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TEMA 2.

FUNCIONAMIENTO COGNITIVO EN LAS PERSONAS MAYORES


2.1. La explicación del envejecimiento: el modelo de la competencia vs. el modelo
del declive

2.2. Cambios biológicos, cognitivos y socio-afectivos en las personas mayores


2.2.1. Cambios biológicos
2.2.2. Cambios en los procesos cognitivos
2.2.2.1. La inteligencia
2.2.2.2. La atención
2.2.2.3. La memoria
2.2.2.3.1. Memoria y envejecimiento
2.2.3. Cambios socio-afectivos
2.3. Variables moduladoras del desarrollo cognitivo en las personas mayores
2.4. El envejecimiento satisfactorio

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El joven conoce las reglas,
pero el viejo las excepciones.
(Olliver Wendell Holmes)

2.1. LA EXPLICACIÓN DEL ENVEJECIMIENTO: EL MODELO DE LA COMPETENCIA


VS. EL MODELO DEL DECLIVE
El modelo que ha dominado tradicionalmente el enfoque de la vejez ha sido el modelo
del declive. Este modelo caracteriza la vejez como una etapa que conlleva inevitablemente la
aparición de un notable número de pérdidas, un aumento de los problemas de salud y un
progresivo declive en las capacidades. Estas pérdidas y declives disminuirían los recursos
adaptativos tanto físicos como mentales, dañarían la autoestima de la persona mayor, su imagen
de continuidad personal, aumentarían los problemas de salud mental y de pérdida de control y se
reduciría su perspectiva personal y vital.
Este enfoque del desarrollo del mayor ha provocado que, durante muchos años, haya
predominado el estereotipo, ampliamente compartido socialmente, de que los cambios que se
producen en la vejez son exclusivamente negativos. Con toda probabilidad este enfoque de la
vejez ha facilitado el desarrollo y enraizamiento social de numerosos prejuicios negativos sobre
este colectivo, así como de falsas creencias acerca de sus competencias reales (Kart, 1990).
Frente a este modelo, viene en os últimos años se viene adoptando el enfoque del
modelo de competencia que apoya la idea de que, si bien el envejecimiento implica o puede
implicar pérdidas y disminuciones, también posibilita aumentos, ganancias y perfecciones. Un
ejemplo de ello es que las personas mayores son eficaces en el mantenimiento de la sensación
de control y de una visión positiva tanto de sí mismos como del desarrollo personal
(Brändtstädter, Wentura y Greve, 1993). Se acepta que la vejez es una etapa en la que pueden,
efectivamente, observarse también innovaciones y progresos en diferentes dimensiones del
comportamiento. Por una parte, se ha observado que el cerebro sigue manteniendo su
plasticidad en la vejez, y, por otra parte, parece evidenciarse que, incluso en caso de deterioro,
un ambiente estimulante puede ralentizar dicho proceso de deterioro. Desde este enfoque se
están modificando el significado de los términos “desarrollo” y “envejecimiento”, adoptándose
una perspectiva cada vez más potenciadora de la competencia en este período de la vida. Cada
vez hay mayor optimismo sobre las posibilidades de intervención en el ambiente y el propio
individuo para sacar el máximo partido de las competencias con las que llega a la vejez.
Dos de los rasgos definitorios de esta etapa vital son la variabilidad interindividual e
intraindividual. Las diferencias entre individuos (variabilidad interindividual), pueden llegar, a

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veces, a ser tan notables que hacen muy difícil una caracterización general de esta etapa. A
medida que avanza la edad, los mayores tienden a ser más heterogéneos en su funcionamiento
fisiológico, psicológico y social. Además, es muy probable que esta variabilidad tienda a
aumentar con el incremento de la esperanza de vida, creando subgrupos diferentes entre los
mayores. Por otra parte, la variabilidad intraindividual hace referencia al hecho de que cambios
asociados a la edad en una determinada capacidad o habilidad psicológica o fisiológica no tiene
por qué asociarse necesariamente a cambios en otras características psicológicas o sistemas
fisiológicos. Una persona mayor puede mostrar una pérdida importante de autonomía física y
mantener intactas, en cambio, sus habilidades cognitivas. Incluso dentro de una misma
dimensión la tasa de cambio puede ser notablemente diferencial, pudiendo evidenciarse
deterioro del razonamiento manteniéndose en parámetros aceptables la orientación espacial, por
ejemplo.
De esta manera, el desarrollo a lo largo del ciclo vital se caracteriza por su
multidimensionalidad y su multidireccionalidad. Sin negar la importancia de los factores
biológicos en cuanto determinantes explicativos del desarrollo, desde las ciencias sociales se
considera que durante la vejez cada dimensión del individuo puede seguir una dirección diferente
(Vega y Bueno, 1996). La naturaleza del envejecimiento no es sólo biológica, sino también
cultural e histórica. En este sentido, cada día adquiere mayor interés el estudio de los efectos
generacionales. Así, la generación y la historia relativizan la importancia del factor edad. Las
diferencias derivadas de la pertenencia a distintas generaciones (diferencias intergeneracionales
o intercohortes) determinan una parte de las experiencias adquiridas, el nivel educativo, la
cultura dominante, etc., aspectos todos ellos que tienen un notable impacto en las características
individuales del mayor.
Dentro de la concepción multidimensional del desarrollo a lo largo de la vida, Baltes y
Baltes (1990) propusieron el modelo de la optimización selectiva con compensación que
considera el desarrollo satisfactorio como resultado de maximizar conjuntamente las ganancias
(los objetivos deseados) y minimizar las pérdidas (los objetivos indeseados). Este modelo
propuesto establece que, para conseguir una vida efectiva, el mayor ha de hacer modificaciones
en sus tareas previas: seleccionar determinadas actividades, optimizarlas (empleando más
tiempo, ensayándolas....) y utilizar determinadas estrategias de compensación. Así, las personas
están inmersas en un proceso continuo de adaptación a lo largo de toda la vida mediante tres
componentes que interactúan entre sí: la selección, la optimización y la compensación.
La selección se refiere al proceso de especialización de competencias conductuales que
permiten al individuo continuar desarrollándose a lo largo de la vida. Implica reducción ya que

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restringe la vida de las personas limitando el número de competencias o áreas de
funcionamiento. Pero esta limitación supone también adaptación, ya que al reducirse las
demandas a las que ha de atender el individuo, se hace más fácil el manejo de las competencias
seleccionadas (Montorio e Izal, 1997).
Un ejemplo de esta especialización en la edad avanzada está relacionado con el ámbito
de las actividades de la vida diaria (autocuidado y mantenimiento del hogar). Estas tareas suelen
aumentar su importancia respecto a otras actividades en esta etapa de la vida, ya que para
muchas personas mayores mantener su independencia en la comunidad se convierte en un
objetivo principal (Willis, 1991).
Otro ejemplo es la selección que hacen las personas de edad avanzada sobre su red
social. Parece demostrado que en esta edad las personas limitan -seleccionan- su fuente de
apoyo social, centrándose en la búsqueda del contacto social que favorezca la regulación
emocional que preserve su bienestar psicológico (en detrimento de relaciones sociales que
faciliten información o mantenimiento de la identidad) (Carstensen y Frederickson, 1994).
La optimización refleja la idea de que los individuos se regulan para funcionar en niveles
elevados, eficaces y deseables de ejecución. Así, es esperable que las personas aprovechen las
oportunidades ambientales o biológicas a lo largo de su cielo vital para actuar enriqueciendo -y
aumentando su capacidad de reserva, de forma que todo ello les permita maximizar -en cantidad
y calidad- el curso de sus vidas. Significa que el individuo se mueve en la dirección de procurar
el mejor funcionamiento posible en un número concreto de áreas de la vida. La optimización es
también un objetivo alcanzable en la edad avanzada, ya que incluso habiendo comenzado el
declive de las habilidades cognitivas más biológicamente determinadas, existe un sustancial
remanente de plasticidad para mejorar las diversas capacidades del ser humano, incluidas las
cognitivas (Baltes y Linderbergen 1988; Fernández-Ballesteros, Izal, Montorio, González y Díaz
Veiga, 1992).
La compensación hace referencia al proceso que se activa cuando las habilidades de
una persona se deterioran como consecuencia de la edad o bien cuando las demandas del
contexto aumentan sustancialmente y no es posible alcanzar el estándar de ejecución requerido.
El empleo de las estrategias habituales, en estos casos, comportaría resultados negativos y, por
ello, las personas modifican sus estrategias a fin de compensar los déficits. La compensación
implica utilizar elementos de la conducta (por ejemplo, ayudas externas de memoria), de la
cognición (por ejemplo, estrategias mnemotécnicas) o derivados de la tecnología (por ejemplo,
ayudas protésicas). La compensación es un proceso natural que empleamos todas las personas
en el transcurso de su vida y que, en la vejez, se encuentra especialmente desarrollado debido a

