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PLATÓN
DIÁLOGOS
II
GORG1AS, MENÉXENO, EUT1DEMO, MENÓN, C R i(T JL O
&
EDITORIAL GREDOS
Μ EN Ó Ν
MENÓN, SÓCRATES, SERVIDOR DE MENÓN, ΑΝΓΓΟ
c t 4 2 7 a . C . (D io o o h o , X I I 5 3 ). p e r o n o s a b e m o s c o n c e r t e z a c u á n t a s v e c e s
lo h i z o d e s p u ¿ s .
7 Cf, Protdgoras 318e019a.
* CL República 334b.
S ó c .— P arece que he tenido m ucha suerte, Mcnórt.
p ues buscando una sola virtud he hallado que tienes tuilo
un enjam bre de v irtu d es en ti p ara ofrecer. Y, a propftul
to de e sta imagen de) enjam bre, Menón, sí a) preguntar!*
b yo qué es una abeja, cuál es su n atu raleza 9, me dijera»
que son m uchas y de todo tipo, qué me co n testa rías si yu
continuara preguntándote: «¿Afirmas acaso que es por aer
abejas p o r lo que son m uchas, de todo tipo y diferente»
e n tre sí? ¿O bien, en n ad a difieren por eso, sino p o r algu
na o tra cosa, com o la belleza, el tam año o algo por el estl·
lo?» Dime, ¿qué co n testa rías si te p re g u n ta ra así?
M e n . — E sto contestaría: que en nada difieren una de
la otra, en tam o que abejas.
Sóc. — Y si después de eso te p re g u n ta ra: «Dime, Me
nón, aquello p recisam ente en lo que en nada difieren, por
lo que son todas iguales, ¿qué afirm as que es?» ¿Me po
d rías d ecir algo?
M en. — Podría,
c Sóc. — Pues lo m ism o sucede con las virtudes. Aunque
sean m uchas y de todo tipo, todas tienen una única y m is
m a form a 10, p o r o b ra de la cual son v irtu d es y es hacia
ella hacia donde h a de d irig ir con atención su m irada
quien resp o n d a a la preg u n ta y m uestre, efectivam ente,
d en qué consiste la v irtud. ¿O no com prendes lo que digo?
M en. — M e p a re c e q u e c o m p re n d o ; pero, sin em bar*
g o , t o d a v í a n o m e h e d a d o c u e n t a , c o m o q u i s i e r a , d e lo
que m e p re g u n ta s.
Sóc. — ¿Te p arece que es así, Menón, solo a propósito
de la virtud, que una es la de) hom bre, o tra la que se da
9 La palabra griega es ousín y expresa aqui el mismo concepto que
el que responde aJ qué es (cf. d. 5>. No supone todavía el término, en es
tos diálogos de transición, el significado más fuerte de esencia trascen*
dente, sino sólo remite a aquello común, idéntico o permanente que po
seen, en este caso, todas las abejas, no obstante diferir en tamaño, belle
za. etc. Cf. Protá%oras 349b.
10 La palabra griega es etdos y vale de ella lo que se acaba de decir
sobre ousía (cf. n> 9).
ιίι la m ujer, y análogam ente en los otros casos, o tam bién
ir parece lo m ism o a propósito de la salud, el tam año y
Id luerza? ¿Te parece que una es la salud del hom bre, y
otra la de la m ujer? ¿O no se tra ta , en todos los casos, de
Im misma forma, siem pre que sea la salud, tanto se encuen
tre· en el hom bre com o en cu alq u ier o tra persona?
Men. — Me p arece que es la m ism a salud, tan to la del e
hom bre com o la de la m ujer.
Sóc. — ¿E ntonces tam bién ej tam año y la fuerza? Si
una m ujer es fuerte, ¿será por la form a m ism a, es decir
por la fuerza m ism a por lo que re su lta rá fuerte? Y p o r
«misma» entiendo esto: la fuerza, en cu an to fuerza, no di-
lii-rc en n ada p o r el hecho de e n c o n tra rse en un hom bre
c» en una m ujer. ¿ 0 te parece que difiere en algo?
M e n . — Me p arece que no.
Sóc. — ¿Y la virtud, con resp ecto ai se r virtud, diferí-73 a
r A un algo p o r e n c o n tra rse en un niño, en un anciano, en
una m u jer o en un hom bre?
