Está en la página 1de 24

27

S U B A S T A D E V ID A S

A hí es n a d a. L a flo r y n a ta de la filo so fía se su b asta al m ejor


p o sto r. En un o rigin al m ercad o, con Zeus c o m o p a tro n o o rg a n i-
zad or y H erm es com o au tén tico exp erto en el arte de prego-
n ar la m ercan cía y dirigir la su b asta, el lector asiste, an o n a d ad o ,
a la m ás p in to resca su b asta qu e p u eda hab er en el m u n do . P itá -
g oras, D iógenes, Só crates, C risipo , P irró n d esfilan p o r las tab las
de tan peculiar m ercad o. ¿ P o r qué y p ara q ué? P arece claro.
L uciano aprov ech a cu alq u ier proced im ien to ingenioso que pueda
ocurrírsele p a ra d a r rien d a suelta a su p en sam ien to critico; no
se a ta ca a filóso fo s co n n o m bres y apellidos ni se arrem ete c on tra
la filo sofía en sí. En la ép oca de L ucian o la filo so fía h a q uedado
reducid a básicam en te a u n a ac titu d m o ral a n te la v ida. En ese
sentid o d ebe entenderse la exp resió n « su b asta d e vidas»; son a cti-
tu des ante la vida rep resentadas p o r unos filósofos d eterm in ados
de u n as escuelas d eterm in ad as. N ótese que P la tó n y A ristóteles,
en tre o tro s, q u ed an excluidos, lo qu e parece co n firm ar, de algún
m o d o , lo ex puesto an terio rm e nte. Precisam ente p o r eso no llam a
la atenció n la ap arició n de S ó crates, cuya p resentació n, adem ás,
es u tilizad a de p asa d a p a ra p on er en boca su y a algún p ostulado
plató n ico que luego se critica.
Los filó so fo s, irritad os, cierran filas co n tra n uestro a u to r, que
p arecerá ap lacarlo s en E l p escador, pa ra aca b a r ridiculizándolos
cam b ian d o la su b asta p o r u n a pesca ig ualm en te h um illante para
ellos.
SUBASTA D E VIDAS 31

Z e u s . — Tú, vete poniendo los asientos por la sala y


prepara el sitio para los que van llegando, y tú, quédate
fuera acompañando las vidas, pero adoptando las medidas
oportunas para que sus rostros ofrezcan un aspecto salu-
dable y nos atraigan a m uchísima más gente. ¡Tú, Hermes,
da el aviso y convócalos!
H e r m e s . — ¡Con los mejores augurios! ¡Los com pra-
dores, acercaos al mercado! Vamos a vender en subasta
pública vidas filosóficas 1 de todo tipo y de las especies
más variopintas, a elegir. Y si alguien no tiene ahora mis-
mo dinero, que dé una señal y luego pagará.
Z e u s . — Se están concentrando muchos. Así que no hay
que perder tiempo ni hacerles esperar. Vam os, pues, a co-
menzar la subasta.
H e r m e s . — ¿Quién quieres que ofrezcamos primero?
Z e u s . — Al melenudo ese de ahí, al jónico, que parece
ser un personaje respetable.
H e r m e s . — Tú, pitagórico, baja y preséntate, que te
vean los que están reunidos.
Z e u s . — ¡Vocéalo!
H e r m e s . — ¡Vendo la mejor vida, la más venerable!
¿Quién quiere pagar por este hombre? ¿Quién quiere co-
nocer la armonía de todo lo habido y por haber y volver
a la vida otra vez?
C o m p r a d o r . — Tiene buenas pintas, ¿qué más sabe?
H e r m e s . — Aritmética, astronom ía, geometría, hechi-
cería, música, magia. Tienes ante tus ojos a un eminente
adivino.
C o m p r a d o r . — ¿Se le pueden hacer preguntas?

1 C o m o se h a in d ica d o en la In tro d u c c ió n , no se t ra ta de su b a sta r


vidas — se nsu str ic to — , ni filó s o fo s co n n o m b res y ap ellid os, sino tip os
de v ida, a c titu d es m o rale s, c o m p o rta m ie n to s y visión de la v id a , eso es
lo que H erm es p o n e a su b a sta a v oz en g rito.
32 OBRAS

Her mes. — ¡Pregunta, por Zeus!


C o m pr a d o r . — ¿De dónde eres?
P it á g o r a s . — De Samos.

C o m pr a d o r . — ¿Dónde te educaste?

P it á g o r a s . — En Egipto, entre los hombres sabios que

hay allí.
C o m pr a d o r . — Oye, y si te com pro, ¿qué me enseña-
rás?
P it á g o r a s . — No te enseñaré nada; te haré ir recor-
dando cosas.
C o m pr a d o r . — ¿Cómo me vas a hacer recordar?
P it á g o r a s . — Trabajando tu espíritu hasta dejarlo lim-
pio y echando fuera la suciedad que hay en él.
C o m p r a d o r . — Bien, piensa que ya has purificado mi
espíritu, ¿cuál es la forma de refrescar la memoria?
P i t á g o r a s . — Lo primero de todo una prolongada tran-
quilidad, y un prolongado mutismo y no charlar nada de
nada durante cinco años.
C o m p r a d o r . — Oye, buen hombre, vete a educar al hijo
de Creso 2; yo soy un parlanchín, no quiero ser una esta-
tua. ¿Y tras ese quinquenio de silencio, qué?
P i t á g o r a s . — Te ejercitarás en el arte de la música y
de la geometría.
C o m p r a d o r . — Tiene gracia lo que dices, si, por lo que
se ve, primero tengo que ser tocador de cítara y, después,
sabio.
P i t á g o r a s . — Y, a continuación, manejar la aritmética.
C o m p r a d o r . — Yo ya sé contar.
P i t á g o r a s . — ¿Cómo c u e n t a s ?
C o m p r a d o r . — U no, dos, tres, cuatro...

