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ANALISIS DE LA OBRA:
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PEDAGOGIA DEL OPRIMIDO
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AUTOR: PAULO FREIRE
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PAULO FREIRE:
PEDAGOGÍA DEL OPRIMIDO
Escrito durante su exilio en Chile, el libro semanal de Paulo Freire, Pedagogía del
oprimido (1970), presenta lo que no es meramente una nueva pedagogía, sino un
plan para la liberación auténtica del hombre, sea opresor u oprimido. En este libro
Paulo Freire critica el sistema tradicional de la educación (lo que él llama “la
educación bancaria”) y presenta una nueva pedagogía donde los educadores y los
educandos trabajan juntos para desarrollar una visión crítica del mundo en que
viven.
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donde el bienestar de su gente no está basado en la explotación de algunos
hombres por otros (39).
Freire propone que el acto de solidarizarse con los oprimidos es necesario para
construir el camino hacia el hombre nuevo. Pero este camino no puede resultar de
acciones paternalistas hacia los oprimidos, pues terminaría “manteniéndolos
atados a la misma posición de dependencia” (40). Continua Freire:
Lo que la sociedad piensa que son actos de generosidad hacia los oprimidos
muchas veces no lo son: “por el contrario, la pedagogía que, partiendo de los
intereses egoístas de los opresores, egoísmo camuflado de falsa generosidad,
hace de los oprimidos objeto de su humanitarismo, mantiene y encarna la propia
opresión. Es el instrumento de la deshumanización” (47).
La práctica de esta nueva pedagogía implica el poder político para que se pueda
implementarla, pero Freire explica que hay mucho que se puede hacer antes de
transformar la realidad opresora. Estos “trabajos educativos” buscan que el
oprimido tome conciencia de su situación de opresión y se comprometa, en la
praxis, con su transformación (47). Durante esta transformación, el aspecto
fundamental “será siempre la acción profunda a través de la cual se enfrentará,
culturalmente, la cultura de la dominación” (48).
A los opresores no les será fácil aceptar la caída de su posición de poder, porque
indoctrinados en una cultura de dominación, se sentirán oprimidos afuera de ella.
“Todo lo que no sea su derecho antiguo de oprimir significa la opresión” (51). La
raíz de su problema es su percepción de los oprimidos como “objetos, cosas” (52).
La violencia opresora “pasa de una generación de opresores a otra”, enraizada en
una cultura de dinero y posesiones con una concepción materialista de la
existencia humana.
Es por esto por lo que, para los opresores, el valor máximo radica en
el tener más y cada vez más, a costa, inclusive del hecho del tener
menos o simplemente no tener nada de los oprimidos. Ser, para
ellos, es equivalente a tener y tener como clase poseedora. (53)
Liberarse de un estado oprimido exige la acción, pero Freire indica que la acción
liberadora sin una verdadera reflexión crítica “se vuelve mero activismo”(62). Sin
embargo, esta reflexión no significa que el líder revolucionario les impone una
“propaganda liberadora” a los oprimidos (63): esto significaría usar los métodos
educativos del opresor. “Es necesario que se inserten críticamente en la situación
en que se encuentran y por la cual están marcados. Y esto no lo hace la
propaganda” (64). Freire señala que la liberación de los oprimidos, en todas sus
formas, debe empezar ahora, no después de la revolución, y por ende, el líder
necesita la confianza en el pueblo como seres capaces de formular sus propias
conclusiones y planes. “No pueden comparecer a la lucha como ‘cosas’ para
transformarse después en hombres” (65). Freire concluye el primer capítulo con
énfasis en la unión entre el liderazgo y el pueblo:
El segundo capítulo (páginas 71-95) tiene cinco partes: “La concepción bancaria
de la educación como instrumento de opresión. Sus supuestos. Su crítica”; “La
concepción problematizadora de la educación y la liberación. Sus supuestos”; La
concepción bancaria y la contradicción educador-educando”; “La concepción
problematizadora y la superación de la contradicción educador-educando: nadie
educa a nadie –nadie se educa a sí mismo–, los hombres se educan entre sí con
la mediación del mundo” y “El hombre como ser inconcluso y consciente de su
inconclusión y su permanente movimiento tras la búsqueda del SER MÁS”.
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Freire opina que la educación debe superar esta dinámica, para que los
educadores y los educandos se compartan el rol del otro. El sistema bancario no
llegó a ser por casualidad: en entrenar a los educandos a ser agentes dóciles que
pasivamente reciben la información dictada por un superior, está preparándolos
para una vida bajo el control de sus opresores. La educación bancaria “sólo puede
interesar a los opresores que estarán tanto más tranquilos cuanto más adecuados
sean los hombres al mundo. Y tanto más preocupados cuanto más cuestionen los
hombres el mundo” (79). Para los dominadores, “el problema radica en que pensar
auténticamente es peligroso” (76), y, por ende, “uno de sus objetivos
fundamentales, aunque no sea éste advertido por muchos de los que la llevan a
cabo, sea dificultar al máximo el pensamiento auténtico” (80). Freire cita de nuevo
a Fromm, para señalar el estado enfermo de los opresores y el sistema educativo
implementado por ellos: “mientras la vida se caracteriza por el crecimiento de una
manera estructurada, funcional, el individuo necrófilo ama todo lo que no crece,
todo lo que es mecánico”, añadiendo que tal persona “ama el control y, en el acto
de controlar, mata la vida” (81).