M e n . — A mí me parece, en cierto modo, Sócrates, que
rsto ya no es sem ejan te a los casos an teriores.
Sóc. — ¿ P o rq u é ? ¿No decías que la virtud del hom bre
consiste en ad m in istra r bien el E stado, y la de la m ujer,
la casa?
M en . — S5.
Sóc. — ¿Y es posible ad m in istra r bien el Estado, la ca
sa o lo que fuere, no haciéndolo sensata y ju stam en te?
M e n . — En absoluto. b
Sóc. — Y si a d m in istran ju sta ν sensatam ente, ¿adm i
n istran p o r m edio de la ju stic ia y de la sensatez?
M e n . — N ecesariam ente.
Sóc. — Ambos, en consecuencia, tanto la m u jer como
el varón, n ecesitarán de las m ism as cosas, de la ju stic ia
y de la sensatez, si pretenden ser buenos.
M e n . — Así p a r e c e .
Sóc. — ¿Y el niño y el anciano? ¿P odrían, acaso, lle
gar a se r buenos, siendo insensatos e injustos?
M en . — En absoluto.
Sóc. ^*¿Y siendo sensatos y ju sto s?
Men . — Sí.
c Sóc. — Luego todos los hom bres son buenos del mli
mo modo, puesto que llegan a serlo poseyendo las misrnui
cosas.
M en . — Parece.
Sóc. — Y, desde luego, no serían buenos del mismo nu»
do si, en efecto, no fuera u n a m ism a la virtud.
M en. — Desde luego que no.
Sóc. — E ntonces, puesto que la v irtu d es la m ism a en
lodos, tra ta de d ecir y de re c o rd a r qué afirm a b a Gorgiu»
que es, y lú con él.
Men . — Pues, ¿qué o tra cosa que el ser capaz de go·
á b e rn a r a los hom bres?, ya que b uscas algo único en todo»
los casos.
Sóc. — Eso es lo que estoy buscando, precisam ente. Pe
ro, ¿es acaso la m ism a virtud, M enón, la del niño y la del
esclavo, es decir, se r capaz de g o b ern ar al am o? ¿Y te pa
rece que sigue siendo esclavo el que gobierna?
M e n . — Me parece que no, en modo alguno, Sócrates.
Sóc. — En efecto, no es probable, mi distinguido am i
go; porque co n sid era todavía esto: tú a firm a s « ser capaz
de gobernar». ¿N o añ ad irem o s a eso un «ju stam en te y no
de o tra m anera»?
M en. — Creo que sí, porque la justicia, Sócrates, es una
virtud.
e Sóc. — ¿Es la virtud, Menón, o una v irtud?
M en . — ¿Qué dices?
Sóc. — Como de cu alq u ier o tra cosa. De la redondez,
supongam os, p o r ejem plo, yo d iría que es una cierta figu
ra y no sim plem ente que es ¡a figura. Y d iría así, porque
hay tam bién o tra s figuras.
M e n . — Y d ic e s b ie n tú, p o r q u e y o t a m b i é n d ig o q u e
n o s ó lo e x is te la j u s t i c i a s in o t a m b i é n o t r a s v i r t u d e s .
Sóc. — ¿Y cuáles son ésas? Di las. Así com o yo podría
i Um irle, si m e lo pidieras, tam bién o tra s figuras, dim e lú
hunbicn o tra s virtudes.
M i -n . — Pues a mi me parece que la valentía es u n a vir-
hul, y la sensatez, el saber, la m agnificencia y m uchísi
mas o tras.
Sóc. — O tra vez, Menón, nos h a sucedido lo mismo: de
nuevo hem os en co n trado m uchas v irtu d es buscando una
nula, ¿tunque lo hem os hecho ah o ra de o tra m anera. Pero
m|uc)la única, que está en todas ellas, no logram os
ñ u o n trarla .
M e n . — Es que, en cierto m odo, aún no logro conce- b
hh\ S ócrates, tal com o tú lo pretendes, u n a única virtud
kh lodos los casos, asi com o lo logro en los otro s ejem plos.
