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“La palabra divina, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree
(cf. Rm 1,16), se presenta y manifiesta su vigor de manera especial en los
escritos del Nuevo Testamento. Pues al llegar la plenitud de los tiempos (cf.
Ga 4,4) el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de
verdad (cf. Jn 1,14). Cristo instauró el Reino de Dios en la tierra, manifestó a
su Padre y a Sí mismo con obras y palabras y completó su obra con la muerte,
resurrección y gloriosa ascensión, y con la misión del Espíritu Santo.
Levantado de la tierra, atrae a todos a Sí mismo (cf. Jn 12,32), Él, el único que
tiene palabras de vida eterna (cf. Jn., 6, 68). Pero este misterio no fue
descubierto a otras generaciones, como es revelado ahora a sus santos
Apóstoles y Profetas en el Espíritu Santo (cf. Ef 3,4-6), para que predicaran el
Evangelio, suscitaran la fe en Jesús, Cristo y Señor, y congregaran la Iglesia.
De todo lo cual los escritos del Nuevo Testamento son un testimonio perenne
y divino” (DV 17).
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1.1 Contenido y función de los Evangelios
Por eso, los evangelios ocupan “un lugar preeminente entre todas las
Escrituras, incluso del Nuevo Testamento... puesto que son el testimonio
principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador” (DV
18). Los evangelios canónicos son Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Se les llama
‘canónicos’ porque:
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evangelios canónicos es transmitir la verdad sobre Jesús, es decir, su
salvación. Su intención primera no es narrar la vida de Cristo al modo de una
biografía, sino suscitar en sus destinatarios la fe en Jesús como Cristo
(Mesías) e Hijo de Dios.
b) Cartas católicas: Son siete cartas, reciben este nombre porque no van
dirigidas a comunidades o personas en particular, sino a los cristianos en
general (son universales). Están ordenadas según extensión y son atribuidas a
los apóstoles:
- Carta de Santiago: Atribuida a Santiago, el “hermano del Señor” (Mt 13,55),
que desempeñó un papel importante en la Iglesia en Jerusalén (Hch 12,17;
15,13-21; 21,18-26; 1Co 15,7...) y murió mártir el año 62 (Flavio Josefo,
Hegesipo). Con las discusiones desde la antigüedad hay una tendencia que lo
identifica con el apóstol del mismo nombre, Santiago, hijo de Alfeo (Mt 10,3).
Hoy se tiende a negar esta identificación y algunos incluso a negar su
atribución a Santiago, el hermano del Señor. Más que una carta, se trata de
una homilía o catequesis a las comunidades judeo-cristianas. El
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reconocimiento de la canonicidad de este escrito cristiano ha sido objeto de
algunas discusiones.
- Cartas de san Pedro: 1P lleva el nombre del apóstol en su saludo y fue
admitida su autoría y la canonicidad del escrito sin problemas en la
antigüedad. Con todo, una serie de razones estilísticas y de contenido hacen a
poner en duda su autoría petrina; puede ser que se le atribuya al príncipe de
los apóstoles por su afinidad con escritos de ambiente petrino (Mc y los
discursos de Pedro en Hch), escrita por algún colaborador (¿Silvano?) en torno
al final de la vida del apóstol. 2P lleva el nombre del apóstol en el saludo
(1,1), da testimonio de la muerte de Jesús (1,14) y afirma haber sido testigo de
la Transfiguración (1,16-18). Alude a la primera carta (probablemente 1P).
Está claro que es un escrito posterior a la formación del corpus paulino al que
alude (3,15) y su capítulo 2 es una repetición del libro de Judas. Estas
constataciones y otros elementos de estilo y contenido han llevado desde la
antigüedad a dudar de su autoría petrina. El reconocimiento de su canonicidad
fue muy discutido.
- Cartas de Juan: Tienen un fuerte parentesco literario con el cuarto evangelio.
Por eso, es difícil no atribuirlas al mismo autor. 2-3 Jn han dado lugar a ciertas
dudas, tanto en esta atribución, como en el reconocimiento de su canonicidad
(las iglesias sirias, por ejemplo por mucho tiempo no las reconocieron).
- Carta de Judas: Su autor se autodenomina “hermano de Santiago” (v.1) y,
por eso, la tradición lo equiparó con el apóstol del mismo nombre (Lc 6,18;
Hch 1,13). Aunque no hay ninguna razón para la identificación, aún más si el
mismo autor se distingue del grupo apostólico (v.17), tampoco hay razón
suficiente para justificar una pseudonimia por la poca importancia del apóstol
suplantado. Aunque suscitó ciertas dudas el reconocimiento de su canonicidad
a raíz de la citación de ciertos apócrifos (Henoc en vv.7.14-15; asunción de
Moisés en el v.9), su autenticidad no fue puesta en duda.
