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III.

Contenido, función y composición del Nuevo Testamento

1. Mensaje y disposición canónica del Nuevo Testamento

El NT es sin duda el corazón de la revelación pues es el testimonio


escrito y autorizado de la tradición apostólica, es decir, del mensaje de
salvación que los apóstoles recibieron de Jesús y, conforme a su mandato,
predicaron a todos los hombres.

Desde la perspectiva cristiana, el AT es la preparación del NT, en


cuanto anuncia proféticamente y significa con figuras la venida de Cristo,
redentor del género humano (cf. DV 15). Ahora bien, la obra de la redención
fue realizada en la vida y ministerio de Jesucristo, la cual se continúa en la
vida y ministerio de la Iglesia. La constitución Dei Verbum, en relación con la
excelencia del NT, señala:

“La palabra divina, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree
(cf. Rm 1,16), se presenta y manifiesta su vigor de manera especial en los
escritos del Nuevo Testamento. Pues al llegar la plenitud de los tiempos (cf.
Ga 4,4) el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de
verdad (cf. Jn 1,14). Cristo instauró el Reino de Dios en la tierra, manifestó a
su Padre y a Sí mismo con obras y palabras y completó su obra con la muerte,
resurrección y gloriosa ascensión, y con la misión del Espíritu Santo.
Levantado de la tierra, atrae a todos a Sí mismo (cf. Jn 12,32), Él, el único que
tiene palabras de vida eterna (cf. Jn., 6, 68). Pero este misterio no fue
descubierto a otras generaciones, como es revelado ahora a sus santos
Apóstoles y Profetas en el Espíritu Santo (cf. Ef 3,4-6), para que predicaran el
Evangelio, suscitaran la fe en Jesús, Cristo y Señor, y congregaran la Iglesia.
De todo lo cual los escritos del Nuevo Testamento son un testimonio perenne
y divino” (DV 17).

Los cristianos, sin subvalorar el AT y escritos sagrados de otras


tradiciones religiosas, nos atenemos a la revelación del NT, que da sentido
pleno al AT, en cuanto da cumplimiento, y permite descubrir además qué
semillas de verdad están esparcidas en otras tradiciones religiosas y/o
culturales. Los cristianos medimos estas tradiciones desde el Evangelio, que es
capaz de fecundar todas las culturas para bien de la humanidad y de la Iglesia.
El estudio del NT, por tanto, exige en primer lugar la obediencia de la fe en
Cristo, haciendo de su mensaje, según es enseñado y transmitido por su
Iglesia, la norma de la propia vida.

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1.1 Contenido y función de los Evangelios

Existe una distinción entre el Evangelio, la buena noticia proclamada


por Jesús, el reino de los cielos y la llamada a la conversión, y la realidad
literaria de los cuatro evangelios canónicos. En la práctica, conocemos el
Evangelio principalmente a través de los cuatro escritos canónicos en la
predicación de la Iglesia. San Ireneo de Lyon dice: “Existe un solo Evangelio
en cuatro formas (tetramorfo)”.

Por eso, los evangelios ocupan “un lugar preeminente entre todas las
Escrituras, incluso del Nuevo Testamento... puesto que son el testimonio
principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador” (DV
18). Los evangelios canónicos son Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Se les llama
‘canónicos’ porque:

a) Están incluidos en el canon o lista de libros sagrados;


b) Transmiten la regla de la fe acerca de Jesucristo.

Los cuatro evangelios tienen una estructura general similar:


- Una introducción, más o menos larga, donde se narran acontecimientos y
enseñanzas de Jesús durante su ministerio público. Los evangelios de Mt y Lc
tienen además una sección inicial dedicada a la vida oculta de Jesús; Jn tiene
un prólogo teológico. Lc tiene una segunda parte complementaria: Hechos de
los Apóstoles, que narra la vida de la Iglesia primitiva desde la ascensión del
Señor hasta la predicación de Pablo cuando estaba cautivo en Roma.