2 Si h ace m o s caso de lo q u e c u e n ta H e r ó d o t o , H isto ria I 34, 85,


u n o de los h ijo s de C re so era m u d o .
SUBASTA D E VIDAS 33

P i t á g o r a s . — ¿Ves? Lo que a ti te parecen cuatro son


diez, y un triángulo perfecto y nuestro juramento 3.
C o m p r a d o r . — N o, por la más grande de las cosas por
las que se puede jurar, por el número cuatro, nunca he
oído palabras más divinas ni más sagradas.
P i t á g o r a s . — Después, extranjero, date una vuelta por
la tierra y fíjate a ver cuál es el flujo del aire, el agua
y el fuego y cuál es su forma para poder moverse.
C o m p r a d o r . — ¿El fuego, o el aire, o el agua tienen
forma?
P i t á g o r a s . — Y muy fáciles de distinguir. N o es posi-
ble que muera lo que carece de forma o de estructura. Y
por eso sabrás que la divinidad es número, inteligencia y
armonía.
C o m p r a d o r . — Dices cosas maravillosas.
P i t á g o r a s . — Pues, además de todas esas que he dicho, 5

sabrás que tú m ism o, si te fijas, tendrás la impresión de


ser una persona, pero de hecho eres otra.
C o m p r a d o r . — ¿Qué dices? ¿Que soy yo otro y no el
hombre que está ahora mismo dialogando contigo?
P i t á g o r a s . — Sí, ahora eres ese hombre; pero hace mu-
cho tiempo apareciste en otro cuerpo y en otro nombre.
Y con el tiem po nuevamente pasarás a otro.

3 El triá n g u lo pe rfe cto al q u e se a lu d e en o tro s d iálog os debe re fle ja r-


se g ráfica m e n te p a ra su m ejo r co m p ren sió n :

P itág o ra s resp o n d e a las p reg u n tas co n m a rca d o ac en to jó n ic o , qu e en


un a lectu ra sí p o d ría m o s refle jar.
34 OBRAS

C o m pr a d o r . — ¿Estás diciendo esto, a saber, que yo


voy a ser inmortal evolucionando a otras muchas formas?
6 Bueno; basta ya de ese tema. A ver, ¿cómo es lo que
se refiere al régimen de comidas?
P i t á g o r a s . — N o me alimento de ningún ser vivo; ex-
cepto habas, com o de todo lo demás.
C o m p r a d o r . — Y eso, ¿por qué? ¿Es que te dan asco
las habas?
P i t á g o r a s . — N o , pero son sagradas y su naturaleza
es prodigiosa. En primer lugar, son simiente, y si pelas
un haba que está todavía verde, verás que la contextura
es parecida a los genitales masculinos. Y si las cueces y
las expones a la luna en unas noches determinadas, harás
sangre. P ero, lo más importante, es costumbre que entre
los atenienses los cargos públicos se elijan con habas 4.
C o m p r a d o r . — Todas tus palabras son hermosas y las
pronuncias con un aire de solemnidad sagrada. Pero, des-
núdate, que quiero verte desnudo. ¡Por Heracles, tienes
el muslo de oro! Da la impresión de ser una divinidad y
no un mortal; así que lo compro con toda seguridad. ¿Por
cuánto lo subastas?
H e r m e s . — Por diez minas.
C o m p r a d o r . — Ahí tienes; por ese precio me lo llevo.
Z e u s . — Anota el nombre de quien lo va a comprar
y de dónde es.
H e r m e s . — Parece ser, Zeus, un italiota de la zona que
rodea Crotona y Tarento y la Grecia lim ítrofe. Pues, en
verdad, no uno sino casi trescientos lo han comprado, o
mejor lo han «com partido».

4 E n p rim e r lu g a r, p ien so q u e so n alu bias m ás q ue ha b a s a lo que


se refiere el te x to , y es cierto q u e se em p lea b an en los sorteo s de los
carg o s p ú b lico s, si bien existen o tro s p ro c ed im ie ntos.
SUBASTA D E VIDAS 35

Z eu s. — Que les vaya bien. Ofrezcam os a otros.


Her mes. — ¿Quieres a aquel que está manchado de pol-
vo, al del Ponto?
Z e u s . — D e acuerdo.
H e r m e s . — ¡Eh, tú, el que está colgando la alforja,
el de la camisa sin mangas, ven aquí y date una vuelta
por la sala! ¡Vendo una vida varonil, una vida excelente
y notable, una vida libre! ¿Quién está dispuesto a
comprarla?
C o m p r a d o r . — Heraldo, ¿tú qué dices? ¿Que vendes
a un hombre que es libre?
H e r m e s . — Sí s e ñ o r .
C o m p r a d o r . — ¿Y no temes que te lleve a juicio por
sometimiento a esclavitud o te cite ante el Areópago?
H e r m e s . — A él no le importa que lo subaste, pues
cree que es libre en todas las facetas.
C o m p r a d o r . — ¿Y qué provecho podrá sacar alguien
de él, sucio, y en un estado tan desastroso? Habría que
dedicarle a cavar o a llevar agua.
H e r m e s . — N o sólo eso; si le encargas que vigile la
puerta de la casa, lo hará con más fidelidad que los
perros; por cierto que «perro» 5 se llama.
C o m p r a d o r . — ¿De dónde es y qué está dispuesto a
que se le encomiende?
H e r m e s . — Pregúntale, es lo mejor que se puede hacer.
C o m p r a d o r . — Me da miedo su ceño fruncido y cabiz-
bajo, no sea que me dé un ladrido al acercarme a él o,
incluso, por Zeus, me dé un mordisco. ¿No ves cóm o, pre-
parado el mazo, frunce las cejas y cóm o mira de reojo
con aire amenazador y enfadado?
H e r m e s . — N o tengas m iedo, pues está dom esticado.

