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RESURRECCIÓN Y MISIÓN

MERVI ENRIQUE HERNÁNDEZ ARAUJO

INTRODUCCIÓN

La palabra resurrección evoca inmediatamente a las personas el acontecimiento que ocupa el


centro de la fe cristiana y que constituye su núcleo unificador y germinador.

Los testimonios sobre el acontecimiento de la resurrección de Jesús son varios y múltiples,


diseminados, y están en el canon de las Escrituras cristianas. De la experiencia inicial se pasa a la
formulación lingüística del encuentro con Jesús resucitado, hasta la comunicación en forma de
anuncio. Así pues, la historia de la resurrección de Jesús corre paralela a la génesis y al desarrollo
de los textos cristianos.

Pero hay un segundo aspecto conexo con la resurrección. Se trata de la esperanza humana frente a
la muerte, que se funda en la fidelidad del Dios vivo, en su dominio, al cual no escapa ni siquiera el
reino de la muerte. Los dos aspectos: la resurrección de Jesús y la resurrección de los muertos, se
entrecruzan, tanto a nivel de vocabulario y modelos expresivos como al nivel más profundo de
experiencia espiritual y religiosa.

Jesús es el primero en afirmar su esperanza frente a la muerte, apelando a la iniciativa de Dios, el


viviente, que resucita a los justos y glorifica a los mártires. Por tanto, el tratamiento de este tema
debe recorrer la historia de la experiencia cristiana desarrollada en torno a la resurrección de Jesús
y los precedentes de la tradición bíblica y judía respecto a la esperanza humana frente a la muerte.

I. LOS PRIMEROS TESTIMONIOS DE LA RESURRECCIÓN DE JESÚS.

Un dato histórico indiscutible es el de la existencia del movimiento cristiano en la primera mitad


del siglo I. Los convertidos del judaísmo y del paganismo que constituyen las primeras
comunidades de creyentes se proclaman seguidores de Jesús de Nazaret, un judío de Palestina, al
que dieron muerte al principio de los años treinta, y que ahora es reconocido, venerado y
proclamado en las pequeñas comunidades cristianas como el Cristo (Jristós en griego), el mesías
hebreo, el Señor (en griego, Kyrios).

Los primeros escritos cristianos datables son las cartas de Pablo. Estas se distribuyen en un lapso
de tiempo que corre desde los principios de los años cincuenta al sesenta d.C. Dentro de estos
escritos se pueden reconocer algunas fórmulas que son el eco de la vida de fe de las comunidades.
Junto a ellas se encuentran también frases que re-presentan la proclamación o el anuncio hecho a
los de fuera, judíos y paganos.

1. LAS PROFESIONES DE FE.

Las fórmulas de profesión de fe más antiguas reflejan el uso del ambiente, de la cultura y de la
lengua aramaico-palestinense. En aquel ambiente judío se llama a Dios en arameo Mareh y
corresponde al griego Kyrios. La expresión aramea Maranatha se puede traducir como invocación:
"Maránatha, Señor, ven", o bien como una aclamación: "Maran-athá, el Señor viene". Este último
significado podría sugerirlo el comentario catequístico que hace Pablo de la fórmula tradicional de
las palabras sobre el pan y sobre el cáliz, enviada a la comunidad de Corinto: "Pues siempre que
coméis este pan y bebéis este cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva" (lCor 11,26).

"Jesús es Señor" corresponde a la profesión de fe referida por Pablo en la misma carta, y se hace
depender de la acción del Espíritu de Dios (ICor 12,3b). Esta confesión es para Pablo el criterio para
discernir el origen de los dones espirituales o carismas. El contenido de la profesión de fe
(homologuía) cristiana consiste en esto: "Jesús es el Señor" (Rom 10,9).

A ésta corresponde el fragmento de un himno cristológico, citado por Pablo en la carta a los
Filipenses para fundar la comunión profunda entre los creyentes. A la inmersión de Jesucristo en la
historia humana, vivida hasta la forma extrema de la muerte de cruz, corresponde la iniciativa
eficaz de Dios, que lo ha exaltado sobre todo y le ha dado "un nombre que está por encima de
cualquier otro nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y
en el abismo, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp 2,10-
11).

En resumen, se puede decir que los vestigios de la antigua profesión de fe conservados en los
textos de las cartas paulinas se compendian en esta proclamación solemne del señorío de
Jesucristo, conexo con su resurrección.

2. LAS FÓRMULAS DE ANUNCIO.

La comunidad cristiana, que se reúne para el culto, elabora también las fórmulas y los esquemas
para comunicar esta experiencia de fe al ambiente externo, lo mismo al judío que al griego-pagano.
Un ejemplo de estas fórmulas se encuentra en la primera carta escrita por Pablo a la comunidad de
Tesalónica. Al término de una rápida retrospectiva sobre la actividad evangelizadora y sobre el
nacimiento de la comunidad cristiana, el apóstol puede recordar la conversión a la fe: " Dejasteis la
idolatría y os convertisteis para servir al Dios vivo y verdadero, con la esperanza de que su Hijo
Jesús, al que resucitó de entre los muertos, vuelva del cielo y nos libre de la ira venidera "(1Tes 1,9-
10).

La referencia a la conversión como paso del culto de los ídolos a la fe en el Dios vivo y verdadero
remite al contexto del anuncio del evangelio a los paganos. Pero la fórmula citada por Pablo sobre
la resurrección de Jesús tiene su origen en el contexto judío palestinense, en el cual se proclama la
victoria sobre la muerte por iniciativa de Dios.

Esto lo confirma una segunda cita de la misma carta en el contexto más amplio de la catequesis
sobre la esperanza cristiana frente a la muerte. A los cristianos en crisis por el deceso de sus
parientes, Pablo les insta apremiantemente a no abandonarse a la tristeza "como los que no tienen
esperanza". Y sigue invocando el motivo y el fundamento de la esperanza cristiana: "Porque si
creemos que Jesús ha muerto y ha resucitado, así también reunirá consigo a los que murieron
unidos a Jesús" (ITes 4,14). La primera parte de esta cita paulina menciona el contenido esencial
del anuncio cristiano, que es también la base de la fe. Jesús ha muerto y ha resucitado.

Esta estructura binaria antitética, donde la resurrección se contrapone a la muerte, se encuentra


en una serie de otros textos distribuidos por las cartas auténticas de Pablo: Rom 4,25; 8,34; 14,9;
2Cor 5,15: "Cristo ha muerto y ha vuelto a la vida".

La fórmula acreditada que cita Pablo al principio de la carta a los Romanos es una síntesis del
evangelio de Dios (Rom 1,3-4). Este evangelio, dice Pablo, ha sido prometido por medio de los
profetas en las Sagradas Escrituras y se refiere al Hijo de Dios. El texto paulino continúa así:
"Nacido de la estirpe de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de
santificación por su resurrección de la muerte, Jesucristo, nuestro Señor"(Rom 1,3b-4).

También en esta fórmula se puede reconocer la estructura binaria: por una parte, la solidaridad
histórica de Jesús en la línea del mesianismo davídico, y por otra su exaltación y constitución en la
función de Hijo de Dios en la línea del Espíritu de santificación mediante la resurrección de los
muertos. El doble aspecto de la función de Jesús: "según la carne y según el Espíritu", transcribe de
modo original la dialéctica pascual "muerto según la carne, resucitado y vuelto a la vida según el
Espíritu" (1Pe 3,18).

Así pues, en las cartas de Pablo se encuentran las fórmulas que son eco de la fe de las primitivas
comunidades cristianas y los esquemas del anuncio hecho hacia fuera, y que se convierten a su vez
en síntesis del credo cristiano.

3. LA TRADICIÓN AUTORIZADA DE LA RESURRECCIÓN.

En la primera carta enviada a la Iglesia de Corinto, a mediados de los años cincuenta, Pablo refiere
una síntesis del anuncio cristiano, que está en la base del credo tradicional. El mismo Pablo llama a
este texto el "evangelio que él ha anunciado" y que los corintios han recibido. La condición de su
eficacia salvífica es conservarlo en la forma en que ha sido anunciado (lCor 15,1-2). Luego el
apóstol cita las bases del anuncio y del "credo", anteponiendo una fórmula protocolar de la
tradición autorizada. "Os he transmitido en primer lugar lo que ami vez recibí: que Cristo murió por
nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y resucitado al tercer día, según las
Escrituras; y que se apareció a Pedro y luego a los doce" (lCor 15,3-5).

La estructura de la fórmula tradicional citada por Pablo está articulada en dos pequeñas unidades,
que a su vez están constituidas por dos frases: "Murió por nuestros pecados..., fue sepultado/y
resucitado... y se apareció". El sujeto único de estos cuatro verbos es Cristo, aunque la fórmula
pasiva "fue resucitado... y fue visto" remite discretamente a la acción e iniciativa de Dios.

Así pues, el texto podría tener su origen en la comunidad bilingüe de Jerusalén o de Antioquía de
Siria, a mediados de los años treinta. Pero sobre la estructura arcaica originaria se han hecho
algunas ampliaciones de tipo interpretativo en clave soteriológica, "por nuestros pecados", y la
referencia escritural, que subraya la conformidad con el plan de Dios: "según las Escrituras".
También la lista de los testigos cualificados, distribuidos en dos grupos, que constituyen,
respectivamente, cabeza a Cefas (los doce) y a Santiago (los otros apóstoles), ha sido ampliada
(lCor 15,5.7).

El elenco de los testigos confirma la realidad y exactitud de la experiencia de Cristo resucitado por
iniciativa de Dios. Sólo en una perspectiva secundaria se advierte la función legitimadora de la
aparición de Jesús a los testigos cualificados, en cuya serie, aunque sea en el fondo, se coloca el
mismo Pablo. Pero el intento fundamental es el de definir la eficacia salvífica del anuncio y de la fe
que en él se funda: "Pues bien, tanto ellos como yo, esto es lo que predicamos y lo que habéis
creído" (lCor 15,11).

Así pues, la fórmula mencionada es más breve que las referidas por Pablo. Representa una especie
de síntesis esquemática del anuncio y de la catequesis fundada en la resurrección de Jesús. Las
fórmulas de fe y de anuncio se apoyan en el hecho y acontecimiento de la resurrección, que es
atribuido a la iniciativa de Dios. El protagonista o destinatario de esta acción de Dios es Cristo, que
pasa de la muerte a la vida mediante la resurrección, que tiene como efecto final su exaltación
gloriosa.

Los títulos que resumen esta fe pascual son al mismo tiempo la síntesis del anuncio cristiano. Son
atribuidos a Jesús, proclamado Cristo, Señor e Hijo de Dios. En el primer título se afirma la
mesianidad trascendente de Jesús, fundada en su resurrección. El título de Señor expresa el
señorío de Jesús, asociado al de Dios. Como hijo, Jesús lleva a cumplimiento no sólo la esperanza
mesiánica, sino que transmite la dignidad filial mediante el don del Espíritu a todos los creyentes.

II. LA RESURRECCIÓN DE JESÚS EN LOS EVANGELIOS Y EN LOS HECHOS.

De la experiencia originaria de la resurrección, expresada en las fórmulas de la fe y del anuncio, se


pasa progresivamente a una expresión más articulada en forma narrativa (modelo evangélico) o al
esquema de anuncio-predicación, dirigida a los diversos destinatarios judíos o gentiles (Hechos de
los Apóstoles). Ambas formas responden a los diversos ambientes culturales y a las exigencias de la
vida interna de la comunidad que celebra el culto y practica la catequesis de formación, y responde
a las objeciones formuladas por el ambiente externo.

