARIBEL POLO MARTÍNEZ

CUENCA – ECUADOR
2022

DIOS, PATRIA, CULTURA Y DESARROLLO


UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CUENCA
Comunidad Educativa al Servicio del Pueblo
UNIDAD ACADÉMICA DE SALUD Y BIENESTAR

CARRERA DE SICOLOGÍA CLÍNICA

CONDUCTA AGRESIVA Y DESREGULACIÓN EMOCIONAL


EN NIÑOS VÍCTIMAS DE ABUSO SEXUAL

TRABAJO DE TITULACIÓN PREVIO A LA OBTENCIÓN DEL


TÍTULO DE PSICÓLOGO CLÍNICO

AUTORES:

ANABELLA STEFANIA ZHIPON GÓMEZ

DIRECTORA:

DRA. EULALIA MARIBEL POLO MARTÍNEZ

CUENCA – ECUADOR
2022

DIOS, PATRIA, CULTURA Y DESARROLLO


i
ii
AGRADECIMIENTO

El desarrollo del presente trabajo, marcó la culminación de una decisión compartida en


familia, sobre mi futuro profesional, siendo el resultado de un continuo esfuerzo y apoyo
mancomunado de varias personas, por ello, creo pertinente dejar constancia de mi
agradecimiento y estima: A mi Dios, por todas las bendiciones recibidas a lo largo de este
reto educativo, gracias por la salud y brindarme a los mejores padres del mundo. A mis
padres, Blanca y Raúl, por ser el pilar fundamental en todos los retos que he podido afrontar.
Gracias porque a pesar de que muchas veces cometí errores y no tomé las mejores
decisiones, siempre han confiado en mí, sin su apoyo económico y moral, nada de esto
hubiese sido posible, los amo, y espero algún día poderles devolver en parte, todo lo que han
hecho por mí. A todos mis docentes universitarios, por haber compartido conmigo, muchas
de sus experiencias personales, que contribuyeron en mi formación profesional. A mi tutora,
por haberme guiado de manera tolerante en el desarrollo del presente estudio.

Anabella Zhipon

iii
RESUMEN

El abuso sexual infantil (ASI), es una de las problemáticas de salud pública de mayor
repercusión social, política y económica en el mundo entero, condicionando la formación
integral de cualquier individuo. El objetivo del presente estudio es: establecer la presencia de
conductas agresivas y la desregulación emocional en los niños víctimas de abuso sexual. La
presente investigación, es un metaestudio, desarrollado bajo un nivel explicativo, con diseño
descriptivo y enfoque cualitativo. Entre los resultados obtenidos: Se encontró que la
agresividad y la desregulación emocional afectan a los menores que han vivido una
experiencia de abuso sexual y dificulta el adecuado desarrollo,psicológico,social y personal,
por lo cual se determinó que existe dificultades en la forma de relacionarse con el entorno y
poder manejar adecuadamente sus emociones. A las conclusiones que se llegó con la
investigación: Entre los factores que intervienen en la desregulación emocional, en los
niños/as víctimas de ASI, se encuentran: el sexo del infante, la carencia de injerencia
parental, bajo nivel educativo de los progenitores, baja situación socioeconómica, vivir en
una familia extensa, la susceptibilidad genética del niño/a, un alto nivel de hiperreactividad
emocional, la frecuencia de la agresión sexual, el nivel de violencia física, intimidación y
amenazas recibidas por parte del agresor. Entre las conductas agresivas en los niños/as que
hayan sido víctimas de abuso sexual, presentan con mayor frecuencia, se encuentran los
golpes, rasguños, jalones de cabello, patadas, empujones, acciones de intimidación, uso de
palabras soeces, amenazas, engaño, burlas, ofensas, la continua falacia y la desobediencia.

Palabras claves: Abuso Sexual Infantil; Conductas Agresivas; Desregulación emocional;


Factores de riesgo; Niños/as

ABSTRACT

Child Sexual Abuse (CSA) is a public health issue with the highest social, political,
and economic impact in the world, influencing the overall development of any
individual. This study aims to establish whether aggressive behaviors and emotional

iv
deregulation are occurring in children who have been victims of sexual abuse. The
research was carried out with a descriptive design and a qualitative approach. The
results obtained include the following: currently, the prevalence of child sexual
abusecontinues to persist and is growing, affecting millions of children's lives around
the world, reaching approximately 120 million cases, where the victims are both
women and men under 18 years of age. The conclusions of the research are as
follows: The factors involved in emotional deregulation, in CSA victims are: the
child's sex, lack of parental interference, low parental education, low socioeconomic
status, extended family, the child's genetic susceptibility, a high level of emotional
hyper-reactivity, frequency of sexual abuse, the level of physical violence,
intimidation and threats by the aggressor. The most frequent aggressive behaviors
shown by child sexual abuse victims are hitting, scratching, hair pulling, kicking,
pushing, intimidation, using obscene words, threats, deception, teasing, offenses
and disobedience.

Keywords: Child Sexual Abuse; Aggressive behaviors; Emotional


deregulation; Risk factors; Children

v
ÍNDICE
1. Introducción........................................................................................................................3

2. Metodología........................................................................................................................6

3. Desarrollo............................................................................................................................9

Una perspectiva general sobre la violencia sexual.............................................................9

El abuso sexual infantil: definición, prevalencia, causas y/o factores de riesgo...........11

Factores que intervienen en la desregulación emocional de los niños víctimas de abuso


sexual...................................................................................................................................19

Conductas agresivas frecuentes en niños víctimas de abuso sexual...............................25

4. Conclusiones.....................................................................................................................30

5. Referencias Bibliográficas................................................................................................32

6. Glosario.............................................................................................................................41

7. Anexos..............................................................................................................................42
1. Introducción

El abuso o violencia sexual, según Pereda & Sicilia (2017), es “todo contacto de carácter

sexual, ejercido de manera forzada sobre cualquier individuo, independientemente de su

edad, sexo, condición socioeconómica o pertinencia cultural” (p. 135); es decir, contempla

una serie circunstancias donde una persona, le obliga a otra, a ser partícipe de actos sexuales

sin su consentimiento, valiéndose de diferentes artimañas físicas o emocionales.

Al respecto, para Cádiz (2017), en este tipo de abuso, la persona es persuadida u obligada

a cometer ciertas actividades sin su consentimiento, entre las cuales destacan las siguientes:

ser acariciado por encima o debajo de las prendas de vestir; observar las partes íntimas de una

persona o algún contenido visual de tipo pornográfico; ser víctima de violación o intento del

hecho; recibir castigos que contemplen hechos sexuales y mantener algún contacto sexual,

con menores de edad. Esta modalidad de violencia, es concebida como un delito penado por

las normativas legales de cada circunscripción territorial, donde se las cometiera (Polo,

2018).

Si bien el abuso sexual, evidenciaba una significativa prevalencia de casos, en las mujeres

adultas de todo el mundo, durante la última década, los niños y niñas destacan como el grupo

poblacional de mayor vulnerabilidad. Esta situación tiene lugar, porque no reúnen las

capacidades físicas, cognitivas y emocionales que les permitan comprender de manera plena,

las secuelas que ciertos actos sexuales pueden traer consigo, a nivel personal, social y

familiar, por ello, no se puede hablar de un hecho consentido (Gutiérrez & Lefévre, 2019).