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la ventaja que supone la acumulación de experiencia y conocimientos de este grupo de edad
(Dixon, 1995).
Así, por ejemplo, se ha comprobado que mecanógrafos de edad avanzada son capaces
de transcribir un texto a máquina tan eficazmente como mecanógrafos más jóvenes, pese a una
disminución en las destrezas perceptivo-motoras de aquéllos (Salthouse, 1984). La experiencia
de los mecanógrafos mayores les permite visualizar en mayor medida el texto siguiente al que
van a transcribir para compensar así la desventaja en la velocidad de respuesta.
Por tanto, la selección implica direccionalidad, metas y resultados; la optimización alude
a los medios para conseguir las metas deseadas, y la compensación supone una respuesta a las
pérdidas experimentadas a través del empleo de medios o recursos que son utilizados para
mantener niveles adecuados de funcionamiento y, con ello, las metas personales propuestas
(Martos, 2005; Freire y Ferradás, 2016).
En resumen, el modelo de optimización selectiva con compensación presupone que la
persona, a cualquier edad, se especializa en distintas áreas de funcionamiento, capacidades o
habilidades dependiendo de su trayectoria vital, de los intereses, valores, hábitos, salud y de su
capacidad de reserva. Siendo necesario en todas las épocas de la vida, en la vejez, su empleo
es aún más activo y frecuente a causa de las pérdidas (Marsiske, Lang, Baltes, y Baltes, 1995).
La experiencia adquirida a lo largo de la vida facilita que las personas mayores conozcan cómo
actuar optimizando, seleccionando y utilizando estrategias que compensen posible déficits o
elevadas demandas ambientales.
La aplicación de estos mecanismos de optimización selectiva con compensación
posibilitará una mayor longevidad y salud biológica, salud mental, y redundará positivamente
sobre aspectos como la eficacia cognitiva, competencia social, productividad, control personal y
la satisfacción (Cabanach, Seoane y García, 2003).
2.2. CAMBIOS BIOLÓGICOS, COGNITIVOS Y SOCIO-AFECTIVOS EN LAS
PERSONAS MAYORES
Al igual que ocurre en las restantes etapas del ciclo vital, durante este período evolutivo
aparecen cambios significativos en el funcionamiento de la persona. Una parte de ellos están
asociados a la edad, es decir, son propios de un envejecimiento normal. Estos cambios propios
de un envejecimiento normal pueden ser cambios biológicos, psicológicos y sociales (por
ejemplo, cambios en la apariencia y capacidad de movilidad, cambios fisiológicos, cambios
psicosociales, cambios socioambientales, pérdida de masa muscular o la aparición de arrugas).
En algunas personas mayores una parte más o menos significativa de estos cambios
son patológicos, configurando un envejecimiento patológico, produciendo un impacto negativo

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sobre su funcionamiento. Este envejecimiento patológico determina la aparición de cambios
debidos a enfermedades (por ejemplo, problemas de movilidad o de coordinación tras el
padecimiento de un ACV). La falta de diferenciación entre envejecimiento normal y patológico
tiene significativas implicaciones tanto sociales como clínicas.
En efecto, la consideración de procesos de cambio normal como patológicos propicia
una visión deficitaria y negativa de esta etapa y del funcionamiento de las personas mayores.
Pero también la valoración de cambios patológicos como asociados a la edad retrasa y dificulta
la puesta en práctica de programas de intervención que son eficaces, cuando menos, para paliar
los efectos de las enfermedades y para un más adecuado mantenimiento de la salud y el
bienestar de este colectivo.
Si bien “envejecer” implica cambios biológicos, cognitivos, sociales y afectivo-
motivacionales que dan a esta etapa unas características propias y distintivas, no deja de ser un
período más de la vida en el que el mayor puede ser activo, productivo, competente y saludable.
No hay una relación causal entre edad cronológica y enfermedad: la edad es una variable
importante, pero no es determinante su vinculación a la problemática de salud.
2.2.1. Cambios Biológicos
Sin duda, los cambios que antes se ponen de manifiesto durante el envejecimiento son
los cambios físicos o biológicos que, en realidad, son una continuación de la declinación que
comienza desde que se alcanza la madurez física, aproximadamente a los 18 o 22 años. A esa
edad finaliza la etapa de crecimiento y empieza la involución física.
Las manifestaciones más evidentes del envejecimiento biológico normal del individuo se
encuentran en su apariencia física (encanecimiento o arrugas) y en su capacidad de movilidad.
El cambio en el aspecto físico puede llevar aparejado modificaciones en el autoconcepto del
mayor como resultado de la comparación entre la apariencia actual y el recuerdo del pasado,
afectando a su identidad y a su autoestima.
Se producen, también, cambios fisiológicos que favorecen el padecimiento de un mayor
número de enfermedades, pérdidas sensoriales, disminución en la velocidad de respuesta, etc.
Sus efectos en el funcionamiento de la persona pueden ser directos, como suele ocurrir en el
caso de las demencias, y, pueden ser más indirectos, como en el caso de las molestias
ocasionadas por el dolor crónico o las restricciones en la movilidad. Así, entendemos que el
padecimiento de enfermedades crónicas puede favorecer una percepción poco favorable de uno
mismo (sentimientos de falta de competencia, baja autoestima....) y los déficits sensoriales
seguramente dificultarán la comunicación y la movilidad, disminuyendo la posibilidad de un
adecuado funcionamiento diario.

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El incremento de la dificultad para el movimiento, especialmente si este problema va
asociado a problemas sensoriales, psicológicos o neurológicos, puede determinar una
disminución o pérdida de la autonomía y de la capacidad de obtención de éxitos. Ello propicia
una disminución de la autoestima y facilita la aparición de un estado de ánimo negativo.
Dentro de los cambios sensoriales, la disminución de la agudeza visual y la reducción de
la claridad de la imagen visual en la retina se deben a cambios asociados a la edad en retina,
cristalino y humor vítreo. La córnea y el humor vítreo se hacen más opacos y la pupila tiene una
respuesta más lenta por un debilitamiento de los músculos del ojo, así como un espesamiento de
las fibras de colágeno del iris. La pérdida de capacidad de acomodación del cristalino (presbicia)
determina que no se enfoquen correctamente los objetos cercanos y la reducción de la
transparencia del cristalino dispersa la luz en el interior del ojo provocando un deslumbramiento
que, junto a una disminución de sensibilidad a la luz y una peor visión periférica, puede llevar a
que ciertas actividades sean más difíciles.
Estas pérdidas visuales acabarán afectando a la vida cotidiana de los mayores en la
medida en que implican una incorrecta recepción de la información que facilita la comisión de
errores y dificulta la orientación.
Por otra parte, la disminución de la agudeza auditiva debida a la atrofia gradual del
nervio auditivo y de los órganos del oído interno (presbiacusia) afectará potencialmente a la
probabilidad de mantener una aceptable interacción social, aumentando la vulnerabilidad al
aislamiento, la inseguridad y la confusión.
En cuanto al SNC, se ha está documentado que el número y tamaño de las neuronas
disminuye con la edad y que el peso del cerebro es de un 7 u 8% menor que en su momento de
máximo peso (Creasy y Rapoport, 1985). Con el paso del tiempo disminuye, también, el flujo
sanguíneo cerebral y el consumo de oxígeno y glucosa. Las áreas del cerebro más afectadas por
esta pérdida neuronal son el hipocampo, el cerebelo, las áreas que regulan los actos motores
finos, la corteza motora y, especialmente, aquellas áreas corticales responsables del
procesamiento de la información sensorial (Whitbourne, 1996). Por el contrario, se ha observado
una relativa estabilidad en las áreas prefrontales responsables del juicio, el pensamiento
abstracto y la capacidad de planificación. Estas modificaciones pueden tener efectos sobre el
comportamiento motor, sensorial y cognitivo, especialmente en la percepción, la memoria
operativa, la coordinación motriz fina y el control de la gran musculatura del organismo. Sin
embargo, también aparecen procesos de redundancia y plasticidad, que es probable que ocurran
en áreas de asociación de la corteza cerebral donde median los procesos de pensamiento

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abstracto, capacidad que no sólo no disminuye con la edad, sino que puede mejorar en la
medida en que se adquiere más experiencia.
Este conjunto de cambios fisiológicos contribuyen, en mayor o menor medida, tanto a
que la persona mayor se perciba más o menos vieja, como, también, a que sea considerada por
la sociedad, en general, como vulnerable o delicada. La razón fundamental por la que se
considera a la persona mayor como vulnerable es porque su organismo tarda más tiempo que en
otras edades en recuperarse de cualquier proceso que afecte a su normalidad.
En cualquier caso, al mismo tiempo que aparecen esas vulnerabilidades, la mayoría de
las personas de edad avanzada desarrollan una serie de mecanismos de adaptación y de
estrategias que compensan esas carencias. Eso les permite llevar su vida diaria con relativa
autonomía.
2.2.2. Cambios en los procesos cognitivos
Según se va avanzando en edad, hay con frecuencia cambios en el funcionamiento
cognitivo, especialmente en el de memoria (Craik, 2002). El declive cognitivo comienza a
observarse, en la mayoría de la población, entre los 50 y los 60 años. Sin embargo este declive
no sucede en todos los individuos ni en todas las áreas. Hay incluso áreas, como por ejemplo el
área verbal, en las que puede haber mejor rendimiento en las personas de más edad (Berg,
Nilsson & Svanborg, 1988). En este punto las diferencias interindividuales son muy marcadas e
intervienen otros factores de tipo educativo, laboral, social, afectivo, etc.
Así, la edad produce una disminución en la agilidad mental, la capacidad de resolución
en situaciones nuevas a muy corto plazo, la rapidez en solución de problemas y elaboración de
informes, la capacidad de reacción ante tareas, la capacidad psicomotora y, en general, en las
capacidades dependientes de memoria inmediata. Pero los últimos datos de investigación nos
hablan, también, de “mantenimiento” y “ganancias” de capacidades. Parece que con la edad se
mantiene la comprensión, la capacidad de juicio, el vocabulario, los conocimientos generales y la
capacidad verbal; y aumenta la inteligencia cristalizada, basada en los conocimientos adquiridos,
en la experiencia y en la capacidad de juicio. A algunos de estos procesos cognitivos que sufren
cambios con la edad les dedicaremos los siguientes apartados.
Conviene recordar las importantes diferencias individuales en el impacto de los cambios
fisiológicos o psicosociales en estas edades. Por ejemplo, el impacto causado por las pérdidas
psicosociales no es uniforme para todas las personas mayores, ya que existen diversas variables
que actúan minimizando o anulando sus posibles consecuencias (las estrategias de
afrontamiento, los recursos procedentes del apoyo social, el estado de salud, etc.). Además, la
mayor parte de los mayores no experimentarán problemas severos de salud o psicosociales,

