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Correo del Maestro Núm.

6, noviembre 1996

Los archivos y la historia, una necesaria relación


Gustavo Villanueva Bazán

La idea del presente trabajo no es hacer una relación histórica exhaustiva sobre el papel de
los archivos en las sociedades mundiales; se trata simplemente de ejemplificar con algunos
datos, la presencia que los archivos como instituciones dedicadas específicamente al
resguardo y tratamiento de la documentación, han tenido y tienen a través del tiempo y del
espacio.

Por otra parte, se trata de establecer la relación que existe entre esas dos disciplinas —la
archivística y la historia— vinculadas de alguna manera con el pasado, a través de las
fuentes documentales, de su procesamiento y de su interpretación para producir el
conocimiento histórico.

La importancia de los archivos a través del tiempo.

Podemos decir que los archivos surgen con la historia misma del hombre ya que como
conjunto de documentos, son necesariamente una creación humana, aunque el documento
en sí, como posibilidad testimonial, no tiene que ser un producto del hombre; bien puede
tratarse de algo natural en el cual no existe intervención humana, pensemos, por ejemplo,
en los fósiles, las piedras.

La historia del hombre se liga con el manejo e interpretación de los documentos los cuales,
en un afán de aprovechamiento supremo, son reunidos por el hombre con la finalidad de
conservar y preservar los testimonios y difundirlos en tanto son parte del conocimiento que
de sí mismo puede hacer el ser humano.

Se dice que ya en Egipto y Mesopotamia existían depósitos documentales que guardaban


registros de las actividades cotidianas, económicas, jurídicas y políticas de esos pueblos.

Sin embargo, es a los pueblos grecolatinos a quienes debemos el interés y la conciencia


acerca de la importancia que tiene conservar la documentación para su manejo en el estudio
sobre la humanidad. Esta importancia, la llevaron al grado de crear secciones especiales
para la custodia de documentos en áreas especiales de los templos.

Los visigodos, durante su estancia en la Península Ibérica, dejaron constancia de su interés


por la documentación y por los archivos.

Desgraciadamente la invasión árabe hizo desaparecer todo rastro de los archivos visigóticos
en tanto que la Reconquista por su parte, se encargó de desaparecer los vestigios de los
archivos árabes.

Durante la Edad Media, al archivo se le concedió la importancia de ser resguardo oficial de


testimonios válidos en conflictos territoriales y de defensa de derechos; sin embargo, la
carencia de lugares específicos destinados a la guarda de los documentos provocó, en
infinidad de casos, la desaparición de los mismos.

Es a la Iglesia Católica a quien se debe la estabilización del archivo ya que en el


monasterio, concebido como centro religioso y cultural, tuvieron cabida los archivos, los
cuales fueron entendidos ya no sólo como testimonio probatorio, sino como posibilidad de
conocimiento, de dato dispuesto a esclarecer dudas sobre el pasado de la humanidad.

Libro antiguo (siglo XVIII) perteneciente al fondo Colegio de San Ildefonso


(Sección Colegio de Cristo) custodiado por el Archivo Histórico de la
UNAM.

A la Iglesia se le debe también el rescate, la conservación y la difusión de las técnicas de


archivado, heredadas de la antigüedad clásica.

A raíz del Concilio de Trento, los archivos parroquiales, como encargados del registro de
los actos y momentos fundamentales del individuo, proliferan, lo que redunda en beneficio
de la conservación de los documentos.

A raíz de la Revolución Francesa, los archivos van a ser considerados desde otras
perspectivas: en primer término, se abrirán a la ciudadanía dejando su carácter cerrado y de
utilización exclusiva de la administración gubernamental; en segundo término, la adopción
y perfeccionamiento de las técnicas de archivado por parte de los Estados Modernos,
significará la creación de los archivos nacionales y la adopción por parte del Estado de la
responsabilidad de conservar y garantizar la consulta de los documentos.

De esta situación, resulta que Francia crea en 1794, sus archivos centrales; Inglaterra
estableció la New Record Office, Alemania, Suiza y Portugal organizaron la consulta de los
documentos.

En 1842, también en Francia, se desarrolla por un paleógrafo, Natalis de Wailly, el


principio del respeto a la procedencia y al orden original de los documentos, que se
constituirá en el elemento básico de la archivística concebida como una disciplina
independiente de otras como la bibliotecología y la documentalística.

Durante todo el siglo XIX y principios del XX, los países americanos fueron creando sus
archivos nacionales: Argentina en 1821, México en 1823, Bolivia en 1825, Brasil en 1839,
Cuba en 1841, Colombia en 1868, Paraguay en 1871, Costa Rica en 1881, República
Dominicana en 1884, Nicaragua en 1896, Panamá en 1912, Venezuela en 1914, Perú en
1919.