En este sentido, el abuso sexual infantil (ASI), es referido por Fontarigo (2018), como

“una forma de agravio, que atenta sobre el derecho a la integridad física y dignidad humana

de los los niños, niñas y adolescentes, condicionando su formación integral” (p. 46); es decir,

un delito que ocurre cuando un individuo que atraviesa la etapa de niñez o adolescencia, es

1
usado por una persona adulta, para satisfacer sus pretensiones sexuales, bajo el uso

progresivo de la fuerza o amenazas que atenten sobre su bienestar o el de su entorno familiar

próximo.

El abuso sexual infantil, se produce también, cuando un infante o adolescente, es abusado

por otro individuo que sea mayor a este, así no sea adulto. En cualquiera de los escenarios

referidos, los principales agresores o victimarios, son personas allegadas al entorno

sociofamiliar de la víctima, por ello, este delito puede iniciar a edades tempranas, pudiendo

darse por una única vez o prolongarse de manera repetitiva (Fioritto, 2020).

Ahora bien, el abuso sexual en los infantes, no refiere únicamente a la penetración vaginal,

anal o sexo oral, al contrario, es un delito que también contempla, una serie de situaciones

donde no se pone de manifiesto un contacto físico entre el victimario y la víctima, tal es el

caso de la masturbación, tocamientos indebidos, exhibicionismo de las partes íntimas y otros

actos que produzcan placer en el agresor (Ruíz & Cepeda, 2017).

En la actualidad, a pesar de las continuas campañas de prevención y las sanciones

estipuladas por las diferentes naciones de todo el mundo, ante el cometimiento de este delito,

la prevalencia de esta problemática, persiste y va en aumento, marcando la vida de millones

de niños, niñas y adolescentes de diferentes edades, sexo, culturas y extractos sociales

(Rosas, 2019). Según el último informe, emitido por el Fondo de las Naciones Unidas para la

Infancia (2021), alrededor de 120 millones de niños, niñas y adolescentes, antes de cumplir

los 18 años de edad, han sido víctimas de algún tipo de agresión sexual forzada; además, 1 de

cada 3 niñas en etapa de adolescencia, estuvieron casadas y fueron agredidas física,

emocional y sexualmente.

En Europa, la situación en torno al abuso sexual infantil, según el reporte de la

Organización de las Naciones Unidas (2020), presenta los siguientes resultados: el 10% de
2
niños, niñas y adolescentes, de una población conformada por 204 millones de individuos,

han sido víctimas de agresiones sexuales, las cuales se dieron bajo amenazas directas por

parte del agresor. De este número de casos, el 87% de victimarios, fueron familiares

allegados a la víctima.

A nivel de Latinoamérica, según el estudio abordado por Montaño (2021), la prevalencia

del abuso sexual infantil, varía dependiendo del entorno socio familiar en el que se

desenvuelvan los niños, niñas y adolescentes; no obstante, se estima que el 31% de esta

población han sido víctimas de alguna agresión sexual obligada, lo que representa alrededor

del 1.1 millones de individuos, con una edad menor a los 17 años.

En Ecuador, según la Fiscalía General del Estado, 3 de cada 10 niños, niñas y

adolescentes, fueron víctimas de agresiones sexuales obligadas (FGE, 2021). Estos datos son

corroborados por el Ministerio de Educación (2021), ente gubernamental que reportó 597

denuncias de violencia, durante el año lectivo 2019 – 2020, de esta cantidad, el 42%

correspondían a delitos sexuales cometidos en primera instancia, por familiares cercanos a las

víctimas, de acuerdo al Consejo Nacional para Igualdad Intergeneracional (CNII, 2021).

Al respecto, según la Oficina para la Salud de la Mujer (2018), las implicaciones físicas,

psicológicas y emocionales que arrastra consigo el abuso sexual infantil, son severas y

repercuten de manera directa, en la conducta y la manera de interactuar en un contexto

determinado. Por consiguiente, los niños, niñas y adolescentes víctimas de alguna agresión de

esta índole, empiezan a sufrir cambios en su comportamiento, que los pueden llevar a crear

conductas suicidas o malas relaciones interpersonales; además, perciben poca o nula

satisfacción con su imagen y un temor significativo a que dichos abusos sexuales, vuelvan a

ocurrir en un tiempo venidero, mostrando desconfianza, antipatía y poca tolerancia con su

entorno próximo (Arce & Becerra, 2017).

3
Tomando en cuenta, todos los antecedentes antes expuestos, surge la idea de abordar el

presente estudio, que conlleva el desarrollo de un artículo académico, con el objetivo de

establecer la presencia de conductas agresivas y desregulación emocional en los niños

víctimas de abuso sexual, para lo cual se realizó un minucioso análisis

bibliográfico/documental, que permita sustentar de manera correcta, la problemática

abordada.

Por otro lado, el desarrollo del presente estudio, es un hecho viable de concretar, puesto

que existe un vasto sustento teórico, publicado en diferentes fuentes de información, las

cuales serán debidamente referidas, obteniendo información clave y pertinente, que coadyuve

en la consecución de los objetivos pretendidos; por otro lado, se espera que la investigación

culminada, sea utilizada como antecedente o fuente de consulta fiable, para desarrollar

futuras investigaciones.

Finalmente, la importancia práctica del presente estudio, se centra en exponer de manera

clara, concisa y comprensible, las conductas agresivas frecuentes en los niños que hayan sido

víctimas de abuso sexual, los factores que intervienen en la desregulación emocional y los

aspectos de mayor relevancia que inciden en la prevalencia de esta problemática.

Finalmente,el objetivo general del presente estudio,es establecer la presencia de conductas

agresivas y la desregulación emocional en los niños víctimas de abuso sexual. Y los

específicos, contemplan los siguientes: conceptualizar el abuso sexual infantil; reconocer los

factores que intervienen en la desregulación emocional de los niños víctimas de abuso sexual;

identificar las conductas agresivas frecuentes en niños víctimas de abuso sexual.

4
2. Metodología

El presente estudio se desarrolló bajo un nivel explicativo, lo que implica un análisis

minucioso y sistemático de diferentes fundamentos teóricos, que permitan exponer de manera

clara y concisa, el concepto de abuso sexual infantil, las principales conductas agresivas

frecuentes en los niños que hayan sido víctimas de estas agresiones y los factores que

intervienen en la desregulación emocional.

En lo que concierne al tipo, diseño y enfoque de la investigación, la presente

investigación, es un metaestudio, que conlleva el desarrollo de un artículo académico

bibliográfico – documental, realizado con un diseño descriptivo, bajo un enfoque

cualitativo, por cuanto se sustenta en la revisión y análisis minucioso de una serie de

fundamentos teóricos debidamente referidos.

Por otro lado, los artículos que permitieron abordar la temática planteada en la presente

investigación, cumplieron con los criterios de inclusión que se detallan, a continuación:

 Palabras claves: abuso sexual infantil – conductas agresivas – desregulación

emocional – agresiones sexuales en niños – repercusiones emocionales –

consecuencias emocionales.

 Año de publicación: se consideró todos los estudios que hayan sido

publicadas durante los últimos 5 años, es decir, que daten desde el 2017.

 Idioma de publicación: trabajos publicados en español e inglés.

 Estudios que se consideran: artículos científicos, libros, ensayos, informes,

guías y reportes de organizaciones que aborden la temática planteada.

 Autoría: estudios que hayan sido desarrollados de manera individual o

colectiva.

5
En lo que se refiere a los criterios de exclusión, los estudios que no fueron considerados

para el desarrollo de la presente investigación, fueron las publicaciones que daten, del año

2016 o antes.