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salvo en edades muy avanzadas; si bien, las consecuencias de estos cambios negativos pueden
disminuir la competencia, causando, por ello, problemas en el funcionamiento diario.
2.2.2.1. La inteligencia
Durante décadas los investigadores asumieron que las manifestaciones de la inteligencia
en la vejez reflejaban las mismas aptitudes cognitivas consideradas relevantes en la juventud. En
concordancia con este juicio, se utilizaron las mismas tareas y pruebas para su medición y
evaluación. Apoyándose en los resultados obtenidos, los investigadores supusieron que la
inteligencia disminuía con el envejecimiento, ya que las puntuaciones en las pruebas empleadas
disminuían con la edad (Vega y Bueno, 1996). Sin embargo, en los últimos años se ha
cuestionado tal planteamiento y se empieza a desarrollar una concepción del funcionamiento
intelectual del mayor muy diferente de aquélla.
El rechazo de la validez del denominado factor “g” como medida de la inteligencia
general del mayor y la asunción de que la inteligencia se compone de diferentes destrezas, llevó
a la aceptación, en un número considerable de estudios, del enfoque jerárquico de Cattell (1963),
que defiende que todas las destrezas intelectuales hacen uso de una capacidad intelectual
general, pero también recurren a habilidades más específicas, dependiendo de los
requerimientos de la tarea. Tanto Cattell (1963) como Horn (1970) identificaron dos de estas
destrezas especializadas, a las que llamaron inteligencia fluida y cristalizada.
La inteligencia fluida refleja la capacidad de razonamiento para resolver problemas
nuevos no dependiente de la experiencia acumulada y está ligada a la dotación biológica de la
persona. Constituye la capacidad para adaptarse y afrontar situaciones nuevas de forma flexible
sin que el aprendizaje previo constituya una fuente de ayuda determinante. Está configurada por
aptitudes primarias como la inducción y la deducción, las relaciones y clasificaciones figurativas,
la amplitud de la memoria asociativa o la rapidez intelectual. Se manifiesta en tareas como
clasificar letras y números, emparejar letras relacionadas, recordar series de dígitos, formar
concepto y razonar.
La inteligencia cristalizada, en cambio, refleja la asimilación de los contenidos culturales,
la cantidad de conocimiento adquirido a lo largo de la vida e implica la formación de habilidades y
estrategias derivadas de la experiencia. Se refiere a las capacidades, estrategias y
conocimientos que representa el nivel de desarrollo cognitivo alcanzado a través de la historia de
aprendizajes del sujeto Se relaciona, por tanto, con la información aprendida. Está constituida
por aptitudes relativas a la comprensión verbal, el establecimiento de relaciones semánticas, la
evaluación y valoración de la experiencia, el establecimiento de juicios y conclusiones, los

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conocimientos mecánicos o la orientación espacial. resolver problemas reales poco concretos,
aprender el significado de las palabras, costumbres, uso de instrumentos, etc.
Horn (1970) defiende que la inteligencia fluida es la que más sufre los efectos del
envejecimiento, mostrando un mayor declive con el paso de los años. En cambio, la inteligencia
cristalizada permanece relativamente estable o, incluso, aumenta con la edad como
consecuencia de nuevos aprendizajes.
El modelo desarrollado por Perlmutter (1984) puede servirnos para comprender mejor
los cambios característicos acaecidos en la inteligencia en este período (Véase Cuadro 1).
Según el autor, si bien los procesos de nivel 1 pueden sufrir un cierto grado de declive como
consecuencia de la edad, del envejecimiento biológico o de la mala salud, los niveles 2 y 3
serían relativamente inmunes al envejecimiento.
Cuadro 1. Modelo sobre la cognición.
Niveles Habilidades Características

1.Procesamiento Fluidas Procesos cognitivos básicos

2. Conocimiento Cristalizadas Conocimiento del mundo

3. Pensamiento Metacognición Estructuras lógico-matemáticas; estrategias; funciones


mentales superiores
Fuente: Perlmutter (1984).
Perlmutter y Hall (1992) sostienen que durante la vejez los procesos básicos de la
cognición, que son las aptitudes que subyacen a la denominada inteligencia fluida, desempeñan
un papel mucho menos relevante que en otras etapas del ciclo vital. En todo caso, la disminución
en la inteligencia fluida se compensa con la conservación o el incremento de las habilidades
verbales y de otras relacionadas con la inteligencia cristalizada y también, y sobre todo, con el
incremento de las habilidades metacognitivas. Así, se mantiene el funcionamiento del sistema,
aunque aparezcan declives en la velocidad o en la cualidad de las habilidades del nivel 1.
En síntesis, podríamos sugerir que lo que, generalmente, se calificó de declives en la
cognición adulta indicarían, en realidad, una nueva organización del pensamiento. La persona
mayor utilizaría un tipo de pensamiento denominado post-formal, relativista, surgido a partir de
las experiencias en la edad adulta, que podría caracterizarse por: (a) el planteamiento
sistemático de dudas, contradicciones e interrogantes; (b) la reevaluación de la realidad y de la
subjetividad, en la que se combinan el pensamiento lógico, el intuitivo y el emocional, apoyado
en el aumento de la experiencia y teniendo en cuenta la complejidad del entorno social; y (c) el

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relativismo: todo el conocimiento es relativo, no absoluto. Todos los elementos de la realidad se
componen de aspectos contradictorios, incluidos los seres humanos.
Se trataría, en suma, de un tipo de pensamiento más interpretativo, que refleja una
mayor autonomía intelectual. En esta etapa de la vida la inteligencia se caracteriza por tomar
buenas decisiones, por la sensatez y, en general, por mantener una perspectiva equilibrada de la
vida. Se trataría de una forma de inteligencia práctica, que debería ser evaluada mediante
pruebas basadas en situaciones de la vida diaria que requieren un comportamiento inteligente.
La inteligencia práctica hace referencia a procesos intelectuales implicados en la
solución de problemas de la vida real, donde se incluyen también el contexto y factores que
dependen únicamente de los procesos cognitivos. En este punto, para evaluar este
funcionamiento intelectual en la vida cotidiana, ha de tenerse en cuenta la relación con otros
factores que influyen en la resolución de problemas: creencias, eficacia, emoción y ambiente
físico y social (Schaie y Willis, 1996). No cabe duda de que en la vejez el tipo de problemas a
que se enfrentan los mayores viene definido, al menos en parte, por el contexto sociocultural e
histórico en el que ocurren, y su solución depende de la interacción entre demandas ambientales
y las estrategias de solución de problemas o competencias del individuo.
Tomando esto en consideración, un hallazgo interesante es que los mayores muestran
mayor eficiencia en la solución de problemas de la vida real que las personas más jóvenes.
Emplean una estrategia caracterizada por una búsqueda limitada de información, el manejo de
un menor número de unidades de información, un mayor uso del conocimiento personalizado y
un razonamiento de tipo deductivo. Por ejemplo, en situaciones de ambigüedad para la salud,
toman decisiones más rápidamente y son más eficientes para reducir la ansiedad asociada a la
amenaza que representa la enfermedad (Meyer, Russo y Talbot, 1995).
2.2.2.2. La atención
La atención es el proceso cognitivo que incrementa el grado de activación o alerta del
individuo, facilitando la entrada de la información y la distribución de recursos para su
procesamiento. Incide en la cantidad de elementos o unidades de información que pueden ser
captados para el procesamiento y en la calidad del rendimiento obtenido, incluso el tiempo de
procesamiento. Dado que la persona tiene una capacidad limitada de procesamiento y no es
capaz de captar y procesar toda la información que registran los sentidos, la atención ejerce una
función selectiva inhibiendo unos estímulos y focalizándose sobre otros, que es fundamental
para la calidad del procesamiento.
Cuando se habla de atención nos podemos referir a una atención selectiva, dividida,
sostenida o a un cambio de atención (Bueno y Vega, 1994; McDowd y Birren, 1990). La atención

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selectiva hace referencia a la capacidad del organismo para centrarse en una parte de la
información o del mensaje, ignorando el resto; es decir, la capacidad para seleccionar señales
importantes de todo un conjunto de estímulos. Funciona como un filtro que bloquea o, al menos,
atenúa los mensajes que no resultan relevantes para el organismo en un determinado momento.
Además del interés del propio individuo, otros factores que determinan la aplicación de la
atención selectiva son las expectativas y el conocimiento de la tarea. Cuando realizamos dos
tareas a la vez nos estamos refiriendo a la atención dividida. La atención debe distribuirse entre
dos o más tareas simultáneas. La atención sostenida se refiere a la capacidad para mantener la
atención en la tarea que se está realizando a lo largo de un tiempo. Aquí el foco no se centra en
el contenido de la atención, como en los tipos anteriores, sino en la variable temporal o
secuencial de la atención. Se refiere al foco sostenido a lo largo de una secuencia entera
mientras ésta se desarrolla. Tanto los distractores internos (fatiga, desinterés, debilidad) como
los externos (ruidos, sonidos, interferencias....) pueden comprometer esta atención. Por último, el
cambio de atención se refiere a la capacidad de cambiar de una tarea a otra, controlando
primero una y luego la otra (McDowd y Birren, 1990); estaríamos hablando del proceso que nos
permite cambiar el foco de atención entre dos o más fuentes de información alternativamente.
La función selectiva es la función más básica de la atención (Bueno y Vega, 1994).
Resulta esencial para el aprendizaje la capacidad para desechar la información irrelevante y
centrarse en la información relevante. Las diferencias entre jóvenes y mayores en cuanto a este
tipo de atención aparecen cuando hay que procesar la información irrelevante y buscar la
información relevante es difícil. En la misma línea se comporta la atención dividida. Así, cuando
la tarea es compleja aparecen diferencias con la edad en este tipo de atención.
Para medir la atención sostenida se utilizan tareas de vigilancia en las que la persona
debe atender a una fuente de información para detectar objetos durante un intervalo de tiempo
impredecible. La precisión de esta detección es vulnerable a la edad. Así, en una tarea de
vigilancia cualquier persona comete más errores a medida que transcurre el tiempo.
En cuanto al cambio de atención, la aceptación sobre las diferencias de edad debidas a
la velocidad y precisión con que se realizan los cambios de atención (ver McDowd y Birren,
1990) está en entredicho tras los resultados en algunas investigaciones (Hartley, Kieley y
McKenzie, 1987).
2.2.2.3. La memoria
La memoria es un proceso mental básico y extraordinariamente complejo para el
procesamiento de la información. Se puede definir como la capacidad de la persona para
adquirir, almacenar y recuperar diferentes tipos de conocimientos y habilidades (Ruiz-Vargas,

