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En su introducción al libro, “Primeras palabras” Freire advierte que su libro
“probablemente provocará” reacciones “sectarias” en algunos lectores, pero se debe
evitar este sectarismo porque “es un obstáculo para la emancipación de los hombres” y
“provoca el surgimiento de su contrario, cual es la radicalización del revolucionario” .
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El primer capítulo contiene cinco partes (“Justificación de la pedagogía del oprimido”; “La
contradicción opresores-oprimidos, su superación”; La situación concreta de opresión y
los opresores”; “La situación concreta de opresión y los oprimidos”; y “Nadie libera a
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nadie, ni nadie se libera solo. Los hombres se liberan en comunión”). Freire empieza
escribiendo sobre la búsqueda de las raíces de los problemas que la humanidad
enfrentaba a fines de los sesenta y sugiere que el hombre es un “ser inconcluso”, y que la
deshumanización existente en el mundo “es distorsión de la vocación de SER MÁS” . Esta
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distorsión conduce a los oprimidos a “luchar contra quien los minimizó” . Su lucha sólo
tiene sentido cuando los oprimidos no se transforman en opresores de sus opresores,
“sino en restauradores de la humanidad de ambos” . Esta restauración solamente puede
venir de los oprimidos porque son ellos los que entienden la necesidad de la liberación:
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“¿Quién mejor que los oprimidos se encontrará preparado para entender el significado
terrible de una sociedad opresora?” pregunta Freire.
El oprimido tiene que liberarse psicológicamente para no convertirse en opresor porque
ellos tienden a “identificarse con su contrario”. Como ejemplo concreto, Freire menciona el
caso de los oprimidos que quieren la reforma agraria, “no para liberarse, sino para poseer
tierras y, con éstas, transformarse en propietarios o, en forma más precisa, en patrones
de nuevos empleados” . Ambos los opresores y los oprimidos, temen a la libertad, pero
por razones diferentes. “En los oprimidos el miedo a la libertad es el miedo de asumirla.
En los opresores el miedo de perder la “libertad” de oprimir” .
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El opresor sólo se solidariza con los oprimidos cuando su gesto deja de ser un gesto
ingenuo y sentimental de carácter individual, y pasa a ser un acto de amor hacia aquellos;
cuando, para él, los oprimidos dejan de ser una designación abstracta y devienen
hombres concretos, despojados y en una situación de injusticia: despojados de su
palabra, y por esto comprados en su trabajo, lo que significa la venta de la persona
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misma. Sólo en la plenitud de este acto de amar, en su dar vida, en su praxis, se
constituye la solidaridad verdadera.
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Freire afirma fuertemente la relación entre la solidaridad y la liberación, y que los
oprimidos tienen que ser agentes activos en el proceso de liberarse. El líder revolucionario
no puede dictar mandatos en una manera paternalista a los oprimidos. “Para nosotros el
problema no radica solamente en explicar a las masas sino en dialogar con ellas sobre su
acción. Ninguna pedagogía realmente liberadora puede mantenerse distante de los
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oprimidos”
Lo que la sociedad piensa que son actos de generosidad hacia los oprimidos muchas
veces no lo son: “por el contrario, la pedagogía que, partiendo de los intereses egoístas
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de los opresores, egoísmo camuflado de falsa generosidad, hace de los oprimidos objeto
de su humanitarismo, mantiene y encarna la propia opresión. Es el instrumento de la
deshumanización”.
La práctica de esta nueva pedagogía implica el poder político para que se pueda
implementarla, pero Freire explica que hay mucho que se puede hacer antes de
transformar la realidad opresora. Estos “trabajos educativos” buscan que el oprimido tome
conciencia de su situación de opresión y se comprometa, en la praxis, con su
transformación. Durante esta transformación, el aspecto fundamental “será siempre la
acción profunda a través de la cual se enfrentará, culturalmente, la cultura de la
dominación”.
No es ajeno a una sociedad opresora enfocarse en la violencia manifestada por los
revolucionarios, pero Freire señala que “es en la respuesta de los oprimidos a la violencia
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hombre nuevo, no ya opresor, no ya oprimido sino hombre liberándose” .