Las fuentes de información que fueron consideradas, para obtener los fundamentos

teóricos necesarios que permitan concretar los objetivos del presente estudio, fueron: Google

Académico, Redalyc, SciELO, Dialnet y SCOPUS.

El proceso de selección, extracción y procesamiento de datos, fue llevado a cabo de la

siguiente manera: una vez que se aplicó los diferentes filtros de búsqueda en cada una de las

fuentes de información antes expuestas, se obtuvo 30 publicaciones, acordes a la temática

abordada. Posterior a ello, se consideraron los criterios de inclusión y exclusión respectivos,

para luego realizar dos lecturas minuciosas, logrando reducir en gran medida, la cantidad de

estudios, a contemplar en la investigación, se descartaron publicaciones que estudiaban a la

población adulta, publicaciones que tenían años de publicación, publicaciones sobre casos y

por ultimo aquellas publicaciones que abordaban el abuso sexual desde la perspectiva

judicial.

Los estudios y artículos fueron agrupados en las siguientes categorías: tipo de estudio,

variables de resultado (conducta agresiva y desregulación emocional en niños víctimas de

abuso sexual) y ámbito geográfico. Además, se procedió a descargar estas publicaciones, en

formato PDF, a fin de facilitar el respectivo proceso de búsqueda, lectura y análisis

pertinente, lo que permitió obtener un sustento teórico fiable que permitió concretar la

consecución de los objetivos establecidos en la presente investigación.

Todas las publicaciones seleccionadas para el desarrollo del presente estudio, fueron

debidamente tratadas, mediante el Gestor de Datos “Word Reference”, facilitando la

organización y exposición de todas las referencias bibliográficas utilizadas.


6
3. Desarrollo
Una perspectiva general sobre la violencia sexual

La violencia o abuso sexual, es referido por Dannemann (2019), como “un acto sexual

cometido sobre una persona, de manera forzada u obligada, lo que implica cualquier contacto

físico u otra experiencia que la víctima no desea cometer” (p. 13); es decir, son diferentes

agresiones sexuales, que contemplan situaciones que van desde un continuo acoso verbal,

hasta el acceso carnal ineludible, por medio de la fuerza física, humillación o intimidación

continua, sin el consentimiento respectivo de la parte afectada.

Al respecto, según la Organización Mundial de la Salud (2021), este tipo de violencia

conlleva todo acto de naturaleza sexual, ejecutado de manera forzada o persuasiva, en

cualquier contexto, sin diferir la relación que el victimario mantenga con la víctima,

pretendiendo únicamente, satisfacer los impulsos o libidos sexuales del agresor.

Esta modalidad de agresión, incluye también, las insinuaciones sexuales no deseadas que

una persona puede demostrar hacía otra, sin importar las características sociodemográficas de

la víctima, por ello, ningún individuo se encuentra exento de sufrir alguna experiencia de esta

índole, en algún momento de su vida. Este abuso sexual, ocurre cuando alguien presiona u

obliga a un hombre o mujer, a cometer ciertos hechos que produzcan ciertos niveles de placer

o satisfacción en el victimario (Barradas & Navas, 2021).

Las agresiones sexuales son referidas por Ordoñez (2020), como un delito penado, según

la jurisdicción vigente en las diferentes circunscripciones territoriales, donde pudieran ser

cometidos, lo cual contempla sanciones que van desde la privación de la libertad por un

tiempo determinado, la cadena perpetua y la misma pena de muerte, dependiendo de los

agravantes que acompañen al hecho.

7
Al respecto, según Morán & Pinzón (2017), el abuso sexual implica diferentes actos donde

una persona, independientemente de su sexo, se ve obligada a mantener relaciones

copulativas, que son percibidas como indignas o denigrantes, por el miedo a las amenazas

que pudiera recibir del agresor.

Este tipo de abuso o agresión, pueden incluir acciones como el contacto sexual con una

persona sin su consentimiento, ya sea porque la víctima se ve forzada, se encuentre bajo

efectos de sustancias alucinógenas, presente alguna discapacidad intelectual o se haya

desmayado por cualquier condición especifica (Morán & Pinzón, 2017).

Por otro lado, se contempla también el contacto de naturaleza sexual con menores de edad,

el intento o consumación de una violación -acceso carnal- y las caricias por encima o debajo

de la vestimenta. Además, hay situaciones de carácter verbal, visual o donde no se mantenga

contacto físico con la víctima, tal es el caso del voyerismo, el exhibicionismo, el acoso o

intimidación, el hecho de obligar a una persona, que pose para capturar fotos eróticas o enviar

mensajes que contengan imágenes, videos o textos pornográficos (Pixabay, 2021).

Finalmente, para que se produzca una agresión sexual, según Cádiz (2017), el agresor

puede coaccionar a una persona por medio de acciones como: el uso progresivo de la fuerza,

la continua intimidación física o psicológica, el uso de ciertos estupefacientes, el hecho de

extorsionar o amenazar con cometer cierto acto, que atente sobre la integridad de la víctima o

de su entorno familiar.

El abuso sexual infantil: definición, prevalencia, causas y/o factores de riesgo

Todos los niños y niñas del mundo entero, indistintamente de su lugar de procedencia o

pertinencia cultural, tienen derecho a formarse de manera integral, lo que implica el correcto

desarrollo de su dimensión física, cognitiva, emocional y psicosocial, lo cual se pone de

manifiesto, a su propio ritmo y tomando como base, las diferentes experiencias individuales

8
y/o colectivas, que fueran desarrolladas en un contexto determinado (Nuñez, 2018). En este

proceso, la injerencia parental o la intervención de un adulto, resulta clave para promover

acciones y espacios que permitan a los infantes, auscultar una serie de dudas e inquietudes

que giran en torno a su sexualidad, aspecto de suma importancia en la prevención de

diferentes agresiones sexuales, que pueden marcar su vida (OMS, 2020).

En el momento que un infante, resulta víctima de cualquier agresión de naturaleza sexual,

presenta serias complicaciones negativas, en su formación integral, por cuanto, su edad

cronológica, no les permite comprender a nivel cognitivo, lo que está sucediendo, mucho

menos, procesarlo psicológica y afectivamente, impidiéndoles sobrellevar de manera

correcta, dichas experiencias traumáticas, por lo que resulta fundamental, tratarlos de forma

oportuna, con la acertada guía de un profesional (Escribano & Silva, 2019).

En este sentido, el abuso sexual infantil, reconocido por las siglas ASI, conlleva la

ejecución intencionada o premeditada, de diferentes agresiones sexuales por parte de una

persona adulta, sobre los individuos que atraviesen la etapa de la niñez y la adolescentes,

etapas de transición, donde se pone de manifiesto una serie de cambios físicos, conductuales

y psicológicos, que los convierten en la población de mayor vulnerabilidad, a este delito

(Nuñez, 2018).

Este abuso infantil, según Ortiz (2020), aborda diferentes situaciones donde el adulto

mantenga contacto físico o utilice al infante de manera visual, para satisfacer su propia libido

sexual o el de otra persona, siendo referido como un delito sancionado, en base a la

jurisdicción vigente en el territorio donde se cometa el hecho.

En ciertas ocasiones, esta agresión se pone de manifiesto, en relaciones asimétricas, entre

un infante y un adolescente con significativa disparidad cronológica, por cuanto, podría

aprovecharse de sus experiencias y lograr persuadir u obligar a su pareja, a cometer


9
determinados actos sexuales, teniendo en cuenta, que un menor de edad, no cuenta con la

capacidad necesaria, para consentir dicho suceso, puesto que desconoce a ciencia cierta, las

verdaderas implicaciones que esto trae consigo, sobre su bienestar a nivel físico, emocional y

psicológico (ISEP, 2020).

