Está en la página 1de 2

Libres de qué, libres para qué

Con compromiso, presencia, conciencia y responsabilidad, la libertad es una herramienta existencial ligada al prójimo.
¿Cómo es posible utilizarla del modo correcto?

Existen la libertad de y la libertad para. Y la libertad primera y la libertad última. La libertad de se pretende exenta de
obstáculos, de compromisos, de límites, de responsabilidades, de normas, leyes o mandatos. Alienta la transgresión,
cuestiona a la ley o a cualquier institución creada para limitar a cada uno en beneficio de todos. Es la libertad sin otros o
con ellos considerados como obstáculos. A ella se contrapone la libertad para, que reconoce los límites y los
condicionamientos como parte natural y necesaria de la vida. Somos seres condicionados, en primer lugar, por el tiempo y
por el espacio. También por nuestro organismo (sujeto a enfermedades e imposibilidades), por los imponderables y las
circunstancias aleatorias. La vida está sembrada de situaciones que escapan a nuestro control, y en todas partes y en todo
momento circulamos entre normas y convenciones escritas y no escritas, cuya observación es condición necesaria para la
convivencia.

Puesto que no se puede todo deberemos elegir (y hacernos cargo de las consecuencias de las elecciones). Así, la libertad
es una herramienta existencial. Y dado que se trata de un atributo a lograr, se impone la pregunta: ¿libertad para qué?
¿Para robar, para matar, para enriquecernos por vías rápidas y corruptas, para violar, para mentir, para deshacernos de
quien nos moleste, para hacer lo que nos antoje la real gana más allá de reglas y leyes? ¿O para llevar adelante acciones
que mejoren el mundo, que refuercen valores, que nos permitan poner en la vida los frutos de nuestra creatividad,
acciones que nos lleven a manifestar nuestros dones, que alivien sufrimientos colectivos, que desarrollen proyectos
virtuosos, que beneficien a la mayor cantidad de personas sin perjudicar por ello a otras en sus derechos esenciales?
Cualquiera que fuere la elección deberemos responder por ella.

La libertad está ligada a la existencia del prójimo. Mi libertad termina donde empieza la del otro, mientras la de él llega
hasta donde comienza la mía. Esto fortalece y ahonda el valor de la libertad. Ella no es un fruto silvestre que sólo debo
tomar. Es un fruto a cultivar, con compromiso, presencia, conciencia, responsabilidad. No hay libertad sin responsabilidad.

La libertad primera es la del niño pequeño que quiere todo, busca todo, va por todo. Antecede a la socialización. Sus
motores son el deseo en estado puro y el instinto. Es una combinación de impulsos y sensaciones, es voluntad
desorganizada. Al desconocer aún la noción de límite, tampoco hay oportunidad para ejercer la elección. La libertad
última, a su vez, es última porque nada hay luego de ella. Es la libertad de elegir aun en la más extrema de las
circunstancias, en las cuales no hay opción. En esos casos se elige la actitud con la cual afrontar una realidad que no da
alternativas. Hay quienes se inmolan en un intento de rebelión, hay quienes pervierten sus valores, hay quienes se
suicidan, hay quienes levantan la mirada y agradecen el haber vivido, hay quienes se desmoronan y se humillan, hay
quienes enloquecen literalmente, hay quienes dejan un último mensaje, hay quienes se encomiendan con integridad a
aquel o aquello en lo que creen, hay quienes simplemente permanecen en su lugar, enteros, hasta el último segundo.
Fuera la actitud que fuese, habrá resultado producto de la libertad última. Joseph B. Fabry (1909-1999), amigo y
condiscípulo de Víktor Frankl, lo enfoca así: "Aun cuando se lo despoje de todo lo que posee (familia, amigos, autoridad,
posición social, bienes) nadie puede arrebatarle al hombre su libertad de tomar una decisión, sencillamente porque esta
libertad no es algo que posee, sino algo que es".