Sóc. — Y es n atura). P ero yo p o n d ré todo el em peño
tld que soy capaz p ara que progresem os. Te das cuenta,
por cierto, que lo que sirve p a ra un caso, sirve p ara to
llos. Si alguien te p re g u n ta se lo que, hace un m om enio.
dccia: «¿Qué es la figura, M enón?*, y si tú le co n testa ras
que es la redondez, y si él te volviera a preg u n tar, como
vo: «¿Es la redondez la figura o bien una figura?'», dirías.
μγι duda, que es una figura.
M en. — Por supuesto.
Sóc. — ¿Y no seré p o rq u e hay adem ás o tras figuras? c
M e n .. — Si.
Sóc, — Y si él te c o n tin u ara preg u n tan d o cuáles, ¿se
las dirías?
M en . — Claro.
Sóc, — Y si de nuevo, ah o ra acerca del color, te p re
g u n tara del m ism o modo, qué es, y al responderle tú que
es blanco, el que te p re g u n ta agregase, después de eso:
«¿Es el blanco un color o el color?», ¿le co n testarías tú
que es un color, p u esto que hay adem ás otros?
M e n . — Claro.
Sóc. — Y si te p idiera que nom brases otros colores, ¿le
dirías otro s colores que lo son tanto com o el blanco lo es? d
M en. — Sí.
Sóc. — Y sif com o yo, co n tin u ara el razonam iento y til
jcse: «Llegamos siem pre a una m ultiplicidad, y no c í r l
tipo de re sp u esta que quiero, sino que, puesto que a c»*
m ultiplicidad la designas con un único nom bre —y allí
m as que ninguna de ellas deja de ser figura, aunque senil
tam bién co n tra rias en tre sí—, ¿qué es eso que incluye 110
e m enos lo redondo que lo recto, y que llam as figuras, a i i i
m ando que no es m enos figura lo 'redondo' 11 que lo 'reí
lo'?» ¿O no dices así?
M en. — En efecto.
Sóc. *— Entonces, cuando dices así, ¿afirm as acaso que
lo 'red o n d o ' no es m ás redondo que lo recto y lo 'recto'
no es m ás recto que lo redondo?
M e n . — Por su puesto que no, Sócrates.
Sóc. — P ero afirm as que lo 'red o n d o ' no es m enos il
gura que lo 'recto '.
M en. — Es verdad.
Sóc. — ¿Qué es entonces eso que tiene este nom bre do
?5a figura? T rata de decirlo. Si al que te p re g u n ta de esa m a
nera so b re la fig u ra o el color contestas: «Pero no com-
prendo, hom bre, lo que quieres, ni entiendo lo que dices»,
éste quizás se aso m b ra ría y dirja: «¿No com prendes que
estoy buscando lo que es lo m ism o en todas esas cosas?»
O tampoco» a p ro p ó sito de esas cosas, podrías contestar,
Menón, si alguien te preguntase: «¿Qué hay en lo redon
do', lo ‘re c to 1, y en las o tra s cosas que llam as figuras, que
es lo m ism o en todas?» T ra ta de decirlo, p ara que te sir
va. adem ás, como ejercicio para responder sobre la virtud.
b M en. — No; dilo tú, Sócrates.
Sóc. — ¿Q uieres que te haga el favor?
M en . — Por cierto.
H B
■ésiav, (AJ); «aquélla» (AB); «oirán (BJ).
37 La línea AJ.
L
S e r v id o r . — Por supuesto,
Sóc. — ¿P ero no hay en esta superficie estos cuatru
cu ad rad o s, cad a uno de los cuales es igual a ése de cuu-
iro pies S97
S e r v i d o r . — S í.
Sóc. — ¿De Qué (am año re su lta ré e n to n c e s? ¿No ee
c u a tro veces m ay o r?
S e r v id o r . — Desde luego.
S ó c . — ¿V e s d o b l e lo q u e e s c u a t r o v e c e s m a y o r ?
S e r v id o r . — iNo, por Zeus!
Sóc. — ¿C uántas veces entonces?
S e r v i d o r . — El cuádruple.
c Sóc. — E ntonces, de la Unea doble, m uchacho, no re
su lta una superficie doble sino cuádruple.
S e r v i d o r . — Es v e r d a d .
Sóc. — Y cu a tro veces c u a tro es dieciséis, ¿oo?