Al respecto, según la Organización Mundial de la Salud (2020), un niño/a no se encuentra

preparado a nivel físico, cognitivo y psicológico, para consentir y/o participar en actos de

carácter sexual, sea que haya contacto físico o no; por ende, el abuso sexual infantil,

contempla cualquier situación, donde una persona adulta, se ve involucrada sexualmente con

un menor de edad, delito que atenta contra las normativas legales de un país y altera la

convivencia armónica de sus pobladores.

Por consiguiente, todos los hechos que forman parte del abuso sexual infantil, son

ejecutados por uno o más adultos, de manera forzada o en base a la continua persuasión,

aprovechándose de la inocencia y/o la falta de experiencia que poseen los niños y niñas, en

relación a su sexualidad (Orjuela & Rodríguez, 2018). La finalidad de estas actividades de

naturaleza sexual, es satisfacer los instintos sexuales del abusador, quien busca obtener placer

carnal, por medio de actos que incluya la penetración anal o vaginal, la práctica de sexo oral

o cualquier suceso donde no haya contacto físico directo entre la víctima y el victimario

(Losada & Jursza, 2019).

El abuso sexual infantil, según Orjuela & Rodríguez (2018), puede dividirse en dos

grupos: en primer lugar, se encuentran aquellas conductas sexuales, donde hay contacto físico

– corporal, entre el adulto y el infante, denotando entre ellas: el tocamiento de las partes

íntimas de los niños/as, el sexo oral, el coito y la masturbación; por otro lado, están los

comportamientos donde dicho contacto, no se pone de manifiesto, abordando situaciones

10
como el exhibicionismo, el voyerismo, la captura de fotos eróticas y el compartimiento de

contenido audio visual de índole pornográfico.

El desarrollo de estas agresiones sexuales, pueden llevarse a cabo por medio de besos,

roces corporales, frotamiento de los genitales, tocamiento de las partes íntimas y el acceso

carnal vía vaginal, anal u oral. Estos hechos según Zambrano & Dueñas (2019), son

consumados por el adulto sobre el niño/a, o a su vez, el victimario solicita que sea el infante

quien se las haga, para lo cual, se utiliza diferentes elementos como: sus genitales, la boca, las

manos o cualquier objeto que le brinde placer .

Por otro lado, el hecho de promocionar material pornográfico donde participen niños/as o

se los prostituya de manera directa, también son agresiones sexuales; así como los actos

donde se les exija presenciar a personas manteniendo relaciones sexuales en su delante o que

observe cualquier contenido visual pornográfico, situaciones que pueden darse una única vez

o repetirse de manera repetitiva (Ortíz, 2020).

Los niños que son agredidos sexualmente, se sienten culpables y muestran cierto miedo a

recibir un castigo por parte de su entorno familiar próximo, situación que deriva de la poca o

nula educación sexual recibida en sus hogares o contextos educativos (OPS, 2018). La mayor

parte de estos casos, tiene lugar por medio de amenazas y el uso progresivo de la fuerza, por

lo que los infantes, deciden callarse y no pedir ayuda, desarrollando una serie de trastornos

psicológicos que condicionan su formación integral e inciden en el desarrollo de conductas

nocivas para su bienestar (Alumbra, 2020).

Los principales agresores sexuales, son personas allegadas a su entorno sociofamiliar

próximo, destacando entre ellos: los padres, padrastros, hermanos, cuñados, primos, abuelos,

tíos, profesores o estudiantes de la institución educativa donde se educan. La mayoría de

víctimas de estas agresiones, presentan síntomas como: el desarrollo de trastornos


11
alimenticios, bajo rendimiento académico, conductas agresivas, aislamiento social, uso de

términos que no van acorde a su edad cronológica y otras alteraciones que repercuten en las

relaciones interpersonales (OMS, 2021).

Ante esta realidad, según Alava & Veliz (2018), es fundamental brindar un seguimiento

continuo al desarrollo de los niños y niñas, fomentar una comunicación intrafamiliar asertiva,

donde prime la confianza mutua y sobre todo, abordarlo con un profesional especializado en

la temática, por cuanto muchas de las víctimas, no evidencian ninguno de los síntomas

referidos, lo cual dificulta un diagnóstico efectivo de la agresión sexual.

En Ecuador, el abuso sexual infantil, es referido como un delito, por ende, cuando una

persona adulta, es acusada de haber cometido alguna agresión de esta índole, debe enfrentar

un proceso judicial, que deriva en una serie de sanciones estipuladas y vigentes en el Código

Orgánico Integral Penal, las cuales pueden ir desde una pena privativa de libertad, de 5, 7, 10

hasta los 26 años, conjuntamente con el pago de una multa, según los agravantes que el

agresor haya cometido (Gárate, 2019).

En cuanto a la prevalencia de las agresiones sexuales en la población infantil, según el

estudio desarrollado por Pinto & Pereda (2017), abordado con una muestra de 464 infantes,

del Norte de Chile, se concluye que, el 8% de niños del sexo masculino, fueron víctimas de

algún abuso sexual, a una edad media de 9 años; en el caso de las mujeres, este tipo de

agresión estuvo presente en el 21% de casos, manifestándose en una edad media de 8 años. El

63% de agresores fueron personas allegadas a su entorno familiar, tales como padres, tíos y

abuelos; y el 27%, apuntan a individuos desconocidos.

Estos datos son corroboradas en la publicación de Velázquez et al. (2018), donde se

expone que la mayor prevalencia de abusos sexuales, recae en el 77% de niñas del sexo

femenino, frente el 31% de niños varones. La edad en la que empezaron las agresiones
12
sexuales, concuerda entre los 5 a 9 años, siendo los principales agresores, sus propios

familiares, ocasionando en los infantes, trastornos psicológicos que han dificultado sus

relaciones interpersonales.

En Brasil, no se cuenta con datos fiables, que permitan tener una perspectiva real de esta

problemática, no obstantes, estudios como el desarrollado por Souto et al. (2018), abordado

con una población conformada por 623 infantes de Sao Paulo, concluye que las niñas son más

propensas a sufrir de abuso sexual. En cuanto a la edad, el 58% de casos, tuvieron lugar entre

los 12 a 14 años, y en los niños, el 67% de hechos, sucedieron entre los 5 a 9 años. Además,

según el informe emitido por la Oficina Internacional Católica de la Infancia, la explotación

sexual en la agresión de mayor repercusión en los niños/as, con un aproximado de 14 mil

casos en edades que no superan los 10 años, situación que tiene lugar fuera de sus hogares

(OICI, 2020 ).

En el territorio Peruano, la realidad concuerda con los datos referidos, por cuanto según el

estudio llevado a cabo por Gamarra et al. (2020), donde se consideró la población infantil de

las provincias de Huánuco y Leoncio Prado, las niñas y adolescentes mujeres, son el grupo

mayoritario, de victimas de diferentes agresiones sexuales, abordando un porcentaje del 71%,

frente al 29% de varones. Los autores concluyen también, que el 83% de casos, ocurrieron en

edades que oscilan entre los 8 a 14 años, siendo los principales agresores, personas allegadas

s su círculo familiar.

Además, según la organización Aldeas Infantiles del Perú, entre el 2018 y 2019, las

agresiones sexuales, son el tipo de violencia de mayor repercusión en la población infantil,

representando el 45% de causas, por las que se han generado denuncias judiciales. El 79% de

abusos, recae en las niñas mujeres y el 21% en niños varones; el 81% de hechos, tuvieron

lugar dentro de su domicilio, siendo el agresor, algún miembro de su familiar (AIP, 2019).