5 Véase M e n ip o o N ecrom a n cia , n . 2.


36 OBRAS

C o m pr a d o r . — En primer lugar, buen hombre, ¿de


dónde eres?
D ió g e n e s .— De todas partes.
Co m pr a d o r . — ¿Cómo d ic e s ?
D i ó g e n e s . — Estás viendo a un ciudadano del m undo.
C o m p r a d o r . — ¿Imitas a alguien?
D i ó g e n e s . — A Heracles.
C o m p r a d o r . — ¿Por qué no vas recubierto tú también
de una piel de león? Porque en el mazo te pareces a él 6.
D ió g e n e s . — É s ta es m i p ie l d e le ó n : la c a p a r a íd a .
Y, a l i g u a l q u e a q u é l , y o l u c h o c o n t r a lo s p l a c e r e s , s in
q u e n a d ie m e o b lig u e a e llo , p o r v o lu n ta d p r o p ia , p u e s
h e e le g i d o l i m p i a r l a v i d a d e i n m u n d i c i a s .
C o m p r a d o r . — Buena elección, pero ¿qué se puede de-
cir que sabes fundamentalmente, o a qué te dedicas?
D i ó g e n e s . — Soy libertador de hombres y médico de
aflicciones. En una plabra, quiero ser «profeta» de la ver-
dad y la franqueza.
C o m p r a d o r . — ¡Bien, «profeta» 7! Y caso que te com -
pre, ¿cuál será tu comportamiento?
D i ó g e n e s . — En primer lugar, cogiéndote y quitándote
la molicie y encerrándote conm igo en la indigencia, te pon-
dré una capa corta y, después, te obligaré a pasar fatigas
y penalidades, durmiendo en el suelo, bebiendo agua y lle-
nando tu estóm ago de aquello que la suerte te depare. En
segundo lugar, tus bienes, si es que los tienes, si me haces

6 L a piel de leó n y la m aza o clav a eran los a trib u to s d istin tivos de


H eracles.
7 N o e n tro a d isc u tir la acep ció n del té rm in o « p ro fe ta » d e fo rm a d o
p o r las trad u cc io n es d e fe ctu o sa s d e los tex tos b íb lic o s, en tre o tro s. L o
m a n ten g o p o rq u e en tie n d o qu e re fle ja m ejo r q ue n in g ú n o tro , el c o n tra s-
te e n tre D ió gen es y su p o sib le c o m p ra d o r; un a so la p a la b ra p a ra tra d u c ir
p ro p h e té s se ría difícil de e n c o n tra r.
SUBASTA D E VIDAS 37

caso, los arrojarás al mar; te desentenderás de boda, hijos


y patria, y tod o eso serán para ti fruslerías; abandonando
la casa paterna, vivirás en un hoyo o en un torreón solita-
rio o, incluso, en un tonel. Que tu bolsa esté llena de altra-
muces y libros escritos por el dorso. De esa manera podrás
decir que eres más feliz que el gran rey. Y si alguien te
torturase o te azotase, no pienses que está haciendo nada
doloroso.
C o m p r a d o r . — A ver, ¿cómo es eso que dices, el no
sentir dolor al ser azotado? ¡Que a mí no me han recubier-
to la piel de un caparazón de tortuga o de erizo!
D i o g e n e s . — A poco que lo cambies, imitarás aquel ver-
so de Eurípides.
C o m p r a d o r . — ¿Cuál?
D ió g e n e s . io

La m ente te dolerá, p ero la lengua no te do lerá 8.

Los rasgos que más te conviene adquirir son éstos: es


útil ser intrépido y andar y censurar por igual a todos,
reyes y ciudadanos de a pie. Así, todos se fijarán en ti
y te tendrán por un auténtico hombre. Que tu acento sea
extranjero y tu voz hueca y sin m odulación, parecida a
la de un perro; la cara estirada y el paso adecuado a tu
porte, y en todas las facciones un aire feroz y agresivo.
Queden desterrados el decoro, la cortesía, la m oderación,
y quita raspando el sonrojo de tu rostro por com pleto.
Frecuenta los lugares más poblados de hombres y, en ellos,
desea estar solo sin compañía, sin acercarte a am igo o a
extranjero. Todo eso es la liberación de las ataduras. A
la vista de todos haz, ten valor, lo que ni siquiera en priva-
do te atreverías a hacer, y de los placeres del amor, elige

A lu d e al v. 612 del H ip ó lito d e E u r íp id e s : «la leng ua h a ju ra d o ,


pero la m en te n o » .
38 OBRAS

los más divertidos y, por últim o, si te parece, cóm ete un


pulpo o una sepia cruda y muérete. Ésa es la felicidad que
te procuraremos.
C o m p r a d o r . — Lárgate. Dices porquerías impropias de
un hombre.
D i ó g e n e s . — Pero, oye, tú, es muy fácil y está al al-
cance de todos el buscar ese tipo de vida. N o te hará falta
educación, ni doctrinas, ni charlas, sino que ese cam ino
es para ti un atajo hacia la fam a. Y aunque seas un ciuda-
dano de a pie, zapatero o vendedor de salazones o carpin-
tero o banquero, nada te impedirá ser un tipo admirado,
sim plemente si la desvergüenza y la cara dura están a tu
lado y aprendes a criticar bien a la gente.
C o m p r a d o r . — Para eso no te necesito. Tal vez, si fue-
ras un marinero o jardinero, me vendrías al pelo, y eso,
siempre y cuando ése quisiera venderte, com o máximo, por
dos óbolos.
H e r m e s . — Tom a y llévatelo. Estaremos encantados de
vernos libre de un tipo m olesto, chillón y que no para de
meterse con todo el mundo y que no dice a voz en grito
más que tonterías.
Z e u s . — ¡Venga! Llama a otro, al cirenaico, al del ves-
tido de púrpura, que lleva una corona.
H e r m e s . — Venga, tú, acércate. ¡Un ejemplar perfecto
que está pidiendo a gritos gentes con dinero! H e aquí una
vida sumamente gozosa, una vida superfeliz. ¿Quién tiene
ganas de lujo? ¿Quién compra al más exquisito del mer-
cado?
C o m p r a d o r . — Ven tú y di qué es lo que sabes, que
yo te compraré si me vas a ser útil.
H e r m e s . — N o le molestes, buen hombre, ni le pre-
guntes, que está borracho. Así que mal podría contestarte,
pues, com o estás viendo, se le traba la lengua.
SUBASTA D E VIDAS 39