S e r v i d o r . — S í.
Sóc. — Entonces la superficie de ocho pies, ¿de cuál
línea resu lta? De ésta 40 nos ha resu ltad o el cuádruple.
S e r v id o r . — Eso digo.
Sóc. — ¿Y esta c u a rta p a rte re su lta de la m itad de es
ta línea a q u í 41 ?
S e r v i d o r * — S í.
De AJ.
ABCD es la c u a rta p a rte de AJKL, y ÁB ja m itad de AJ.
Sóc. — Bien. ¿Pero la de ocho pies no es el doble de
<*>Ma y la m itad de ésa "?
S er v id o r . — Sí.
Sóc, — ¿No re su lta rá entonces una línea m ayor que és-
In, pero m en o r q u e ésa A3>o no? d
S e r v i d o r . — A o i i m e p a r e c e q u e sí.
Sóc. — ¡Muy bien!, pues lo q u e a ti le p arece es lo que
debes co n testar. Y dime: ¿esta línea no era de dos pies y
¿•sa de cu a tro ?
S e r v jd o r . — Si.
Sóc. — E ntonces es n ecesario que la línea de la super-
ficie de ocho pies sea m ayor que ésta, que tiene dos pies,
V m enor que ésa, que üene cu atro .
S e r v i d o r . — Es necesario.
Sóc. — T rata de d ecir qué largo afirm as que tendrá, e
S e r v i d o r . — Tres pies.
Sóc. — Si h a de ser de tres pies, ¿agregam os la m itad
de ésta M y ten d rá tres pies? Porque ésos son dos pies, és
te, uno; y p o r aquí, igualm ente, dos éstos y uno éste, y así
resu lta la su p erficie que tú afirm as. (Sócrates com pleta
el cuadrado A Z P Q 4S.)
S e r v id o r . — S í .
Sóc. — De m odo que si tiene tres po r aquí y tres por
allí, ¿la su p erficie tb tal re su lta tres veces tres pies?
“ Es la linca DB-BM-MN-ND
w La superficie DBMN.
En DBMN.
* En ABCD.
» DBMN.
Cualquiera de las diagonales, pero, por Jo que sigue, es, probable·
m en le, DB.
Sóc. — ¿De la que habíam os trazad o de ángulo a án
gulo en la superficie de cu a tro pies?
S ervidor. — Sí.
Sóc. — Los s o fis ta s 57 la llam an «diagonal», y puesto
que si «diagonal» es su nom bre, de la diagonal se llegará
a obtener, com o tú dices, serv id o r de Menón, la su p erfi
cie doble.
S e r v i d o r . — P or su puesto que sí, S ócrates.
Sóc. — ¿Qué te parece, M enón? ¿H a contestado él con
«Iguna opinión que no le sea propia?
Men . — No, con las suyas. c
Sóc. — Y, sin em bargo, com o dijim os hace poco, a n
tes no sabía.
M en . — Es verdad.
Sóc. — Estas opiniones, entonces, estaban en él, ¿o no?
M e n . — Sí.
Sóc. — El que no sabe, por lo tanto, acerca de las co
sas que no sabe, ¿tiene opiniones verdaderas sobre eso que
efectivam ente no sabe?
M e n . — Parece. 1
Sóc. — Y estas opiniones q u e acaban de d e sp e rta rse
ahora, en él, son com o un sueño. Si uno lo siguiera in te
rrogando m uchas veces sobre esas m ism as cosas, y de m a
neras diferen tes, ten la se g u n d a d de que las acab aría co
nociendo con ex actitud, no m enos que cu a lq u ie r otro, d
Men . — Posiblem ente.
Sóc. — Entonces, ¿llegará a conocer sin que nadie le
enseñe, sino sólo preguntándole, recuperando él m ism o
de sí m ism o el conocim iento?
M en . — Si.
Sóc. — ¿Y este re c u p e ra r uno el conocim iento de sí
m ism o, no es re c o rd a r?
M en . — Por su puesto.
71 C f. Gorgias 526l>.
74 Es, adem ás, personaje del Laques. Cf. en el vol* I de estos Dtálo·
gos, la in tro d u c c ió n al Laques, e s p e c ia lm e n t e p á g s . 446*448-
7i C f. Protágoras 3 1 5 a . V é a s e n> 14 d e la p á g . S í 4 d e l v o l. 1 d e e s t o s
Diálogos.