- Narración de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Esta unidad


literaria aparece como la fundamental según lo atestiguan otros escritos
neotestamentarios que al resumir el mensaje cristiano aluden al Misterio
Pascual (Hch 2,22-24; 1Co 15,1-8; 2Tm 2,8). Con todo, la ciencia bíblica
distingue entre los evangelios sinópticos (Mt, Mc y Lc) y el cuarto evangelio
(Jn). Los sinópticos reciben este nombre de J. Griesbach en 1774, pues estima
que los textos de Mt, Mc y Lc sólo se pueden entender bien si se los estudia
desde una “perspectiva común” (sinopsis), esto es, poniéndolos en paralelo
para compararlos, y entender así sus semejanzas y diferencias.

La distinción al referirse al evangelio de Jn es justificada, ya que esta


obra presenta variadas diferencias con los evangelios sinópticos: vocabulario y
concepto, estilo, perspectiva temporal y geográfica, etc. La función de los

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evangelios canónicos es transmitir la verdad sobre Jesús, es decir, su
salvación. Su intención primera no es narrar la vida de Cristo al modo de una
biografía, sino suscitar en sus destinatarios la fe en Jesús como Cristo
(Mesías) e Hijo de Dios.

1.2 Contenido y función de las Cartas Paulinas y de los otros escritos


neotestamentarios

El contenido de los otros escritos del NT es el siguiente:

a) Las cartas paulinas forman un corpus tripartito:


- Cartas dirigidas a Iglesias: Rm, 1-2Co, Ga, Ef, Flp, Col, 1-2Ts. El orden de
presentación en el NT sigue el criterio de la extensión. La tradición cristiana
siempre ha atribuido todas ellas a la autoría de Pablo. La más antigua es 1Ts
escrita muy probablemente en la década del 50 d.C. - Cartas dirigidas a
personas: 1-2Tm, Tt y Flm. Las tres primeras reciben el nombre de Cartas
Pastorales desde el siglo XVIII y su autoría paulina se discute, pues reflejarían
el desarrollo de la jerarquía eclesiástica del tiempo posterior a san Pablo. Con
todo, muchos autores afirman que su contenido se corresponde con el final de
la vida del apóstol de los gentiles.
- Carta a los Hebreos: la autoría paulina desde la antigüedad ha sido puesta en
entre dicho. Ciertamente no es de san Pablo, pero refleja una inspiración
paulina, justificando su incorporación al corpus.
La ciencia bíblica ha reconocido un grupo de siete cartas paulinas que
denomina auténticas, cuya autoría paulina se ha puesto a veces en duda: Rm,
1-2Co, Ga, Flp, Col y Flm.

b) Cartas católicas: Son siete cartas, reciben este nombre porque no van
dirigidas a comunidades o personas en particular, sino a los cristianos en
general (son universales). Están ordenadas según extensión y son atribuidas a
los apóstoles:
- Carta de Santiago: Atribuida a Santiago, el “hermano del Señor” (Mt 13,55),
que desempeñó un papel importante en la Iglesia en Jerusalén (Hch 12,17;
15,13-21; 21,18-26; 1Co 15,7...) y murió mártir el año 62 (Flavio Josefo,
Hegesipo). Con las discusiones desde la antigüedad hay una tendencia que lo
identifica con el apóstol del mismo nombre, Santiago, hijo de Alfeo (Mt 10,3).
Hoy se tiende a negar esta identificación y algunos incluso a negar su
atribución a Santiago, el hermano del Señor. Más que una carta, se trata de
una homilía o catequesis a las comunidades judeo-cristianas. El