C o m p r a d o r . — Pues, ¿quién con dos dedos de frente


compraría a esta piltrafa de hombre tan corrompido y de-
senfrenado? ¡De cuántos perfumes desprende el aroma
cuando camina con paso inseguro y vacilante! Pero, aun-
que sea, tú, Hermes, dinos cuáles son sus cualidades y qué
ventajas tiene.
H e r m e s . — En dos palabras; es bueno para vivir con
él y capaz de compartir la bebida y está predispuesto a
acompañar a su señor, amante, corrom pido, cuando va
de jarana por ahí con una flautista. Por lo demás es cata-
dor de manjares y cocinero muy diestro, y un conocedor
perfecto del pasarlo bien. Fue educado en Atenas, pero
estuvo com o esclavo en Sicilia, en la corte de los tiranos,
mas goza de muy buena reputación entre ellos. Lo más
importante de su forma de actuar es que desprecia todo
y a todos, de todo y todos se aprovecha y de todas partes
va recogiendo para sí.
C o m p r a d o r . — Yo creo que es hora de echar un vista-
zo a otro de esos hombres ricos y acaudalados; desde lue-
go, yo no estoy dispuesto a comprar una vida atolondrada.
H e r m e s . — Ése parece que está ahí parado, sin com -
prador, para nosotros.
Z e u s . — ¡Cámbialo de sitio! Ahora trae a otro; mejor i
esos dos, el que ríe, de Abdera, y el que llora, de Éfeso.
Quiero que los compréis a los dos en un lote.
H e r m e s . — Bajad los dos al medio. ¡Vendo las dos vi-
das más excelentes; estamos subastando las más sabias de
todas las vidas!
C o m p r a d o r . — ¡Ay, Zeus, qué contraste! El uno no
para de reír y el otro parece que está plañendo a un muer-
to; por lo menos, llora a mares. Oye, tú, ¿de qué te ríes?
D e m ó c r i t o . — (Con acento extranjero.) ¿Me pregun-
tas? Pues, porque todos los asuntos vuestros me parecen
ridículos y vosotros mismos también.
40 OBRAS

Co m pr a d o r . — ¿Cómo dices? ¿Te burlas de todos no -


sotros y te importan un pepino nuestros asuntos?
D e m ó c r i t o . — Así es. Nada que justifique tantos afa-
nes hay en ellos; todo es un vacío y un impulso de átomos
e infinitud.
C o m p r a d o r . — Tú sí que estás de verdad vacío e infi-
14 nitamente ido. ¡Maldita sea!, ¿no vas a dejar de reírte?
Y tú, buen hombre, ¿por qué lloras? Me parece que es
mucho mejor hablar contigo.
H e r á c l i t o . — Pienso, extranjero, que los avatares hu-
manos son dignos de lamentos y sollozos y que no hay
ninguno de ellos que no sea perecedero. Por ello, los com -
padezco y me lam ento. Y no estim o importantes las cosas
de ahora, sino las que serán en tiempo posterior, totalm en-
te enojosas; me refiero a las catástrofes y al desastre del
universo. Eso es lo que lamento, porque no se puede hacer
nada por impedirlo, sino que en cierto m odo todo se amon-
tona en una amalgama, y viene a ser lo mismo gozar y
no gozar, saber y no saber, lo grande y lo pequeño; deam -
bulamos de arriba abajo y de abajo arriba, sujetos a cam -
bios en el juego de la eternidad.
C o m p r a d o r . — ¿ Q u é e s la e t e r n i d a d ?
H e r á c l it o . — Un niño que juega m oviendo fichas.
C o m pr a d o r . — ¿Qué son los hombres?
H e r á c l i t o . — Dioses mortales.
C o m p r a d o r . — Y ¿ q u é los dioses?
H e r á c l i t o . — Hombres inmortales.
C o m p r a d o r . — Oye tú; enigmático es lo que dices, o
¿es que m e estás proponiendo adivinanzas? Así de simple,
com o Loxias, no explicas nada con exactitud 9.

9 S o b re n o m b re q u e se le d a b a a A p o lo c om o re sp o n sab le ú ltim o de
los o rá c u lo s q u e se d a b a n en D elfo s; o rácu lo s delib erad a m en te co nfuso s
y a m b ig u o s.
SUBASTA D E VIDAS 41

H e ra c lito . — N o me importa nada de vosotros.


C o m p ra d o r. — Entonces, nadie que tenga dos dedos
de frente estará dispuesto a comprarte.
H e r á c l i t o . — Desde que estaba en plena juventud, mi
misión es lamentarme por todos, por los que comnran y
por los que no.
C o m p r a d o r . — Precisamente, esa desgracia no está
exenta de un cierto trastorno mental. Yo, desde luego, no
pienso comprar a ninguno de los dos.
H e r m e s . — Pues se van a quedar éstos también sin
comprador.
Z e u s . — Anuncia a otro.
H e r m e s . — ¿Quieres que anunciemos a aquel atenien-
se, el gracioso?
Z e u s . — Muy bien.
H e r m e s . — Tú, ven aquí. Vamos a subastar una vida i
honesta y sensata, ¿quién va a comprar al más sagrado?
C o m p r a d o r . — A ver tú, ¿qué diablos sabes hacer?
S ó c r a t e s . — S o y p e d e r a s t a 10 y e n t i e n d o d e t e m a s d e l
am or.
C o m p r a d o r . — ¿Cóm o, pues, te voy a comprar? Lo
que yo necesitaba para mi hermoso niño es un pedagogo.
S ó c r a t e s . — ¿Quién podría haber más apropiado que
yo para estar con un hermoso joven? Y conste que no soy
un amante de los cuerpos; pienso que es el alma la que
es realmente bella, sin lugar a dudas; si me cobijaran bajo
el mismo m anto, oirías que no han sufrido m enoscabo al-
guno de parte m ía 11.