Hasta el final del capítulo Freire sigue señalando como la educación bancaria sirve
a la clase dominante y deja a los oprimidos en la oscuridad: “La ‘bancaria’ insiste
en mantener ocultas ciertas razones que explican la manera como están siendo
los hombres en el mundo y, para esto, mitifican la realidad” (91). Sin embargo, la
pedagogía problematizadora de Freire “se empeña en la desmitificación” (91). Él
añade que “la primera niega el diálogo en tanto que la segunda tiene en él la
relación indispensable con el acto cognoscente, descubridor de la realidad” (91):
El tercer capítulo (páginas 99-154) tiene seis partes: “La dialogicidad: Esencia de
la educación como práctica de la libertad”; “Dialogicidad y diálogo”; El diálogo
empieza en la búsqueda del contenido programático”; “Las relaciones hombres-
mundo, los temas generadores y el contenido programático de la educación”; “La
investigación de los temas generadores y su metodología”; “La significación
concienciadora de la investigación de los temas generadores” y “Los momentos de
la investigación”. Ya desarrollada su crítica de la educación bancaria, en este
capítulo Freire presenta lo que debe ser el trabajo del educador en esta nueva
pedagogía del oprimido.
Tampoco hay diálogo sin la humildad: “la pronunciación del mundo, con el cual los
hombres lo recrean permanentemente, no puede ser un acto arrogante” (103).
Esto implica una fe en el pueblo: “fe en su poder de hacer y rehacer. De crear y
recrear. Fe en su vocación de ser más” (104). Pasando de la fe, Freire muestra la
importancia de la confianza y la esperanza. De lo primero, él sugiere que “la
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confianza va haciendo que los sujetos dialógicos se vayan sintiendo cada vez más
compañeros en su pronunciación del mundo” (105). Lo segundo “está en la raíz de
la inconclusión de los hombres, a partir de la cual se mueven éstos en permanente
búsqueda” (105). El último criterio para el diálogo es un pensar verdadero. “Este
es un pensar que percibe la realidad como un proceso, que la capta en constante
devenir y no como algo estático” (106).
Freire observa los errores hechos por líderes revolucionarios por no tener estas
necesidades inherentes en el diálogo verdadero. En no tener el amor, la fe y
confianza en el pueblo, ellos acaban actuándose como el educador de la
educación bancaria, depositando sus pensamientos y metas en el pueblo. “En el
trabajo con las masas es preciso partir de éstas, y no de nuestros propios deseos,
por buenos que fueren”, escribe Mao Tse Tung (109), y Freire añade que actuarse
en tal manera acaba siendo más un dominador del pueblo. “Nuestro papel no es
hablar al pueblo sobre nuestra visión del mundo, o intentar imponerla a él, sino
dialogar con él sobre su visión y la nuestra” (111).
Este diálogo con el pueblo no debe ser con lenguaje demasiado intelectual que
cree una barrera lingüística entre el líder y el pueblo. Es preciso que el educador
sea capaz de “conocer las condiciones estructurales en que el pensamiento y el
lenguaje del pueblo se constituyen dialécticamente” (112).
Al hablar de los temas que sirvan para generar un diálogo verdadero, Freire
primero escribe de las “situaciones límites”. Citando al profesor brasileño, Álvaro
Vieira Pinto, Freire las define como “el margen real donde empiezan todas las
posibilidades; la frontera entre el ser y el ser más” (116). El ambiente de
esperanza y confianza creado por el líder y el pueblo conduce a los hombres a
“empeñarse en la superación” de estas situaciones y “surgirán situaciones nuevas
que provoquen otros ‘actos límites’ de los hombres” (117). Es solamente con la
praxis, la reflexión y la acción, que el hombre llega a superar las situaciones
límites, que “implican la existencia de aquellos a quienes directa o indirectamente
sirven y de aquellos a quienes niegan y frenan” (121). En referencia a los países
latinoamericanos, Freire observa:
Al concluir esta fase inicial del estudio, los investigadores, juntos con
representantes del pueblo, deben reunirse para evaluar los resultados. En la
pedagogía de Freire, no existe un momento donde el pueblo no participe
activamente en el proceso.
