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Contexto histórico
Convencionalmente se da como inicio de la Edad Media el siglo V d.C. con lo que se
llama, también convencionalmente, la caída del Imperio Romano. Esta desaparición del
Imperio como entidad política, en realidad, es un lento proceso de paulatinas
incursiones de las tribus germánicas en las zonas fronterizas del Imperio, unidas a la
debilidad política de este. La organización militar y política desaparecen y las
provincias imperiales son ocupadas por los pueblos germánicos(los romanos llamaban
“bárbaros”, es decir, extranjeros), que se constituyen en reinos autónomos generalmente
hostiles entre sí.
La edad media europea, y especialmente la española, está marcada por el ideal guerrero
y esto responde a una realidad social y política: las continuas incursiones y saqueos de
otros pueblos (húngaros, musulmanes, normandos) hacen que se presente un frente de
batalla disperso y que los distintos “señores”, dueños de tierras, armaran su propio
ejército para defenderlas y extender sus límites. Surgen así y se amplían y afianzan los
“señoríos” o feudos, que, además, rivalizaban y batallaban entre sí. El poder no reside
ya en una monarca, sino que está parcelado entre los señores feudales y depende de la
eficacia militar. En España, este ideal guerrero se hace particularmente fuerte y dura
más que en otros países europeos porque su territorio está ocupado por el invasor. Pero
la lucha por la conquista no es un ideal nacional, porque no existía un concepto de
nación, sino que es llevada a cabo por los distintos reinos romano-germánicos en forma
parcializada.
La organización social de la Alta Edad Media está representada por el feudo o señorío,
conformado por una fortificación, generalmente un castillo, y sus tierras adyacentes. Es
un área cerrada que obedece al poder político omnímodo del señor, cuyo título de
nobleza depende de sus éxitos guerreros; económicamente, el feudo se autoabastece con
la producción rural y artesanal que depende del trabajo de los colonos (ocupantes libres
de nuevas tierras conquistadas o reconquistadas por el señor, pero obligados a él y a la
Iglesia por fortísimos impuestos y por el trabajo personal) y los siervos (especie de
esclavos). La subordinación al señor era absoluta, ya que él ejercía también el poder
judicial, sobre los habitantes del señorío. Además de una unidad política, militar,
económica y judicial, el feudo era también una unidad religiosa, ya que dentro de él se
construía una iglesia o una capilla cuya jurisdicción coincidía con la del feudo. Este es
un núcleo social fuertemente estratificado, jerarquizado y sin fluidez, donde el señor
mantiene tanto con sus caballeros(los que combaten a su servicio montados a caballo),
como sus colonos, un vínculo de vasallaje, que él a su vez mantenía con el rey. El
vasallaje consistía en que el señor se comprometía a defender y preservar a sus vasallos,
estos a su vez, juraban fidelidad a su señor, obligándose a combatir a su lado. El vínculo
vasallático era tan fuerte que el vasallo debía combatir contra sus propios parientes o
amigos si eran enemigos de su señor.
Todos los derechos correspondían a la clase militar y terrateniente y a las jerarquías
eclesiásticas, cuyos individuos provenían de la aristocracia y que constituían también
señoríos feudales con propiedad territorial, poder social y tantos privilegios como la
aristocracia guerrera. Las clases no privilegiadas solo podían tener deberes hacia los
guerreros y hacia el alto clero, principalmente el deber de alimentarlos con sus
cosechas. En estos plebeyos fue donde arraigó el sentimiento cristiano impulsado desde
los monasterios. Frente a una realidad lacerante: guerras, hambres colectivas, pestes y
miseria, los religiosos no jerarquizados(párrocos y monjes) ofrecían el consuelo de otra
vida donde la justicia divina recompensaría todos esos males con una inefable felicidad.
Por lo tanto, la vida terrenal no era más que un tránsito hacia otra más plena, que era la
que verdaderamente contaba. De este modo todo lo humano estaba referido a lo divino.
El clero mantiene una constante excitación religiosa organizando peregrinaciones y
cruzadas y predicando el fin del mundo y la penitencia. La cosmovisión se hace así
teocéntrica y jerarquizada, hasta tal punto que la religión absorbe el ideal heroico del
guerrero que lucha en nombre de la fe para expulsar a los infieles de Tierra Santa
(cruzadas) o de territorios cristianos (España). Por otra parte, también la sociedad rígida,
piramidal y estratificada tiene una justificación divina: esa organización es
fundamentalmente válida en cuanto está ordenada por Dios.