10 L a tra d u c c ió n p u ed e p re sta rse , h a sta cierto p u n to , a co n fu sió n ,


pues, d e e n tra d a , su e n a un p o c o fu e rte p a r a p re s e n ta r a S ó crate s. N ótese,
sin e m barg o , q u e el c om p ra d o r hace, en el tex to griego, u n p equ eñ o juego
d e p a la b ra s ; n o n ecesita un « p e d -e ra sta » sin o un «p ed -a g o go » . El p ro p io
S ócrates a c la ra y m a tiz a su c arác te r « p e d e ra sta » en las fras es sig uientes.
11 A lu sió n a las p a la b ra s p ro n u n c ia da s p o r A lcibiad e s en el B a n q u e te
219d.
42 OBRAS

C o m p r a d o r . — Dices cosas increíbles, como que quien


es pederasta no se mete en berenjenales más allá de las
fronteras del alma, y eso teniendo la ocasión, máxime ya-
ciendo bajo el mismo manto.
S ó c r a t e s . — Por el perro y el plátano te juro que
eso es así.
C o m p r a d o r . — ¡Ay, Heracles, qué absurdos los dioses!
S ó c r a t e s . — ¿Qué estas diciendo? ¿N o te parece que
el perro es una divinidad? ¿No estás viendo, por ejem plo,
qué importante es Anubis en Egipto? ¿Y Sirio en el cielo
y Cerbero en el mundo subterráneo?
C o m p r a d o r . — Llevas razón. Yo estaba equivocado.
Pero ¿qué clase de vida llevas?
S ó c r a t e s . — Habito una ciudad que he m odelado a mi
medida, me rijo por una constitución extranjera y pienso
que las mías son las únicas leyes.
C o m p r a d o r . — Me gustaría oír uno de los decretos.
S ó c r a t e s . — Escucha el más importante, a mi parecer,
que versa sobre las mujeres: «que ninguna de ellas sea de
ningún hombre solo, que participe del matrimonio todo
el que quiera» 12.
C o m pr a d o r . — ¿Quieres decir, abolir las leyes sobre
el adulterio?
S ó c r a t e s . — S í, p o r Z e u s , y a s í z a n j a r í a m o s t o d a l a
h i p o c r e s í a s o b r e el te m a .
C o m p r a d o r . — ¿Y qué te parece respecto de los jóve-
nes en la flor de la vida?

12 C lara alu sió n a las teo rías plató n icas de co rte co m u n ista , lo qu e
se h a d ad o en llam ar «el am o r lib re» . B uen a p u n ta le sacó A r i s t ó f a n e s
en L as asam bleístas. M ás a b a jo , al revelar el n o m b re del c o m p ra d o r,
estos pu n to s se ac lara n . D ió n de Sira cu sa, in flu e nc ia d o, y en gran m e di-
d a , po r P la tó n , p u ja p o r con seguir y la consigue, la vida de S ócrates.
SUBASTA D E VIDAS 43

S ó c r a t e s . — También sus caricias serán un premio pa-


ra los que hayan realizado trabajos destacados y notables.
C o m p r a d o r . — ¡Ay, ay, qué excesiva generosidad! ¿Y
qué es para ti lo importante de la sabiduría?
S ó c r a t e s . — L a s « i d e a s » y lo s m o d e l o s d e lo s s e r e s .
T o d o c u a n t o v e s , la t i e r r a , l o q u e h a y s o b r e e ll a , e l c ie l o ,
el m ar, son im á g e n e s in v i s ib l e s e s ta b le c id a s fu e ra del
u n iv e rs o .
Co m pr a d o r . — ¿Dónde están establecidas?
Só c r a t e s .— En ninguna parte; si estuvieran en algún
lugar, no existirían.
C o m p r a d o r . — N o veo bien esos m odelos que dices.
S ó c r a t e s . — Evidente, puesto que tienes ciego el ojo
del espíritu. Y o, en cam bio, estoy viendo imágenes de to-
do, veo un tú invisible y un yo distinto, y así lo veo todo
doble.
C o m p r a d o r . — Por lo m enos, eres lo suficiente sabio
y fino en tus apreciaciones com o para que merezca la pena
comprarte. Vamos a ver, tú, ¿cuánto me vas a hacer pagar
por él?
H e r m e s . — D os talentos.
C o m p r a d o r . — Lo compro por el precio que dices. Lue-
go te traigo el dinero.
H e r m e s . — ¿Cómo te llamas?
C o m p r a d o r . — Dión d e Siracusa.
H e r m e s . — Tom a y llévatelo. Que te vaya bien. Voy
a llamarte ya, epicúreo. ¿Quién está dispuesto a comprar
a éste? Es discípulo de aquel que se reía y del que estaba
borracho, a los que subastam os poco antes. Él sabe una
cosa más que ellos, en la medida en que es más impío.
En otros aspectos es agradable y amigo de la buena mesa.
C o m p r a d o r . — ¿ C u á l es su p r e c io ?
H er mes. — D os minas.
44 OBRAS

C o m p r a d o r . — Toma. Por cierto, para que lo sepa yo,


¿cuáles son los manjares que le gustan?
H e r m e s . — Com e cosas dulces y pringosas, pero sobre
todo higos.
C o m p r a d o r . — N o hay problema, le compraremos pas-
teles de frutas de los carios.
Z e u s . — Llama a otro, a aquel que tiene una cicatriz
en la piel, de aspecto taciturno, al del Pórtico 13.
H e r m e s . — Llevas razón. Al m enos, parece que una
gran multitud de los que se concentran en el ágora le espe-
ra. ¡Vendo la virtud personificada, la más perfecta de las
vidas! ¿Quién es el único que quiere saberlo todo?
C o m p r a d o r . — ¿Por q u é dices esto?
H e r m e s . — Porque él es un sabio único y bueno, el
único justo y valeroso, rey, orador, rico, legislador y todo
lo demás.
C o m p r a d o r . — ¿No es también un cocinero único, y
también, por Zeus, un zapatero único, un carpintero único
y demás cosas por el estilo?
H e r m e s . — Parece que sí.
C o m p r a d o r . — Ven aquí, buen hombre, y dime a mí,
tu com prador, cóm o eres y, ante todo, si no te disgusta
el hecho de que vaya yo a comprarte y, en consecuencia,
pases a ser esclavo.
C r i s i p o . — En absoluto. Esas cosas no están en nues-
tras manos. Y lo que no está en nuestras manos es inm ate-
rial.
C o m p r a d o r . — N o entiendo a q u é te refieres.