13
En el contexto nacional, Ecuador registra una media de 42 denuncias diarias, por

diferentes agresiones sexuales en los infantes, de las cuales, el 83% de casos, corresponde a

niñas mujeres y el 17%, a niños varones. Al respecto, según el informe emitido por el

Ministerio de Gobierno, entre 2017 y 2019, la cantidad de dichas acusaciones, aumentaron

significativamente, de 1769 a 3517, destacando El Oro, Manabí y Guayas, como las

provincias de mayor incidencia, con un 44%, 11% y 9% respectivamente.

Estos datos son corroborados por la Organización Mundial de la Salud (2021), que afirma

que en el Ecuador, una de cada cuatro niñas mujeres y uno de cada seis niños varones, han

sido víctimas de alguna agresión sexual, siendo la edad media donde ocurre la agresión por

primera vez, entre los 7 a 9 años. Además, según Martínez (2020), el 65% de agresores, son

personas cercanas al entorno sociofamiliar próximo de la víctima, el 53% de hechos,

suscitaron dentro de las instituciones educativas y el 47% de casos, tuvieron lugar en el

propio hogar de la víctima.

Al respecto, en el estudio desarrollado por Morán & Pinzón (2017), se concluye que las

agresiones sexuales infantiles, tienen lugar en el contexto intrafamiliar y extrafamiliar de los

niños/as. En el primer escenario, el 83% de los agresores, resultan ser los propios padres o el

padrastro de la víctima, y en el segundo en cambio, el 78% de victimarios, son los amigos o

la pareja sentimental -novio-.

Esta premisa concuerda con los resultados expuestos por Losada & Jursza (2019), quienes

refieren que los principales responsables del abuso sexual, son los familiares allegados al

infante, como el progenitor, tíos, abuelos, cuñados y primos; en tanto que as agresiones

sexuales cometidas fueran del hogar de la víctima, tienen como protagonista agresor, a los

vecinos y amigos del niño/a.

14
En lo referente a la recurrencia de la violencia sexual infantil, según Conceicao et al.

(2019), el 82.7% de casos, fueron cometidos cuatro veces o más, en tanto que el 17.3% de

hechos, se dieron por una única vez. Estos datos concuerdan con el estudio de Escribano &

Silva (2019), donde se concluye, que el 73% de agresiones sexuales, se repitieron en

innumerables ocasiones, y únicamente el 27% de estos abusos, sucedieron en una sola

ocasión.

Por otro lado, el 90% de niños y niñas que fueron víctimas de alguna agresión de carácter

sexual, presentaron significativas lesiones corporales, en tanto que el 97% evidenciaron

cambios en el manejo de su conducta, lo cual limitó su capacidad para adaptarse e interactuar

en un contexto y/o situación determinada (Herrero, 2020).

López (2019), afirma que los niños y niñas que resultaron victimas de un abuso sexual,

pueden presentar secuelas a corto, mediano y largo plazo, denotando entre estas: lesiones en

el lugar por donde pudo haber sido accedido carnalmente, embarazos no deseados, contagio

de enfermedades de transmisión sexual, inflamación de genitales, incontinencia fecal u

orinaria, ciertos trastornos psicológicos como la ansiedad, depresión, estrés, miedo,

aislamiento social, problemas alimenticios, conductas suicidas, baja autoestima, desempeño

académico deplorable, deserción escolar, cometimiento de acciones delictivas y adicción a

sustancias psicoactivas.

Entre los factores de riesgo que aumentan la vulnerabilidad de un niño/a, para ser víctima

de una agresión sexual, se encuentra la poca educación recibida sobre su sexualidad, la

necesidad de atención, una baja autoestima, el abandono de sus progenitores y la significativa

exigencia por parte de su entorno familiar (Alumbra, 2020).

El Centro de Control y Prevención de Enfermedades (2021), indica que ciertos aspectos

sociales y comunitarios, como el nivel socioeconómico, la identidad cultural, el alto nivel de


15
violencia que suscita en el contexto donde se desenvuelve el infante, las limitadas normativas

que sancionen las agresiones sexuales y la falta de educación sexual, infieren para que un

niño/a se convierta en víctima de estos delitos.

En el estudio abordado por Cervantes (2017), destacan los siguientes factores de riesgo:

individuales, que son aspectos como el sexo del infante, evidenciando mayor prevalencia de

abusos sexuales, en las niñas mujeres, la presencia de alguna discapacidad, poca injerencia

parental y la falta de atención afectiva; familiares, que contempla situaciones como la

separación de los progenitores, bajo nivel educativo de los padres o el hecho de ser parte de

una familia monoparental, con carente apoyo sociofamiliar; y sociales, que incluyen la

pobreza, vivir en una familia extensa o en lugares donde se promueva el turismo sexual.

Finalmente, para la Organización Mundial de la Salud, la mayor parte de casos de abuso

sexual infantil, guardan relación con las practicas deficientes de crianza, presenciar actos de

violencia en el hogar, convivir con otras personas, el consumo de sustancias alucinógenas y el

desconocimiento de las políticas orientadas a la protección del infante (OMS, 2020).

Factores que intervienen en la desregulación emocional de los niños víctimas de abuso


sexual.

Las emociones, según Pinedo & Pacheco (2017), son “todas las reacciones producidas por

el organismo del ser humano, frente a un estímulo interno o externo, que proceda en un

entorno determinado” (p. 83); es decir, las respuestas orgánicas que una persona experimenta

para lograr una efectiva adaptación ante un contexto y/o situación específica.

Etimológicamente, el término emoción, proviene del vocablo latín emotio, que hace

alusión al movimiento o impulso del ser humano, lo que contempla una serie de reacciones

fisiológicas, que experimenta todo individuo, indistintamente de su sexo o edad cronológica,

16
para abordar de manera llevadera, cualquier circunstancia que se le pudiera presentar en su

diario desenvolver (Torices, 2017).

Jhonson & Saletti (2020), afirma que las emociones experimentadas por el ser humano, le

permiten adaptarse a una situación determinada, motivarse para ejecutar ciertas acciones y

llevar a cabo un acto comunicativo que facilite su interacción social; no obstante, estas

respuestas fisiológicas no garantizan que una persona pueda cometer errores a nivel

individual y colectivo, por ello, es fundamental aprender a controlarlas según las

circunstancias lo ameriten.

En este sentido, la regulación emocional es la capacidad que desarrolla una persona, para

expresar sus emociones de forma pertinente y acorde a las situaciones que se presenten; en

otras palabras, conlleva el hecho de actuar de manera consciente y acorde a las normas de

convivencia armónica (Bastida, 2020).

El proceso de regulación, es conocido también como autorregulación emocional, la cual

contempla la capacidad del ser humano para moldear su accionar, en base a las experiencias

emocionales que haya podido desarrollar, a lo largo de su interacción social, logrando

disminuir ciertas prácticas negativas como la rabia, la agresividad, el temor o la tristeza,

siendo fundamental utilizar una serie de técnicas cognitivas, fisiológicas y conductuales

(Serrano, 2018).

Bajo esta premisa, la desregulación emocional es referida por Rodríguez & Pelaz (2017),

como una manera pobre de expresar las emociones y sentimientos, lo cual atenta sobre las

normas convencionales que rigen la convivencia dentro de una sociedad; es decir, el

deficiente control que tiene un individuo para manifestarse, llevándolo a actuar de forma

impulsiva o alterada, sin medir las diferentes implicaciones que esto puede traer consigo a

nivel personal y colectivo.