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2010). Su función fundamental sería acumular conocimientos y habilidades que permitan
responder de la manera más eficaz o adaptativa posible a las demandas del contexto.
Dada su gran incidencia sobre el funcionamiento cognitivo de la persona en las
actividades cotidianas y su papel fundamental para el resto de los procesos cognitivos, se trata
del proceso donde primero se reflejan los declives y alteraciones que pueden aparecer a medida
que envejecemos (Ruiz-Vargas, 2008). Algunos de los problemas típicos de la memoria de las
personas mayores interfieren de forma notable en las actividades de la vida diaria y en las
relaciones interpersonales: olvido de las visitas de los familiares, no seguimiento de las
prescripciones médicas, olvido de participar en actividades habituales, incapacidad para seguir
instrucciones, repetición de preguntas, etc. Este proceso se ve especialmente afectado cuando
la persona presenta una demencia o una depresión.
Las alteraciones en la memoria tienen, también, un impacto social debido a la cada vez
más alta proporción de sujetos mayores, el nivel de disponibilidad de recursos tanto sanitarios
como sociales y el elevado porcentaje de sujetos con deterioro cognitivo que puede padecer
demencia. Además cada vez hay una mayor disponibilidad de tratamientos que pueden llegar a
prevenir o retrasar el deterioro cognitivo (Montejo y Montenegro, 2006).
Pero hablar de memoria o de las alteraciones de la memoria es hablar de algo muy
genérico, ya que la memoria es una capacidad muy heterogénea que abarca actividades muy
diferentes y que son realizadas por sistemas diferentes. Memoria es recordar nuestra Primera
Comunión, el lugar al que hemos viajado hace unos meses, cuál es la capital de Francia, cómo
se llama la reina de España o cómo se conduce un coche.
Todos esos tipos de memoria no se rigen por los mismos mecanismos, ni su
funcionamiento depende de las mismas zonas cerebrales (Cuetos, Rodríguez-Ferreiro y
Martínez, 2003). Los modelos actuales de memoria nos hablan de un sistema complejo de
memoria compuesto por diferentes subsistemas.
 Sistema de memoria
Cuando hablamos de sistemas de memoria no nos referimos a formas de memoria, ni
tareas de memoria, aunque a veces se utilicen, erróneamente, como sinónimos. El sistema de
memoria se refiere a una estructura organizada de componentes operativos fundamentales,
donde todo “componente operativo” consta de un sustrato neuronal y de sus correlatos
conductuales y cognitivos (Tulving, 1985a). Los diferentes sistemas de memoria se diferencian
entre sí por el tipo de información que procesan y representan, por los principios que rigen sus
operaciones, por las estructuras neuronales subyacentes y por su desarrollo filogenético y
ontogenético. A su vez, existen subsistemas de memoria que mantienen una relación

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subordinada respecto a aquellos. Lo que caracteriza a los sistemas son las reglas de operación,
mientras que los subsistemas se caracterizan por procesar distintos tipos de información. De
esta manera, la organización global de la memoria supone una jerarquía de sistemas y
subsistemas identificables a diferentes niveles (Ruiz-Vargas, 2010).
El modelo clásico de memoria que tuvo una influencia notable desde la década de los
sesenta en la psicología cognitiva de la memoria fue el esquema tripartito de la memoria de
Atkinson y Shiffrin (1968): registros sensoriales, memoria a corto plazo - denominado
actualmente como memoria operativa - y memoria a largo plazo. Este esquema clásico, tal y
como mantiene Craik (2000), se amplió y modificó en el modelo que Tulving y Schater (1994)
propusieron y sobre el que no han dejado de aportar evidencias que lo confirman y amplían,
(Schater et al., 2000). De esta manera, el modelo de Tulving y Schater (1994), en línea con las
propuestas sobre la división de la memoria en sistemas y subsistemas que mencionábamos
anteriormente, distingue varios tipos de memoria. Como punto de partida y según el tipo de
recuperación que realiza la persona, Tulving y Schater (1994) distinguen entre memoria explícita
y memoria implícita. Así, la memoria explícita hace referencia a la recuperación intencional y
deliberada, y la memoria implícita se refiere a la recuperación no intencional y automática. A
partir de diferentes estudios sobre disociaciones entre memoria explícita e implícita, distinguieron
cinco grandes subsistemas de memoria humana; cuatro a largo plazo: la memoria procedimental,
el sistema de representación perceptiva o registro sensorial, la memoria semántica y la memoria
episódica o autobiográfica; y uno a corto plazo: la memoria operativa o memoria a corto plazo.
Dentro de la memoria explícita – lo que constituiría otro criterio de diferenciación – se
distingue entre memoria declarativa y memoria no-declarativa. La memoria declarativa, que es
explícita, se refiere a los conocimientos que se pueden expresar mediante palabras; y la
memoria no declarativa o procedimental se refiere a los conocimientos de habilidades y
destrezas que no se pueden expresar con palabras (Cuetos, Rodríguez-Ferreiro y Martínez,
2003).
En un intento por resumir el estado actual de nuestro conocimiento sobre los sistemas
de la memoria humana, Ruiz-Vargas (2002) presentaba una síntesis resultante de la
combinación de los aspectos más destacados de las diferentes clasificaciones de los sistemas
de memoria (Figura 1).

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Episódica

Operativa

Semántica

Sistema de Representación Perceptiva

Procedimental

Figura 1. Sistemas de la memoria humana (Ruiz-Vargas, 2002).

En la Figura 1 aparece representada la jerarquización en orden al carácter implícito y


explícito de cada uno de los sistemas, de modo que entre ellos se da un continuo que va desde
lo implícito (marcado por el polo procedimental) a lo explícito (marcado por el polo episódico).
Una explicación más detalla del mismo autor (Ruiz-Vargas, 2002) se puede ver en el Cuadro 2. A
continuación, se expondrán las características más importantes de cada uno de estos
subsistemas de memoria.
Cuadro 2. Sistemas de la memoria humana
SISTEMA RECUPERACIÓN PROPIEDADES
Memoria Procedimental Implícita No-cognitiva
Automática
Representación Perceptiva (PRS)(memoria Implícita Cognitiva
sensorial) No-declarativa
Memoria Semántica Explícita Cognitiva
Declarativa
Memoria Operativa Explícita Cognitiva
Retención a corto plazo
Memoria Episódica Explícita Cognitiva
Declarativa
Fuente: Ruiz-Vargas (2002).

a) La memoria procedimental
La memoria procedimental o procedural se refiere a los sistemas implicados en la
adquisición, mantenimiento y uso de habilidades que se han practicado mucho y que, por lo
tanto, son muy automáticas. Las operaciones de esta memoria se expresan en forma de
procedimientos conductuales (involucrando un componente motor, por ejemplo, conducir, jugar al
tenis, tocar el piano) y cognitivos (por ejemplo, leer) altamente cualificados que son
independientes de la experiencia consciente del sujeto (Ruiz-Vargas, 2010). Este tipo de

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memoria se refiere a los aprendizajes de habilidades y destrezas que resultan difíciles de
expresar mediante palabras (Cuetos, Rodríguez-Ferreiro y Martínez, 2003).
La memoria procedimental se caracteriza por un aprendizaje gradual y creciente (la
adquisición de cualquier habilidad requiere mucha práctica). Esta memoria no almacena
representaciones de los estados externos del mundo y opera a un nivel más automático que
controlado conscientemente.
b) Sistemas de representación perceptiva (PRS) o registro sensorial
Este tipo de memoria está relacionado con lo que se denomina registro sensorial. Está
vinculada con la información que no ha sido procesada y que nos llega de los sentidos. Su
función es mejorar la identificación de palabras y objetos mediante el procesamiento y la
representación de la información relativa a la forma y la estructura, no al significado ni a ninguna
propiedad asociativa. Existen tres subsistemas del PRS que se diferencian entre sí respecto al
tipo de información perceptiva que procesan: (1) el subsistema de la forma visual de las
palabras, que procesa la información ortográfica; (2) el subsistema de la forma auditiva de las
palabras, que procesa la información fonológico/acústica; y (3) el subsistema de descripción
estructural, que procesa la relación entre las partes de los objetos. A su vez, estos tres
subsistemas comparten algunas características como es que operan en un nivel presemántico o
que están implicados en expresiones no conscientes de la memoria, entre otras.
Estos registros o memorias sensoriales mantienen los inputs sensoriales más allá de la
propia existencia física de los estímulos generados (por ejemplo, si la melodía que estoy
escuchando cesa, puedo seguir oyéndola; o si de pronto se apaga la luz, puedo seguir viendo a
las personas con quienes comparto la cena y multitud de objetos que nos rodean) pero son
“recuerdos” que se desvanecen muy rápidamente que por lo general, desparecen y se olvidan
por completo (Ruiz-Vargas, 2010). Se asume que cada modalidad sensorial dispone de una
memoria de este tipo. Pero las investigaciones han estado especialmente centradas en estudiar
la naturaleza de dos de ellas, la memoria visual (o icónica) para la información visual y la
memoria auditiva (o ecóica) para la información auditiva.
c) La memoria semántica
Tulving (1972) define la memoria semántica como el sistema encargado de la
adquisición, retención y utilización de conocimiento, hechos, conceptos, etc., acerca del mundo
en general; y que está desligado de las circunstancias espaciales y temporales de su
adquisición. Viene a ser algo así como nuestra enciclopedia particular (Cuetos, Rodríguez-
Ferreiro y Martínez, 2003). Los recuerdos semánticos constituyen el conocimiento objetivo
organizado. Por ejemplo, que los siameses son gatos y los gatos son mamíferos, que España