13 M ejo r se ría tra d u c ir « p o rch e » , p u es « p ó rtic o » se em p lea en la a c -


tu a lid a d com o u n té rm in o , d iría m o s , específico del a rte . U na sto á, p a la -
b ra griega q u e h a d a d o n o m b re a los estoicos es lo m ás p arec id o a u n a
g alería o p o rch e .
SUBASTA D E VIDAS 45

C r i s i p o . — ¿Qué dices? ¿No comprendes que de esas


cosas una son preferibles y otras impreferibles? 14.
C o m p r a d o r . — Pues tam poco ahora entiendo ni jota.
C r i s i p o . — Normal. No estás acostumbrado a nuestros
términos, ni tienes la «fantasía cataléptica»; en cambio,
el estudioso que ha aprendido «teoría lógica» no sólo sabe
todo eso, sino además, cuáles son las causas fortuitas y
accidentes secundarios y en qué se diferencian entre sí.
C o m p r a d o r . — En aras de la sabiduría, no me dejes
sin explicar lo que es la causa fortuita y el accidente secun-
dario 15. N o sé cóm o me he visto impactado por el ritmo
de los términos.
C r i s i p o . — Nada de confundirte. Pongamos que alguien
que es cojo tropieza en una piedra precisamente con el pie
del que cojea y se lesiona fortuitamente; la cojera que te-
nía es la causa fortuita; la herida es el accidente secundario.
C o m p r a d o r . — ¡Qué sutileza! ¿Qué más dices que 22
sabes?
C r i s i p o . — Los entresijos de las palabras con los que
atrapo a los que se dirigen a las masas y les cierro la boca
y los hago callar, poniendo en torno a su boca el bozal.
A esa capacidad se le da el nombre de «fam oso silogis-
mo» 16.

14 A p a rtir d e a q u í co m ien zan a em p le arse té rm in o s específicos de


la filo so fía esto ica q u e son m uy difíciles de tr a d u c ir; tal vez lo id eal sería
d ejarlos tal cu al. H e ac e p ta d o , en este c a s o , la tra d u cc ió n d e A . T o v a r.
15 Se les p u ede lla m a r, resp ectiv am en te , « a ccide n te» y « p re te ra cci-
d en te» ; en grieg o, sy m b a m a y p ara sy m ba m a .
16 In ten tem o s a c la rar el p e q ueñ o g alim a tías del coc o d rilo , q ue viene
a c o n tin u ación , p a ra ver com o fu n c io n a «el f a m o s o silo gism o».
S u p o n g a m o s el sig uien te d iálo go :
S u p u e sto A S u p u e sto B
Co c o d r il o . — ¿V oy a d evolverte Co c o d r il o . — ¿V oy a d ev olv erte
el n iñ o , sí o n o ? el niñ o , sí o no ?
46 OBRAS

Co m pr a d o r . — Por Heracles, duro e inextricabale es


lo que dices.
C r i s i p o . — Vamos a ver; fíjate, al menos. ¿Tienes
niños?
C o m p r a d o r . — ¿A cuento de qué me lo preguntas?
C r i s i p o . — Si un cocodrilo, pongamos por caso, te arre-
bata al hijo cerca del río por encontrarlo perdido y te pro-
metiera devolverlo después, si le dijeras de verdad lo que
él pretendía hacer respecto de devolverlo o no, ¿qué dirías
que habría decidido?
C o m p r a d o r . — ¡Qué pregunta tan difícil de contestar!
N o sé con qué respuesta podría devolverme al hijo. Va-
m os, por Zeus, con tu respuesta devuélveme salvo al niño,
no sea que se anticipe el cocodrilo y se lo engulla.
C r i s e p o . — ¡Ánimo! Te enseñaré cosas más asombrosas.
C o m p r a d o r . — ¿Cuáles?
C r i s i p o . — Al «Segador» y al «Señor» y, sobre tod o,
a «Electra» y al «O culto» 17.

P a d r e . — Si Pa d r e . — No
Co c o d r il o . — T e eq uiv o cas. Co c o d r il o . — T ienes ra zón .

E n c o n secu en cia, el co co d rilo E n co n se cu en cia, se lo q ue d a y


d ev o ra al n iñ o . n o se lo devuelve.

C o n c l u s ió n .
El c o cod rilo sie m p re gan a .
E l pa d re siem pre p ierd e.

¡D iv e rtid o b o tó n d e m u estra ! ¿N o es verdad?


17 C o n tin ú a C risip o a n o n a d a n d o a su eventual c o m p ra d o r. Se tra ta
d e c u a tro tip o s d e ló g o i q u e c ó m o d a m e n te tra d u c im o s p o r « ra z o n a m ie n -
to s » . D ad o q u e el « E le c tra» y el « O c u lto » se exp lican , p ro ced e decir
d o s p a la b ra s resp ec to d e los d o s p rim e ro s. El «S e g a do r» se b a s a en un
em pleo en g añ o so d e la n eg ació n; al p arecer, alg uien se en c arga b a de d e -
m o stra r q u e u n h o m b re q u e ib a a segar un c a m p o n o p o d ía hace rlo;
SUBASTA D E VIDAS 47