17
En el estudio desarrollado por Bertomeu (2019), el autor indica que todo ser humano, es

vulnerable a actuar en base a sus emociones y sentimientos, lo cual puede resultar nocivo

para su bienestar o ayudarlo a afrontar de manera efectiva, los continuos cambios que se

presenten en el contexto donde se desenvuelva. Por consiguiente, la desregulación emocional

puede ocasionar una serie de trastornos que afecten la personalidad y conducta de una

persona, hecho que se pondría de manifiesto, en su diario accionar con relación a su entorno

próximo (Vega, 2019).

El comportamiento humano, según Corominas & Cantos (2018), es “el resultado de las

emociones individuales, motivación a nivel personal y el grado de interacción social que

mantenga con el entorno próximo” (p. 117); por ello, cuando cualquiera de estas dimensiones

se ven alteradas por ciertas circunstancias en específico, surgen ciertos trastornos de

personalidad, que afectan el desenvolver y condiciona el desarrollo de la dimensión física,

cognitiva y psicosocial de un individuo con cualquier edad cronológica.

Estos problemas surgen con frecuencia, durante los primeros años de vida de una persona,

por ello, la etapa de la niñez, es fundamental para afianzar ciertas capacidades y habilidades,

que le permitan controlar sus emociones y sentimientos de manera acertada, llegando a

consolidar un comportamiento que se ajuste a las exigencias del entorno donde se

desenvuelva y garantice una convivencia plenamente armónica (Sosa, 2019).

Entre las principales características que presenta una persona, con desregulación

emocional, destacan las que se exponen a continuación: se muestran frívolos o antipáticos,

perciben con frecuencia, cierto vacío existencial, hay dificultad para mantener relaciones

interpersonales con su entorno próximo, a menudo son protagonistas de peleas en su hogar o

escuela, que muchas veces, terminan en agresiones físicas y verbales, son vulnerables al

18
llanto y agresividad, evidencian conductas suicidas y desarrollan adicciones a un sin número

de sustancias psicoactivas (Menédez, 2018).

El proceso que contempla la desregulación emocional, empieza a ponerse de manifiesto,

durante los primeros años de vida de un individuo, como consecuencia de ciertos sucesos

traumáticos, que haya tenido que afrontar de manera personal o colectiva, denotando entre

ellos, precisamente la violencia sexual.

El abuso sexual infantil, implica una serie de agresiones donde se pone de manifiesto, el

poder que tiene una persona adulta, para obligar, forzar o persuadir a un infante, a que

participe de diferentes actos sexuales, aprovechándose de su estado de vulnerabilidad física,

mental, social o comportamental (OMS, 2020). Esta realidad, según el estudio abordado por

García & Peña (2018), repercute de manera negativa, en la capacidad de los niños/as, para

controlar y regular sus emociones, mostrando una conducta meramente impulsiva, donde el

infante se auto percibe de manera negativa o pesimista, llevándolo a ser agresivo o poco

tolerante con su entorno próximo, lo que dificulta su capacidad para adaptarse e interactuar

en un medio determinado.

Esta aseveración concuerda con lo expuesto por Medina et al. (2021), quien afirma que las

víctimas de abuso sexual infantil, evidencian cierta desregulación emocional que les impide

controlar su conducta frente a un escenario social determinado, por lo que se muestran poco

asertivos, incapaces de acoplarse a un contexto social y afrontar las posibles situaciones

problemáticas que pudieran presentarse en du diario convivir.

En lo que concierne a los factores que intervienen en la desregulación emocional, de los

niños que hayan sido víctimas de abuso sexual, destaca la susceptibilidad genética del niño/a,

por cuanto, gran parte de estos infantes, tienen mayor probabilidad que otros, para ciertas

19
dificultades en relación al hecho de controlar sus emociones y sentimientos, posterior a haber

sido agredido sexualmente Cantón & Cortés (2018).

Otro de los factores que inciden para que los niños que hayan sufrido de alguna agresión

sexual, desarrollen una desregulación emocional, según Acuña (2017), están ciertos aspectos

asociados al entorno socio familiar donde se desenvuelvan, denotando entre ellos, la poca

formación educativa de los padres, el sentirse aislado de los demás miembros de su familia o

no haber recibido una guía acertada, en relación al correcto manejo de sus emociones.

El hecho de que el niño/a, evidencie un significativo grado de hiperreactividad emocional,

tiempo antes de ser agredido sexualmente por un adulto, aumenta su vulnerabilidad para

perder el control de sus emociones, lo cual se vería reflejado, en el cometimiento de ciertos

actos, donde prevalezca la ira, la agresividad y la poca tolerancia, ante situaciones o personas

que le recuerden al abuso del que fue víctima, sin poder controlarlas por si solos y/o volver a

un estado de calma (Cabrera & Londoño, 2020).

La revictimización del infante que fuera abusado sexualmente, es otro factor que

interviene en su desregulación emocional, por cuanto contempla el hecho, de que la víctima

se exponga a un proceso de indagación repetitiva, que ocasiona episodios de sufrimiento,

angustia y miedo, al momento de volver a contar lo sucedido. Esto lo lleva a cabo, los

diferentes representantes de las instancias judiciales o los profesionales en la psicología, que

tienen en sus manos, esclarecer el delito acontecido.

Según el estudio abordado por Rivera (2021), diferentes situaciones como: preguntar por

repetidas veces, cómo sucedió la agresión sexual, realizar cuestionamientos que no están

acordes a la edad de la víctima y su desarrollo cognitivo – psicológico, exponerlo de manera

directa al agresor y otras acciones que pretenden establecer ciertos detalles que ayuden a

esclarecer, el escenario por el que atravesó el niño/a, puede influir para que pierdan el control
20
de sus emociones, generando trastornos psicológicos que condicionen su interacción social y

capacidad de adaptación a un contexto o situación determinada.

La desregulación emocional en los niños/as víctimas de un abuso sexual, no se evidencia

de igual manera en todos los casos, por cuanto es una realidad que deriva de sus

características sociodemográficos. Así por ejemplo, el 89.3% de infantes agredidos

sexualmente y que perdieron el control de sus emociones, pertenecían a un entorno familiar

pobre, donde los progenitores tenían limitada formación educativa y no recibieron las pautas

necesarias, que ayuden a consolidar una estabilidad comportamental; por otro lado, el 78% de

dicha población, tenían una edad que oscilaba entre los 6 a 13 años, siendo el sexo femenino,

el grupo de mayor prevalencia (Rúa & Pérez, 2018).

Hernández & Saldarriaga (2019), señalan que los aspectos relacionados a la frecuencia de

la agresión sexual, el grado de afectación que sufrió la víctima, el nivel de violencia física,

intimidación y amenazas recibidas por parte del agresor, también inciden para que el niño/a

pierda el control de sus emociones.

La relación que la víctima mantenga con el agresor sexual y las implicaciones que

acontecieran, una vez descubierto el abuso, a nivel social, educativo y familiar, también son

factores que inciden de manera directa, en la desregulación emocional de los infantes .

En la publicación de Cabrera et al. (2020), se pudo determinar, que el 79% de infantes que

perdieron el control de sus emociones, luego de haber sido agredidos sexualmente, mantenían

una relación afectiva cercana con el victimario, es decir, eran personas allegadas su entorno

familiar; así mismo, en el 81.6% de casos, una vez que se descubrió el hecho, la versión del

niño/a agredido, fue puesta en duda, siendo estigmatizado por sus familiares, amigos,

compañeros del salón de clases y miembros del contexto social donde se desenvolvían,

situación que generó la desregulación emocional antes referida.