16
tiene una monarquía parlamentaria o que el pretérito indefinido de andar en primera persona del
singular es anduve, serían ejemplos de este sistema de memoria. Dentro de la información
semántica se incluye el lenguaje.
A diferencia de la memoria episódica o autobiográfica, tal y como veremos más adelante,
la memoria semántica no hacer referencia al Yo, ni se acompaña de conciencia de pasado. Por
lo tanto, cuando recuperamos información semántica tenemos conciencia de saber, no de revivir
ni de reexperimentar.
d) Memoria operativa
La memoria a corto plazo, memoria de trabajo o memoria operativa (MO) es la que
guarda y procesa durante breve tiempo la información que viene de los registros sensoriales y
actúa sobre ellos. Según Baddeley (1983), el estímulo, al ser atendido y percibido, se transfiere a
la memoria operativa. Esta memoria nos capacita para recordar la información pero, es limitada y
susceptible de interferencias. Baddeley describe la MO como un mecanismo de almacenamiento
temporal que permite retener a la vez algunos datos de información en la mente, compararlos,
contrastarlos, o en su lugar, relacionarlos entre sí. Se responsabiliza del almacenamiento a corto
plazo, a la vez que manipula la información necesaria para los procesos cognitivos de alta
complejidad. Así, esta memoria operativa es la memoria con la que trabajamos cognitivamente.
De esta manera, todo proceso cognitivo de orden superior (planificación de acciones para
conseguir un objetivo, razonamiento, comprensión de textos, cálculo mental, comprensión del
lenguaje…) es posible gracias a este sistema.
Baddeley (2000) presenta a esta memoria operativa compuesta a su vez por cuatro
componentes funcionales: un ejecutivo central, que es un sistema de control de capacidad
atencional limitada, que manipula la información y controla las relaciones entre los sistemas
subsidiarios y la memoria a largo plazo; y tres buffers, el lazo fonológico, la agenda visoespacial
y un buffer episódico, que son almacenes para la retención temporal de diferentes formas de
información. El lazo fonológico almacena y mantiene la información en un formato fonológico; la
agenda visoespacial almacena y mantiene la información visual y espacial; y el buffer episódico
que es un almacén de capacidad limitada que utiliza un código multidimensional (Ruiz-Vargas,
2010).
e) La memoria episódica
La memoria episódica o autobiográfica es la memoria para los sucesos vividos
personalmente. Los recuerdos episódicos o autobiográficos incluyen cualquier cosa que nos ha
sucedido a lo largo de la vida, por lo que tienen una localización espacial y temporal precisa
(Cuetos, Rodríguez-Ferreiro y Martínez, 2003). Los recuerdos de nuestra boda, de la entrega de

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diplomas en el último curso universitario o de la persona que conocimos el otro día en casa de
un amigo, son ejemplos de este tipo de memoria. Gracias a este sistema podemos recuperar de
forma deliberada y consciente las experiencias de nuestro pasado personal que ocurrieron en un
momento y lugar determinados.
Aunque tradicionalmente episódica y autobiográfica se han considerado como
estructuras equiparables, diferentes investigadores (Brewer, 1986; Nelson, 1993; Conway, 2002;
Kopelman y Kapur, 2002; Ruiz-Vargas, 2010) se han planteado la conveniencia o no de
considerar ambas en el mismo y único sistema. Por ejemplo, Nelson (1993) entiende que la
memoria autobiográfica sería una forma particular de memoria episódica. Para argumentar esta
posición recurre a un ejemplo básico: lo que comí ayer para almorzar es hoy parte de mi
memoria episódica, pero seguro que no formará parte de en ningún momento de mi memoria
autobiográfica, pues no será significativo en mi vida; pero, por el contrario, mi recuerdo de la
primera vez que expuse un trabajo en un Congreso sí forma parte de mi memoria autobiográfica:
podría describir con todo detalle el mes, el año, la ciudad donde se celebró, etc. De esta manera,
Nelson (1993) considera que probablemente resultaría más adecuado considerar la memoria
episódica como una categoría supraordinal en la que estaría incluida una memoria autobiográfica
(y otros tipos de memorias), lo que en palabras de Ruiz-Vargas (2010) significaría que todo
recuerdo autobiográfico es episódico pero noto recuerdo episódico es de naturaleza
autobiográfica (p.327). Frente a esta postura para justificar la diferencia entre memoria episódica
y autobiográfica, Conway (2002) considera que la memoria episódica y la memoria
autobiográfica son diferentes pero en otro sentido distinto al de otros autores. En concreto,
considera que la memoria autobiográfica incluiría dos tipos de representaciones de memoria a
largo plazo: la memoria episódica (para los episodios específicos) y la el conocimiento
autobiográfico (conocimiento genérico y esquemático de nuestras vidas).
Cuetos, Rodríguez-Ferreiro y Martínez (2003) plantearon una división de la memoria
declarativa en tres subtipos de memoria: autobiográfica (que acabamos de comentar, siguiendo
a otros autores, como “recuerdos episódicos”), semántica (que se refiere a la memoria que
definíamos en párrafos anteriores) y la pública que contendría toda la información que poseemos
sobre los personajes populares y los sucesos obtenida fundamentalmente a través de la
televisión, radio, periódicos y revistas.
2.2.2.3.1. Memoria y envejecimiento
Los investigadores del envejecimiento cognitivo coinciden en que el rendimiento de la
memoria empieza a declinar en la adultez temprana, si bien tanto los estudios transversales
como los longitudinales ponen de manifiesto que las pérdidas de memoria son mucho más

18
significativas en unas tareas que en otras. El declive de la memoria se iniciaría con cambios
neurológicos (reducciones en el volumen cerebral, cambios metabólicos, reducción en el flujo
sanguíneo y alteraciones neuroquímicas) que producirían, a su vez, importantes cambios
cognitivos (reducción de los recursos atencionales y de la velocidad de procesamiento, como
señalamos en apartados anteriores), los cuales reducirían el control cognitivo, provocando
déficits en la memoria.
En la práctica clínica se ha constatado que, con el envejecimiento, la memoria puede
sufrir diversos cambios negativos: problemas de atención dividida, olvido de hechos recientes,
uso deficiente de estrategias de codificación, disminución de la capacidad de la memoria de
trabajo, deficiente uso de pistas verbales o visuales para recuperar la información, percepción
negativa de sus propios rendimientos y de su posibilidad de mejora, etc. (Montenegro, Montejo,
Reinoso, de Andrés y Claver, 1998). Todo ello justifica que la pérdida de memoria sea una queja
muy frecuente en las personas mayores, puesto que incide en su bienestar psicológico y
empeora su calidad de vida.
La mayoría de los autores está de acuerdo en que las diferencias interindividuales en el
desarrollo de este proceso son muy marcadas y en que en su funcionamiento intervienen de
forma notable otros factores de tipo educativo, laboral, social, afectivo, etc. Se han identificado
diversos predictores importantes del funcionamiento mnésico: la capacidad de razonamiento, la
velocidad de procesamiento, la habilidad verbal y el nivel educativo. La importancia de esta
última variable es tal que, cuando no se controla adecuadamente, en muchos estudios sobre
fluidez y vocabulario aparecen diferencias significativas en este proceso a partir de los 50 años.
Esto se evidencia claramente en aquellos individuos que continúan hasta edades muy
avanzadas con trabajo intelectual intenso, sin que se produzca ningún deterioro de su memoria.
Se han reconocido cuatro categorías principales de factores que influyen en el
procesamiento: las características de la persona; los factores relacionados con la codificación o
aprendizaje del material; las características del material a aprender; y los factores relacionados
con la recuperación de la información (Schaie y Willis, 2003). Al menos, teóricamente, una
ejecución pobre en tareas de memoria puede ser el resultado de diferentes deficiencias: se
puede fallar en la codificación del material que se aprende; puede haber problemas para
mantener almacenada la información codificada; el material, tras ser codificado y almacenado,
puede resultar inaccesible; o, finalmente, la clave del déficit puede estar en los procesos
organizativos que se producen en la interacción entre codificación y recuperación.
Perlmutter y Mitchell (1982) resaltan los problemas de las personas mayores en la
codificación del material y la investigación sugiere que estas personas no usan de forma

19
espontánea tipos de procesamiento que ayuden a la codificación (Craik y Salthouse, 1999).
Pero, si bien las personas mayores no llegan a utilizar espontáneamente las estrategias de
codificación, sí se benefician de sus efectos cuando se les induce o se les orienta a utilizarlas.
Utilizando este enfoque para comparar el recuerdo de las personas mayores con el de
los adultos jóvenes, se han obtenido resultados que indican que apenas hay diferencias entre
estos grupos de edad cuando las tareas conllevan procesamiento poco elaborado, mientras que
el recuerdo de los adultos jóvenes es superior al de los mayores cuando las tareas exigen
procesamiento más profundo o elaborado. Los mayores mejoran, también, su ejecución cuando
se les proporciona instrucciones para que empleen mayores niveles de profundidad de
procesamiento.
De todo lo anterior, podemos concluir que el funcionamiento de la memoria en las
personas mayores puede diferir en función del tipo o subsistema al que nos refiramos, mientras
unos se encuentran preservados, otros manifiestan alteraciones (Montenegro, Montejo, Reinoso,
de Andrés y Claver, 1998). De hecho, las mayores alteraciones se producen en la memoria
operativa y sobre todo en la memoria episódica reciente; mientras que, en general, no se
encuentran alteraciones significativas en la memoria episódica remota ni en la memoria
semántica, tampoco en la memoria implícita. Por otra parte, no disponemos de evidencias acerca
de que se recuerden mejor los hechos del pasado, aunque esta percepción está muy extendida
entre los mayores. Dicha percepción, posiblemente errónea, podría fundamentarse en que
ciertos hechos del pasado tienen frecuentemente fuerte carga emocional, carga que no tienen
los hechos cotidianos y, además, son seleccionados por los propios sujetos y no por los
investigadores. Por otra parte, estos recuerdos han sido traídos a la memoria en numerosas
ocasiones y cada vez incluimos más distorsiones al reconstruir la información (Montejo y
Montenegro, 2006).
Con respecto a la memoria sensorial, el conocimiento del funcionamiento de la memoria
de las personas mayores en dicho sistema, procede fundamentalmente de los trabajos
realizados sobre la memoria icónica. Apenas si existe información sobre la relación entre la
memoria sensorial auditiva y el envejecimiento.
A pesar de que en el sistema visual se producen diversos cambios con la edad (menor
capacidad de acomodación, necesidad de más luz, etc.), no se han demostrado déficits
consistentes a medida que aumenta la edad ni en la capacidad para identificar estímulos
visuales presentados brevemente ni en la persistencia de la información almacenada en el
registro sensorial visual.

