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Corpus Paulino – 55- (Jueves 12 de noviembre de 2020).

1ª hora

4to curso de Teología

Tema selecto: La ―ley‖ en la Carta a los Gálatas

La «Ley: nuestro pedagogo» (Gál 3,24)


La ley en la carta a los gálatas

Primera parte

La Carta a los Gálatas constituye uno de los escritos más polémicos del
epistolario paulino. El Apóstol se enfrentó a un peligro que, en su opinión,
comprometía «la verdad del Evangelio» (2,5.14; cf. 1,6ss): El empeño de
algunos en convencer a los gálatas, procedentes en buena parte de la gentilidad,
de que era necesario someterse a determinadas prácticas de la Ley de Moisés.

No es extraño que en la carta dirigida por Pablo a sus cristianos, el tema de la


Ley ocupe un papel de primer orden. Signo de ello es el uso abundante del
sustantivo no,moj («ley»): 32 veces en los seis capítulos que componen este
escrito. El punto de partida de la argumentación paulina es la Escritura, más en
concreto el Pentateuco o Torâ (3,1—4,7).

En esta parte, las referencias al texto sagrado veterotestamentario se introducen


mediante la expresión ge,graptai ga.r (3,10.13; 4,22.27): «porque está escrito».
Según esto, en la Carta a los Gálatas, no,moj es normalmente la Ley del Antiguo
Testamento en cuanto norma determinante de la existencia humana. El único
caso en que no,moj no se refiere a la Torâ, al menos de forma evidente, es el texto
de 6,2, en la expresión o` no,moj tou/ Cristou/ («la ley de Cristo»). Este dato
constituye el primer indicio de la posición de Pablo sobre la Ley en este escrito.

I. El «no» a las obras de la Ley: 2,16—3,5


1.1. La oposición fundamental: «obras de la Ley»—«fe de Jesucristo»
A la ley se le niega toda eficacia en orden a la justificación. En relación con el
verbo dikaio,w, la expresión evx e;rgwn no,mou («de las obras de la ley») indica la
ineficiencia de la Ley para la justificación. Hay una oposición entre «obras de la
Ley» y «fe de (Jesu)Cristo». La misma oposición volverá a establecerse en las
interrogativas de 3,2 y 3,5 entre «obras de la Ley» y «fe de la predicación» (evx
avkoh/j pi,stewj). El reproche que abre el pasaje (3,1), los interrogantes que
siguen (3,2-5) y la comparación de 3,6 en que desembocan estos vv. Ponen de
manifiesto que la alternativa planteada se resuelve a favor de la «fe de la
predicación». En el origen de la recepción del Espíritu por los Gálatas se sitúan
no las obras de la Ley sino su «escucha de fe».

La referida oposición ofrece la base para aproximar la experiencia de los


gálatas, contemplada en 3,1-5, a la de quienes han prestado su adhesión de fe a
Jesucristo, a pesar de pertenecer al judaísmo (2,15b). A las dos experiencias
subyace el mismo convencimiento: en el origen de las mismas no están las obras
de la Ley sino la fe de Jesucristo.

1.2. El sentido de la oposición


Los vocablos «obras» y «fe» están en paralelismo antinómico. El punto de
referencia de tales sustantivos lo determina en primer lugar el contexto; en este,
«obras de la ley» son ante todo las leyes de pureza legal (cf. 2,11ss) y, en
definitiva, la circuncisión como rito que introduce en el ámbito de la Ley y exige
su cumplimiento (cf. 5,3). El contexto indicaría también que «obras de la ley»
constituían un signo de identidad para los judíos, y, en ese sentido, implicaban la
separación frente a los gentiles; la expresión comporta, pues, un evidente matiz
sociológico; pero éste no es ni el único ni el más importante.

Las «obras» indican el «hacer» y la «fe» el «creer». Estas cualidades


determinan en el sujeto de la acción respectiva actitudes distintas, que son
concebidas como diametralmente opuestas: el «hacer» subraya la obra del sujeto
que actúa; el «creer» abre el sujeto a un objeto distinto de sí mismo, que, en
nuestro caso, es una persona.

En relación con el verbo dikaio,w, las actitudes que nacen del «hacer» y del
«creer» son, respectivamente, las del que ve en las obras realizadas el
fundamento de su «estar ante Dios», y pretende ser «declarado justo» en virtud
de las mismas, y la actitud de quien sabe no poder presentarse ante Dios con más
derechos que la referencia a Jesucristo a través de la fe. Según esto, la expresión
«fe en la predicación» (evx avkoh/j pi,stewj) debe significar la acogida que
prestaron los gálatas a la proclamación del Evangelio y subraya la dimensión
receptiva de la actitud de fe.