21
Ahora bien, las diferentes alteraciones conductuales generadas por la desregulación

emocional, en los niños/as que hayan sido agredidos sexualmente, se prolongan a lo largo de

su ciclo vital, condicionando su desarrollo a nivel social, conductual y psicosocial (Rúa &

Pérez, 2018). Entre estas secuelas, se encuentran las siguientes: el infante se asila

socialmente, tiene dificultad para mantener efectivas relaciones interpersonales, no se adaptan

fácilmente a ciertas situaciones, se muestran desconfiados de todas las personas, adquieren

fobias y pierden la motivación o gusto por realizar ciertas actividad, que antes le parecieran

sumamente divertidas (Hernández & Saldarriaga, 2019).

La desregulación emocional, que presentan los niños y niñas que hayan sido víctimas de

una agresión sexual, pueden ocasionar diversas alteraciones conductuales y cognitivas. El

primer grupo, incluyen trastornos emocionales como: cuadros de depresión, ansiedad y estrés,

un nivel bajo de autoestima, llanto frecuente, desarrollo de conductas suicidas y/o la

consumación del hecho. En el segundo en cambio, se encuentran ideas ilógicas con relación

al abuso sufrido, entre las se encuentran: un sentimiento de culpa o merecimiento de dichos

actos, lo que repercute en su salud mental, a corto, mediano y largo plazo (Rico & León,

2019).

Conductas agresivas frecuentes en niños víctimas de abuso sexual

La conducta agresiva, es referida por García & Cándido (2017), como un comportamiento

del ser humano, donde se pone de manifiesto sentimientos de rabia, ira y el anhelo de causar

daño físico o psicológico, sobre otra persona, animal o algún elemento que se encuentre en su

entorno” (p. 17); es decir, contempla ciertas acciones violentas que son ejecutadas por

cualquier individuo, indistintamente de su sexo o edad cronológica, con la finalidad de herir o

lesionar a alguien, como medio efectivo para afrontar ciertas circunstancias, que susciten en

su diario desenvolver.

22
Este comportamiento agresivo, contempla un estado emocional asociado a una serie de

acciones que le permiten a una persona, solventar diferentes necesidades básicas y adaptarse

a un contexto determinado. Bajo esta premisa, dicha conducta incluye sentimientos de odio y

poca tolerancia, que se ponen de manifiesto, por medio de actos físicos y verbales, orientados

a causar daño o herir a alguien, trayendo consigo, un sin número de secuelas que pueden ser

percibidas de manera inmediata o al transcurrir del tiempo (Hidalgo, 2019).

En este sentido, la agresividad es un patrón comportamental que puede reflejarse con

distinta intensidad, según la situación o estimulo que reciba la persona, abordando desde

simples expresiones de carácter verbal o gestual, hasta la violencia física, puesta de

manifiesto por medio de golpes, patadas u otro accionar que busquen causar daño (SEMI,

2020). En los procesos comunicativos, según Barrera (2021), el comportamiento agresivo,

está asociado con ofensas, provocaciones mediante el uso de la palabra o un lenguaje donde

prime la falta de respeto.

Entre los objetivos que pretende concretar una conducta agresiva, está el hecho de

producir daño sobre alguien o algo en específico, influir sobre el comportamiento de las

víctimas, reflejar cierto poder sobre lo que lo rodea y cuidar la imagen o reputación del

agresor (Medina, 2017).

Las condutas agresivas pueden clasificarse atendiendo a los siguientes aspectos: el

objetivo que se pretende concretar con estas acciones; el grado de control que el agresor tiene

sobre sus actos, pudiendo darse de manera consciente o inconsciente; el tipo de agresiones

ejecutadas, lo cual incluye hechos verbales o físicos; a quien va dirigida la agresión, a una

persona, animal u objeto determinado; y la perspectiva de su ejecución, abocardando la

autoagresión o hetero agresión (Barrera, 2021).

23
En lo que se refiere a la conducta agresiva infantil, son todas las acciones ejecutadas

intencionalmente por los niños y niñas, en el contexto social, familiar o educativo donde se

desenvuelva, lo que implica actos como dar golpes, rasguños, jalar el cabello, hacer rabietas,

llorar de manera intensa, promover burlas u ofensas por medio del uso de palabras

inadecuadas, a pesar de desconocer su verdadero significado (OMS, 2018).

La conduta agresiva infantil, según Pinedo (2018), es percibido como uno de los retos más

difíciles de sobrellevar por parte de los padres y personas al cuidado de un niño/a, por cuanto

está asociado a la desobediencia y la rebeldía, lo que condiciona la consecución de una

relación asertiva y armónica. Este comportamiento de los infantes, surgen como un trastorno

conductual, que de no ser tratado de manera oportuna, traería serias complicaciones en su

futuro venidero, lo cual se vería plasmado en el bajo rendimiento académico, limitadas

relaciones interpersonal y dificultad en su adaptación social (Slim, 2020).

Los niños/as ponen de manifiesto ciertos comportamiento agresivo, con la finalidad de

concretar ciertos objetivos que no son capaces de lograrlo por medio las habilidades y

destrezas que haya logrado desarrollar. Además, según García et al. (2020), los actos

agresivos de un infante, son ejecutados frente a hechos o acontecimientos que haya tolerado

por un tiempo significativo, hasta que su psiquis no aguanta más presión y decide explotar sin

medir las consecuencias que conlleva esta conducta.

Entre las causas de mayor prevalencia, que inciden para que los niños/as evidencien

ciertas conductas agresivas, dirigidas a las personas, animales u objetos que se encuentren a

su alrededor, en un momento dado de su desenvolver cotidiano, se encuentran los problemas

depresivos, la presencia de enfermedades psiquiátricas, la hiperactividad del infante, el

trastorno límite de la personalidad y el estrés que suscitará posterior a ciertas agresiones

24
recibidas, tal es el caso del abuso sexual, ya sea que incluya actos corporales o no (Hernández

& Llanuris, 2021).

En el caso de los niños que hayan sido víctimas de abuso sexual, tienden a presentar

conductas agresivas como el hecho de oponerse a cualquier situación o comentario de los

demás, lo que dificulta mantener relaciones interpersonales efectiva con sus pares y otras

personas que hagan parte de su entorno sociofamiliar próximo. Para el infante con estos

comportamientos, se les complica ponerse de acuerdo, en relación a ciertas decisiones,

ocasionando roces verbales, que muchas veces terminan en agresión físicas, por lo que es

primordial, fomentar el diálogo y la empatía, desde el seno de su familia y complementarlo

en las instituciones educativas (Palomino, 2020).

En la publicación de Losada & Jursza (2019), los autores exponen que los infantes que

hayan sufrido de alguna agresión de naturaleza sexual, presentan ciertos cambios en su

conducta, que limitan su capacidad para adaptarse e interactuar en un medio determinado.

Entre los principales comportamientos agresivos que evidencia esta población agredida, se

encuentra la rebeldía, la desobediencia y la impulsividad, aspectos que los llevan a actuar, sin

analizar las implicaciones que esto traiga consigo, a corto, mediano o largo plazo, siendo las

causas comunes del 89% de agresiones físicas, protagonizadas por estos niños/as.