A los opresores no les será fácil aceptar la caída de su posición de poder, porque
indoctrinados en una cultura de dominación, se sentirán oprimidos afuera de ella. “Todo lo
que no sea su derecho antiguo de oprimir significa la opresión” . La raíz de su problema
es su percepción de los oprimidos como “objetos, cosas”. La violencia opresora “pasa de
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una generación de opresores a otra”, enraizada en una cultura de dinero y posesiones
con una concepción materialista de la existencia humana.
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Es por esto por lo que, para los opresores, el valor máximo radica en el tener más y cada
vez más, a costa, inclusive del hecho del tener menos o simplemente no tener nada de los
oprimidos. Ser, para ellos, es equivalente a tener y tener como clase poseedora.
Ahogarse en su propia riqueza es “un derecho inalienable” de la clase dominante, escribe
Freire, y lo justifica con decir que los pobres “son incapaces y perezosos” . En este
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contexto cita al psicoanalista y escritor Eric Fromm para señalar el estado enfermo de la
clase dominante en su necesidad de controlar a los oprimidos constantemente: “el placer
del dominio completo sobre otra persona es la esencia misma del impulso sádico” . Freire
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sugiere que las innovaciones científicas y tecnológicas sirven para “mantener el orden
opresor, con el cual manipulan y aplastan”.
Un cambio revolucionario exige lo que los dominadores no tienen: confianza en el pueblo.
El mismo pueblo oprimido carece de esta cualidad, debido al hecho de que se identifica
con su opresor. Este fatalismo se entiende como “la voluntad de Dios” como si fuese el
orden natural del mundo. Freire provee el ejemplo del campesino que él entrevistó, “que
comienza a tener ánimo para superar su dependencia cuando se da cuenta de ella. Antes
de esto, obedece al patrón y dice casi siempre: ¿Qué puedo hacer si soy campesino?” .
Esta “autodesvalorización” es característica de los oprimidos.
No son pocos los campesinos que conocemos de nuestra experiencia educativa que,
después de algunos momentos de discusión viva en torno de un tema que se les plantea
como problema, se detienen de repente y dicen al educador: “Disculpe, nosotros
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hecho a un nivel meramente intelectual, sino que debe estar asociado a un intento serio
de reflexión, a fin de que sea praxis.
Liberarse de un estado oprimido exige la acción, pero Freire indica que la acción
liberadora sin una verdadera reflexión crítica “se vuelve mero activismo”(62). Sin
embargo, esta reflexión no significa que el líder revolucionario les impone una
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“propaganda liberadora” a los oprimidos : esto significaría usar los métodos educativos del
opresor. “Es necesario que se inserten críticamente en la situación en que se encuentran
y por la cual están marcados. Y esto no lo hace la propaganda” . Freire señala que la
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liberación de los oprimidos, en todas sus formas, debe empezar ahora, no después de la
revolución, y por ende, el líder necesita la confianza en el pueblo como seres capaces de
formular sus propias conclusiones y planes. “No pueden comparecer a la lucha como
‘cosas’ para transformarse después en hombres” . Freire concluye el primer capítulo con
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El segundo capítulo tiene cinco partes: “La concepción bancaria de la educación como
instrumento de opresión. Sus supuestos. Su crítica”; “La concepción problematizadora de
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de recibir los depósitos, guardarlos y archivarlos” . Como el dueño exclusivo de la
información que será “depositada”, el educador siempre va a ser “él que sabe, en tanto los
educandos serán siempre los que no saben”.
Freire opina que la educación debe superar esta dinámica, para que los educadores y los
educandos se compartan el rol del otro. El sistema bancario no llegó a ser por casualidad:
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en entrenar a los educandos a ser agentes dóciles que pasivamente reciben la
información dictada por un superior, está preparándolos para una vida bajo el control de
sus opresores. La educación bancaria “sólo puede interesar a los opresores que estarán
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tanto más tranquilos cuanto más adecuados sean los hombres al mundo. Y tanto más
preocupados cuanto más cuestionen los hombres el mundo” . Para los dominadores, “el
problema radica en que pensar auténticamente es peligroso” , y, por ende, “uno de sus
objetivos fundamentales, aunque no sea éste advertido por muchos de los que la llevan a
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cabo, sea dificultar al máximo el pensamiento auténtico”. Freire cita de nuevo a Fromm,
para señalar el estado enfermo de los opresores y el sistema educativo implementado por
ellos: “mientras la vida se caracteriza por el crecimiento de una manera estructurada,
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funcional, el individuo necrófilo ama todo lo que no crece, todo lo que es mecánico”,
añadiendo que tal persona “ama el control y, en el acto de controlar, mata la vida” .
