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“La mejor pizza del mundo no está en Italia, está en Brooklyn, y espero que el
mejor café esté en Medellín”, esto lo dijo el ya fallecido y reconocido chef Antony
Bourdain, una de las biblias de la cocina internacional, previo a un viaje que tenía
por Colombia en 2008.
Esto no quiere decir que Colombia no tenga el mejor café del mundo, porque por
algo es que en la Bolsa de Nueva York el grano colombiano tiene una prima
diferencial por encima al precio de otros tradicionales como el de Brasil. Por
ejemplo, la semana pasada cerró la libra en casi US$2 del primero, mientras que
la del otro fue US$1,1.
Por eso, para entender cuál es el café que se toma en Colombia hay cinco
variables, y la primera tiene que ver con que los cafés que se encuentran en el
país son el excelso, que es 100% colombiano y cumple los estándares de
exportación (el que se ha hecho famoso en el mundo como “el mejor”). Luego está
el café pasilla, aquel hecho con granos que presentan defectos, como brocados,
vinagres, negros, partidos, astillados.
El tercer punto entonces es ¿por qué se mueve tanto café importado? La razón no
es que los cafeteros estén enfocados en solo en exportar y no les interese dejar
producto para el consumo local. Y eso lo dicen algunos, pues si se tiene en cuenta
que al cierre de septiembre se produjeron 995.000 sacos de 60 kilos, 886.000
salieron de Colombia, lo que lleva a que 109.000 se quedaron aquí.
“Hoy en Colombia las personas pueden encontrar el mejor café, uno mejor de los
que incluso se pueden servir en París o en Nueva York, producido localmente”.
Y en efecto, cafés de calidad 100% nacionales van con precios que pueden ir
desde $20.000 la libra, y algunos alcanzan por sus variedades curiosas tarifas
mucho más altas. Mientras que otros, que tienen estas mezclas con materia prima
importada, pueden estar en las tiendas por $7.000, incluso mucho menos como
$4.000.
Muchas de esas fincas hoy en día tienen un poquito de cafetal pero como atractivo
turístico. Además, los jóvenes de familias caficultores ya no encuentran el atractivo
de quedarse en la finca.