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Columna periodística

Como amante del arte, no puedo permanecer ajeno a la que muchos reconocen como la
número siete de las bellas artes, el cine.
Desde obras clásicas como Casa Blanca, hasta las producciones llenas de efectos y
tecnología como la más reciente Avengers Infinity War, el cine representa para mi un
escape de la realidad que nos aqueja constantemente.
Me gusta del cine su perspectiva narrativa, su flexibilidad en cuanto a los temas que es
capaz de representar – desde una historia de superhéroes, alguna tragedia de guerra,
hasta temas tan sensibles como una violación y asesinatos -, además de su capacidad
para documentar la historia humana de una manera muy peculiar.
Tenemos algunas obras, como Gladiador, que, aunque su guion se basa más en una
ficción que en una realidad histórica, nos permite adentrarnos a lo que fue la visión de la
antigua Roma por parte de un equipo de creativos y actores que encarnan a personajes
de otra época.
Luego pasamos al antiguo Egipto y sus historias bíblicas, con secuencias como Los 10
Mandamientos, narrativas que algunas personas jamás hubieran conocido, ya sea por
su analfabetismo o simple falta de interés por tomar el libro que las contiene, y que la
pantalla grande les llevo de manera digerida y sin tabús.
Otra cosa que me apasiona del séptimo arte, es su capacidad de evolución y adaptación
a las épocas que lo aquejan.
Vemos como este, también negocio, sobrepaso la llegada de la televisión, la invención
de las videocaseteras y hoy en día la puesta en marcha de plataformas como Netflix,
Claro Video o Blim.
Para poner en perspectiva el crecimiento sostenido que mantiene esta industria, veamos
algunas cifras.
Según datos de la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica, entre 2008 y 2017,
es decir, la última década, el número de boletos vendidos en México creció 91 por ciento
a 348 millones de boletos; en tanto, el valor de la taquilla creció 1.33 veces a 16 mil 661
millones de pesos. Es necesario mencionar que el precio promedio de los boletos apenas
se incremento alrededor de 21 por ciento, mientras que la inflación general acumulada
fue de casi 42 por ciento, de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y
Geografía.
Además, el número de salas en el mismo lapso subió más de 41 por ciento, a 6 mil 677
al cierre del año pasado.
Adicional a lo anterior, me parece imprescindible mencionar las enseñanzas que nos ha
otorgado el cine, pues su versatilidad nos ha entregado obras que permiten conocer casi
en carne propia (ni hablar de las tecnologías de realidad virtual o pantallas 3D), las
consecuencias de la drogadicción, el tráfico de armas o estupefacientes, o simplemente
los resultados de encontrarse en el lugar y momento equivocados.
La Gran Pantalla también ha inspirado las carreras de miles de personas, incluyéndome,
con historias apasionantes acerca de policías, bomberos, abogados, científicos y, por
supuesto, periodistas.
Y ni hablar de todas las historias de amor, que, aunque no son contadas a través de una
cinta, aparecen todos los días en las salas de cine. A mi parecer, y sin tener ninguna cifra
oficial a la mano, los cines han salvado y creado más relaciones que cualquier cupido o
terapeuta que el mundo halla conocido.
También, me gusta la accesibilidad que ofrece este entretenimiento para todas las clases
sociales, pues el costo del boleto lo puede cubrir desde un asalariado de clase baja,
hasta el más acaudalado empresario que puedas encontrar en Polanco.
Familias enteras son participes cada semana de las nuevas historias que la pantalla
grande tiene para contarnos, los niños se divierten, los intelectuales analizan y algunos
otros solo disfrutamos de un bote lleno de palomitas y un refresco mediano.

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