La liberación no puede resultar de una educación bancaria según Freire. “La liberación
auténtica es la humanización en el proceso” y “no es cosa que se deposita en los
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tanto que la segunda tiene en él la relación indispensable con el acto cognoscente,
descubridor de la realidad”:
La concepción y la práctica “bancarias” terminan por desconocer a los hombres como
seres históricos, en tanto que la problematizadora parte, precisamente, del carácter
histórico y de la historicidad de los hombres. Es por esto por lo que los reconoce como
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seres que están siendo, como seres inacabados, inconclusos, en y con una realidad que
siendo histórica es también tan inacabada como ellos.
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En las últimas páginas del segundo capítulo, Freire enfatiza que esta transformación
educativa no tiene sentido si los oprimidos quieren meramente asumir el puesto ocupado
previamente por sus dominadores: “Este movimiento de búsqueda sólo se justifica en la
medida en que se dirige al ser más, a la humanización de los hombres” . Tampoco es un
trabajo que se puede hacer de una manera individualista:
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más a través del individualismo conduce al egoísta tener más, una forma de ser menos.
El tercer capítulo tiene seis partes: “La dialogicidad: Esencia de la educación como
práctica de la libertad”; “Dialogicidad y diálogo”; El diálogo empieza en la búsqueda del
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reconozcan en la revolución un acto de amor, en tanto es un acto creador y humanizador.
Para nosotros, la revolución que no se hace sin una teoría de la revolución y por lo tanto
sin conciencia, no tiene en ésta algo irreconciliable con el amor. Por el contrario, la
revolución que es hecha por los hombres es hecha en nombre de su humanización.
Tampoco hay diálogo sin la humildad: “la pronunciación del mundo, con el cual los
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hombres lo recrean permanentemente, no puede ser un acto arrogante”. Esto implica una
fe en el pueblo: “fe en su poder de hacer y rehacer. De crear y recrear. Fe en su vocación
de ser más” . Pasando de la fe, Freire muestra la importancia de la confianza y la
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esperanza. De lo primero, él sugiere que “la confianza va haciendo que los sujetos
dialógicos se vayan sintiendo cada vez más compañeros en su pronunciación del mundo”.
Lo segundo “está en la raíz de la inconclusión de los hombres, a partir de la cual se
mueven éstos en permanente búsqueda” . El último criterio para el diálogo es un pensar
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verdadero. “Este es un pensar que percibe la realidad como un proceso, que la capta en
constante devenir y no como algo estático” .
Freire observa los errores hechos por líderes revolucionarios por no tener estas
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Mao Tse Tung (109), y Freire añade que actuarse en tal manera acaba siendo más un
dominador del pueblo. “Nuestro papel no es hablar al pueblo sobre nuestra visión del
mundo, o intentar imponerla a él, sino dialogar con él sobre su visión y la nuestra”.
Este diálogo con el pueblo no debe ser con lenguaje demasiado intelectual que cree una
barrera lingüística entre el líder y el pueblo. Es preciso que el educador sea capaz de
“conocer las condiciones estructurales en que el pensamiento y el lenguaje del pueblo se
constituyen dialécticamente” .
Al hablar de los temas que sirvan para generar un diálogo verdadero, Freire primero
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indirectamente sirven y de aquellos a quines niegan y frenan”. En referencia a los países
latinoamericanos, Freire observa:
La situación límite del subdesarrollo al cual está ligado el problema de la dependencia,
como tanto otros, es una connotación característica del “Tercer Mundo” y tiene, como
tarea, la superación de la “situación límite”, que es una totalidad, mediante la creación de
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otra totalidad: la del desarrollo.