Los determinantes «Ley» y «Jesucristo» especifican el punto de referencia


concreto de esas actitudes. En el caso de «Ley», el contexto lo refiere a la Ley
mosaica, pues la problemática de 2,11-14 se explica desde sus prescripciones.
La referencia a la Ley se hará evidente en 3,10ss, donde, hablando de la
maldición que pesa sobre quienes «son de obras de Ley», se cita Dt 27,26,
afirmando la necesidad de cumplir «todo lo escrito en el libro de la Ley».
«Obras de la ley» serían, pues, las obras cuyo cumplimiento exige la Torâ.
Según todo ello, en la expresión «por las obras de la Ley» (evx e;rgwn no,mou) el
acento no recae tanto en el aspecto «legalista» de las obras que la Ley exige
cuanto en las obras como tales; son obras, nacidas además de un sistema que
tiene el «hacer» como elemento y condición inherente (cf. Gál 3,12).

A la actitud originada por el «hacer» opone el Apóstol la apertura que supone


el «creer», cuyo objeto es aquí Jesucristo. La relación con dicho objeto a través
de la fe explica el valor justificante del creer. La fe de Jesucristo es la que
justifica; por ello también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de
conseguir la justificación por la fe de (en) Cristo y no por las obras de la Ley.
En el sintagma «fe de Jesucristo», el genitivo debe entenderse como genitivo
objetivo; el acento de la expresión recae ante todo en la actitud del creyente en
cuanto apertura a Jesucristo y menos en el elemento que determina esa actitud
(Cristo).

Así, pues, en 2,16 se establece una clara oposición entre la actitud intrínseca a
las obras y la que nace de la fe, negando a la primera lo que se atribuye a la
segunda, es decir, eficacia en orden a la justificación. A la tentación de los
gálatas se opone este convencimiento que llevó a los antiguos judíos a creer en
Jesucristo y es contenido fundamental de su fe. Este convencimiento es también
del apóstrofe de 3,1-5: la recepción del Espíritu y la experiencia de sus dones
tuvieron el mismo origen, es decir, la acogida de la fe y no las obras de la Ley.

El recurso a la Escritura en la argumentación del Apóstol inicia en 3,6; con


todo, parece claro que al elaborar 2,16 Pablo se apoya en Sal 143 (142),2, al
menos en su parte negativa. Más que de una cita propiamente dicha, se trataría
de una resonancia; al configura 2,16 con palabras que evocan la Escritura, se
refuerza la verdad del aserto antes de todo prueba.

1.3. El cristiano, muerto a la Ley: 2,17-20


En el contexto de las primeras afirmaciones sobre la Ley en la carta a los
Gálatas, se introduce un segundo elemento que demuestra lo absurdo de la
tentación de los fieles de Galacia: el cristiano ha muerto a la Ley.

El punto de partida del discurso paulino es también aquí la experiencia de fe y


los elementos que esta comporta. Dicha experiencia supuso efectivamente para
los creyentes ser asimilados a la muerte de Cristo: lo afirma expresamente,
aunque de forma indirecta, 2,19: En efecto, yo por la Ley he muerto a la Ley, a
fin de vivir para Dios: Con Cristo estoy crucificado…. El «morir» que Pablo
predica de sí mismo es consecuencia de su «haber sido crucificado con Cristo».

El verbo sustaurou/n («co-crucificar»), utilizado aquí, en 2,19, se emplea en


los evangelios para referirse a los dos bandoleros que fueron crucificados con
Jesús (cf. Mt 27,44; Mc 15,32 y Jn 19,32); aunque el verbo tiene a veces sentido
ético (por ejemplo, en Gál 5,24: Pues los que son de Jesucristo, han crucificado
la carne con sus pasiones y sus apetencias), el contexto de Gál 2,19b
recomienda entenderlo aquí en sentido real. De hecho, en 2,20 se aludirá a la
muerte de Cristo; por otra parte, al apostrofar en 3,1 a los gálatas, Pablo les
recordará con una imagen muy viva el contenido de su predicación entre ellos:
Cristo crucificado. Al final de 2,19, Pablo afirma: … a fin de vivir para Dios:
Con Cristo estoy crucificado.

Parece lógico interpretar que la «co-crucifixión» (sunestau,rwmai) es una


referencia a la co-crucifixión de Pablo (y de todo creyente) con Cristo, una idea
que no es extraña al Apóstol y a través de la cual expresa la asimilación al
misterio del Señor (cf. Rm 6,3ss). El uso proléptico de esa idea permite a Pablo
decir de sí mismo: …yo por la ley he muerto a la ley (evgw. ga.r dia. no,mou no,mw|
avpe,qanon).

La afirmación se explica desde Gál 3,13: la cruz de Cristo es maldición de la


Ley; si del cristiano se dice que ha sido crucificado y esa crucifixión se entiende
en sentido real, también a él se le pueden aplicar las consecuencias que tuvo
para Cristo, desde la perspectiva de la Ley, haber muerto en la cruz; y Cristo
murió por la ley; es decir, por haberse hecho bajo la ley (Gál 4,4) pesaba sobre
él la maldición de la Ley (cf. 3,10ª), que en su caso se hizo efectiva en su
crucifixión (3,13). Al haber sido crucificado con Cristo, Pablo puede decir con
justicia por (a través) la ley he muerto…

Pero la muerte «a través de la Ley» ha supuesto además para el cristiano haber


muerto «a la Ley». La razón y el sentido de esta otra dimensión de su estar
«crucificado con Cristo» los descubre también Gál 3,13, donde Pablo afirmará
que la muerte de Cristo implicó para nosotros haber sido liberados de la
maldición de la Ley; por otra parte, en 4,5 tal liberación se predica directamente
de quienes estaban bajo la ley. Haber muerto a la Ley significa, por tanto haber
sido liberados de ella.