1. EL ANUNCIO DE LA RESURRECCIÓN JUNTO AL SEPULCRO.

El kerigma tradicional mencionado por Pablo en la primera carta a los Corintios alude a la sepultura
de Jesús, pero sin darle particular relieve bajo el aspecto catequístico o apologético. Se habla de la
sepultura de Jesús según el esquema biográfico bíblico, donde se dice a propósito de todos los
reyes: "Murió y fue sepultado". Existe, sin embargo, un dato tradicional común subyacente a los
cuatro evangelios y que se refleja también en los Hechos de los Apóstoles: Mc 16,1-8; Mt 28,1-8; Lc
24,1-10; Jn 21,1-2.

Esta tradición común se puede condensar en los puntos siguientes:

a) la visita de algunas mujeres, entre las cuales descuella el nombre de María de Magdala; el plural
del evangelio de Juan confirma la tradición común de un grupo;

b) estas mujeres visitan el sepulcro de Jesús en Jerusalén por la mañana temprano: " el primer día
de la semana después del sábado";

c) el fin es el de completar los ritos fúnebres junto a la tumba de Jesús, llanto o lamentaciones;

d) las mujeres encuentran el sepulcro abierto y vacío, y corren a informar a los discípulos de Jesús,
entre los cuales destaca la figura de Pedro;

e) algunos de los discípulos, entre ellos Pedro, corren a inspeccionar el sepulcro de Jesús.
Se puede pensar que la base histórica de esta tradición común es fidedigna por los siguientes
motivos. Ante todo, el papel de las mujeres en la experiencia del sepulcro vacío no puede haber
sido inventada, ya que contradice el valor testimonial en el contexto judeo-palestinense. Es
probable que la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén conociera la ubicación y la identidad de la
tumba de Jesús. La visita de algunas mujeres corresponde a los usos judíos acerca de los ritos
fúnebres. Finalmente, el sepulcro vacío no tiene un papel determinante en la catequesis
apologética y en los esquemas de anuncio.

* *Sobre la base de esta tradición común se alza la interpretación de cada uno de los textos
evangélicos. El evangelio de Marcos parte de la visita de las mujeres a la tumba de Jesús para
proclamar el anuncio de la resurrección y el de la aparición a los discípulos y el de su misión en
Galilea (Mc 16,6-7). A este fin, el evangelista ha amplificado algunos elementos de la tradición
común, enumerando a las tres mujeres que van a la tumba de Jesús para embalsamar su cuerpo.

También la reflexión que hacen las mujeres sobre la piedra del sepulcro, que no se puede retirar
por ellas, prepara la aparición y el anuncio del ángel intérprete. Marcos subraya particularmente la
reacción "religiosa" de las mujeres ante el enviado celestial: "Tuvieron miedo". Y como conclusión
del anuncio y encargo del ángel, Marcos anota: "Ellas salieron huyendo del sepulcro, porque se
había apoderado de ellas el temor y el espanto; y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo"
(Mc 16,8). Este extraño final de Marcos, corresponde a la perspectiva global de su evangelio. El
anuncio de la resurrección de Jesús junto a su tumba, abierta y vacía, y el encargo de avisar a los
discípulos sobre el encuentro prometido en Galilea son el vértice de la revelación de Dios, que
debe ser acogida con la actitud de discreción y reserva propias de la fe cristiana.

También el evangelio de Mateo se funda en la tradición común, que es amplificada e integrada en


su perspectiva redaccional. Característico del primer evangelio es el cuadro apocalíptico, en el cual
se inserta la resurrección de Jesús: "De pronto hubo un gran terremoto; pues un ángel del Señor
bajó del cielo, se acercó, hizo rodar la losa del sepulcro y se sentó en ella. Su aspecto era como un
rayo, y su vestido blanco como la nieve" (Mt 28,2-3). Estos rasgos apocalípticos, tomados del
escenario bíblico del "día del Señor", sirven para expresar el tema de la victoria de Dios sobre la
muerte.

Análogamente, Mateo encuadra la muerte de Jesús en el Calvario en un marco apocalíptico: "La


tierra tembló y las piedras se resquebrajaron; se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de santos
que estaban muertos resucitaron" (Mt 27,51-52). La poderosa manifestación de Dios junto a la
tumba de Jesús provoca la reacción aterrada de los guardias que los judíos colocaron para
controlar el sepulcro de Jesús: "Los guardias temblaron de miedo (por la aparición del ángel del
Señor) y se quedaron como muertos" (Mt 28,4).

En cambio, al grupo de las mujeres —dos en Mateo— el ángel le comunica el anuncio pascual, que
reproduce sustancialmente el de Marcos. Pero, a diferencia del segundo evangelista, Mateo refiere
que las mujeres, aunque abandonaron deprisa el sepulcro, corren con temor y gran alegría a
comunicar el anuncio a los discípulos de Jesús. A lo largo del camino tienen el primer encuentro y
la revelación de Jesús resucitado. El les renueva el encargo, dado ya por el ángel, de ir a anunciar
"a mis hermanos que vayan a Galilea y allí me verán" (Mt 28,9-10).

Así pues, el primer evangelista desarrolla el motivo apologético ya anticipado en la reacción


aterrorizada de los guardias ante la aparición del ángel del Señor junto a la tumba de Jesús. La
sección apologética de Mateo responde a la polémica contra la resurrección del ambiente judío (cf
Mt 28,11-15; 27,62-66). Este elemento caracteriza al primer evangelio junto con la aparición de
Jesús a las mujeres en el camino del sepulcro con el encargo del anuncio pascual que han de llevar
a los discípulos, llamados por Jesús "mis hermanos".

El tercer evangelista, Lucas, relee esta tradición de la visita de las mujeres y del anuncio pascual
junto a la tumba de Jesús de acuerdo con su perspectiva teológica y espiritual. Son dos los ángeles
que como testigos e intérpretes autorizados hacen el anuncio de Jesús resucitado a las mujeres, las
cuales no encuentran en el sepulcro el "cuerpo del Señor Jesús" (Lc 24,1-4). El mismo autor hará
intervenir dos ángeles intérpretes en el momento de la ascensión de Jesús al cielo (He 1,10).

El anuncio pascual conserva algunos rasgos característicos del tercer evangelio. Los ángeles invitan
a las mujeres atemorizadas a no buscar entre los muertos al que está "vivo". Esta presentación de
Jesús resucitado como "vivo" responde a la perspectiva lucana (cf He 1,3). Luego, el anuncio de la
resurrección se funda en el recuerdo de las palabras proféticas de Jesús acerca del destino del Hijo
del hombre: "Recordad lo que os dijo estando aún en Galilea, que el Hijo del hombre debía ser
entregado en manos de pecadores, ser crucificado y resucitar al tercer día" (Lc 24,6-7).

El anuncio de la resurrección de los ángeles a las mujeres junto al sepulcro de Jesús es el


cumplimiento de las palabras proféticas de Jesús sobre su destino de rechazado por los hombres,
pero resucitado por Dios. Pues el hecho de Jesús crucificado y resucitado responde al plan de Dios,
revelado en las Escrituras (cf Lc 9,22; 18,31-33). En la edición lucana falta el encargo hecho a las
mujeres de llevar el anuncio a los discípulos con la cita del encuentro en Galilea.

A pesar de esta tendencia del tercer evangelista a excluir a Galilea de las experiencias pascuales, se
menciona el hecho de que las mujeres "anunciaron todo esto a los once" y a todos los demás. Sólo
aquí enumera Lucas a las mujeres, entre las cuales destaca la figura de María de Magdala,
recordada por la tradición común.

Pero el evangelista se apresura a indicar que el relato y las palabras de las mujeres no fundan la fe
pascual. Pues estas palabras de las mujeres son consideradas "por los apóstoles" un delirio (Lc
24,9-11; cf 24,22-23). El tercer evangelista refiere también la tradición particular de la visita hecha
por Pedro, junto con otros, al sepulcro (Lc 24,12; 24,24). Pero tampoco esta visita e inspección de
los discípulos, que encuentran el sepulcro vacío pero no violado, son origen y fundamento de la fe
pascual de la comunidad cristiana: "Pedro regresó a casa maravillado de lo ocurrido" (Lc 24,12b).

Esta última nota lucana acerca de la visita de Pedro al sepulcro es ampliada por el cuarto
evangelista. Juan conoce la tradición común, en la que se relata la visita hecha por María de
Magdala, "el primer día de la semana, al rayar el alba, antes de salir el sol ", a la tumba de Jesús. La
encuentra abierta y vacía. La mujer corre entonces a informar a los discípulos, los cuales a su vez
corren a inspeccionar el sepulcro de Jesús.

En el ambiente juanista se conoce también la hipótesis de la sustracción del cadáver, desarrollada


en la sección apologética de Mateo (cf Jn 20,2.11). Pero el relato de Juan se concentra en el
episodio de la visita hecha por Pedro y por el otro discípulo a la tumba de Jesús. La escena sirve
para llamar la atención sobre el contraste entre las dos figuras, las de Pedro y del discípulo. Pedro
"ve" los lienzos por el suelo y el sudario con que le habían envuelto la cabeza a Jesús, doblado
aparte; pero no concluye nada. En cambio, el otro discípulo "vio y creyó" (Jn 20,6-8).

En consecuencia, el evangelista termina con una reflexión sobre la relación entre fe en la


resurrección y Escritura: "Pues no habían aún entendido la Escritura según la cual Jesús tenía que
resucitar de entre los muertos" (Jn 20,9). En este caso la reflexión de Juan desarrolla la función del
ángel intérprete de la tradición sinóptica.

El relato del cuarto evangelio sigue con la historia de María Magdalena, que llora junto al sepulcro
de Jesús. En este contexto se introducen los dos ángeles, como en la tradición lucana. Pero no
ejercen un papel determinante en la experiencia pascual; sirven únicamente para reiterar la
hipótesis de la sustracción del cadáver. A la pregunta que hacen a María: " Mujer, ¿por qué lloras?",
ella responde: "Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto" (Jn 20,13).

En este punto, el evangelista refiere la cristofanía a María de Magdala, que tiene su paralelo en la
tradición referida por Mateo, donde Jesús se aparece a las mujeres en el camino del sepulcro. El
diálogo con el misterioso personaje del huerto, que al final se revela como el Señor, se desarrolla
de acuerdo con el esquema de las apariciones de reconocimiento. Termina con el anuncio de la
resurrección hecho a María por el mismo Jesús en términos juanistas —"subida al Padre"— y con
el encargo de llevar la buena noticia pascual a los discípulos: "Anda y di a mis hermanos que me
voy con mi Padre y vuestro Padre, con mi Dios y vuestro Dios" (Jn 20,17). El relato se cierra con la
ejecución de este encargo pascual por parte de María de Magdala, la cual anuncia a los discípulos:
"He visto al Señor", y también lo que le había dicho (Jn 20,18).

Por este análisis de los textos evangélicos acerca de la visita de las mujeres al sepulcro de Jesús,
que encuentran abierto y vacío, se ve claramente que la tradición común sirve para mencionar la
primera experiencia y el anuncio de Jesús resucitado según los esquemas de la tradición
kerigmática y según la perspectiva de cada uno de los evangelios.

(HECHOS DE LOS APÓSTOLES)

Un eco de la interpretación pascual del sepulcro vacío de Jerusalén se encuentra también en el


segundo libro de la obra de Lucas, los Hechos de los Apóstoles. Aquí se menciona la sepultura de
Jesús por los judíos (cf He 13,29). En los discursos misioneros se intenta también una
interpretación mesiánica de la tumba vacía sobre la base de la exégesis de carácter actualizante del
Sal 16,10 y de la promesa de 2Sam 7,12; Sal 132,11. El sepulcro vacío de Jesús es un signo de que
él es el "santo y justo" librado de la corrupción, según se le prometió al mesías (He 2,25-32; 13,35-
37).