La búsqueda por un tema generador “envuelve la investigación del propio pensar del
pueblo”, escribe Freire. “Cuanto más investigo el pensar del pueblo con él, tanto más nos
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educamos juntos” . Para conseguir una visión clara de sus vidas, tal investigación incluye
todas las facetas de su vida cotidiana.
Es necesario que lo visiten en horas de trabajo en el campo; que asistan a reuniones de
alguna asociación popular, observando el comportamiento de sus participantes, el
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lenguaje usado, las relaciones entre directorio y socios; el papel que desempeñan las
mujeres, los jóvenes. Es indispensable que la visiten en horas de descanso, que
presencien a sus habitantes en actividades deportivas; que conversen con las personas
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pueblo, deben reunirse para evaluar los resultados. En la pedagogía de Freire, no existe
un momento donde el pueblo no participe activamente en el proceso.
La segunda etapa de la investigación se enfoca en lo que el sociólogo Lucien Goldman
llama la “conciencia real” y la “conciencia máxima posible”. Lo primero se refiere a los
obstáculos percibidos por el pueblo que no le permiten ir más allá en cuanto a sus
percepciones de posibles recursos en el mejoramiento de una situación. La “conciencia
máxima posible” pertenece a las acciones posibles, pero no percibidas en la conciencia
real del pueblo.
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problematizando, por un lado, la situación existencial codificada y, por otro, las propias
respuestas que van dando aquéllos a lo largo del diálogo” .
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arrojando “los temas explícitos o implícitos” en los comentarios y observaciones con la
libertad de añadir “temas bisagras”, cuales son temas no mencionados por el pueblo pero
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observados por los investigadores . Después de extraer los temas inherentes en los
comentarios del pueblo, estos son presentados de nuevo al pueblo. En esta reunión las
personas del pueblo están invitadas a introducir otros temas sobre los que les gustaría
hablar. Por medio de este sistema “horizontal” de la educación, los hombres se sienten
“sujetos de su pensar, discutiendo su pensar, su propia visión del mundo, manifestada,
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los hombres para la pronunciación del mundo” .
Freire hace un análisis detallado a propósito de las teorías de la acción antidialógica /
dialógica. El primer tema que trata es él de la “conquista”. Por medio del sistema
tradicional de la educación (“bancaria”), los opresores “se esfuerzan por impedir a los
hombres del desarrollo de su condición de admiradores del mundo. Dado que no pueden
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conseguirlo en su totalidad se impone la necesidad de mitificar el mundo” . Debido a esta
mitificación del mundo, no visto en su totalidad y como problema a resolver, los hombres
“se ajustan” a él sin la esperanza de transformarlo. Freire lanza su ataque más directo del
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libro contra los mitos propuestos por los dominadores del mundo y generalmente
aceptados por la sociedad como hechos:
El mito, por ejemplo, de que el orden opresor es un orden de libertad. De que todos son
libres para trabajar donde quieren. Si no les agrada el patrón, pueden dejarlo y buscar
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otro empleo. El mito de que este “orden” respeta los derechos de la persona humana y
que, por lo tanto, es digno de todo aprecio. El mito de que todos pueden llegar a ser
empresarios siempre que no sean perezosos y, más aun, el mito de que el hombre que
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vende por las calles, gritando: “dulce de banana y guayaba” es un empresario tanto
cuanto lo es el dueño de una gran fábrica. El mito del derecho de todos a la educación
cuando, en Latinoamérica, existe un contraste irrisorio entre la totalidad de los alumnos
que se matriculan en las escuelas primarias de cada país y aquellos que logran el acceso
a las universidades. El mito de la igualdad de clases cuando el “¿sabe usted con quién
está hablando?” es aún una pregunta de nuestros días. El mito del heroísmo de las clases
opresoras, como guardianas del orden que encarna la “civilización occidental y cristiana”,
a la cual defienden de la “barbarie materialista”. El mito de su caridad, de su generosidad,
cuando lo que hacen, en cuanto clase, es un mero asistencialismo, que se desdobla en el
mito de la falsa ayuda, el cual, a su vez, en el plano de las naciones, mereció una severa
crítica de Juan XXIII. El mito de que las élites dominadoras, “en el reconocimiento de sus
deberes”, son las promotoras del pueblo, debiendo éste, en un gesto de gratitud, aceptar
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el mantenimiento de la situación de opresor/oprimidos.