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reconocimiento de la canonicidad de este escrito cristiano ha sido objeto de
algunas discusiones.
- Cartas de san Pedro: 1P lleva el nombre del apóstol en su saludo y fue
admitida su autoría y la canonicidad del escrito sin problemas en la
antigüedad. Con todo, una serie de razones estilísticas y de contenido hacen a
poner en duda su autoría petrina; puede ser que se le atribuya al príncipe de
los apóstoles por su afinidad con escritos de ambiente petrino (Mc y los
discursos de Pedro en Hch), escrita por algún colaborador (¿Silvano?) en torno
al final de la vida del apóstol. 2P lleva el nombre del apóstol en el saludo
(1,1), da testimonio de la muerte de Jesús (1,14) y afirma haber sido testigo de
la Transfiguración (1,16-18). Alude a la primera carta (probablemente 1P).
Está claro que es un escrito posterior a la formación del corpus paulino al que
alude (3,15) y su capítulo 2 es una repetición del libro de Judas. Estas
constataciones y otros elementos de estilo y contenido han llevado desde la
antigüedad a dudar de su autoría petrina. El reconocimiento de su canonicidad
fue muy discutido.
- Cartas de Juan: Tienen un fuerte parentesco literario con el cuarto evangelio.
Por eso, es difícil no atribuirlas al mismo autor. 2-3 Jn han dado lugar a ciertas
dudas, tanto en esta atribución, como en el reconocimiento de su canonicidad
(las iglesias sirias, por ejemplo por mucho tiempo no las reconocieron).
- Carta de Judas: Su autor se autodenomina “hermano de Santiago” (v.1) y,
por eso, la tradición lo equiparó con el apóstol del mismo nombre (Lc 6,18;
Hch 1,13). Aunque no hay ninguna razón para la identificación, aún más si el
mismo autor se distingue del grupo apostólico (v.17), tampoco hay razón
suficiente para justificar una pseudonimia por la poca importancia del apóstol
suplantado. Aunque suscitó ciertas dudas el reconocimiento de su canonicidad
a raíz de la citación de ciertos apócrifos (Henoc en vv.7.14-15; asunción de
Moisés en el v.9), su autenticidad no fue puesta en duda.

c) Apocalipsis (Revelación): el Apocalipsis pertenece al género literario del


mismo nombre, es distinto al resto de los escritos del NT. En el siglo I era un
género en boga tanto en los ambientes judíos como cristianos, pretendiendo
consolar y animar a las comunidades perseguidas o que enfrentan dificultades
muy serias. El autor del Ap se autodenomina Juan (1,9) y gran parte de la
tradición cristiana lo identifica con Juan apóstol, autor del cuarto evangelio y
de las cartas a él atribuidas. Pero en la antigüedad hubo discusiones sobre la
autoría del escrito y sobre el reconocimiento de su canonicidad (Siria,
Palestina, Capadocia). Con todo, Ap presenta parentescos innegables con el
resto de los escritos joánicos, pero se distingue de ellos por su estilo, lenguaje
y por algunos puntos teológicos (especialmente respecto de la Parusía).

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Aunque su inspiración joánica es indudable, resulta difícil sostener su autoría
joánica.

Según la constitución Dei Verbum, las Cartas Paulinas y los otros


escritos neotestamentarios tienen funciones variadas (cf. DV 20):

a) Confirman todo lo que se refiere a Cristo Señor, es decir, nos dan


testimonio de la verdad de la vida y ministerio de Jesús tal como nos lo
proclaman los evangelios (cf. 1Co 11,23-26; 15,1-8; 2Tm 2,8).

b) Declaran “más y más” la genuina doctrina de Jesús. Las verdades


proclamadas por el Señor son explicadas por san Pablo y los demás varones
apostólicos, autores del resto de los libros del NT. Un buen ejemplo es la
enseñanza sobre la resurrección en 1Co 15,9ss. Otro buen ejemplo, es la
enseñanza acerca del sacrificio y sacerdocio de Cristo en la carta de los
Hebreos, idea que subyace especialmente en la tradición sinóptica de la
Última Cena (Mc 14,22-25; Mt 26,26-29; Lc 22,15-20; cf. 1Co11,23-25) y en
la tradición del Cordero de Dios en el cuarto evangelio (Jn 1,29.36).

c) Manifiestan “el poder salvador de la obra divina de Cristo” en cuanto que


nos dan testimonio tanto del ministerio de los apóstoles, con su predicación,
milagros y fundación de iglesias (Hch y cartas paulinas), como de sus
colaboradores e inmediatos sucesores (Hch y cartas pastorales).

d) Cuentan “los principios de la Iglesia y su admirable difusión, y se anuncia


su gloriosa consumación”. Lo primero principalmente a través de los Hch y
las cartas paulinas (cf. Ga 1-2). Lo segundo, particularmente en el Apocalipsis
(cf. Ap 21-22).

2. Composición del Nuevo Testamento

2.1 Causas de la redacción de los evangelios

Los evangelios despiertan un gran interés, porque nos dan a conocer a


Jesús, lo que dijo e hizo, cómo fue su vida. Surge la pregunta acerca de la
autenticidad de los evangelios, su capacidad de garantizar que son un reflejo
fiel de lo que Jesús hizo y dijo. Además, está la pregunta acerca de cómo han
llegado hasta nosotros los evangelios. ¿Son un buen camino para acceder a
Jesús?

