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Las clases nunca volverán a ser solamente presenciales, sino que combinarán
en distintas proporciones la presencialidad y diversas formas de aprendizaje
remoto. Esto abre la puerta a interacciones muy variadas: las y los docentes
podrán usar diversos tipos de plataformas y medios para ampliar o profundizar en
distintos temas; los estudiantes ya no aprenderán solamente de su docente de
aula, sino que podrán interactuar con muchos otros docentes, podrán aprovechar
infinidad de recursos educativos o informativos y, algo particularmente potente,
podrán interactuar y trabajar colectivamente con sus compañeros, con estudiantes
de otros centros educativos, de otras zonas y hasta de otros países.
Si esta crisis permite llegar a contar con este tipo de repositorios o, aún mejor, con
plataformas sistemáticas para el aprendizaje colaborativo, para intercambios
educativos, para crear redes regionales y globales de aprendizaje, habrá sido una
crisis bien aprovechada. El riesgo habrá sido transformado en oportunidad.
La crisis de la pandemia ha hecho aún más evidente que, a estas alturas del siglo
XXI, el papel de los docentes debe ser otro: ya no debe ser la persona que
brinda información y conocimiento a sus estudiantes, sino quien les guía en sus
procesos de aprendizaje. Tal vez la pandemia sirva para que, finalmente, las y
los educadores se conviertan en promotores y guías activos de los procesos
de aprendizaje autónomo de sus estudiantes.