Co m pr a d o r . — ¿Quién es ese Razonamiento Oculto o


a qué Electra te refieres?
C r i s i p o . — A la fam osa Electra, la hija de Agam enón,
que al mismo tiem po sabía y no sabía las mismas cosas.
Cuando estaba a su lado Orestes, sin haberse dado aún
a conocer, conocía a Orestes, que era su hermano, pero
desconocía que ése fuera Orestes. Respecto del Razona-
miento Oculto vas a oír un argumento sorprendente. C on-
téstame, ¿conoces a tu padre?
C o m p r a d o r . — Sí.
C r i s i p o . — ¿Y entonces? Si yo, poniendo a tu lado a
alguien «oculto», pregunto: ¿lo conoces?, ¿qué dirás?
C o m p r a d o r . — Que lo desconozco por com pleto.
C r i s i p o . — Pues era tu padre; de manera que si lo
ignoras es evidente que desconoces a tu padre.
C o m p r a d o r . — N o , no. Al destaparlo sabré la verdad.
Pero, cambiando de tema, ¿cuál es para ti el fin de la
sabiduría, o qué harás cuando llegues al culmen de la
virtud?
C r i s i p o . — Entonces llegaré a estar en torno a las co -
sas más importantes de la naturaleza; quiero decir, la ri-
queza, la salud y cosas por el estilo. Antes es obligatorio
haber abordado muchos y penosos trabajos aguzando la
vista en libros de trazos finos y recopilando escolios y sa-
turándose de solecismos y palabras absurdas. Y lo más im-
portante, no es lícito llegar a ser sabio sin antes beber tres
tragos de eléboro de golpe.

de ahí su n o m b re . El « S eñ o r» co n siste en q u e de c u a tro p ro p o sicione s


deben escogerse tres, al tie m p o q u e se desecha u n a. Si o b se rv a m o s el
fu n cion am ien to del « E le c tra » y del « O c u lto » , verem o s q u e to d o se b asa
en el em pleo in g en io so y sistem ático d e la falacia, p a ra qu e, pase lo que
pase y se res p o n d a lo qu e se re s p o n d a , el o p o n e n te lleve siem pre las de
perder.
48 OBRAS

C o m p r a d o r . — Eso es digno de tu estirpe y muy pro-


pio de un hombre hecho y derecho. Oye, y el ser un Gni-
fo 18 y usurero —y veo que esto te cuadra— , ¿qué dire-
m os, que es propio de un hombre que ha bebido el eléboro
y está en el culmen de la virtud?
C r i s i p o . — Sí. Al menos el hacer préstamos le cuadra-
ría sólo ai sabio. Puesto que lo suyo es darle vueltas a
la cabeza, y el prestar y calcular los intereses parece estar
cercano al discurrir, sólo le cuadraría al estudioso esa ta-
rea. Y no sólo los intereses puros y simples como los otros,
sino el sacar partido de esos intereses. ¿O es que no sabes
que de los intereses unos son primeros, otros segundos,
com o si dijéramos frutos éstos de aquéllos? Ya ves lo que
dice también el «silogism o»: si se coge el primer interés
también el segundo; pero hay que coger el primero para
coger el segundo.
24 C o m p r a d o r . — A sí, pues, ¿diremos lo mismo respecto
de los honorarios que por tu sabiduría recoges de los jóve-
nes, y que es evidente que el estudioso cobra honorarios
por la virtud?
C r i s i p o . — Ya vas aprendiendo. La clave de cobrar no
está en mí, sino en quien paga. El uno es desprendido,
el otro tacaño; yo me ejercito en ser tacaño y el alumno
desprendido.
C o m p r a d o r . — Pues sería conveniente que el joven en
cuestión fuera tacaño y tú el único rico derrochón.
C r i s i p o . — Oye, tú, que me estás tom ando el pelo. Fí-
jate no vaya a atravesarte con el arco de un silogismo nun-
ca dem ostrado.
C o m p r a d o r . — ¿A ver qué cosa terrible se desprende
de tu flecha?

18 Q uiere decir u n a v a ro .
SUBASTA D E VIDAS 49

C r i s i p o . — Perplejidad, mutism o y desviación de la


mente. Y lo más importante, si quiero te demostraré en
un instante que eres una piedra.
C o m p r a d o r . — ¿Cómo una piedra? ¡Ay, buen hom -
bre!, no me parece que seas Perseo 19.
C r i s i p o . — ¿Cómo que no? ¿La piedra es un cuerpo?
C o m p r a d o r . — Sí.
C r i s i p o . — ¿Y qué? ¿El animal 20 no es un cuerpo?
C o m p r a d o r . — Sí.
C r i s i p o . — ¿Y t ú no e r e s animal?
C o m p r a d o r . — Al menos, eso parezco.
C r i s i p o . — Pues, entonces eres una piedra.
C o m p r a d o r . — D e ninguna manera, así que libérame,
por Zeus y hazme hombre desde el principio del todo.
C r i s i p o . — N o es difícil. Vuelve a ser un hombre. D i-
me, ¿todo cuerpo es animal?
C o m p r a d o r . — N o.
C r i s i p o . — ¿Cómo? ¿Una piedra es un animal?
C o m p r a d o r . — N o.
C r i s i p o . — ¿Tú e r e s u n c u e r p o ?
C o m p r a d o r . — Sí.
C r i s i p o . — ¿Siendo un cuerpo eres un animal?
C o m p r a d o r . — Sí.
C r i s i p o . — Entonces no eres una piedra si eres un
animal.
C o m p r a d o r . — M enos mal, que ya se me estaban que-
dando las piernas frías com o las de Níobe 21 ; se me esta-