Luego Freire pasa a la táctica de “dividir para oprimir”: “En la medida que las minorías,
sometiendo a su dominio a las mayorías, las oprimen, [para] dividirlas y mantenerlas
divididas son condiciones indispensables para la continuidad de su poder” . La visión
focalista planteada por los dominadores prohíbe la visión de una sociedad, o el mundo, en
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su totalidad .
Cuanto más se pulverice la totalidad de una región o de un área en “comunidades
locales”, en los trabajos de “desarrollo de comunidad”, sin que estas comunidades sean
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estudiadas como totalidades en sí, siendo a la vez parcialidades de una totalidad mayor
(área, región, etc.) que es a su vez parcialidad de otra totalidad (el país, como parcialidad
de la totalidad continental), tanto más se intensifica la alienación. Y, cuanto más
alienados, más fácil será dividirlos y mantenerlos divididos.
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Freire argumenta que esta división para mantener el orden existente es “un objetivo
fundamental de la teoría de la acción dominadora antidialógica” .
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sino en el tiempo y en el espacio, no pueden escapar a las influencias de las condiciones
estructurales objetivas. Funcionan, en gran medida, en las estructuras dominadoras,
como agencias formadoras de futuros “invasores”. Las relaciones padres-hijos, en los
hogares, reflejan de modo general las condiciones objetivo-culturales de la totalidad de
que participan. Y si éstas son condiciones autoritarias, rígidas, dominadoras, penetran en
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los hogares que incrementan el clima de opresión.
La dinámica opresor/oprimido empieza en el hogar y se prolonga en las escuelas
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resultando en la producción de jóvenes que saben muy bien como adaptarse a la
sociedad en que viven, pero sin el pensamiento crítico necesario para transformarla. El
miedo a la libertad que tienen ellos por ser meros depositarios de información, con una
visión limitada del mundo en que viven, los llevan a racionalizar este miedo . En la
pedagogía de Freire, una de las tareas de los investigadores es permitir a los oprimidos
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las razones de las “supervivencias” míticas, que en el fondo no son sino las realidades
forjadas en la vieja sociedad.
En la segunda mitad del capítulo, Freire escribe sobre las tareas del liderazgo
revolucionario. Según él, estos líderes vienen de la clase dominante pero la han
rechazado y han optado solidarizarse con la clase oprimida. El camino hacia los oprimidos
debe ser “espontáneamente dialógico”, con el líder buscando “los verdaderos caminos por
los cuales pueda llegar a la comunión” con la gente. “Comunión en el sentido de ayudarlo
a que se ayude en la visualización crítica de la realidad opresora que lo torna oprimido” .
Freire sugiere una colaboración entre el líder y el pueblo. “Lo que exige la teoría de la
acción dialógica es que, cualquiera que sea el momento de la acción revolucionaria, ésta
no puede prescindir de la comunión con las masas populares”. El esfuerzo por una unión
con el pueblo “no puede ser un trabajo de mera esloganización ideológica” , sino el
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verdadero es dialógico.
Al reflexionar sobre esta síntesis cultural, Freire rechaza la situación de la cultura
dominante, donde los privilegiados son los actores y los demás son meramente
espectadores. “En la síntesis cultural, donde no existen espectadores, la realidad que
debe transformarse para la liberación de los hombres es la incidencia de la acción de los
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actores” . Y prosigue señalando que “la invasión cultural, en la teoría antidialógica de la
acción, sirve a la manipulación que, a su vez, sirve a la conquista y ésta a la dominación,
en tanto la síntesis sirve a la organización y ésta a la liberación” .
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En conclusión, Freire admite que no tiene mucha experiencia en “el campo
revolucionario”, pero ello no le “imposibilita reflexionar sobre el tema” ; y termina
señalando que “si nada queda de estas páginas, esperamos que por los menos algo
permanezca: nuestra confianza en el pueblo. Nuestra fe en los hombres y en la creación
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de un mundo en el que sea menos difícil amar” . El hecho de que este libro siga siendo
estudiado treinta y cinco años después de su primera publicación prueba que nos quedó
mucho más de lo que Freire esperaba.
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