El caballero o el señor feudal que defendía al mismo tiempo los territorios y los ideales
cristianos (aunque en realidad no cumpliera estos últimos) es una figura heroica
admirada, a veces, legendaria, y sus acciones dignas de ser contadas para que todos y
todas las conozcan y las recuerden. Surgen así, como la literatura característica de esta
época, los cantares de gesta, largos poemas que narran las hazañas de los señores.
Las letras españolas medievales
Es más breve que el período histórico que se designa con ese nombre, por la sencilla
razón que empieza con las primeras manifestaciones de la lengua vulgar o romance con
intención artística. Abarca desde mediados del siglo XI hasta el reinado de los reyes
católicos (comienzos del siglo XVI). A su vez, dentro de la literatura, se diferencian dos
períodos dentro de los siglos mencionados, la Edad Media (siglos XI al XIV) y la
transición de la Edad Media al Renacimiento (siglo XV y comienzos del XVI).
Los oradores atienden la vida religiosa. Son los depositarios del saber y los encargados
de su transmisión porque el saber conduce a Dios.
Los defensores –reyes, nobles, caballeros- se ocupan de la vida del Estado y su defensa.
Luchan contra el infiel, la Reconquista es su guerra de cruzada.
Los labradores – que son todos “los que viven por sus manos” como dirá Jorge
Manrique- con su trabajo – en el campo, en el comercio, en la arquitectura, en mil
oficios- hacen posible las vidas de las otras clases, a las que sirven y benefician.
Los dos estados más importantes, el eclesiástico y el de la nobleza, encarnan los dos
arquetipos humanos de la Edad Media: el santo y el héroe. La temática literaria de una
sociedad como la descripta tenía que ser –como fue- esencialmente guerrera o religiosa.
Su destinatario es el pueblo todo y el objetivo consolidar en él y para él los valores de la
fe y el heroísmo.
Los cantares de gesta (la palabra gesta, del latín, significa hazañas o hechos dignos de
mención) son poemas extensos, compuestos en lengua vulgar y destinados al canto y a
la recitación ante un público. Pertenecen al género épico o narrativo.
Esta producción poética de carácter heroico en lengua vulgar que nació y floreció en
tierras castellanas, está documentada desde antes del siglo XI y se prolonga hasta
comienzos del siglo XV. Cubre, en consecuencia, un período extenso de tiempo, lo cual
prueba su extraordinaria vitalidad y popularidad. Sin embargo, por tratarse de obras
difundidas exclusivamente por medio de la recitación oral, poquísimos son los textos
que se han conservado. El más antiguo que conocemos en su forma original, obra
maestra en su género y que llegado casi completo hasta nosotros, es el Poema de Mio
Cid, compuesto en Castilla 1.140.
La palabra juglar es voz de origen latino (jocularis) que designa a un tipo humano
característico de la Edad Media. En un sentido amplio, de acuerdo con la definición de
Ramón Menéndez Pidal, “juglares eran todos los que se ganaban la vida actuando ante
un público, para recrearle con la música, o con la literatura, o con la charlatanería, o con
juegos de manos, de acrobatismo, de mímica, etc.” Su oficio consistía en alegrar a la
gente, servir de solaz al pueblo, especialmente con el canto o la música, mediante un
pago que podía consistir en dinero, en un vaso de vino o en cualquier otra forma de
retribución como los juglares eran autores a veces de las obras que cantaban o recitaban
y estas estaban en lengua vulgar, la palabra juglar tomó, asimismo, la acepción de
“poeta en lengua vulgar”.
Entre los juglares más estimados socialmente, por la dignidad de su oficio, encontramos
a los juglares de gesta, que eran los encargados de divulgar los cantares o gestas. Su
misión no se limitaba a entretener, sino también a informar acerca de hechos de armas
recientes o de hazañas pasadas que no debían quedar en el olvido. Cumplían la tarea
didáctica, noticiosa de sucesos más o menos coetáneos o evocadores de acontecimientos
históricos memorables.
No todos los juglares épicos fueron autores de sus obras, a menudo divulgaban gestas
ajenas. También con frecuencia las reelaboraban y las enriquecían de acuerdo con su
personal sentido artístico o con las exigencias del público. El arte juglaresco, es por ello,
un arte tradicional y colectivo. Este carácter hasta cierto punto impersonal de la épica
medieval española explica por qué no se ha conservado el nombre de ningún juglar de
gesta.