Así pues, el examen de los textos evangélicos y el de los Hechos confirma el dato común de la
tradición acerca de la tumba de Jesús en Jerusalén, conocida en el ambiente de la comunidad
judeo-cristiana. Este dato no lo pone en discusión el frente judío que impugna su significado
religioso y mesiánico. En aquel ambiente se habla de sustracción del cadáver (Mateo y Juan). Pero
lo que le interesa a la tradición evangélica es el significado del sepulcro de Jesús, encontrado
abierto y vacío.

Este hecho es el signo de la victoria de Dios sobre la muerte y la confirmación de la mesianidad de


Jesús crucificado. Pues la visita de las mujeres al sepulcro de Jesús el primer día de la semana es el
contexto en el que se hace el anuncio de la resurrección por parte del ángel o ángeles enviados por
Dios, sobre la base de las palabras de Jesús o de la Escritura.

2. LOS RELATOS DE APARICIÓN DE JESÚS RESUCITADO.

El núcleo más antiguo del kerigma referido por Pablo en la primera carta a los Corintios hace
referencia a las apariciones de Jesús y da la lista de los testigos cualificados: Cefas y los doce,
Santiago y todos los demás apóstoles, así como los hermanos (cf lCor 15,5-7). Al final de esta lista
coloca Pablo su propia experiencia personal de encuentro con Jesús resucitado (lCor 15,8).

En el evangelio de Marcos la aparición de Jesús a los discípulos es sólo preanunciada, pero no


referida. Las que se refieren en el final no marcan o son producto de una síntesis tardía de las
tradiciones evangélicas, releídas en clave popular (Mc 16,9-14). En cambio, las experiencias de
apariciones de Jesús a los discípulos son referidas ampliamente por los evangelios de Lucas y de
Juan.

Entre los textos de estos dos evangelios se encuentra una afinidad en la estructura general del
relato, así como en los temas y motivos particulares. Pero lo que llama la atención al lector actual
de los evangelios es la diversa ubicación de la experiencia de encuentro o aparición de Jesús a los
discípulos. Se puede distinguir un primer ámbito de tradiciones, que refiere las experiencias de los
discípulos en Jerusalén (Lucas-Hechos, Juan, Mateo, aparición a las mujeres; y también Lucas,
aparición a los dos discípulos de Emaús).

Otra serie de experiencias está ambientada en Galilea (Mateo, Juan en el apéndice, Marcos en la
final tardía). También los destinatarios de estas manifestaciones o apariciones están distribuidos en
diversos grupos. Destaca la figura de Pedro, unánimemente mencionado en la síntesis kerigmática
y catequística de Pablo (lCor 15,5) y en la declaración de Lucas, referida en el momento en que los
dos discípulos de Emaús a Jerusalén se encuentran con los once y los otros discípulos. "Realmente,
el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón" (Lc 24,34). Junto a Pedro está el grupo de los
once, a los que se añaden grupos particulares de otros discípulos: los siete del apéndice de Juan,
los dos de Emaús, las mujeres y los "hermanos".

Además de esta diversificación de ambiente y de destinatarios, se puede captar en la actual


edición de los textos evangélicos la diversa presentación de la experiencia o visión de Jesús
resucitado. Sustancialmente se pueden distinguir dos formas de relato de aparición. Una, en la que
se pone el acento en el reconocimiento de Jesús, subrayando su realidad e identidad. Otra segunda
serie de relatos se centra en las palabras de Jesús, que encarga a los discípulos la misión.

a) Apariciones de reconocimiento.

Los dos evangelios de Lucas y de Juan contienen los relatos en los que Jesús se aparece a los
discípulos y se da a conocer como el Señor. Estos textos siguen un esquema común articulado en
algunas secuencias fijas.
La estructura base se puede reconstruir en estas fases: a) situación de los discípulos reunidos; b)
iniciativa del resucitado, que se manifiesta o se hace el encontradizo en medio de los discípulos
(saludo); c) reconocimiento de la identidad de Jesús por medio de sus palabras y de los gestos por
él realizados; d) separación de Jesús del grupo de los discípulos.

El evangelio de Lucas coloca el relato de la aparición de Jesús a los discípulos en el cuadro más
amplio de un itinerario de fe que va de la duda y la perplejidad iniciales hasta la plena adhesión de
fe (Lc 24,12.52). La visita de Pedro y de los otros discípulos a la tumba de Jesús es simplemente la
ocasión para subrayar su estupor y consternación (Lc 24, 12.22-24). En cambio, el vértice de la
experiencia pascual se tiene al final, cuando Jesús es llevado o elevado al cielo: " Y ellos lo adoraron
y se volvieron a Jerusalén llenos de alegría" (Lc 24,52).

Un ejemplo de este proceso o itinerario de fe lo representa el episodio de fe de los dos discípulos


de Emaús. Es un relato típico de reconocimiento, que utiliza una tradición lucana peculiar. En ella
se conserva el recuerdo de una aparición de Jesús al grupo de los parientes o "hermanos". De
hecho, uno de los dos protagonistas de la historia de Emaús, Cleofás, es el hermano de José; por
tanto, tío de Jesús (cf Lc 24,18). El amplio relato lucano centrado en estos dos discípulos, que dejan
la comunidad de Jerusalén para volver a su pueblo de Emaús, insiste en el diálogo con Jesús, que
se les junta bajo el aspecto de un peregrino. Pero sus "ojos —observa el evangelista— eran
incapaces de reconocerlo" (Lc 24,16). Sólo después del diálogo con Jesús, en el que su palabra y su
gesto remiten al recuerdo histórico y a las promesas de Dios consignadas en la Escritura, puede
notar el evangelista: "Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron"(Lc 24,31). Entre estas dos
indicaciones extremas tiene lugar el encuentro de reconocimiento pascual de Jesús.

Su fin trágico en Jerusalén, con la condena a muerte y la crucifixión, ha roto las esperanzas de
liberación mesiánica nacional: "Nosotros esperábamos que él sería el liberador de Israel" (Lc
24,21). La experiencia del sepulcro vacío de las mujeres y la inspección por parte de algunos
discípulos no han modificado esta situación de profunda crisis.

En este punto es la palabra de Jesús la que hace renacer la esperanza y abre los ojos de los
discípulos. Apela él a la palabra profética de la Escritura, que debe cumplirse en el mesías. El
episodio trágico de Jesús no contradice al designio de Dios, sino que lo lleva a su cumplimiento de
manera paradójica. Pues el mesías sólo entrará en la gloria a través del sufrimiento. " Y empezando
por Moisés y todos los profetas, les interpretó lo que sobre él hay en todas las Escrituras " (Lc
24,27).

Esta interpretación profética y cristológica de la Escritura recibe su sello en el gesto de Jesús, que,
invitado por los dos discípulos a sentarse a la mesa con ellos, hace de presidente de ella. Los gestos
rituales y la oración de bendición de la mesa recuerdan los de la última y profética cena antes de la
muerte: "Se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio" (Lc 24,30). Este
acto es la revelación definitiva de Jesús a los dos discípulos, que lo pueden reconocer gracias a la
palabra de Dios interpretada por él y al gesto que remite al don y a la oferta de su vida. Mas en ese
momento Jesús no está ya disponible, porque su modo de ser presente es diverso al de la relación
puramente física. Es él el que toma la iniciativa de manifestarse o de sustraerse a la relación con los
discípulos: "Pero él desapareció de su vista" (Lc 24,31b).

Los dos discípulos interiorizan la experiencia del encuentro con Jesús, que tiene su núcleo fecundo
en la interpretación de las Escrituras. Entonces cambian de dirección y vuelven a Jerusalén, donde
encuentran a los once y a los otros discípulos. Aquí, en la comunidad de Jerusalén, donde se
encuentra el grupo de los discípulos históricos de Jesús, reciben el anuncio pascual:
"Verdaderamente, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón" (Lc 24,34). Y refieren ellos
cómo encontraron a Jesús y le reconocieron en el gesto de la fracción del pan.

Directamente conexa con el episodio de los dos discípulos de Emaús está la manifestación de Jesús
a los once de Jerusalén (Lc 24,36-42). Jesús se aparece en medio del grupo de los discípulos y los
saluda con el anuncio de la paz mesiánica. La reacción de los discípulos, estupefactos y
atemorizados, da pie al evangelista para una profundización catequística, en la cual se subraya la
identidad entre el crucificado y Jesús resucitado, y el realismo de su cuerpo resucitado: "Aterrados
y llenos de miedo, creían ver un espíritu. El les dijo: `¿Por qué os asustáis y dudáis dentro de
vosotros? Ved mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tocadme y ved que un espíritu no tiene carne ni
huesos, como veis que tengo yo'. Dicho esto, les mostró las manos y los pies" (Lc 24,37-40). Hay una
reacción emotiva de los discípulos como en la tradición de Marcos y Mateo (cf Mc 6,49; Mt 14,26:
encuentro de Jesús con los discípulos en el lago de noche).

En el contexto de la catequesis lucana esta contraposición entre el "fantasma" y el cuerpo real de


Jesús resucitado responde a una de las características dificultades del ambiente greco-helenístico,
donde se tiende a confundir la resurrección de Jesús y su manifestación con la supervivencia de los
espíritus separados del cuerpo.

*La ostensión de los signos de la pasión: las manos y los pies, confirma a los discípulos en la
identidad real entre Jesús crucificado y el Señor que se les revela. Una confirmación ulterior y signo
de la plena pertenencia de Jesús al mundo de los vivos es la petición a los discípulos de algo que
comer; en su presencia, Jesús come un trozo de pez asado (Lc 24,41-42; cf Lc 8,55).

La misma insistencia en el reconocimiento de Jesús y en el realismo de su corporeidad de


resucitado se encuentra en el cuarto evangelio. La presentación de María de Magdala, con la
eliminación de las otras figuras femeninas, le sirve a Juan para trazar el itinerario ideal de la fe del
discípulo que busca a su Señor. Es la iniciativa de Jesús la que le hace posible a la Magdalena el
reconocimiento del misterioso hortelano que le pregunta: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién
buscas?" (Jn 20,15). Las palabras de Jesús le permiten a María "volverse" hacia él en la justa
actitud de la fe y reconocerlo como "su Señor y maestro". "Jesús le dijo: `María'. Ella se volvió y
exclamó en hebreo: `Rabbuní' (es decir, maestro)" (Jn 20,16). Jesús le recuerda entonces a María la
nueva relación que se ha establecido entre él y los discípulos en virtud de la resurrección:
"Suéltame, que aún no he subido al Padre; anda y di a mis hermanos que me voy con    mi Padre y
vuestro Padre, con mi Dios y vuestro Dios" (Jn 20,17).

La resurrección de Jesús, según el cuarto evangelio, es un proceso dinámico iniciado ya con el don
que Jesús hizo de sí en la muerte y acelerado por la resurrección, pero que tiene su pleno
cumplimiento con la ascensión y glorificación de Jesús. El realiza de ese modo la plena y definitiva
comunión entre Dios, el Padre, y los hombres, los hermanos.

A esta escena del encuentro de María, figura del discípulo, y Jesús sigue en el texto de Juan el
encuentro de Jesús con los otros discípulos. Esto ocurre en dos fases distintas en el tiempo en un
intervalo de ocho días (Jn 20,19-23.24-29). El primer encuentro tiene lugar la tarde de aquel día, el
primero de la semana. Jesús se aparece en medio de los discípulos en el lugar en que están
encerrados por miedo a los judíos. El saludo pascual de Jesús corresponde a su promesa de la paz
(Jn 14,27). Sigue la manifestación de Jesús, que muestra a los discípulos las manos y el costado. La
novedad respecto al texto lucano es este último particular, que remite a la escena de la muerte de
Jesús, donde el evangelista llama la atención sobre el costado traspasado por la lanza (Jn 19,33-
37).