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De los veinte siglos que nos separan de Jesús, la crítica textual nos
ayuda a recorrer de manera bastante segura los últimos diecinueve de ellos. La
crítica textual tiene como tarea el reconstruir la versión más antigua de los
evangelios, a través de una comparación minuciosa de las diversas familias de
papiros y códices. Esta reconstrucción del texto original es la que sirve de base
para las traducciones a las lenguas modernas. Así, dichas traducciones de los
evangelios reproducen con bastante fidelidad el texto de los evangelios que
fueron puestos por escrito en el último tercio del siglo primero.

El problema está en reconstruir lo que sucedió en los años que pasaron


entre la muerte de Jesús y la redacción final de los evangelios y el resto de los
escritos del NT. Jesús comenzó su actividad pública en torno al año 27 de
nuestra era, pero los evangelios no comenzaron a escribirse hasta finales de
los 60 d.C. Entre la predicación de Jesús y la redacción del primer evangelio
pasaron casi cuarenta años. ¿Qué ocurrió en este tiempo? ¿Cómo se
transmitieron las palabras y los recuerdos sobre Jesús? ¿Son fiables los
evangelios?

Es necesario conocer cómo nacieron y se transmitieron los recuerdos


sobre Jesús en el grupo de sus discípulos y en las comunidades cristianas. En
la historia de los orígenes del cristianismo pueden distinguirse tres fases:

a) La vida de Jesús (6 a.C.-30 d.C.);


b) La generación apostólica (30-70 d.C.);
c) La segunda generación cristiana (70-110 d.C.).

La muerte y resurrección de Jesús marca el paso de la primera a la


segunda; con ella termina el ministerio público de Jesús y comienza la historia
de las primeras comunidades cristianas. El paso de la segunda a la tercera está
determinado por tres acontecimientos que afectaron profundamente la vida de
las comunidades cristianas y que gatilló la redacción de los evangelios:

- La muerte de los que habían acompañado a Jesús, en particular de los


apóstoles. Antes que su testimonio se olvidara, era necesario ponerlo por
escrito.

- Como consecuencia de la desaparición de los testigos oculares, era más


difícil discernir entre las diversas interpretaciones que empezaban a circular
acerca de Jesús y su mensaje. Algunos sostenían que lo único importante eran
sus enseñanzas, no su vida (docetismo primitivo). Los evangelios se

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escribieron, en parte, para contrarrestar esta opinión y dejar claro que la vida
de Jesús, su encarnación y Misterio Pascual, pertenece a la esencia de la fe
cristiana.

- Al inicio de la segunda generación cristiana, la Iglesia fue adquiriendo una


fisonomía propia frente a la sinagoga judía. La destrucción del templo de
Jerusalén (70 d.C.) fue el acontecimiento que precipitó definitivamente una
polémica entre ambas. Como resultado de esta nueva situación, algunas
comunidades (Mateo, Juan) necesitaron orientaciones para contrarrestar las
objeciones de sus vecinos judíos. También necesitaban una especie de manual
de vida cristiana para independizarse del magisterio sinagogal.

2.2 Causas de la redacción de los otros escritos neotestamentarios

El proceso amplio de redacción del resto de los escritos


neotestamentarios se desarrolla en los tres períodos antes expuestos; aunque la
razón de su escritura debe buscarse en cada texto en particular. Generalmente
se escriben ante uno o más problemas particulares que sus autores intentan
solucionar en las comunidades o con las personas a quienes va dirigida tal o
cual carta.

La carta de san Pablo a los gálatas tiene por finalidad principal advertir
a los creyentes de las iglesias de Galacia de no dejarse convencer por los
cristianos judaizantes que pretendían obligar a los paganos convertidos al
cristianismo a circuncidarse y a guardar la Ley de Moisés (cf. Ga 5,1-4). La
brevísima carta de san Pablo a Filemón tiene por objeto que éste acoja como
hermano en Cristo a Onésimo, su esclavo aparentemente prófugo (cf. Flm 15-
16), que por un tiempo había servido a Pablo en la cautividad.