Forma métrica de los cantares
Los cantares de gesta están compuestos por una forma métrica fácil de memorizar y de
reconstruir. Dicha forma se prestaba para introducir, en el momento del espectáculo
juglaresco, variantes y modificaciones dictadas por el gusto del público o por las
circunstancias.
1. Es una poesía centrada en la figura del héroe, a través del cual se exaltan las
virtudes más apreciadas por una comunidad (fuerza, valentía, ingenio, voluntad,
astucia). El héroe épico medieval español no posee poderes sobrenaturales, sino las
cualidades de cualquier mortal, solo que en grado superlativo.
7. Remite a una edad heroica, es decir que los hechos que narra se ubican en un
tiempo pasado en que esa comunidad habría alcanzado su máxima gloria. Ese tiempo
heroico sirve de modelo que los hombres de cada comunidad intentan alcanzar y es
motivo de orgullo y de afirmación de una identidad cultural. La referencia a una edad
heroica está ligada a la función social que cumple la poesía épica, que consiste en la
exaltación de los valores de un pueblo o de los valores de un grupo social(los guerreros,
por ejemplo) que se ofrecen como modelo para toda la comunidad (además, por
supuesto, de la función narrativa y la conmemorativa, la épica también es una forma
popular de la historia).
El mester de juglaría
La actividad épica de los juglares cae dentro de lo que desde el antiguo se ha dado en
llamar mester de juglaría. La palabra mester proviene del latín ministerium, y significa
oficio, profesión o arte, en este caso, de juglares. Estos eran, como hemos visto, los
creadores, recreadores o simple portavoces de las gestas que divulgaban.
El poema no relata con fidelidad de cronista la gran empresa política y militar del Cid,
sino que selecciona algunos hechos de su vida(primeros éxitos de guerreros, la
conquista de Valencia) e inventa otros(el matrimonio de sus hijas, su afrenta por los
infantes de Carrión, el juicio y los duelos resultantes) de acuerdo con los patrones
épicos comunes a todas las obras del género.
Los cantares
El poema de Mio Cid es uno de los pocos textos conservados de la épica popular
española y pertenece al período de su florecimiento. Compuesto a mediados del siglo
XII, lo conocemos en su forma métrica original por un único manuscrito del año 1307,
códice a l que le faltan una hoja al comienzo y dos en su interior. La obra consta de
3730 versos divididos en tres cantares o partes: Destierro del Cid (Cantar primero, 1 –
1086), Bodas de las hijas del Cid (Cantar segundo, 1087 - 2277), La afrenta de Corpes
(Cantar tercero, 2278 - 3730).
Cantar primero
La acción de este cantar se desarrolla en dos partes. En la primera, de una profunda
tristeza y de una emoción íntima y familiar, asistimos a la despedida del Cid de Vivar a
su paso por Burgos, en cuyas afueras pernocta y mediante un ardid toma dinero en
préstamo de dos judíos; a su arribo al monasterio de Cerdeña y al dolorido adiós a su
mujer e hijas, que confía al cuidado del abad don Sancho. Con sus compañeros que
deciden ir al destierro con él, cruzan el río Duero y la frontera con Castilla.
Toda esta parte nos muestra un héroe humano, preocupado por sus afectos. Vela por el
bienestar de sus seres queridos que deja, les infunde ánimo. Además debe cuidad de los
miembros de su mesnada que crece día a día hasta que son centenares.
Cantar segundo
Después de tres años de duro batallar con los infieles, el Cid conquista Valencia, la
ciudad más rica sobre el Mediterráneo. Envía una segunda embajada a Alfonso VI, con
nuevos y valiosos presentes, esto despierta la envidia del conde Ordóñez y la codicia de
los infantes de Carrión, que conciben la idea de casarse con las hijas del Cid, aunque
ellos sean hijos de conde y de superior nobleza de cuna.
El rey perdona a los vasallos que se habían desterrado voluntariamente. La esposa del
Cid y sus hijas se reúnen con Rodrigo en Valencia. El Cid obtiene otra victoria de la que
nuevamente hace partícipe al rey Alfonso, quien esta vez decide perdonarlo y lo cita a
orillas del río Tajo. A orillas de este río también se realizan las bodas de las hijas del
Cid con los infantes Diego y Fernando de Carrión.