20
En cuanto a la transferencia desde el registro sensorial a la memoria operativa, parece
aceptado que las personas mayores necesitan más tiempo que los adultos jóvenes para extraer
la información de tareas sencillas; es decir, con la edad aumenta el tiempo requerido para
transferir la información desde este sistema a la memoria operativa. Aparece, también, una
posible influencia de las deficiencias visuales sobre la ejecución mnésica (Blasco y Meléndez,
2006).
Pero la cuestión práctica y fundamental analizada ha sido si la existencia de pequeñas
pérdidas en la memoria sensorial contribuía de forma significativa a dificultades de adquisición,
de almacenamiento y de recuperación de la información experimentadas en estas edades. La
mayoría de los investigadores está de acuerdo en que el envejecimiento sólo tiene efectos
pequeños y carentes de significación sobre la memoria sensorial.
En cuanto a la memoria operativa, las diversas investigaciones realizadas han puesto de
relieve que, en general, existen diferencias asociadas a la edad en esta memoria de trabajo
(Salthouse y Babcock, 1991; Hulstch, Hertzog, Small, McDonald-Miszlak y Dixon, 1992). Se
produce en ella un declive significativo a partir de los 70 años (Paas, Camp y Rikers, 2001).
Estos déficits en la memoria de trabajo parecen más notables en su función de control ejecutivo
(Kane, Bleckey, Conway y Engle, 2001). Estos autores explican el declive de los mayores en el
rendimiento en una amplia variedad de tareas de inteligencia fluida como causa directa o
mediadora de una disminución general de los recursos de procesamiento y en la cognición de
alto nivel (Salthouse, 1996). A este respecto, y como hemos comentado en apartados anteriores,
Horn (1978, 1982) mantiene que los dos tipos de inteligencia, fluida y cristalizada, siguen
tendencias evolutivas diferentes: mientras que la inteligencia cristalizada tiende a permanecer
estable o incluso a aumentar con el paso de los años, la inteligencia fluida disminuye con la edad
en igual o mayor proporción.
En realidad, no se conocen con exactitud las causas de la menor eficiencia de la
memoria operativa con el envejecimiento. Diversas teorías intentan explicar estos mayores
efectos asociados a la edad en esta memoria:
 Disminución de los recursos de procesamiento.
 Disminución en la velocidad de procesamiento.
 Una disminución de la capacidad de almacenamiento, que permite manipular menos
información al mismo tiempo.
 Una menor flexibilidad en el procesamiento, con lo que resultaría más difícil cambiar de
un proceso a otro (Dobbs y Rule, 1989).
 Deficiencias en el procesamiento o elaboración de la información (dificultades para

21
utilizar estrategias de información eficientes).
 La interferencia de información irrelevante en la memoria activa, que desplaza el
material deseado o dificulta la recuperación de información específica desde la memoria
a largo plazo. La teoría de la inhibición señala que hay una disminución o un fracaso en
el control inhibitorio, lo que hace que se incremente el número de mensajes activos
simultáneos, dificultando el trabajo de recuerdo de la información.
Sí se ha comprobado una interacción entre los cambios de esta memoria con la edad y la
familiaridad de los estímulos presentados, de tal manera que las diferencias entre adultos
jóvenes y mayores eran menores con estímulos familiares que con otros poco habituales. La
complejidad de la tarea es la variable esencial para establecer diferencias en la memoria de
trabajo con el paso de los años, lo que podría estar relacionado con la reducción de los recursos
de procesamiento (Navarro, Calero, López, Gómez, Torres y Calero, 2008).
En relación a la memoria procedimental, se afirma que este sistema no se vería
especialmente afectado por la edad, es decir, se mantiene relativamente estable; de tal modo
que los mayores tienden a exhibir un buen recuerdo de las diversas actividades que han
aprendido a diario y así, por ejemplo, los músicos mayores siguen tocando bien (Craik, 1994;
Hedden y Gabrieli, 2004).
Por otro lado, en cuanto a la memoria episódica y a la memoria semántica,
tradicionalmente, se ha pensado que los recuerdos episódicos son sensibles al envejecimiento,
pero parece que los recuerdos semánticos no se deteriorarían especialmente con la edad (Craik
y Simon, 1980). De forma bastante consistente se encontró que los mayores ejecutaban peor
que los jóvenes tareas de laboratorio de memoria episódica, mientras que su ejecución en tareas
semánticas - por ejemplo, en pruebas de vocabulario - no declinaba con la edad. El declive en la
memoria episódica aparece, fundamentalmente, cuando la tarea implica un esfuerzo de
codificación y recuperación de la información importante, es decir, en la medida que requiere un
mayor esfuerzo, de la memoria operativa (Swanson, 1999).
Puesto que los recuerdos episódicos y semánticos se acumulan a lo largo de la vida, los
mayores pueden ir aumentando su base de conocimiento de forma progresiva. Ello hace que en
muchas situaciones puedan compensar los declives en la eficiencia del sistema de memoria
apoyándose en el conocimiento almacenado. De este modo, se ha encontrado que en
situaciones en las que está involucrado el conocimiento del mundo, los mayores pueden recordar
tan bien como los adultos jóvenes.
Uno de los cambios más significativos que han tenido lugar en los últimos tiempos en la
investigación sobre la memoria de las personas mayores ha sido el sustancial incremento de los

22
estudios sobre la memoria cotidiana (véase por ejemplo, Hess y Pullen, 1996; Park, Morrell y
Shifren, 1999). Si bien durante años la memoria se ha estudiado dentro de un laboratorio, en las
últimas décadas se ha incrementado el interés por la aplicación de los resultados de
investigación de laboratorio en la mejora del funcionamiento de los mayores en la vida diaria.
Este cambio de perspectiva, ha contribuido directamente a la definición del término de memoria
cotidiana necesario para la adaptación y supervivencia del individuo (Montejo y Montenegro,
2006). Por memoria cotidiana entendemos la memoria o el recuerdo de los hechos que tienen
lugar en el medio diario del sujeto (Klatzky, 1991), el recuerdo de los nombres de las personas,
de dejan las gafas, los documentos o las llaves, el recordar hacer un recado, las caras de las
personas, recordar lo que hemos hecho últimamente, etc.
Hess y Pullen (1996) han identificado varias características del estudio de esta memoria
cotidiana:
 Se refiere a hechos que son importantes para la vida diaria del individuo (por ejemplo,
recordar nombres, caras, números de teléfono.....).
 Los estímulos o materiales de los tests utilizados para su medición tienen algún
significado a priori para el mayor o son ecológicamente representativos (por ejemplo,
programas de televisión....).
 La investigación se realiza en contextos naturales o familiares para el mayor.
 Uno de los centros de interés son las características del individuo y especialmente las
diferencias individuales entre personas.
La memoria cotidiana nos ha permitido referir, también, los llamados olvidos de la vida
cotidiana. Los investigadores y clínicos que tratan de evaluar estos olvidos han incluido en sus
cuestionarios aspectos como: distracciones o despistes, olvido de lugares, personas, nombres,
hechos, conversaciones, datos de libros o películas, uso de objetos, acciones, temas de
actualidad, vida personal, etc. (Benedet y Seisdedos, 1996).
2.2.3. Cambios socio-afectivos
Carstensen (1993), en su teoría de la selectividad emocional, apunta la idea de que las
personas somos selectivas en las interacciones sociales y que esta selección refleja en parte los
cambios en las metas y necesidades a que nos enfrentamos en nuestro desarrollo. Así, para el
mayor no son importantes muchos y diferentes contactos sociales, sino la intensidad de la
relación.
Todas las teorías motivacionales destacan la necesidad de pertenencia, afiliación y
vinculación. Los individuos de cualquier edad funcionan mejor cuando experimentan que otros
les apoyan y les muestran afecto y amor. El contacto y apoyo social es un buen predictor de