No hay dudas y perplejidades en el grupo de los discípulos, que "se llenaron de alegría al ver al
Señor" (Jn 20,20b). A esta escena implícita de reconocimiento, en la que Jesús aparece como el
Señor resucitado, idéntico al que ha muerto en la cruz, sigue el encargo de misión con una fórmula
característica juanista: "Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros" (Jn 20,21b). El
don del Espíritu, comunicado a los discípulos con el gesto simbólico de la creación inicial (cf Gén
2,7), capacita a los discípulos para su cometido de perdonar o retener los pecados en la comunidad
(Jn 20,22-23).

A este primer encuentro sigue otro segundo, colocado ocho días después, en un plazo semanal,
que recuerda los ritmos de las celebraciones comunitarias en la Iglesia primitiva. En esta nueva
escena es protagonista Tomás, uno de los doce, que representa y concentra la figura del discípulo
dudoso e incrédulo. Pues al anuncio hecho por los otros discípulos: "Hemos visto al Señor", replica
él con la contraposición característica del cuarto evangelio entre "ver" y "creer": "Si no veo en sus
manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado,
no lo creo" (Jn 20,25). El nuevo encuentro de Jesús con los discípulos sirve para definir el
verdadero estatuto del discípulo creyente.

La escena está modelada según el esquema de la precedente: Jesús aparece en medio de los
discípulos, estando las puertas cerradas; les dirige el saludo pascual de la paz, y luego invita a
Tomás a verificar la identidad y la realidad de su cuerpo de crucificado: "Trae tu dedo aquí y mira
mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente" (Jn 20,27). La
reacción de Tomás representa la cumbre de la profesión de fe cristológica en el cuarto evangelio:
"Señor mío y Dios mío" (Jn 20,28).

Entonces Jesús, en forma de macarismo, traza el estatuto del auténtico discípulo, que funda su fe
no en "ver", que es sólo un elemento limitado de la fe pascual de los discípulos, sino en su
testimonio, que se ha convertido en anuncio y tradición: "Has creído porque has visto. Dichosos los
que creen sin haber visto" (Jn 20,29).

También la escena sucesiva, añadida en apéndice al cuarto evangelio, conserva algunos rasgos de
la manifestación de Jesús a los discípulos a orillas del lago de Tiberíades en forma de aparición de
reconocimiento. Siete discípulos vuelven a pescar con Simón Pedro. Después de una noche
infructuosa, ven a Jesús en la orilla del lago, "pero no sabían que era Jesús" (Jn 21,4). Por su
palabra, que les invita a echar la red a la parte derecha de la barca, consiguen una pesca
maravillosa. Entonces el discípulo al que Jesús amaba, que representa al verdadero creyente, se
dirige a Pedro diciendo: "Es el Señor" (Jn 21,7). Pedro gana a nado la orilla y encuentra preparado
en unas brasas pescado y pan. Luego Jesús invita a los discípulos a comer.

En este punto observa el evangelista: "Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle: `¿Tú
quién eres?', pues sabían que era el Señor" (Jn 21,12). Así pues, también ésta es una escena típica
de reconocimiento, donde la palabra y el gesto convival de Jesús hacen que los discípulos pasen de
la duda a la plena adhesión de la fe en su presencia. El editor del cuarto evangelio concluye esta
escena de reconocimiento con esta observación: "Esta fue la tercera vez que se apareció a los
discípulos después de haber resucitado de entre los muertos" (Jn 21,14).

Un eco de este tema de la duda de los discípulos en el encuentro con Jesús resucitado lo tenemos
en el primer evangelio, donde se relata la manifestación de Jesús a los discípulos en el monte de
Galilea. Los once discípulos, al ver a Jesús, "se postraron ante él; pero algunos dudaban" (Mt
28,17). La iniciativa de Jesús, que se acerca a los discípulos, y su palabra hacen que los discípulos
pasen de la duda y de la incredulidad a la plena adhesión de la fe.

Los elementos constantes de estos relatos de aparición, donde el acento se pone en el progresivo
reconocimiento de Jesús, se pueden resumir en estos datos.

Ante todo se pone de relieve la iniciativa de Jesús resucitado, que se manifiesta con sus palabras y
con gestos a los discípulos, bien solos, bien reunidos en grupo.

Un segundo elemento que se hace resaltar en los relatos evangélicos es la resistencia de los
discípulos a reconocer al Señor y a aceptarlo en la fe. Su duda y perplejidad, diversamente
motivadas, son superadas por la palabra de Jesús y por sus gestos.

Este conjunto de datos tiene un valor catequístico, que corresponde a las diversas intenciones de
los evangelistas. Ellos quieren subrayar el realismo de la resurrección de Jesús y su perfecta
identidad. El que ha sido crucificado es ahora el Señor resucitado. Los discípulos han llegado a esta
conclusión de fe, superando las resistencias iniciales, gracias a la acción misma del Señor, que se ha
hecho encontradizo con ellos.

b) Apariciones de misión. Las manifestaciones de Jesús a los discípulos están orientadas a la misión.
Esta se entrevé como tendencia común desde el primero y más antiguo esquema de anuncio
pascual referido por Pablo. La aparición a Cefas y a los doce, a Santiago y a los otros apóstoles,
como la hecha de modo excepcional a Pablo, es el origen de su testimonio y misión autorizadas (1
Cor 15,3ss). También el anuncio hecho a las mujeres junto al sepulcro y la misma manifestación de
Jesús al grupo de los discípulos o a particulares están estructuralmente orientados al encargo de
misión. María de Magdala en Juan o el grupo de las mujeres (Marcos-Mateo) son encargados de
anunciar a los discípulos el mensaje pascual: el Señor ha resucitado (cf Jn 20,18).

Pero son los evangelios de Lucas y Mateo los que refieren los discursos más amplios, en los cuales
Jesús encarga a los discípulos la misión pascual. Lucas, en la organización de su texto de forma
unitaria, menciona en la cumbre de la aparición de reconocimiento el encargo de misión (Lc 24,44-
49). En sustancia, se trata de una relectura de los textos bíblicos en clave cristológica. Esto, por lo
demás, es un tema constante del relato pascual lucano (Lc 24,7.25-27.44). Jesús se dirige a los
once, después de su reconocimiento: "De esto os hablaba cuando estaba todavía con vosotros: `Es
necesario que se cumpla todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y
en los salmos'. Entonces les abrió la inteligencia para que entendieran las Escrituras" (Lc 24,44-45).

Después de esta evocación del cumplimiento de las palabras proféticas de la Biblia, que da pleno
significado al misterio de pascua, Jesús mismo traza el programa misionero de los discípulos,
fundándolo también en el testimonio de la Escritura. Tanto el contenido del anuncio como la
determinación de los destinatarios se establecen sobre la base de la palabra de Dios: "Estaba
escrito que el Mesías tenía que sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y que hay que
predicar en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las naciones,
comenzando por Jerusalén" (Lc 24,46-47).

El contenido del anuncio misionero de los discípulos es el kerigma pascual, la muerte y la


resurrección de Jesús; y este anuncio se convierte en el fundamento de los dones de Dios en favor
de todos los pueblos: "la conversión y el perdón de los pecados". El programa de la misión de los
discípulos es histórica y geográficamente definido por Jesús. Deben esperar en Jerusalén el don del
Espíritu prometido, que los capacita para el testimonio autorizado (Lc 24,48-49). A ese modelo de
la misión pospascual de los discípulos corresponde el cuadro reconstruido a principios del libro
segundo de la obra lucana, los Hechos de los Apóstoles.

En su última manifestación a los discípulos, Jesús les invita a superar las nostalgias de la
restauración mesiánico-nacional, prometiéndoles, en cambio, la fuerza del Espíritu Santo, que les
hace testigos suyos "en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra " (He
1,8).

El evangelio de Juan sólo ha conservado un eco de este encargo pascual de misión, porque ya ha
hablado ampliamente de ello en el discurso o testamento de adiós (cf Jn 20,21). En cambio, el
primer evangelio ha centrado el único encuentro o aparición de Jesús a los discípulos en este tema
(Mt 28,16-20). Es el vértice del evangelio entero, que concluye con la autopresentación de Jesús y
el encargo a los discípulos de la misión universal. Jesús se les manifiesta en el monte de Galilea, en
el lugar prefijado del encuentro, como el Hijo de Dios constituido en la plenitud de poderes. Luego
los envía a "hacer discípulos en todas las naciones " por la adhesión a la comunidad mediante el rito
bautismal y la observancia de todo lo que él ha mandado. La última palabra de Jesús es la promesa
mesiánica de su presencia de Señor hasta el fin de la historia: "Y sabed que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo " (Mt 28,20b). En resumen, el relato de Mateo representa la
autorización de la misión universal de los discípulos, fundada en el reconocimiento del señorío de
Jesús resucitado.

Este texto conclusivo del primer evangelio es particularmente significativo, si se tienen presentes
algunas anticipaciones prepascuales de la misión de los discípulos, en las cuales Pedro juega un
papel preeminente. El eco de la manifestación pascual a Pedro, que está en la base de la fe de la
comunidad, se encuentra en algunos relatos del evangelio de Mateo. Jesús se revela a los
discípulos en el lago de noche y salva a Pedro con un gesto simbólico (Mt 14,28-33). A Pedro, hijo
de Juan, que reconoce la plena mesianidad de Jesús y su condición de Hijo del Dios vivo, Jesús le
anuncia su función de fundamento de la comunidad mesiánica asociada a su victoria sobre el
poder del mal y de la muerte (Mt 16,16-19).

Un eco de esta función de la misión de Pedro, relacionada con la experiencia pascual, lo tenemos
en el evangelio de Lucas. Jesús anuncia la crisis de fe de Pedro, conexa con su pasión; pero al
mismo tiempo asegura la superación de la prueba gracias a su oración eficaz. De ese modo Pedro
podrá confirmar la fe de sus hermanos (Lc 22,31-32; cf Lc 24,34).

También el cuarto evangelio ha conservado el eco del cometido confiado a Pedro después de
haberse rehabilitado en su fe. El cometido pastoral de Pedro como prolongación del de Jesús es
transmitido al discípulo reintegrado a su relación de amor (Jn 21,15-19). Se trata de un motivo
constante de la única tradición, reproducida en los varios textos evangélicos teniendo en cuenta la
situación vital de las comunidades destinatarias de los evangelios.

3. EL ANUNCIO DE LA RESURRECCIÓN EN LOS HECHOS.

A la obra lucana pertenece el segundo libro, conocido como Hechos de los Apóstoles, donde la
tradición pascual lucana es releída según una perspectiva cristológica y eclesial particular. En ella
se tiende a subrayar la continuidad histórica y salvífica entre las promesas hechas a Israel y su
cumplimiento realizado a través de la resurrección de Jesús y en la historia de la Iglesia primitiva . El
comienzo de los Hechos recoge y relee, con algunos retoques, el final del primer libro, el evangelio
(He 1,3-11; Lc 24,36-52). En esta sección se relatan de nuevo el encuentro y la manifestación de
Jesús a los discípulos. En un contexto convival, se revela como el Señor vivo. Después de haber
trazado el programa de la misión mediante el don del Espíritu de lo alto que los capacita para dar
testimonio en Jerusalén y hasta los confines de la tierra, Jesús se separa definitivamente de sus
discípulos con la ascensión. De ese modo entra él en el mundo de Dios y se sienta a su derecha
como Señor.