En México, la producción de documentos se remonta a la etapa prehispánica y sobresale en


esta labor la figura de Tlacuilo, artesano cuya función era dejar constancia de los
acontecimientos más importantes mediante pinturas y signos ideográficos que utilizaba para
guardar la memoria de esos hechos. De esto podría deducirse que el Tlacuilo, aparte de ser
el creador del documento, era el encargado de conservar y seguramente, preparar los
documentos para su utilización oportuna.

En el México colonial, es el escribano quien ejerce las funciones de productor de


documentos y de custodio de los mismos. No había una dependencia del incipiente
gobierno colonial que no tuviera como importante personaje al escribano, quien, aparte de
llevar la constancia de los actos realizados, con su firma daba la garantía que la fe pública
otorga a los documentos. En cierto modo, también el escribano era el secretario que, aparte
de dar testimonio, levantaba actas, las organizaba y velaba por el cumplimiento de lo
dispuesto en ellas. Dentro de la Iglesia Católica, el escribano es denominado notario y sus
funciones corresponden a las mismas del escribano pero dentro del ámbito de lo
eclesiástico.

Las parroquias contaban a veces con personas que sin tener una preparación específica,
desempeñaban las funciones de secretario y de escribano siendo las más de las veces, el
párroco, quien daba testimonio de los actos religiosos y organizaba ese testimonio para su
utilización dentro de la comunidad.
En México, los archivos datan propiamente de la época colonial. El primer virrey don
Antonio de Mendoza, manda que se concentre la documentación originada en el curso de su
administración, y de las otras administraciones que le anteceden y le suceden. En 1624 y
1692, graves incendios destruyen parte de esa documentación.

Algunos virreyes posteriores (Casa Fuerte, 1722-1734; Revillagigedo, 1746-1755;


Amarillas, 1755-1760; Croix, 1766-1771 y Bucareli, 1771-1779) se preocuparon porque en
sus administraciones, los documentos que se originaban y que servían como testimonio de
los actos trascendentes, fueran organizados y custodiados de la mejor manera posible.

El segundo Virrey de Revillagigedo (1789-1794) formuló un proyecto de Archivo General


en 1790 y un reglamento para el mismo en 1793 que escasamente llegó a ponerse en
práctica lográndose apenas una incipiente organización.

En 1825, Lucas Alamán, entonces Secretario de Relaciones Interiores y Exteriores, formuló


un proyecto para hacer público el Archivo General.

Durante la situación inestable del México Independiente, los archivos no fueron ajenos a
esta situación que se manifestó en la pérdida de documentos, seguramente de gran valor
para el conocimiento de la sociedad de ese momento y de sociedades anteriores. En 1843,
José María Lafragua impulsó la actividad de resguardo documental, mediante un
reglamento que se mantuvo vigente hasta 1913.

En 1915 el Archivo General pasó a depender de la Dirección General de Bellas Artes de la


SEP y actualmente depende del Poder Ejecutivo a través de la Secretaría de Gobernación.

Las fuentes documentales y su utilización en la producción histórica.

A este respecto, diremos que debido a su capacidad testimonial, la utilización de los


documentos se realiza, generalmente, con carga de subjetividad, ya que se pueden imprimir
al conocimiento, valoraciones, negativas o positivas, según el caso.

Es común ver, aun cuando todavía nos produce cierta sorpresa, cómo los estudios
realizados por distintos historiadores, basados a veces en los mismos documentos, en las
mismas fuentes, resultan muy disímiles en cuanto a sus conclusiones y a veces sumamente
contradictorios unos de los otros, es ahí cuando nos obligamos a reflexionar sobre el papel
de las fuentes históricas: de los documentos, de los datos, en fin, de todo aquello que nos
permite acercarnos a ese gran maestro que es nuestro pasado, a la historia en todas sus
consecuencias, a la vida a lo largo del tiempo.

Es precisamente a partir de los documentos, que podemos ir entretejiendo los hilos de esa
gran madeja, de ese entramado harto difícil que supone la interpretación histórica.

Las fuentes documentales, en su calidad de primarias, ofrecen al investigador social una


riqueza incalculable en cuestión de aportación de datos, de desarrollo del pensamiento e
ideologías predominantes, así como en la relación de sucesos tanto cotidianos como
trascendentes.

Por supuesto que la tarea histórica supone actividades que van más allá de la reproducción
de documentos sin un análisis o crítica de los mismos ya que siempre, en cada documento,
por muy imparcial que pudiera parecer, existe una visión particular de la realidad que a
veces, sin querer, o sin conocimiento de causa, se imprime.