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Aunque su inspiración joánica es indudable, resulta difícil sostener su autoría
joánica.
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De los veinte siglos que nos separan de Jesús, la crítica textual nos
ayuda a recorrer de manera bastante segura los últimos diecinueve de ellos. La
crítica textual tiene como tarea el reconstruir la versión más antigua de los
evangelios, a través de una comparación minuciosa de las diversas familias de
papiros y códices. Esta reconstrucción del texto original es la que sirve de base
para las traducciones a las lenguas modernas. Así, dichas traducciones de los
evangelios reproducen con bastante fidelidad el texto de los evangelios que
fueron puestos por escrito en el último tercio del siglo primero.
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escribieron, en parte, para contrarrestar esta opinión y dejar claro que la vida
de Jesús, su encarnación y Misterio Pascual, pertenece a la esencia de la fe
cristiana.
La carta de san Pablo a los gálatas tiene por finalidad principal advertir
a los creyentes de las iglesias de Galacia de no dejarse convencer por los
cristianos judaizantes que pretendían obligar a los paganos convertidos al
cristianismo a circuncidarse y a guardar la Ley de Moisés (cf. Ga 5,1-4). La
brevísima carta de san Pablo a Filemón tiene por objeto que éste acoja como
hermano en Cristo a Onésimo, su esclavo aparentemente prófugo (cf. Flm 15-
16), que por un tiempo había servido a Pablo en la cautividad.
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El modo concreto en que se redactaron los distintos escritos del NT es
un tema de estudio profuso y profundo. Los resultados de las investigaciones,
aunque han sido de gran ayuda, jamás podrán abandonar el terreno de la
hipótesis. Con todo, vale la pena echar un vistazo a estas explicaciones.
Nosotros abordaremos la materialidad de la redacción de los evangelios a
modo de ejemplo.
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Finalmente, en esta época se empiezan a formar pequeñas colecciones
de parábolas (Mc 4), controversias (Mc 2,1-3,6), o milagros (Mc 5). Y
también comienzan a crearse pequeñas unidades narrativas, como el relato de
la Pasión. Estas colecciones eran más difíciles de memorizar, y por esta razón
empezaron a ponerse por escrito. De todas estas colecciones, la más
importante es la colección de dichos de Jesús conocida como Fuente Q.
Aunque de dicha fuente no se ha encontrado ningún manuscrito, las
coincidencias verbales entre Mateo y Lucas, cuando no dependen de Marcos,
hace pensar que ambos tuvieron delante una fuente común, que contenía
dichos y parábolas de Jesús. Es un supuesto documento que muy bien pudo
servir como punto de referencia a algunas comunidades cristianas de Galilea
en torno al año 50 d.C., y tal vez no era la única colección de este tipo que
circulaba por las comunidades.
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ímpetus iniciales y resultaba difícil vivir la radicalidad del evangelio. La
tentación de acomodarse al mundo era grande, y la perseverancia difícil. Por
eso se hacía necesario recuperar la radicalidad de vida de Jesús contenida en
las tradiciones evangélicas.
Parte del rol de los evangelistas fue integrar las tradiciones evangélicas,
algunas de las cuales constaban ya por escrito, dentro de un marco narrativo.
Todos ellos llevaron a cabo una importante labor redaccional, que consistió en
seleccionar los materiales recibidos, abreviándolos o ampliándolos, para
iluminar las nuevas circunstancias que vivían sus comunidades. Estos
procedimientos se perciben, por ejemplo, en el uso que Mt y Lc hacen de Mc.
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además la Fuente Q. Además de estas dos fuentes, ambos evangelistas
contaron con tradiciones propias (M = material propio de Mateo; L = material
propio de Lucas), orales o escritas, que incluyeron en sus evangelios. Estos
datos han dado lugar a la hipótesis de las dos fuentes (Mc y Q) que trata de
explicar las relaciones entre los evangelios sinópticos.
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recibido el encargo de conservar fielmente esta tradición (ministros de la
Palabra).
“Transmiten fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres,
hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día en que fue
levantado al cielo (cf. Hch 1,1-2). Los Apóstoles ciertamente después de la
ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y hecho,
con aquel mayor conocimiento de que ellos gozaban, ilustrados por los
acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los
autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas
de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando
otras, o desarrollándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo,
en fin, la forma de anuncio, de manera que siempre nos comunicaban la
verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria
o recuerdos, ya del testimonio de quienes “desde el principio fueron testigos
oculares y ministros de la palabra” para que conozcamos “la verdad” de las
palabras que nos enseñan (cf. Lc 1,2-4)” (DV 19).
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