El mensaje relativo a la resurrección se encuentra en aquellas secciones que marcan el ritmo de los
Hechos y que se llaman discursos. Se trata, en realidad, de esquemas de anuncio, que utilizan
fórmulas y modelos arcaicos, pero que están influidos por la revisión redaccional lucana. En efecto,
se puede reconstruir un esquema común de estos discursos atribuidos a Pedro o a Pablo. A pesar
de la diversidad de los destinatarios y de los ambientes: los judíos de Jerusalén o de la diáspora y
los greco-paganos de fuera de Palestina, los diversos discursos siguen un desarrollo
sustancialmente estereotipado. Por lo que atañe al tema de la resurrección de Jesús, se pueden
distinguir tres elementos constantes:

1) La contraposición dialéctica entre el rechazo de Jesús por parte de los judíos, los jefes de
Jerusalén, que lo han condenado a muerte, y la acción eficaz de Dios, que lo ha resucitado de entre
los muertos. Pedro en su primer discurso a los judíos de toda la diáspora, convocados en Jerusalén
para Pentecostés, recuerda con rápidos rasgos la vida de Jesús de Nazaret, hombre acreditado por
Dios en medio de ellos con milagros, prodigios y señales, al que "vosotros matasteis por manos de
los paganos; pero Dios lo ha resucitado, rompiendo las ligaduras de la muerte, pues era imposible
que la muerte dominara sobre él" (He 2,22-24).

2) En un segundo momento se insiste en el testimonio dado por los discípulos acreditados a la


resurrección de Jesús: "Dios ha resucitado a este Jesús, de lo que todos nosotros somos testigos"
(He 2,32).

3) En tercer lugar, se pasa al testimonio de la Escritura. El predicador recuerda algunos textos de la


tradición bíblica, en particular salmos y profetas, para mostrar la conformidad entre la vida de
Jesús, sobre todo su muerte y resurrección, y el designio de Dios preanunciado en las Escrituras
proféticas.

Pablo, dirigiéndose a los judíos de la diáspora y a los temerosos de Dios durante una liturgia
sinagogal en Antioquía de Pisidia, proclama en estos términos el contenido del kerigma: "Porque
los habitantes de Jerusalén y sus jefes han cumplido, sin saberlo, las palabras de los profetas que se
leen cada sábado... Y así que cumplieron lo que acerca de él estaba escrito, lo bajaron del leño y lo
sepultaron" (He 13,27.29). La referencia constante a las Escrituras permite dar un significado
mesiánico y salvífico en particular a la resurrección de Jesús, que se contrapone al escándalo de la
muerte (cf He 3,18). También la entronización celestial de Jesús como Señor y juez universal
corresponde al designio de Dios, anunciado en la Escritura (cf He 2,34; 3,22.24; 10,42).
Normalmente la predicación concluye llamando a la conversión para obtener el perdón de los
pecados y la salvación (He 2,38; 3,26).

El tema de la resurrección, además de en los grandes discursos misioneros de los Hechos, se


encuentra en otra sección dedicada a la apología de Pablo ante las autoridades judías o las
romanas. Estas audiencias del largo proceso paulino son ocasión de dar un testimonio valiente de
Jesús mesías y señor. Pablo, ante el sanedrín de Jerusalén, resume su posición en estos términos:
"Yo soy juzgado por la esperanza en la resurrección de los muertos" (He 23,6). Esta declaración, en
la perspectiva lucana, de la cual se hace Pablo portavoz, responde a la esperanza histórica de Israel
y de los padres (cf He 24,21; 26,6; 28,20). De ese modo el anuncio cristiano, en el cual se proclama
la resurrección de Jesús, se sitúa dentro de la historia salvífica; su primer acto lo tiene en las
promesas hechas a Israel, y llega a su cumplimiento en la resurrección de Jesús; ésta a su vez se
convierte en garantía de esperanza para todos los creyentes.

III. LA RESURRECCIÓN, PROMESA DE DIOS Y ESPERANZA HUMANA.

La resurrección de Jesús es el núcleo central de la experiencia cristiana y el fundamento de la fe, en


la cual se proclama a Jesús Cristo y Señor. Ella es también el cumplimiento de las promesas de Dios,
de las cuales es portador el Israel histórico, y que están consignadas en la Sagrada Escritura: la ley,
los profetas y los salmos (los Escritos). Intérprete de esta esperanza bíblica es la tradición judía, la
cual, frente a la muerte, relee su fe en clave de resurrección. Se comprende entonces que el Jesús
histórico expresara su esperanza ante su propia muerte apelando a la tradición bíblica y a los
modelos lingüísticos del ambiente judío. Su resurrección como victoria definitiva sobre la muerte
se convierte en la garantía de vida de todos los hombres, cambiando el significado de la condición
humana en el mundo y en la historia.

1. LA RESURRECCIÓN EN EL AT Y EN LA TRADICIÓN JUDÍA.

La fe explícita en la resurrección de los muertos se encuentra en los textos bíblicos del siglo II a.C.,
en la época de la crisis macabea. El primer texto que formula en términos claros la fe en la
resurrección de los muertos es un párrafo de Daniel. En el contexto de la crisis, evocada en un
escenario apocalíptico como la gran tribulación, se anuncia en términos proféticos la rehabilitación
de los justos y de los mártires: "Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se
despertarán; unos para la vida eterna, otros para la vergüenza y la ignominia perpetua. Los santos
brillarán entonces como el resplandor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia
brillarán como las estrellas por toda la eternidad" (Dan 12,2-3).

En este texto se afirma claramente la resurrección de los justos, mientras que para los otros se
anuncia la corrupción o la muerte. Los maestros de justicia serán asociados al mundo divino en una
condición gloriosa, "como el resplandor del firmamento..., como las estrellas". Este texto profético
es el fundamento de la sucesiva tradición judía reflejada en los textos apócrifos. En cambio, la
tradición rabínica apelará a la ley (tórah) para fundar su creencia en la resurrección de los muertos.

El segundo texto es el de la historia de los Macabeos, escrito en griego en el siglo II (2Mac 7, donde
se relata el martirio de los siete hermanos). En este amplio relato, que refleja la cultura y el gusto
retórico de los griegos, la fe en la resurrección se funda en el poder creador de Dios, que ha hecho
el mundo y es el Señor de la vida. Así pues, en el libro de los Macabeos se afirma la resurrección de
los justos que han permanecido fieles a Dios también a costa de la vida (mártires). Probablemente
el texto macabeo representa una precisión y un desarrollo ulterior respecto al párrafo de Daniel,
que coloca la resurrección al fin de los tiempos, en un contexto escatológico. En todo caso, en
ambos textos no se intenta definir ni el tiempo ni la modalidad de la resurrección. Lo que cuenta es
la certeza de la resurrección de los muertos, garantizada por la fidelidad misericordiosa de Dios
creador.

Los precedentes bíblicos de esta fe en la resurrección de los muertos, reflejada en los dos textos
mencionados, se encuentran en la tradición profética que va de Oseas a Ezequiel. Pero es un texto
de Oseas el que recurre al lenguaje de resurrección para hablar del trastorno de una situación de
desastre nacional en un contexto de liturgia penitencial (Os 6,1-3). La misma metáfora emplea el
profeta Ezequiel en la célebre parábola de los huesos vivificados por el Espíritu creador de Dios (Ez
37,1-14).   

En resumen, los textos proféticos, más que hablar de la resurrección de los muertos, utilizan el
lenguaje de la resurrección para proclamar la fidelidad de Dios, el único que puede salvar a su
pueblo de la amenaza o que lo rehabilita después de la crisis de la dispersión. Sin embargo, esta
iniciativa eficaz del Dios fiel se convierte en signo o prefiguración de la salvación final o
escatológica.

En síntesis, la fe en la resurrección de los muertos en la tradición bíblica se desarrolla en torno a


algunos elementos que están en su origen y que condicionan los desarrollos de su formulación. La
resurrección de los muertos es la respuesta al drama de la muerte; una respuesta fundada en la fe
en Dios, señor de la vida y de la muerte (Dt 32,35). Dios creador, fuente y señor de la vida,
establece con el justo una relación que ni siquiera la muerte puede interrumpir. La esperanza de
los justos, de la cual se hacen portavoces los salmistas, expresa la certeza de la plena comunión
con Dios, que no puede ser atacada por la muerte (Sal 16,23; 49,16; 73,23-24). Esta certeza se
funda en la justicia de Dios y en su fidelidad a la alianza. Dios justo y misericordioso está en la
fuente y en el fundamento de la fe, que se expresa en el modelo lingüístico cultural de la
resurrección.

Ante la persecución de los justos y la muerte de los mártires se renueva la certeza en la victoria y
en el triunfo de Dios sobre la muerte, a los cuales asocia él a los justos y a los mártires. Sobre el
fondo de la fe judía, reflejada en los textos de la literatura intertestamentaria (apócrifos), está la
gran tradición bíblica. Ellos participan del triunfo definitivo sobre la muerte y de la plenitud de vida
prometida a los que son fieles a Dios y a su ley. Dentro de la pluralidad de concepciones y
formulaciones de la esperanza judía, se distinguen dos modalidades fundamentales: por una parte,
el modelo de la resurrección; por otra, el de la elevación o ensalzamiento.

2. JESÚS ANUNCIÓ SU ESPERANZA DE RESURRECCIÓN.


Los textos evangélicos citan concordemente una serie de sentencias, en las cuales Jesús expresa su
confianza en Dios ante la amenaza de muerte. En estas sentencias se reflejan diversos modelos
lingüísticos. Un elemento constante es el esquema de anuncio, muerte y resurrección, que refleja
la estructura del kerigma cristiano pospascual. La tradición sinóptica común refiere tres palabras
proféticas de Jesús sobre su destino en forma de instrucción o catequesis dirigida a los discípulos
(Mc 8,31; 9,31; 10,33-34). El elemento constante en estos tres anuncios se refiere al sujeto o
protagonista, el Hijo del hombre, que debe sufrir un destino de humillación, que culmina en la
condena a muerte; pero después de tres días debe resucitar (Mc 8,31).

La referencia a los "tres días" no coincide con la fórmula catequística "al tercer día".
Probablemente la primera expresión reproduce un modo de decir hebreo y de la tradición judía, en
el cual se indica la intervención salvífica de Dios "después de breve tiempo". A la misma tradición
se puede hacer remontar la sentencia profética de Jesús sobre la destrucción del templo,
interpretada en la tradición sucesiva como anuncio de su resurrección (Mc 14,58; cf Jn 2,19-20).
También las palabras sobre el signo de Jonás ponen el acento en esta iniciativa de Dios, que
rehabilita al profeta escatológico (Mt 12,38-42; cf Lc 11,29-32).

En otros términos, Jesús formuló su esperanza con el lenguaje de la tradición bíblica y judía acerca
de la intervención de Dios en favor del justo, del profeta perseguido y del mártir. La novedad en la
esperanza de Jesús consiste en su perspectiva de anunciador e inaugurador del reino de Dios (Mc
14,25; cf 9,1).

3. LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS EN LOS EVANGELIOS.

La triple tradición sinóptica refiere, en la serie de las controversias de Jesús con los representantes
y los responsables del mundo judío de Jerusalén, un debate acerca de la resurrección de los
muertos (Mt 22,23-33; Mc 12,18-27; Lc 20,27-40). Los interlocutores de Jesús son los saduceos, los
cuales niegan que haya resurrección (Lc 20,27). Para ridiculizar la esperanza judía de la
resurrección, defendida de forma fuertemente realista por los fariseos, refieren la historia de la
mujer casada sucesivamente con siete hombres en virtud de la ley del levirato. De ese modo
muestran la abierta contradicción entre la fe en la resurrección de los muertos y el tenor de la letra
de la tórah.

La respuesta de Jesús, citada de forma unánime por los evangelios, corrige la mentalidad de los
fariseos acerca de la modalidad de la resurrección y afirma al mismo tiempo decididamente el
hecho de la resurrección por el poder del Dios vivo. Los que resucitan son colocados en una
condición diversa de la histórica y mundana, pues son asimilados a los ángeles y asociados al
mundo espiritual de Dios. En apoyo del hecho de la resurrección, Jesús recurre a un texto del
Éxodo, donde Dios se presenta como el Dios de los padres o de los vivos (Ex 3,6; tórah).