La idea de la asimilación a la muerte de Cristo subyacente a 2,19 motiva que esa


liberación se exprese aquí en términos de muerte a la Ley. Así se logra además
una expresión paradójica, tan llamativa cuanto concisa es su formulación: yo por
medio de la Ley he muerto (a la ley).

A la afirmación paulina puede servir de base un principio que se enunciará en


Rm 7,1 y que, al parecer, traduce una convicción del judaísmo de la época; a
saber, que la Ley afecta al hombre mientras vive. El recurso a este texto de
Romanos resulta tanto más adecuado cuanto que también en él la idea de la
muerte a la Ley (cf. 7,4) se vincula inmediatamente a la de la liberación de la
misma (7,6ª).
Así pues, crucificado con Cristo, el cristiano ha muerto a la Ley a través de la
ley; o lo que es lo mismo, ha sido liberado de ella y arrebatado a su señorío (cf.
Rm 7,1.4); y lo ha sido de una vez para siempre. Los efectos de esa muerte
siguen siendo válidos para el cristiano, que vive continuamente en su vida la
experiencia de la crucifixión con Cristo. Por esa razón resulta absurdo trata de
someter a la Ley a quienes han muerto definitivamente a ella por haber sido
crucificados con Cristo.

La afirmación de 2,19 se orienta precisamente a ofrecer un punto de apoyo


(ga,r) a 2,18: Por haber muerto a la Ley de una vez para siempre, resulta
imposible reedificar lo que se ha derruido (2,19ª); de otro modo, se daría a
entender que, al creer en Cristo para ser justificados por la fe en él (2,17ª; cf.
2,16), se ha transgredido la Ley (2,18b); que quienes lo han hecho pueden ser
considerados pecadores (2,17ª) y, en definitiva, que Cristo es servidor del
pecado (2,17b); una conclusión no paradójica, sino también absurda desde el
punto de vista de la fe.

La opción por la fe en Cristo y las consecuencias de la misma constituyen


precisamente el punto de partida de 2,17ss: la unión del creyente a Cristo
comporta morir a la Ley; la realidad de esa muerte, acentuada por el hecho
paradójico de haberse producto a través de la Ley, impide dar marcha atrás y
volver a someterse a la Ley.

1.4. Reductio ad absurdum: Gál 2,21


No anulo la gracia de Dios, pues si por la ley se obtuviera la justicia, habría
muerto en vano Cristo.
Sobre la base del supuesto expresado en precedencia, Pablo construye un
argumento ad absurdum; es decir, en base a una condicional se contradice
abiertamente la convicción básica de la comunidad cristiana sobre el valor
(exclusivo) de la muerte de Cristo en ordena a la justificación.

La convicción paulina se expresa de forma impresionante en 2,20b, donde el


Apóstol la formula en términos personales: Esta vida en la carne, la vivo en la fe
del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. La ley no puede
justificar; admitirlo sería vaciar esa fe de todo contenido: los cristianos creen
que Cristo murió por nosotros y por nuestros pecados (cf. 1 Co 15,3b; Lc 24,47;
Hch 2,38); en realidad habría muerto en vano.

En definitiva, lo absurdo de tal conclusión demuestra que la afirmación de Gál


2,16 no es sólo doctrina personal del Apóstol sino convencimiento, al menos
implícito, de cuantos, siendo judíos como él (2,15), se han adherido a Jesucristo
por la fe: aceptar la verdad de 2,21ba (…si por la ley se obtuviera la justicia…)
significaría dejar sin contenidos la fe en la actuación salvífica de Dios en Cristo,
anular la gracia de Dios (2,21a). La argumentación iniciada en 2,15 (Nosotros
somos judíos de nacimiento y no gentiles pecadores; a pesar de todo conscientes
que el hombre no se justifica por las obras de la ley…) alcanza su punto
culminante.

En otras palabras: las afirmaciones sobre la Ley en la Carta a los Gálatas tocan
su ineficiencia en orden a la justificación (2,16) y a los otros bienes salvíficos
(3,2.5); en contraposición a ello se afirma la eficacia de la fe. La Ley encierra al
individuo en su propio «hacer», volviendo imposible lo que la fe hace posible;
es decir, la apertura a Jesucristo. Punto de partida de la oposición es el
convencimiento de quienes por la fe han prestado su adhesión a Jesucristo; el
aceptar el valor salvífico de su muerte (2,20b) impide atribuir capacidad
justificante a las obras de la Ley (2,21).

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