23
longevidad y de bienestar en los mayores. Las personas mejor integradas en redes sociales y
que se sienten satisfactoriamente conectados tienen una mejor adaptación, autoconcepto y
poseen mejor salud física y mental. La calidad de las relaciones sociales que mantiene una
persona explica en buena medida la ausencia o presencia de enfermedad (Fernández-
Ballesteros, 1998).
El envejecimiento es, también, un hecho social. Acontecimientos sociales como la
jubilación, la pérdida de seres queridos, la consideración social que se otorga a la vejez, las
posibilidades para el ocio, el tratamiento médico o psicológico, las oportunidades de convivencia
que ofrece la sociedad, o la estructura familiar imperante podrían ser los cambios ambientales y
sociales que mayor presión ejercen a la hora de asumir el rol de mayor.
Así, por ejemplo, la sensación de falta de utilidad, en una sociedad altamente
competitiva, que valora la efectividad, que liga el prestigio social con el rol laboral, constituye un
criterio esencial para sentirse mayor. La inutilidad a la que forzosamente parce abocar la
jubilación ejerce un impacto profundo sobre el mayor, particularmente cuanto más se haya vivido
entregado a la profesión, cuanto mejor se encuentre y cuanta menor sea su cultura
extraprofesional. La jubilación es un factor provocador de crisis de identidad (Buendía y
Riquelme, 1997), ya que el trabajo, como mecanismo de integración económica y social en
nuestra cultura, configura en gran medida nuestras vidas.
De la actividad laboral dependen muchos de los elementos que configuran la propia
identidad (estatus, prestigio, relaciones sociales). Con la separación de la actividad laboral se
producen cambios económicos, en los patrones de conducta, en las relaciones sociales y en las
relaciones familiares. La jubilación conlleva el abandono de los roles habituales en que uno se
sentía competente y seguro y, si no se han aprendido nuevos roles, pueden surgir
desorientación, sentimientos de desvalimiento e inutilidad y falta de metas, lo que provoca la
entropía, la preocupación excesiva por sí mismos, el miedo al futuro, el tedio y la nostalgia
(Aragó, 1998).
La pérdida de futuro que algunos mayores experimentan puede tener que ver también
con los cambios que se producen en su entorno. Con el tiempo van desapareciendo coetáneos y
los entornos van cambiando resultándoles lejanos o poco atractivos. A medida que va
desapareciendo su mundo tal y como lo han conocido, la soledad se acentúa y muchos acaban
encerrándose en sí mismos. En efecto, se producen sucesos sociales significativos, como la
pérdida del cónyuge, de amigos, de familiares, debidas a su muerte, a enfermedades
discapacitantes; se enfrentan, también, al miedo a perder la salud mental y a no poder disponer
de una persona querida que le cuide o a tenerla y convertirse en una carga, a la posibilidad de

24
perder independencia y control sobre su propia vida y actividad y, sobre todo, a la perspectiva de
la muerte. El acaecimiento de estas pérdidas en uno o varios ámbitos (laboral, familiar, social)
acabarán repercutiendo sobre toda la persona: sobre su vida afectivo-motivacional, su equilibrio
personal, su satisfacción vital, su bienestar psicológico, su estado de ánimo, su grado de
competencia diaria, sus relaciones sociales, sus redes de apoyo, etc. Una gran cantidad de su
energía emocional y física se emplea en resolver duelos, adaptarse a los cambios resultantes de
las pérdidas sufridas y recuperarse de los trastornos asociados con las crisis de esta edad.
Todos estos acontecimientos vitales de cambios y pérdidas obligan al mayor a ir
reformulando su concepto de sí mismo, su propia identidad personal y su comportamiento para
hacer frente a las nuevas situaciones (L´Ecuyer, 1994) y afrontar una serie de tareas evolutivas
socioafectivas que podríamos agrupar en las siguientes:
 Las relacionadas con la finalización de la vida laboral, que supone una
redefinición de su valor como persona, más allá de sus roles laborales. Tienen que
adaptarse a la pérdida de sus papeles laborales y las consecuencias asociadas. Por ello,
han de encontrar nuevos intereses, desempeñar otros roles que reemplacen a los
anteriores que guiaron y estructuraron su vida. La adaptación se favorece cuando el
estilo de vida de la persona busca seguir aprendiendo a todo lo largo del ciclo vital.
 Las relacionadas con el deterioro físico que puede acompañar al envejecimiento. Genera
una segunda crisis: la necesidad de superar la preocupación por la condición física y
encontrar otras satisfacciones en compensación. El concentrarse en las relaciones
sociales y en actividades absorbentes que no requieren necesariamente una salud
perfecta permite superar más fácilmente esta crisis.
 Probablemente la tarea más difícil a la que se enfrentan es trascender su preocupación
por ellos mismos y aceptar la limitación de la vida y la cercanía de su final. Adaptarse
satisfactoriamente a la idea de la muerte, ser positivo y preocuparse por el bienestar de
otros puede ser el logro más importante de los últimos años.
Pero el impacto causado por las pérdidas psicosociales no es uniforme para todas las
personas mayores. Así para abordar estas tareas evolutivas, y adaptarse a los retos de la edad,
las estrategias de afrontamiento desempeñan un papel fundamental. La manera en que las
personas mayores afrontan estos acontecimientos depende de diversos factores, entre los que
cabe destacar los siguientes (Vega y Bueno, 1996):
 La anticipación de los acontecimientos y la preparación de la persona para afrontarlos.
 La comprensión del acontecimiento y la interpretación subjetiva que efectúa del mismo.

25
 La salud física y los recursos físicos con los que cuenta para afrontar el estrés que
conllevan los acontecimientos.
 Los factores de personalidad y la capacidad de adaptación del individuo a las nuevas
situaciones (resistencia psicológica al estrés).
 Su historia anterior de afrontamiento.
 El apoyo social de que pueda disponer la persona y el apoyo emocional que reciba.
La pérdida y la desvinculación es un tema central que afecta a la vida emocional de
estas personas. La relevancia del estudio de la experiencia emocional y su regulación se
encuentra avalada por diversos estudios que muestran que las emociones influyen tanto sobre
procesos cognitivos como en la toma de decisiones (Eich, Kihlstrom, Bower, Forgas y
Niedenthal, 2000), en el funcionamiento del sistema cardiovascular (ostia, Markides, Peek y
Goodwin, 2001) o el inmune (Kiecolt-Glaser, McGuire, Robles y Glaser, 2002). Asimismo, existe
evidencia de que los mecanismos de regulación emocional (intentos de modificación de su
estado emocional, bien alterando alguno de los factores que anteceden a las emociones, bien
modificando algún componente de la emoción en sí misma) tienen una influencia fundamental en
el bienestar subjetivo y la salud física (Gross y John, 2003). Además, esta influencia gana en
importancia a medida que las personas envejecen.
Márquez-González, Izal, Montorio y Pérez-Rojo (2004) señalan las siguientes
características diferenciales de la experiencia y regulación emocional de las personas mayores:
(a) en el nivel fisiológico de las emociones: una disminución de la reactividad cardíaca ante
estímulos emocionales; (b) en el nivel subjetivo de la experiencia emocional: una disminución en
la frecuencia de las emociones negativas (Charles, Reynolds y Carstensen, 2001) y una menor
intensidad de la experiencia emocional (Lawton, Kleban, Rajagopal y Dean, 1992)); (c) en la
interacción entre emoción y cognición: aumenta la relevancia de los estímulos emocionales en el
procesamiento de la información, apareciendo sesgos atencionales hacia la información
emocional gratificante (Mather y Carstensen, 2005); (d) en el control emocional subjetivo: mayor
control emocional percibido, mayor estabilidad o madurez emocional y mayor moderación del
afecto positivo; y (e) en los mecanismos de regulación emocional: las personas mayores
emplean más mecanismos reguladores de tipo “preventivo”, centrados en los antecedentes de la
emoción (por ejemplo, selección de situaciones), en detrimento de estrategias regulatorias
centrada en la respuesta emocional (por ejemplo, supresión emocional).
Los resultados de diversos estudios avalan la hipótesis de la madurez emocional asociada al
envejecimiento (Márquez-González, Izal, Montorio y Losada, 2008), según la cual la mayor
experiencia acumulada por las personas mayores a lo largo de su vida les proporcionaría una

26
mayor capacidad para ejercer control sobre sus emociones y optimizar su experiencia emocional,
evitando las sobrecargas emocionales. Además, el envejecimiento iría acompañado de un giro
motivacional que sitúa la optimización de la experiencia emocional y la extracción de significado
en el primer lugar de la jerarquía de metas, convirtiendo la regulación emocional efectiva,
fundamentalmente de tipo preventivo seleccionando las relaciones interpersonales y situaciones
a las que se enfrentan) en una característica de estas edades. La teoría de la selectividad
emocional de Carstensen (1995) propugna que los mayores dan más importancia (y, por tanto,
se centran más) a la regulación emocional, lo que detraería recursos de procesamiento de la
información para dirigirlos al contenido negativo (Charles, Mather y Carstensen, 2003).
2.3. VARIABLES MODULADORAS DEL DESARROLLO BIOLÓGICO, COGNITIVO Y
SOCIO-AFECTIVO EN LAS PERSONAS MAYORES
En la valoración del impacto de todos los cambios biológicos, cognitivos y socio-afectivos
que hemos analizado en los apartados anteriores sobre la persona mayor, conviene introducir
diversas precisiones de suma importancia.
En primer lugar y tal como precisábamos anteriormente, existen importantes diferencias
individuales en el impacto de dichos cambios en estas edades. La mayoría de las personas
mayores experimentarán problemas severos de salud o psicosociales a edades muy avanzadas
que harán disminuir su competencia en el funcionamiento diario.
Por otro lado, si bien la interconexión entre las variables biológicas, cognitivas y socio-
afectivas es mayor en esta etapa que en las otras, es preciso tener en cuenta diversas variables
moduladoras de las influencias generadas. De esta manera, en la explicación del desarrollo de
las personas mayores se han destacado diferentes variables que inciden sobre la calidad de su
funcionamiento biológico, cognitivo y socio-afectivo y, por tanto, en su calidad de vida. Así, por
ejemplo, los estudios sobre el funcionamiento cognitivo de las personas mayores ha puesto de
relieve que una parte nada despreciable de la varianza en el funcionamiento intelectual de los
mayores no se explica, sólo, en función de la edad, sino también, en función de una serie de
variables ambientales evolutivas como la educación o el proceso de socialización o el estado de
salud que modulan el funcionamiento cognitivo del mayor.
En distintos estudios realizados sobre la evolución del funcionamiento cognitivo (por
ejemplo, Baltes y Baltes, 1997), sobre vejez exitosa (Rowe y Kahn, 1997) o sobre predicción de
demencias aparecen una serie de variables sociobiográficas positivamente relacionadas con una
buena calidad de vida en la vejez: la educación, el prestigio ocupacional, la salud, la actividad
física y el estilo de vida. La educación es el factor con mayor peso, no sólo por su efecto directo