Complementarios de este texto evangélico sobre la resurrección de los muertos son algunas
secciones del evangelio de Lucas, donde se afronta expresamente el destino individual después de
la muerte. El justo o el que es salvado por Dios participa de la comunión con él inmediatamente
después de la muerte (Lc 23,43; cf 14,14; 16,22a). Esta condición de salvación del justo no excluye
la resurrección escatológica o final. La enseñanza evangélica sobre la resurrección de los muertos
hunde sus raíces en la tradición bíblica y toma del ambiente de la cultura judía las fórmulas y
modalidades expresivas. La novedad la constituye la nueva motivación y el fundamento de la fe en
la resurrección. Es el anuncio del reino de Dios, ligado al destino personal de Jesús, que inaugura el
tiempo nuevo y definitivo, y se convierte en la segura garantía de victoria sobre la muerte.

4. LA RESURRECCIÓN DE LOS CRISTIANOS.

La catequesis cristiana más amplia sobre la resurrección la ofrece Pablo en el capítulo último de la
primera carta a los Corintios (1 Cor 15,1-58). A través de esta articulada reflexión, fundada en el
kerigma y credo tradicional, Pablo responde a las dificultades de los cristianos de Corinto. Hay
algunos en aquella comunidad que, aunque adhiriéndose al anuncio evangélico de la resurrección
de Jesús, niegan la resurrección de los muertos (lCor 15,12). Probablemente esta crisis ha de
relacionarse con el dualismo griego, que desemboca en algunos casos en un espiritualismo
entusiasta, preludio quizá de aquel movimiento de matiz gnóstico, que anticipa la resurrección en
la historia (lCor 4,8; cf 2Tim 2, 18). La catequesis paulina se desarrolla en dos grandes cuadros.
Después de recordar el acontecimiento fundante: la resurrección de Jesús, proclamada al principio
de la evangelización de la comunidad (lCor 15,1-11), el apóstol muestra la eficacia salvífica de la
resurrección para todos los creyentes (ICor 15,12-34).

Luego afronta un segundo frente de dificultades acerca del mundo de la resurrección y la cualidad
del cuerpo de los resucitados (ICor 15,35-58). La eficacia salvífica de la resurrección de Jesús es el
corazón mismo del mensaje cristiano. Estaría "vacío" y sería ineficaz el anuncio; estaría "vacía" y
sería ineficaz la fe, si Jesús no hubiese resucitado. Pues el contenido del anuncio cristiano, que
proclama a Jesús resucitado, sería una contradicción; y los cristianos, que lo han aceptado y han
fundado en él su adhesión de fe, estarían aún en sus pecados, porque la fe en Jesús no los libraría
del destino final, que es la muerte.

La eficacia salvífica de la resurrección de Jesús se funda en la solidaridad que liga a todos los
hombres, por una parte con el cabeza Adán, para la muerte, y, por otra, con la nueva cabeza que es
Jesús, para la resurrección y la vida (ICor 15,20-22). Pablo describe luego en un cuadro apocalíptico
las sucesivas fases que van desde la resurrección de Jesús hasta la instauración del pleno dominio
de Dios (lCor 15,23-28).

En la segunda parte de la catequesis desarrolla Pablo algunas reflexiones acerca del cuerpo y la
modalidad de la resurrección. Existe una discontinuidad real entre el cuerpo que es "sembrado" o
sepultado y el cuerpo que resucita; es un cuerpo mortal el que es sembrado, y glorioso el que
resucita. Pero esta ruptura no impide a Dios mantener una relación vital con los que mueren y
resucitan. De hecho, es el gesto creador el que ayuda a comprender la resurrección de los muertos
según el modelo de la de Jesús. Si Adán es el prototipo del ser humano que termina en la muerte,
Jesús, nuevo Adán, constituido mediante la resurrección en fuente del espíritu vivificador, es el
prototipo del ser humano llamado a la resurrección (1Cor 15,44-48).

El nuevo cuadro apocalíptico trazado por Pablo subraya la necesidad de que todos sean
transformados, para que lo que es corruptible sea revestido de incorruptibilidad. Estas
afirmaciones de Pablo y su respectivo lenguaje remiten a una tradición ya testimoniada por las
primeras cartas y diseminada por casi todo el corpus auténtico del apóstol (cf lTes 4,15-18; 2Cor
4,7-5,10; Flp 1,21-24; 3,9-14). En el texto más maduro de Romanos, Pablo asocia a la resurrección
de los hijos de Dios y a la manifestación de su condición de gloria la liberación del mundo,
actualmente sometido a un proceso de degradación y a la corrupción a causa de su solidaridad con
el pecado humano (Rom 8, 18-23).

Las cartas sucesivas de la tradición paulina ven anticipada y garantizada la resurrección en la


solidaridad con Jesús resucitado, inaugurada por la experiencia bautismal y por la fe (Col 3,1-4; Ef
2,6). En tonos diversos, se expresa la misma realidad en el único texto totalmente apocalíptico del
NT. En el cuadro final del Apocalipsis, después del choque entre Cristo vencedor y los
representantes del mal histórico, el dragón, la bestia y el falso profeta, se anuncia la resurrección
de los mártires, asociados para siempre al triunfo real de Cristo (Ap 21,4-6). Esta es la primera
resurrección, que libra a los mártires definitivamente de la muerte. En cambio, se prevé una
especie de resurrección para todos los muertos, a fin de comparecer ante el juicio de Dios (Ap
21,12-13).

5. EXPERIENCIA HISTÓRICA Y MISTERIO DE LA RESURRECCIÓN.

El acontecimiento de la resurrección de Jesús, como el de la resurrección final o escatológica,


escapa a la experiencia directa. Se lo vive en la fe y se lo formula en lenguaje humano para su
comunicación y transmisión según los diversos modelos culturales. Para reconstruir la experiencia
histórica de la resurrección y captar el núcleo central de este misterio de la manifestación de Dios,
hay que tener en cuenta la evolución del lenguaje, de los modelos culturales y de su impacto en la
concepción antropológica y en la perspectiva de la historia humana y del mundo.

Resurrección y esperanza humana.

La resurrección de Jesús hace que los discípulos lo reconozcan como el Cristo, el Señor y el Hijo de
Dios [/ Jesucristo]. Estos títulos, que resumen la fe cristiana, expresan la nueva relación de Jesús
con Dios, con la humanidad y con el cosmos. Pues si la resurrección como acción de Dios escapa al
control humano, a través de la persona de Jesús que se encuentra con los discípulos después de la
muerte, la fuerza de la resurrección se refleja también en la historia humana y del mundo. En
efecto, cambia la concepción del ser humano en sí y frente a la muerte. Se modifica la visión del
ser humano amenazado por la muerte en sus exigencias vitales y de relaciones cumplidas y felices.
La resurrección de Jesús ilumina ante todo la antropología. El ser humano en su unidad profunda
de cuerpo personalizado o de persona corpórea está destinado a la salvación total. La resurrección
ilumina no sólo el destino humano, sino también el del mundo en virtud de la solidaridad que
existe desde la historia de la creación hasta la encarnación. El mundo, aunque sometido a la
caducidad y degradado a causa de la solidaridad en la historia del pecado, aspira a la redención
anticipada por la victoria de Jesús sobre la muerte.

El sentido último de la historia y del mundo es definido por la resurrección de Jesús, que se
convierte no sólo en modelo, sino también en fuente de aquel dinamismo de liberación de las
fuerzas de muerte que amenazan no sólo la vida humana, sino el mundo. La resurrección de Jesús,
acogida como manifestación histórica de la acción salvadora de Dios, es garantía y anticipación de
aquella plenitud de vida a la cual están destinados todos los seres vivos y el mundo físico.

R. Fabris

SUMARIO: I. Los primeros testimonios de la resurrección de Jesús: 1. Las profesiones de fe; 2. Las
fórmulas de anuncio; 3. La tradición autorizada de la resurrección. II. La resurrección de Jesús en
los evangelios y en los Hechos: 1. El anuncio de la resurrección junto al sepulcro; 2. Los relatos de
aparición de Jesús resucitado: a) Apariciones de reconocimiento, b) Apariciones de misión; 3. El
anuncio de la resurrección en los Hechos. III. La resurrección: promesa de Dios y esperanza
humana: 1. La resurrección en el AT y en la tradición judía; 2. Jesús anunció su esperanza de
resurrección; 3. La resurrección de los muertos en los evangelios; 4. La resurrección de los
cristianos; 5. Experiencia histórica y misterio de la resurrección: Resurrección y esperanza humana.

BIBLIOGRAFIA: CABA J., Resucitó Cristo, mi esperanza. Estudio exegético, BAC 475, Madrid 1986;
KESSLER H., La resurrección de Jesús. Aspecto bíblico, teológico y sistemático, Sígueme,
Salamanca 1989; LÉON-DUFOUR X., Resurrección de Jesús y mensaje pascual, Sígueme,
Salamanca 19854; MARXSEN V., La resurrección de Jesús de Nazaret, Herder, Barcelona 1974; ID,
La resurrección de Jesús como problema histórico y teológico, Sígueme, Salamanca 1979;
MUSSNER F., La resurrección de Jesús, Sal Terrae, Santander 1971; O'COLLINS G., Jesús
resucitado. Estudio histórico, funda-mental y sistemático, Herder, Barcelona 1988; PESCH R., El
"
sepulcro vacío"y la fe en la resurrección, en Rey. Cat. Int. Communio 1(1982) 724-740 (todo el
número está dedicado a la resurrección); Pozo C., Teología del más allá, BAC 282, Madrid;
RAMSEY A.M., La resurrección de Cristo, Mensajero, Bilbao 1971; SCHLIER H., La resurrección de
Jesucristo, Bilbao 1970; VIDAL S., La resurrección de Jesús en las cartas de Pablo, Sígueme,
Salamanca 1982; WILCKENS U., Resurrección, Sígueme, Salamanca 1981.

ANEXOS I

Después de resucitar, Jesús se manifestó varias veces a los suyos dándoles muchas pruebas de que
vivía: lo vieron, le tocaron y le oyeron.

El sepulcro estaba vacío al tercer día

Los Apóstoles y los discípulos se dispersaron y huyeron durante la crucifixión. Estaban llenos de
temor y no recordaron las predicciones de Jesús sobre su Muerte y su Resurrección. En cambio los
fariseos y los príncipes de los sacerdotes sí recordaron las palabras del Señor. Por eso dijeron a
Pilato: «Señor, nos hemos acordado de que aquel impostor dijo cuando aún vivía: resucitaré
después de tres días. Manda, pues, custodiar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que vengan
los discípulos, lo roben y digan al pueblo: ha resucitado de entre los muertos. Y será la última
impostura peor que la primera. Díjoles Pilato: Ahí tenéis la guardia; id y guardadlo como vosotros
sabéis. Ellos pusieron guardia al sepulcro después de haber sellado la piedra» (Mt. 27, 63-66) Sus
planes tuvieron un resultado totalmente opuesto a lo que habían previsto, pues así ya no era
posible decir que los discípulos habían robado el cadáver.

El domingo, muy de mañana, María Magdalena y otras mujeres fueron al sepulcro a embalsamar el
cuerpo de Jesús, después de haber guardado el descanso sabático. Cuando caminaban no sabían
cómo podrían remover la piedra que cerraba el sepulcro, porque era muy grande. Al llegar vieron
la piedra rodada a un lado, pero «al entrar no encontraron el cuerpo del Señor Jesús» (Lc. 24, 3)

Previamente a su llegada, cuenta San Mateo que «se produjo un gran terremoto, pues un ángel del
Señor bajó del cielo, acercándose, apartó la piedra y se sentó en ella. Su rostro era como el
relámpago y su vestido blanco como la nieve. Por el miedo a él, los guardias se desplomaron y
quedaron como muertos» (Mt. 28, 2-4) Cuando fueron a decírselo a los pontífices, éstos dieron
bastante dinero a los soldados al ser informados, para que dijesen que se habían dormido, y
entonces los discípulos habían robado el cuerpo de Jesús (Mt. 28, 11-15) Se trataba de una mentira
muy burda, porque unos soldados dormidos no pueden saber lo que pasó mientras dormían, y si
se enteraron y, no defendieron el sepulcro, incumplieron su misión y entonces no tenían por qué
darles una fuerte cantidad de dinero.