19 R ecuérd ese la h isto r ia d e P erse o , a la q u e , p o r c ierto , se a lu d irá


al p rin c ip io del ú ltim o d iálo g o (L o s retratos) de este v olu m e n. P erseo
d e rro tó a M edu sa y le c o rtó la ca b ez a, p e ro su m ira d a te n ía la p ro p ie d a d
de p e trific a r a q uien la recib ía.
20 L éase zó o n en el se n tid o de « s er viv iente».
21 A lu sión a alg o q u e viene ex p licad o en la n. 1 del últim o diálogo
50 OBRAS

ban quedando heladas. Pues te voy a comprar. ¿Cuánto


hay que pagar por él?
H e r m e s . — D oce m i n a s .
C o m p r a d o r . — A h í t ie n e s .
Her mes. — ¿Eres tú el único comprador?
Co m pr a d o r . — Por Zeus, todos esos a los que ves.
H e r m e s . — H ay muchos y bien fornidos de hombros,
que vienen com o anillo al dedo <para el Segador).
Z e u s . — N o pierdas el tiempo; llama a otro.
H e r m e s . — Al peripatético, a ti te digo, al guapo, al
rico; ven aquí. Vais a comprar al más inteligente, al que
sabe absolutamente todo.
C o m p r a d o r . — Y ¿ c ó m o e s?
H e r m e s . — M oderado, contenido, de vida ordenada y,
lo más im portante, doble.
C o m p r a d o r . — ¿ C ó m o d ic e s ?
H e r m e s . — Por fuera da la impresión de ser uno, pero
por dentro parece ser otro; así que, si lo compras, acuér-
date de llamar a una parte «exotérica» y a otra «esotérica».
C o m p r a d o r . — ¿Y qué es lo que sabe, fundamental-
mente?
H e r m e s . — Que tres son las excelencias; las del alma,
las del cuerpo, las del mundo exterior.
C o m p r a d o r . — Piensa com o un ser humano; ¿cuánto
es?
H e r m e s . — Veinte minas.
C o m p r a d o r . — Mucho e s .
H e r m e s . — N o, buen hombre. Él parece tener algún
dinero, así que no te demores en comprarlo. Y, además,
a su lado, aprenderás, al punto, cuánto tiem po vive el m os-

del presente volumen, pues allí es donde le cuadra una explicación más
detallada.
SUBASTA D E VIDAS 51

quito, a cuánta profundidad brilla el mar bajo el sol y


cóm o es el alma de las ostras.
C o m p r a d o r . — ¡Por Heracles, q u é rigor!
H e r m e s . — Pues ¿qué, si oyeras otras cosas mucho más
agudas que ésas, respecto de la fecundación y la genera-
ción y de la m odelación de los embriones en las matrices
y por qué un hombre puede ser capaz de reír y un burro,
en cambio, no es capaz de reír, ni de fabricar casas, ni
apropiado para la navegación?
C o m p r a d o r . — Cosas muy sublimes dices y sus ense-
ñanzas son provechosas; así que voy a comprarlo por las
veinte minas.
H e r m e s . — De acuerdo. 27

Z e u s . — ¿Quién nos falta?


H e r m e s . — Quedá el escéptico ése. ¡Tú, Pirrias 22, acér-
cate y que al instante te ofrezcan en público! Ya se va
largando la muchedumbre y en pocos instantes se procede-
rá a la subasta. Sin embargo, veam os, ¿quién quiere com -
prar a éste?
C o m p r a d o r . — Y o mismo. Pero primero dime, ¿tú qué
sabes?
P i r r ó n . — Nada.
C o m p r a d o r . — ¿Cómo dices eso?
P i r r ó n . — Simplem ente, porque me parece que nada
existe.
C o m p r a d o r . — Entonces, nosotros no existim os.
P i r r ó n . — Eso no lo sé.
C o m p r a d o r . — ¿Y no sabes si tú existes?
P i r r ó n . — Aún sé menos eso precisamente.
C o m p r a d o r . — ¡Qué problemas! ¿Y qué quieren de ti
esas balanzas?

22 Mote o, mejor, apelativo cariñoso para referirse a Pirrón de Elide,


fundador de la escuela escéptica.
52 OBRAS

P i r r ó n . — Trato de sopesar en ellas los argumentos y


trato de equilibrarlos. Y una vez que veo los dos platillos
perfectamente equilibrados, entonces, sí, entonces desco-
nozco cuál es el más verdadero.
C o m p r a d o r . — ¿Y de las demás cosas qué harías
gustosamente?
P i r r ó n . — Todo, excepto ponerme a perseguir a un es-
clavo fugitivo.
Co m pr a d o r . — ¿Por q u é te parece eso imposible?
P ir r ó n . — Porque no lo atrapo, buen hombre.
C o m p r a d o r . — N o me extraña. Pareces ser un tipo len-
to y rem olón. ¿Cuál te parece la culm inación de la
sabiduría?
P i r r ó n . — La ignorancia y el no oír, ni ver.
C o m p r a d o r . — ¿Quieres decir el ser al mismo tiempo
ciego y mudo?
P i r r ó n . — Y, además, el ser indeciso, insensible y no
diferenciarse en nada de un gusano.
C o m p r a d o r . — Precisamente por eso vale la pena com -
prarte. ¿Cuánto dices que hay que pagar?
H e r m e s . — Una mina ática.
C o m p r a d o r . — Ahí tienes. Oye, tú, ¿qué dices? ¿Te
acabo de comprar?
P i r r ó n . — N o e s tá c la ro .
C o m pr a d o r .— ¿Cómo que no? A cabo de comprarte
y ya pagué el dinero.
P i r r ó n . — Pero yo me resisto y estoy recapacitando.
C o m p r a d o r . — Pues, acompáñame, que tienes que ser
mi criado.
P i r r ó n . — ¿Quién sabe si estás diciendo la verdad?
C o m p r a d o r . — El pregonero y la mina y los aquí
presentes.
P ir r ó n . — ¿Es que hay aquí gente?
SUBASTA DH VIDAS 53

C o m p r a d o r . — Pues yo, m etiéndote ya a trabajar en


el m olino, te convenceré, con el argumento más corriente,
de que soy tu dueño.
P i r r ó n . — Ni se te o c u r r a .
C o m p r a d o r . — Por Zeus, ya he dicho que sí.
H e r m e s . — Tú, deja de resistirte y acompaña a tu com -
prador. Y a vosotros, hasta m añana. A hora vamos a su-
bastar vidas corrientes, obreras y comerciantes.

También podría gustarte