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benéfico sobre el cerebro, sino también porque implica la posibilidad de realizar mayor cantidad
de actividades beneficiosas para el funcionamiento intelectual.
Una segunda variable es el prestigio ocupacional. De hecho, ello ha determinado que se
encontrara una relación negativa para las mujeres entre declive intelectual y sexo (debido al
estatus).
Otros autores reúnen ambas variables, la ocupación y la educación, dentro del status
socioeconómico, que se ha encontrado positiva y significativamente correlacionado con la
ejecución en tests psicométricos en mayores sanos e, incluso, se ha citado como variable
mediadora de la presencia de deterioro cognitivo asociado a demencia cuando ésta se
manifiesta antes de los 74 años.
La salud también se encuentra positivamente asociada a la ejecución. Incluso algunos
trabajos ponen en relación la ejecución en determinadas pruebas y demencia o declive terminal.
Un estudio longitudinal de Johansson y Zarit (1997) con mayores entre los 84 y los 90 años puso
de relieve que la diferente evolución cognitiva en estas edades es un significativo indicador de
demencia o de declive terminal y que, por tanto, la caída de ejecución puede considerarse como
un marcador epidemiológico importante.
Otra variable importante es la actividad física (Rowe y Kahn, 1997), que se asocia a un
mayor flujo de oxígeno positivo para el mantenimiento de la actividad neuronal. El nivel de
actividad se considera como el principal determinante de la percepción de salud en el mayor
(Antequera-Jurado y Blanco, 1998). Aquéllos que están activos físicamente parecen más
jóvenes. Es muy importante la percepción que los mayores tienen de su estado físico para que
se sientan viejos. La actividad física regular protege de la hipertensión y de las enfermedades del
corazón, disminuye la pérdida de rapidez, vigor y fuerza, mejora la flexibilidad y la agilidad
mental, ayuda a aliviar la ansiedad y redunda en el bienestar subjetivo y en un mejor
autoconcepto.
Por último, estaría el factor estilo de vida. La salud subjetiva, la independencia, el
sentimiento de autoeficacia y el autocontrol se relacionan significativa y positivamente con la
salud mental y el mantenimiento cognitivo en la vejez. Aquellos estilos de vida que implican
estrategias positivas de afrontamiento y satisfacción parecen ser buenos predictores de
funcionamiento intelectual y se han asociado positivamente a ejecución. Por el contrario, altos
niveles de ansiedad e impulsividad o la pérdida de control sobre la situación se han asociado
negativamente con la inteligencia. En este sentido, incluso se habla de que el declive en la
relaciones sociales puede ser responsable en parte de los déficits en el funcionamiento cognitivo,

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entre otras cosas porque disminuye la frecuencia de nuevos episodios de aprendizaje, lo que
hace que al mayor se le “olvide” aprender.
En consecuencia, conocer las coordenadas sociohistóricas del individuo evaluado se
convierte en un primer objetivo del psicogerontólogo quien no puede perder de vista dos datos
relevantes: (a) el número de años de educación formal en las cohortes de los actuales mayores
es menor que en otras edades; y (b) la escasa, cuando no nula, práctica en la realización de
exámenes psicológicos, lo que incide, en algunos casos de forma significativa, en la ejecución en
las tareas. Es preciso tener en cuenta esta información cuando se interpretan los resultados de
una evaluación gerontológica individual ya que en la mayor parte de los casos, no es válido
establecer comparaciones entre adultos jóvenes y mayores en los resultados obtenidos en las
clásicas tareas o tests intelectuales. Una simple ojeada a las preguntas formuladas en las
pruebas empleadas puede servir para explicar la razón de estas desventajas.
2.4. EL ENVEJECIMIENTO SATISFACTORIO.
En los últimos años el panorama gerontológico ha variado notablemente: le damos más
importancia a los recursos sociales y sociosanitarios, culturales, etc., para las personas mayores,
y tenemos un mayor conocimiento de las posibilidades y resultados que la intervención
psicosocial, la gerontología, etc…ofrecen. Esto nos ha llevado a una cierta mejora de la atención
a los mayores y de la percepción sociocognitiva de los mismos, a la vez que ha mejorado
considerablemente su calidad de vida.
A lo largo de estos años la realidad cotidiana, la práctica diaria y las necesidades y
demandas de las personas mayores han exigido desarrollar una actividad profesional que poco a
poco se ha ido plasmando en un modelo y método de trabajo, que ha permitido establecer un
sistema de intervención y tratamiento que debe ser integral.
Además, en los últimos veinticinco años ha surgido un nuevo paradigma del envejecimiento
que se ha llamado de diferentes maneras: Buen envejecer (Fries, 1989); Envejecimiento
Saludable (OMS, 1990); Envejecimiento Competente (Fdez. Ballesteros, 1996); Envejecimiento
con éxito (Rowe y Kahn, 1987; Baltes y Baltes, 1990); Envejecimiento activo o satisfactorio
(OMS, 2002), etc. Partiendo de esta última nomenclatura “Envejecimiento satisfactorio” (OMS,
2002) podemos definir éste como el “proceso de optimizar las oportunidades de salud,
participación y seguridad en orden a mejorar la calidad de vida de las personas que envejecen”,
cuyo objetivo es “extender la calidad, la productividad y esperanza de vida a edades avanzadas”.
Además de seguir siendo activo físicamente, es importante permanecer activo social y
mentalmente, participando en actividades recreativas, de voluntariado o remuneradas, culturales,
sociales y educativas.

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Este “envejecimiento satisfactorio” se encuentra determinado por aspectos contextuales y
personales. Así los aspectos contextuales serían, entre otros, los factores socio-económicos,
culturales, ambientales y sanitarios; los aspectos personales estarían integrados, básicamente,
por los factores psicológicos y comportamentales (estilos de vida).
Las políticas de acción propuestas por la OMS (2002) para potenciar los determinantes
psicológicos y conductuales del envejecimiento satisfactorio o activo son:
 Reducir los factores de riesgo asociados a enfermedades e incrementar los de
protección de la salud a través de hábitos saludables y ejercicio físico;
 Promover los factores de protección del funcionamiento cognitivo;
 Promover las emociones y un afrontamiento positivo;
 Promover la participación psicosocial.
Tal y como aludíamos anteriormente, las sociedades occidentales están experimentando
un notable envejecimiento demográfico en las últimas décadas. En efecto, los avances
sociosanitarios están posibilitando que las personas vivan durante más tiempo y con una mejor
calidad de vida. Los datos sociodemográficos son un reflejo de que, en las sociedades
desarrolladas, las expectativas de vida a partir de los 65 años son progresivamente más
elevadas (en la actualidad, se cifran en torno a los 15 años para los hombres y en 20 para las
mujeres). Consecuentemente, la vejez ha dejado de ser considerada una etapa de declive para
comenzar a ser concebida como una etapa más del ciclo vital del individuo y, como tal,
caracterizada por una marcada variabilidad intra e interindividual en los funcionamientos
fisiológico, psicológico y social.
Uno de los objetivos más importantes de las políticas sociales y sanitarias de la mayoría
de los países es lograr que las personas puedan vivir “más y mejor”, retrasando en la medida de
lo posible la aparición de problemas de salud, ya sean de índole físico, mental o conductual. Es
por ello que la vejez constituye un período del ciclo vital en el que la calidad de vida cobra una
especial relevancia (Yanguas, 2006), de tal modo que, desde los citados servicios
sociosanitarios, los esfuerzos se centran en la promoción del envejecimiento satisfactorio. En la
medida en que la calidad de vida se convierte en un indicador esencial de éste, un considerable
número de investigaciones gerontológicas están centrando su interés en los factores que afectan
a la calidad de vida; y, tal y como afirman Castellón y Romero (2004), todas estas
investigaciones comparten un denominador común: la calidad de vida no depende
exclusivamente de poseer un buen estado de salud física, sino que es tanto o más importante
disponer de un cierto nivel de bienestar psicológico y social.
Sabemos que variables como la satisfacción, la felicidad, la autoestima o disponer de

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unas adecuadas relaciones sociales cobran tanta trascendencia a la hora de determinar el nivel
de calidad de vida del individuo como el disfrutar de un óptimo estado de salud física (Real,
2008). Ahora bien, como afirma esta autora, el aumento de la esperanza de vida no constituye
por sí mismo una garantía de una mejor calidad de vida. Hemos de tener en cuenta que la vida
actual, caracterizada por un aumento en la longevidad, no está necesariamente asociada a mejor
calidad de vida. El aumento de la frecuencia y velocidad de los cambios, la inseguridad
constante, el exceso de información, el desempleo o el multiempleo, los cambios en la estructura
familiar, la pérdida de motivaciones, lealtades, valores, señalan los múltiples factores estresantes
a que estamos sometidos la mayoría de los seres humanos. Se conoce que el estrés predispone
a la enfermedad y deteriora la calidad de vida. La prevalencia de enfermedades crónicas, en la
mayoría de los países, para las cuales no existe una curación total y donde el objetivo del
tratamiento es atenuar o eliminar síntomas, evitar complicaciones y mejorar el bienestar de los
pacientes, lleva a que las medidas clásicas de resultados en medicina (mortalidad, morbilidad,
expectativa de vida) no sean suficientes para evaluar la calidad de los servicios de salud.
Las transformaciones continuas de las sociedades obligan a modificar los conceptos
tradicionales de salud, envejecimiento y calidad de vida. La calidad de vida en la vejez depende
del contexto o de las circunstancias en las que vive la persona mayor. La calidad de vida se
define en términos generales como el bienestar, felicidad y satisfacción de un individuo, que le
otorga a éste cierta capacidad de actuación, funcionamiento o sensación positiva de su vida. La
calidad de vida se ve directamente influida por la personalidad y el entorno en el que vive y se
desarrolla el individuo. Según la OMS la calidad de vida es la «percepción que un individuo tiene
de su lugar en la existencia, en el contexto de la cultura y del sistema de valores en los que vive
y en relación con sus objetivos, sus expectativas, sus normas, sus inquietudes. Se trata de un
concepto muy amplio que está influido de modo complejo por la salud física del sujeto, su estado
psicológico, su nivel de independencia, sus relaciones sociales, así como su relación con los
elementos esenciales de su entorno».

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