Ahora bien, la redacción de estos libros se corresponde sólo en parte


con las tres etapas en la formación de los evangelios. De hecho, Pablo escribe
sus cartas en la época de la primera generación cristiana para resolver
problemas concretos de algunas comunidades cristianas o de alguna persona
en particular. Algo análogo hacen otros varones apostólicos (St, 1P, Hb).
Paralelamente a la redacción de los evangelios, durante la segunda generación
cristiana, se escriben también otros escritos del NT: Hch (vinculado a Lc),
algunas cartas católicas, Ap, y tal vez las cartas pastorales.

2.3 Materialidad de la composición del NT

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El modo concreto en que se redactaron los distintos escritos del NT es
un tema de estudio profuso y profundo. Los resultados de las investigaciones,
aunque han sido de gran ayuda, jamás podrán abandonar el terreno de la
hipótesis. Con todo, vale la pena echar un vistazo a estas explicaciones.
Nosotros abordaremos la materialidad de la redacción de los evangelios a
modo de ejemplo.

Los estudios acerca de la Tradición Apostólica estiman que, en lo que


respecta a los dichos de Jesús, nació antes de la Pascua y se fue consolidando,
principalmente porque Jesús envió a sus apóstoles y a otras personas a
predicar (cf. Mt 10,1.9-14; Mc 6,6-12; Lc 9,1-6). Algunos de estos dichos se
fueron agrupando por su semejanza en la forma o el contenido (cf. Lc 6,20-
22.24-26). A otros se les añadió un escueto marco narrativo y adquirieron la
forma de anécdotas ejemplares (cf. Lc 9,57-62). Después de la Pascua, estas
palabras de Jesús eran ya para las comunidades cristianas una tradición
sagrada, y por eso las comentaron y las adaptaron a las situaciones que ellos
vivían, utilizando técnicas que en el judaísmo se usaban para comentar las
Escrituras. Así, por ejemplo, las palabras con que Jesús llamó a sus discípulos
(Mc 1,17) dieron lugar a los primeros relatos de vocación (Mc 1,16-20; Mt
4,18-22) y más tarde a un amplio relato (Lc 5,1-11), que constituye un
comentario narrativo de dichas palabras (Lc 5,10).

En esta época comenzó también la tradición de los hechos de Jesús. Los


que lo conocieron y fueron testigos se los contaban a los que no lo habían
conocido. Así nacieron los relatos de milagros, el núcleo de los relatos de la
pasión y resurrección, etc. Las diversas circunstancias en que vivían las
comunidades cristianas hacían que algunos ambientes fueran más propicios
para recordar uno u otro tipo de relatos. Así, por ejemplo, en las comunidades
helenísticas se recordaron más los relatos de milagros, porque estos signos
eran muy valorados en el ambiente en que ellos vivían.

Otro recurso importantísimo utilizado para comentar las tradiciones


evangélicas en esta época fueron las citas y referencias al Antiguo
Testamento. La mayor parte de los primeros destinatarios del evangelio
conocían las Escrituras, y la expansión y consolidación del cristianismo se
desarrolló en un clima polémico con el judaísmo. Todos los evangelios citan
el AT para fundamentar que en Jesús se cumplen las promesas de la Escritura:
Él es el Mesías esperado (cf. Mt 2,15.27; 4,14; 8.17; Jn 12,38; 19,24.28.36).

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Finalmente, en esta época se empiezan a formar pequeñas colecciones
de parábolas (Mc 4), controversias (Mc 2,1-3,6), o milagros (Mc 5). Y
también comienzan a crearse pequeñas unidades narrativas, como el relato de
la Pasión. Estas colecciones eran más difíciles de memorizar, y por esta razón
empezaron a ponerse por escrito. De todas estas colecciones, la más
importante es la colección de dichos de Jesús conocida como Fuente Q.
Aunque de dicha fuente no se ha encontrado ningún manuscrito, las
coincidencias verbales entre Mateo y Lucas, cuando no dependen de Marcos,
hace pensar que ambos tuvieron delante una fuente común, que contenía
dichos y parábolas de Jesús. Es un supuesto documento que muy bien pudo
servir como punto de referencia a algunas comunidades cristianas de Galilea
en torno al año 50 d.C., y tal vez no era la única colección de este tipo que
circulaba por las comunidades.