Ante el sepulcro vacío las mujeres tuvieron diversas reacciones. María Magdalena corrió a buscar a
Pedro y Juan, para decirles: «Han robado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto»
(Jn. 20, 2) Las demás mujeres parece que permanecieron más tiempo en el sepulcro llenas de
sorpresa. Entonces se les aparecieron unos ángeles que les dijeron: «No está aquí, resucitó como
dijo» (Mt. 28, 6) Luego les mandaron que fuesen a los discípulos y se lo dijesen. Se llenaron de
temor y alegría, y fueron rápidamente a cumplir este mandato. A los discípulos «les parecieron
estas palabras como delirio y no las creyeron» (Lc. 24, 1 l).

Pedro y Juan, al ser avisados, corrieron al sepulcro y lo vieron vacío; el sudario y la sábana estaban
plegados. San Juan llegó primero «vio y creyó» (Jn. 20, g) Pedro llegó después vio y solamente se
maravilló.

Es de notar en estos hechos iniciales la desconfianza de los discípulos y de las mujeres. Su


incredulidad primera da más fuerza a su fe posterior, ya que fortalece la verificación de los hechos,
alejando la posible argucia de que fuese una alucinación.

Apariciones del primer día

María Magdalena llegó al sepulcro por segunda vez, cuando ya se habían marchado Pedro y Juan.
Estaba fuera del sepulcro y lloraba. Entonces se le aparecieron dos ángeles que intentaron
consolarla, pero seguía llorando. Después tras ella se apareció el mismo Jesús resucitado. María le
confundió con el jardinero y le dijo que si sabía dónde estaba el cuerpo de Jesús se lo dijese. Jesús
le dijo: «¡María! Ella se vuelve y le dice en arameo Rabbuní, que quiere decir Maestro» (Jn. 20, 76)
Después le dice Jesús: «Ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a
vuestro Dios. María Magdalena fue a anunciar a los discípulos, he visto al Señor, y las cosas que le
dijo» (Jn. 20, 17-18)

¿Qué nos está diciendo pues la cruz de Cristo, que es, en cierto sentido, la última palabra de su
mensaje y de su misión mesiánica? Y, sin embargo, ésta no es aún la última palabra del Dios de la
Alianza: esa palabra será pronunciada en aquella alborada, cuando las mujeres primero y los
Apóstoles después, venidos al sepulcro de Cristo crucificado, verán la tumba vacía y proclamarán
por vez primera: «Ha resucitado» Ellos lo repetirán a los otros y serán testigos de Cristo resucitado.
(Juan Pablo II, DM, 8).

Aparición a los Apóstoles

Estando reunidos los diez -pues faltaba Tomás- sin abrirse las puertas, se apareció ante ellos en el
Cenáculo y les dijo: «La paz sea con vosotros» Quedaron sobrecogidos y llenos de miedo, creían
ver un espíritu. Pero El les dijo: ¿Por qué os turbáis y por qué dudáis en vuestros corazones? Ved
mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tocadme y ved. Un espíritu no tiene carne y huesos, como
veis que yo tengo. Como siguiesen incrédulos por la alegría y admirados, añadió: ¿Tenéis algo que
comer? Y ellos le dieron un trozo de pez asado. El lo tomó y comió delante de todos (Lc. 24, 26-43)
San Marcos precisa que les «reprendió por su incredulidad y dureza de corazón, pues no habían
creído a los que le habían visto resucitado de entre los muertos» (Mc. 16, 14) Después Jesús sopló
sobre ellos y dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonareis los pecados les serán
perdonados. A quienes los retuvierais, les serán retenidos» (Jn. 20, 22-23).

Aparición a los discípulos de Emaús

Al caer la tarde del domingo en que resucitó Jesús, dos de los discípulos se marchaban a su aldea,
llamada Emaús. Volvían desesperanzados por los acontecimientos de aquellos días y el triste final
de la muerte de Jesús. Jesús se apareció a ellos mientras caminaban, aunque no le reconocieron. Al
caminar, Jesús les interrogó por la causa de su tristeza, y ellos al contárselo descubrieron también
que su fe en Jesús era insuficiente, pues esperaban un Mesías rey que les librase del yugo de los
romanos. Jesús aprovechó sus palabras para explicarles el sentido de las Escrituras, y que convenía
que sucediese de aquella manera como lo habían anunciado los profetas. Además se lo explicó de
tal modo, que después comentaron que les ardía el corazón mientras les explicaba las Escrituras. Al
llegar a la aldea, le invitaron a cenar, y al partir el pan le reconocieron. Entonces desapareció de su
presencia. Ellos volvieron a Jerusalén a contar lo sucedido (Lc. 24, 13-35) Los demás les dijeron
también: «El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón» (Lc. 24, 34)

Es de notar en todos estos testimonios la insistencia en dejar constancia tanto de la incredulidad


que manifestaban inicialmente los discípulos, como del realismo de las apariciones; por ello
insisten en que Jesús comió, le tocaron, le oyeron, y no sólo le vieron.

La Resurrección es la victoria de Cristo sobre la muerte y sobre sus causas: el pecado y el diablo.

Otras apariciones

Durante los cuarenta días que estuvo Jesús en la tierra después de resucitar, se manifestó varias
veces a los suyos «dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles en el espacio de
cuarenta días, y hablándoles del Reino de Dios» (Hch. 1, 3) Las que cuentan los evangelios son:

Segunda aparición a todos los Apóstoles

El domingo siguiente a la Resurrección Jesús se apareció de nuevo a los Apóstoles. En esta ocasión
estaba Tomás con los otros y superó la incredulidad que había manifestado ante las
manifestaciones de los diez, haciendo un acto de fe explícito en Jesús como Señor y como Dios.
Ello dio pie a que Jesús enunciase la última bienaventuranza, que comprendía a todas las demás:
«Bienaventurados los que sin haber visto creyeron» (Jn. 20, 29)

Segunda pesca milagrosa

Los discípulos obedecieron a Jesús y fueron a Galilea. Encontrándose juntos Simón Pedro, Tomás,
Natanael, Santiago, Juan y otros dos discípulos, salieron a pescar. Aquella noche no pescaron nada.
Al amanecer Jesús se apareció en la orilla -estaban como a cien metros- y les dijo: «Muchachos,
tenéis algo de comer. Ellos respondieron: No. Entonces él les dijo: Echad la red hacia la parte
derecha y encontraréis. Los discípulos obedecieron, la echaron y no podían sacarla por la gran
cantidad de peces. El discípulo a quien el Señor amaba, dijo entonces a Pedro: Es el Señor» (Jn. 21,
5-7)

Rehabilitación de San Pedro

Después de la pesca los discípulos fueron con Jesús a la orilla, allí «ven puestas brasas y un pez
encima y pan» (Jn. 21, g) Cuando comieron, Jesús hizo una triple interrogación a Pedro diciéndole:
¿Me amas? Ante la triple respuesta afirmativa, Jesús le dice sucesivamente: «apacienta mis
corderos, apacienta mis ovejas» (Jn. 20, 15, 16, 17) Al constituirle como pastor de la nueva grey
que será la Iglesia, confirma la promesa de que Pedro será la roca sobre la que construirá su Iglesia.
Tanto San Pedro como sus sucesores serán los vicarios de Cristo en la tierra.

La Ascensión: última aparición

Los discípulos se reunieron en un monte de Galilea como les había mandado Jesús. Allí el Señor les
dio los últimos consejos, encomendándoles un mandato importante: la obligación de extender por
toda la tierra la Buena Noticia que Cristo había traído a la tierra. Sus palabras fueron: «Me ha sido
dado todo el poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, enseñad a todas las gentes bautizándolas en
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar cuanto yo os he
mandado. Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos» (Mt. 28, 16-20) Después
«alzó sus manos y los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo»
(Lc. 24, 50-51), hasta que «una nube lo cubrió a sus ojos» (Hch. 1, 9) San Marcos añade: «Y se
sentó a la derecha de Dios Padre» (Mc. 16, 19) Con estas palabras indica el cumplimiento de las
profecías y la glorificación de Jesús.

El misterio pascual es Cristo en el culmen de la revelación del inescrutable misterio de Dios.


Precisamente entonces se cumplen hasta lo último las palabras pronunciadas en el Cenáculo: -
Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.. Efectivamente, Cristo, a quien el Padre «no perdonó» en
bien del hombre y que en su pasión, así como en el suplicio de la cruz, no encontró misericordia)
humana, en su resurrección ha revelado la plenitud del amor que el Padre nutre por El y, en El, por
todos los hombres. «No es un Dios de muertos, sino de vivos.» En su resurrección Cristo ha
revelado al Dios del amor misericordioso, precisamente porque ha aceptado la cruz como vía hacía
la resurrección. Por esto -cuando recordamos la cruz de Cristo, su pasión y su muerte- nuestra fe y
nuestra esperanza se centran en el Resucitado: en Cristo que «la tarde de aquel mismo día, el
primero después del sábado… se presentó en medio de ellos» en el Cenáculo, «donde estaban los
discípulos… alentó sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados
les serán perdonados y a quienes los retengáis les serán retenidos» (Juan Pablo II, DM, 8)

ANEXOS II

Pasión y Resurrección: significados, usos y costumbres

1. El sepulcro vacío

Relatos de resurrección
¿Qué significa el anuncio de la resurrección de Jesús? Las apariciones de Jesús, ¿han ocurrido
realmente? El Jesús histórico murió tras la crucifixión. Sin embargo, los apóstoles, y con ellos los
primeros cristianos, proclamaron que Jesús estaba vivo y presente en medio de ellos. Al igual que
Juan, también los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de Pablo, lo repiten una y otra vez. En todos
los textos el significado es siempre el mismo: ¡Jesús vive!». La fe de los primeros cristianos afirma
que Dios ha devuelto la vida a Jesús y pueden sentirle presente en medio de la comunidad de los
cristianos. Los evangelios manifiestan esta fe única con once relatos diversos, en los que la
seguridad y el sentido de la «resurrección» se presenta bajo distintas imágenes. Los textos que
anuncian la «resurrección de Jesús» no dicen simplemente que el cadáver de Jesús se ha
reanimado. Utilizan un verbo distinto al empleado para expresar que Jesús «resucitó» a su amigo
Lázaro, o a la hija de Jairo. Hacen afirmaciones tales como que «Jesús es el primer nacido de entre
los muertos», que «Dios le ha devuelto la vida»

Los evangelios narran que el sepulcro está vacío y que Jesús se ha aparecido a sus discípulos. Sin
embargo, en las cartas de Pablo (escritas con anterioridad a los evangelios), se habla de la
resurrección de otra forma. Son himnos que relatan que Jesús está vivo a la derecha de Dios Padre.
Por ejemplo: Colosenses 1, 15-20; Filipenses 2, 6-11

Las mujeres van a ungir el cuerpo de Jesús

El que las mujeres acudieran al sepulcro «muy de mañana, el primer día de la semana» tenía un
sentido particular: el embalsamamiento de Jesús sólo se había realizado de manera provisional el
viernes por la tarde, poco antes de que empezase el sábado. Era necesario realizarlo de manera
adecuada antes de que se iniciase su descomposición, pues de lo contrario ya no podría retener el
alma, según la mentalidad judía de la época. El precepto del sábado no prohibía el
embalsamamiento; pero no era posible la compra de los ungüentos. Así que las mujeres
compraron sus aromas apenas terminado el sábado y acudieron al sepulcro al rayar el alba del día
primero de la semana. Acudieron con vestido de luto, descalzas y con amplio velo, pues ésa era la
costumbre judía. Estaban preocupadas de cómo podrían hacer rodar la piedra de la entrada. Unos
ángeles son los encargados de anunciar la resurrección. «Angel» es un término bíblico: Un ángel
habla cuando se quieren formular palabras de Dios. El Dios de los judíos se situaba en una
trascendencia tan absoluta que no podía participar directamente en los relatos. Este relato narra
un hecho concreto y humano: la preocupación por embalsamar el cadáver. Sobre el esquema de
esta preocupación humana, expresa la experiencia espiritual que viven aquellas mujeres.