El ser humano no termina en una sola de sus acciones. Se puede ver a todo individuo como un gerundio: no es, está
siendo. Cuando se conecta con su voluntad de sentido puede aplicarla a mantener despierta su conciencia para que la
sucesión inevitable de elecciones y decisiones en la que transcurre su vida se orienten a la búsqueda de ese sentido único
e intransferible. La libertad última remite a tal búsqueda. El ser humano es esclavo de ella. La ejerce aun cuando crea que
no (por ejemplo, en el momento en que deja una decisión en manos de otros sin advertir que esa es su manera de decidir
y que la consecuencia no podrá cargarse en la cuenta ajena). La más preciosa de las libertades lejos de darle al individuo
una carta blanca, lo compromete con la responsabilidad sobre su propia vida y la de otros.
No se es libre de algo (llámese cadenas, responsabilidades, obstáculos, compromisos, leyes, normas, reglas, promesas,
palabras, juramentos, horarios, códigos, etcétera), sino para algo. Cada vida tiene un sentido que le es propio y que debe
ser descubierto y explorado. Desligada de esa certeza o esa intuición, cae en la angustia existencial. Esta angustia no sólo
sobreviene cuando no están satisfechas las necesidades primarias (de supervivencia), dice Frankl, sino también, y a veces
muy especialmente, cuando están atendidas.

La voluntad de sentido lleva a la persona a apuntar hacia algo que está más allá de ella misma "hacia un sentido que hay
que cumplir o hacia otro ser humano a cuyo encuentro vamos con amor". El sentido no se da, se descubre. La conciencia
es la orientadora en la búsqueda, y Frankl la llamaba nuestro órgano de sentido. Ella nos rescata de los determinismos,
tanto biológico como psíquico; nos permite razonar, evaluar y elegir. Nos hace libres. Quien elige no se libera de (como
pueden hacerlo incluso los animales enjaulados), sino que se libera para. Para cumplir con su sentido.

"En épocas de opulencia muchas personas tienen lo suficiente para vivir, pero son muchos los que ignoran para qué vivir",
apuntaba Frankl. La libertad nos permite ir en busca de la respuesta. Libertad para elegir y hacernos cargo de las
consecuencias de nuestras elecciones, libertad para escoger caminos, acciones y conductas, para negarnos a seguir la
manada, para alejarnos del pensamiento adocenado y premoldeado, para emprender nuestros proyectos existenciales,
para oponernos a los manipuladores de conciencia, a los autoritarios que nos quieren convertidos en objetos y no nos
respetan como sujetos, para negarnos al opio adormecedor de una existencia consumista, para vivir, trabajar y amar
sosteniéndonos en nuestros valores, libertad para hacer lo que se debe (actuar moralmente) y no lo que está de moda, lo
que otros hacen o lo que nos dará ventajas.

Un ser libre es un ser que responde. Lo hace a través de sus conductas y de sus actos. La libertad es un fruto de la razón.
Immanuel Kant (1724-1804) advierte contra quienes ven al ser humano como un prisionero de determinismos y puntualiza
que éste en sus acciones "es obligado solamente a obrar de conformidad con su propia voluntad legisladora". En tanto
agente moral, su libertad no lo habilita a cualquier cosa, y menos en perjuicio de otro ser humano.

Como legislador de su mundo, el ser humano crea leyes que lo constriñen y a las cuales debe someterse, las que hacen
posible su supervivencia como especie que se organiza en comunidades. De no existir normas, reglas, convenciones y
leyes, la diversidad llevaría inevitablemente a colisiones trágicas y pondría en riesgo la misma existencia de esas
comunidades. Las leyes, reglas, normas y convenciones nos limitan a todos, y solamente desde una perspectiva egoísta
extrema alguien podría pensar que el fin de una ley es perjudicarlo. Lo que a todos nos limita y a todos nos obliga,
finalmente a todos nos protege y nos permite desenvolvernos como seres libres.

La libertad para no tiene fines, es un fin en sí. Consagra lo esencial de la condición humana. La autodeterminación, la
responsabilidad, el sostén de las propias respuestas existenciales. Por eso es última. Después o detrás de ella no hay nada.
Quien se libera de algo, se libera (lo tenga consciente o no) para algo. Sobre esta libertad la vida nos interroga
continuamente. Y sobre ella respondemos, con cada acción, con cada actitud, con cada elección, con nuestra conducta, en
el día a día de nuestra existencia.

Extracto del primer capítulo del libro En busca de la libertad, de Sergio Sinay, Paidós,2014

También podría gustarte