El último capítulo del libro (páginas 157-240) hace un resumen de las ideas
propuestas en los capítulos anteriores, señalando como la pedagogía liberadora
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propuesta por Freire sirve a la liberación, contrastándola con la pedagogía
bancaria que sirve a la opresión. El capítulo tiene tres partes: “La antidialogicidad y
la dialogicidad como matrices de teorías de acción cultural antagónicas: la primera
sirve a la opresión; la segunda, a la liberación”; “La teoría de la acción
antidialógica y sus características: la conquista, la división, la manipulación, la
invasión cultural”, y “La teoría de la acción dialógica y sus características: la
colaboración, la unión, la organización y la síntesis cultural”.
Freire escribe que los hombres “son seres del quehacer” y “que su hacer es acción
y reflexión” (157). Este quehacer de los hombres no puede florecer en el sistema
tradicional educativo. “El esfuerzo revolucionario de transformación radical de
estas estructuras no puede tener en el liderazgo a los hombres del quehacer y en
las masas oprimidas hombres reducidos al mero hacer” (158). Para dominar a las
masas, los dominadores les niegan la praxis verdadera. El diálogo verdadero es el
único camino hacia la liberación de todos los hombres: “Nuestra convicción es
aquella que dice que cuanto más pronto se inicie el diálogo, más revolución será”
(162). Al prohibir a las masas la participación como sujetos de la historia el pueblo
“se encuentran dominadas y alienadas” (165). En el sistema dominador los
pensamientos vienen de un “señor”, mientras la pedagogía del oprimido ofrece los
de un “compañero” (168). La función del liderazgo revolucionario, en el sistema
horizontal de Freire, es “problematizar a los oprimidos” y denunciar el mito de la
“absolutización de la ignorancia de las masas” (171). Este diálogo debe ser un
“encuentro de los hombres para la pronunciación del mundo” (174).
Luego Freire pasa a la táctica de “dividir para oprimir”: “En la medida que las
minorías, sometiendo a su dominio a las mayorías, las oprimen, [para] dividirlas y
mantenerlas divididas son condiciones indispensables para la continuidad de su
poder” (180). La visión focalista planteada por los dominadores prohíbe la visión
de una sociedad, o el mundo, en su totalidad (181).
Freire argumenta que esta división para mantener el orden existente es “un
objetivo fundamental de la teoría de la acción dominadora antidialógica” (186).
En la segunda mitad del capítulo, Freire escribe sobre las tareas del liderazgo
revolucionario. Según él, estos líderes vienen de la clase dominante pero la han
rechazado y han optado solidarizarse con la clase oprimida (210). El camino hacia
los oprimidos debe ser “espontáneamente dialógico”(211), con el líder buscando
“los verdaderos caminos por los cuales pueda llegar a la comunión” con la gente.
“Comunión en el sentido de ayudarlo a que se ayude en la visualización crítica de
la realidad opresora que lo torna oprimido” (214).
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Freire sugiere una colaboración entre el líder y el pueblo. “Lo que exige la teoría
de la acción dialógica es que, cualquiera que sea el momento de la acción
revolucionaria, ésta no puede prescindir de la comunión con las masas populares”
(221). El esfuerzo por una unión con el pueblo “no puede ser un trabajo de mera
esloganización ideológica” (224), sino el resultado de la acción dialógica con él.
Para poder entender bien lo que el autor nos quiere transmitir es necesario
explicar algunos conceptos claves:
10) Alfabetización: Método a través del cual el hombre "se dice" y al hacerlo se
reconoce como cocreador de su vida y de su mundo. Es el momento en que el
hombre se reconoce como lo que realmente es y se compromete con su
humanización.
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maestros - estudiantes y estudiantes maestros, es decir, donde el proceso
educativo es una relación dialéctica constante.
Freire se sabe de una sociedad en transición que viene saliendo de una situación
de sociedad cerrada, que poseía una conciencia intransitiva, donde no existía el
diálogo a causa del mutismo propio de las relaciones "Señor - siervo". Este tipo de
relaciones es la que intenta romper el método de Freire enseñando al hombre a
reconocer su propia dignidad y la posición que cada uno está llamado a ocupar en
la construcción de la liberación y recreación de la realidad.
Conclusión
Una de las conclusiones principales a las que hemos podido llegar es que al
interior de la teoría de Freire se presentan con viveza los principios que sustentan
la educación en la actualidad. No está demás señalar que nos fue posible
visualizar aquellos principios por el estudio previo que de ellos realizamos en el
curso.
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Nos parece que la propuesta de Freire logra ser eficaz gracias a que este hombre
pudo captar la unidad indivisible que se da entre lo que llamamos la teoría y la
práctica. Fue capaz de desarrollar todo su esfuerzo desde la propia realidad que
vivía su pueblo, realidad concreta y dolorosa, y proyectar una metodología capaz
de responder educacionalmente a los desafíos que ésta le planteaba. Su esfuerzo
no parte de necesidades supuestas por los intelectuales o por aquellos que
muchas veces creemos saberlo todo, sino que por el contrario, parte desde la
manifestación concreta de la realidad, que es la manifestación concreta de los
necesitados.
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