2. Vio y creyó. Juan 20, 1-11. Tres miradas de la resurrección

En    este texto la resurrección de Jesús es vista por tres miradas distintas: La mirada de una mujer a
quien el amor hace madrugar, la del discípulo amigo a quien la amistad hace correr y anticiparse al
compañero, y la de Pedro, a quien la autoridad le permite entrar el primero en el sepulcro vacío.
¿Qué ocurrió allí, en la oscuridad del sepulcro?          Del discípulo amigo se dice que «vio y creyó».
De Pedro no se dice nada.          De María Magdalena que se quedó llorando... Los caminos de la fe
son muy diferentes. Cada cual tiene su propio camino y recibe de forma diversa el regalo de la fe.
Al discípulo amigo de Jesús, caracterizado por una amistad sin complicaciones, le bastó ver el
sepulcro vacío para creer.

El tipo de cristiano, -representado por Pedro que traicionó a Jesús-, entra al sepulcro vacío y
aunque recoge datos y testimonios, no se dice que creyó en el resucitado. Su fe se manifestará en
otro momento, más adelante, bajo la fuerza del perdón de Jesús. María Magdalena nos muestra
finalmente otro camino de fe. A pesar de su gran amor por Jesús, tampoco alcanza a descubrir en
el sepulcro vacío al Señor resucitado. Su amor, pendiente de la suerte del cuerpo físico del
Maestro, la ofuscó y se quedó llorando y en silencio. Fue su forma de acceder a Jesús. Los
cristianos no tenemos marcado un camino idéntico de fe. Dios nos manifiesta la fe en Jesús,
muerto y resucitado, de muchas formas. Lo importante es mantener la unidad respetando la
diversidad. Lo importante es sabernos unidos para cuidar y respetar esa vida nueva que Dios nos
regala en la resurrección de Jesús.

3. He visto al Señor. María Magdalena

Los relatos de la resurrección son enseñanzas para los primeros cristianos. Así ocurre con el relato
de Juan 20, 10-18. La protagonista de este relato es María Magdalena. Se acerca a la tumba
movida por el gran cariño que tenía a Jesús; un afecto que le había dado valentía para estar al pie
de la Cruz, sufriendo al ver el terrible tormento de su Maestro. La narración se desarrolla en dos
planos. Tras cada hecho que le ocurre a María Magdalena, hay una enseñanza para las primeras
comunidades de cristianos.

El resumen de estas enseñanzas es el siguiente: - Las apariciones de ángeles y el sepulcro vacío no


son suficientes para hacer nacer la fe. - Un cariño grande hacia Jesús, como el que muestra María
Magdalena, es una buena base para descubrir a Jesús. - La presencia de Jesús resucitado, en medio
de sus discípulos, no es idéntica a la presencia de cuando estaba caminando sobre los caminos de
Palestina. María Magdalena le tiene a su lado y no es capaz de reconocerlo. - La iniciativa de la fe
parte de Jesús, cuando llama por su nombre a María... Y es entonces cuando «se le abren los ojos»
y descubre la profundidad de Jesús resucitado, que siendo el mismo al que ella tanto quería, es
distinto. La fe es personal y es una experiencia, no un razonamiento abstracto. - Jesús resucitado es
el Buen Pastor que llama a sus ovejas por su nombre. Sigue siendo el enviado del Dios bueno,
cercano y misericordioso. - Jesús resucitado encomienda siempre una misión. La fe se hace plena y
comprometida cuando se desarrolla la misión de vida y esperanza a la que Jesús nos envía.

«Rabboni» (maestro mío) es la expresión con la que María Magdalena se dirige a Jesús. Es una
variante de «Rabbí» (maestro) y tiene connotaciones de cercanía y afecto. La expresión que
utilizaban habitualmente los judíos para referirse a los Doctores de la Ley era «Rabbí», que significa
Maestro. Hay dos momentos en los que el evangelio utiliza la variante «Rabboni». La primera    vez
la pronuncia el ciego que admira a Jesús y pide recobrar la vista. (Mc 10, 51). La segunda es la que
leemos hoy, y se halla puesta en boca de Magdalena. María Magdalena era natural de una
población costera del Mar de Galilea llamada «Magdala», de donde recibe el nombre de
Magdalena. Vivió en esta ciudad hasta que se unió al grupo de los discípulos de Jesús. Ella es uno
de los varios ejemplos de mujeres que seguían a Jesús. Su fidelidad a Jesús le llevó a estar presente
en el momento de la crucifixión. Ella protagoniza varios de los relatos de la resurrección de Jesús.
Se convierte en una de los primeros testigos de la resurrección de Jesús.

4. Los discípulos de Emaús

El relato del encuentro de Jesús con dos discípulos de Emaús es una historia realmente
encantadora, digna de la literatura universal. La frase que se repite es que «los discípulos de Jesús
no lo reconocieron» porque ya no se les acercaba con su cuerpo terreno. «Los ojos de aquellos dos
discípulos estaban como imposibilitados para reconocerlo»

La localización de la ciudad de Emaús resulta problemática, porque a la distancia de los 60 estadios


(11 kilómetros) que cita el evangelio, no hay ninguna ciudad llamada Emaús. La Emaús existente se
hallaba a 160 estadios (31 kilómetros). Parece ser que esta diferencia se debe a errores de
amanuenses. La palabra Emaús hace referencia a «fuentes termales». En la ciudad de Emaús, que
se halla a 31 Km., existen tres fuentes cuyas aguas termales se conducía a través de canales. Fue un
lugar de luchas nacionalistas, primeramente contra la invasión griega y posteriormente contra la
dominación romana. Cien años después de la muerte de Jesús, esta ciudad fue destruida
totalmente por los ejércitos romanos. La reconstruyeron y le dieron el nombre de Nicépolis.

La narración que leemos no centra su interés en datos geográficos. Sobre este escenario, se
muestra cómo los creyentes deben hacer un «camino» de fe que les lleve a encontrarse con Jesús
resucitado. Este relato es una «catequesis» para las primeras comunidades cristianas. Es un relato
de resurrección muy tardío, cuando las primeras comunidades cristianas ya celebraban el bautismo
y la eucaristía y habían elaborado sus formas litúrgicas. Este texto está contado para decir a los
primeros cristianos que la presencia de Jesús se vive a través de la fe, el bautismo, la acogida al
necesitado y la eucaristía. Son estos tres elementos los que «abren los ojos» del creyente para
descubrir a Jesús vivo en medio de su comunidad. Por el contrario a Jesús no se le descubre
cuando se mantiene la actitud derrotista que tenían aquellos dos discípulos al inicio del camino.
Con esa actitud no se descubre a Jesús, ni aunque el mismo Maestro camine al lado explicando las
Escrituras.

5. Aparición a los Once

Lo primero que llama la atención en este relato es que Jesús penetra hasta donde estaban
escondidos los discípulos con las puertas cerradas y llenos de temor. La intención del texto no es
decir que Jesús resucitado posee un cuerpo capaz de atravesar paredes y cuerpos sólidos... La
intención del evangelista es otra: Jesús resucitado llega a lo profundo de sus discípulos que están
encerrados en sí mismos y llenos de angustia. Por eso el primer saludo es de la paz; y con la paz, el
deseo de que se aleje de ellos todo temor. El texto comienza subrayando que Jesús resucitado llega
espiritualmente al fondo temeroso de los discípulos que permanecen encerrados.

Pero no se queda aquí. El relato pretende dar otra enseñanza complementaria: quiere afirmar
también que Jesús Resucitado no es sólo una experiencia mística y espiritual, sino que el
resucitado se corresponde con la persona del Jesús histórico que caminó por los senderos de
Palestina. Por eso Jesús les muestra las manos y el costado del que salió sangre y agua. Mostrar el
costado del que salió «agua y sangre», era un dato significativo para aquellos judíos. Significaba
mostrar la propia personalidad humana, justa y equilibrada. El tema de la «sutileza del cuerpo de
Jesús» no es objeto de enseñanza del evangelio. El texto se interesa por las repercusiones que
conlleva el ser discípulo: Abandonar el temor y salir al mundo para anunciar la Buena Noticia. Salir
al mundo era romper los estrechos límites del pueblo de Israel. Era abrirse a toda raza, lengua,
religión y cultura. El texto sigue un esquema dinámico: Comienza presentando a los Once
apóstoles encerrados en sí mismos... La presencia de Jesús Resucitado les invita a abrirse al mundo
entero. El mensaje de Jesús resucitado no es algo que se acabe de inventar; es continuación del
mensaje y las acciones liberadoras de Jesús de Nazareth.

6. Tomás creyó

El tema de la duda constituye uno de los elementos fundamentales en los relatos de las
apariciones de Jesús Resucitado. La figura de Tomás resume en sí estos elementos de duda y falta
de fe que circulan dispersos por otros textos.

Tomás no era una persona dubitativa. En el grupo de los apóstoles tenía fama de persona realista y
culta. Seguramente no fue pescador. El hecho de que se mencione su nombre hebreo «Tomás»,
junto a la versión griega «Dídimo» (que significa «Mellizo») indica las raíces culturales griegas de
Tomás. Personaje de profundas convicciones y más dado al razonamiento que el resto de sus
compañeros los apóstoles. Debió ser un apóstol importante, pues en el evangelio dedica a él solo
un relato de resurrección, igual que ocurre con María Magdalena. Desde los primeros siglos del
cristianismo se popularizó el Evangelio de Tomás. Este evangelio recoge 116 dichos y frases de
Jesús de Nazareth. Omite las acciones y nada dice del nacimientos, milagros, predicación, muerte y
resurrección.

El relato de Tomás muestra una enseñanza para las primeras comunidades cristianas: Los apóstoles
han visto al Señor Resucitado y no han creído. Tomás tiene que ver para creer... Es necesario poner
en boca de Jesús el camino de fe que están recorriendo muchos de los cristianos de aquellas
primeras comunidades: «Felices lo que creerán sin haber visto». La figura de Tomás anima la fe de
aquellos cristianos que ya no están cercanos en el tiempo al hecho histórico de Jesús, y sin
embargo, se adhieren a la fe. La expresión que dice Tomás («Señor mío y Dios mío») no debe ser
entendida como una fórmula de fe concisa y delimitada, tal como pretendió hacer el Concilio de
Calcedonia sobre la naturaleza divina y humana de Cristo. El evangelista pone en boca de Tomás
una expresión que conocían los primeros cristianos y que les preocupaba en gran manera. Esta
expresión (Dominus et Deus noster) era la frase que había acuñado el emperador Domiciano para
hacerse adorar como divinidad, hacia el año 85 d.C. El evangelio fue redactado bajo el dominio y
persecuciones de este emperador. El libro del Apocalipsis se hace eco de las pretensiones de
Domiciano; pretensiones que conmocionaron a los cristianos y que les ocasionaron persecuciones
y sufrimientos.
BIBLIOGRAFIA: CABA J., Resucitó Cristo, mi esperanza. Estudio exegético, BAC 475, Madrid 1986;
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