Cantar tercero
Luego de dos años de matrimonio, los infantes de Carrión dan muestra de su cobardía
en una batalla contra el rey Búcar de Marruecos. Al sentirse humillados deciden llevar a
las hijas del Cid, sus esposas, a Carrión y vengarse de ellas. En el camino, maltratan y
abandonan a sus esposas en Corpes. El Cid, ante el ultraje, pide justicia al rey Alfonso y
convoca a cortes en Toledo. El Cid exige la devolución de dotes entregadas a los
infantes y demanda por reto la reparación del daño mayor: la deshonra de sus hijas. Tres
semanas después en Carrión, los infantes son vencidos y el Cid desagraviado. Este
cantar de la afrenta de Corpes termina con el matrimonio de las hijas del Cid con los
infantes de Navarra y Aragón, matrimonios de casas reinantes de España.
El tema
El Cid, a lo largo de toda la obra, lucha por la recuperación de su honra. Primero, antes
el rey que injustamente lo ha desterrado; después, ante la corte, por el agravio a sus
hijas. Esa honra debidamente recobrada en el plano político-guerrero y en el plano
familiar social, es el tema que se desarrolla a través de los dos hilos narrativos de la
obra: destierro – perdón real y afrenta - recuperación. De la recuperación de la obra en
el plano político-guerrero se deriva la pérdida de la honra en el plano familiar – social;
de allí que las bodas de las hijas constituyan el núcleo dramático del poema que enlaza
la doble trama argumental. Ambas situaciones, destierro y matrimonios ultrajados,
reconocen un origen común: la envidia de la alta nobleza, representada en los infantes
de Carrión y en el Conde García Ordóñez.
El tema político- social de la honra que trata el poema, era un tema de interés
contemporáneo del siglo en que fue creado y en que queda incólume la veneración hacia
el rey, que si bien primero hace caso a las calumnias; luego, restablece la justicia sin
hacer preferencia de clases sino valorando las actitudes y calidad de persona.
El virtuoso
El Cid aparece como un personaje virtuoso, caracterizado por la mesura(es decir, la
paciencia y el buen sentido). No es un héroe épico definido por la ferocidad guerrera o
la rebeldía, sino un personaje que enfrenta las desgracias y se lanza al combate con
prudencia y sensatez en eso reside su grandeza. El Cid asume con resignación las
injusticias que sufre y evita responder de manera violenta y airada. Tanto es así que la
reparación de su honor mancillado por la terrible afrenta que recibe de los infantes de
Carrión no se logra mediante una venganza sangrienta, sino mediante un proceso
judicial expresamente solicitado por el Cid. También se manifiesta esa mesura el héroe
en el hecho de que, pese al injusto destierro que sufre, no desea nunca enfrentarse con
su rey y sigue respetando el vínculo de vasallaje (aunque la costumbre de la época le
permitía romper el vasallaje y aun atacar las tierras del rey sin ser considerado traidor).
Otros detalles que muestran esa sensatez primordial del héroe son su preocupación por
el bienestar de su hueste y su generosidad con los vencidos.
Dos aspectos más ayudan a configurar ese perfil: su piedad religiosa y su amor por la
familia. En el episodio de la entrada en Burgos camino del destierro, pese a la situación
de desamparo y a la comprobación del desamor del rey, momento de mayor desgracia
del héroe, mantiene su fe religiosa y acude a la iglesia de Santa María para rezar antes
de la partida. Si se añade a esto los numerosos lugares en los que el héroe invoca a Dios,
a la virgen y a los santos, en demanda de ayuda o como agradecimiento, se hace
evidente su religiosidad.
En cuanto al amor familiar del Cid, queda de relieve en tres aspectos que basta con
mencionar: lo dramático de la despedida del héroe y su familia cuando parte al
destierro, la alegría del reencuentro en Valencia, en la escena en que muestra orgulloso
sus ricas conquistas a su mujer y a sus hijas, que miran asombradas la grandeza
de los dominios del Cid, y por último, el hecho de que la peor deshonra recibida sea la
que le causan a través de la afrenta a sus hijas.
Esto no anula la faceta de guerrero valeroso e inteligente que, como héroe épico, el Cid
debe mostrar. Esa faceta brilla especialmente cuando vence a los reyes moros Fáriz y
Galbe, y cuando personalmente mata al rey Búcar con un golpe extraordinario.