Durante la época apostólica, la autoridad que garantizaba la fidelidad de


las tradiciones era el Señor (1Co 7,10; 11,23). La autenticidad de las palabras
de Jesús y de sus signos era algo que preocupaba a los primeros cristianos,
porque eran conscientes de transmitir una tradición sagrada, que no podía
alterarse arbitrariamente. Un buen ejemplo de esta preocupación se encuentra
en la forma en que Pablo transmite la tradición de la institución eucarística:
“Yo recibí del Señor la tradición que os he transmitido” (1Co 11,23a). Pablo
utiliza aquí dos verbos (recibir y transmitir), que se usaban en las escuelas
rabínicas para referirse a una tradición fiel y contrastada. Este hecho revela
dos cosas: que los primeros cristianos consideraban los recuerdos sobre Jesús
una tradición sagrada, y que se esforzaban por transmitirlos con fidelidad. Esta
misma terminología se encuentra en 1Co 15,2, introduciendo la tradición
sobre la muerte y resurrección de Jesús.

La segunda generación cristiana (70-110 d.C.) asiste a la destrucción del


templo de Jerusalén, que también afectó a las comunidades cristianas. Al
desaparecer el templo y la clase sacerdotal, nace una nueva ortodoxia vigilada
eminentemente por los fariseos y los maestros de la ley, lo que acrecentó las
tensiones entre la Iglesia y la Sinagoga, hasta llegar a una abierta ruptura y al
enfrentamiento, que se percibe claramente en algunos escritos del Nuevo
Testamento de esta época (Mt y Jn).

Al mismo tiempo, la actitud de las comunidades cristianas hacia la


cultura helenística y hacia el imperio romano era, en esta época, de diálogo e
integración (Lc y Hch). Hacia adentro, sin embargo, las comunidades
cristianas se enfrentaban a una crisis de maduración. Habían desaparecido los

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ímpetus iniciales y resultaba difícil vivir la radicalidad del evangelio. La
tentación de acomodarse al mundo era grande, y la perseverancia difícil. Por
eso se hacía necesario recuperar la radicalidad de vida de Jesús contenida en
las tradiciones evangélicas.

La desaparición de los apóstoles que habían conocido a Jesús es otra


característica de esta nueva situación. Se hacía más urgente conservar de
forma fidedigna las tradiciones recibidas, naciendo así diversas tradiciones
vinculadas a los principales apóstoles de la primera generación (Pedro,
Santiago, Juan y Pablo), relacionadas con las diversas áreas de implantación
del cristianismo. La tradición petrina tenía su centro en Antioquía, la de
Santiago en Jerusalén, la de Juan en las zonas rurales de Transjordania, y la de
Pablo, que era la más extendida, en las regiones de Asia Menor, Grecia y
Roma.

En esta época el cristianismo había llegado también a Egipto y a otros


lugares, donde florecieron otras tradiciones vinculadas a otros apóstoles o
personajes importantes (Tomás, María Magdalena). La diversidad es una de
las características del cristianismo en esta época. Sin embargo, durante esta
segunda generación se inició un proceso de unificación de las diversas
tradiciones en torno a las dos más importantes: la petrina y la paulina, que se
convirtieron en norma y medida de las demás.

El papel de los evangelistas y de los autores de los otros escritos


neotestamentarios es clave en el proceso de redacción del NT. Los evangelios
y los otros escritos son el último eslabón de este proceso de unificación de las
diversas tradiciones que se habían transmitido en diversos grupos cristianos,
en diversos ámbitos de la vida de las comunidades y en diversos géneros
literarios.

Parte del rol de los evangelistas fue integrar las tradiciones evangélicas,
algunas de las cuales constaban ya por escrito, dentro de un marco narrativo.
Todos ellos llevaron a cabo una importante labor redaccional, que consistió en
seleccionar los materiales recibidos, abreviándolos o ampliándolos, para
iluminar las nuevas circunstancias que vivían sus comunidades. Estos
procedimientos se perciben, por ejemplo, en el uso que Mt y Lc hacen de Mc.

Los evangelistas contaron con fuentes en su mayoría desconocidas en la


actualidad. El único hecho razonablemente demostrable es que Mt y Lc
utilizaron Mc. Es también muy probable que ambos evangelistas utilizaran

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además la Fuente Q. Además de estas dos fuentes, ambos evangelistas
contaron con tradiciones propias (M = material propio de Mateo; L = material
propio de Lucas), orales o escritas, que incluyeron en sus evangelios. Estos
datos han dado lugar a la hipótesis de las dos fuentes (Mc y Q) que trata de
explicar las relaciones entre los evangelios sinópticos.