Las obras producidas por el hombre llevan necesariamente un determinado compromiso,


producto de las relaciones que se crean alrededor del individuo en tanto, para cada ser
humano, la vida es una constante responsabilidad con determinadas actitudes o con formas
definidas de actuar o de pensar.

El pasado visto por los ojos del presente, requiere de un tratamiento específico que dé
coherencia a los temas desarrollados con los métodos utilizados a fin de sintetizar, en una
interpretación, los hechos concretos con las relaciones abstractas que producen, pero
siempre tomando en cuenta el momento y las condiciones que propiciaron la creación de
una actitud humana y su consiguiente fijación para la posteridad.

Todo esto lo relacionamos con la importancia que los documentos tienen para el
conocimiento histórico, lo cual implica a su vez, una fuerte responsabilidad para el
historiador quien debe tener, como meta fundamental, la búsqueda de la objetividad que, si
bien es un camino, una forma de hacer, es la línea que divide a la historia pensada como
ciencia, de la historia pensada como actividad artesanal. Y esto dicho no de manera
peyorativa, sino para diferenciar dos concepciones que tradicionalmente han sido discutidas
por los teóricos del conocimiento científico.

Los documentos, si bien aportan datos que enriquecen el conocimiento, no lo son todo en
cuanto al análisis científico del pasado ya que por sí mismos no contienen los elementos
suficientes para dar valor al quehacer histórico.

De esta manera, si bien seguramente hemos escuchado variadas versiones sobre


determinado acontecimiento histórico, el análisis, las conclusiones, las interpretaciones,
también seguramente, han sido distintas y a veces hasta contradictorias. Y esto sucede -
como hemos dicho- aún cuando los elementos que han soportado las investigaciones son
los mismos.

¿Cómo es posible —nos preguntamos— que a pesar de que los mismos documentos sean
utilizados en una o varias investigaciones, éstas arrojen resultados tan distintos?

Esto no es más que la actitud que se asume ante el dato concentrado en el documento, la
posición que se tiene dentro de la sociedad, las relaciones que, como decíamos
anteriormente, se crean alrededor del individuo que analiza el documento y lo interpreta
como pretérita creación humana tamizada por el presente.

Es así que la información contenida en los documentos es una verdad relativa, en tanto su
lectura es una parte de la globalidad del quehacer histórico, es sólo un dato al que hace falta
una interpretación que suele ser a su vez, el producto de las relaciones humanas, del
lenguaje que el historiador ha aprendido a lo largo de su vida y de la posición que ocupa
dentro de la sociedad.

El historiador y el archivista, dos oficios, un objetivo.

En la producción de conocimiento histórico intervienen, pues, factores tales como el objeto


de estudio, las fuentes que se tienen para alcanzarlo y las características particulares de
quien lo construye, es decir, el lugar que el historiador ocupa en la sociedad. De esta
manera, diríamos que si bien la historia requiere de sus fuentes sin las cuales no existiría un
sustento científico, las fuentes a su vez, por sí solas, no pueden considerarse como historia
en tanto requieren de un análisis basado en un método en el cual interviene necesariamente,
entre otros elementos, el lugar que el historiador ocupa en la sociedad, lo cual imprime una
carga de subjetividad al conocimiento producido.

Por su parte, el archivista, el profesional de los archivos, tiene a su cargo la importante


misión de dar coherencia a esas fuentes documentales, de establecer las relaciones
estructurales con que nacen esos documentos, de reconstruir el pasado de las instituciones a
través del conjunto de esas fuentes testimoniales y por fin, como una consecuencia natural,
buscar la posibilidad de socializar el contenido informativo de cada una de las piezas que
conforman los archivos.

Es pues entendible, la relación que se da entre el historiador y el archivista, entre quien se


encarga de conservar y poner en orden las fuentes, de darles la coherencia necesaria para su
entendimiento integral y de quien, aplicando una metodología determinada, busca con base
en esas fuentes, la interpretación objetiva del conocimiento histórico, del relevante pasado
humano a través de esas fuentes testimoniales, generalmente escritas, que conforman los
archivos.

El archivo y la historia, una relación simbiótica que toca los dos extremos del
conocimiento. ¿Cómo dudar de la importancia del archivo para el conocimiento histórico?
Por supuesto que existen otras fuentes distintas de las de archivo; existen documentos
sueltos, especiales, de tipo distinto a los textuales con una gran capacidad de retención de
datos. Pero, generalmente, se trata de fuentes que complementan los estudios históricos,
que ilustran más que desarrollan, que hablan muchas veces por sí solas y no por un
conjunto de actividades que se plasman generalmente en los documentos y que en sus
inicios, no tienen nada que ver con la historia y sí con la administración pero que, con el
paso del tiempo, al ir dejando a un lado su valor administrativo, adquieren un segundo
valor, científico, para la historia, para el conocimiento del pasado humano a través de
actividades pretéritas relevantes.