76 Se refiere al hijo de Mele&iás, n acido hacia el 5 0 5 a. C>, m iem bro
del gru po antidem ocrático y v igoroso rival de Pericles* Es. probablemente,
el abuelo m aterno del h isto ria d o r del m ism o nom bre (nacid o hacia 4 5 5 ).
i m ión en todo, y, esp ecialm ente en la lucha, fueron los
mejores de Atenas —uno lo había confiado a Ja n tia s y el
oli o a Eudoro, a los que se co n sid erab a los m ás em inen
tes luchadores de entonces—, ¿o no lo recu erd as?
An. — Sí, lo he oído.
Sóc. — ¿N o es evidente que éste no hab ría hecho en
señar a su s hijos aq u ellas cosas cuya enseñanza exigía un
tfiisio, descuidando, en cam bio, de proporcionarles las que d
no necesitaba pagar p ara hacerlos hom bres de bien, si ésas
hubieran sido enseñables? ¿ 0 era, quizás, T ucídides un
hom bre lim itado, que no tenía m uchos am igos ni entre los
atenienses ni e n tre sus aliados? Procedía de una fam ilia
influyente y gozaba de gran poder tanto en la ciudad co
mo e n tre los dem ás griegos, de m odo que si se h u b iera
tratad o de algo enseñable, h ab ría encontrado quien se cn^
carg ara de h acer buenos a sus hijos, ya sea e n tre los ciu- c
dadanos, ya e n tre los extranjeros, en el caso de que él m is
ino no hubiese tenido tiem po por sus ocupaciones públi
cas. Pero lo que sucede, amigo Anito, es que tal vez la vir
tud no sea enseñable.
A n . — ¡ A h . . . Sócrates! Me parece que fácilm ente hablas
M Se decía que la* eslDiuas de D édalo, con los ojos a b ie rto s. Jos bra
zos extendidos y las piernas separadas, en actitu d de c a m in a r, producían
la im p re sió n vilal del m ovim iento y de Ja visión. (Ct. D io d o ro , IV 76, y
e) escoliasta de este pasaje del Menón.) A ellas tam bién se refiere P la tó n
en £ u íifró n { l i b e y 15b), en lón (533a-b) y en Hipias M ayor (2B2a), V éan
se n. 6 de la pág. 255 y n. 3 de la pág. 404 del voJ. l de estos Diálogos.
m i s bellas y realizan todo el bien posible; pero no quieren 98a
*4 CF. 87d2*4.
Cf. &8b-e>
Ci. 96e-97c.
respecto al conocim iento, de los vates y los adivinos. Pur*(
en efecto, tam bién ellos dicen, por inspiración, muclw»
verdades, pero no saben nada de lo que dicen.
M e n . — Puede ser que asi sea.
Sóc. — ¿Será conveniente, entonces, Menón, llam ar til
vinos a esto s hom bres que, sin tener entendim iento, lltf
van a buen térm ino m uchas y muy gran d es ob ras en lo
que hacen y dicen?
M en. — C iertam en te.
Sóc. — C orrectam ente llam aríam os divinos a los que
acabam os de m encionar, vates, adivinos y poetas todos,
d y tam bién a los políticos, no m enos que de ésos podría
m os d ecir que son divinos e inspirados, puesto que es gra»
d a s al hálito del dios y poseídos p o r él, cóm o con sus pa
lab ra s llevan a buen fin m uchos y gran d es designios, sin
sab er n ada de lo que dicen.
M en . — Por cierto.
Sóc. — Y tam bién las m ujeres, Menón, llam an divinos
a los hom bres de bien. Y los laconios, cuando alab an a un
hom bre de bien, dicen: «H om bre divino es éste».
e M e n . — Y parece, S ócrates, que se expresan co rre c ta
m ente. Pero quizás este Anito podría enojarse con tus
p ala b ra s 9\
Sóc* — No me im porta. Con él, Menón, discutirem os
en o tra ocasión. En cu an to a lo que ah o ra nos concierne,
si en todo n u estro razonam iento hem os indagado y habla-