Mc es, pues, el evangelio más antiguo. En la composición de su relato


utilizó seguramente tradiciones y colecciones anteriores (parábolas,
controversias, milagros, relato de la Pasión). Su tarea no consistió
simplemente en reunir todas estas tradiciones, sino que las actualizó y las
organizó siguiendo un esquema que los misioneros cristianos utilizaban para
contar los principales acontecimientos de la vida de Jesús (véase Hch 10,37-
41).

Mt y Lc no sólo siguieron el trazado básico de Mc, sino que incluyeron


en sus relatos la mayor parte de dicho evangelio, aunque con importantes
modificaciones, muchas de ellas para aplicar los diversos pasajes a las
situaciones de sus respectivas comunidades. El material de Q y otras fuentes
propias buscaban completar la obra de Mc, desarrollando mayormente
importantes sectores de la tradición de Jesús y sobre Jesús conservados en las
comunidades. Ambos evangelios suponen, pues, un paso más en el proceso de
integración de las tradiciones cristianas iniciado por Mc.

El evangelio de Juan tiene su propia historia. Sus coincidencias con los


sinópticos son pocas, porque sus fuentes fueron distintas, y sólo en contadas
ocasiones (como el relato de la Pasión) se entrevé una tradición común.

La fidelidad a la tradición recibida es una de las insistencias de los


autores del NT. La preocupación por mantenerla se acrecentó durante la
segunda generación cristiana. Hay, sin embargo, un cambio importante con
respecto a la generación apostólica: el garante de las tradiciones no es ya el
Señor (1Co 7,10; 11,23-26), sino los apóstoles, cuyos recuerdos adquieren un
carácter de tradición sagrada.

En el prólogo de su evangelio, Lc habla de una cadena de transmisión


formada por los testigos oculares, los ministros de la palabra y los redactores
de los evangelios, entre los que se incluye él mismo (Lc 1,1-3). Nótese que
quienes forman esta cadena de transmisión son siempre personas que pueden
dar testimonio por su propia experiencia (los testigos oculares), o porque han

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recibido el encargo de conservar fielmente esta tradición (ministros de la
Palabra).

La tarea de estos ministros de la Palabra se describe en un pasaje de las


cartas pastorales: “Lo que has oído de mí en presencia de muchos testigos,
confíalo a hombres fieles, que a su vez sepan enseñar a otros” (2Tm 2,2). Esto
indica que, durante el proceso de la formación de los evangelios, hubo una
preocupación explícita por ser fieles a las tradiciones recibidas, y que dicha
transmisión fue confiada a personas que daban plena garantía, encargadas de
conservarlas y de transmitírselas a otros.

“Transmiten fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres,
hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día en que fue
levantado al cielo (cf. Hch 1,1-2). Los Apóstoles ciertamente después de la
ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y hecho,
con aquel mayor conocimiento de que ellos gozaban, ilustrados por los
acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los
autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas
de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando
otras, o desarrollándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo,
en fin, la forma de anuncio, de manera que siempre nos comunicaban la
verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria
o recuerdos, ya del testimonio de quienes “desde el principio fueron testigos
oculares y ministros de la palabra” para que conozcamos “la verdad” de las
palabras que nos enseñan (cf. Lc 1,2-4)” (DV 19).

El proceso comprende las siguientes etapas:


- Hechos y enseñanzas de Jesús en su vida terrena.
- Predicación de los apóstoles de lo que Jesús hizo y dijo en su vida terrena
con el mayor conocimiento que ellos contaban e ilustrados por el Misterio
Pascual y la luz del Espíritu Santo.
- Transmisión de esta tradición en forma oral y escrita.
- Autores sagrados escribieron los evangelios:
+ Después de un proceso de selección de algunas entre las muchas de
las cosas que se transmitían.
+ Sintetizando unas o desarrollando otras en atención de las
comunidades.
+ Conservando la forma de anuncio (evangelio).
+ Usando los recuerdos personales o de los testigos oculares y de los
ministros de la Palabra.

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