Proceso de restauración de un documento antiguo. Archivo Histórico de la


UNAM.

El historiador, al tomar las fuentes de un archivo, debe tener siempre esa idea de que los
documentos que lo conforman han pasado por un proceso de valoración y selección durante
el cual pudieron haberse perdido, por depuración, gran cantidad de ellos, y que en un
momento pudieran ser relevantes para la interpretación de algún acontecimiento específico.
La existencia o carencia de documentos puede ser, si el archivo se organiza correctamente,
un elemento a considerar en los análisis históricos ya que el aval de las acciones humanas
se torna con el tiempo, en testimonios válidos para el análisis, en tanto la carencia de los
mismos, implica en sí, cuestiones también dignas de considerarse.

Los archivistas a su vez, para recrear esa coherencia que los documentos adquieren desde
su creación, ese conjunto de relaciones abstractas que dan la posibilidad de entender al
archivo en su conjunto como creación humana dispuesta a dar testimonio de las actividades
de una institución determinada, requieren del método histórico para lograr esos objetivos.
El principio que desde 1842, año de su pronunciamiento, rige la metodología archivística,
se llama de respeto a la procedencia y al orden original y es precisamente con base en él,
que se puede organizar el archivo de manera que dé cuenta real de la estructura
organizativa y funcional de la institución que creó o recopiló los documentos que lo
conforman. Es así como, necesariamente, el archivista se inscribe en el área de la historia
de las instituciones tratando de reconstruir de la mejor manera la historia misma de los
archivos, la forma en que los documentos se han ido relacionando, las causas que los
producen, su caracterización formal o diplomática, el desarrollo técnico a través de los
diversos soportes que conforman los documentos, etcétera.

Sala donde se resguarda la serie de expedientes de personal del archivo


Histórico de la UNAM

La historia y los archivos son así, elementos que se interrelacionan, que se necesitan para
poder ser, para lograr los objetivos que caracterizan a estas actividades, para contribuir de
mejor manera en el conocimiento de las sociedades humanas.

Así, los historiadores y los archivistas, cada uno ante su papel dentro del conocimiento
histórico, representan la posibilidad de un conocimiento mucho más amplio del desarrollo
humano a través del tiempo, de las capacidades humanas de crear, de transformar y, por
supuesto, de dejar testimonio de esas capacidades. Tal vez por eso mismo, es común
observar en el campo de los archivos, historiadores que se encargan, muchas veces ante la
poca profesionalización archivística que existe, de la tarea de organizar los documentos
históricos, de dar a los archivos, un orden acorde con las características de quien los creó.

Sin embargo, no obstante esa importancia que tienen los archivos para el conocimiento del
pasado humano, concluimos pensando que si bien en nuestro país son muchos los archivos
históricos que existen, son muy pocos los recursos que pueden dedicarse a su buena
organización y funcionamiento. Preocupa tan sólo el pensar que infinidad de documentos se
han perdido por falta de recursos o por desinterés de las autoridades encargadas de la
preservación y conservación de los documentos históricos que forman parte de ese gran
patrimonio histórico documental. ¿Cuántos fragmentos de historia se habrán perdido por la
apatía de los involucrados en los archivos a niveles distintos?, ¿cuántas interpretaciones se
habrán abortado por falta de los datos contenidos en las unidades documentales que
conformaban esos valiosos acervos perdidos irremediablemente?, en fin, ¿cuántos y cuántos
momentos de historia no se habrán perdido para siempre llevando en los documentos un
c o n o c i m i e n t o q u e j a m á s s e r e c u p e r a r á ?

Impresiona pensar, no obstante las difíciles condiciones, en la cantidad de archivos que se


conservan en México y que ahí están, bien que mal, proporcionando un servicio inestimable
al conocimiento científico. Archivos interesantes que conservan testimonios de la historia
de México en diversas etapas y en temas específicos.

Archivos de dependencias gubernamentales, archivos estatales y municipales, eclesiásticos


y parroquiales, notariales, universitarios, etc., un mundo de documentos e información que
sin embargo, tal vez por su gran número, ha sido imposible organizar y poner al alcance de
los estudiosos que harían con ellos importantes aportaciones al conocimiento de nuestro
pasado.

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