Según Portillo (2018), los niños/as que hayan sufrido de algún abuso sexual, tienden a

presentar una serie de conductas agresivas, que les impiden acceder a nuevas experiencias

significativas para su formación integral. Dichos cambios comportamentales, depende de la

frecuencia con la que haya sucedido la agresión, por ello, los infantes agredidos por varias

veces, son más vulnerables a presentar un accionar agresivo, siendo la consecuencia directa,

de reprimir el sufrimiento o miedo desarrollado, tras la consumación del delito.

25
Estos niños/as agredidos sexualmente, presentan un significativo cambio temperamental,

lo que no les permite gestionar de manera correcta, sus emociones, mostrándose más alerta a

todo lo que acontece a su alrededor, manteniendo en todo momento, una actitud tosca u

hostil, por ende, son mayores las posibilidades para que estos infantes empiecen una

discusión o pelea, la por medio de agresiones verbales y físicas que buscan causar daño o

herir al otro (Portillo, 2018).

El alto nivel de agresividad con el que se haya cometido el abuso sexual infantil, influye

en el cambio comportamental de los niños/as, siendo más propensos a desarrollar conductas

agresivas, que según la Organización Mundial de la Salud (2020), contempla actos de

intimidación verbal o física, predisposición a empezar peleas o discusiones, crueldad hacia

sus pares u otras personas de su entorno, continuas rabietas y desobediencia a los adultos de

su hogar o contexto educativo, tendencia a mentir o engañar sin medir las implicaciones que

esto traiga consigo.

En la publicación de Herrero (2020), se indica que las conductas agresivas físicas, se

ponen de manifiesto con mayor incidencia, a partir de los 3 a 4 años de edad, situación que se

reduce en gran medida, en edades que oscilen entre los 6 a 12 años; por otro lado, mientras el

individuo avance por su etapa de niñez y adolescencia, es decir, vaya cumpliendo años, las

agresiones de carácter verbal se ven disminuidas.

En la publicación de Cuenca & Mendoza (2017), abordado con una población de niños/as

y adolescentes, que fueron víctimas de abuso sexual, cuya edad oscilaba entre los 9 a 17 años

de edad, se concluyó que, el 87% de individuos presentaban alta tendencia a cometer

conductas agresivas, como medio de escape a los cuadros de ansiedad y depresión que

presentaban por las agresiones recibidas, siendo los comportamiento de mayor prevalencia:

26
los insultos, los golpes, las amenazas y muestras incontrolables de rabia, requiriendo ayuda

de alguien se suma confianza, para poder tranquilizarse y volver a un estado de normalidad.

Los niños y niñas que hayan sido agredidos sexualmente, requieren intervenciones

especiales, donde un profesional debe promover los espacios y acciones que coadyuven en la

regulación emocional de esta población, permitiéndole desarrollar las destrezas y habilidades

necesarias, para garantizar una correcta adaptación e interacción social, frente a un contexto

y/o situación determinada (Cuenca & Mendoza, 2017).

Según Almeida & Gonsalves (2018), el 89% de los niños/as que sufrieron de alguna

agresión de naturaleza sexual, presentaron conductas agresivas como las peleas con sus pares;

en tanto que el 78% mostraron mayor predisposición a cometer actos de destrucción, sobre

los objetos o animales de su entorno próximo; y finalmente el 67% fueron protagonistas de

hechos donde se ponían de manifiesto, el engaño, la falacia y la desobediencia, configurando

un escenario vulnerable a que se desarrollen agresiones físicas.

En gran parte de los casos, los niños/as víctimas de abuso sexual, que han presenciado

actos de violencia verbal o física, son quienes presentan mayor vulnerabilidad, a cometer una

serie de comportamientos agresivos, por cuanto pretenden ejercer autoridad o prevenir

circunstancias parecidas, en las que fueron agredidos. Este accionar, genera un refuerzo

positivo sobre la identidad de la víctima, sin embargo, a medida que pasan los años, cualquier

motivo o situación, puede desatar un conducta agresiva (Almeida & Gonzalves, 2018).

Como punto final, es menester mencionar, que estas conductas agresivas también se ven

influidas por el entorno familiar de los niños/as, que hayan sido victimas de una agresión

sexual, por cuanto, en muchos contextos, no encuentran el apoyo y la confianza requerida por

el infante, lo cual incide para que se conviertan en individuos aislados, antipáticos y carentes

de cordialidad, aspectos que inciden en la violencia física y verbal (Coronel & Suárez, 2020).
27
4. Conclusiones

El abuso sexual infantil es un problema de salud pública, de notable prevalencia en todos

los países del mundo, el cual conlleva la ejecución intencionada o premeditada, de diferentes

agresiones sexuales por parte de una persona adulta, sobre los individuos que atraviesen la

etapa de la niñez y la adolescencia.

El abuso sexual infantil, aborda diferentes situaciones donde el adulto mantenga contacto

físico o utilice al infante de manera visual, para satisfacer sus pretensiones sexuales o el de

otra persona, para lo cual hace uso de la intimidación, amenazas o la persuasión, debiendo

mencionar, que no se puede hablar de un acto consentido, en estas edades.

La desregulación emocional es una manera pobre de expresar las emociones y

sentimientos, es decir, un control deficiente para manifestarse ante una situación determinada,

caracterizándose por un accionar impulsivo o alterado, lo cual repercute en la consecución de

una convivencia social plena y armónica.

Entre los factores que intervienen en la desregulación emocional, en los niños y niñas que

hayan sido víctimas de un abuso sexual, se encuentran: el sexo del infante, la carencia de

injerencia parental, poca atención afectiva, separación de los padres, bajo nivel educativo de

los progenitores, baja situación socioeconómica del entorno familiar, vivir en una familia

extensa o en lugares donde se promueva el turismo sexual.

Otros aspectos que inciden en esta problemática, se encuentran: las practicas deficientes de

crianza, presenciar actos de violencia en el hogar, convivir con otras personas, el consumo de

sustancias alucinógenas, el desconocimiento de las políticas orientadas a la protección del

infante, la susceptibilidad genética del niño/a, el sentirse aislado de los demás miembros de

su familia, un alto nivel de hiperreactividad emocional, la frecuencia de la agresión sexual, el

28
grado de afectación que sufrió la víctima, el nivel de violencia física, intimidación y

amenazas recibidas por parte del agresor; y finalmente, la presencia de diversas alteraciones

conductuales y cognitivas.

La conducta agresiva, es un comportamiento del niño/a, donde se pone de manifiesto

sentimientos de rabia, ira y el anhelo de causar daño físico o psicológico, sobre otra persona,

animal o algún elemento que se encuentre en su entorno.

Entre las conductas agresivas que los niños/as que hayan sido víctimas de abuso sexual,

presentan con mayor frecuencias, se encuentran las agresiones físicas y verbales. Las

primeras contemplan golpes, rasguños, jalones de cabello, patadas y empujones. Las

segundas por el contrario, incluyen acciones de intimidación, uso de palabras soeces,

amenazas, engaño, burlas, ofensas, la continua falacia y la desobediencia.

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6. Glosario
Abuso: acción y efecto de abusar, usar mal,excesivamente,injusta o indebidamente algo o

alguien.

Agresion:tipo de comportamiento con el fin de causar daño físico o mental.

Persuacion:capacidad o habilidad para convencer a una persona de hacer cierta cosa.

Acoso: cuando una persona hostiga, persigue o molesta a otra.

Conducta: manera de comportarse una persona en una situación determinada

Víctima: persona o animal que sufre un daño o un prejuicio a causa de determinada acción.

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7. Anexos

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